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Hay un dicho que dice "Ten cuidado con lo que deseas, puesto que puede hacerse realidad"; Alan Matthews descubrió, muy a su pesar, que es completamente cierto...
 
Aparecido

APARECIDO #1 DE 10
...El abismo te devolverá la mirada
Guión: Alex García

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Portada: Alan, desnudo y de pie sobre varios cadáveres, mirándose a sí mismo con expresión sorprendida.

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Mi nombre es Alan Matthews. O al menos antes lo era. Supongo que para que me comprendáis debo remontarme al principio de mi historia. Procuraré no retroceder mucho ni aburriros con detalles insípidos.

A modo de resumen os diré que pasé mi infancia en un piso justo enfrente de Central Park, en Nueva York, con mis padres. Papá era mecánico y mamá enfermera. Era un niño bastante introvertido, así que nunca tuve muchos amigos, aparte de los cómics de superhéroes; me pasaba horas y horas soñando con ser uno de ellos, con poder volar como Superman o llevar la armadura del Hombre de Hierro. Una de los pocos amigos reales que tenía era Derek Williams, hijo del Profesor Edward Williams, gran amigo de mi padre y científico de cierto renombre, viudo hacía unos tres años. Irónicamente no fue su hijo quien se interesó por seguir sus pasos, sino que fui yo quien se interesó por la ciencia en general: parecía un buen refugio del mundo exterior, y yo aprendía rápido. El Profesor se mostraba sorprendido y complacido a la vez de mi capacidad de aprendizaje. Además me hallaba MUY atraído por Cindy Brackett, una de las ayudantes del profesor, aunque comprenderéis que con una infancia como la mía no había conocido a muchos miembros del sexo opuesto que no fuesen de papel, con lo que nunca me atreví a decirle nada; continuaba evadiéndome de todo.

Llegó un día en que el mundo exterior se cansó de ser evadido.

Cuando pienso en ese día sólo veo explosiones y oigo gritos; recuerdo haberme asomado a la ventana y ver cuatro figuras que se hacían llamar "Los Jinetes de Apocalipsis", volando en sus monturas - menos uno de ellos, de alas metálicas -, matando gente a diestro y siniestro. También recuerdo una nave gigantesca, como sacada de una película de ciencia-ficción, dirigiéndose hacia mi edificio, y después...

Oscuridad.

Traté de moverme, pero no podía, los escombros me cubrían casi por completo y un dolor punzante me recorría la espalda y una pierna. En cuanto mi visión se adaptó a la oscuridad traté de buscar a mis padres... y fue entonces cuando vi el brazo de mi madre que sobresalía de entre un montón de rocas. En aquel momento supe que nunca volvería a ver a mis padres, y me sentí morir.

Tiempo después - ¿Horas? ¿Minutos? No podría decirlo - un potente estruendo sacudió lo que quedaba de las paredes y un resplandor rojo llenó la habitación. Una mano invisible retiró los escombros que me atrapaban y después me levantó con delicadeza. Pude ver a una pareja vestidos con extraños uniformes; el hombre llevaba un extraño visor y la mujer... la mujer era la más bella que nunca hubiese visto. Fue lo último que pensé antes de desmayarme...

Desperté en un hospital.

Lo primero que vi fue personal sanitario corriendo de aquí para allá, debían tener mucho trabajo por delante. Me incorporé con cuidado, pues aún sentía algo de dolor; vi que mi pierna estaba escayolada y mi torso vendado. A parte de eso, sólo parecía tener un par de rasguños; me sentía bastante bien considerando lo que había pasado y prefería no ocupar una cama que pudiese servirle a otro, así que me levanté y cogí un par de muletas que había junto a mi cama. Ni que decir tiene que a la enfermera que me descubrió "escapándome" no le hizo ni pizca de gracia; afortunadamente el Profesor y Derek habían estado buscándome por todos los hospitales de la ciudad, y me llevaron a su casa bajo la responsabilidad del Profesor.

No voy a deciros cómo me sentía al haber perdido a mi familia; no hace falta mucha imaginación para saberlo. El Profesor - sigo sin poder llamarle Edward incluso ahora; supongo que es mi forma de llamarle "papá" - y Derek me apoyaron y se convirtieron en mi nueva familia. Cuando entré en la Universidad el Profesor me cogió como su ayudante, y Derek se fue a Columbia a estudiar Derecho; llamaba todas las semanas y venía a visitarnos a menudo: sin duda, éramos una familia feliz.

Como siempre, algo tenía que acabar con todo.

Onslaught.

El monstruo causó una desolación en Nueva York incluso mayor que la que Apocalipsis y sus Jinetes habían causado. Y la tragedia se repitió. Cuando el profesor y Derek venían en su coche desde el aeropuerto, uno de los Centinelas de Onslaught se cruzó en su camino; Derek murió en el acto, el Profesor se pasó varios días en coma; cuando salió ya no era el mismo hombre.

Edward Williams estaba trabajando en un ambicioso proyecto: a través de varios ensayos sobre dimensiones alternativas del Profesor Reed Richards sostenía que era posible contemplar el nacimiento de otro universo, es decir, el Big Bang que produciría ese nuevo universo. Más aún, afirmaba que esa energía podría ser el origen de la energía vital que anima a los seres vivos; la denominó la Fuente de la Vida.

Claro está, sus colegas se reían de esa absurda teoría, pero sin embargo él recibía fondos de algún misterioso patrocinador para seguir investigando, así que él seguía trabajando en su proyecto sin que nadie pusiese objeciones.

Tras la muerte de Derek, el profesor perdió el control, obsesionado en encontrar esa fuente de energía para poder devolverle la vida a su hijo. Se pasó varios días encerrado en el laboratorio, sólo yo entraba y salía periódicamente para comprar comida o irme a descansar, mientras que él se quedaba dentro.

Una noche tres hombres entraron en el laboratorio; uno de ellos parecía ser su jefe, y decía ser el patrocinador del proyecto y quería ver los resultados. Entonces el Profesor decidió intentarlo y activó la máquina que abriría el portal dimensional. Durante unos segundos no pasó nada, pero entonces se empezó a formar una grieta en el aire, que empezó a ensancharse hasta formar un círculo casi perfecto.

- ¡Eureka! - gritó el Profesor, en un tono que rayaba la histeria -. Ahora, si todo va bien... ¡Sí! ¡Miren!

Y lo hicimos. Al principio sólo había oscuridad... como en la Biblia. Entonces vimos una fina línea de luz, casi imperceptible, que destacaba sobre la negrura.

- Esa energía... tiene que serlo. En cualquier momento puede explotar y generar un nuevo universo. Si pudiésemos contener una ínfima parte...

- Exacto, profesor. Una ínfima parte serviría perfectamente a mis propósitos... la eternidad está a mi alcance- dijo el misterioso hombre, quitándose el sombrero.

Yo no era muy aficionado a las noticias, pero incluso así había oído hablar del mafioso Silvio Manfredi; me volví hacia el Profesor.

- ¿Él? ¿Él ha estado financiando el proyecto? ¿Te das cuenta de con quién estás tratando?

- Perfectamente, Alan, pero el proyecto es muy importante. Sobre todo ahora que Derek...

- Joven - dijo el mafioso -, le recomiendo que se tranquilice. Después de todo con esto no hacemos daño a nadie y todos salimos beneficiados... No haga que me enfade.

Antes de seguir quiero dejaros claro algo: yo siempre fui partidario de aquello de la mejor parte del valor. Lo importante era salir con bien de todo y las peleas me daban pánico, con lo cual lo más normal sería que hubiese cerrado el pico y poder así seguir viviendo.

Pero entonces vi algo que el Profesor, en su estado, no podía darse cuenta: estábamos hablando de la MAYOR fuente de energía que el hombre se pudiera imaginar, ¿Y se la íbamos a dar a un criminal para que la manejase a su antojo? Peor aún, ¿íbamos a hacerle inmortal, en el caso de que el descabellado proyecto tuviese éxito? ¿Quién podría detener a un ser así? Nadie. O mejor dicho, una persona: Yo, si actuaba a tiempo. Así que, guiado por todos los cómics que había leído en mi vida, sintiéndome como un héroe en su momento de gloria, me abalancé sobre la mesa, cogiendo la primera herramienta que encontré e intenté destrozar los controles del portal.

Desgraciadamente ellos eran más, y aparte eran gente fuerte y entrenada, no adolescentes con excesos de peso. Así que me encontré en las manos de Manfredi, quien sonreía malévolamente.

- Bien, no dirá que no se lo advertí - lentamente empezó a empujarme hacia el portal, con una fuerza sobrehumana. Pataleé y pataleé, pero mis golpes no le hacían mella. ¿Cómo era posible? El profesor trató de ponerse en medio, pero el criminal le apartó con un manotazo -; si quiere seguir vivo y resucitar a su hijo, profesor Williams, le aconsejo que se esté quieto - como medida de precaución sus matones sujetaron al profesor -; bueno, joven, como científico que es imagino que siempre habrá sentido curiosidad por conocer el origen del universo, ¿verdad?. Piense en lo interesante que será verlo de cerca... lo último que verá. Oh, y si ve a Dios... dígale que Cabello de Plata le manda recuerdos - Y con un empujón me lanzó hacia la negrura del portal. Lo último que oí fue su voz:

- Ahora nos llevaremos la máquina; usted, profesor, estudiará la manera de extraer parte de esa energía. No me falle si no quiere seguir el destino del joven...

Desde luego, como superhéroe había sido un fracaso. Allí estaba, flotando en medio de la negrura absoluta, aproximándome al hilo de luz, que ya tenía unos 20 metros de largo - y crecía a ojos vista según me acercaba -, aunque sabía que realmente mediría mucho más de 20 miles de millones de kilómetros. No sentía nada de miedo: mi fin era inevitable, y por otra parte Manfredi - Cabello de Plata - tenía razón: sentía curiosidad: curiosidad por si el profesor había conseguido encontrar la respuesta al origen del universo y por si podría verlo antes de morir.

Como respondiendo a mi curiosidad, la línea empezó a retorcerse, convirtiéndose lentamente en un círculo, y después...

Oh, Dios, aquello era imposible... tenía que ser una alucinación...

¡Pero de repente me encontré mirando la silueta de un gigantesco ojo!

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Desperté rodeado de cascotes; por unos segundos fui transportado en el tiempo, a mi antigua casa, cerca de los cadáveres de mi familia, pero la visión de varios cadáveres calcinados cerca de mí me devolvieron al presente: ¿Qué había pasado? No podía recordar casi nada, sólo la oscuridad y...

Miré horrorizado uno de los cadáveres; a pesar de las quemaduras aún era reconocible; las gafas que le había regalado tres años atrás se habían fundido en su cara. A pesar del horror que producía esa visión, o quizás precisamente debido a ello, me abracé con todas mis fuerzas al cuerpo inerte del hombre que me había criado como a un hijo. Me incorporé al oír el sonido de sirenas aproximándose, y entonces me di cuenta de que el laboratorio estaba completamente en ruinas; era como si una bomba hubiese estallado en medio de la sala. ¿Qué había ocurrido en ese lugar? No tuve tiempo de averiguarlo, puesto que entonces oí un chasquido detrás de mí y una voz que dijo:

- Está bien, amigo, date la vuelta y despacito.

Me volví y reconocí a Jim Brooks, uno de los guardias de seguridad; por un momento me sentí aliviado, pero al ver que no bajaba su arma comencé a alarmarme.

- No sé quién eres, pero seguro que tienes algo que ver con todo esto - dijo, mientras sacaba un par de esposas. ¿Cómo era posible que no supiera quién era? El Profesor y yo pasábamos más tiempo allí que en nuestra casa. Me sentía mareado -. Seguro que a la policía le interesará saber qué hace un chaval desnudo en medio del lugar donde acaba de producirse una explosión. Seguro que eres un muti de esos... así que no me des razones para apretar el gatillo.

"¿Desnudo?" Con la tensión del momento no me había dado cuenta, pero... bajé la vista y comprobé que el guarda tenía razón. Un repentino rubor subió por mis mejillas, aunque había algo más que no encajaba y no conseguía darme cuenta de qué. Pero de algo sí me daba cuenta: iban a detenerme y a echarme la culpa de la muerte del Profesor... y el culpable seguía vivo, puesto que no había visto nada parecido al cuerpo robótico de cabello de Plata entre los cadáveres. El pánico y la rabia se apoderaron de mí, y actué instintivamente, golpeando al guarda con fuerza y echando a correr. Oí un sonido fuerte, como cuando revienta un neumático, y un dolor intenso me recorrió el hombro, pero en mi estado mental eso no me detendría. Seguí corriendo, procurando mantenerme entre las sombras, en parte por miedo y en parte por vergüenza por mi desnudez.

Acabé refugiado en Central Park, metido entre un montón de arbustos, pensando qué iba a hacer a continuación, cuando oí unas voces y me acerqué a ver qué pasaba: una pelea entre unas bandas callejeras, al parecer, discutiendo por un arañazo en el capó del coche de uno, o algo así. La cosa fue a peores cuando algunos sacaron unas pistolas y abrieron fuego; matando a casi todos los que no salieron corriendo. Después se echaron a reír y se fueron, sin molestarse siquiera en saquear los cuerpos.

"Saquear los cuerpos". La idea me repugnaba pero también me daba cuenta de que desnudo no iría a ninguna parte; así que me acerqué y empecé a quitarles la ropa a varios, procurando escoger prendas que no estuviesen muy manchadas de sangre o que tuviesen algún distintivo de sus bandas. Antes de vestirme me tomé un momento para vomitar; me sentía asqueado por el espectáculo que contemplaba pero también por lo que acababa de hacer. Me vestí - la herida del hombro ya apenas em dolía - y guardé el dinero de aquellos infelices - unos doscientos dólares - en un bolsillo del pantalón.

Con esa guisa llegué a mi piso; cogí una copia de la llave que siempre guardábamos detrás de una de las lámparas del pasillo y entré en casa. Cansado física y mentalmente, me desplomé en el sofá.

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A la mañana siguiente me levanté y pensé que todo había sido un sueño, cosa que deseché al ver mis ropas. Todo había sido verdad, el Profesor... había muerto. Fui al baño a darme una ducha, y entonces me di cuenta de lo que no encajaba y no me había dado cuenta.

El joven que me miraba desde el espejo no era yo; mucho más delgado, atlético, incluso un poco más alto, y casi mortalmente pálido. Me toqué todo el cuerpo, por si tenía una alucinación, pero no había duda: el del espejo era yo. Aturdido, me senté junto a la bañera: nada tenía sentido, y ni siquiera era un sueño. Me había pasado algo increíble, y no tenía ni idea del cómo ni del por qué; me llevé la mano a la herida del hombro y descubrí asombrado que apenas quedaba una cicatriz.

Maldita sea, ¿Qué me estaba pasando?

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Los noticiarios no dejaban de hablar del trágico accidente en la Universidad Empire State y de la muerte del profesor Edward Williams y de su joven ayudante, Alan Matthews. Así que ahora yo era un cadáver; bueno, yo mismo no estaba muy seguro de que no fuese lo contrario: a mi extraña palidez se añadía una alarmantemente baja temperatura corporal junto a la dificultad añadida de encontrar mi pulso. A todos los efectos, yo era un fantasma, un muerto viviente, un... Aparecido.

La idea me hizo reír: acababa de escoger mi "nombre-código" de superhéroe. A pesar de todo, seguía sintiendo el deseo infantil de ser un superhombre dedicado a deshacer entuertos. Cosa que me sería difícil, a juzgar por el retrato robot que salía en televisión, facilitado por el vigilante del campus. Aunque no era exactamente igual que mi nuevo rostro, mostraba el suficiente parecido para darme problemas. Maldije en voz alta: no era suficiente con haber perdido mi antigua vida, sino que la nueva estaba prácticamente acabada antes de empezar; fue entonces cuando recordé al causante de todo.

Cabello de Plata. Seguramente seguía vivo. TENÍA que estarlo.

Decidí que tenía que vengarme, o al menos obligarle a asumir la responsabilidad de lo ocurrido.

Pero, ¿Cómo encontrar a un mafioso?

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Allí estaba yo, vestido con las ropas que había robado a aquellos cadáveres, en medio de los barrios bajos, intentando encontrar a un capo mafioso. Vale, era una idea estúpida, pero no se puede decir que en aquél momento me sobrasen las ideas.

Entré en el primer tugurio que vi y me senté en la barra. El obeso barman me miró fijamente mientras se hurgaba los dientes con un palillo; no sabía qué pedir - lo más que había bebido en mi vida era una cerveza, y casi me emborracho -, así que pedí lo más fuerte que tuviese. ¿Qué puedo decir? Sentía un poco de curiosidad por conocer las capacidades de mi nuevo cuerpo.

El barman enarcó una ceja y cogió una pequeña botella de la estantería tras de él y vertió un poco del contenido en un vaso tan pequeño que casi parecía un dedal. Ignorando el fuerte olor de la bebida, la apuré de un trago: no estaba mal, tampoco sabía tan fuerte. Como era barato, pedí un poco más, pero esta vez en un vaso grande.

- ¿Estás seguro, chaval? Mira que luego te puede sentar mal, y no seré yo quien te lleve a tu casa.

Le di un billete de 20 dólares y me sirvió lo que había pedido. Eché un largo trago y entonces vi la expresión de perplejidad del barman; algo no iba bien. Miré la botella y leí lo siguiente: Aguardiente de hierbas Stroh, 80º. De ahí la cara del barman: me estaba bebiendo algo que por lo menos debería rascarme la garganta como si fuese agua, y aún no me estaba haciendo ningún efecto. Si quería pasar desapercibido, había logrado el efecto contrario.

Una hora después:

Estaba sentado en una mesa con otros cuatro tipos, borrachos como cubas, quienes me habían retado a una especie de concurso de aguante. Si me ganaba la confianza de esa gente quizás averiguaría algo, así que acepté. Por pura preocupación fingí estar cada vez más borracho, imitando a la gente a mi alrededor; por el estado de mis contrincantes estaba a punto de acabar, y así fue: un cuarto de hora después habían salido corriendo al baño, dejándome como vencedor, rodeado de aplausos, silbidos y eructos varios. La gente me invitaba a beber, y más de uno me preguntó si buscaba trabajo; ésa era mi oportunidad.

- Puede - dije, procurando parecer un poco borracho -, pero estoy buscando algo grande, ¿Sabes? Quiero trabajar con alguien de categoría.

Lo siguiente fue lo más sorprendente de todo: siempre había creído que los criminales eran reservados, pero en menos de 10 minutos me enteré de alrededor de 16 futuros golpes de grandes jefes de la mafia - Kingpin, Cabeza de Martillo, la Rosa... -; entre ellos uno en particular me interesaba... hombres de Cabello de Plata iban a robar en unas instalaciones de la Roxxon dentro de un par de noches.

Al fin sabía dónde encontrarle; la pregunta era: ¿Sería capaz de lograr mi venganza?

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PRÓXIMO NÚMERO: Alan va en busca de Cabello de Plata... es una lástima que halcón oscuro se entrometa en su camino.

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EL OJO EN EL CIELO

Bueno, aquí empieza una de mis ralladuras de tarro... espero que os guste. Ah, por cierto, busco nombre para el correo, animaos enviadme ideas. Podéis escribir a alexmola@hotmail.com

 
 
   
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