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PORTADA
Ellos fueron los primeros. Fueron leyenda, y luego fueron olvidados. Ahora han vuelto... para ser más grandes que nunca.
 
JSA

JSA #42
La Guerra Estigia II
Grados de desolación

Guión: Tomás Sendarrubias

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PORTADA: Vemos la silueta de Hawkgirl, de espaldas a nosotros, con las alas replegadas y empuñando una lanza. Lo único que podemos ver a su alrededor y frente a ella es una región completamente devastada, desolada, llena de ruinas y cadáveres.

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En algún lugar del Cosmos

Recordaba caer.

El Universo había girado alrededor de ella mientras se precipitaba como Lucifer desde las alturas, creando complejos diseños que se clavaban en sus sentidos como cuchillos de luz. Había tratado de frenar su caída, de extender sus alas, pero había sido completamente imposible, y en un momento aquella luz se convirtió en negrura de terciopelo, y se había hundido en ella como si se hubiera sumergido en unas aguas oscuras y cálidas de las que no podía salir, así que finalmente se dejó arrastrar.

Notó algo ardiente en su garganta, y sintió que sus pulmones se encendían, como si le hubieran encendido dentro antorchas y se los hubieran llenado con rescoldos. Abrió los ojos, tratando de respirar incorporándose de golpe, y finalmente, consiguió forzar el aire más allá de su garganta. Puntos de luz le bailaron delante de los ojos, y tenía la visión todavía borrosa, pero pudo ver a Black Adam, sin sentido a unos metros de ella, y a un hombre arrodillado junto a ella, lo que la hizo ponerse en guardia inmediatamente. Llevó su mano a su lanza, pero él se limitó a tenderle de nuevo lo que parecía ser una calabaza ahuecada que contenía algún tipo de líquido.

-Bebe-dijo él, con voz afable-. Te sentará bien.

Kendra le miró desconfiada. Apenas podía distinguir la figura del hombre debajo de una pesada túnica de tela basta, con una capucha cubriéndole el rostro, arrojando sombras tan profundas que era imposible distinguir los rasgos de su rostro. Tenía las manos envueltas en vendas, y a su lado descansaba un bastón de corte tosco, de cerca de dos metros de longitud. Una sencilla cuerda le ceñía el hábito a la cintura, y de él pendían algunos saquillos y más calabazas huecas.

-¿Quién eres?-consiguió farfullar Kendra, aunque notó que tenía la boca tan seca que la idea de beber del recipiente que le ofrecía el desconocido le pareció de lo más atractiva-. ¿Y qué es esto?

-Lo mismo que ha hecho que te despertaras-respondió el hombre-. Y lo que ha sanado los huesos que tenías rotos y el pulmón perforado. Notarás molestias los próximos días, pero básicamente estas sana.

-¿Qué huesos rotos?

-Te diste un buen golpe cuando caísteis desde el cielo. Tu amigo simplemente está contusionado, pero tu fisiología es básicamente humana, y tan sólo el Metal Nésimo de tu arnés ha evitado que quedases reducida a pulpa.

-Recuerdo haber caído pero...-masculló, pero una punzada de dolor en el pecho la hizo interrumpirse y lanzar un jadeo. Finalmente, tomó de las manos del hombre el recipiente y bebió con cuidado, notando esta vez el sabor amargo de la bebida, que de nuevo ardió mientras caía por su garganta, extendiendo su calor por todo su cuerpo y haciéndola sentir mejor de forma inmediata-. Muchas gracias. Pero sigo sin saber quien eres y por qué me estás ayudando.

-Hace mucho tiempo que no tengo algo parecido a un nombre-respondió él-. Pero algunos me llaman Penitente. ¿Puedes incorporarte?

Kendra asintió, y apoyándose en su lanza y con algo de esfuerzo, se levantó del suelo, y por primera vez miró a su alrededor. Se encontraban en un lugar que en algún momento debía haber sido una ciudad, pero no quedaban más que escombros sobre un suelo arenoso, y polvo que el viento arrastraba. La luz era extraña, turbia, y pensó que debía ser cosa de sus ojos, pero finalmente, alzó los ojos al cielo y sintió que el aire se escapaba de golpe de sus pulmones. El color del cielo era gris, un gris tan plomizo que era imposible saber si era de día o de noche, aunque las estrellas ardían con tanta fuerza que parecían puños en el cielo. Y en el centro de todo había una inmensa brecha en el firmamento, una brecha por la que brotaba la luz que enturbiaba las percepciones de Kendra, una especie de crujiente aurora boreal que se derramaba por el cielo como una herida abierta, supurante.

-Mierda...-siseó ella-. ¿Qué es eso?

-La Brecha-respondió él-. Una ruptura entre mundos, el portal de la Dama Estigia... Pronto vendrá alguien que te lo explicará todo, ya vienen a recogerte...

-¿Qué?-inquirió ella-. ¿Quién viene?

-Has sido convocada aquí, Kendra Saunders, y no he sido yo quien te ha llamado. Tu amigo está despertando.

Hawkgirl se giró hacia Adam, y vio que, efectivamente, comenzaba a moverse. Se giró de nuevo para hablar con Penitente, pero este había desaparecido. Y en ese momento, Kendra vio que se acercaban a ella varias siluetas aladas. Adam abrió los ojos, incorporándose enseguida, y mirando a su alrededor aturdido hasta que su mirada topó con Kendra.

-¿Dónde estamos?-farfulló Adam, pero ella no le respondió. Simplemente, continuó con la mirada clavada en las siluetas que se acercaban volando. Y en ese momento, con aquellas figuras de fondo, reconoció el lugar en el que se encontraba.

-No puede ser-masculló-. Shayera...

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Mundo de los Hechiceros, Siglo XXXI.

Cuando el humo y el polvo se asentaron, Mordru se alzaba victorioso. La batalla había sido larga, pero había ocurrido lo que debía ocurrir, y él había salido ganador. Las fuerzas desatadas por la guerra entre los magos habían estado a punto de desgarrar el propio planeta, de arrojarles a todos al vacío del espacio, pero el poder del Yelmo del Destino había sido suficiente como para que ahora, Mordru mirase a su alrededor satisfecho. Con un gesto más, los cadáveres de los magos derrotados desaparecieron de la vista de Mordru, y cuando alzó las manos, la propia tierra tembló, y de las entrañas del mundo, brotó lo que parecía ser un inmenso castillo. Siete torres, coronadas por siete agujas tan altas que parecían arañar el propio cielo. Tres de ellas eran blancas, tres rojas, y la torre central, absolutamente negra. Las murallas no mostraban junturas ni sillares, como si fueran una única pieza de piedra, completamente lisa y uniforme. Aquí y allá aparecían diversas estatuas de aspecto egipcio, un tributo de Mordru al origen del Yelmo, y rodeando la propia muralla, aparecían doce inmensos obeliscos de arenisca en los que se habían grabado grifos de poder.

Bajo el yelmo, Mordru sonrió.

Las grandes puertas pétreas se abrieron a su paso, y volvieron a cerrarse tras él, sin un solo ruido. Cruzó el paseo monumental, flanqueado de estatuas de sí mismo, y finalmente cruzó las puertas de la inmensa ciudadela. A pesar de que la construcción era enorme vista desde fuera, por dentro era aún más impresionante, pues no todas sus estancias y salas se encontraban en el plano físico. Otro juego de inmensas puertas de cristal negro se abrió y Mordru las cruzó, para encontrarse cara a cara consigo mismo.

Se encontraba sentado sobre un amplio trono de ónice, tallado con las figuras de cinco animales míticos entrelazados entre ellos, unicornio, dragón, grifo, quimera y mantícora, y sostenido sobre cuatro amplias garras. Tras él, las propias paredes del palacio oscilan y crean una inmensa ola coronada de nácar y plata. Aquel era Mordru, pero el Mordru anciano, la criatura del caos del siglo XXXI, anciano y de largas barbas canas. Frente a él, el Mordru que se había enfrentado a la Sociedad de la Justicia, el que había sido atrapado dentro del Yelmo de Nabú.

-Bien hecho-masculló el anciano, aplaudiendo quedamente, aunque sin borrar de sus ojos una expresión de intenso desprecio-. Sabía que obraba acertadamente.

-Es curioso. Cualquier duda que tengas de mi proceder o de mi valía, podría aplicarse perfectamente a ti mismo-respondió el joven Mordru, deteniéndose finalmente a unos pasos del trono. Por un instante, tuvo el impulso de hacer una reverencia, pero lo resistió y se mantuvo erguido, con el Yelmo de Destino entre las manos.

-Cuando te envié al pasado y comenzamos nuestro plan, sabía que lo conseguirías. Sabía que yo lo conseguiría. Ahora ha llegado el momento. Hemos derrotado a los Hechiceros. Pronto la Legión estará aquí, y también los derrotaremos. Juntos. Entrégame el Yelmo y...

-No.

El ceño del anciano hechicero se frunció, y sus ojos se clavaron en su yo más joven.

-¿No?

-No.

-No tienes esa opción. Sólo eres una faceta de mi, el resultado de un conjuro, una creación artificial nacida de mi sangre y de un largo ritual. No eres una persona, criatura, eres poco más que... un homúnculo.

-No-volvió a decir el joven Mordru-. Yo he obtenido el Yelmo de Destino. He trazado mis propios planes, no los tuyos, y finalmente lo he conseguido.

-Nada de lo que hayas hecho puede haber brotado de tu mente, estúpido-sisea furioso el anciano-. No eres más que una sombra de mi intelecto, de mi...

Un trueno hizo retumbar el inmenso palacio, y una grieta del grosor de un puño se abrió en la pared situada tras el trono, haciendo que el anciano mirase hacia atrás y tuviera que alzar un escudo místico para evitar verse cubierto de trozos de piedra.

-Yo he derrotado a los Hechiceros-continuó diciendo el joven Mordru-. Yo soy el legítimo poseedor del Yelmo. Yo he encadenado a Nabú y a Hipólita Trevor con las mismas cadenas con las que yo fui encadenado. Yo mismo utilicé tu propia energía, la energía del caos para lanzar una bomba sobre el orden del pasado, sobre lo escrito. Yo vinculé a Hank Hall a la energía del Caos que terminaría convirtiéndole en Extant. Mía fue el arma que lanzó la primera bala de la guerra que ahora se libra en todo el continuo.

-¿Qué has hecho, estúpido?-gruñó el anciano Mordru, lanzando sólo con la fuerza de su voluntad poderosos hechizos de rastreo-. No sabes lo que has despertado...

-Sí, lo sé-replicó el joven Mordru, poniéndose el Yelmo-. Extant lanzará un golpe definitivo contra los muros que separan el Hipertiempo. Las realidades se colapsaran sobre sí mismas, el tiempo y el espacio se convertirán en rumores sin sentido, la posibilidad y la realidad se harán uno, y la causalidad quedará desterrada. Energía y magia se confundirán la una con la otra, y la vida y la muerte pasarán de ser un ciclo a ser un todo. El caos absoluto, primigenio, la protocreación primordial. Y yo estaré en el centro de todo ello, preparado para guiar el universo de nuevo hacia un único destino. El dominio absoluto de Mordru.

El anciano alzó sus manos hacia su yo más joven, y lenguas de energía cruda brotaron de él, alcanzando su objetivo, que en milésimas de segundo, se convirtió en una antorcha humana, devorado por llamas capaces de fundir la propia roca primordial.

El único ruido que escuchó fue una risa, mientras las llamas desaparecían y el joven Mordru emergía de aquel infierno, sin un solo rasguño.

-No has entendido nada, niño-gruñó el anciano, alzando un escudo a su alrededor-. Has cargado un arma, pero tú no la empuñas. Si llega a disparar...

-Cállate-le interrumpió el joven Mordru, haciendo un gesto hacia el anciano. Un haz de luz plateada se manifestó ante él, y tomó forma cuasi sólida, como un escarabajo luminoso cuando voló a toda velocidad hacía el anciano, atravesando su escudo sin esfuerzo alguno, para luego hundirse por completo en la carne del hechicero. Trató de gritar, pero no le dio tiempo. Su carne se consumió en un fuego que ardía sin llamas, y el escarabajo luminoso ni siquiera había desaparecido cuando los huesos del hechicero chocaron contra el suelo.

Sin más, y pasando por encima de los restos del anciano, el joven Mordru se dirigió hacia el trono, y tomó asiento, con la capa dorada de Destino ondeando tras él. Ahora, sólo le quedaba esperar a que el universo se pusiera a sus pies.

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Thanagar.

-Kendra Saunders-masculló la mujer que lideraba al grupo de Halcones que se había acercado a Hawkgirl y Black Adam, tras tomar tierra ante ellos, mientras el resto de su equipo, cuatro hombres y una mujer, todos armados, se distribuían alrededor de ellos-. No eres la ayuda que esperábamos. ¿Dónde está Carter?

-En la Tierra, supongo-gruñó Kendra como respuesta-. ¿Qué demonios significa todo esto, Shayera? ¿Qué es eso?-preguntó, señalando la brecha que resplandecía en el cielo-. ¿Y quién es la Dama Estigia?

-¿Dónde has oído ese nombre?-preguntó repentinamente seria Shayera, y sus hombres miraron a su alrededor incómodos.

-Lo dijo el hombre que apareció antes que vosotros. Alguien que se hacía llamar Penitente.

-No había nadie aquí, Capitana Thol-gruñó uno de los hombres, y Shayera se encogió de hombros.

-Kendra, todo esto es demasiado importante para discutirlo contigo. Necesito a Carter. Lanzamos una sonda que rastrease el Metal Nésimo, pero...

-Ahí tienes tu respuesta, mujer-interviene Adam, con los brazos cruzados ante el pecho y flotando a dos palmos del suelo-. Carter Hall ya no lleva los arneses de Hawkman.

-No puede ser-masculla Shayera.

-Me temo que así es-corroboró Hawkgirl-. Adam, esta es la Capitana Shayera Thol, de Thanagar. Durante algún tiempo, fue Hawkwoman en la Tierra. Shayera, él es Black Adam, uno de mis compañeros de la Sociedad de la Justicia. ¿Dónde está el resto de mi equipo?

-La sonda debía traer a Thanagar sólo al portador del Metal Nésimo-explicó Shayera-. Desconozco qué ha ocurrido con tus compañeros.

-Capitana Thol, hay lecturas de movimiento a N-31 grados-informó la mujer que formaba parte del grupo, mientras pulsaba un botón de su rifle, que de inmediato comenzó a silbar con energía acumulada.

-Nos dispersamos-ordenó Shayera, y sus hombres asintieron-. Arthal, Verel, Kehir, cubridnos. Shia y Nor, seguid la ruta sigma. Kendra, Adam y tú seguidme. Nos reuniremos todos en el punto convenido.

-A sus órdenes, capitana Thol-respondieron los soldados, y de inmediato, Shayera Thol extendió sus alas, activando así los arneses antigravitacionales y alzando el vuelo, seguida por Hawkgirl y Black Adam, mientras la capitana se movía hacia el Nordeste. En cuanto se elevaron, Kendra se dio cuenta de que se encontraban en lo que parecían las ruinas de una gran ciudad, completamente arrasada, llena de cráteres y edificios derruidos. Y a los pocos segundos, se dieron cuenta de a qué se refería la mujer (Shia, según había indicado Shayera) cuando había señalado el movimiento. Docenas de figuras se movían entre las piedras derruidas, como si fueran una horda de cangrejos moviéndose entre las piedras de un río, que se dirigían hacia el punto donde se habían encontrado segundos antes.

Sin embargo no eran insectos, sino figuras humanoides, y cuando Kendra se esforzó, incluso consiguió distinguir algunos rostros entre todas aquellas figuras, rostros inequívocamente humanoides, aunque con los ojo perdidos y las manos afiladas como garras de hueso.

-Shayera, ¿qué es todo esto?-inquirió Kendra, poniéndose a la altura de la capitana-. ¿Cómo ha permitido el Gran Mor que esto ocurra? Deberíamos avisar en Thanagar City de todo lo que está ocurriendo y...

-Mira a tu alrededor, Kendra Saunders-la interrumpió Shayera Thol-. Esto es Thanagar City. El Gran Mor está muerto, y eso que ves abajo, son thanagarianos que han pasado a formar parte de la Legión Estigia. Apenas quedamos medio centenar de Halcones repartidos por todo el planeta. En menos de siete ciclos solares, todo Thanagar ha sido arrasado.

Kendra sintió como un nudo se le hacía en el estómago, mientras su cerebro trataba de asimilar las palabras de Shayera. El ejército thanagariano era una potencia bélica universal, y su dominio del Metal Nésimo les hacia aún más poderosos. Que algo les hubiera barrido en menos de una semana parecía increíble, pero sobre todo, era terrorífico.

Kendra, Adam y Shayera guardaron silencio el resto del camino.

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Atlantis, Agujero Brana dimensional.

Las sombras se agarraban a Alan como hebras de telaraña a una mosca, y aunque él trataba de liberarse, cada vez que rompía una se veía atrapado por otra docena. La oscuridad le envolvía y amenazaba con tragárselo por completo.

Todd.

Obsidian.

Algo malo ocurría con Todd, algo iba mal.

Un destello de luz le deslumbró, cegándolo, arrastrándolo de vuelta al mundo de la consciencia. Abrió los ojos y sintió que se ahogaba, como si tuviera los pulmones llenos de agua. Boqueó, tratando de llevar oxígeno a sus pulmones, y escuchó algo parecido a una risa tras él. Con la garganta ardiéndole, Centinela se giró, y vio a Extant a pocos pasos de él, con los brazos cruzados ante el pecho. La primera intención de Centinela fue atacar a Extant, pero aunque trató de canalizar su voluntad para barrer a su captor, no ocurrió nada.

-Ni lo intentes, Alan-dijo Extant, dando un paso hacia él.

Centinela miró a su alrededor, y vio que se encontraba en una amplia sala completamente circular. Distribuidas por la sala, junto a las paredes, había estatuas en diferentes posiciones, pero cuando se fijó mejor, la sangre se le congeló en las venas. No eran estatuas, eran sus compañeros, completamente petrificados. Mister Terrific, Doctor Medianoche, Ártemis, Wildcat, Stargirl y Jakeem. Y se dio cuenta de que hasta segundos antes, él mismo debía de haber sido otra de esas estatuas.

-Pliegues cuánticos-masculló Extant, haciendo un gesto que abarcaba toda la sala-. Lo mismo que te impide utilizar la Llama Verde. Traedle.

En ese momento, Alan se dio cuenta de que no estaban solo. Dos hombres, de aspecto fuerte y vestidos con ropas extrañas, se acercaron a él, sosteniéndole. Su impulso fue darles las gracias, ya que las piernas no le sostenían, pero se contuvo, ya que pensó que si lo hacían obedeciendo a una orden de Extant, no podían querer nada bueno para él. Sin más explicaciones, Extant comenzó a caminar por los pasillos, y los dos hombres le llevaron tras él, prácticamente arrastrándole, hasta que finalmente salieron alrededor del edificio, que visto desde el exterior, parecía un templo clásico. Para sorpresa de Alan, en las columnas y los frisos había adheridas algas y algunos crustáceos, como si aquel lugar hubiera estado mucho tiempo bajo el mar.

-Atlantis-musitó Alan, y escuchó de nuevo la sibilina risa de Extant.

Los hombres que le portaban le subieron a lo que parecía una cruz, con los brazos ahuecados y la forma de un cuerpo humano labrada, hueco que cubrieron con el cuerpo de Alan, Sujetaron sus manos y pies con sólidas cadenas, y sólo en ese momento, Alan se dio cuenta de que había otra cruz igual a la que le sostenía a unos pasos de él. Allí, Tempest, casi desvanecido, miraba hacia el frente. Y siguiendo la mirada del atlante, Alan contempló el espacio que se abría ante el templo. Una amplia plaza (la palabra "ágora" le vino enseguida a la cabeza), rodeada de edificios similares al templo y de estatuas de tritones y nereidas, se mostraba ante él llena de gente. Una escalinata bajaba desde el templo hasta la plaza, y en ella, sólo había una persona, una mujer de cabellos rojos y vestida de verde a la que Alan reconoció de inmediato. Era Mera, la reina de Atlantis, la viuda de Aquaman. Más allá de ellos y de la propia ciudad, sólo se extendía la negrura, la más intensa oscuridad, sin estrellas o fuentes de luz, aunque eso no impedía que cierta fosforescencia inundase Atlantis.

-Mira lo que he conseguido, Alan-dijo Extant, situándose entre él y Tempest-. Mira lo que entre todos me habéis dado. Quiero que tú y el hechicero atlante lo veáis, que seáis mis testigos. Él, que lanzó Atlantis al vacío entre el espacio y el tiempo para que yo la encontrara. Y tú, el padre espiritual de la JSA, el padre espiritual de todos aquellos que se hacen llamar héroes.

Extant alzó una mano, y en ese momento, como empujados por una misma cadena, todos los atlantes que se encontraban en la plaza, y la propia Mera sobre la escalinata, se arrodillaron al mismo tiempo.

-¡Mera!-gritó Tempest, con la voz rota, pero la reina de Atlantis ni siquiera alzó la mirada, que mantuvo clavada en la escalinata-. ¡No hagáis esto! ¡Mera!

-Alza tu mirada, Alan-ordenó Extant, y aunque Alan se sintió tentado de resistirse, se limitó a obedecer y mirar al frente-. Te haces llamar Centinela, y por fin vas a poder ser lo que tu nombre proclama, aunque quizá Testigo fuera una mejor definición.

-Hank... ¿qué estás haciendo?-susurró Alan, intentando hablar con claridad, aunque le era difícil-. No sé que pretendes, pero sabes que te detendremos...

-No, no lo haréis, Alan-le interrumpió Extant-. Esta vez no. Lo que he liberado en vuestro universo... Simplemente, no puede ser detenido ni vencido.

-¿Qué has hecho?

-¿Cómo fue aquella frase que dijo Oppenheimer cuando desentrañó los misterios del átomo? Ah, sí. Me he convertido en Muerte, el destructor de mundos...

Como si hubiera estado esperando sus palabras, el cielo se iluminó bruscamente, una luz tan blanca que dañó los ojos de Alan, que se vio obligado a apartar su mirada, igual que Garth y todos los atlantes que habían alzado la mirada. Centinela alzó la mirada y vio como la luz se iba difuminando, haciendo más tolerable. Y entonces aparecieron allí. Ejércitos. Ejércitos de criaturas muertas, de larvas vivientes, de criaturas que habían quedado atrapadas entre la vida y la muerte y seguían las órdenes de una voluntad que no podía ser detenida. Templos de carne viva alzados bajo una sola palabra, alimentada por la sangre no de mundos, de universos. La imagen era tan enloquecedora, tan tremenda, que Alan sintió que le arrancaban la cordura. Y en el centro de todo aquello, se encontraba ella. Una belleza alienígena de ojos facetados y dientes afilados, pálida, alta y delgada como su propia sombra. Sus ojos reflejaban el fin del mundo. Y lo hacían porque ya era inevitable, porque desde el momento en que había entrado en el universo, este había perdido la partida, un juego que había sido a vida o muerte.

Una memoria racial, atávica, despertó en el interior de Alan.

Muerte, la Destructora de Mundos.

Extant había convocado a la Dama Estigia, y el universo había muerto en ese mismo instante.

Y como Extant pretendía, Alan fue testigo del día en el que el mal había vencido.

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Palacio de la Justicia, Shiruta.

Delfín se despertó sobresaltada, sintiendo que se ahogaba. Tardó unos instantes en darse cuenta de que el agua fluía con normalidad en su sistema respiratorio, pero enseguida escuchó el llanto de Cerdian. Con movimientos gráciles, la mujer nadó hacia el lugar donde dormía su hijo, y lo tomó en sus brazos. Fuera de la cueva, el sol brillaba sobre el desierto de Kahndaq, pero Delfín tenía su cuerpo adaptado a los horarios de Estados Unidos, y aún se sentía confusa por las horas. No recordaba el momento en el que se había dormido. Abrazó a Cerdian, que seguía gimiendo.

Por algún motivo, ella también sentía unas inmensas ganas de llorar.

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Tokyo.

Las cuatro chicas se miraron. El vacío había aparecido en las cuatro al mismo tiempo mientras esperaban el metro en cuatro puntos diferentes de la estación.

Cuando escucharon el sonido del tren que se acercaba, saltaron a las vías.

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Indiana.

Alice sabía que los niños ya no llorarían más.

El cuchillo aún goteaba sangre cuando saltó por la ventana.

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Jerusalén.

Estaba rodeado de enemigos. El general Ben Miriah lo sabía, lo había sabido siempre.

Pero él estaba dispuesto a solucionarlo cuando se adentró en el barrio palestino de la ciudad, disparando a diestro y siniestro y sembrando su camino de explosiones.

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Ciudad del Cabo.

Esas doce personas se habían reunido para divertirse. Unas horas antes, habían estado bailando, cantando y jugando en la playa.

Cuando se sumergieron en el mar para dejarse llevar por las olas, ninguno de ellos sonreía.

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Palacio de la Justicia, Shiruta.

Todd tenía la impresión de que algo iba mal, aunque no podía concretar qué era. Se encontraba en una de las balconadas del palacio que daban al desierto. Podía escuchar algunos ruidos que llegaban desde la ciudad, llantos dispersos arrastrados por el viento. Incluso para él las sombras parecían demasiado oscuras.

-¡Obsidian!

Un chasquido acompañó a la palabra mientras el tiempo se rompía a escasos pasos de Todd Rice, que se giró a tiempo de ver como aparecía una imagen que le era vagamente familiar, una figura encapuchada con lo que parecía ser un reloj de arena colgado del cuello. Pero sin embargo, no era una figura humana, sino que parecía algún tipo de androide, una forma de vida no orgánica. De inmediato, Obsidian recordó a "Matthew" Tyler, la colonia inteligente artificial construida en el siglo 853 por TylerCo, que había recibido el nombre de Hourman, en honor al creador de la industria.

-Tú lugar no está aquí, este no es tu tiempo-dijo Hourman-, puedo leer los taquiones que giran a tu alrededor, las brechas cuánticas que te rodean...

Obsidian quiso responder, pero el universo desapareció a su alrededor, y de pronto, él y Hourman se encontraron en medio de lo que parecía un desierto, con un hombre encapuchado entre ellos.

-Soy Penitente-dijo-. Y el universo os va a necesitar...

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JUSTICIA PARA TODOS

Que de cosas, por dios, que de cosas... A ver si consigo hilarlas todas y no se me olvida ninguna... ¡¡Espero que os guste!!

 
 
   
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