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Titanes

TITANES #54
Mariposa I
Senshi no ritan1

Guión: Tomás Sendarrubias

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Aeropuerto Internacional de Tokyo, Tokyo, Isla de Honshu.

-¡Ryuku!

Forzando una sonrisa, Ryuku Orsono se echa al hombro la más pesada de sus bolsas de viaje y se gira a tiempo de ver como Amiko salta en sus brazos, abrazándole. Tras unos momentos de duda, Ryuku devuelve el abrazo a su prima, que se aparta de él un par de pasos, mirándole con gesto de aprobación.

-Primito, ¡estás buenísimo!

Él sonríe, enrojeciendo hasta la raíz del cabello, mientras con gesto informal Amiko le sujeta del brazo, comprobando su bíceps, al tiempo que Ryuku la besa en la mejilla, algo más relajado.

-La estancia en Estados Unidos te ha sentado bien, vienes... diferente... ¿Vienes para quedarte?

-No lo sé-responde Ryuku, mientras se dirigen juntos a la salida del aeropuerto. Amiko parlotea sin parar, contándole a Ryuku las últimas novedades y cotilleos familiares mientras recorren el aparcamiento del aeropuerto en dirección al coche de Amiko, un utilitario de Nissan que le arranca una sonrisa triste a Ryuku. Hacía solo unos meses que había vivido esa misma escena, cuando Roy había ido a buscarle al aeropuerto de Nueva York, y poco después, habían tenido su primer encontronazo con el que sería su aliado por un breve tiempo, el Creeper2.

El recuerdo arranca muchos otros recuerdos a Ryuku, recuerdos vinculados a muchas emociones, y cuando finalmente Amiko terminó de guardar el equipaje de su primo en el maletero, la sonrisa se borra del rostro de su prima al contemplar que Ryuku se había quedado prácticamente pálido.

-Ryuku, ¿estás bien?

-No-responde él, sincero pero sin ganas de entrar a dar explicaciones-. Amiko, necesito ver a la Abuela cuanto antes.

-Pero ¿no prefieres descansar antes un rato? Podemos ir mañana, deberías dormir después de no sé cuantas horas de vuelo, el jet lag y todas esas cosas... Y son 1850 kilómetros...

-Llévame a Ototojima-dice Ryuku, y tras un segundo de silencio, Amiko finalmente asiente.

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Musashimurayama, Prefectura de Tokyo Occidental.

-¿Está todo correcto?

Masato Naro revisa el maletín que tiene delante de él, y lanza una mirada soslayada a la mujer que tiene detrás, embutida en un traje de cuero carmesí y con un tatuaje en forma de rayo sobre la mejilla izquierda. Dos espadas pendían de su espalda, y el resto de los hombres reunidos en el almacén en el que supuestamente se almacenaba pescado congelado la miraban con respeto y fundado temor. La conocían como Kiku Chi, el Crisantemo Sangriento, y era una de las más renombradas guardaespaldas de la Yakuza, la custodia personal del anciano Maestro Naro, el hombre que había estado al frente del crimen organizado en la mayor parte de Japón en los últimos cuarenta años.

Kiku Chi asiente, y Naro sonríe, cerrando el maletín y dirigiendo la mirada de su único ojo útil al hombre que suda nervioso ante él, Kento Atumi, responsable de la Prefectura Occidental, y allí estaba su tributo a Naro por los últimos tres meses, treinta y cinco millones de euros (más de tres mil millones de yenes), y doscientos kilos de cocaína pura, un regalo para que el Maestro pudiera mover en su dominio privado, lo que le otorgaría también pingües beneficios. Aunque de forma casi imperceptible, Kento suspira aliviado cuando los hombres de Naro comienzan a cargar los diversos paquetes llenos de cocaína en las furgonetas con el emblema de una piscifactoría.

-Un placer, como siempre-dice Naro, mientras el titán que siempre le acompaña, un hombre occidental, tan enorme que podría compararse a un guerrero sumo y a cuyo lado la temida Kiku Chi parece una sencilla muñeca, se acerca a él, tomando la silla de ruedas que sostiene a Naro, mientras Atumi hace una reverencia llena de respeto. Es por eso que Atumi no ve la cara de extrañeza del hombre blanco cuando un dardo de color negro y procedencia desconocida se hunde certero en su garganta, justo por encima de su nuez. Por unos segundos, el gigante se tambalea mientras el veneno nervioso del dardo se extiende a toda velocidad por su sistema, y solo la velocidad de Kiku Chi, que golpea con fuerza con los dos brazos al titán para que caiga en otra dirección evita que su gigantesca masa aplaste al Maestro Naro. Antes de que Atumi se haya incorporado, Kiku Chi ha desenvainado las dos espadas, y se alza ante el anciano, que mira furioso a su alrededor.

-¿Quién se atreve?-dice, mientras sus hombres se reúnen a su alrededor, soltando las cajas para empuñas pistolas y armas semiautomáticas. Tres púas metálicas centellean un instante en la mano izquierda de Kiku Chi, que sin soltar siquiera la espada que sostiene en esa misma mano, las arroja hacia un lugar sombrío del almacén. Una silueta avanza dando traspiés, con las tres púas clavadas en la frente, un hombre ataviado con ropajes oscuros de Ninja, que se desploma muerto.

-Hay más-murmura Kiku Chi, y las sombras del almacén parecen cobrar vida, cuando al menos dos docenas de hombres, vestidos de oscuro y armados con armas automáticas llenaron el almacén, rodeando a los miembros de la Yakuza.

-Este es un insulto que no consentiré-gruñe Naro, mirando el cuerpo muerto de su gigantesco acompañante-. Alguien pagará por esto.

Nadie respondió a Naro, simplemente, comenzaron a disparar. Y ni siquiera Kiku Chi, el Crisantemo Sangriento pudo evitar las dos docenas de balas que la atravesaron de lado a lado, prácticamente descuartizándola. Pero con increíble precisión, ninguno de los disparos alcanzó, ni siquiera rozó, a Naro. Cuando se hizo el silencio, todos sus hombres y los de Atumi estaban muertos en un inmenso charco de sangre. Naro sabía que no tardaría mucho en llegar la policía, el sonido del tiroteo habría alertado a los habitantes de los almacenes colindantes.

Una mujer, vestida con un kimono de seda roja y cuajada de mariposas de color lapislázuli. Una capucha de seda y una fina máscara del mismo tejido le cubría el rostro. Como contrapunto, empuñaba una pistola de pesado aspecto.

-¿Quién cojones eres?-gruñe Naro, pero ella no responde, y simplemente, alza el arma y le dispara un certero tiro en pleno rostro.

-Recogedlo todo-susurra ella, entregando la pistola a uno de sus hombres-. Lo quiero todo en las calles en dos días.

Los hombres asienten, y ella se arrodilla junto al cadáver del Maestro Naro, depositando una pequeña mariposa de origami, en fino papel azul sobre el pecho del anciano. Con una oración para aplacar a los antepasados, la mujer se incorpora y sale de los almacenes.

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Isla de Ototojima, Subprefectura de Ogasawara, Tokio, Japón.

Amiko se encuentra realmente agotada, y no entiende que a su lado, Ryuku siga pareciendo perfectamente concentrado, aunque ceñudo, y como si el cansancio no hiciera mella en él, a pesar de haber encadenado un viaje desde San Francisco a Tokio y un largo viaje en barco desde Tokio a Ototojima, donde se encuentra la casa familiar de los Orsono. Podría haberse limitado a llevar a Ryuku directamente al puerto y haberse despedido de él allí, pero había algo dentro de ella que la instaba a acompañarle, y aunque no estaba siendo muy hablador, al menos en un par de momentos había conseguido arrancarle una sonrisa.

Los Orsono habían vivido desde el siglo XVII en una fortaleza en la costa de la isla, fieles servidores del Imperio, y hasta el día de hoy, las ruinas del castillo se encontraban dentro de las tierras que la familia seguía teniendo allí centurias después. Allí, en las ruinas de la antigua fortaleza, había encontrado Ryuku las armas de sus antepasados, investidas del poder de estos... y hacia allí se dirigía ahora, con el poder de las armas agotado y convertidas en poco más que pedazos de acero, de excelente factura, sí, pero nada más que acero.

-Amiko...-dice Ryuku, ya en el umbral de la puerta de la casa de la familia, mucho más modesta que la antigua fortaleza, pero aún un lugar señorial-. Necesito hablar con la Abuela... a solas...

-Claro-asiente Amiko, que se lo veía venir-. Yo iré a... bueno, a dar una vuelta por el jardín. Igual me encuentro a mí misma o algo...

Con una sonrisa cansada, Amiko se aleja de la puerta, girando más allá de una esquina para dirigirse al cuidado jardín que se encuentra tras la casa, donde Ryuku recuerda haber pasado largas horas de su infancia, jugando o escuchando las viejas historias de la familia de boca de su abuela, la anciana Shiori, a la que ahora acudía. Ryuku cruza la puerta de la casa, y lo primero que recibe es el familiar aroma de las flores de cerezo y melocotón, dispuestas en sendos jarrones de porcelana a ambos lados de la puerta, frescas y con la madera aún prácticamente rezumando resina. Y tras el espeso olor de las flores, otros más sutiles, el olor a incienso ofrendado a los antepasados, el olor a las pequeñas rosas que la anciana solía tejer en todas las habitaciones, y el olor del té recién hecho. Sin más, y sabiendo donde encontraría a su abuela, Ryuku dejó a un lado su mochila, y tomó en sus manos solo la funda que envolvía su espada, y se dirigió hacia el dojo, la sala en la que todos los miembros de la familia Orsono habían estudiado artes marciales antes o después, con uno u otro maestro... (Eres un inútil, Ryuku Orsono, la vergüenza de tus antepasados, había dicho continuamente el maestro Nuyorin, golpeándole en el dorso de las manos con su espada de madera), y cuando atraviesa la puerta deslizante y el olor del té se mezcló con el de los listones de madera de nogal, sabe que está en lo cierto.

Una pequeña mesa de madera había sido dispuesta en el centro del dojo, y sobre ella, se habían situado todos los elementos del cha-no-yu, la Ceremonia del Té, incluyendo un pequeño arreglo floral compuesto de diminutas flores blancas que a Ryuku le recuerda de inmediato a un cisne. Arrodillada frente a él, sirviendo el té, se encuentra Shiori Orsono, la mujer a la que Ryuku ha cruzado medio mundo para ver. La anciana, casi centenaria, era realmente la bisabuela de Ryuku y Amiko, pero todos la llamaban "abuela", y rozaba el siglo de edad. Aún así, su postura, arrodillada tras la pequeña mesa era perfecta, y mantenía una gran gracilidad mientras servía el té, envuelta en un fino kimono de seda blanca con bordados azules y dorados, y un sencillo collar de plata y lapislázuli pendía de su largo cuello. El cabello, completamente blanco, estaba recogido en un perfecto moño sobre su nuca.

-No soy digno, Abuela, no soy digno de pertenecer a la familia, no soy digno de...-dice repentinamente Ryuku, cayendo de rodillas y postrando la frente sobre el suelo de madera, perfectamente lisa-. He deshonrado nuestra sangre, he deshonrado nuestro linaje y...

-El té se enfría en la mesa, Ryuku Orsono, y jamás en la casa de los Orsono ha cometido un error al realizar la Ceremonia del Té, y no pienso ser testigo de la primera vez que una ceremonia se eche a perder.

-Abuela, he mancillado el honor de la familia...

-Ryuku Orsono, ven aquí y siéntate.

Aturdido, Ryuku obedece, y dejando el paquete en la puerta del dojo, se incorpora y se acerca a la mesa del té, arrodillándose frente a la anciana, que sonríe mientras machaca las hojas de té y vierte sobre ellas el agua caliente. El olor entre dulce y amargo, y el sabor del té una vez que roza sus labios, consigue incluso apartar la sensación de pesadumbre que le embarga.

-Y bien, Ryuku Orsono, heredero de la casa de Orsono, depositario del saber y el poder de tus antepasados...-dice finalmente la anciana-. ¿Qué ha ocurrido?

Ryuku suspira, se incorpora y recoge la espada del umbral, volviendo a la mesa y poniendo la katana ante la anciana, que la desenvaina con gesto firme y la mira, inescrutable. Y Ryuku cuenta la historia de lo que ha vivido en Estados Unidos, de cómo se ha unido a los Titanes, de las aventuras que ha vivido con ellos... incluso de lo que sintió por Roy Harper, y de cómo sacrificó el poder de las armas, el poder de los espíritus de sus antepasados para devolverle la vida.

-He fallado a mi familia, soy una vergüenza para mis antepasados...

-Eres tonto, niño-le interrumpió ella riendo.

Si Ryuku había esperado alguna reacción de su abuela, desde luego no había sido esa.

-Abuela, no...

-Hace varias noches tuve un sueño. En él, vi a mi abuelo, Neru Orsono, y vino a despedirse de mí, y con él, muchos otros. Y resplandecían, Ryuku, resplandecían mientras avanzaban hacia el siguiente paso.

-Deben avergonzarse de mi, abuela. Lo hice porque me enamoré de... de un hombre...

-Paparruchas-ríe de nuevo la anciana-. Salvaste una vida por amor, Ryuku, da igual que sea la de un hombre o la de una mujer. Tú único juez debes ser tú mismo, no la memoria de unas criaturas ancestrales que hace mucho tiempo se les olvidó lo que es estar vivos...

-Pero las armas...

-Madera y acero. No son las armas las que hacen al héroe, Ryuku, es el corazón que lo empuja. Y lo sabes mejor que yo. No hay magia en esos hombres de los que hablas, en esos... Arsenal... o Nightwing... Y sin embargo dan lo mejor de sí, arriesgan su vida en cada momento. El héroe nunca ha sido Bushido, hijo, siempre ha sido Ryuku Orsono.

Por un momento, Ryuku siente que un nudo se le cierra en la garganta, y asiente, tratando de mostrarse lo más honorable posible. Cuando nota el roce de la mano de su abuela en el rostro, finalmente rompe a llorar.

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-Cuidado con la salsa, siempre le echas demasiado wasabi...-masculla Amiko, y Ryuku asiente mientras coge con una cucharilla un poco de la pasta verde picante y la diluye en la salsa de soja para acompañar el sushi. Mientras, Amiko está poniendo la mesa y pendiente de calentar el sake con el que acompañarán la cena, y la Abuela, prepara un espeso guiso de fideos especiados.

-Tendrás que hablar con mucha gente estos días, Ryuku-dice la anciana Shiori, probando la salsa-. Hay mucha gente aquí que te echa de menos...

-No tanta-ríe Amiko-. Siempre has sido un poco soso, primo.

-Hay una chica en Nueva York con la que te llevarías genial-masculla Ryuku, recordando a Toni y prometiéndose que algún día tenía que llevarla a Japón para presentarle a su familia y a sus amigos-. Pero sí, mañana llamaré a Shian, y a Sasume. Y tengo que comprar algo para el hijo de Matsuo y Kirase, aún no le conozco... y debería llamar a Siko...

El ruido de un vaso al romperse tras él pone en alerta a Ryuku, que se gira empuñando uno de los cuchillos de cocina a modo defensivo, sólo para encontrarse con una azorada Amiko que mira atónita a la anciana, repentinamente pálida. A sus pies, hay un cuenco roto.

-¿Qué ocurre?

-Abuela, ¿no le dijiste nada?

-Estaba tan lejos... ¿qué podría haber hecho?

-Abuela, no...

-¿Qué ha ocurrido, Abuela?

-Siko... Siko murió hace tres meses, Ryuku. Un accidente de coche...

-Un ajuste de cuentas, Ryuku-continúa Amiko, censurando con la mirada la mentira de su abuela-. Sabes que la familia de Siko siempre estuvo mezclada en turbios asuntos con la Yakuza, y... ella lo terminó pagando.

-¿Y la gente que lo hizo?

-No se pudo demostrar nada, solo... un accidente de coche. Tres días después su padre se suicidó, y todos sus negocios fueron comprados por Masato Naro. Fue terrible, ella... estaba embarazada.

-¿Embarazada?-susurra Ryuku, pálido como la cera-. De... ¿de cuanto?

-Le quedaban unos días para salir de cuentas, iba a dar a luz. Ryuku, ¿por...? Oh, no. No, no, no, no. Ryuku, dime que no...

Ryuku Orsono y Siko Makeshi habían sido amigos desde la infancia. Sus familias podían extender sus linajes hasta el siglo XV, y aunque los Makeshi se habían introducido en el oscuro mundo de la Yakuza, eso no había evitado que hubieran mantenido unos lazos de amistad perfectamente normales con los Orsono. Ryuku y Siko habían comenzado juntos a estudiar derecho en la Universidad, habían compartido clases, profesores y amigos. Habían compartido fiestas. Y habían compartido una sola noche de alcohol, de soledad y de pasión en las ruinas del castillo Orsono durante el cumpleaños de Ryuku, la única vez que Ryuku había hecho el amor con una mujer. Y de eso, iba a hacer un año.

-Ryuku, no puedes decirme que tú y ella...-susurra Amiko.

-Nunca quiso decir quien era el padre de la criatura, Asuke se puso furioso con ella...-masculla la Abuela, pero Ryuku niega con la cabeza.

-Necesito estar solo-dice él, sin saber como sentirse, dejando el cuchillo en la mesa junto al salmón que estaba cortando, y saliendo de la cocina en dirección al jardín.

-Debería...-dice Amiko, pero la anciana Shiori niega con la cabeza.

-Déjale-ordena la anciana-. Ahora sí necesita estar solo.

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Distrito de Chuo, Edogawa. Los 23 Barrios, Tokio.

Se desliza despacio en la bañera llena de agua caliente y espuma mientras la voz de María Callas en Madame Butterfly se extiende poco a poco por el inmenso baño. Una de las chicas del servicio, vestida con un sencillo kimono blanco, abre un frasco de jabón de miel y comienza a lavarle el cabello, mientras otra muchacha pasa con delicadeza una esponja natural por sus brazos, manos y pechos. Multitud de pequeñas mariposas cubren su piel en forma de tatuajes, y la sirvienta se recrea en la observación de los pequeños detalles con los que se han dibujado los pequeños insectos sobre la piel de porcelana de su señora.

El sonido de un teléfono móvil rompe la paz de la escena, y una tercera muchacha se apresura a descolgarlo para molestar lo menos posible a su señora, pero su rostro enseguida muestra preocupación mientras se acerca a su señora, a la que llamaban simplemente "Cho", Mariposa, la nueva señora de la Yakuza japonesa.

-Señora-dice, y Cho abre los ojos y gira levemente la cabeza hacia ella.

-Sí-dice, asegurándose de que la sirvienta no la mira directamente. No hay espejos en la sala, nadie debe mirarle directamente a la cara, ni siquiera ella.

-Vuestros hombres del aeropuerto dicen que él ha vuelto. Ryuku Orsono está en Japón.

Cho asiente y se incorpora en la bañera, mientras las dos mujeres que la atienden se apresuran a secar su cuerpo con lienzos de lino blanco, y la tercera, acude con un kimono de seda de color verde pálido y una máscara de porcelana con una mariposa dorada pintada sobre un ojo y una mejilla. La mujer que antes atendía al nombre de Siko Makeshi y ahora es conocida simplemente como Cho, se envuelve en la seda, y se pone la máscara antes de coger el teléfono móvil y dar una sencilla orden.

-Traedlo.

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1.- El Regreso del Guerrero.

2.- En Titanes 38, en DCTopía. Creeper formó parte del grupo hasta su encuentro con Lord Manga Khan, en Titanes 45 y 46, también en DCTopía.

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CORREO DE LOS TITANES

Bueno, este es el primero de los dos números que dedicaré al personaje de Bushido, aprovechando que es un personaje prácticamente desconocido y que me va a permitir mucho juego... tanto, que por un momento, pensé en llamar a este arco "Bushido: Secret Origin"...

Y mientras llega el número siguiente... ¡¡¡este mes nuestro venerado jefe me ha dejado unos comentarios en Facebook y el Foro, comentarios que me apresuro a reproducir y contestar aquí!!!

"Lo mejor, la portada"

La cara maligna de Egg Fu te quedó muy bien... a ver como te apañas con la de este número...Mwah ha ha ha...

"Al leer a G'Nort, por algún motivo, pienso que a esta serie le faltan Booster y Beetle..."

Sigo teniendo en mente un proyecto para unirlos... y creo que Cano tiene otro... pero claro, visto lo visto... Yo igual iba releyendo los viejos números de JLI...

"Entre la tira de Evil Mike y lo de Bushido, tenemos mucha ración de besos gays este mes, no? Jejeje..."

Será cosa del editor, que habrá querido convertir Diciembre en el mes gay de Marveltopía..

"Has conseguido hacer de Egg Fu un villano creible, y no un Humpy Dumpy cualquiera, felicidades. Espero que vuelva a aparecer pronto."

Me quedé con la versión anterior a Crisis Infinita, que decía que era "Un superordenador de Apokolips"... y más que un superordenador, me gustó la idea de que fuera algo tan "sencillo" como un programa de IA, enviado a la Tierra para hacerles pagar la intervención que tuvo la JSA en la guerra entre Apokolips y Nueva Génesis... y que de momento, Apokolips va perdiendo. ¿Qué vuelva a aparecer pronto? Sí, lo hará. Si todo va bien en la próxima gran saga de Titanes, Amanecer en Escarlata. ¿Qué no te he mandado los planes todavía? Uy, que fallo... pronto, jefe, pronto...

"¡Esperamos el siguiente número pronto!"

¡En tus manos lo tienes ya!

 
 
   
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