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Fletcher Foxwell guarda un secreto. Sus sueños y aspiraciones se alejan de lo común, pero sus miedos e inseguridades le anclan a un mundo que ve aburrido y descorazonador. Quiere cambiar su vida y unos misteriosos guantes pueden ayudarle a ello. A falta de un nombre mejor, podréis llamarle... FLETCHERMAN
 
Fletcherman

FLETCHERMAN #2
Un gran paso para el hombre...
Guión y portada: Israel Huertas

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Viernes por la tarde en la séptima planta de Phoenix Assurances.

Desde mi charla del martes con Spiderman, he conseguido venir a trabajar todos los días. Y vengo volando, literalmente. Me relajo en el viaje hasta aquí como nunca antes lo había hecho y encaro mi jornada laboral con el ansia de volver a casa de la misma forma. Me veo de nuevo optimista hacia mi vida, algo que sólo me estaba ocurriendo en mi tiempo libre, con Andie e Irene.

La campana acaba de sonar, metafóricamente, lo que significa que empieza el fin de semana y mi tiempo completo con mis chicas. Nos vamos yendo de la oficina hacia el ascensor con los últimos comentarios del día. Mi amigo Gus y mis compañeras Steph y Ann, encaran un relajado periplo de dos días.

- Pienso dormir hasta el sábado por la tarde - dice Steph.

- Ojalá pudiera - añade Ann -, pero esta tarde he prometido revisar las facturas con mi padre.

- Mientras tengas cerveza - dice Gus -, ninguna factura resulta aburrida.

- Díselo a mi padre.

Yo sonrío, sabiendo lo mucho que voy a disfrutar este fin de semana, y digo:

- Pues yo no creo que duerma mucho. Irene toca diana bien temprano, y mañana me toca paseo en bici y parque.

- Tu niña es preciosa, Fletch - dice Steph -. A ver si te traes fotos más recientes.

- En cuanto revele el último carrete que la tiramos.

Llegamos al acensor, momento en el que me excluyo del grupo.

- Bueno - empiezo -, me temo que me yo me quedo aquí. El baño me reclama para el último pis en la oficina de la semana.

- Últimamente te pasa mucho - comenta Gus, mientras me dirijo a los aseos, situados frente a las puertas de los ascensores -. ¿Te vas haciendo mayor o qué?

- Pues si con treinta años ya tienes problemas de próstata . . . - dice Ann.

- A cada uno le viene cuando le viene - concluyo -. Nos vemos el lunes. ¡Pasároslo bien, criaturas!

Por supuesto, no voy al baño a . . . bueno, a eso. La ventana del aseo da a un patio muy poco iluminado y por ella puedo salir volando a casa. Así que, me pongo mis guantes y . . . ¡me voy!

Mientras vuelo a la luz del día, es como si los guantes se recargaran del todo. Además, estos días brillan mucho más, como si la energía que los alimenta estuviera a tope. Ojalá pudiera averiguar de dónde vienen o qué son pero, aquí y ahora, no me importa demasiado.

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Comisaría del barrio de Queens. Sábado por la mañana.

Quentin y Max fueron detenidos el martes, gracias a la intervención del enmascarado conocido como Spiderman, cuando se daban a la fuga con unas cuantas bolsas del First National Bank que habían atracado esa mañana. El juez les puso una fianza que no pudieron pagar, así que esperan en la comisaría hasta que les trasladen a Ryker´s.

Max está muy cabreado con Quentin.

- ¡Vamos, tío - le grita -, si no lo haces nos quedaremos aquí! ¡No quiero ir a la trena por tu culpa!

- N-No quiero, Max. Sabes que me duele cuando . . . ya sabes. Prometiste que no te aprovecharías.

- No lo haría si tuviera otra opción, o si te hubieras transformado en el banco y hubieras barrido a ese atajo de capullos antes de que nos detuvieran.

- No voy a hacerlo, Max - concluye Quentin.

Pero Max no se conforma. Lleva demasiado tiempo siendo un perdedor y no se arriesgará a ir de nuevo a la cárcel. Sería su tercera condena y eso haría que se pasara el resto de su vida con un número federal a su espalda. Así que coge a Quentin por el brazo y se lo retuerce, golpeando el pecho de este contra la litera que les sirve de camastro.

- ¡Claro que vas a hacerlo, mamón! A ver, que dedo era. . . .

- ¡No, Max! ¡Te lo ruego, no lo . . . ¡

Quentin no tiene tiempo de acabar la frase. Max estira su dedo meñique, que se desencaja de la mano dejando a la vista un avanzado circuito electrónico. Los ojos de Quentin se iluminan como las luces de un árbol de Navidad y su grito resuena entre los muros del calabozo. Los otros presos se apartan ante el fulgor que sale de él y piden a gritos que venga alguien.

Ya es tarde. La transformación ha empezado y ya no es Quentin quien sale de la comisaría destrozando muros y pasillos por igual, sino un enorme ciborg blindado que ruge con furia inhumana.

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El Paseo en bici ha ido muy bien. Andie con su bicicleta de paseo - la que siempre deseó desde niña - y yo con una bicicleta de montaña, con una sillita detrás dónde Irene ha ido durmiendo la mayor parte del rato. Ha sido llegar al parque y tumbarla sobre la hierba y sus ojitos se han abierto de par en par. Nos ha empezado a dar abrazos a los dos como si la hubiéramos hecho el mejor regalo del mundo y enseguida se ha puesto a correr por todas partes.

Andie se sienta bajo un árbol y me mira con ternura desde sus gafas de sol mientras yo correteo con la niña por todas partes. Agotado tras unos minutos de carrera, le pido a Irene que me deje sentarme, a lo que cede gustosa aunque sea durante un ratito corto. Ha empezado a hablar hace muy poquito, y ya casi distinguimos todas sus palabras.

Me acerco a Andie y me siento a su lado.

- ¿Sabes, cariño? - la digo amorosamente - Esto es, sin lugar a dudas, lo mejor de la vida. Cuando estamos los tres juntos, es como si todas mis piezas encajaran y. . . me gusta lo que veo. Te quiero muchísimo, Andie.

- Y yo a ti, tonto, aunque estés como una cabra.

- ¿Por qué digo que te quiero?

- Por eso y porque no se te ha pasado después de tanto tiempo.

- Bueno, soy animalillo de costumbres.

Irene se cansa y me tira del brazo para que me levante otra vez. Andie ríe como una niña.

- También podrías perseguirla tu un ratito, ¿no? - la reprocho en broma.

- Ey, yo la he dado el desayuno - dice ella entre risas -. Además, en mi estado no debería correr mucho.

- ¿Estás. . .? - digo tontamente - ¿Significa que . . .? ¡Oh, venga! ¿Cuándo ibas a decírmelo?

- Te lo estoy diciendo, ¿no?

Me tiro sobre ella y la empiezo a besar como si fuera la primera vez. Luego, la levanto la camiseta y empiezo a hacerla pedorretas. Irene se une a mí y, entre los dos, conseguimos arrancarle carcajadas a su madre.

Entonces lo oímos: un temblor que se acerca y un montón de gente que grita y huye despavorida. Miro en dirección al gentío y veo a una especie de robot de piernas y brazos enormes correr hacia aquí. El tronco parece de tamaño humano y la cabeza también, aunque lleva una especie de yelmo con forma de bombilla que sólo deja ver sus ojos, y están tan asustados como la gente que corre.

Se acerca hacia nosotros, tambaleándose de un lado a otro, lo que hace que sus gigantescos pies sean un peligro para todos. Cojo a Andie y a Irene sin pensarlo y las aparto de su paso justo cuando el robot descarga uno de sus vacilantes pasos en el lugar que ocupábamos. Afortunadamente, las bicis se salvan.

Un policía atento, de los muchos que persiguen a la mole a la carrera, se acerca a nosotros.

- ¿Están bien? - pregunta, exhausto.

- S-Sí, agente - contesto, aún conmocionado -, creo que sí - miro a Andie y a Irene que, aunque asustadas, parecen estar perfectamente -. ¿Qué ha pasado? ¿Qué es esa cosa?

- No lo sabemos - dice el agente mientras mira en dirección al robot -. Ha salido de los calabozos de la comisaría destrozándolo todo. Está descontrolado y ha dejado varios cadáveres en los restos del edificio. ¡Vuelvan a sus casas y quédense allí!

Y se va corriendo. Nosotros nos subimos a las bicis y salimos de allí lo más rápidamente posible.

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En casa, examino a Irene detenidamente por si se nos hubiera pasado algo, pero está bien. Andie se sienta en un sillón, como si la adrenalina del momento la hubiera bajado a los pies y dejado agotada.

- ¿Estás bien, cielo? - le pregunto.

- Sí, sí. Es que . . . ha sido tan rápido . . . creo que voy a echarme un rato. Me estoy mareando.

- De acuerdo, nena. Súbete a Irene contigo, ¿vale? Yo voy a ver si puedo ayudar en algo. Habrá mucha gente asustada y la comisaría . . . no lo quiero ni pensar.

-Vale, pero ten cuidado, Fletch.

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Un segundo después, me he puesto los guantes y unas gafas de sol de ciclista para que, espero, no me reconozca nadie. Me he puesto una vieja sudadera con capucha para tapar parte de mi cabeza y ni siquiera se por qué. Sólo sé que estoy volando hacia un enorme robot que no hace más que sembrar el pánico y ni me he parado a pensar en lo que estoy haciendo.

La policía le ha acorralado en un círculo de coches patrulla a la altura de Ciprés Hill. Por lo menos en el cementerio no habrá demasiados heridos. Lo mantienen a raya a base de tiros, pero él sigue arremetiendo con pánico contra los coches.

Me acerco de improviso y le suelto un buen puñetazo en la cabeza. Ni he notado el golpe y creo que él tampoco. Vuelve su cabeza hacia mí y empieza a intentar cazarme como si fuera un mosca. . . y lo consigue. Pero, aunque me coge con sus manos, no le siento en mi cuerpo y veo que sus dedos me aprietan a centímetros, como retenidos por un campo de fuerza. De todas formas, me lanza de golpe contra un camión aparcado en el suelo y atravieso su remolque como si fuera papel.

¡Pero sigo vivo! El campo de fuerza se ha reducido un poco, pero aguanta. Parece que nada puede hacer daño con este nivel de energía.

El problema es que, la caída, me da tiempo a darme cuenta de lo que estoy haciendo, y la familiar parálisis se incrusta en mi pecho. Veo a todos esos policías gritándole y disparándole sin conseguir nada más que sobresaltarle. Yo mismo ni siquiera le he aboyado el casco. Si vuelvo a atacar y me coge, el campo podría ceder. ¡Podría morir, maldita sea! Andie e Irene estarían solas. No vería nacer a mi bebé en ciernes ni crecer a mi niña. No puedo arriesgarme. ¿Y si no valgo? ¿Y si no tengo lo que hay que tener y muero cutremente y dejo sola a mi familia?

¿Y si no hago nada y esa cosa barre mi barrio y me quedo sin familia? ¿Y esos polis? Tienen familias esperándoles y ahí están, aguantando contra esa cosa sin pensar en su seguridad. Y yo tengo algo más poderoso que sus pistolas. Si no actúo, si no hago algo, ¿pagaré por ello el resto de mis días? ¿Cómo Spiderman?

Entonces ocurre. Toda mi ansiedad, toda mi angustia y mis dudas me hacen gritar como un poseso y el campo de fuerza que me rodea escupe todos esos sentimientos en un enorme rayo concentrado que golpea al robot en el pecho y lo lanza hacia atrás.

Según cae, sus piernas y brazos se pliegan hasta alcanzar una altura normal. De un salto, me coloco a su lado mientras los policías se van colocando a mi alrededor, apuntando al robot por si se mueve.

Su yelmo se abre y puedo ver su cara: uno de los dos atracadores que detuvo Spiderman. Solloza y me mira, con lágrimas en los ojos.

- Volverá . . . a . . . empezar - dice con tristeza -. Volverá a . . . empezar . . . si no me . . . detienes . . .

- ¿Cómo? - le increpo - ¿Cómo lo hago?

- M-Mano . . . derecha . . . dedo . . . dedo . . . meñique . . .

Lo veo, una especie de interruptor rojo situado en la última falange. Lo presiono y las partes robóticas comienzan a desaparecer en la carne, dejando al atracador desnudo y tirado en el suelo.

Cuando todo acaba, me mira y sonríe levemente:

- G-Gracias, tío . . .

Y se desmaya.

Los policías guardan sus armas. Uno de ellos pide un furgón por radio y un equipo de contención electrónica. Alguien habla de avisar a los 4F y al ejército.

De pronto, me veo rodeado de policías que empiezan a chocarme las manos. Uno de ellos hasta me abraza. Luego, hacen hueco a un enorme tiparrón. Se parece un montón a Wesley Snipes, pero en grande, y tiene una voz tremenda. Me acompleja con sólo oírle saludar.

- Soy el Teniente Mandell, hijo - me dice mientras me tiende la mano -. En nombre del cuerpo, le doy las gracias por su ayuda.

- Vaya - digo, nervioso como un colegial -. De nada. Estaba por aquí y . . . bueno . . .

- En cualquier caso - concluye -, bien hecho.

Ayudo un rato a recoger los destrozos de la zona y luego me marcho. Los policías me vitorean, pero eso no es lo importante. Lo genial es que, enfrentado a mis miedos, he levantado la cabeza y no he huido. Eso me hace creer que soy mejor persona de lo que esperaba y, por primera vez en mucho tiempo, me siento orgulloso de mí mismo.

¡No puedo esperar a contárselo a Andie!

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A unos metros de allí, en un furgón misterioso, una cámara de vigilancia camuflada también ve la escena. Dentro, dos tipos con traje militar y uno con un traje de contención, sonríen satisfechos.

El del traje de contención habla, con su voz distorsionada:

- No es él, pero tiene los guantes.

- ¿Seguimos con el plan, entonces?

- Claro, muchacho. Lo importante son los guantes, él no tiene importancia. Y dentro de poco, aún importará menos.

CONCLUIRA...

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