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Alejandro Montoya descubrió en su juventud sus poderes eléctricos y su afición por la esgrima. Entrenado para ser un héroe, viajó por todo el mundo para convertirse en el defensor de los inocentes. Ahora, tras regresar a su país, él es el superhéroe español, es... EL ÁGUILA.
 
El Aguila

EL AGUILA #4
La torre herida por el rayo
Guión: José Cano

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Diablo, el Alquimista, atraviesa la plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, caminando sobre plataformas de aire que ha solidificado en plomo y flotan varios metros sobre el suelo. Tienen el aspecto de rocas flotantes y dibujan un arco que va desde el Hospital Real, al norte, hasta el Pórtico de la Gloria, al éste. Los cuatro elementales, aire, agua, tierra y fuego, mantienen a raya a los policías locales, nacionales y autonómicos que han llenado rápidamente la plaza. No en vano, frente a la catedral se encuentra el Palacio de Rajoy, sede del Ayuntamiento y de la Presidencia de la Xunta. Diablo crea otra plataforma más lanzando ante sí una pócima que se saca del guante izquierdo. Parece recitar una especie de mantra, como el que repasa la lista de la compra porque teme olvidar algo.

- ...y no debo tomar contacto con este suelo, pues en su esencia espiritual que...

El sonido de las aspas de un helicóptero de Televisión Española lo distrae de su perorata.

- ¡Aire! – ordena.

El elemental suelta a los turistas con los que jugaba y se lanza en forma de pequeño huracán en dirección al helicóptero, derribándolo. Diablo ya ha llegado al Pórtico de la Gloria y se ha detenido frente al pantocrator. Se saca una nueva pócima del bigote...

- Sulphur...

...y la arroja contra el Pórtico. Pero una mano, pequeña, con barro bajo las uñas y que huele a humedad, la atrapa a apenas dos centímetros de chocar con el monumento. Diablo recibe la patada de un pie descalzo en la mandíbula y se encuentra cayendo por inercia de regreso a la plaza.

- ¡Tierra! - brama, y el elemental crea una columna de arena con una cama en la que recoge suavemente a su amo.

Encaramada al Pórtico, mostrando escaso respeto por las escenas del Apocalipsis allí representadas, se encuentra una mujer de estatura mediana, vestida con una túnica hecha jirones, descalza, cubierta de barro y ramas de árboles que también se le enredan en el pelo color ceniza. Sobre la cara y los brazos lleva dibujadas varias runas con sangre seca. Bajo el brazo derecho – el que ha atrapado la pócima que ahora blande contra su propio dueño – sujeto un cayado, entre el cinturón y la túnica, una hoz de bronce diminuta y un cuchillo de cazador.

Desde su camastro improvisado, Diablo contempla, además, como los turistas y los policías están siendo liberados en la plaza por una docena de figuras de color grisaceo, ataviadas con túnicas parecidas que les caen sobre la cabeza tapando sus caras. Se las reconoce como humanas por sus manos y brazos, huesudos y rugosos, que sujetan a las víctimas de Diablo hasta liberarlos de sus captores. Todas las sombras parecen murmurar una letanía de manera coordinada, ejercicio en el que la mujer del Pórtico los acompaña, ya que mueve los labios sin hablar. Lanza el preparado contra Diablo, que lo hace estallar en el aire con un movimiento de la mano.

- ¡Mercurius!

Ella salta dando una voltereta y consigue hundir su cayado en la columna de arena. Con el cuchillo de cazador se hace un corte en la mano y restriega una mancha de sangre contra el elemental. Inmediatamente, éste se desmorona, pero Diablo ya se ha tomado una pócima de agilidad y consigue alcanzar de un salto una de sus plataformas de aire plomificado. La bruja recupera su cayado mientras se guarda el cuchillo y lo sustituye por la hoz. Las sombras parecen empezar a congregarse a su alrededor, sin interrumpir su murmullo. Diablo los apunta con un dedo amenazador, desde las alturas.

- ¡No sois más que exiliados del nuevo orden! ¡Basura pagana! ¡Ya he roto vuestro estúpido sello y deshecho vuestra antinatural alianza! – saca dos pócimas, una por cada guante, y las lanza contra ellos – ¡Ens astrale! ¡Sulphur!

Las sombras se dispersan rápidamente y la mujer rueda por el suelo, pero una tercera pócima que aprovechando la confusión el Alquimista se ha extraído del sombrero le estalla sin problemas sobre la cabeza.

- ¡Sal! – exclama, triunfante.

La meiga ha quedado convertida, efectivamente, en una estatua de sal. La letanía de las sombras cambia de tono y comienzan a congregarse en torno a ella, como si quisiesen protegerla. Diablo les da la espalda, refunfuñando, y hace que su elemental de aire empuje la plataforma hasta el Pórtico de nuevo.

- Sulphur – repite, con desgana.

Mete los dedos en los ojos del Pantocrator y una vasija tripuda y con un tapón de corcho cae desde una trampilla hasta su mano libre.

- Agua – ordena, y el elemental protege el vaso en una burbuja –. Debo darme prisa.

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Mejores esperanza puede tener el que va por el camino derecho y no halla lo que busca que el que lo encuentra por mal camino.
Don Juan Manuel, El conde Lucanor,

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La judería de Toledo es un laberinto abigarrado de memoria y trampeado. Alejandro Mendoza se mueve por el como un sonámbulo, y podría perderse si no estuviese sirviendo de guía improvisado de su joven discípula, Rocío González. Los dos van de paisano, él desprovisto del bigote postizo que utiliza cuando es El Águila, chaqueta, camisa y vaqueros, y ella prescindiendo de su habitual coleta, dejando que la melena le caiga sobre los hombros, camiseta y vaqueros. La casa a la que arriban, como auténticos turistas náufragos, tiene un aire añejo de clásica decadencia. La puerta – rodeada por un edificio de piedra desnuda –, de una madera en la que fácilmente pueden apreciarse las vetas, los nudos y los años, no posee a los lados timbre ninguno, ni cerraduras, ni pomo, y sólo esta decorada por un aldabón dorado.

- ¡Pero lo del Matador1 no era exactamente magia! Tu mismo dijiste que funcionaba porque dábamos importancia a los símbolos, y si no... - protesta Rocío.

- No importa, sigues necesitando rudimentos de magia, y además, no te quejes, que de paso estás conociendo Toledo... – Alejandro llama con dos golpes secos y enérgicos.

- Pero bueno, tu amigo éste que...

La puerta se abre con un crujido de goznes y, sujetando el pomo – si que hay uno por dentro – aparece un joven que no aparenta ser mucho mayor que Rocío, un palmo más alto que ella, con el pelo rubio, corto y despeinado. Lampiño, con un moreno dorado que hace juego con sus ojos color miel, el muchacho tan solo lleva puestos unos bombachos de color blanco, por lo cual esta desnudo de cintura para arriba, mostrando un abdomen ligeramente musculado. Tiene el aspecto de una estatua de bronce y mira a nuestros héroes con patente indiferencia, aunque ha dedicado una seña de reconocimiento a Alejandro. Se aparta levemente, para abrir el ángulo de la puerta, y señala al interior con la palma de la mano libre.

- Gaaah... - articula Rocío.

Su maestro sonríe y la empuja hacia el interior, ejerciendo una leve presión con dos dedos sobre su hombro derecho.

- Rocío, este es Gárgoris, el ayudante de mi amigo. Gárgoris, esta es Rocío.

Gárgoris se limita a inclinar levemente la cabeza, sin variar un ápice su expresión ausente.

- Gaaah...

La puerta se cierra tras ellos con un golpe seco, y la oscuridad y el frío húmedo de la casa los envuelven. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, el efébico guía los saca de un zaguán de pared desnuda cuya única decoración son un kilim en el suelo y un cuadro con una reproducción de un grabado medieval que representa a un anciano de larga barba vestido con una túnica y sentado junto a un alambique. Una voz masculina, madura pero entusiasta, los llama desde el fondo de la casa:

- ¡Vamos, pasad!

La siguiente habitación es un salón de techo en forma de cúpula que a Rocío le recuerda vagamente al de una cueva. No hay ventanas, y tan sólo una puerta en cada extremo, la de entrada la está cerrando Gárgoris a sus espaldas. Hay un televisor de pantalla plana con una gitana y un torero encima y un sofá y varias sillas de diseño chillón decorados con tapetes de ganchillo. Las paredes, por contraste, están decoradas con varios grabados como el del recibidor, que representan siempre a un anciano en una especie de laboratorio, realizando diferentes tareas. Al fondo de la habitación, acomodado en un sillón de orejas junto a una mesa camilla sobre la que hay desperdigada una baraja de cartas, el anfitrión. Se trata de un hombre que aparenta una sana cuarentena, pelo largo recogido en una coleta, negro con vetas canosas, ojos grises y barba corta y cuidada. Viste un traje azul oscuro con chaleco sin mangas y corbata, aunque no lleva puesta la chaqueta, que permanece, colocada para que no se arrugue ni un mínimo, sobre el respaldo de una de las sillas. El hombre se pone en pie para recibir a nuestros amigos.

- ¡Alejandro!

Los dos se estrechan la mano con efusión, Rocío da un paso atrás y casi tropieza con Gárgoris, que la sujeta por los hombros para que no se caiga. Ella da un respingo y se aparta también del mucho, el cual, por lo demás, continúa mirando al vacío inexpresivamente. Alejandro atrae a su aprendiz sujetándola del codo.

- ...y esta es Rocío, la nieta de don Rafael –se gira hacia ella-. Rocío, este es don Illán de Toledo.

Don Illán extiende una mano que Rocío estrecha mecánicamente. Es seca y áspera.

- Así que la Golondrina, ¿eh? –le guiña un ojo-. Venid aquí...

Y les indica la dirección de la mesa camilla. Los invitados se hacen cada uno con una silla y se colocan junto a la mesa. Don Illán ya ha regresado a su sillón y esta ordenando las cartas, se trata de una baraja del Tarot. Hace una seña a su ayudante.

- Gárgoris, tráenos un refrigerio.

El muchacho inclina la cabeza levemente y desaparece sin hacer ruido por la puerta del fondo. Rocío se atreve a preguntar, con un hilo de voz, dirigiéndose a Illán pero inclinada hacia Alejandro y mirando al suelo:

- Eh... ¿qué edad tiene ese chaval?

La carcajada en estéreo de los dos adultos la pilla por sorpresa y la hace enrojecer hasta las orejas. Contesta el anfitrión, mientras baraja.

- Bueno, querida, eso es difícil de precisar. Sólo nos conocemos desde hace... ¡vaya!

El mago se interrumpe cuando una de las cartas se escurre del mazo y vuela hacia el suelo. Alejandro la caza y la coloca sobre la mesa, boca arriba.

- ¡La torre herida por el rayo! –exclama Illán.

Alejandro se rasca la barbilla. La carta presenta una torre semiderruida por un rayo que cae sobre ella en la parte superior.

- ¿Qué pasa? –pregunta Rocío.

Su profesor y su anfitrión intercambian una mirada. Illán empieza a explicar, levantando la carta y blandiéndola hacia Rocío como un árbitro amonestando a un jugador.

- La torre herida por el rayo es uno de los arcanos del tarot. La torre representa el poder. Los ladrillos son de color carne para ratificar que se trata de una construcción de viviente, reflejo del ser humano –don Illán movía la carta en el aire y señalaba cada elemento con los dedo-. El naipe señala el peligro al que conduce todo exceso de seguridad y su consecuencia: el orgullo. Siempre según esta interpretación, simboliza la megalomanía, la persecución de quimeras y el estrecho dogmatismo. Me pregunto por qué habrá...

Lo interrumpe un temblor de tierra y un fenomenal estruendo proveniente de la calle.

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Los elementales de Diablo se enseñan con la judería de Toledo, probablemente destrozando muros y adoquines que costará millones de euros restaurar. Unos cuantos turistas alemanes huyen despavoridos. Desde la puerta de la casa de don Illán, éste, Alejandro, Rocío y Gárgoris contemplan el destrozo. Diablo ha dispuesto varias de sus plataformas de plomo por las que camina en dirección al final de la calle, donde otra casa más vieja probablemente que el propio Alquimista, con un escudo nobiliario sobre el quicio de la puerta, lo espera.

- Será posible... -murmura Alejandro.

Don Illán se gira hacia su ayudante:

- ¡Gárgoris! ¡Coge a la niña y haz guardia frente a la puerta de los 23 candados!

El muchacho ya está arrastrando a Rocío de un brazo hacia el interior de la casa cuando ella empieza a protestar:

- ¡Eh! ¡¿Qué niña?!

Alejandro también entra, hasta el recibidor. Se quita la chaqueta y saca de los bolsillos un pañuelo y dos guantes. Don Illán se gira hacia él.

- No me lo creo...

- Estoy seguro de que Spiderman también lo hace –dice el héroe, mientras se desabotona la camisa dejando al descubierto el águila amarilla de su traje.

Tierra lanza a un turista contra la pared de la casa de Don Illán. Con el barullo, Diablo sigue concentrado en su objetivo no es consciente de la presencia del mago y el espadachín.

- ¿También traes la espada?

- No –Alejandro salta fuera de la casa sólo con la parte de arriba del traje, de cintura para abajo lleva los zapatos y los vaqueros. Menea las manos, mostrando los guantes-. Sólo esto. Pero me ayudan con mis poderes. Ahora páralo, sea lo que sea que esté haciendo.

El ruido inconfundible de un helicóptero destaca entre el jaleo de la batalla. Alejandro levanta la vista y ve a un equipo de Televisión Española. Masculla una maldición, pensando que va tener que recogerlos del suelo en menos de cinco minutos.

Don Illán se saca un pequeño tubo de ensayo de un bolsillo interior del chaleco y lo lanza sobre la plataforma de plomo más cercana. Provoca una pequeña explosión que desconcentra al Alquimista.

- ¡¿Qué?! –brama, cuando ve a nuestros héroes- ¿No he tenido ya suficiente? Se supone que España está desprotegida2.

- ¡Diablo! ¡Nunca obtendrás lo que has venido a buscar! –le grita don Illán, lanzándole un nuevo tubo.

Diablo lo hace explotar con una de sus pócimas que se saca del bigote.

- ¡Bah! Estúpido centinela, no me interesan tus ridículos tesoros. Nada que provenga de Dios me resulta de utilidad. ¡Elementales! ¡Olvidad al ganado y acabad con eso idiotas!

Mientras Fuego y Agua se lanzan los primeros contra El Águila, una nube de arena empieza a manifestarse en el centro de la calle. Don Illán se gira con curiosidad, siendo arrastrado por Tierra.

- ¿No era el elemental? –dice Alejandro, que trata infructuosamente de electrocutar a los elementales.

Diablo ya esta lanzando pócimas sobre la enseña nobiliaria.

- ¡Sulphur!

La nube de arena se colapsa en una explosión de barro y sangre seca. De ella surgen las sombras que acompañaron a la meiga durante la batalla de Santiago. Diablo, sin volverse, ordena:

- ¡Acabad también con esos despojos!

Aire esta jugando al yo-yo con Alejandro.

- ¿Son los druidas? –grita, mientras trata de liberarse del pequeño huracán que lo lanza de un extremo a otro de la calle.

Don Illán se ha sacado un pliego de papel amarillento del chaleco y lee algunas palabras. Luego extiende la mano hacia Fuego y de ella sale un chorro de espuma.

- Si que lo parecen.

- ¿Y La Meiga?

- Vete a saber.

Una nueva vasija ha caído del hueco del escudo, y ya la envuelve Agua en otra burbuja. Las dos pócimas flotan junto al Alquimista.

- ¡Elementales, nos marchamos!

Tierra se aparta de los druidas y envuelve la plataforma en la que descansa su señor en una columna de arena. Luego la encoge y, como un muelle, salta hacia el cielo, perdiéndose en el horizonte. Sus tres hermanos abandonan su ataque sobre los héroes y lo siguen inmediatamente. El helicóptero de televisión, que los ha esquivado por muy poco, los sigue sin atender a lo que pueda ocurrir con los superhéroes.

Alejandro, magullado, se sacude el traje. Todos los turistas han huido y en la calle solo quedan él, don Illán, y los fantasmas druídicos, que dan vueltas en círculos murmurando una ininteligible letanía.

- ¿Qué ha sido eso? –pregunta el espadachín.

- Pues, a juzgar por la prisa que lleva, es evidente que esta reuniendo los componentes de una formula que deben mezclarse con rapidez, una formula bastante poderosa –señala a los druidas, que se están acercando a ellos dos-. Si ellos están aquí, es que el primer componente estaba en Galicia, y supongo que tu amiga Meiga no ha acabado muy bien...

Alejandro chasca la lengua. Esta agachado, las manos apoyadas en las rodillas, recuperando el aliento. Parece recordar algo y se saca del bolsillo trasero del pantalón un bigote postizo.

- Mejor me preocupo por eso luego –se pega el bigote, ignorando la sonrisa de don Illán-. ¿Cómo sabemos donde irá ahora?

- Bueno, basándome en la posición del sol...

Las sombras de los druidas han formado un círculo alrededor de ellos y se van acercando lentamente.

- ¿Qué están haciendo? ¿Illán?

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El dramático aterrizaje de la gárgola sobre la que cabalga Diablo no puede ser más tópico: en plena fuente de los leones, en el centro de la Alhambra. Con las dos gotas de agua orbitando sobre su cabeza, el alquimista vuelve a crearse plataformas de plomo que le abran paso franco hasta uno de los capiteles del patio.

- El viejo Eben Bonaben, siempre queriendo llamar la atención... - refunfuña el villano, mientras los elementales van llegando tras sus pasos y ahuyentando a los visitantes.

Los turistas, rosados, anglosajones y ruidosos, huyen despavoridos, siguiendo a los guías, que son quienes más corren. La excepción es una pareja de japoneses: ella, más curiosa que inteligente, se detiene bajo un arco de medio punto con la cámara de fotos en ristre, dispuesta a inmortalizar la estampa, mientras su histérico y chillón acompañante trata de arrastrarla lejos de allí. El flash de la cámara coincide con un relámpago blanco y rojo que los arrastra desde el patio hacia uno de los jardines junto al palacio de Carlos V en apenas un parpadeo. Raudo3, con su uniforme de mallas -incluye una máscara innecesaria- en blanco con rayas amarillas y rojas en los costados, saluda con la mano mientras vuelve a desaparecer. La polaroid emite la foto de un borrón.

Raudo ya está de vuelta en el patio, provocando un pequeño huracán al dar vueltas en círculos que dispersa a Agua y Aire. Fuego detiene al héroe al lanzar dos llamaradas que le chamuscan las plantas de los pies.

- ¡Será cabrón el bicho!

Diablo, en otro bloque de plomo flotante, se dirige hacia una de las estancias anexas al patio, una de las habitaciones del sultán. En una nube de humo gris que destila olor a tierra húmeda y sangre, aparecen don Illán, El Águila –todavía a medio vestir, conserva los pantalones vaqueros y los zapatos- y las sombras de los druidas, que continúan con el murmullo de su letanía. Lo primero que hace Alejandro –aparte de sacudirse algo de barro- es lanzar una descarga eléctrica en dirección a Diablo.

- Debí traer a Zzax –murmura el Alquimista, procurando no tropezar con los escalones al esquivar nuevas descargas.

Don Illán ha sacado un pergamino de su chaleco y comienza a recitar formulas mágicas.

- ¡Tierra! –ordena Diablo- ¡Ahoga los lastimeros lamentos del centinela! ¡Fuego! ¡Elimina al espadachín!

Los elementos intercambian parejas de baile. Agua se ocupa de los druidas, tierra de don Illán, al que arrebata el pergamino, Aire de Raudo y Fuego de Alejandro.

- No hay que dejarlos que escojan rival –grita Illán mientras es lanzado desde un extremo a otro del patio por un latigazo de arena.

Diablo desaparece sellando con un muro de plomo las habitaciones del sultán.

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De nuevo en Toledo. En el sótano de la casa de don Illán, Gárgoris, blandiendo una maza de bronce, permanece alerta junto a la mencionada puerta de veintitrés cerrojos. En el suelo hay dibujado complicado esquema de líneas que se intersecan, en cada punto un círculo con una letra hebrea: es "un árbol de la vida". Rocío está sentada con la espalda apoyada en la pared. Juguetea con la baraja de Tarot. Desde hace un rato, cada vez que saca una carta al azar, sólo le sale La Rueda de la Fortuna.

- Bueeeeno... -dice, desperezándose-. ¿No hablas?

Gárgoris se gira para mirarla y niega con la cabeza.

- ¿Nunca?

Gárgoris afirma.

- ¿Cuántos años tienes?

Gárgoris sujeta la maza entre el brazo y el costado y abre y cierra las palmas de las manos varias veces, indicando unas cuantas decenas. De hecho, tarda bastante en acabar.

- Es imposible. Si pareces de mi edad.

Gárgoris se encoge de hombros, como si le diese igual que lo crea o no. Rocío empieza a barajar otra vez.

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En la habitación sellada por el Alquimista, el sello de la tercera pócima –estaba en el interior de una columna- se ha abierto, pero en lugar de una nueva vasija que caiga en manos de Diablo, de su interior surgen tres columnas de humo violeta. Cada una se acomoda en un hueco entre columnas de la habitación del sultán, adoptando figuras vagamente antropomórficas.

- ¡¿Qué es esto?! –brama Diablo.

Las esculturas de humo acaban por definirse. La que se sitúa a la izquierda del villano es un hombre de barba puntiaguda, tocado con un sombrerito de rabino y vestido con una túnica de color gris, a la moda mozárabe.

- Ya’kub Ibn Yatom, jefe de la comunidad judía de Toledo, está presente.

La del centro es un hombre con una barba corta y blanca, rasgos árabes y ojos azules, con un turbante pequeño y vestido con túnica corta y pantalones, se apoya encorvado sobre un bastón decorado con cuidadas filigranas de plata.

- Eben Bonaben, preceptor del joven príncipe de Granada, está presente.

La de la derecha es un hombre más joven que los otros dos, con la cabeza descubierta, barbas castañas y vestido con cotas de mallas y jubón, pero una capa eclesiástica cubriéndolo.

- Pero Davidiz, deán de la catedral de Santiago, está presente.

Diablo da un par de pasos hacia atrás, alarmado, pero él mismo ha sellado la sala. Intenta sacar nuevas pócimas para liberarse, pero los nervios le impiden acertar con la adecuada. De momento, los aparecidos parecen ignorarlo.

- Hemos vuelto a encontrarnos –dice el judío.

- Nunca dude de ello –contesta el cristiano.

- Amigos –levanta las manos al aire el musulmán-, por favor, concentrémonos en nuestro invitado –los tres se giran hacia el Alquimista-. Esteban Corazón de Diablo. Por fin se acabaron los aprendices.

El villano rompe en el suelo varios botes de sustancias que no parecen afectar para nada a los fantasmas ni al sello de la puerta.

- No te gastes, Esteban –afirma Davidiz-. En previsión de tu regreso no aplicamos alquimia, sino magia. Nunca se te dio muy bien la magia.

- Ruega a Dios que te consuele en tu encierro, Esteban –dice Eben Bonaben.

Los tres fantasmas unen sus manos y empiezan a recitar una triple plegaría, en hebreo, árabe y latín.

- Nooo... -masculla, apretando los dientes, Diablo.

Un círculo de luz se abre bajo sus pies para luego tragárselo, en un parpadeo. Los magos intercambian un guiño de satisfacción antes de regresar al sello, junto a las dos pócimas que robó el Alquimista, convertidos en columnas de humo.

En el patio, los elementales dejan súbitamente de pelear. Alejandro, junto a la fuente, trataba de acabar con Agua provocando una electrólisis, Raudo esquivaba a supervelocidad los ataques de Tierra, don Illán intentaba encerrar a Aire en una botella con fórmulas mágicas y los druidas habían aprisionado a Fuego trazando un círculo de sangre en el suelo. En el mismo instante, los cuatros entes intercambian una mirada de estupor y se desvanecen en el aire. Alejandro y Raudo caen de rodillas al suelo, exhaustos. Don Illán se rasca la barbilla, pensativo.

- ¿Hemos ganado o hemos perdido? –pregunta Raudo.

El muro que protegía las habitaciones del sultán cae y los druidas y don Illán entran rápidamente, inspeccionándolas de punta a punta, las sombras continuando con su quejoso murmullo.Aparentemente, la sala está intacta, como antes de que llegase Diablo.

- ¿Ya está? –protesta.

Alejandro se rasca la nuca.

- Illán, nos vendría bien alguna respuesta.

El mago levanta un dedo girándose hacia los héroes, dispuesto a contestar, cuando las sombras de los druidas vuelven a reunirse y en otra explosión de barro, desaparecen. Don Illán se sacude de nuevo la tierra del traje.

- Si se van, es que hemos ganado.

- ¿Y ahora como volvemos a Toledo?

- Espero que lleves dinero en los vaqueros.

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Epílogo

- ¿Es él? ¿Puede serlo? –pregunta la voz cascada de un anciano.

- Tal parece –este suena como un hombre con algunos años menos, pero que tampoco es joven.

Diablo abre los ojos y se incorpora levemente. Se encuentra en una habitación completamente blanca: techo, paredes y suelo, desprovista de muebles. No hay nada en esa habitación aparte de los dos hombres que se inclinan sobre él. Uno es un hombre viejo y huesudo, vestido con un hábito de dominico, calvo y con una pequeña perillita blanca. El otro, un tipo maduro, rollizo, de rasgos germanos, pelo rubio y vestido a la moda de los burgueses del Renacimiento.

- ¿Dónde estoy?

El gordo pregunta:

- ¿Vos sois Esteban Corazón de Diablo, el Alquimista nacido en Zaragoza en tiempos de Jaime III?

Diablo carraspea:

- Así es.

Los hombres caen de rodillas y le sujetan las manos.

- ¡Maestro! –gimen a coro.

- La mala interpretación de vuestros escritos nos guió hasta esta trampa. Perdonadnos, maestro –chilla el viejo.

Diablo retira los brazos bruscamente.

- Pero..., ¿quiénes sois vosotros?

Los hombres se miran y es el gordo quien contesta.

- Mi compañero, que arribó a aqueste lugar el primero, era conocido en otro tiempo como fray Emilio Bocanegra. En cuanto a mí, el nombre con el que fui bautizado poco importa. Cuando era un hombre, me llamaban Paracelso.

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MILENARIOS, un programa de Onda Ibérica

[Sintonía: música de los títulos de crédito de Blade Runner]

Buenas noches, amantes de lo oculto, os habla Tristán Jiménez en un nuevo programa de Milenarios. Esta noche, entre otros temas, hablaremos de las meigas, el eterno misterio de los bosques gallegos, y de la leyenda de la Mesa del Rey Salomón, oculta en Toledo según la tradición. Para ello, tenemos con nosotros a dos expertos en magia y ocultismo: Fabio Arrabal...

Buenas noches.

...y la doctora Benítez.

Hola Tristán.

Bueno, Fabio, quisiera pedirle que antes de empezar con el tema central de hoy, que serán las meigas, nos explique brevemente la leyenda de la mesa del Rey Salomón.

Bien, Tristán, esta es una leyenda que, como muchas otras, surge, evidentemente, de la Biblia. Jedidias, hijo de David, reinó sobre Israel con el nombre de Salomón y es considerado un gran profeta para las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, que lo tienen por uno de los hombres más cultos e inteligentes de su tiempo. Esta reliquia sería una mesa o tabla sobre la que el sabio escribió el verdadero nombre de Dios. La importancia de esta inscripción es crucial, pues con Salomón nace la Cábala, y se supone que la pronunciación de éste nombre otorga pleno poder y sabiduría, la capacidad de creación. Es el Shem Shemaforash que Dios pronunció en el primer día para comenzar la creación. La tabla se ocultaba en el Templo de Jerusalén.

Se ocultó... durante un tiempo.

Cierto, Tristán. En el año 70 después de Cristo los romanos saquean el templo y, con el resto del tesoro, la mesa es trasladada a Roma, depositada en el templo de Júpiter. Allí permanece hasta el saqueo de la ciudad en el siglo V por parte de los godos, que la trasladan a Toulouse. Luego, cuando el reino visigodo se instale en España, la Mesa irá a parar a su capital, Toledo.

Sobre lo que ocurre después no hay una única versión, ¿verdad?

No, no, claro. Se dice que los árabes, al invadir la Península, codiciaban la Mesa, pues Salomón también es una figura clave dentro del Corán, y que los visigodos hicieron todo lo posible por ocultarla. En algunas versiones, lo consiguen, y la reliquia se encontraría hoy día en la Catedral de Jaén. En otras, Tariq se hace con el tesoro y lo guarda en la ciudad de Medinaceli. Pero la más interesante es la variante en la que la Mesa permanece en Toledo.

¿Es posible, Fabio?

Así es, Tristán, porque la ciudad manchega tiene toda una rica tradición mística que se inicia con su misma fundación por parte del mismísimo dios Hércules. Es una lástima que el vengador nunca se haya prestado a colaborar con investigadores españoles, pues estamos seguros de que su testimonio esclarecería muchos puntos oscuros.

Pero, Fabio, explíque a nuestros oyentes que tiene que ver eso con la Mesa de Salomón.

Claro, claro... La leyenda cuenta que Hércules construyó un magnífico palacio en Toledo del cual, andando en tiempo, tan sólo se conservó una estancia, en la que se fueron ocultando los más preciados tesoros del conocimiento místico. Sobre esta "cueva de Hércules", alrededor de la cual se acabó construyendo el palacio de los reyes godos, se lanzó una maldición tras guardar en ella la Mesa: entrar en ella provocaría la destrucción de España. En otras versiones, la maldición implica la pérdida de todas las posesiones materiales de aquél que entra. En ambas, el violador es don Rodrigo, el último rey godo, cuyo castigo es la invasión árabe de España. Tariq, consciente de la maldición, ordenaría cerrar de nuevo la cueva, y la Mesa permanecería allí hoy en día. En ocasiones, la cueva de Hércules se ha presentado como una puerta al mismísimo infierno.

Pero, ¿no existe ya una atracción turística en Toledo llamada "Cueva de Hércules" que muchos turistas visitan todos los años?

Así es, Tristán, en el callejón de San Ginés, en el lugar donde su ubicaba una antigua iglesia de la Edad Media. Pero en realidad se trata de las ruinas de unas termas romanas. Los expertos aún estamos discutiendo sobre el significado de estas ruinas, pero desde luego no se corresponden con la gruta mítica.

Bueno, creo que ya ha quedado introducido el tema, sobre el que volveremos más tarde. Ahora, nos marchamos a publicidad unos minutos, tras los que volveremos con la doctora Benítez, y su trabajo recién publicado sobre las meigas, ¿no es así?

Así es Tristán.

[Sintonía: música de los títulos de crédito de Blade Runner]

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1.- Número anterior

2.- Tal vez lo diga por lo que le ocurrió en Eurocorps #2-3

3.- Raudo es el superhéroe andaluz afincado en Jerez de la Frontera, el típico velocista. Apareció en El Águila #2 sin máscara. Su identidad es pública.

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Próximo número: Continúa con nosotros La Meiga y viajamos al País Vasco. ¿Qué emocionantes aventuras esperan allí a El Águila y la Golondrina? No dejes de leerlo, creyente.

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LA ESTAFETA

Espero que os guste y vuestros comentarios correspondientes en tamborhojalata@hotmail.com, asunto: El Águila, o en la lista y el foro de MarvelTopia.

Hispánicos saludos.

Jose

 
 
   
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