EL HALCÓN VOL. 2 #12
Conflictos matrimoniales
Guión: Alex García
PORTADA: Sam paseando por las calles de Harlem, comiéndose una manzana y sujetando un periódico bajo el brazo.
Mi nombre es Sam Wilson, y con un día tan agradable como el de hoy, lo
menos que podía hacer es salir a dar un paseo.
Harlem no es un lugar muy agradable; a diario se cometen robos y
asesinatos, muchos causados por las pandillas locales o por enfrentamientos
entre dichas pandillas. La gente duerme donde puede, ya sea un piso
infestado de cucarachas o en un húmedo callejón. No será la primera vez que
veo a tres vagabundos compartiendo una caja de cartón para pasar la noche.
La verdad, la sola visión de Harlem es capaz de deprimir a la gente.
Con todo, es mejor que el Bronx...
Saludo a mis vecinos según me los voy encontrando, juego un poco a la
pelota con algunos críos y compro el periódico en el quiosco del viejo Lou
Biggles, como cada día. Tras la charla diaria sobre los Giants y los Mets me
despido de Lou y vuelvo a casa tomando el camino más largo, para poder
contemplar mi barrio. Sí, Harlem es deprimente, pero yo nací y crecí aquí, y
eso me une a este barrio más de lo que quisiera admitir.
Desgraciadamente parece que la mañana era demasiado tranquila, pues oigo
gritos procedentes de la acera de enfrente; se trata del matrimonio Viotsky,
otra vez montando el espectáculo en medio de la calle. La mujer, Estella,
acudió varias veces a mí como asistente social para denunciar los malos
tratos a los que las somete su marido, Karl, pero siempre que la convencía
de que le denunciase aparecía al día siguiente con gafas de sol diciéndome
que había cambiado de opinión, que su marido era muy bueno pero que a veces
bebía "un poquito de más" y entonces se le iba la mano... no podía evitar
sentir lástima de la pobre mujer, pero mis manos estaban atadas por la ley.
Karl es ruso; se vino aquí durante la guerra fría y se casó con Estella,
una chica negra, para poder pedir la ciudadanía y conseguir un trabajo, pero
nunca pasó de taxista... deprimido, dedica las noches a empinar el codo y
pegarle a su mujer.
Hoy parece que Karl se ha bebido toda una botella de matarratas, porque la
cara de Estella está hinchada por los golpes propinados por su marido, el
cual sigue gritándole mientras ella chilla pidiendo auxilio. Hay una gran
multitud mirando, pero nadie hace nada. ¿Qué esperábais? Esto es Harlem...
cada cual cuida de sí mismo.
- ¡Jódete, zorra! - grita él -¡Esto no es nada comparado con lo que te haré
si te pillo otra vez mirando a otro hombre! - y levanta la mano una vez más.
Bueno, me habré tomado un año sabático de mi empleo de asistente social,
pero no de ser humano (y ex compañero del Capitán América, para más señas,
algo de él se te pega siempre), así que rápidamente me abalanzo sobre Lou y
le retuerzo el brazo.
- Esos no son modales, Karl - le susurro al oído. Me mira fijamente con sus
ojos vidriosos, y tarda un rato en reconocerme. El olor a alcohol de su
aliento casi me tumba.
- ¿¿Wilson?? ¡Apártese de mí, cabrón, o le denunciaré a la policía!
Una amenaza un tanto vacía, como ya dije estamos en Harlem... aún así
suelto mi presa sobre su brazo.
- Si vuelve a ponerle la mano encima...
- Lo que yo haga con esta putita negra no le importa, Wilson - dice mientras
me clava el dedo índice una y otra vez en el pecho mientras me escupe en la
cara al hablar -. ¿O es que se ha encoñado con ella? - se vuelve hacia
ella - ¿Es eso, puta, me engañas con él? - viendo que va a intentar
agredirla otra vez y que mi paciencia hace rato que se ha terminado le
agarro por el hombro para que se dé la vuelta y le propino un buen directo
en la mandíbula. El pobre patán cae inconsciente...
Reflexiono sobre lo que acabo de hacer; no he arreglado el problema, ni
mucho menos; cuando se despierte volverá a apalearla, pero el problema es
que ella le tiene demasiado miedo para dejarle. Aparte está el problema de
que intente denunciarme, pero como la ley suele dejarnos de lado, pasará
mucho tiempo antes de que se dignen si quiera a escucharle. Y aparte, no
debería haber caído tan bajo como para pegarle... él no tenía ninguna
oportunidad. Me doy la vuelta y me voy, frustrado. Necesito algo con lo que
desahogarme...
- Ey, Wilson.
Me giro y veo a Leroy Smiths, el líder de una de las pandillas de la zona,
conocidos como "Las Cucarachas en el Retrete". Aunque Leroy viste como el
típico macarra negro, las apariencias engañan... Leroy está a punto de
acabar la carrera de física y trabaja por las tardes en una panadería para
mantener a su madre y hermana. Sonrío... yo le conseguí el trabajo.
- ¿Qué pasa, Leroy?
- Wilson, no me jodas - susurra -. Ya sabes que en público soy el Gran
Cucaracha.
- Es verdad, Ler... Gran Cucaracha, perdona. ¿Qué tienes para mí? - no sólo
la banda de Leroy es la más pacífica de todas, sino que a veces me facilitan
información sobre... actividades ilícitas que sólo mi otro yo puede manejar.
- Esta noche, tío, a medianoche. Detrás del puesto de fruta de la vieja
Sims... compra y venta de pipas, tío.
Tráfico de armas. Bien, por fin tengo una excusa para desahogarme.
- Gracias... Cucaracha - bajo la voz - ¿Qué tal la carrera?
- De pena, tío. El Español me está jodiendo vivo...
Con una carcajada me voy a mi piso. Esta noche tendré un poco de acción,
pero no puedo quitarme de la cabeza el tema de Estella Viotsky...
Medianoche.
Ala Roja y yo contemplamos el oscuro callejón, esperando a que los
traficantes lleguen. Minutos después una pequeña furgoneta entra en el
callejón, mientras por el otro lado vienen otros andando; uno de ellos lleva
una gran bolsa de papel en la mano. Evidentemente, el dinero. Los otros
bajan de la furgoneta, abren las puertas traseras y empiezan a enseñar
armas. Eso es todo lo que necesito; me preparo para bajar volando cuando
advierto otra figura que baja por la pared.
Le reconozco; es el Merodeador. ¿Qué está haciendo aquí? No suele trabajar
por esta zona. Antes de que le pregunte salta sobre los traficantes; suspiro
y bajo tras de él, por si necesitase ayuda.
- ¿Necesitas ayuda, amigo? - pregunto mientras tumbo a uno de un puñetazo.
- No - responde mientras destroza la pistola de uno de los criminales con
sus garras -, pero nunca rechazo que me echen una mano - dice mientras deja
inconsciente a otro de un puñetazo.
Uno de los criminales apunta a Merodeador por detrás; no me da tiempo a
avisarle, pero sí puedo avisar telepáticamente a Ala Roja, quien se abalanza
sobre el traficante, arañándole la cara con las garras. Un disparo de aire
comprimido de los brazaletes de Merodeador le deja inconsciente; en pocos
minutos los criminales están todos KO. Avisaré a Tork para que los recojan
sus chicos...
- Bueno, ha sido un buen trabajo en equipo - nos damos la mano -, aunque no
contaba contigo, Merodeador. ¿Qué haces por aquí?
- Llevo un par de semanas siguiéndoles el rastro, sobre todo desde que
vendieron armas a unos niños; uno de ellos está en coma y el otro puede que
no vuelva a andar.
- ¿A niños? - pregunto indignado.
- No sólo a niños. No sé si habrás visto por la tele un caso de malos tratos
en el que el marido acabó pegándole un tiro a su mujer. Adivina quién se la
pasó.
Funestos pensamientos pasan por mi mente pensando en los Viotsky. Me
despido de Merodeador y alzo el vuelo.
Tras un par de horas meditando tomo una decisión. Sé que el Capitán América
no la aprobaría, de hecho no estoy seguro de aprobarla yo, pero no se me
ocurre qué más hacer, y prefiero hacer algo ilegal que acudir al entierro de
Estella.
Diviso a Karl saliendo de un bar; aún no se tambalea, así que no estaba muy
borracho. Bien. No quiero que crea que lo que va a pasar es una alucinación
del alcohol. Bajo en picado, le agarro por las axilas y remonto el vuelo una
vez más.
- ¿Qué demonios? - balbucea - ¡Suéltame!
- Enseguida - respondo.
Volamos alto, muy alto, y entonces me detengo.
- Bueno, Karl, querías que te soltase - digo en voz tranquila mientras le
suelto -, buen viaje.
Chilla todo el rato; desciendo a la misma velocidad tranquilo, impasible.
- Verás, Karl, no me gusta cómo tratas a Estella.
No responde; aún intenta comprender mis palabras. Por suerte, creo que la
borrachera ya se le ha pasado... sólo tenía que tomar el aire. Falta medio
minuto para llegar hasta el suelo.
- Quiero que la dejes - continúo -, que te divorcies de ella. Le dejarás
algo de dinero, le pasarás una pensión pero NO te volverás a acercar a ella.
Ni siquiera dirigirle la palabra, ¿Entendido? - Diez segundos.
El pobre desgraciado asiente desesperadamente entre lágrimas y mocos que le
cubren la cara. Satisfecho le cojo y desvío nuestra caída despacio, no vaya
a ser que se le rompa la camisa y se aplaste contra el suelo. No obstante,
me aseguro de hacer un vuelo rasante para que vea bien de cerca el suelo
contra el que se podría haber estrellado.
Karl, con las piernas temblando, balbucea y jura y perjura que le perdone,
que nunca más le hará daño a Estella y que se marchará esta misma noche; la
mancha en la parte frontal de sus pantalones y el mal olor procedente de la
trasera me convencen de que es sincero, pero por si acaso le sigo sin que lo
note. Tarda diez minutos en salir con una maleta mal cerrada, subirse a su
taxi y salir disparado; en la ventana está Estella, con una expresión mezcla
de sorpresa, incredulidad, alivio y alegría.
Tal vez no sea legal lo que he hecho... pero me siento bien.
Harlem puede ser un gran lugar si sabes vivir en él.
CORREO DE LOS LECTORES
Bueno, pues este mes me ha tocado desgraciar, digo hacer un fill-in del
Halcón. Espero que os guste (Más aún, espero que a Fordcopp le guste, porque
si no mal vamos). Cualquier comentario podéis hacérselo a
fordcopp42@hotmail.com o a mí a alexmola@hotmail.com