DAREDEVIL #363
Paso a paso, poco a poco
Guión:
Bergil
Portada: Dibujada por Lee Weeks. Homenaje/variación a la ya clásica de La Patrulla-X # 138, tantas veces repetida. Al fondo, a la izquierda, aparece Matt sentado en su silla de ruedas, con sus amigos detrás (Karen, Foggy, Ben Urich y Melvin Potter). Apartada del grupo, y dándole la espalda, aunque con la cabeza vuelta hacia el lector, está Rosalind Sharpe fumando. En primer plano, a la derecha, de espaldas al lector, está Daredevil, con el traje Caída del Paraíso, las piernas ligeramente separadas y los brazos a lo largo del cuerpo, los músculos en tensión y los puños apretados.

Amanecía. El sol comenzó a iluminar las calles
de la Cocina del Infierno. La luz penetró en el dormitorio que compartían
Matt y Karen. Ella permanecía dormida, pero Matt se desperezó
en silencio y se irguió en la cama. Apartando de sí las arrugadas
sábanas ("Vaya nochecita", pensó con una sonrisa divertida),
se valió de sus brazos para subir a la silla de ruedas que permanecía
junto a la cabecera de la cama. Las bien engrasadas ruedas giraron sin
hacer ruido mientras se dirigía a la cocina para prepararse el primer
café del día.
Estaba terminando de apretarse el nudo de la corbata
cuando unos leves golpes sonaron en la puerta del apartamento. Con sus
dedos ultrasensibles, Matt verificó la hora en su reloj.
- ¡Perfecto! Es puntual -murmuró, mientras
se dirigía a la entrada y giraba el picaporte.
Ante él estaba Melvin Potter, antaño conocido
como el Gladiador y ahora perfectamente reformado.
- ¿Todo listo, señor Murdock?
- Sí, Melvin. ¿Quieres tomar algo?
- No, señor Murdock, muchas gracias. Ya desayuné
algo en casa antes de pasar a buscarle.
Una vez en la camioneta de Melvin, con la silla de ruedas
plegada y descansando en la caja del vehículo, Melvin se volvió
hacia Matt.
- ¿Al despacho, señor Murdock?
- Sí, Melvin; pero antes hemos de pasar por la
Torre de las Cuatro Libertades.
- ¿La base de los Cuatro Fantásticos? De
acuerdo...
Melvin no hizo más preguntas, y se limitó
a conducir en silencio por el cada vez más denso tráfico
de Manhattan. Finalmente, llegaron a la Plaza de las Cuatro Libertades,
y se dirigieron al aparcamiento privado, reservado para los vehículos
de los Cuatro Fantásticos y de sus invitados. Allí, a salvo
de miradas indiscretas, les esperaban el Hombre Hormiga y Kristoff. En
el suelo, a sus pies, había una caja metálica.
- Buenos días, abogado -dijo Scott Lang cuando
la camioneta se detuvo y Matt bajó la ventanilla.
- Buenos días, Hombre Hormiga. Me dijo en su llamada
que ya tenían lo que les había pedido.
- Pues sí señor. A veces es bueno tener
al mejor ingeniero en robótica del mundo a tu servicio... -dijo
Scott, mirando de reojo a Kristoff. Perdida su desconfianza inicial hacia
el muchacho, Scott no tenía problema alguno en reconocer sus méritos..
- ¿Y dónde está?
- Está aquí mismo -dijo Kristoff, tomando
la palabra.
- ¿Qué hemos venido a buscar, señor
Murdock? -preguntó Melvin.
- Una silla de ruedas, Melvin. Una silla de ruedas muy
especial.
- Pues yo no veo nada...
- Comprendo que para personas no habituadas a la robótica,
puede resultar algo difícil creer en mis palabras -dijo Kristoff,
con un deje de orgullo en la voz-, pero la silla está aquí.
En esa caja. De hecho, es esa caja... como podrá ver -dijo,
agachándose y pulsando una botón.
Atnte los atónitos ojos de Melvin -y los atónitos
sentidos de Matt-, la caja se reensambló, convirtiéndose
en una silla autopropulsada.
- He seguido las especificaciones que me dio, abogado
-dijo Kristoff-. La primera vez que se siente en la silla, ponga su mano
en el apoyabrazos derecho, y quedará archivada. Nadie podrá
manejarla desde entonces salvo usted. Para toda otra persona, será
una silla de ruedas normal y corriente. Funciona con la voz, y está
dotada de un sistema de radar que evitará que choque con los obstáculos.
Asimismo, tiene un microrpocesador inteligente que archiva los lugares
en los que ha estado, por lo que cuando esté en ellos deberá
decir el lugar en que se encuentra. Si luego desea volver, con decir a
la silla que vaya al vestíbulo, o al cuarto de baño, o asu
despacho, irá allí. Para plegarla y desplegarla, bastará
con decir Plegar y Desplegar.
- ¿Eso es todo? -preguntó Matt, intentando
que su voz no dejara translucir el asombro que le embargaba.
- Básicamente, sí -dijo Kristoff-. ¿Alguna
pregunta?
- Sólo una -dijo Melvin, molesto por la actitud
de distante superioridad del muchacho-. ¿Cómo la subo a la
caja?
- Está hecha con materiales ultraligeros. Un hombre
normal puede levantarla sin apenas esfuerzo. Cuando el señor Murdock
la haya personalizado, bastará con ordenar que suba o baje de la
caja, y ella sola lo hará.
- Muchas gracias... a ambos -dijo Matt. A él tampoco
le gustaba la autosuficiencia de Kristoff-. Estoy en deuda con los Cuatro
Fantásticos.
- Tonterías, abogado -dijo Scott, feliz por verse
incluido en el agradecimiento y lo que eso suponía de bajar las
ínfulas aristocráticas que de cuando en cuando todavía
se le escapaban a Kristoff (y que era lo único que Scott no había
logrado superar), al verse incluido en el mismo grupo que un plebeyo como
él-. Como defensor de los Cuatro Fantásticos, ha librado
al grupo de más líos de los que puedo recordar. Si podemos
hacer algo más por usted...
- Nada, de verdad. Muchas gracias otra vez -dijo Matt,
mientras
Melvin hacía retroceder la camioneta y giraba para salir del garaje.
- No lo entiendo, Lang -dijo Kristoff en tono perplejo,
en la primera muestra de una emoción humana que Scott recordaba
en mucho muco tiempo-. ¿Por qué insistió en que la
silla tuviera una apariencia normal? Admito que casi ha constituido
un reto, pero hubiera resultado mucho más sencillo construirle una
silla como la que empleó el doctor Banner (1)
cuando estuvo separado de la Masa.
- Bueno, Kristoff -dijo Scott, mientras enfilaban hacia
el ascensor-, los abogados son algo así como un grupo aparte dentro
de la especie humana. ¿Sabes aquél que dice...?
Finalmente, la camioneta llegó ante las puertas
del edificio en el que estaban las oficinas de Murdock, Nelson &
Sharpe. Melvin ayudó a Matt a bajar y le sentó en la
silla de ruedas. Cogió luego la silla robótica y siguió
a Matt mientras este impulsaba las ruedas con los brazos. El abogado chocó
con las puertas de cristal como si no hubiera detectado, gracias a su sentido
de radar, que estaban cerradas, y pasó cuando el conserje se las
abrió. Melvin y él subieron en el ascensor hasta el piso
en el que estaban los despachos, y luego se dirigieron al de Matt. Dado
lo temprano de la hora, no había nadie. Una vez hubieron cerrado
la puerta, Melvin dejó la caja en el suelo y Matt dijo "Desplegar"
en voz alta y clara. Ante ambos, la caja se reconformó en una silla
de ruedas casi idéntica a la que ocupaba Matt. Con la ayuda de Melvin,
se trasladó de una a otra, y la vieja, una vez plegada, quedó
escondida en el armario.
- Muchas gracias, Melvin.
- Ya le dije que no es ninguna molestia, señor
Murdock. ¿paso a recogerle como quedamos, para ir a la sesión
de fisioterapia?
- Desde luego. No me conviene agotarme en exceso. Al
fin y al cabo, hoy es mi primer día...
- Hasta entonces, pues.
- Hasta luego.
Una vez se quedó solo, Matt se enfrascó
en el estudio de la documentación de los casos en los que estaba
ocupado, abstrayéndose de todo lo demás. Sólo reparó
en el tiempo transcurrido cuando su estómago gruñó,
ante la falta de contenido. Pulsando el comunicador, llamó a su
secretaria:
- Rose, ¿podría traerme una cafetera llena?
Cargado y sin azúcar, por favor.
- ¿Qué? ¡Oh! Claro, señor
Murdock.
Tras un par de minutos, la secretaria volvió con
la cafetera y una humeante taza de café.
- Aquí tiene, señor Murdock. Y disculpe,
pero no sabía que hubiera venido hoy. ¿Cómo se encuentra?
- Bien, dadas las circunstancias, Rose. Muchas gracias.
Y no se preocupe. No podía dormir, así que vine temprano.
¿Qué asuntos tenemos en la agenda?
- Bueno, tiene pendiente las alegaciones en el caso del
señor Moses, y el escrito de demanda del caso Walkers. Hay que estudiar
la propuesta de acuerdo que ha enviado la oficina del fiscal en el caso
Victory. ¡Ah, sí, le llamó el señor Urich, del
Daily
Bugle! Además... -y la secretaria siguió durante varios
minutos más, desgranando los asuntos que se habían acumulado
sobre la mesa de Matt.
- Muchas gracias, Rose. Ah, a propósito: no le
diga a nadie que he venido hoy, salvo que se lo pregunten directamente,
¿de acuerdo? Preferiría que nadie me molestara, mientras
fuera posible. Así, usted no mentirá y yo podré trabajar
tranquilo.
- Muy bien, señor Murdock. Ni siquiera... ¿ni
siquiera a la señora Sharpe?
- Especialmente la señora Sharpe, Rose.
Cuando su secretaria salió del despacho, Matt
retomó la tarea con renovados bríos. Merced al café,
pudo quitarse de encima una buena parte del trabajo amontonado. Por fin,
hizo un alto y llamó a Ben Urich.
- ¿Sí? -dijo Ben, al descolgar el teléfono
en su oficina del periódico-. ¿Quién es?
- Hola, Ben. Soy yo, Matt. Matthew Murdock.
- ¡Matt! -exclamó Ben, su voz preñada
de sincera alegría-. ¿Cómo te encuentras?
- Bastante bien, dadas las circunstancias. ¿Y
tú qué tal?
- Bien, gracias.
- Oye, Ben, me han dicho que me llamaste. ¿Querías
algo?
- Sí, Matt. Oye... verás, no sé
cómo decirte esto sin que resulte crudo, pero... Matt, tú
sigues paralizado, ¿verdad?
- Sí, Ben. De momento, no puedo caminar. No piedo
la esperanza de volver a hacerlo algún día, pero actualmente
me tengo que desplazar con silla de ruedas. ¿Por qué?
- Bueno... ya sabes, porque lo hablamos el otro día
(2),
que Daredevil sigue actuando en la Cocina del Infierno (3),
si bien sus métodos se han vuelto... ¿cómo te diría?...
un poco más drásticos. Y yo había pensado que...
a lo mejor...
- ¿Qué? ¿Que yo había vuelto
a caminar y que, empujado por la ira, había endurecido mi modus
operandi?
- Pues... sí, Matt, eso es lo que pensé.
Perdona si te he ofendido, pero...
- No te preocupes, Ben. No hay nada que perdonar. Te
puedo jurar, sobre la tumba de mi padre, que ese otro Daredevil no soy
yo. Pero también te prometo, Ben, que volveré a caminar;
y que, cuando lo haga, iré directamente a por ese tipo y le desenmascararé.
INTERLUDIO 1
El Búho planeaba sobre los tejados de Manhattan,
flotando silencioso como el ave de la que tomaba el nombre. Aunque intentaba
resistirse, la parte animal de su naturaleza iba tomando el poder. Cada
vez le resultaba más difícil pensar con claridad. Y el hambre
que roía sus entrañas era tan imperiosa...
Finalmente, avistó una posible presa. Picando
hacia ella, adquirió cada vez mayor velocidad. Sin embargo, no llegó
a atraparla: algo le interrumpió cuando su descenso estaba a punto
de finalizar. Rodando sobre su costado, aprovechó el impulso para
ponerse en pie y extendió sus garras.
Frente a él se encontraba una figura vestida de
gris y rojo. A pesar de los cambios en el diseño del traje, el patrón
básico permanecía, y no tuvo ninguna dificultad en reconocer
a su oponente.
- ¡Daredevil! -graznó. Confusamente, recordó
que había sido el diablo vestido de rojo el que le había
enviado a la cárcel tras su último enfrentamiento (4).
Sin fintas ni sutilezas, cargó hacia él.
Daredevil no pronunció palabra. Juntando su dos
bastones, los mecanismos telescópicos actuaron y segundos después
tenía en las manos un bo que empleó para zancadillear a su
rival. El Búho cayó al suelo, pero se levantó casi
enseguida, resoplando pesadamente. Daredevil giró para encararle.
Esta vez, la carga fue detenida repentinamente por un
bastonazo en el plexo solar que hizo que el Búho se doblara por
la mitad al tiempo que el aire era expulsado de sus pulmones. Unas lágrimas,
mitad ira y mitad dolor, acudieron a sus ojos. Y Daredevil seguía
sin pronunciar palabra.
La tercera carga fue también la última.
Agachándose justo cuando parecía que el Búho estaba
a punto de alcanzarle, Daredevil aprovechó su impulso para, levantándose
repentinamente, impulsarle contra la pared. El Búho, antes de caer
en la inconsciencia, percibió cómo sus garras eran destrozadas
metódicamente, con una fría determinación, y cómo
su capa era empleada para atarle a conciencia.
INTERLUDIO 2
Peter Slope salió de las oficinas de la WFSK. Estaba
contento. La audiencia de la cadena -gracias principalmente al programa
de Paige Angel- subía lenta pero firmemente, y la lista de anunciantes
iba creciendo en proporción directa. Silbando una cancioncilla,
buscó en sus bolsillos las llaves del coche. Concentrado como estaba,
no oyó como por detrás se le acercaban tres personas, hasta
que fue demasiado tarde. Mientras dos de ellos, le arrastraban hacia el
callejón, inmovilizándole los brazos a la espalda, el otro
se colocó un cartucho de monedas en cada mano y comenzó a
golpearle el estómago. Golpe tras golpe, Slope pudo percibir que
no se trataba de causar daños permanentes, sino de causar el mayor
dolor posible manteniéndole, sin embargo consciente.
Finalmente, los golpes cesaron. Dejándole caer
al suelo, sus asaltantes se alejaron, no sin antes dejarle una advertencia.
- Éste ha sido el último aviso, Slope.
No hagas que tengamos que repetirlo.
FIN DEL INTERLUDIO
- ¿Señor Murdock? -sonó la voz de la
secretaria por el interfono.
- ¿Sí, Rose?
- Está aquí un tal señor Potter,
que desea verle.
- Perfecto, Rose. Ahora mismo salgo.
Matt colocó su maletín en la bolsa que
colgaba tras la silla de ruedas y ordenó que se dirigiera hacia
la puerta. Agarrando el picaporte, la ordenó que retrocediera, y
la puerta se abrió.
- Buenas tardes, señor Murdock. He venido a buscarle,
tal y como quedamos.
- Buenas tardes, Melvin. Estoy listo. ¿Nos vamos?
Hasta mañana, Rose.
- Hasta mañana, señor Murdock.
Una vez en la camioneta de Melvin, Matt dejó vagar
su mente hasta que llegaron al hospital. Una vez allí, le llevaron
a una sala en la que le hicieron un exhaustivo examen, mientras Melvin
esperaba pacientemente. Los médicos no mostraron externamente sus
impresiones, pero estudiando sus ritmos cardíacos, Matt percibió
sorpresa ante la existencia de sensaciones en sus piernas y pies. Tras
eso, quedó citado al día siguiente para comenzar los ejercicios.
- ¿Le han dicho algo, señor Murdock? -preguntó
Melvin mientras se dirigían a la Cocina del Infierno.
- Bueno, Melvin, ya conoces a los médicos. Nunca
dicen nada a las claras, sea bueno o malo. ¿Sabes aquél que
dice...?
El viaje de vuelta a casa de Matt se les hizo corto,
gracias al intercambio de chistes. Melvin ayudó a Matt a llegar
hasta su apartamento. Realmente, lo único que hizo fue guardar las
apariencias, puesto que la silla flotaba a escasos milímetros del
suelo merced a algún dispositivo antigravedad, y Melvin no tenía
que hacer esfuerzo alguno.
Una vez en la casa, Melvin se despidió.
- Hasta mañana, señor Murdock.
- Hasta mañana, Melvin. A propósito, se
me olvidaba preguntarte...
- ¿Sí, señor Murdock?
- ¿Qué tal está Betsy?
- Oh, está bien, gracias. Hasta mañana.
"No me ha dicho toda la verdad", pensó
Matt cuando se quedó solo. "¿Por qué?"
Su sentido de radar le reveló que no había
nadie más en el apartamento. Karen estaría ya, probablemente,
en su trabajo, cualquiera que fuese.
"Bueno, parece que todo ha vuelto a la normalidad...",
pensó.
(1) Se vio en El Increíble
Hulk # 317. Una silla similar, aunque no en público, la emplea
Charles Xavier. De ahí que Kristoff no la mencione.
(2) Se vio en Daredevil
# 362.
(3) Se vio en Daredevil
# 361.
(4) En Daredevil
# 301-303.
Bienvenidos a Derecho
de réplica, el correo de los lectores
de la colección de Daredevil. Aquí me tenéis para
resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.
En el próximo número: La recuperación
de Matt continúa. Pero las actividades del nuevo Daredevil también.
Todo ello y más en Daredevil # 364.