ALPHA FLIGHT #140
Normalidad, ¿qué es eso?
Guión:
Luis Capote
Portada: Vic Montol
La mañana se presentaba muy fría en Montreal mientras Jean Paul se
aproximaba a su destino. No iba vestido con su uniforme, no iba volando. Hoy
no sería Estrella del Norte, pues era a Monsieur Beaubier a quien habían
convocado al edificio al que se aproximaba con paso un tanto apresurado,
sede del Ministére de la Famille et de l´Enfance de Québec. Llevaba un
pequeño portafolio en el que había guardado la misiva que con el membrete
ministerial había encontrado en su buzón hacía tres días, para que asistiera
a una "reunión". Entró y tras pasar el control de seguridad presentó su
carné en recepción.
- Ah, Monsieur Beaubier. Sí, diríjase a esta planta - dijo uno de los
encargados, señalando un panel y apuntando hacia el piso donde se situaba el
despacho del ministro - Avisaré para que vayan a recibirle.
- Merci, pero ¿para qué me requieren? - preguntó Jean Paul, más intrigado
aún.
- No lo sé, señor. Sólo soy un recepcionista.
Con un suspiro, Beaubier controló el deseo de subir volando por el
hueco de las
escaleras y dirigió sus pasos hacia el ascensor. Aunque amplio, el cubículo
estaba repleto de funcionarios camino de sus puestos de trabajo, algunos de
los cuales lanzaron quedas miradas hacia él, cuando no insolentes gestos.
Como siempre, los susurros y cuchicheos llegaron a los oídos de Jean Paul.
Franchute, héroe, muti, patriota, maricón, campeón... Estaba ya más que
acostumbrado al soniquete que formaba la expresión en voz baja de las
distintas realidades de su existencia, así que como siempre lo ignoró, como
todo aquello que resultaba desagradable. El ascensor se fue vaciando y sólo
estaba él cuando alcanzó la planta correspondiente. Al salir, un hombre y
una mujer elegantemente trajeados le esperaban
- ¿Monsieur Beaubier? Je suis Madeleine Delacroix ¿ça va?
- Ça va bien - respondió Jean Paul, estrechando la mano de la mujer, al
tiempo que lanzaba una mirada al hombre, que permanecía aparte.
- Et Je suis Jean Valjean - dijo al fin. Por favor, M. Beaubier. Síganos.
Jean Paul sonrió al escuchar aquel nombre - alguien en su familia
tenía mucho
sentido del humor, aparte de una afición por Víctor Hugo - pensó. Pero
tampoco pasó desapercibida la frialdad con la que Valjean le había tratado,
vagamente revestida de cortesía. Los siguió hasta una elegante sala de
reuniones, donde tomó asiento, mientras los dos funcionarios ocupaban los
puestos situados justo enfrente de él.
- ¿Desea tomar algo, M. Beaubier? - preguntó Ms. Delacroix.
- Non. Deseo saber por qué me han convocado aquí. En su carta no me informan
de nada.
- Bien, M. Beaubier - empezó Valjean expresándose en inglés - El motivo de
esta reunión tiene que ver con su solicitud de adopción sobre la menor que
tiene en acogida, Susan Peters. Su petición ha causado cierto... interés,
por llamarlo de alguna forma.
- ¿Interés? - inquirió Jean Paul pasando al inglés - Esto tiene poco que ver
con mi otra identidad. Soy un ciudadano que ejercita un derecho reconocido
por la legislación vigente.
- M. Beaubier - intervino Delacroix, en un intento de disolver la tensión
que empezaba a percibirse en la sala - para bien o para mal, sus actividades
como Estrella del Norte son difíciles de separar. Desde sus tiempos como
esquiador ha sido usted un personaje público y una petición de esta índole
no pasa desapercibida. Yo... no sé si me explico...
- Perfectamente, Madame. Pero yo sigo sin vislumbrar el motivo de esta
reunión.
- M. Beaubier - empezó Valjean - No sé si conocerá el interés que el
gobierno de Québec tiene respecto al tema de la infancia. La existencia de
un ministerio específico es prueba más que suficiente de ello. Tenemos bajo
nuestra responsabilidad la protección de la infancia en todo el estado, y la
adopción es un asunto fundamental...
- No creo que me hayan citado para recitarme un discurso sobre la política
del "estado" - lo cortó Beaubier, que guardaba poco respeto por las
instituciones quebequenses, en la medida en que suponían un acatamiento a la
existencia de Canadá - Antes que superhéroe o esquiador me permito
recordarles que fui adoptado. Sé perfectamente lo que ello supone.
- M. Beaubier - dijo la funcionaria - Nadie ha dicho que no lo sepa. Por
favor, no nos malinterprete. Es sólo que queremos cambiar unas impresiones
con usted. Nada más.
- ¿Y para ello me hacen venir a este edificio y me reciben dos asesores
ministeriales? Francamente, Madame, no la creo.
- Ya basta, Beaubier - respondió Valjean - No estamos aquí para aguantar sus
impertinencias - siguió en un tono tan duro, al tiempo que ignoraba a su
compañera, que intentaba que lo suavizara - Su solicitud de adopción ha
caído como un trueno entre las instituciones vinculadas a la infancia y ha
puesto a nuestro departamento en una posición muy delicada.
- Empiezo a entender. Para ustedes no soy la persona más adecuada para ser
padre adoptivo, ¿no es así?
- M. Beaubier - lo interrumpió Delacroix, alarmada por el cariz que tomaba
la reunión - Por favor, comprenda que su... ejem... profesión nos hace
plantear ciertas precauciones...
- ¿Mi profesión, Madame? Oui, no es de las menos arriesgada, pero no creo
que ustedes hayan negado las solicitudes cuando han venido presentadas por
un militar, un policía, un bombero... Me marcho. Como vuelvan ustedes a
citarme para una charada de este calibre, recibirán noticias de mis
abogados.
- Márchese ahora, Beaubier - dijo Valjean - y esta misma tarde tendrá a los
agentes del ministerio en la puerta de su casa para llevarse a la niña, así
que haga el favor de ser menos engreído.
- Trés bien - respondió Beaubier mientras controlaba sus impulsos - Usted
gana por ahora, Valjean.
- No se trata aquí de ganar o perder, Mr. Beaubier - respondió el
funcionario, que restituyó su tratamiento a Jean Paul ante la alternativa de
tener que escuchar un desagradable tuteo - Es el interés de la menor el que
nos interesa.
- La niña está perfectamente, cosa que deben saber sobradamente.
- Lo sabemos, Mr. Beaubier - dijo Delacroix - Ha hecho una labor admirable,
pero debe recordar que la adopción genera un vínculo más importante que el
acogimiento.
- ¿Entonces?
- Entonces, Mr. Beaubier - intervino de nuevo Valjean - nos cuestionamos si
sería usted un buen candidato a la paternidad, sobre la base de los
precedentes. No le engañaré. Cuenta usted con muchos detractores, pero
también con muchos defensores.
- Mi condición pública me ha granjeado simpatías y antipatías. Eso es obvio.
- No tanto su condición pública como sus actividades y posicionamientos en
aspectos candentes. Su solicitud no es aún muy conocida, pero ya
determinados representantes de los agentes sociales de Montreal han hecho
llegar su opinión.
- Mr. Valjean, no me interesa lo que se dice de mí en los corrillos de esta
ciudad. Quiero y exijo que se tramite mi solicitud como la de un ciudadano
más. Nunca he empleado mi condición para considerarme por encima de los
demás, pero no pienso tolerar que se me sitúe por debajo.
- Esos corrillos, como usted los llama, conforman un foro que ha expresado
una preocupación genuina por la infancia de este país. Su opinión no es
vinculante pero tampoco puede ser desoída. Como órgano de expresión de una
serie de colectivos, es lógico que las opiniones sean discordantes.
- ¿Y qué va a hacer? ¿someter mi petición a una votación entre quienes me
estiman y los que me detestan? ¡Esto es ridículo!
- Por favor - intervino Delacroix - Entienda que sólo nos interesa la
pequeña Susan. ¿Cree usted que estaría cómoda si acabara siendo el centro de
una polémica?
- No, sin duda, pero eso ahí donde se supone que entran ustedes. Deberían
poner coto a esa suerte de... de... chantage! No he arriesgado mi vida por
este país para sus burócratas me den la espalda y me nieguen algo a lo que
me asiste la ley vigente.
- No se queje tanto, por el amor de Dios - se arrancó Valjean - y menos
hable de chantaje para luego restregarnos su pertenencia a Alpha Flight...
- Trés bien! ¡Entonces dígame qué demonios quiere de mí!
- Queremos que retire su petición.
- Non! Si quieren negarme la solicitud, háganlo, pero me encargaré de
llevarles ante los tribunales, aunque tenga que apelar hasta la Corte
Federal. No piensen que voy a hacerles el trabajo sucio.
- Le estamos proporcionando una salida digna, Beaubier - intervino Valjean -
Un conflicto judicial le haría más daño que bien. Perdería a la niña.
- Parece que voy a perderla de todos modos, así que no voy a ponérselo
fácil.
- Por favor, caballeros - estamos hablando de una menor - Mr. Beaubier. Si
accede a nuestra petición, podríamos prorrogar indefinidamente la situación
de acogimiento.
- La niña está bien conmigo pero no sirvo para ser padre. Díganme ¿qué es lo
que marca la diferencia? Ah, bien. No hace falta que contesten. Está claro
que mi "posicionamiento" en ciertos "asuntos candentes" ha sido terminante,
non? Muy bonita la postura de este presunto gobierno: progresismo oficial y
cerrazón burocrática.
- Ahora soy yo el que le pide a usted que me ahorre los sermones, Beaubier.
Por la niña y no por usted hemos concertado esta entrevista. Está claro que
está a gusto con usted, pero la opinión pública nos desollaría vivos si se
la diésemos en adopción. No va a ser su hija, métaselo entre esas orejas
puntiagudas porque nadie va a poner su puesto en la picota para satisfacer
sus necesidades paternales, así que coja lo que se le ofrece.
- Sólo usted ha puesto su cabeza en el tocón, Valjean. Voy a ir a los
tribunales. Mi elección personal sobre un asunto privado no puede situarme
al margen de la ciudadanía, a menos que esta democracia tutelada desde
Ottawa sea más ficticia aún de lo que creía.
- ¡No diga sandeces, Beaubier! Su elección podrá ser personal pero no tiene
nada de privada. Bastante malo es ya a mi entender que haya representado al
país como deportista y como superhéroe alguien como usted...
- ¡Siempre igual! Gente como usted pretendería devolvernos a las cavernas ¡a
las cárceles! Escúcheme, maldito papelero: me da igual que Canadá se haya
impregnado de la ola de puritanismo venida de los Estados Unidos pero yo,
Jean Paul Beaubier, mutante conocido, homosexual reconocido y orgulloso de
serlo, tengo derecho a la adopción como cualquier heterosexual.
- ¡¿Quién demonios ha hablado aquí de su puñetera elección?! - estalló
Valjean poniéndose en pie - ¡Poco importa que usted dé o se deje dar por
culo o que le brillen las pelotas por la noche! - barbotó mientras las venas
del cuello de Jean Paul se hinchaban y Delacroix era presa de una sensación
sofocante de vergüenza - ¡Poco importa cuando fue usted miembro de una
organización terrorista!
Jean Paul se quedó mudo, casi por primera vez en su vida. Acostumbrado a
pechar
con la hostilidad debido a su opción sexual, no solía tener muy en cuenta
aquella parte de su pasado en la que creía en que el fin justificaba siempre
los medios, y en la que ayudó a cometer delitos de sangre. Poco a poco fue
recuperándose hasta empezar a articular unas palabras de defensa.
- Esa parte de mi vida está acabada, Mr. Valjean. Si utilicé métodos
inadecuados para hacer efectiva una causa en la que creí, creo y creeré,
pienso que mis actividades posteriores han servido para enmendar ese error.
Amigos y enemigos deben valorar que he luchado por salvar sus vidas sin
distinción.
- ¡Inadecuados! Viva el eufemismo, Mr. Beaubier. Fue usted cómplice en una
serie de atentados y sólo por un milagro que no alcanzo a comprender no ha
acabado en el banquillo de los acusados. Su posición puede haberle permitido
escapar de la justicia, pero permitir que un terrorista eduque a una menor
es simplemente inaceptable.
- ¿Terrorista? - respondió Jean Paul con rabia creciente - Esa parte de mi
vida está acabada y pagué con creces mi pertenencia al grupo1. Sacar este
trapo es algo vil e indigno de un quebecoise y más propia de un lacayo de
Ottawa.
- No vaya por ahí, Beaubier. Soy tan quebequés como usted. Más aún, porque
usted se ha llenado de palabrería grandilocuente, pero no le ha importado
vestir los colores de Canadá, de esa bandera que decía despreciar cuando le
ha interesado. Usted no representaba a Québec en los juegos olímpicos o
formando parte de Alpha Flight. Representaba a Canadá, y créame que a nivel
personal, como quebequés y como canadiense, me parece usted un perfecto
hipócrita.
Por toda respuesta, Jean Paul amagó un centenar de puñetazos a
supervelocidad, de
modo que el impulso generado golpeó a Valjean sin tocarlo, haciéndole caer
sobre su asiento y derribándolo en el suelo. Sin echar una mirada al caído
se dio la vuelta en dirección a la puerta, dejando claro que la entrevista
había terminado en fracaso. Cuando llegaba a la salida, una voz y unos pasos
apresurados se acercaron.
- ¡Monsieur Beaubier! ¡Por favor...!
- Madame Delacroix - respondió éste sin darse la vuelta - No voy a aceptar.
Espero que este ministerio tenga un buen asesor jurídico y un buen equipo de
abogados porque los van a necesitar.
- Monsieur Beaubier, por favor. Piense en Susan...
- Es lo que estoy haciendo - dijo volviendo la cabeza.
- No, no lo está haciendo. Jean se ha pasado de la raya, lo reconozco, pero
usted tampoco ha sido muy cortés. Ninguno ha pensado en las implicaciones
que un proceso judicial tendría para una niña tan pequeña que ha pasado
además por experiencias muy traumáticas.
- Eso dígaselo a su compañero.
- Ya lo hice, como se lo digo a usted. Por favor, piense en Susan.
- Su padre murió por sobredosis. Su familia había desaparecido. Soy la
primera persona que se preocupa por ella en toda su vida. ¿Dónde estaba su
flamante departamento cuando todo eso pasaba? Non, Madame. No voy a permitir
que me pisoteen para llevarla a Dios sabe donde...
- El estado tiene buenos conciertos con instituciones privadas, algunas muy
buenas...
- ¿Como el colegio de monjas al que llevaron a mi hermana? No, gracias.
Quizá oficialmente puedan arrebatarme su custodia temporal, pero antes de
diez minutos habría una demanda civil para recuperarla y una querella
criminal contra ustedes.
- Mr. Beaubier... Jean Paul... - dijo Delacroix mientras posaba su mano en
el hombro y lo obligaba a mirarla directamente a la cara - No voy a permitir
que le arrebaten a Susan, al menos hasta que se sustancie el expediente con
su solicitud de adopción. Tal y como están las cosas pueden pasar meses,
hasta años y el propio Jean ha tenido que reconocer que la niña está en
buenas manos, pero le sugiero que reflexione. No por usted, no por nosotros
o por Québec. Sólo por la niña.
Jean Paul no respondió y bajó por el ascensor. Una vez fuera del
edificio no
reprimió sus impulsos y alzó el vuelo a supervelocidad, surcando en círculos
el cielo de Montreal e intentando quemar toda la rabia de su interior.
Malditos burócratas - pensó mientras las palabras de Valjean reverberaban en
su cerebro. Después de diez minutos a máxima velocidad empezó a descender.
Equivocado o no, con razón o sin ella, estaba claro que no podría
derrotarles fácilmente. Aterrizó cerca de su casa y entró. No había nadie.
Cogió el teléfono en busca de mensajes pero ninguno era de la persona que le
interesaba. - Mon Dieu! Raúl ¿dónde demonios estás ? - Su pareja no había
dado señales de vida en mucho tiempo y de repente se preguntó cómo podía
pensar en formar una familia en esas circunstancias. Se dejó caer sobre un
sofá y miró al techo un largo rato hasta que el sonido de la puerta y las
risas de una niña pequeña se acercaron. La pequeña Susan había vuelto y se
tiró sobre él dándole besos y abrazos.
- ¡Hola Jean Paul! ¡He estado en el parque y he tomado chocolate! ¡el tío
Judd es muy bueno! ¡Me ha contado un montón de historias! ¿Sabes que fue
torero?
- Oui, Susie. Lo sé. Anda, sube a cambiarte que "el tío Judd" y yo tenemos
que hablar. Gracias por acceder a cuidar de ella, Judd. No confío mucho en
una niñera convencional...
- Es una niña muy buena ¿eh? - dijo el aludido, que se acercó a Jean Paul
mientras sonreía a la niña que se iba - Bueno ¿qué tal ha ido?
- Me temo que mal, Judd. El ministerio ve con muy malos ojos mi solicitud.
Temen a la opinión pública y su reacción ante la posibilidad de que un
antiguo terrorista se haga cargo de una menor.
- Malas noticias ésas - respondió Puck, un tanto sorprendido por el grado de
sinceridad y confianza que destilaban las palabras de su compañero de
equipo, normalmente altivo y distante - ¿Tendrás que ceder su custodia?
- De momento parece que no. No son tan estúpidos como para negar la
evidencia y la niña permanecerá conmigo hasta que tenga la respuesta
definitiva. Al paso que van pueden pasar años, pero quiero que tenga un
hogar estable, Judd, no una situación temporal.
- ¿Por qué me cuentas esto, Jean Paul? Nunca has confiado demasiado en
ninguno de los alphas, fuera de... de Aurora...
- Lo sé, Judd, pero ya no puedo más. Jeanne Maríe ya no está. Raúl no
contesta a mis llamadas y por una vez en mi vida no sé qué camino tomar. No
estoy seguro de que llevar la solicitud de adopción hasta sus últimas
consecuencias sea lo más adecuado para Susie.
- Mira, Jean Paul, aunque luego vuelvas a ser el insoportable Estrella del
Norte de siempre, voy a darte un consejo, aunque sólo sea porque de tener
algo de pelo sobre mi cabeza peinaría por edad unas cuantas canas más que tú
¿eh? A lo largo de la vida somos muchas cosas, adoptamos muchos papeles.
Mírame a mí: he sido soldado, aventurero, ladrón, mercenario, matón,
superhéroe, gigante, enano... Todas ellas han marcado y dejado algo en mí,
pero no impido que esas experiencias dirijan toda mi vida ¿comprendes?
- No estoy seguro. ¿Quieres decir que no debo olvidar mi pasado terrorista
pero tampoco dejar que lastre mi existencia?
- Lo has entendido ¿eh? Por experiencia sé que tomar vidas es una carga muy
pesada. Tú tuviste la suerte, si podemos llamarla así, de no mancharte las
manos, al menos no directamente, al contrario que yo. Lo importante es que
intentamos redimir ese error salvando vidas en lugar de segándolas ¿eh?
- Los funcionarios del ministerio no lo ven así... para alguno de ellos no
sigo siendo más que un terrorista a la espera de juicio.
- No importa como nos vean los demás sino como nos veamos nosotros mismos.
Si tú no eres capaz de imponer tu propia visión, habrás perdido la batalla
de antemano.
- Oui, Judd, pero aquí no es sólo de mí de quien hablamos. Está Susie...
- La he visto jugar esta mañana, Jean Paul. Desde aquí podemos oír sus
risas. Creo que por eso no tienes que preocuparte ¿eh?
- Merci... Eugene - respondió Beaubier esbozando una sonrisa.
- ¡Ey! Es la primera vez que te veo sonreír, maldito franchute - dijo Puck
con una sonora carcajada.
- ¡Jean Paul! - dijo Susie que volvía a la carrera seguida por Rocky -
¿puede Tío Judd quedarse a almorzar?
- Sí, si él quiere. Creo que hoy se lo ha ganado - respondió Jean Paul.
Los tres se dispusieron a prepararlo todo. Mañana habría tiempo para
afrontar los
problemas; mañana volvería a preguntarse qué pasaría en aquella historia, a
añorar a su hermana y a su amante, pero hoy disfrutaría del amor de una niña
y del consejo de un camarada. Hoy los tres comerían como una familia normal.
1.- Se vio en un Marvel Fanfare en el que dieron pasaporte a todos los compañeros de bomba de Estrella del Norte.
CARTAS DESDE CANADA
Hasta la próxima.
Israel López Fernández (también conocido como Rocket)