PORTADA: Revólver Ocelot, empuñando su arma con el cañón hacia arriba. Está de perfil en el lado izquierdo del tebeo. Su silueta se recorta contra el fondo negro en medio del cual y, casi pegado al lado derecho, aparece un círculo donde, al más puro estilo Byrne, puede verse el rostro de una confiada Sharon Carter.
Sharon paseaba con aparente despreocupación por las calles de uno de los
barrios más deprimidos de Nueva York. Sobre su ropa de trabajo, oscura y
ajustada, había puesto un abrigo largo color beige en el que se arrebujaba,
mientras sus ojos, escondidos tras unas gafas de sol, miraban sin ver.
Absorta en sus pensamientos, seguía repasando los datos del caso en el que
estaba metida. Con DePaul y Wright muertos y Lápida acogiéndose a la quinta
enmienda, había concluido con Stone que debían tocar otros palos, de modo
que en esos momentos estaba encaminando sus pasos a la última dirección
conocida que había dejado Allan Wright. Hasta allí todo bien, si no fuera
porque Wright vivía en el mismo barrio donde había crecido Steve Rogers, el
Capitán América, su antiguo amante. Sólo ese detalle bastaba para ponerla de
peor humor. Él le había contado la historia, una vez que había logrado
reconstruirla y recordarla tal y como realmente era1, después de su
reencuentro. ¿Por qué lo había hecho? ¿Para intentar demostrarle que tampoco
él era el mismo? Cada vez estaba más ajena a lo que sucedía a su alrededor.
Y hacía mal.
Si Sharon se hubiera percatado un poco más de lo que acontecía, habría
identificado a la primera a un personaje que la seguía a unos veinte metros
de distancia. En cualquier otro lugar, habría sido tan llamativo como un
camión de bomberos. Alto y fornido, su melena y sus bigotes recordaban a las
de los pistoleros del lejano oeste, y su atuendo sólo refrendaba aquella
impresión: un pesado guardapolvo sobre un traje que sólo podía definirse
como anticuado. Oculta y atada a su muslo derecho, la cartuchera de un colt
del ejército de la Unión. En opinión de su dueño, la mejor arma que se haya
fabricado. Seis balas, suficientes para enviar al otro barrio a cualquier
enemigo. Aquel personaje pasaba casi desapercibido. Total, aquello era Nueva
York, el hogar de los bichos raros: de arácnidos y mutantes... Aquel
escapado del salvaje pasado del país sólo provocaba miradas furtivas a su
paso. Su aspecto feroz causaba desazón entre los transeúntes, que no le
dedicaban una segunda mirada. No se atrevían. Así pasaba siempre con
Revólver Ocelot. Era un pistolero camino de su último duelo al sol. Avanzaba
como si su objetivo no estuviera delante de él, a su propio ritmo. Después
de todo, quien le encargó el trabajito sabía con precisión hacia donde se
dirigía Carter.
Carter seguía repasando los datos de los que disponía: DePaul estaba muerto
y Lápida no hablaría. Los matones que se encargaban del trabajo pesado no
sabían nada útil. Sólo le quedaba la esperanza de que Wright hubiera dejado
algún rastro tras de sí, y que el cerco que Stone había puesto sobre su
vivienda no hubiera sido traspasado. Si no, se hallarían ante un nuevo
callejón sin salida. Entró con paso firme en el destartalado edificio y
empezó a subir las escaleras. Los agentes de Stone la habían identificado y
no habían salido a su paso. Ocelot siguió de largo hasta la manzana
siguiente, para luego dar un salto hasta la escalera de incendios de uno de
los edificios y empezar a subirla a toda prisa.
Sharon abrió la puerta del apartamento y un par de cucarachas salieron a
darle la bienvenida. El lugar olía a cerrado y a la suciedad reconcentrada
de demasiado tiempo. La primera habitación era un salón de estar, mal
amueblado por desvencijado tresillo, sobre el que dejó su abrigo, una mesa
baja y un mueble de televisión repleto de libros. Una rápida mirada a los
estantes y vio que la gran mayoría eran obras centradas en el pensamiento
político. Una edición de El Capital, biografías de líderes del otro lado del
telón de acero, de guerrilleros famosos... una foto de sus años en el
ejército... Wright era un idealista desencantado que, descontento con lo que
se le había vendido como bueno, decidió probar suerte con lo que durante
mucho tiempo había sido etiquetado como perverso. Recordó un pasaje de un
libro que Steve, siempre Steve, le regaló, ya que le había impresionado
mucho. Se llamaba El mundo y sus demonios, y estaba escrito por Carl Sagan.
El autor comentaba con qué facilidad los seres humanos no eran capaces de
analizar la información con la necesaria distancia para ser objetivos, y
tenían una tendencia preocupante a cambiar un icono por otro. El malvado de
ayer era el mártir de hoy, y así sucesivamente. En su momento, le había
hecho hasta gracia aquella afirmación que dejaba a la sociedad al nivel de
unos infantes de guardería, que cambiaban un juguete por otro según sus
preferencias del día. Wright era un ejemplo demasiado bueno de aquella
tesis. Se aferraba a algo en lo que creer, pero nunca encontró nada que
creyera realmente en él. En la parte baja del mueble había algunas gavetas
que sacó. Panfletos de todo tipo, propaganda... el antiguo inquilino del
piso había acumulado mucho papel en sus años de activista, pero nada
relevante... hasta que los ojos de Carter se pararon en un desportillado
atlas repleto de papeles amarillos. Lo abrió por la parte más abultada y vio
que correspondía al sudeste asiático. Trazadas en lápiz, infinidad de rutas
marítimas que confluían en Myanmar, Tailandia o Camboya. En los papeles
amarillos, una retahíla de siglas y números que Sharon identificó como
referencias a contenedores, cargueros y fechas.
La antigua agente dejó el atlas sobre la mesilla y cerró las manos, apoyando
los labios en los pulgares. Resultaba demasiado fácil. Las rutas habían sido
trazadas sobre un atlas escolar que estaba bien a la vista. ¿Cómo podía
confiarse algo tan importante en una operación así a una persona tan
descuidada? La respuesta le vino casi automáticamente. Al repasar
mentalmente los pormenores de su descubrimiento, advirtió que en ningún caso
se hablaba de armas. Sabía cuál era el periplo que recorrían esos barcos,
pero nada más. Sólo una filtración en otro eslabón de la cadena había
permitido llegar hasta Wright. Lápida se encargaba de las armas. Wright de
las rutas. Ambos estaban fuera de SHIELD. DePaul estaba dentro y se había
encargado de localizar al antiguo infante de marina, algo muy sencillo, si
tienes acceso a las bases de datos militares. Ignoraba como lo había
convencido para que participara, pero podía imaginarlo: Wright era un
idealista frustrado. DePaul un espía, un hábil mentiroso que en nombre de su
país mentía, mataba... y moría. Cuando aquel imbécil sacó un arma y puso en
evidencia a Lápida, el agente de SHIELD actuó según las reglas del manual:
cubre tu rastro. Envió a su peón a eliminar a la abogada de los Vengadores,
que llevaría la acusación particular, sabiendo que, tanto si triunfaba como
si fracasaba, sería capturado. Habría un culpable, pero DePaul había
sobreestimado a Wright, que resultó no ser el mártir de la causa que él
creía, y subestimado al Capitán América, que logró desenmascararle. En esa
tesitura, un ordenancista convencido como aquel volvió a tirar del libro y
se suicidó. Quizá, como habían supuesto en un principio, por el deshonor que
supondría su detención y posterior proceso, pero Sharon volvió sobre sus
pasos mentales y repitió nuevamente para sí: DePaul era un ordenancista. Si,
como sospechaba Steve, se había embarcado en una operación como aquella,
había sido siguiendo órdenes, las cuales apelaban a su sentido del deber y a
su patriotismo. La ex Agente 13 no pudo dejar de pensar en su propia
historia, ya que, como ella, DePaul había sido un peón dentro de un juego
mayor. Le habían hecho lo mismo que él había hecho a Wright. Muy propio de
las organizaciones de espías. El Capitán y la Condesa creían que había una
red de traidores en SHIELD pero ¿y si aquello no fuera más que un
procedimiento normal? En tal caso, la dirección que había ocupado el lugar
del presuntamente fallecido Coronel Furia no era más que una especie de
gobierno títere que no era consciente de su verdadera naturaleza, y
consecuentemente, su enemigo era mucho más poderoso y temible de lo que
había creído. La detención de uno de sus miembros y la muerte de otros dos
no significaba mucho. Pronto podrían ser sustituidos por otros igualmente
eficaces, pero no sin antes despachar a todos los curiosos. Sharon, se
levantó, dispuesta a comunicar a Stone el resultado de sus pesquisas, pero
cuando se volvió hacia la puerta, descubrió que había alguien más en la
habitación, que la observaba en silencio con ojos crueles y una sonrisa en
la boca. Era Revólver Ocelot.
Sharon no dijo nada y mantuvo la mirada a aquel inesperado visitante. Nunca
le había visto antes, pero conocía su reputación, y no había muchos asesinos
en la profesión que vistieran como Wyatt Earp. La mano derecha de él
acarició su preciado revólver y la mujer leyó en sus ojos que estaba
disfrutando con aquello. La mano derecha de ella voló hacia el abrigo donde
ocultaba una pistola, pero Ocelot desenfundó y disparó a quemarropa los seis
tiros del tambor de su arma, que atravesaron el abrigo e impactaron en el
torso de Stone con tal fuerza que ésta cayó al suelo de espaldas y quedó
cubierta por su larga prenda. El colt, aún humeante, volvió a su funda y,
como queriendo confirmar que la misión estaba cumplida, su dueño empujó el
cuerpo de la mujer con la bota, haciendo que girara sobre sí mismo.
1.- El Capi conoció su verdadera historia en Capitán América nº 243.
BARRAS DE PAN Y SOPA DE ESTRELLAS
Si en el número anterior era la antigua amante del Capi la que asumía su
puesto en la investigación, al final de este mucho nos tememos que el
abanderado tendrá que buscarse otro Doctor Watson, cuando vuelva de la finca
de Kang... si es que vuelve, claro, ya que... pero esto no es Vengadores,
así que no adelantaré nada más.
Pasando a las cartitas, José González considera que es un timo que el Capi
no aparezca durante unos números, por aquello de estar metido de cabeza en
lo de la Cronotormenta en Vengadores, pero no tenía ganas de hacer que la
historia continuara por aquí y cortar el tema del tráfico de armas. Así que
prepárate a ver a no ver al Capitoste por aquí durante un tiempo bastante
largo. Sobre todo teniendo en cuenta con lo que pasará cuando los vengatas
intenten enfrentarse a Kang y... ¡Ups! Mejor no digo nada, que luego todo se
sabe antes de tiempo y ya he dicho que esto no es Vengadores. De los tres
personajes que mencionas (el ninja cyborg, Psico-Mantis y Solid Snake) uno
saldrá ¿cuál? Esa es otra historia. Y la veremos en el próximo número.