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Amor u odio. Riqueza o pobreza. Salud o enfermedad. Felicidad o tragedia. Poder. ¿Qué puede cambiar la naturaleza de un hombre?
 
Aparecido

APARECIDO #7 DE 10
Pesadilla antes del más allá
Guión: Alex García

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Portada: Alan, inerte dentro de un ataúd, con los brazos cruzados sobre el pecho.

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Los eventos de esta historia tienen lugar hace mucho, mucho tiempo....

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Han pasado semanas desde que Alan Matthews fuera mortalmente herido por el cazador de mutantes llamado Ejecutor, una pelea de la que no habría salido vivo de no ser por la intervención de la Imposible Patrulla X.

Esas semanas las ha pasado en un estado de coma, si bien parecería que está muerto, debido tanto a la palidez de su piel como a que su pecho permanezca inmóvil, al no buscar sus pulmones oxígeno para respirar. Cada minuto o así su corazón late una vez, para luego seguir su inquietante letargo.

En estos momentos es la joven mutante conocida por el mundo como Pícara quien visita la enfermería, sorprendentemente ahora no está ocupada por ninguno de sus compañeros, algo excepcional teniendo en cuenta su arriesgado estilo de vida.

Pícara comprueba los informes médicos y comprueba decepcionada que el estado de Alan sigue igual, no ha reaccionado en todo este tiempo; nada sorprendente considerando su historia, historia que llegó a la Mansión en forma de un misterioso mail en el que se explicaba además la extraña condición física del Aparecido (como así se hace llamar).

Para Pícara, el Aparecido está cansado de sufrir y ha decidido cerrar su mente al mundo, encerrarse en un mundo imaginario donde está a salvo de todo sufrimiento. Y para desgracia de Pícara, ella sabe mucho de la mente humana...

Se siente en la cama, contemplando el sereno rostro del joven y se pregunta si el Profesor Xavier logrará pronto penetrar las barreras que aíslan su mente e intentar así traerle de vuelta. Hasta ahora los esfuerzos del poderoso telépata han sido inútiles, pero últimamente parece más esperanzado al respecto, y Pícara sabe que Charles Xavier puede lograr imposibles. Aunque esos imposibles no incluyan curar su condición...

En cuanto ese pensamiento cruza su mente la joven se sonroja ligeramente y mira nerviosamente por encima del hombro, comprobando una vez más que está sola con él, y entonces lentamente se quita uno de sus guantes y sostiene la mano de Alan con la suya desnuda. Después acaricia su rostro, que a pesar de lo que pudiese parecer es cálido al tacto; es tan agradable, piensa ella, poder tocar a alguien sin absorber su mente...

Cuando sucedió la primera vez no se lo podía creer1; cuando la mejilla de Alan tocó la suya dio un respingo, preparándose para lo habitual, la transferencia de recuerdos que siempre la aturde, la confunde, dejándola siempre confusa sobre su personalidad, hasta cuando el efecto pasa, cuando se sigue sintiendo como una cáscara vacía que necesita a los demás para sentirse completa. Y entonces llegó el Aparecido... y consiguió lo que sólo unos pocos habían conseguido con esfuerzo, sólo que en él era natural. Y esta vez no había error posible, era uno de los “chicos buenos”, numerosos testigos habían declarado que les había salvado la vida, primero de un confuso mutante con poderes eléctricos2 y después del Ejecutor.

Es una pena, piensa la bella mutante, que no hayamos podido conocernos mejor. Y lo que es una pena mayor es que de habernos conocido probablemente no me atrevería a hacer esto...

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A cientos de kilómetros de distancia, Jordan Davis contempla la escena a través de las cámaras de seguridad de la enfermería. Sentado frente a su ordenador portátil, con los ojos entrecerrados, da la impresión de haberse quedado dormido. Sin embargo la realidad es que sus poderes han aumentado estas semanas, hasta el punto que puede enviar su mente a “navegar”, usando cualquier ordenador como punto de entrada a la Red. Y para alguien con su poder es un juego de niños evitar cualquier defensa informatizada que se cruce en su camino, pues al fin y al cabo esa es su especialidad, dominar cualquier herramienta creada por el hombre.

Ha sido él, por supuesto, quien envió el mail a la Patrulla contando todo lo que sabía sobre Alan; era lo mínimo que podía haber hecho tras abandonarle al llegar el grupo de mutantes a la escena de la batalla. Habría tenido que dar muchas explicaciones, y sabe bien que a Alan no le iban a gustar, pues le ha mentido a pesar de que ha arriesgado su vida por él. Además su misión debe permanecer en secreto, se dice. Se lo repite cada media hora, en un fútil intento de convencerse a sí mismo.

Sin embargo, contemplando ahora a su amigo herido, Jordan aceptaría de buena gana que Alan le diese una paliza de muerte con tal de que estuviese bien.

Suspira y se “desconecta”. Los demás le esperan y su misión es también muy importante; al igual que su poder ha aumentado, lo ha hecho también el de sus aliados y sus enemigos por igual. Lógico... el único problema es que el otro bando cuenta con más efectivos.

“En el fondo esta guerra me da igual”, piensa para sí mientras se viste, “yo ya he perdido”. Sale de la habitación y baja los escalones despacio, cada paso retumbando en su mente como si de las notas de una marcha fúnebre se tratase.

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Es de noche en la ciudad.

Lo que hace especial el que sea de noche es que sus habitantes no pueden recordar la última vez que la luz del sol recorrió sus calles; la única luminosidad que conocen los transeúntes es la cada vez más débil luminiscencia de las escasas farolas. Ausente el sol, otro depredador natural recorre las calles: el frío. Invisibles cuchillos helados apuñalan sin compasión al infeliz que se atreve a pisar las gélidas aceras.

Pero no es eso lo que mantiene a los ciudadanos en sus casas.

Con un tremendo choque que hace temblar la tierra y cuyo estruendo hace temblar los cristales de decenas de manzanas, el Monstruo aterriza, resquebrajando el suelo bajo sus pies; de no ser su cuerpo blanquinegro tan gargantuesco sin duda pasaría inadvertido entre las innumerables sombras, como si fuese parte de ellas.

El Monstruo alza su cadavérica cabeza y olfatea el aire, sus descomunales músculos en tensión, como si buscase algo; un amenazador gruñido brota de su garganta y el asfalto bajo sus pies cruje nuevamente bajo la inconmensurable presión que ejercen los titánicos músculos de sus piernas, tensándose nuevamente para saltar.

Tampoco es el Monstruo lo que mantiene a los asustados habitantes en sus casas...

Tremendos rayos de energía golpean la espalda del Monstruo, provocando que trastabille hacia delante, perdiendo el equilibrio y efectivamente anulando su despegue del suelo. Molesto más que dolorido, se vuelve hacia los robots humanoides que avanzan inexorablemente hacia él, marionetas metálicas que su Amo envía para capturar al Monstruo y hacerlo suyo. ¿Cuánto tiempo ha durado esta persecución, este extraño y terrible juego del gato y el ratón? La bestial criatura no concibe el concepto del tiempo y por tanto abandona cualquier preocupación sobre el tema; sin embargo la caza nunca termina, ni un momento de paz es concedido, y hasta tan temible criatura necesita descanso, anímico si no físico; y aunque una vez más destroza a sus atacantes como si fuesen briznas de hierba, no puede evitar percibir que cada vez le cuesta más esfuerzo, las briznas son cada vez más sólidas... ¿Acaso su perseguidor dota de mas fuerza a sus “perros”?

¿O acaso es él (¿ella?¿ello?) quien está perdiendo sus fuerzas?

La desesperación guía sus actos, saltando y golpeando, atravesando las hordas de Centinelas como si estuviesen hechos de mera carne y sus poderosas garras de afilado metal, y no al revés. El horrible rechinar del metal al ser despedazado inunda las calles, una infernal cacofonía que aumenta en intensidad hasta que llega el crescendo cuando el Monstruo aplasta la cabeza del último de los maniquíes mecánicos contra el suelo, dejando una masa informe de metal que sólo el más imaginativo de los artistas relacionaría con una cabeza.

El Monstruo aúlla en una mezcla de victoria y desafío, habiendo defendido su terreno y satisfecho sus ansias de violencia; pero incluso entonces sabe que no ha hecho sino aplazar su sino: ya en lontananza más criaturas vuelan hacia él, dispuestas a vengar a sus hermanos que yacen diseminados a lo largo y ancho de la ciudad. Sólo hay una salida, una forma de hallar descanso por breve que éste sea.

Los monstruosos puños golpean el asfalto con velocidad y ferocidad aterradoras, un terrorífico redoble de tambor que sacude los cimientos de los edificios y resquebraja cristales por doquier, mientras un rudimentario túnel va cobrando forma. Para cuando los Centinelas llegan a la escena, sólo queda la entrada del túnel, una gigantesca boca abierta esperando a que las incautas moscas entren en su interior para cerrar sus fauces sobre ellas. Si bien los titanes metálicos no conocen el miedo, sus circuitos lógicos aconsejan precaución puesto que adentrarse en el pasaje les dejaría a merced de su presa, que podría cazarlos uno a uno.

La conclusión lógica consiste en retirarse e informar al Amo de los acontecimientos. Al fin y al cabo, tendrán más oportunidades de apresar su objetivo más tarde. Es... inevitable.

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Desde la ventana de su cuarto, el Niño ha contemplado fascinado y aterrado toda la escena, incapaz de apartar la vista, como si su cabeza estuviese clavada al cristal. Ahora respira aliviado mientras los robots emprenden el vuelo hacia su base, sita bajo el gigantesco monolito que flota a lo lejos, sobre las ruinas de lo que fueron majestuosos edificios, hogares transformados en piras funerarias que arden eternamente. Y el Niño no puede dejar de pensar en lo familiar que le resulta todo... y que todo está mal, pero no sabe por qué.

Antes de que pueda seguir meditando la cuestión, la llamada de su padre le hace abandonar su cuarto a la carrera para llegar al salón entre tropezones, donde le aguardan sus progenitores, acompañados de un variopinto grupo de hombres y mujeres.

Su padre le amonesta, recriminándole que se haya arriesgado tanto, que se haya expuesto de esa manera. El Niño quiere protestar, decir que no ha hecho nada, pero sabe que no serviría de nada, nunca ha podido discutir con su padre, por esa mezcla de miedo y respeto que sienten los pequeños cuando su figura paterna muestra enfado. Además, a pesar de sus propios sollozos sabe que su padre tiene razón, que su enfado nace de su preocupación, y que si los monstruos le hubiesen visto estaría perdido. Así que solloza en silencio mientras su madre le abraza consolándole, susurrándole palabras de aliento; y su padre, confuso y tenso, aparta la mirada, fingiendo examinar el techo.

“No es justo”, piensa el pequeño, “yo sólo quería ser feliz”.

Y uno de los invitados, una bella mujer de negra piel se pone en pie, se acerca a el sonriéndole mientras con su mano levanta afectuosamente la barbilla del Niño, forzándole a afrontar su serena mirada.

“Eso sólo depende de ti, mi pequeño. Sólo de ti.”

Pero mientras el pequeño vuelve su mirada al exterior, a las tinieblas, no puede evitar sentir dudas a ese respecto.

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El Hombre está en la azotea del edificio. Siempre está ahí, en una incansable guardia por proteger al Niño. Como siempre ejercita sus músculos, repite sus movimientos de esgrima incansablemente, buscando acercarse cada vez más a la perfección, en poder acabar con la amenaza, con el Enemigo que acecha.

El Enemigo no es el Amo de los Centinelas, nada de eso. Ese ser es un mero obstáculo para el Hombre, un estorbo que eliminará cuando llegue el momento. Pero el Enemigo...

Ahí está. En la azotea de enfrente. Vigilando como siempre, acechando como un animal depredador en una jungla de cemento, esperando a que el proverbial león duerma para arrebatarle su cachorro, aferrando su lanza en anticipación a la matanza que pretende, la carnicería que tanto ansía. Por qué odia tanto al Niño, ni siquiera él lo sabe.

Pero el Hombre sí lo sabe. El posee el secreto, el sabe todo lo que está pasando y el por qué; no podía ser de otro modo, puesto que fue concebido para encauzar los acontecimientos. Y por ello el Niño debe vivir... no importa el coste. Porque si el niño muere, el mundo muere con él. Por tanto él debe impedirlo, pues ¿no es eso lo que hacen los héroes? Y él ha nacido para ser un héroe.

Blande su espada amenazadoramente en dirección al Enemigo, cortando el aire como si las decenas de metros que les separan no existiesen, como si los tajos que hienden el aire mordiesen carne en realidad. El otro por el contrario permanece impasible, oculta su expresión por su capucha y su máscara, un leve encogimiento de hombros toda apreciación hacia los actos de su rival. Finalmente se retira, con la silenciosa promesa de su retorno, como siempre, el chacal que no puede alejarse por mucho tiempo de la presa herida que habita unos pisos más abajo.

El Hombre, sabiendo que ha espantado a su Enemigo una vez mas vuelve la vista aliviado hacia el origen de la fatalidad, la fuente de la desolación que azota a sus semejantes, el castillo cobijado por el monolito flotante, donde el loco que ha invadido el Reino mora, y sus carcajadas se dejan oír por doquier.

Ríe cuanto quieras, dice en voz alta el Hombre, pues eres menos que una sombra, eres un mal sueño, y el soñador está a punto de despertar. ¿Y a dónde van los sueños cuando mueren? Pronto lo sabremos, supongo.

Aferra su espada y su escudo y vuelve a su rutina. El momento llegará pero aún es pronto, y ha de prepararse mientras tanto, debe seguir perfeccionándose a sí mismo, pues para eso fue concebido... para eso se concibió a sí mismo.

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Y en el lejano castillo, coronado por la inmensa maquinaria monolítica flotante, el Amo del castillo ríe, pues pronto el poder del Monstruo será suyo. Y la vida del Niño será suya. Y el Hombre, a pesar de su coraje perecerá, traicionado por sí mismo, pues no hay peor Enemigo que el propio yo.

Sí, Onslaught ríe. ¿Por qué no iba a hacerlo? Todo va como él desea que vaya.

¿Acaso no le convierte eso en un dios?

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1.- En el número anterior.

2.- En el número 5.

CONTINUARA

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EL OJO EN EL CIELO

Bueno aquí estoy de nuevo. La verdad no estaba seguro de si volvería... pero la verdad es que el que Carlos me haya obligado a escribir de momento ha sido positivo, ahora mismo me encuentro con ganas de escribir y no siento ninguno de mis habituales bloqueos. Sólo el tiempo dirá si esto dura... Ya sabéis , los comentarios habituales a alexmola@hotmail.com.

 
 
   
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