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Guerras Infernales: Tras las líneas LS

GUERRAS INFERNALES: TRAS LAS LÍNEAS #1
Guión: Tomás Sendarrubias
Portada: Marce Parra

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Radio NYRD, Manhattan, Nueva York.

-La hora de las sombras ha pasado, radioyentes, y es la hora de la oscuridad. La noche cae sobre Nueva York, ¿qué traerá para nuestra querida Gran Manzana? Con todos vosotros, ahora y hasta más allá de la medianoche, Sybil Sharpe, la voz de la noche de NYRD, para todos vosotros, que como yo, sois criaturas de la noche. Sabéis que espero vuestras llamadas, las de todos vosotros, compañeros de la oscuridad. Podemos reír, podemos llorar, pero sobre todo, podemos escucharnos los unos a los otros, juntos. Esta noche puedo ser vuestra sibila, vuestra amiga, vuestra compañera o incluso la voz de vuestra amante... Queridos noctámbulos, espero vuestras llamadas, la noche nos espera. Y ahora, mientras llegan las primeras historias, unos segundos para nuestros patrocinadores. No os vayáis, amigos bajo la luna, la noche es muy larga...

Los ojos oscuros de Sybil volaron hacia la cristalera tras la que se encontraba Tom Choi, su técnico de sonido, y la persona con la que compartía las noches al frente de la programación nocturna de Radio NYRD, Más Allá del Crepúsculo. Tom asintió, y Sybil escuchó la sintonía de introducción del programa. Luego vendrían tres minutos de anuncios, así que se incorporó, encendió un pitillo, dio una larga bocanada, y revisó los papeles que tenía encima de la mesa. Un par de noticias del día que quería comentar con los oyentes, alguna historia de algunos meses atrás que quería rememorar o sobre las que había alguna novedad, y el horóscopo del día siguiente. Alzó los ojos del papel y vio que Tom se estaba preparando un café, lo que provocó en ella la necesidad de cafeína, así que abrió el micro que le conectaba con sonido.

-Tommy, cariño, ¿me preparas un café?

-Claro, Sy-respondió él-. ¿Como siempre?

-Dulce como un beso y negro como el alma del demonio-replicó ella, sonriendo mientras volvía a cerrar el micrófono. Sin duda, Tom y ella formaban una extraña pareja, el joven becario gay de padre japonés y madre canadiense, y la mujer afroamericana de mediana edad, divorciada y vestida con túnicas multicolores, cuya voz aterciopelada y con cierto matiz de cantante de blues se había convertido en la enseña de las noches de la NYRD.

-Treinta segundos-dijo Tom a través del micro ambiente, y Sybil asintió, dando una nueva calada al pitillo, que apagó en un cenicero mientras dirigía una mirada al exterior a través de la ventana del pequeño edificio, un recuerdo del siglo XIX enquistado entre los rascacielos de Nueva York, que en su tercera planta, servía como sede de NYRD. Todo el día había estado haciendo un tiempo raro, pero con el anochecer, se había enrarecido aún más. Truenos que despertaban extraños ecos, relámpagos de color púrpura y un aguacero de lo que había olido como puñeteras aguas fecales. Ahí había otro tema al que quizá sacar partido. Con un pequeño timbre, el cartel luminoso que había sobre la puerta cambió para indicar que se encontraban en el aire, y sonaron algunas notas de la sintonía del programa.

-Hola de nuevo, caminantes de la noche. Sybil Sharpe está con vosotros en Más Allá del Crepúsculo, vuestro programa nocturno de NYRD. Espero que nuestros anuncios os hayan gustado y que todos tengáis claro cual es la mejor marca de café para las largas y frías noches en las que os hacemos compañía-Sybil sonríe al ver que Tom pone los ojos en blanco, mientras abre la puerta en silencio para entrar el café. En cualquier otro momento del día, cualquier otro hubiera matado al técnico de sonido por irrumpir en la sala en plena emisión, pero de noche, aquel era el territorio de Sybil y Tom, y ellos tenían sus propias reglas-. Un tiempo extraño, ¿verdad, amigos? Quizá esta sea la noche en la que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas, y no descarto que eso ocurra si vuelve a haber un nuevo trueno como el de hace diez minutos, ¿no es así? Me temblaron hasta los empastes, caminantes de la noche. Una noche de mil demonios, ideal para quedarse en casa escuchando NYRD. Tenemos muchas historias para vosotros, así que no os arrepentiréis. Y también sabemos lo que os deparará el día de mañana, nuestro equipo de astrólogos se ha esmerado esta noche, pero eso será más tarde. Ahora, ¿recordáis a Rebecca Ryan? Nos llamó hace dos meses pidiéndonos ayuda para encontrar a su hijo, Charlie, que se había... bueno, digamos alejado de su madre por culpa de unas amistades dudosas (Reyes Cobra, sabéis que esto va sin rencor, ¿verdad? No hace falta que volváis a quemar todos los coches aparcados delante de NYRD). Charlie volvió a casa, y hoy hemos hablado con Becca y Charlie, y además de prepararnos una tarta de queso y arándanos digna del Cielo, nos han contado muchas cosas, amigos y por supuesto, Sybil os las va a contar a todos...

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Boston, Massachussetts.

-¿Disturbios en un cementerio?-masculló Nan Belle, mirando con gesto inquisitivo a su compañero de ronda, que se encogió de hombros-. ¿Qué tipo de disturbios puede haber en un cementerio, Shane?

-Los vecinos se quejan de extraños ruidos y fogonazos de luz, Nan-respondió, al otro lado de la radio, el agente Shane McDouglas, encargado de distribuir a las unidades de la policía de Boston esa noche-. Quizá sea alguna broma de Halloween fuera de fecha, pero Sam y tú podéis echar un ojo. Es el tipo de cosas que a tu compañero le encantan...

-Muy gracioso, Shane-interrumpe Sam, con gesto de fastidio-. Daremos una vuelta para que te quedes tranquilo.

-Gracias, chicos. Os invito a un café cuando volváis a la comisaría.

-Seguro que luego te escaqueas, McDouglas-rió Nan-. Luego te buscamos.

Con un "clic", Shane cortó la comunicación con la unidad de Nan y Sam, y ambos guardaron silencio unos segundos, mientras Sam tomaba un cambio de sentido en la carretera para dirigirse hacia el cementerio.

-Un cementerio en una noche como esta-masculló Nan, ajustándose la coleta baja en la que recogía su cabello color caoba-. Como no nos encontremos allí al Modelo de Pickman...

-¿Qué demonios es eso?-inquirió Sam, enarcando las cejas.

-¿No sabes lo que es el Modelo de Pickman? Venga ya, Sam, ¿no has leído a Lovecraft? ¿No has sido adolescente nunca?

-No me gustan las historias de fantasmas-rezongó Sam.

-Ese es el tipo de cosas que me sorprenden de ti-respondió Nan-. Llevo meses patrullando a tu lado y aún me sorprenden algunas cosas. Nunca hablas de tu vida anterior, no hablas apenas de tus hobbies, o de donde vienes... ¿Sabes? Hay rumores que dicen que has sido agente del FBI y que has terminado patrullando las calles debido a un escándalo...

-Si va a hacer que te sientas más tranquila, es cierto que fui agente del FBI. Pero pedí ser destinado a la policía voluntariamente, no ha habido ningún tipo de escándalo.

-¡Venga ya, Sammy! ¿Por qué iba un federal a bajar voluntariamente al infierno de las calles?

-Odio que me llamen Sammy-protestó él, sin apartar su mirada de la carretera-. Y créeme, Nan, hay infiernos mucho peores que el patrullar Boston.

-¿Aunque te manden a un cementerio en plena noche?-bromeó ella, y Sam se limitó a asentir.

Desde luego, cuando hablaba de infiernos, Sam Buchanan sabía de lo que hablaba.

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El aire olía raro. Lo suficientemente raro como para que Sam Buchanan tuviera que reprimir un escalofrío, que no le pasó desapercibido a Nan.

-¿Qué te pasa?

-Ese olor...

-Venga ya, Sam. Esto es un cementerio. Seguro que hay gases raros en el aire, hay gente pudriéndose bajo tierra... ¿no es normal que huela raro?

-Pues... no mucho.

A Sam Buchanan el cementerio de Baptist´s Graveyard le parecía todo lo contrario a aquel cementerio de Cypress Hill en el que tantas cosas extrañas había vislumbrado. Baptist´s Graveyard era un entorno moderno, más parecido a un parque para pasear que a un cementerio. Hierba verde, fuentes, caminos de piedra amarilla... Nada de lápidas de mármol envejecidas, sombríos mausoleos ni siniestras estatuas de ángeles, barqueros oscuros o desoladas viudas. A Sam le daba la impresión de que las familias de los fallecidos podrían ir tranquilamente a pasear por el parque y almorzar sandwiches junto a las discretas tumbas. Habían intentado encontrar al guardia, pero había sido imposible, así que finalmente habían saltado la valla como si de dos chiquillos se tratara. Nan había hecho algún comentario de mal gusto sobre necrofilia, pero realmente, Sam sabía que lo más probable es que encontraran al guardia borracho en cualquier rincón.

-Aquí no tiene pinta de que esté pasando nada raro-masculló Nan, encogiéndose de hombros-. ¿Damos una vuelta o volvemos al coche?

Un chirrido y un fogonazo de luz pálida sobresaltaron a los policías, que desenfundaron sus pistolas apuntando hacia la nada.

-¿De dónde ha venido eso?-susurró Nan, y Sam hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia una pequeña colina sobre la que serpenteaba un camino amarillo. Lo que fuera que hubiera provocado esa luz estaba en el otro lado de esa elevación.

-Nan, vete al coche-dijo Sam-. No sabemos que nos vamos a encontrar y yo...

-¿Tú qué? ¿Estás más acostumbrado a ver zombis? Venga ya, Sammy, no creo que en el FBI te dedicaras a perseguir monstruitos, ¿o me vas a decir que eras el compañero de Mulder y Scully? Lo más probable es que nos encontremos un grupo de niñatos a los que les ha dado por expoliar tumbas o estudiantes de medicina necesitados de cadáveres para sus experimentos...

-Prométeme que si vemos cualquier cosa rara echarás a correr hasta el coche y no mirarás atrás-insistió Sam, serio, obligando a su compañera a mirarle a la cara.

-Palabra de scout-replicó Nan, tratando de sonreír, pero sorprendida por la seriedad de Sam. Este pareció dudar unos instantes, pero finalmente, suspiró y le hizo una seña a Nan para que avanzaran juntos. En su fuero interno, Sam rezaba porque Nan tuviera razón y no fueran más que unos críos jugando a la Llamada de Cthulhu de forma intensa.

Pero ese olor le decía todo lo contrario.

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La Balsa, Zona de Máxima Seguridad de la Isla de Ryker, NY.

Aquel cielo estaba consiguiendo sacar de sus casillas a Stefan Corelli, que se estremecía cada vez que uno de esos relámpagos purpúreos rompía el firmamento. El viento frío y una niebla irisada que parecía brotar del propio océano no hacían mucho por calmarle.

-Te vas a congelar aquí fuera, Corelli-dijo alguien a su espalda, y Corelli se giró, viendo como uno de sus compañeros, James Craig, se acercaba a él, con el rifle de plasma al hombro, y sosteniendo dos tazas de humeante café.

-Necesitaba tomar el aire-respondió Stefan, cogiendo la taza de café que le tendía Craig-. Muchas gracias.

-No sé como te gusta el café, así que te lo he preparado estándar. Leche y dos cucharadas de azúcar.

-Está bien así-dijo Stefan, sonriendo y tomando un sorbo. Realmente el café que se hacía en la Balsa era realmente bueno-. ¿Me necesitáis para algo dentro?

-No, realmente no-rió Craig-. La directora Newman continúa revisando papeles e informes sobre lo que pasó con la pelirroja, y las grabaciones están ya en manos de los altos mandos de SHIELD-. Craig miró a su alrededor y se encogió de hombros-. De hecho, parece que las cosas están más revueltas aquí fuera que ahí dentro. Que asco de tiempo.

-Síp. Niebla, relámpagos raros y... ¿qué demonios es eso?

Con el ceño fruncido, Stefan se acercó a la barandilla que coronaba la cima de la Balsa, mirando hacia Manhattan, apoyándose en ella. Craig le siguió, atónito por la imagen que le señalaba su compañero. El aire alrededor de Manhattan rielaba, como si una aurora boreal estuviera rodeando la isla. Luces purpúreas y verdosas destellaban por toda la costa, rodeando incluso Ely´s Island y la propia Estatua de la Libertad. Un aullido lejano, apagado, parecía acompañar la extensión del cinturón de luz, que oscilaba de forma hipnótica.

-¿Qué mierda es...?

Craig se interrumpió bruscamente, al ver como un enjambre de sombras parecía brotar de la muralla de luz, en dirección a ellos mismos. Sin pensárselo dos veces, Craig tiró la taza de café al mar para tener las manos libres, y mientras se descolgaba del hombro el rifle, ajustó sobre sus ojos un visor preparado para ajustarse automáticamente a cualquier condición de luz o distancia, uno de los inventos de Industrias Stark para ayudar a la contención de los peligrosos presos de La Balsa. El visor apenas tardó unas décimas de segundo en ajustarse, y de inmediato, Craig pudo ver lo que se acercaba a ellos.

-Son como murciélagos-masculló-, pero vuelan muy deprisa.

-Craig...-murmuró Stefan-. Volvamos dentro...

-Son muy extraños...-continuó diciendo Craig, fascinado por el horror de lo que veía, incapaz de moverse-. Y vuelan tan deprisa...

-¡Adentro, Craig!-gritó Stefan, dando un fuerte empujón a su compañero para que se alejara de la barandilla. Como si el trance se hubiera roto, Craig se quitó el visor y miró desorientado a Stefan, que se dirigía a toda prisa hacia la puerta blindada que daba acceso al interior de la Balsa. Incluso desde esa distancia podían escuchar una maraña de gritos, aullidos y graznidos que ponían los pelos de punta, procedentes del enjambre de criaturas que se cernía sobre ellos. Mientras preparaba el rifle para disparar, Stefan apoyó la mano en el lector situado junto a la puerta, que se abrió con un siseo. Lanzando una descarga de plasma hacia el enjambre, que cada vez se perfilaba más cerca, Stefan empujó a Craig al interior, y cruzó la puerta a toda prisa, cerrando tras de sí. Sin embargo, la sensación de peligro no cesó.

-¡Craig! ¡Corelli!-exclamó una de sus compañeras, Sandra Hastings al verles aparecer. Sólo en ese momento se dieron cuenta ambos de que las alarmas acústicas del interior de la Balsa estaban conectadas y aullaban a todo volumen-. ¿Qué demonios pasa ahí fuera? ¡Los radares se han vuelto locos!

-Ahí fuera hay algo-farfulló Craig-. Algo está pasando en Manhattan...

-¡Quiero a todo el mundo aquí!-gritó Ellen Newman, apareciendo en medio de todo el caos en el que se había sumido el centro de mando de la Balsa-. Quiero saber qué hay fuera exactamente, y lo quiero saber para ayer. ¡Corelli! ¡Craig! ¡Conmigo ya! ¡Hastings, dame visión del exterior!

Sandra se sentó ante el panel de control de las cámaras, y de inmediato, en la inmensa pantalla holográfica que tenía delante comenzaron a aparecer imágenes de alta resolución de 360º alrededor de la Balsa. Todo el mundo guardó silencio al ver las extrañas figuras que revoloteaban en el exterior, unas imágenes oscuras, de membranas, hueso y quitina.

-Madre de Dios-masculló Sandra, al ver de pronto unos ojos rojos que se clavaban en una de las cámaras. De pronto, en ese sector no quedó más que estática en el monitor-. Han roto una de las cámaras.

-Están hechas de polímeros de titanio-gruñó Newman-. Se supone que no deberían romperse. ¿Tenemos comunicación con el exterior?

-No-respondió James Collins-. Todas nuestras líneas están cortadas. Con el ejército, con la Policía de Nueva York, con la Guardia Nacional... incluso con SHIELD y los Cuatro Fantásticos.

-¡Mierda!-gritó la directora-. ¡Activad las defensas exteriores!

De inmediato, cuando los hombres de la Balsa activaron los cañones externos, a través de las cámaras pudieron ver flashes de luz que se alternaban con las figuras sombrías. Aún así, diversos paneles fueron sustituidos por una estática recalcitrante.

-Directora, tenemos problemas-anunció la agente Sarah Johns, que apareció de pronto en el puesto, procedente de los niveles inferiores. Todos los presentes se giraron hacia ella, incluida la directora Newman, que torció el gesto, furiosa-. Los presos...

Sin esperar la orden siquiera, Sandra dio las órdenes oportunas al sistema informático, y una nueva pantalla holográfica apareció, mostrando una cuadrícula con el interior de las celdas. Todos y cada uno de los prisioneros estaban en pie, golpeando con saña las puertas de sus receptáculos. El Hombre Púrpura, el Supervisor, los U-Foes, el Armadillo, los miembros de la Brigada de Demolición, el Hombre Planta... Era como si todos hubieran enloquecido de pronto, como si los tranquilizantes y sedantes que utilizaban sobre ellos hubieran dejado de funcionar en todos simultáneamente.

-Craig... Corelli...-dijo la directora Newman-. ¿Qué habéis visto ahí fuera?

-Demonios-respondió Stefan, en voz baja y como avergonzado de lo que estaba diciendo-. Nos atacan demonios.

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Radio NYRD, Manhattan, Nueva York.

-...y continúa el extraño clima en esta noche, compañero y amigos de la oscuridad. Los Escorpio, mañana tendréis un día duro, así que paciencia. ¡Ah, pero vuestro horóscopo dice que es un día propicio para el amor! Entonces, seguro que no es tan malo, ¿verdad? Y bueno, los Sagitario... ¡Esperad! Me dicen que tenemos una llamada. Veamos qué nos cuentan. Buenas noches, caminante nocturno, ¿cómo te llamas y qué nos quieres contar?

-Buenas noches, Sybil-dijo una voz de mujer-. Me llamo Anne, y bueno, llamo para contar que algo está ocurriendo en San Patricio...

-¿Algo? ¿A qué te refieres, amiga?

-No lo sé muy bien-respondió la oyente-. Es como... como si salieran extraños gritos y luces de la catedral, y hay... cosas que se mueven por la fachada.

-¿Estás delante de San Patricio?

-No... bueno, sí, vivo en un apartamento muy cerca, desde la ventana del salón puedo ver la catedral...

-Una maravillosa vista entonces, amiga-sonrió Sybil-. Pero dime...

-Hay algo más-la interrumpió Anne-. Oh, Dios mío es... Es una luz en el horizonte, en la costa...

Tom dio un golpe al cristal, y Sybil se giró hacia su técnico de sonido, que con gesto serio, la indicó que mirase por la ventana.

-Anne, espera un momento, vamos a ver que... Jesús Bendito...

Sybil no pudo evitar la exclamación cuando levantó el store que cubría la ventana del estudio, y más allá de los cristales insonorizados pudo ver a lo que se refería la oyente. Un resplandor irisado parecía cubrir el horizonte, oscilando, bailando entre el verde y el púrpura, una mezcla entre espejismo y aurora boreal.

-Sybil, hay... hay cosas que vienen desde San Patricio. Oh, Dios mío... ¡oh, Dios mío!

Un sonido de cristales rotos se escuchó a través de la conexión telefónica, y de inmediato Sybil volvió a la mesa. Tom entró, acercándose a ella.

-¿Anne? ¿Anne, estás bien?-preguntó Sybil, pero la única respuesta que recibió fue una serie de sonidos guturales y lo que parecía ser el amago de un grito antes de que la comunicación se interrumpiera-. Parece que hemos perdido la llamada, Tom, ¿tenemos el número? ¿Lo tenemos?-Tom asintió, saliendo del estudio-. Vamos a llamar nosotros mismos a Anne, amigos, y si hay alguien más que se encuentre en los alrededores de San Patricio y pueda contarnos algo más de lo que está pasando, esperamos su llamada. Y la gente que viva cerca de la costa, quizá alguien pueda explicarnos de donde procede esa luz... Tom, ¿tenemos contacto con Anne? Amigos, no nos es posible contactar con Anne, no sabemos... Tenemos otra llamada. ¿Sí?

-¡Uno de los edificios cercanos a San Patricio acaba de explotar!-exclamó lo que parecía ser poco más que un adolescente-. Hay cosas volando por el aire, como enormes murciélagos, y... es como si la catedral cambiase, como si estuviera moviéndose...

-Parece que algo realmente raro está pasando esta noche ahí fuera, amigos-murmuró Sybil, y en ese momento, un zumbido en el exterior hizo que todo el edificio temblara. Sin pensárselo dos veces, Sybil volvió hacia la ventana, la abrió y se asomó al exterior. Las luces de la costa se habían extendido, ya ahora formaban lo que parecía ser una bóveda que contenía en su interior toda la Isla de Manhattan.

-Amigos, esto es serio-dijo Sybil, desde la ventana, girándose hacia el micro-. Vamos a intentar contactar con la policía por si pueden informarnos de algo, pero de momento, lo mejor será que todo el mundo se quede en casa o en algún sitio a resguardo mientras... ¿Otra llamada? Pásamela, Tom... Amigo, ¿qué tienes que contarnos?

-¡Demonios!-gritó una mujer, obviamente aterrorizada-. En el aeropuerto, ¡la gente se está convirtiendo en demonios! Es horrible, Sybil, es horrible...

-Tranquila, amiga, ¿la policía está ahí?

-Sí, la policía hace lo que puede... y también hemos visto por aquí a la Viuda Negra...Pero ha sido tan horrible...

-Estoy segura de que todo se arreglará, querida amiga. ¿Te encuentras bien?

-Sí... es... es que necesitaba contárselo a alguien...

-Te lo agradecemos mucho, querida. Ahora acércate a alguno de los policías que veas, o al personal del aeropuerto, y busca refugio en algún lugar seguro. Pronto sabremos qué está pasando. Estaremos contigo hasta que estés segura, ¿de acuerdo? ¿Cual es tu nombre?

-Me llamo Pandora-dijo la mujer-. Pandora Hartigan... es un nombre ridículo...

-Es un nombre precioso-respondió Sybil tratando de sonreír. Tom entró en la sala de nuevo, con gesto preocupado.

-Hay... hay un policía aquí a escasos metros... me encuentro bien, Sybil, y creo que debería dejar la línea libre por si alguien más quiere llamar... Muchas gracias por lo que haces...

-No, gracias a ti, amiga. Esperamos saber de ti pronto, Pandora Hartigan-. Sybil puso en silencio el micrófono para dirigirse a Tom-. ¿Qué pasa? ¿Sabemos algo?

-La centralita de policía está bloqueada, es imposible hablar con ellos. Pero hay noticias en Internet, Sy, y son muy raras. La gente habla de demonios y monstruos por todas partes, y no sólo aquí en Nueva York. Tengo que ir a ver a Mark... tengo que ver a mis padres...

-Lo entiendo-dijo Sybil, asintiendo.

-Te puedo dejar en tu casa si quieres, es preferible que salgamos de aquí juntos...

-No, no me voy a marchar-. La declaración de Sybil hizo que Tom enarcase las cejas, estupefacto-. Mi hija está en Chicago, con su padre, así que si me voy a casa, estaría sola y sin hacer nada. Aquí... la gente puede necesitarme, Tom.

-Entonces me quedo contigo.

-Ni se te ocurra. Lárgate de aquí ya-ordenó ella-. Pero llámame en cuanto llegues a tu casa.

-Lo haré-respondió Tom, abrazando a Sybil antes de dirigirse hacia la puerta. Se giró de nuevo, como si fuera a decir algo, pero finalmente salió de allí. Sybil volvió a abrir el micro.

-De nuevo estoy con vosotros, amigos de la noche, Sybil Sharpe en Más Allá del Crepúsculo. Espero vuestras llamadas en esta noche de extraños sucesos, vuestras noticias...

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Baptist´s Graveyard, Boston, Massachussetts.

Sam Buchanan intentó no escuchar, pero era imposible. Aquellos chasquidos, crujidos y siseos parecían clavársele en la nuca, y le era imposible ignorarlo. Un dolor ardiente le subía por la pierna desde la rodilla, y el golpe que había recibido en la cabeza le había aturdido de tal manera que no se sentía capaz de incorporarse. Nan había corrido peor suerte.

Necrófagos.

Sam lo había sabido en cuanto había entrado al cementerio, se lo habían dicho sus tripas. Aquello no era una trastada, y él, que había formado parte de los Redentores del Darkhold, que había luchado contra la oscuridad en docenas de ocasiones, lo había sabido desde el principio.

Demonios.

Y ahora, Nan estaba muerta, y probablemente, se había convertido en parte principal de un festín del que seguramente Sam fuera el segundo plato. Gracias a Dios, aunque no tenía más remedio que escucharlo, los demonios habían arrastrado el cadáver de Nan a la oscuridad, de modo que no lo veía. Uno de los demonios le había mordido en la parte trasera de la pierna, cerca de la rodilla, y probablemente tuviera algún tipo de veneno, porque su cuerpo entero se negaba a obedecer. Sam se preguntó si las moscas sentían eso cuando las arañas las capturaban. Trató de alcanzar su pistola, pero su brazo se negó a moverse. Prefería darse un tiro a terminar siendo la cena de los necrófagos.

Escuchó un gruñido, y una de las bestias saltó sobre él.

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DESDE EL CAMPO DE BATALLA

Bienvenidos al Correo de Tras las Líneas. La Guerra Infernal ha estallado, el mundo se ve amenazado, y los héroes, por supuesto, lucharán para salvarlo. Pero, ¿qué pasa con la gente de la calle? Podemos considerar Tras las Líneas como el particular Frontline de las Guerras Infernales, la reacción de las gentes de la calle (especialmente en Nueva York, que como de costumbre, se convierte en el centro de la acción). De momento, tres son los personajes que serán los protagonistas de Tras las Líneas. La locutora Sybil Sharpe, el policía Sam Buchanan y Stefan Corelli, agente de seguridad recién llegado a la Balsa. Por supuesto, saldrán más y de los que tenemos... bueno, no os encariñéis mucho con ellos, por si acaso.

En fin, ¡espero vuestros comentarios!

Tomás Sendarrubias.

 
 
   
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