PORTADA: Sobre un trono formado por las raíces de una secuolla gigantesca está sentada Meggan, ataviada con una túnica blanca que le deja los hombros al descubierto y la dota de un aspecto vaporoso. La elemental de Excalibur apoya la cabeza en tres dedos de la mano izquierda, cuyo codo correspondiente descansa en el brazo del trono, el índice y el corazón en la sien y el pulgar en la mandíbula, mientras sonríe de medio lado lanzando una mirada irónica al lector. En el brazo contrario del asiento se encuentra Lockheed, erguido y extendiendo las alas al tiempo que abre el pico en una gran sonrisa como si graznase. Alrededor del trono todo es vegetación típica de un bosque caducifolio nórdico: verde, húmeda y tristona.
Brian Braddock despierta muy sutilmente. El primero de sus sentidos que se
pone en marcha es el tacto. Nota su traje de Capitán Britania, que
lleva completo exceptuando el casco y los guantes. La humedad del rocío le
refresca la cara y las manos, hace el frío suficiente para que no se
sienta incómodo. Puede sentir el humus y las hojas bajo su espalda, la
vegetación que le acaricia el rostro, el diminuto insecto que se pasea por
su pulgar izquierdo. Está tumbado sobre el lecho de un bosque, siente el
calor del sol irregularmente repartido sobre su cuerpo, como si lo
bloqueasen las copas de los árboles. El olfato se activa a continuación y le
lleva el olor a tierra mojada y vegetación húmeda, un olor de barro y
amanecer que lo va espabilando lentamente. El gusto lo sigue y le deja un
sabor de boca pastoso, de haber sufrido un sueño irregular durante
varias horas. El oído le confirma la leve brisa que se levanta por el frufrú
de las ramas de los árboles, y también la acción de algunos insectos e
incluso animales de cuatro patas que se pasean cerca de él con precaución.
El bosque está despertando con él. Abre los ojos y la luz los hiere
durante un instante, pero con un cielo que sin ser desapacible esta lo
suficientemente cubierto, el sol no brilla con especial intensidad. El verde
y
el marrón dominan el paisaje y Brian siente el tacto granuloso del barro
cuando se apoya en el suelo para incorporar. Una vez en pie se sacude las
manos preguntándose que habrá sido de su casco y sus guantes.Entre la
vegetación de éste bosque que no difiere en nada de uno cualquiera
de Escocia o Inglaterra, el Capitan Britania nota movimiento entre los
arbustos. Da un par de pasos decididos en la dirección de los ruidos sordos
que le llegan, los de alguien que pretende ser sigiloso pero tiene poca
práctica. Cuando se para justo delante del matorral todo cesa de golpe. Se
podría oír el rascar de los gusanos en el suelo bajo las raíces. Brian se
agacha y mete la mano entre las hojas rasguñándosela levemente con las
ramas. Saca agarrado por el cuello de su camisa a un duende de tamaño no
mayor del de un niño de ocho o nueve años, vestido con una tópicas
ropas que parecen confeccionadas con hojas secas, de un color marrón apagado
y verde claro, incluidas las botas de punta en espiral y el gorro.
El enano, que además de tener las orejas puntiagudas lleva una perilla
retorcida de fauno, está armado con una inofensiva lanza de palo, que al
verse descubierto, blande contra el agresor golpeándola contra su pecho.
Lanza un grito de guerra:
- ¡Aaaaah! ¡Invaaaasssssoreeess!
La punta tallada a cuchillo del palito se quiebra contra los pectorales del
Capitán Britania, que como represalia sacude en el aire a su presa
mientras patalea. Brian intenta mantener una actitud de molesta sorna.
- Yo que tú no me molestaría. Soy el Capitán Britania y busco a Robin el
Bueno y su hermana Meggan, mi prometida. Llévame hasta ellos.
- ¡Invaaaassssoorrrr! - le grita en la cara el duendecillo, dejando escapar
algo de salivilla que va a estrellarse en la cara de Brian.
- Argh. - masculla.
Sacude de nuevo al otro, que no deja de gritarle histéricamente. Brian
blande un enorme puño amenazador y carraspea para utilizar su vozarrón
de Capitán Britania.
- Mi paciencia no es infinita. Habla ya o me veré obligado a castigarte para
que lo hagas. Busco a mi prometida, es una duende pero la habéis
traído aquí contra su voluntad, ¿dónde está? ¡Habla! - culmina, moviendo el
puño desnudo a escasos centímetros de la cara del prisionero.
El otro permanece en silencio mirando los nudillos de Brian con curiosidad
unos segundos. Parpadea un par de veces antes de contestar:
- ¡Iiinvaaaaassssoooorrr!
Braddock se muerde los labios por dentro con frustración mal contenida y
hace el amago de golpear con todas sus fuerzas el cuerpecillo en el
estómago, pero se detiene y acaba por soltarlo, eso sí, de forma poco
delicada, pues el duende acaba en el suelo a cuatro patas con la cara llena
de barro y las costillas doloridas. Le da una patadita en el trasero apenas
sin fuerza.
- Lárgate antes de que me arrepienta... ¡Pero avisa a Robin el Bueno! ¡El
Capitán Britania ha venido a rescatar a su futura esposa!
- Invasor. - murmura el enano antes de escupirle a las botas y salir
corriendo, perdiéndose entre el follaje.
Brian mira al cielo conteniendo las ganas de salir detrás y pegarle de
verdad. Levanta el vuelo saliendo de entre las copas de los árboles, sin
dejar de escuchar la dirección de los movimientos del enano, que supone
intentará despistarlo. Pasa entre las hojas verdes, que le derraman
algunas gotas de agua en la cara y en el pelo, y aparece a cielo abierto. Da
una vuelta completa en el aire sólo para comprobar que en todas las
direcciones sólo se extiende un bosque frondoso, verde e interminable.
Realmente no va a ser fácil orientarse. Aunque tampoco es importante
que recuerde cual ha sido el punto de partida.
Volando a una velocidad prudente que le permite hacer el mínimo ruido
imprescindible, Brian sigue el rastro que deja el torpe duendecillo. Desde
luego no se ha enfrentado precisamente a las tropas de elite del reino de
los elfos. Un movimiento a su izquierda lo distrae en vuelo. Algo más
aparte del duendecillo alarmista se mueve en el bosque infinito. Si se
distrae perderá el rastro, pero el movimiento parece producido por algo
mucho mayor que un simple enanito, tal vez por un elfo más... "humano".
Ahora tiene el dilema servido. Si se acerca a comprobarlo quizás
encuentre una pista mejor, puede que hasta a la propia Meggan, pero perderá
seguro a su señuelo, y será un esfuerzo malgastado si sólo se trata
de gamo o la clase de animal que sea que exista en éste mundo. La decisión
se comenta por sí misma.
Brian desciende con precaución al principio, hasta notar que su movimiento
aumenta el revuelo en la espesura. Cuando atraviesa una vez más la
línea de flotación de las copas de los árboles lo recibe una andanada de
golpes que consigue derribarlo en virtud de malograr el delicado
equilibrio de vuelo que mantiene gracias a su traje de Capitan Britania. A
medio incorporar entre hojarasca, barro y humus, puede ver a sus
atacantes cuando se reagrupan para volver a golpear. Son cuatro mujeres que
parecerían adolescentes de no ser por sus miradas, que se
adivinan profundas y viejas de siglos. Sus cuerpos escuálidos de formas
apenas insinuadas se cubren con un atuendo colorido de flores, hojas y
corteza, combinados en vestidos de remiendos que las cubren irregularmente
de los hombros a las rodillas, dejando los brazos desnudos. Cada
una lleva un tocado distinto de ramas de arbusto, con diseños que imitan
cuernos de animales. Rubias y pálidas, sus ojos parecen cambiar de
color cada que Brian las mira, del gris al rosa, del rosa al amarillo, del
amarillo al violeta. Se parecen entre sí, pero al mismo tiempo son muy
diferentes las unas de las otras. Descalzas, ninguna toca el suelo con los
pies, flotan rítmicamente gracias a la ayuda de alas diminutas, y las
ramas de los árboles y las enredaderas que los engarzan parecen bailar con
ellas. Revolotean, zumban, se mueven alrededor de Brian mientras el
se pone en pie, alzándose también unos centímetros del suelo.
- Saludos, campeón de Britania - peón de Britania, ania, campeón de
Britania.
Cuando una habla, parece que las cuatro lo hagan al mismo tiempo pero
escalonadamente, como en un canon musical. Hay cierto matiz hipnótico
en la combinación de estas con su movimiento constante.
- Somos - omos, mos, somos - la escolta de la reina Titania - olta de la
reina Titania, ania, eina Titania.
Cada una pronuncia su nombre, por turno, mientras danzan en círculo
alrededor de Britania, dedicándole cada cual una inclinación de cabeza al
ser presentada.
- ¡Flordeguisante!
- ¡Telaraña!
- ¡Polilla!
- ¡Mostaza!
- Campeón de Britania - peón de Britania, erra, Britania - para encontrar lo
que buscas - uscas, entrar lo que buscas, que buscas - debes
vencernos a nosotras - nosotras, vencernos a nosotras, otras.
Brian parpadea un segundo. ¿Qué es esta dimensión? ¿Una trampa escalonada?
¿Supera un pequeño obstáculo y va aumentando de intensidad?
Se está dejando dirigir como un novato. Y golpear también, porque cuando
comienza el ataque apenas tiene tiempo de parpadear y ya ha sido
derribado dos veces, acabando sucio y algo maltrecho en el suelo.
- ¡Bueno, ya está bien! - y sujeta por un tobillo con violencia al hada más
cercana, haciéndola girar sobre sí misma antes de lanzarla sobre sus
compañeras.
El grito más sorprendido que alarmado de las cuatro restalla como un eco,
pero Brian no piensa detenerse a deleitarse con la melodía y ya está
hundiendo las manos en la tierra húmeda para atrapar entre los dedos las
raíces del último árbol contra el que lo empujaron. El crujido de la planta
al ser arrancada de cuajo del suelo se combina con un nuevo grito de las
hadas, que se apartan rápidamente para evitar el primer embate del
Capitán Britania.
- ¡El árbol no te había hecho nada! - cho nada!, ada!, había echo nada!
Las raíces del árbol se convulsionan con el movimiento nervioso que
tambalearía a un pez que se ahoga fuera del agua y se alargan
antinaturalmente atrapando los brazos de Brian y obligándolo a soltar el
tronco, enraizando de nuevo con él prisionero entre el suelo y el tronco.
El árbol, ya en pie sobre Brian, se cimbrea con cada sacudida del héroe en
su intento de liberarse. Tal es su empeño que no se fija en que las
cuatro están tan sorprendidas como él y parecen comprender algo grave
rápidamente, puesto que abandonan su vuelo para hincar rodilla en
tierra y agachar la vista.
- Majestad - estad, tad, Majestad.
La mujer que se sitúa junto al prisionero Capitán Britania es algo más alta
que él, delgada y casi andrógina, al estilo de sus guardaespaldas, idénticas
orejas puntiagudas y unos ojos que no cambian de color, manteniéndose en un
azul acero autoritario. La melena rubia flota aparentemente ajena a las
leyes de la gravedad, formándole remolinos alrededor de la cabeza, y sus
ropas, sin dejar de tener el mismo aire desarrapado y salvaje de las otras
hadas, parecen más cuidadas. Su semblante, finalmente, también es más
sereno. Una de las raíces se desentierra y repliega sobre la hojarasca sobre
el cuerpo inmovilizado de Brian. La reina Titania se acomoda sobre ella,
haciendo que una rama descienda desde la copa e impida que los escasos rayos
de sol que superan la barrera del bosque le den directamente en el rostro.
Se agacha sobre Brian, divertida y con curiosidad contenida. Le toca la
punta de la nariz con la yema de uno de sus índices largos y delgados.
- No eres feo. Entiendo que le gustes - su voz, burlona, parece más un eco
que una voz de verdad, aunque se parece la suficiente a la de Meggan como
para captar la atención de Brian.
- No deseo pelear. Sólo quiero que Meggan vuelva conmigo a nuestro mundo.
- ¡Claro que no deseas pelear, acabo de vencerte! - exclama con un
carcajada -. Aunque deberías sentirte honrado de merecer mi atención.
Las cuatro hadas se han levantado y flanquean a su reina, han perdido gran
parte de la tensión que las atenazaba durante la pelea e incluso una de
ellas se dedica a coger las flores de la rama-parasol para hacer una
guirnalda. La raíz y la misma rama se deslizan levemente, hasta permitir que
Titania se acomode recostada sobre ellas, casi tendida junto a Brian, que
sólo tiene libres de la presión del árbol los hombros y la cabeza. Dos de
las hadas, a una señal de la reina, aprovechan esa inmovilidad del héroe
para colocarse a su espalda y dedicarse a trenzarle y decorarle la melena.
El Capitán Britania murmura algunas maldiciones poco caballerescas.
- No te sulfures, considéralo otro honor - hace una pausa, pensativa, con un
dedo apoyado en el mentón y muy atenta a su prisionero -. No quiero que te
lleves una mala impresión de nosotros. Yo no soy especialmente racista, en
mis tiempos tuve incluso un par de amantes humanos. Creo que algo tuvieron
que ver con la manía que os tiene mi señor Oberón... - parece desvariar y su
mirada se pierde en el vacío un instante -, pero no es lo más importante.
Debes entender que tu amada fue separada muy joven de su familia. Su hermano
Robin resulta especialmente histérico con ese tema...
- Ya nos atacó una vez, se alió con nuestros peores enemigos1 - Brian
sacude la cabeza violentamente, deshaciéndose una trenza. Las hadas vuelven
a colocarle la cabeza como lo harían con la de un niño díscolo y empiezan a
peinarlo de nuevo.
- No deberíais tomárselo en cuenta, para él resulta indiferente un humano
que otro, todos le son antipáticos. Lo hizo porque lo consideró la manera
más sencilla de acceder a su hermana.
- ¿Y el duende que la raptó2? - las hadas le sujetan la cabeza con más
fuerza de la que creía posible y apenas puede aspirar a entorpecerles el
entretenimiento.
- ¡Oh, eso fue casualidad, sólo estaba allí para espiar! Vuestra bruja
resulta muy efectiva, por lo que parece, pero vuestra distracción le
permitió traer de vuelta a tu amada.
- Grmmf... ¡Dejadme el pelo en paz!
- Calla, idiota - alla, idiota, ota, idiota.
- No habláis como se supone que hablan las hadas.
Titania se estira divertida sobre su improvisada hamaca vegetal y coloca de
nuevo un dedo ante los ojos del Capitán.
- ¡Eso es porque tu amigo Shakespeare era demasiado refinado!
- No conozco a Shakespeare, lleva muerto quinientos años.
Titania se encoge con una expresión de cierta decepción.
- Es cierto, no recordaba lo frágiles que sois - suspira -. Claro que tu
prometida no sabía que ella es mucho más duradera que tú, ¡pobre niña! Te
habrías muerto viejo y decrépito entre sus brazos y ella seguiría teniendo
el mismo aspecto joven y lozano que ahora.
- Vete a la mi...
Titania lo abofetea.
- ¡Ah, no! Se reconocer una palabrota. Shakespeare me escucho en términos de
su época, tu me escuchas en los de la tuya. Basta de inconveniencias o no te
liberaré del árbol.
- Empezaba a preguntarme que pensáis hacer conmigo.
La frondosa maleza que aún los rodea se agita una vez más desde que comenzó
la exploración de nuestro héroe. Brian distingue, quedo, el graznido de
Lockheed.
- ¡Coooo!
El dragón aparece en el claro agitando nerviosamente sus alas y con una
llamarada más bien débil espanta a las hadas peluqueras, que obedecen una
seña de su ama y vuelven a colocarse a su alrededor.
- Vuestra mascota es muy simpática - dice Titania, y acaricia la cabeza de
Lockheed, que se estira como un gato -. Según me ha contado tu amada,
pertenece a una simple humana que ni siquiera es bruja. Resulta cuanto menos
pintoresco.
- ¡Lockheed libérame! - brama Brian.
El dragón se carcajea haciendo un ruido parecido al ladrido de un perro,
ante la alarma estupefacta del Capitán Britania. El ruido de una pequeña
multitud que aparece en el claro obliga al héroe británico a tratar de
estirar la cabeza para ver que nuevos visitantes han llegado. Sus dudas
desesperadas son rápidamente resueltas cuando una melena rubia
deliciosamente conocida se le derrama sobre el rostro y las manos de Meggan,
a la que ve cabeza abajo, le acarician las mejillas.
- ¡Brian! - y lo sin mediar palabra, lo besa.
- Podrías liberarlo ya, majestad - sugiere otra voz femenina conocida para
Britania.
- Aunque tampoco es necesario que seas muy delicada, querida, ya sabes lo
toscos que resultan estos humanos - añade una voz de hombre que resuena con
el mismo eco que la de las hadas.
Las raíces del árbol se van retirando poco a poco, dejando el espacio justo
para que Brian se libere arrastrándose por el barro. Meggan lo sujeta por un
brazo y lo ayuda a ponerse en pie.
- ¿Qué te han hecho en el pelo? - pregunta mientras empieza a quitarle
florecillas y desenredárselo.
Las cuatro hadas, que ahora se ocupan de peinar amorosamente a su reina,
miran a Meggan con expresión de niñas pequeñas ofendidas. Meggan bufa.
Mientras tanto, Brian puede contemplar a Oberón, rey del país de las hadas,
con un parecido sorprendente a Rupert Everett, espigado y delicado, sus ojos
son del mismo violeta acuoso que las guardaespaldas de la reina, y va
vestido también con un traje vegetal y cuarteado y con la cabeza tocada por
una corona de cuernos de ciervo. Altivo, mira a Brian con cierto desprecio
que se mezcla con el respeto que él podría tener por un perro que demostrase
una inteligencia fuera de lo normal. Junto a él está Robín el Bueno, que
luce un estilo duende más tradicional, con gorrito y trajecito verdes y
barbita de chivo, no mira al Capitán, sino al cielo, mientras mastica
malhumorado una brizna de hierba. Además de la inevitable cohorte de elfos,
los acompaña la voz que Brian reconoció en el suelo: Roma, la guardiana de
la realidad.
- ¡Dijiste que no podías ayudarme3! - protesta el héroe.
- Mentí - parece divertirse -. Te tomé un poco el pelo, podría haberte
acompañado y lo habría arreglado todo, al fin y al cabo los elfos disfrutan
de esta dimensión gracias a mí. Pero fuiste tan grosero que pensé que
merecías un escarmiento.
Lockheed se posa en el hombro de Brian y vuelve a carcajearse. Meggan le
aparta algo de barro de la cara y lo sujeta por el brazo.
- ¿Me habéis estado tomando el pelo?
Meggan le coloca una mano sobre la boca para callarlo.
- Sssh... Ahora te lo explicaré todo, vamos - y tira de él hacia el bosque.
Titania se eleva en una hamaca hecha de hojas secas y que flota a la altura
de las cabezas de los demás, con sus cuatro hadas revoloteando alrededor de
la misma.
- Eso mismo, movámonos. Me hastía dar tantas explicaciones.
Oberón le reprende con un movimiento de cejas.
- Por favor, querida. Hay que comenzar con los preparativos.
- ¿Preparativos? - farfulla Brian mientras Meggan sonríe.
Robin bufa y escupe su brizna de hierba.
- Por supuesto - sentencia Oberón, estirado y solemne -. Preparativos para
una boda al estilo élfico. Deberías sentirte honrado.
Brian bufa y escupe varias briznas de hierba.
1.- Formó parte del Escuadrón de Venganza.
2.- En Excalibur #111.
3.- En Excalibur #112, cuando teleportó a Brian al mundo de los elfos.
CARTAS A LA PERFIDA ALBION
Saludos, queridos lectores. Bienvenidos a un número más de Excalibur.
Quizás el número sea un poco extraño, pero me he divertido escribiéndolo. Me
ha sido más fácil que el anterior porque ya lo tenía a medias desde hace
bastante tiempo. Con esto cierro otro cabo suelto y el reloj sigue contando,
¡el tiempo de Excalibur se agota!
Contestando a los comentarios de Jose González en el foro, aclararé que lo
de Ogun no eran exactamente ilusiones, más bien había "trasladado" a
nuestros héroes a un pasado idealizado, como Fuego Solar en la decoración de
su casa, pero con magia, utilizándola para remozar su viejo templo. Quiero
decir que, en la medida en que Ogun usaba sus poderes, el templo era real,
pero cuando lo vencen, desaparece. Estas explicaciones suelen quedar mejor
metidas con calzador en boca de un personaje que en el correo, me doy
cuenta.
Finalmente me despido un número más, pensando ya en el #115 y preguntándome
si soy realmente el único que sigue molestándose en escribir un correo al
final de cada número.
Saludos.
Jose Cano, el Advenedizo.