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Alejandro Montoya descubrió en su juventud sus poderes eléctricos y su afición por la esgrima. Entrenado para ser un héroe, viajó por todo el mundo para convertirse en el defensor de los inocentes. Ahora, tras regresar a su país, él es el superhéroe español, es... EL ÁGUILA.
 
El Aguila

EL AGUILA #2
Camino de perfección
Guión: José Cano

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PORTADA: En la mitad izquierda, pegado al margen, El Águila actual, de perfil, la espada en posición de saludo, la hoja envarada paralela al cuerpo y casi tocando la nariz. En la mitad derecha, en posición análoga, El Águila Original - máscara que deja el pelo al descubierto, la nariz y la perilla, de color marrón, traje de manga corta, en la mano izquierda una garra artificial. Al fondo, tras las figuras de ambos, una adolescente, pelo castaño oscuro recogido en una coleta, de espaldas, parada frente a unos nichos sobre los que coloca unas flores.

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Acodado sobre el poyete de la ventanilla, en un vagón de clase turista, ajeno a sus escasos compañeros de viaje y a bordo de un AVE a deshoras, Alejandro Montoya observa deslizarse el paisaje manchego con distracción, embebido en un recuerdo borroso, el de su primer viaje entre Madrid y Sevilla, casi diez años antes de que la EXPO y las Olimpíadas de Barcelona emborrachasen al país de cosmopolitismo y la alta velocidad cubriese una pequeña parte de él para comenzar una hibernación de una década.

Es un Alejandro de trece años, con una sombra de bozo tímido sobre el labio superior, flanqueado por su padre y por su tío, ambos semejantes y diferentes a un tiempo, parecida la postura, diferentes los gestos, para encomendarle su custodia y tutelaje de forma anacrónica a un preceptor. Su madre, hospitalizada y con un embarazo de seis meses en serio peligro, no ha participado en el viaje como no participó en la decisión. Tan sólo en tres ocasiones se han mostrado hasta ahora los nacientes poderes mutantes del joven primogénito de los Mendoza y escasas son las personas que los conocen, hacia una de ellas lo están llevando.

Don Rafael González ha muerto de viejo, y mientras se dirige a su velatorio y entierro Alejandro recuerda la primera vez que lo vio, cincuentón, barbado, calvo, canoso, delgado, autoritario, recibiéndolo en su casa de pasado señorial y retirada en un pueblo mediano de la provincia. Un hombre que iba enseñarle la disciplina necesaria para controlar sus poderes eléctricos a través del único arte marcial que ambos podían dominar, la esgrima, y que también pondría en él la semilla del héroe futuro, pero sobre todo un hombre lleno de secretos que ya antes que Alejandro ejerció como enmascarado y cuyo nombre código su alumno heredó: El Águila.

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En un momento de la vida se toma una postura, equivocada o no, pero se toma. Se decide ser tal o cual. Se queman las naves, y después ya no queda más que sostenerse a toda costa, contra viento y marea.

Arturo Pérez-Reverte, El maestro de esgrima,

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Un velatorio es la situación más incómoda y difícil de describir en el mundo entero. Aquí la situación parece tomarse como algo natural, pero sabe que muchos en Madrid - la expresión "de Despeñaperros para arriba" se pasea fugazmente por su mente - la encontrarían pintoresca: los hombres a un lado, entre la entrada y la puerta de la calle, las mujeres a otro, en el interior de la casa. El velatorio es la celebración de la risa histérica, del no hacerse cargo de la situación, los familiares, amigos y conocidos se reúnen y hablan del muerto como si estuviese vivo.

Alejandro hizo transbordo en la estación sevillana de Santa Justa, abandonando el AVE y tomando un tren de Cercanías que lo depositó en este pueblo que apenas llega a los 20000 habitantes y en el que apuró la senectud su maestro de esgrima. La mayoría de las calles son de adoquinado; Mercadona, DIA y Lidl se han comido la mitad de los comercios medianos - ultramarinos, en otro tiempo - y desde hace veinticinco años no hay industria digna de tal nombre. La mayor parte de la población vive del campo o actividades relacionadas, contabilidades imaginativas sirven para cobrar el paro y recibir ayudas de la Junta y el Ministerio. El pueblo entero huele a claustrofobia.

Pasea sobre los adoquines con paciencia, recorriendo el corto camino que separa la casa donde se vela al difunto - nunca un tanatorio, había pedido en vida - de la estación de tren. Los escasos deudos que lo reciben - no va a ser un funeral muy concurrido - lo tratan con una cortesía incómoda, pues el jovencito que aprendiese esgrima, tutelado en modo casi medieval, fue siempre una figura curiosa para familia y amigos del anciano, situándolo en un limbo jerárquico del engranaje social provinciano y anclado en el pasado.

La casa ante cuya puerta se detiene, manos en los bolsillos, caminar turbado, meditabundo, funeral, es una casa en otro tiempo señorial que se ajusta a las descripciones canónicas de los libros de texto de la Junta de Andalucía, remedo de domus o de los hogares moriscos; amplia y con paredes encaladas en blanco, terraza interior, fresca en verano, cálida en invierno, decoración anclada: tapetes y gitana sobre el televisor. La casa de su abuela de sangre, en Madrid, conserva retazos similares, y para Alejandro la camilla y el sillón, abandonados por el gas natural y el diseño, no tienen tintes ideológicos y estéticos, sólo le producen una humedad insinuada en los lagrimales, como la nostalgia de un tiempo nunca vivido, que se escurre entre los dedos como arena de playa.

Sobrinos y vecinos de don Rafael lo reciben en primera línea. Estrechas sus manos con cordialidad, algunas fofas y sudadas, otras recias y secas. Calvas y pelo hacia atrás en los mayores, de puntas o “marras” en los más jóvenes, caras contritas y comentarios a media voz. La puerta que le indican es amplia, de madera y con aldabón dorado; tras ella lo recibe una luz amarillenta y blanda, que regala al vestíbulo un ambiente de fotograma añejo.

Camina entre una docena de ancianas y mujeres maduras hasta completar un sendero de purificación y saludos, el que lo lleva hasta el destino final de la familia a cumplimentar, tan digna como escasa y triste: la hermana vetusta y la nieta adolescente de don Rafael. La una, vestido negro y permanente modesta, conserva una enlutada imperturbabilidad. La otra, morena, ojos negros hinchados por el llanto, belleza andaluza joven y arquetópica, refugia bajo su pena la flexibilidad y frescura de su juventud atlética. Rocío. La principal razón del viaje de Alejandro.

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Desde el umbral de la vieja biblioteca, Alejandro se contempla adolescente, sentado en la mecedora de mimbre y escuchando la voz estentórea de su maestro. Mientras camina hacia la algo más cómoda butaca azul que sustituyó a la mecedora hace apenas cinco años, puede verlo, de pie frente a él, enjuto, recio, seco y severo, como un hidalgo atemporal, gesticulando mesuradamente para decir aquello que quería decir, ni una palabra de más, ni una de menos. Una anacronía ambulante que impresionaba a un chiquillo.

- Cuando dudes, recuerda que la respuesta siempre está aquí - un gesto ligero de la mano, que ya empezaba a tener manchas de viejo, señalaba las estanterías cargadas de libros que tapizaban las paredes e insonorizaban la habitación -, que ellos siempre serán los amigos más fieles que podrás encontrar. No mudan de parecer, no traicionan, no matan. Gracias a ellos te hablarán hombres que llevan mil años muertos y a los cuales no podemos compararnos - hacia pausas comedidas, que no eran ni climáticas ni teatrales, sino que servían para encauzar sus pensamientos, mientras Alejandro bebía de sus palabras -. Ten presente que no existen libros buenos ni libros malos. Desconfía de quien intente convencerte de lo contrario. La única bondad o maldad estará aquí - y se agachaba levemente, apoyándole un dedo alargado y huesudo en la frente - y en lo que tu hagas con los tesoros que ellos tienen que ofrecerte. Los libros pueden ayudarte a obrar correctamente, pero la decisión final siempre será tuya. Cuando debas rendir cuentas de tus actos, sea ante la Justicia, Dios o el mismísimo Diablo, no te excuses ni te escudes en otros. Porque aunque mientras, calumnies, escondas tu faz bajo una máscara o incluso despojes de su vida a otro hombre libre como tú y que pueda defenderse, por causa buena o mala, deberás hacerlo siempre siendo consciente de las consecuencias de tus actos.

Observando con aprensión la mesa camilla sobre la que pasaba la lección, retazo de la España de merendola de chocolate y soconusco, el Alejandro adulto evoca al adolescente algo sabihondo pero aplicado que fuese. Se acoda sobre una de las baldas de la estantería, al fondo de la estancia, junto al ventanal por el que se cuela una luz de amanecer anaranjado, observando el conjunto, y pasa un dedo por los lomos de los volúmenes más cercanos, llevándose una minúscula capa de polvo con él como resultado. La limpieza del día anterior, tan sólo, aún no es una biblioteca abandonada. Repasa algunos autores: Ricardo de la Cierva, Fernando Díaz-Plaja, Ramón Menéndez Pidal - extrae y hojea El Cid, quinta edición en Espasa-Calpe, 1964, las hojas amarillean y tiene el olor dulzón del papel viejo y el polvo -, Salvador de Madariaga, pero también historiadores más modernos: Jesús Mestre Godés, Santos Juliá o el ya difunto Javier Tussell. Y algo más a la derecha de estos, fuera del alcance del brazo de Alejandro, los hispanistas: Pierre Vilar, Paul Preston - están Franco, Caudillo de España y La destrucción de la democracia en España, pero no Juan Carlos, el rey de un pueblo -, Henry Kamen o Joseph Pérez. En la estantería de la izquierda se acumula la literatura española, con El Cantar de Mío Cid o el Poema de Fernán González acomodados en las baldas más altas, dejando paso a El Quijote o El Criticón, para pasearse por el teatro clásico - Tirso, Lope, Calderón - y pasar de puntillas por el siglo XVIII, con Samaniego, Jovellanos o Feijoo. De los realistas, los Episodios Nacionales al completo, y luego la Regenta de Clarín en tres ediciones distintas, sólo El Buscón, que se encuentra en siete - porque algún familiares, sabedor de su gusto por Quevedo, se lo regalaba sin ser consciente de ello un año tras otro -, Unamuno, Baroja, las poesía de Machado, Lorca y algo de Cernuda, quedando como autores contemporáneos al anciano Cela y Delibes en Obras Completas, para finalizar con un par de novelas más recientes, de Pérez-Reverte o Vázquez-Figueroa. Pero Alejandro siempre valoró más la colección del otro extremo de la habitación, a la que ahora daba la espalda, pero que podría recitar de memoria en su colocación sobre los estantes y su variedad de ediciones y cubiertas, que convertía el perfil de las líneas de libros en una línea irregular, ascendiente y decreciente por igual. Por ejemplo, la edición de Veinte años después, de Porrúa, en doble columna, resultaba más alta pero mucha más fina que su primera parte, Los tres mosqueteros, de Austral. No eran los únicos títulos de Dumas, ni tampoco los únicos propios del folletín decimonónico, que durante los años en que permaneció bajo el tutelaje de don Rafael devoró ávidamente, leyendo y releyendo, como un poseso. Dumas, Sabatini, Ponson du Terrail… y también Julio Verne, Burroughs, Haggard o Walter Scott. La que había sido literatura juvenil también para la generación de su padre y que a él le llegó filtrada entre las películas de acción de los 80 y la invasión de la cultura televisiva, soez, chillona, obscena. ¿Aquella era su formación? Tan anacrónica como la de su maestro, los últimos retazos de un mundo en desaparición que era engullido por el temporal, abandonado por los suyos a merced del huracán. Pero, al menos, desparecerían luchando.

Una tos cargada de una leve dosis de ironía llama su atención. Apoyando un brazo en el quicio de la puerta se encuentra un hombre joven, atlético, bronceado, de ojos negros, moreno y peinado hacia atrás con gomina de forma que el pelo, que tiende a rizársele y lleva un poco más largo que el de Alejandro, le moldea un caracolillo detrás de la oreja. Sus movimientos llevan impresa cierta gracia, soltura, seguridad, la de quien es guapo y tiene dinero. Francisco Cobos-Valera, de identidad nada secreta y conocido como Raudo cuando ejerce de superhéroe, nieto del mítico Flecha, empresario vinatero jerezano, en ocasiones relacionado con alguna que otra actriz, modelo o duquesa por una prensa del corazón a la que suele manejar con envidiable habilidad, compone una sonrisa de circunstancias a modo de saludo cuando Alejandro por fin se vuelve hacia él, y avanza hacia el centro de la habitación embutido en un traje negro de correcto luto semejante al de nuestro héroe. Se estrechan la mano sin mediar palabra, no tienen necesidad de ellas. Francisco arrastra una silla desde una curva de la mesa camilla para situarla frente a la butaca en la que ya se acomoda Alejandro.

- No pude estar para el velatorio, lo siento. Ya me disculpé con la familia.

Alejandro hace un movimiento con la mano, sugiriendo la improcedencia de aquello. Ya leeré en los periódicos que estuviste haciendo, dice el gesto.

- ¿Cuánta gente habrá?

- Ni treinta personas. Ya no se relacionaba con casi nadie, y sus amigos habían muerto.

Raudo cabecea. Alejandro parece comprender de repente algo relevante.

- ¿No habrás atraído a la prensa, verdad Paco? Si alguien suma dos y dos descubrirán que él era…

- No, no, tranquilo, les he dado esquinazo, como siempre - exhibe una sonrisa demediada, la sonrisa de velatorio que Alejandro lleva ya casi doce horas viendo repetida por todas partes, una sonrisa avergonzada de si misma que no se puede evitar esbozar -. Nadie enlazará El Águila maestro con El Águila alumno, por lo menos no por mi culpa. Tú tienes la suerte de que tu hermano sea mejor carnaza.

- A él le va el rollo, siempre en plan aristocrático… igual que a ti, en el fondo.

A Paco lo sacude una risilla floja. Pasea una mirada descuidada por las estanterías, para luego inclinarse sobre el asiento hacia su contertulio. Le habla en tono profesional, confidencial, aunque cargado de cierta sorna mal disimulada:

- Oye… ¿es verdad lo del furgón blindado?

Un mes antes El Águila había ayudado a detener a unos guardas de seguridad que alentados seguramente por el ejemplo del Dioni huían por las calles de Madrid en plan persecución peliculera con un par de millones de euros en beneficios de una aseguradora más o menos potente. A los fugitivos los ató a una farola, y cuando llegaron los municipales encontraron que en el furgón no quedaba un mísero céntimo. El Águila declaró no tener ni idea de adonde había ido a parar el dinero, pero corría el rumor por los mentideros de media España de que había repartido el montante, bajo mano y de tal forma que ni los propios interesados se dieron cuenta, entre un par de parroquias y alguna ONG, en forma de donativos anónimos.

Alejandro hace un gesto de rechazo con la boca, en plan a mí que me cuentas. Paco se encoge de hombros.

- Hombre, como te gusta ese estilo a lo Robin Hood.

- En todo caso sería a lo Curro Jiménez - tercia, irónico.

- Ya, bueno... - Cobos parece recordar algo gracioso - Hablando de eso... ¿sabes que ha salido un tío en Sevilla que se hace llamar Capitán Triana?

- Venga ya...

- Que sí, que sí... y además no es un payasete, como tu Capi España, es un tío eficiente de verdad, al estilo de Justicier, a puño limpio y sin superpoderes. Me está ahorrando un montón de viajes a la capital.

- No me lo creo - la cara de Alejandro es, efectivamente, de encontrarse completamente patidifuso.

- Pues sí, pues sí...

Ambos están hablando en voz baja, conteniendo la risa, y reaccionan con el azoro de niños pillados en falta cuando son interrumpidos por la voz de Rocío, la nieta, que desde el fondo del pasillo, tímidamente, los interrumpe.

- Vamos a sacarlo - dice.

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La caja, sobre su hombro, pesa menos de lo que esperaba. Tal vez el anciano había enflaquecido y menguado, como hacen todos los ancianos, o el esfuerzo compartido de los seis portadores - dos sobrinos, un sobrino-nieto, un vecino, Paco y él mismo - alivie la cargue que el difunto ejercería sobre uno solo. Los muertos tienen que ser compartidos, o sería imposible soportarlos.

El codo flexionado, mejora el ángulo que ha de conformar, la punta de la ropera tiene que llegar a la altura del hombro, cuidado con el movimiento de la muñeca. Parada en cuarta, así, perfecto. Cuando retrocedas se siempre consciente del siguiente movimiento que vas a realizar, porque si no lo que estarás haciendo es ceder terreno. La esgrima española antigua es esgrima de corte, no de punta, no se parece a la esgrima moderna, influenciada por la escuela francesa, que practicabas con florete. Una espada ropera pesa más, pero es más versátil. Mira, aquí había un hueco en tu defensa, imperdonable.

Caminan muy despacio, con cadencia de penitentes costaleros, envueltos en el ambiente de tristeza que parece encapotar el cielo y llenar de agua los ojos de las mujeres. Es un cortejo a medio camino entre la tradición y la evolución, sólo cargan el cuerpo en su ataúd hasta el cercano coche fúnebre situado en la desembocadura de la calle, para que ya sea éste el que lo lleve hasta el cementerio. El trayecto no es muy largo, pero la consciencia de la caoba junto a su mejilla y del cuerpo tras ella - Alejandro está situado en el centro, emparejado con el sobrino-nieto, que expresa verdadera pena, Paco ha quedado situado justo delante de él - lo asemejan a una tortura en miniatura, un entrenamiento postrero, en el cual cada paso es un recuerdo que purga una falta.

Del mismo modo que has tenido que concentrarte en la tensión del más mínimo de tus músculos para conseguir el movimiento acompasado perfecto, la coordinación adecuada a cada estocada, debes hacerte consciente de la existencia de tu poder. El control de las descargas eléctricas que produces se basa en tu disciplina, en el control que ejerzas sobre el conjunto de tu cuerpo. Para eso te ha servido la esgrima. Es sólo un puente, igual que el arte lo es entre nuestra consciencia y lo infinito y el rezo entre nuestro alma y Dios. La esgrima es un arma con el que puedes defenderte del mundo, enfrentarte a él y hacerte mejor.

El suelo de calle es de adoquín pedregoso e irregular, dispuesto con escaso orden y con pocas previsiones de ser asfaltado a medio plazo. Los mocasines negros y algún que otro zapato más informal se deslizan sobre él, un paso tras otro, los segundos se deslizan más rápido para quien observa que para quien actúa, pues cada uno de los seis hombres que porta el cadáver siente la certeza de su propia muerte sobre la nuca, y no es agradable.

La Justicia es el término más relativo que existe, supongo que seguida por la Verdad, o quizás de la mano de ella. Ejercerla es imposible. Los hombres honrados, los últimos que van restando, se aferran a ella con desesperación. ¿Qué los distingue de los villanos, de los charlatanes, de los advenedizos, de los criminales? No tanto sus acciones como la razón por las cuales las realizan. Matar a otro hombre es el acto más terrible que cualquiera puede jamás realizar, pero si es necesario llevarlo cabo, sólo servirá de algo si se comete por las razones adecuadas. ¿Cuáles son estas? Esa es la pregunta que nos ha de atormentar siempre.

La muerte, la venganza, la lealtad o el honor eran conceptos que huían ahora de la mente de Alejandro como agua en un remolino, como la vida del cuerpo de su maestro. Coordinando el movimiento como si hubiesen entrenado durante años, los seis hombres depositan el féretro sobre los raíles del coche fúnebre y el conductor hace un gesto con la cabeza, rozándose apenas con un dedo la punta de la gorra, dando las gracias o disculpándose. Y mientras cierran el vehículo y comienza el cortejo silencioso hasta el cementerio, Alejandro tiene la impresión de haber mirado a los ojos del barquero.

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De nuevo en la biblioteca, con las bombillas de la lámpara tentacular que cuelga del techo emitiendo una luz amarillenta que dota la habitación de un color de fotograma añejo, Alejandro es consciente de que como remeda los gestos de su maestro en el momento en que mueve una mano en dirección a los libros situados a su espalda. Abre la boca para hablar, pero la certeza del movimiento imitativo le deja la mente en blanco.

Rocío, desde el sillón, tose, reclamando su atención. Los dos saben de qué van a hablar, incluso son conscientes de cual será el resultado de la conversación, pero hay ciertas cosas a las que necesitan imprimir un aire de oficialidad. Por eso la biblioteca.

Alejandro se sienta frente a ella y sonríe con los ojos, casi involuntariamente, comparando la situación invertida, su viaje desde una butaca hasta la otra, desde el alumnado hasta la maestría. Comienza la conversación, en otra trampa de su subconsciente, con las mismas palabras que le dirigió su maestro a él.

- Has crecido mucho desde que no te veo.

El contestó “He pasado por mucho”. Rocío es más prosaica.

- Ya tengo 16 años.

Alejandro cabecea.

- ¿Con qué edad empezaste tú?

Sonríe, sintiéndose viejo.

- Con alguno más. Pero, ¿qué te hace pensar que vas a “empezar” inmediatamente? Por lo que me escribía el abuelo, apenas dominas la esgrima de corte. Y seguro que eres incapaz de sostenerte en equilibrio sobre un deslizador.

Ella apenas parpadea. La domina una ansiedad infantil que Alejandro encuentra enternecedora. ¿Qué va a hacer con ella? Nada muy diferente a lo que hicieron con él. Aunque será a su manera. Él es ahora el Águila. Él marca sus propias reglas. El fantasma de don Rafael contesta a esa bravata desde diez años en el pasado, de pie frente a los libros de historia, con un niña de apenas seis jugando con muñecas en el suelo y aparentemente ajena a la conversación.

- Así debe ser. Hace tiempo que se trata de tus decisiones. ¿Qué harás ahora que te has decidido? - se le retorció el bigote canoso en una mueca irónica la viejo zorro y dijo, con retintín - Ahora que tú eres el Águila.

Un Alejandro que ya maquinaba la trampa del bigote postizo, la máscara y el sombrero cordobés que luego habría de abandonar, contestó:

- Si voy a ser un superhéroe, tendré que ir donde están los superhéroes.

Don Rafael, sin mirarlo, ojeando con distracción un volumen al azar, sólo respondió, sin disimular cierta decepción:

- Claro - su tono había cambiado -. Eres el Águila.

- No será difícil que pases del Liceo Hispano-Alemán de Sevilla al de Madrid. No vivirás con nosotros, pero te veré todos los días. Y visitarás por fin la Academia - dice el Alejandro actual.

- ¿Siguen sin saberlo? ¿Ni siquiera Rosa?

- Sólo tú, yo y Nacho. Lo demás ya lo irás aprendiendo.

- ¿Quién es Nacho?

Él ríe, sólo una leve sacudida. Se echa sobre el respaldo de su asiento y observa a su alumna, reflexionando. Ella parece incapaz de dominar su ansiedad.

- ¿Y el traje? ¿Lo tienes ya o tendré que hacérmelo? ¿Cómo me voy a llamar? He pensado que podría ser...

La interrumpe levantando una mano y señala la estantería de la poesía, a la espalda de la jovencita.

- Tu abuelo se bautizó El Águila gracias a una estrofa de Machado. A ti te toca Bécquer.

Rocío gira la cabeza para lanzar una mirada a las baldas, incapaz de identificar el libro que señala Alejandro.

- ¿Entonces...?

- La Golondrina.

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[AVENTURAS, INVENTOS Y MISTIFICACIONES]

[La bitácora de Silvestre Paradox]

Ellos y nosotros.

Han cambiado con nosotros. Ya no son los caballeros cruzados que nos presentó la propaganda franquista - aunque algunos los veíamos con aprensión desde el exilio - y se han alejado mucho de las brumas de leyenda que rodean su participación en la Batalla del Ebro - de sobras demostrada, aunque no sea mi intención reabrir ese debate en éste momento -, pero tampoco se han acercado al fulgor y la repercusión de los superhéroes norteamericanos que, para bien o para mal, nos sirven de patrón a la hora de medirlos.

La Historia, con mayúscula, de los superhéroes en España se ha trenzado entre redes de mentiras, propaganda y falta de escrúpulos, reapareciendo el fenómeno con un estilo tradicional - es decir, americano - hace menos de diez años, con la aparición de Justicier en los barrios bajos de Barcelona. ¿En qué manera nos afecta a nosotros, los hombres de a pie, la existencia de estos superhéroes y cómo nos enfrentamos a ese hecho incontestable? Es una pregunta recurrente a la que en otros países, como los mismos EEUU, Francia, Rusia o China, más acostumbrados a la presencia de los vigilantes enmascarados, se ha respondido de formas muy diversas. Pero, ¿y España? Desde que la Dictadura abandonase sus proyectos de propaganda megalomaníaca España pasó casi 30 años sin poseer un solo superhéroe autóctono, siendo defendida de los ocasionales “incidentes” ahumanos bien por la SEDA o por superseres de distintas procedencias. Por eso su reaparición sorprendió a la sociedad española a contrapié, con una juventud que no concebía la existencia de superhéroes en su propio país y las generaciones que conocieron a los Valedores pensando en ellos como en un reducto de un pasado que era mejor no recordar.

Por mucho que se empeñen algunos, Justicier, El Águila, La Meiga y Raudo no tienen demasiado que ver con sus antecesores, son fruto de la iniciativa privada de personas anónimas, erigidas en protectoras de motu proprio de una sociedad que no sabe si aceptarlas realmente, que de hecho no acaba de hacerlo, y cuya labor tiene cada día menos clara. Al fin y al cabo, aunque las encuestas digan que 3 de cada 5 españoles se sienten más seguros pensando que cualquiera de estos superseres se encuentra vigilante para protegerlas de supervillanos, cataclismos, superterroristas o criminales comunes; la realidad es que casi nadie acaba de fiarse y nos enfrentamos diariamente a una paradoja eterna: a la mayoría de los españoles les da vergüenza tomarse en serio a sus propios superhéroes.

Quizás un artículo marginal publicado a través de internet no sea el lugar más adecuado para desarrollar una teoría de éste tipo, que ni siquiera es tal, pero no encuentro otra forma de expresar esa idea que ronda mi cabeza prácticamente desde la aparición de El Águila. El complejo de inferioridad frente a los brillantes superhéroes norteamericanos, no tanto por parte de los mismos héroes como por parte de la opinión pública, es bien patente, sobre todo entre los jóvenes, que parecen desear cuero negro, palabrotas y batallas épicas y siderales de pretenciosos intercambios de amenazas. Por otro lado el recurrente empeño de políticos y demás artistas circenses en meter sus sucias zarpas allí donde no deben - el deporte, la cultura y la Historia serían otros campos a señalar - ha terminado por cargarlos de unas connotaciones que en principio no poseían. El mismo nombre de Justicier, al que algunos alargan el nombre para convertirlo en Justicier d´Itaca - el enmascarado nunca se ha pronunciado a éste respecto - es un ejemplo bastante claro, además del eterno debate en torno a las filias y fobias políticas de El Águila. Famosa es la ocasión en la cual La Meiga hizo sus primeras declaraciones públicas: para pedir que los partidos, en plena campaña electoral autonómica, dejasen de debatir en torno a sus simpatías políticas y se centrasen en temas de interés general.

Que decir, por último, de la actitud de nosotros, los intelectuales, entre los cuales me incluyo con las debidas reservas, considerando que pecaría de falsa modestia al no hacerlo en virtud de los años que llevo consagrados al estudio del fenómeno superheroico o ahumano. La mayoría han ignorado el tema, muchos han preferido tomarlo a broma, y dentro de los pocos que se han dignado a tratarlo con un mínimo de seriedad ha sido siempre procurando encauzarlo por vías no siempre adecuadas. Yo mismo, con todo, pese a éste artículo en que parezco defender la dignidad de los superhéroes españoles y la necesidad de apoyo que poseen, no acabo de fiarme completamente, y es que cada uno posee en su propio historial los suficientes puntos oscuros como para despertar el recelo. Pero estos son un asunto para tratar en otra ocasión. Basten estas pocas líneas para hacer reflexionar al lector suspicaz y crítico antes de sumergirnos en la intrahistoria de nuestros superhéroes, que es la nuestra propia.

[Silvestre Paradox es Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Salamanca y Diplomado en Biotecnología y Dinámica Ahumana en la Universidad de Valencia. Es autor de ensayos y libros de investigación y divulgación tales como Breve historia de los superhéroes españoles, Introducción a la teoría de los superpoderes y Superpoderes y super-poderes: El imperialismo estadounidense y la proliferación de los ahumanos, publicados todos en la editorial Quintiliano.]

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Próximo número: El bautismo de fuego de Rocío como protegida de El Águila y la aparición estelar de... ¡Matador! Todo esto sin olvidarnos de las maquinaciones de Diablo.

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LA ESTAFETA

Bienvenidos, lectores.

Hoy hemos visto el origen de El Águila, o al menos parte de él, ¿qué os parece? Además también estamos asistiendo a otro origen, el de su sidekick, nieta del mismo maestro de Alejandro. Una historia de lealtades heredadas que aclara, aunque no del todo, las motivaciones de nuestro héroe. Ains, casi me se saltan las lágrimas de la emosión. En las acreditaciones, el diseño de El Águila Original lo realizó Zippo con el Jiromachín ese - le enviaré la imagen a Carlos para que la cuelgue en la web - y en principio era una remodelación de El Águila actual.

Este mes inauguramos La Estafeta con una carta de un lector, Imanol Amado:

"Holas,

Acabo de leerme el primer número y como lo he disfrutado, pues bueno, me he decidido a mandar unas líneas. ¿Lo que más me ha gustado? La futura (espero) tensión sexual entre la Capitana Estíbariz y Alejandro, que espero vaya desarrollándose poco a poco. También me ha gustado el amor por la teatralidad del personaje, odio los personajes oscuros y depresivos. Molan los secundarios, Nacho, Concha, Rosa... Y lo de la Aguila-Cueva debajo de la academia de esgrima ha sido divertido... También me ha gustado la última parte del número, en la que nos cuentas un poco más sobre el personaje en forma de artículo. Muy a lo Wachmen. El estilo me refiero, no te vayas a creer...

En lo negativo, creo que a veces te vas por las ramas en la descripción de la acción, pero supongo que es más una cuestión de gustos. En resumen, que si tu estás ahí para escribirlo, yo estaré aquí para leerlo.

-Saludos"

Bueno, en primer lugar, muchas gracias por escribir, es prácticamente el primer correo no amenazante que recibo desde que participo en MarvelTopia. Me alegro que te gusten los secundarios y el cuartel general, un 50% de tus elogios al respecto pertenecen a mi colaborador Ramón Vidal. Lo de los artículos estilo Wachtmen es totalmente intencionado, claro, aunque no pretendo compararme con Moore, yo me peino las melenas. Las escenas de acción, bueno quizás estaba demasiado embarullada, la verdad, y ocupaba excesivo espacio. Mi problema es que coloco muy mal las comas y tengo la mala costumbre de no revisar los textos con detenimiento, por eso la lectura de algunas escenas de acción resulta confusa. Es un defecto que tengo que corregir, porque me ocurre en todo lo que escribo: números, cartas, exámenes... En cuanto al tono alegre, este número ha sido algo más triste, a ver qué te ha parecido. Y finalmente, el tema de la tensión sexual... dejaré que sean nuestros mismos héroes quienes te respondan sobre el particular:

"El Águila se encuentra sentado en su sillón de reflexionar en el centro del águila-cueva, el codo apoyado en la rodilla y el mentón en el puño cerrado, con cara de estar comiéndose el coco una barbaridad. Incluso le sale humo por la orejas. Suspira y expresa en voz alta sus preocupaciones:

- Me preocupa mi creciente tensión sexual con la capitana Estíbariz.

De repente, de un ángulo oscuro del cuartel general, tal que una momia desde fondo de su sarcófago, surge Antonio Resines, gesticulando como un demente y dando collejas, sin previo aviso, a nuestro héroe.

- ¿Pero cómo que tensión sexual, pedazo de animal? ¡Tú lo que tienes es la mirada sucia y por eso pasa lo que pasa, que eres un sátiro y un degenerao, eso es lo que eres!

El Águila y Resines salen de escena mientras el segundo sigue corriendo a gorrazos al primero."

Er..., sí vale, esto no venía a cuento, pero ha sido más fuerte que yo escribir el fragmento. Ya puedes ver que la capitán no sale en éste número, y aunque aparecerá más adelante no va ser uno de los secundarios habituales de la serie, como Ingeniero o las hermanas de Alejandro.

Por cierto que no puedo despedir a Imanol sin recomendarle al resto de lectores que esté pendiente de sus próximas colaboraciones en la sección de DC de Action Tales. Mmm... ahora que lo pienso, debería tentarlo con participar en DCTopía, que está en pañales.

Además tenemos los comentarios de José González, escritor aquí en MarvelTopia de Dr.Extraño, Los 4 Fantásticos y Escuadrón Supremo:

"Lo primero que tengo que decir, es que está muy, muy bien escrito.

De quitarse el sombrero.

El comienzo del numero me ha traido a la memoria Iberia Inc.

Ese carácter, llamémosle quijotesco, del Aguila no me agrada especialmente.

Pero puedo aceptarlo.

La idea del planeador le da más autonomia al personaje. Esta bien.

El Conquistador parece un poco lila. Una pena, con los poderes que tiene.

¿Los Skrulls en España?

¡lo sabía!

Aznar, Zapatero y Rajoy no era normales, no.

El artículo de Silvestre Paradox se me antoja, aunque rico en información, anticuado en su redacción. Hasta para un Catedrático.

Quizas es que estoy más acostumbrado al la formas de redacción más actuales. Pero aun con esto, tengo curiosidad de ver como sigue."

Bueno, lo del Conquistador, a ver como queda lógico que un tipo como ese no sea ya alcalde de Marbella o seleccionador de fútbol... de momento volverá a la trena, pero no se descarta su reaparición a medio plazo. Lo de Iberia Inc., tengo que confesar que a mi no me entusiasmó precisamente aquella mini, aunque tenía cosas buenas, alguna le fusilaré y si hay algún paralelismo más pues... fue sin querer queriendo. Y Silvestre Paradox, no estoy muy seguro de cómo escribe un catedrático pero mi intención era que sonase más pedante que anticuado, creo que en el de éste número lo he conseguido mejor que en el anterior.

Finalmente - por la chepa de Zapatero que es el correo más largo que he escrito en mucho tiempo - tenemos el comentario de XuM... digo, de Mr.Multiplexor... ¿O era Anti-X? Bueno, de Xumer - que debe leerse algo así como "yauma", creo que había un personaje en Oliver y Benjí que se llamaba así -, el cual dice lo siguiente:

"El preludio es genial. Me gusta el ambiente sobrenatural que le has dado a la reaparición de Diablo (¿no era un personaje cómico?), también que aproveches todo este tipo de fenomenos extraños para situarnos en un lugar geográfico muy concreto, posiblemente este tipo de comienzo mareará a nuestros lectores latinos pero a mí me encanta...

Después de leer el número he de admitir que me ha resultado extremadamente ameno de leer. Quizá un poco largo, pero creo que esto se debe mas a mi extrema pereza a la hora de leer los números de los demás que a la extensión objetiva del número.

Es un número de presentación realmente completo, quizá echo de menos una presentación mas extensa o mayor interacción con las hermanas (de hecho no me queda del todo claro que todas ellas lo sean). Has introducido muchas tramas (la de la niña, la de Diablo) y me encantaría ver como las resuelves. Quizá aun sea demasiado pronto para decantarme en un sentido o en otro. En conclusión: de momento muy bien, pero falta ver como se desarrolla."

Veamos. Diablo es un personaje que se ha usado casi siempre cómicamente, pero ya ves que en la serie intento jugar un poco a la ambigüedad, sin tomarlo todo a broma pero sin acabar de hacerlo en serio. El Águila mismo es un personaje que la mayoría de los lectores españoles se han tomado a cachondeo. Ah, y los hermanos de Alejandro son tres: Concha, Pedro y Rosa, y ya existían.

La extensión... la verdad es que los números me están quedando bastante largos, si éste también resulta pesado avisadme, el problema es que no me he atrevido a comprimir o dividir en dos porque de la primera manera mutilaba las historias y de la segunda se me quedaban cortas. También reconozco que en éste se me ha ido un poco la olla y a lo mejor hay mucha descripción en algunos momentos y en otros muy poca. A ver que os parece como continúa esto.

Y bueno, ya está. Puff.

Saludos

Jose

 
 
   
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