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Amor u odio. Riqueza o pobreza. Salud o enfermedad. Felicidad o tragedia. Poder. ¿Qué puede cambiar la naturaleza de un hombre?
 
Aparecido

APARECIDO #4 DE 10
Si los problemas no vienen al Aparecido, el Aparecido irá a los problemas, *suspiro*
Guión: Alex García

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Portada: Alan, rodeado de tumbas. Tras él, sobre una de ellas, una figura encapuchada en sombras; sólo se ve su cara, en forma de calavera, recordando a la muerte. En lugar de guadaña empuña una espada y un escudo.

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Despierto empapado de sudor, tras otra pesadilla en la que estaba de nuevo sepultado en los escombros de mi antigua casa, el día que murieron mis padres; miro a mi alrededor y compruebo aliviado que sigo en la habitación que he alquilado.

Me levanto de la cama y descorro las cortinas de la ventana; la luz de la mañana inunda la habitación y espanta mis fantasmas personales al tiempo que me maravillo de la belleza de Nueva Orleáns. Siempre, desde que era niño, he deseado conocer esta ciudad; posee un misterioso encanto, tanto por su arquitectura como la enorme variedad de culturas que contiene. Por supuesto, el mito del vudú, tan fuerte aquí, no hace sino acrecentar el misterio, y su evidente atractivo para un tipo autodenominado Aparecido. Lo que más lamento es que falte tanto tiempo para el Carnaval... lo que daría por presenciar el Mardi Gras. Bueno, no tendré más remedio que volver a visitar N.O. más adelante... una idea que no me disgusta en absoluto.

Me visto, salgo de mi habitación y bajo las escaleras que llevan a la calle. Es en ese momento cuando entra la señora Bevier, la mujer que regenta la pensión.

-Buenos días, Alan. ¿Qué tal has dormido hoy, cariño?

-Bien, Edna, muchas gracias -desde el primer momento insistió en que la tutee-. Estoy listo para conocer un poco más Nueva Orleáns.

-Todos los turistas sois iguales -ríe-. Una vez que entráis la ciudad os atrapa y ya no os suelta. No serías el primero que se acaba instalando aquí.

-Si ese es el mayor peligro, por mí encantado -sonrío-, aunque me temo que me marcharé dentro de poco. ¿Hay algo que me recomiendes visitar hoy, Edna?

- Depende de tus gustos, dulzura, pero si no has estado aún en la Catedral de San Luis deberías hacerlo; también está la Casa de la Moneda y el Museo de Luisisana. Te recomendaría el Cementerio Número Uno de San Luis -tuerce el gesto-, pero me temo que con los años se ha convertido en un refugio para bandas criminales. Una lástima... hay tumbas verdaderamente hermosas.

- Umm. Aún así puede que lo visite.

- Es tu vida, querido.

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A mediodía, tras una interesante visita al Museo de Luisiana me siento en un banco en el Parque de la Ciudad, ensimismado con la visión de sus jardines y estanques, destacados entre sus bosques. Un par de bandas aficionadas de jazz están tocando, y mis pies empiezan a moverse por sí solos al compás de la música.

Siento tristeza, pues sé que en el fondo no estoy sino prolongando mi marcha de la ciudad; yo ya no pertenezco a ningún sitio, y cuanto más tiempo me quedo, más apartado me siento. Planeo una última visita a la catedral -la visité el primer día, pero quiero verla más detenidamente- y por último al cementerio; es un lugar peligroso, pero me siento extrañamente atraído por él.

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"Proceda a su propio riesgo", reza el cartel de la entrada. Lo más sensato sería marcharme... pero el creerse muerto le da a uno arrebatos de valentía -de soberana estupidez, más bien- que jamás había sentido, así que entro con paso firme, aunque por el horario de la entrada apenas queda un cuarto de hora para cerrar.

La verdad es que el cementerio es una obra de arte: ninguna de las tumbas está bajo tierra, todas están en nichos o en hermosos panteones. Según la guía turística esto se debe a que el cementerio está por debajo del nivel del río, y los muertos enterrados serían arrastrados por el río hasta las calles de la ciudad; en mi mente veo otra vez los cadáveres de mis padres y de Edward y Derek Williams, esta vez flotando en el río, y siento un ligero mareo....

Siempre me he sentido a gusto en los cementerios... no, más bien siempre me he sentido en paz y calma en los cementerios, incluso antes de hacerme llamar Aparecido. Quizás se deba a que a esos sitios no va mucha gente, y uno puede relajarse y disfrutar del silencio... quizás sea antisocial, pero me gusta estar solo de vez en cuando. Hablando de falta de gente, me sorprende que no hay nadie, ni bandas armadas ni nada. ¿Será su día libre?, pienso jocosamente, pero sé que no tendré tanta suerte.

A lo lejos el encargado avisa a voces que va a cerrar y que si queda alguien que salga. Teniendo en cuenta que podrían pegarle un tiro, no me sorprende que no se arriesgue a entrar a comprobar que no quede nadie... además, empieza a oscurecer.

Estoy en camino a la salida cuando una tumba me llama la atención. Consulto uno de los folletos que cogí en el Museo de Historia del Vudú... sí, es la tumba de Madame Marie Laveau, la más famosa reina del vudú. Sin duda, la tumba del Doctor John no debe estar muy lejos.

La tumba me produce una sensación de respeto -¿O es más bien temor supersticioso?- casi palpable; toco con mis fríos dedos la puerta y casi podría jurar sentir un agradable calor que me recorre el brazo y el resto del cuerpo. Me dejo llevar por esta sensación y me quedo absorto en mil reflexiones sobre los últimos acontecimientos de mi vida.

Cuando quiero darme cuenta es completamente de noche; apresuro el paso hacia la puerta, pero está cerrada. Maldigo entre dientes y busco el muro que sea más fácil escalar.

La noche le da un aire especial a los cementerios. No tenebroso, sino casi místico; casi puedo sentir a todos los que están enterrados aquí, como si me diesen la bienvenida. Aunque cierto es que teniendo en cuenta dónde me hallo, casi espero que el vampiro Lestat salga en cualquier momento de una de estas tumbas.

Al fin encuentro una tumba de baja altura apoyada contra uno de los muros, así que encaramo la mochila y empiezo a trepar. En mitad de mi escalada oigo voces procedentes del exterior y suelto varias maldiciones en silencio: no me encuentro ninguna banda DENTRO del cementerio y tengo que encontrármela FUERA. Alguien ahí arriba me tiene manía...

-Bueno, ¿Nos vamos o qué? -pregunta una voz joven.

-Paciencia, chaval, esperemos un poco más por si viene más gente -responde una voz de adulto, probablemente sobre los 30.

-Espero que esto valga mi dinero -dice otro joven. Oigo murmullos de aprobación.

-Chico, te aseguro que el dinero que has pagado es toda una ganga. Lo comprobarás cuando lleguemos -de nuevo el adulto; por su acento no es de aquí, más bien del norte.

Una persona sensata se quedaría al otro lado del muro, callada, esperando a que se fuesen, pero como estoy loco de remate... llevado por la curiosidad termino de trepar el muro, confiando en que al ser de noche y estar yo vestido de negro no se den cuenta de que estoy ahí...

Es un grupo de 15 personas, 14 de ellos rondarán entre los 17 y los 20. Con ellos está un hombre adulto, indudablemente el que habló antes, vestido con un extraño uniforme azul; periódicamente habla por un transmisor que sostiene en su mano derecha. Con un escalofrío me doy cuenta de que casi todos están armados...

Me decido a volver a entrar en el cementerio cuando en un alarde de suerte y torpeza se me cae la mochila...fuera del muro. Sobresaltados, todos los reunidos se vuelven hacia mí.

-Ehh... hola -balbuceo.

El hombre se acerca a mí, con la mano amenazadoramente cerca de su arma; me mira fijamente por unos momentos y luego dice:

-¿Qué estás haciendo ahí?

-Bueno, yo... -"Piensa algo piensa algo piensa algo piensa algo"

-¿No te dijeron que la reunión era AL LADO del cementerio? No, ya veo que no... creíste que era dentro, ¿verdad?

-Bueno... sí -contesto, ya que mi diminuto cerebro se encuentra paralizado y no se me ocurre nada mejor.

-Niñatos -murmura-. Bueno, baja de ahí y reúnete con los demás. ¿Has traído el dinero?

-Eh... ¿Dinero?

-¿Qué te pasa, eres retrasado? -eso arranca alguna risita del grupo-. Sí, el dinero, la pasta, el parné. Los 100 pavos que tenías que traer; ¿Los tienes o no?

Miro al grupo de desarrapados y me imagino cómo pueden haber conseguido el dinero, dinero que por cierto sigo sin saber para qué lo quiere el tipo este, pero como tiene un arma y 14 amigos, rebusco en mi mochila, encuentro los ahorros que me llevé al marcharme de Nueva York, separo 100 dólares y se los doy. El tipo abre los ojos desmesuradamente.

-¿Te paseas por el cementerio de San Luis con toda esa pasta en la mochila? Chaval, estás como una chota o los tienes cuadrados. Reúnete con los demás; si en un cuarto de hora no ha venido nadie más nos vamos.

Me uno al resto del grupo pero me mantengo callado; todo este asunto me da mala espina, y la pinta de mis compañeros no inspira mucha confianza. Tras un largo rato el hombre da una señal y un autobús llega hasta donde estamos.

-Vamos, subid.

El viaje dura una media hora, durante la cual mi mente no deja de dar vueltas a lo que pasa y de maldecirme por meterme en líos. Si no estuviese casi paralizado por el miedo me daría de cabezazos contra el cristal.

A través del cristal veo nuestro objetivo, un edificio en la parte norteamericana de la ciudad; hay otros tres autobuses aparcados cerca, y un montón de personas entran en el edificio.

Bajamos del autobús y entramos, nos conducen a una gran sala circular con gradas. ¿He dicho grande? Es enorme...

Se encienden varias luces y un hombre encapuchado entra en la sala y se dirige al centro; lleva una máscara en forma de calavera y porta un escudo circular en su brazo derecho.

-Bienvenidos -dice-. Yo soy el Supervisor, y ustedes son mis nuevos alumnos, ya que han pagado la cuota de inscripción. Todos son -y perdónenme la expresión- maleantes de segunda, vulgares "chorizos". Con mi entrenamiento -una enorme pantalla baja desde el techo, y aparecen diversas imágenes de hombres y mujeres en combate cuerpo a cuerpo y manejando diversas armas- se convertirán ustedes en material de primera, solicitados por las más importantes organizaciones criminales -se oye un creciente murmullo de aprobación-. Siempre que sean aptos, claro.

Bien, si buscaba algún tipo de entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo desde luego lo he encontrado, si bien el tema de trabajar para criminales no me hace mucha gracia; procuraré hablar más tarde con el Supervisor para arreglarlo todo.

-Disponemos de varias habitaciones para sus alojamientos -prosigue el Supervisor-; así mismo tendrán un par de horas libres al día en las que podrán salir y hacer lo que quieran. No obstante, la negligencia en cumplir los horarios, abandonar la Academia o revelar las actividades de la misma acarreará diversas penas -desenfunda una espada-, serias penas. Y no se confundan... soy perfectamente capaz de encontrar a quien sea.

Glups. Mejor me olvido de esa charla con el Supervisor, tengo la clara certeza de cómo terminaría... con la punta de su espada. Suspiro... está claro a qué voy a dedicar los próximos... espera un momento, ¿¿Cuánto tiempo va a durar esto??

-El entrenamiento durará un año -prosigue el Supervisor-, durante el cual seguirán una rigurosa y estricta disciplina. Después se les someterá a un examen final; aquellos que aprueben conseguirán los mejores empleos que se puedan imaginar. Los que no aprueben... no se preocupen, se les encontrará algún destino más adecuado a sus capacidades.

Genial, un año. Y si no paso el examen seguro que acabo a 2 metros bajo tierra. Una y otra vez me repito lo imbécil que soy, al tiempo que me invade una desagradable sensación de impotencia al sentir, cada vez más tangiblemente, que estoy encerrado aquí.

El Supervisor realiza una serie de espectaculares exhibiciones y después nos toman los nombres -doy el verdadero; total, para lo que lo uso- y se nos conduce a lo que serán nuestras habitaciones, cada una de ellas con una litera de dos camas. Afortunadamente mi compañero no es muy hablador; intento dormir pero no puedo, me paso la noche intentando imaginar cómo marcharme de aquí.

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No son las 7 de la mañana y ya nos despiertan para comenzar el entrenamiento. Tenemos cuatro instructores, y lo primero que nos dicen es que luchemos entre nosotros por parejas para comprobar nuestro nivel; no me hace mucha gracia, pero soy dolorosamente consciente de que me van a atizar participe o no, así que...

Al principio es fácil, pocos hemos recibido entrenamiento marcial, pero mi nuevo cuerpo es más fuerte, ágil y resistente que la media; por primera vez le veo ventajas a esta transformación.

Todo va bien hasta que me toca un tipo experimentado, que no hace más que castigarme los riñones a patadas; no obstante está fatigado de pelear, y sus movimientos son lo bastante torpes como para que yo tenga una posibilidad. Le propino un puñetazo en la nariz y el trastabilla hacia atrás, pero no cae; vamos a continuar la pelea cuando uno de los instructores se mete en medio.

-Matthews. Ven conmigo.

Me aparta a un rincón mientras los combates siguen. No me da a tiempo de darme cuenta de que falta uno de los instructores cuando vuelve, acompañado por el Supervisor. Éste se planta ante mí, mirándome fijamente a los ojos.

-Bueno, bueno, bueno, señor Matthews. No nos dijo que poseía facultades especiales.

Me quedo boquiabierto, preguntándome cómo demonios puede saberlo.

-Acaba usted de pelear con cuatro hombres -prosigue- y apenas está fatigado, extraño para su mediocre capacidad combativa. Y además, las heridas (leves, por supuesto) que sus compañeros le han causado casi han desaparecido. No está bien que nos engañe, señor Matthews, sobre todo cuando la tarifa para los de su... categoría es mayor. Son 5000 dólares, por favor.

-¿¿¿5000 dólares??? -apenas podía hablar- Oiga, yo no... yo no sabía...

- ¿No sabía la diferencia de tarifas o que posee superpoderes? Lo siento pero el desconocimiento no es excusa. ¿Pagará en efectivo o con tarjeta?

Vale, NO tengo tanto dinero. Noto cómo mis piernas empiezan a temblar...

-Pero... -mi voz es apenas un hilillo-, es que no tengo tanto dinero...

Por un momento parece que se lo está pensando, pero luego desenvaina su espada.

- Es una lástima, de verdad. Al menos me servirá para hacer una demostración de la técnica del Espadachín. Cierre los ojos... sólo será un momento.

Estoy razonablemente seguro de que si me corta la cabeza me muero de verdad. O por segunda vez, según se mire. El caso es que no me apetece pasar por esa experiencia; con los ojos cerrados -y estúpidamente empiezo a ver multitud de escenas relacionadas con los Inmortales-, procurando contener las lágrimas, balbuceo:

-No... ¿No hay alguna forma de pagarlo? Haré lo que sea, de verdad porfavorhareloquehagafaltaperonomemate...

Silencio. Por un momento creo que ya me ha matado y que no me he dado ni cuenta. Luego abro un ojo lentamente, y al ver al Supervisor inmóvil, abro el otro.

-Quizás haya algo... -murmura- Venga a verme dentro de una hora -y con eso se va, momento que aprovecho para derrumbarme en el suelo.

Una hora después estoy en su despacho. Me hace contarle todo lo que sé sobre mis poderes y parece bastante satisfecho.

-Perfecto. Bien, querido amigo. ¿Te importa que te tutee?¿No? Bueno, Alan, esto es lo que vamos a hacer. Tengo una propuesta de trabajo, pero implica el riesgo de enfrentarse a algún supertipo que otro. No es mi política implicarme personalmente en misiones y no quiero arriesgarme a perder reclutas valiosos en un trabajo que va a reportarme pocos beneficios. No obstante tus poderes te hacen perfecto para la misión, así que esto es lo que haremos: tengo 6 meses para entrenar tu cuerpo y convertirte en un luchador decente; dada tu resistencia a la fatiga, tu habilidad de curación y que no necesitas comer podremos sacar tiempo de entrenamiento extra diario. Yo no tengo tu aguante y tengo asuntos que atender, así que a menudo los entrenamientos correrán a cargo de mis ayudantes. Si llevas el trabajo a buen término, considera tu entrenamiento pagado.

-Mu...muchas gracias -una enorme sensación de alivio me invade.

-No me des las gracias. Puede que desees haber muerto antes de que todo esto acabe...

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EL OJO EN EL CIELO

Bueno, ya sabéis, para cualquier comentario o crítica, escribid a alexmola@hotmail.com

 
 
   
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