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Guerras Infernales: Tras las líneas LS

GUERRAS INFERNALES: TRAS LAS LÍNEAS #2
La oscuridad se mueve
Guión: Tomás Sendarrubias
Portada: Marce Parra

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Baptist´s Graveyard, Boston, Massachussetts.

El fétido aliento del demonio hizo que las fosas nasales y la garganta de Sam parecieran arder. Trató de moverse de nuevo, pero el veneno que corría por sus venas le mantenía aún inmóvil, y prácticamente, se dio por muerto, hasta que escuchó un estallido en el aire. El demonio se tambaleó y tras un nuevo estallido, cayó al suelo. Las otras dos criaturas, que aún continuaban royendo los huesos de Nan, se incorporaron y gruñeron al aire. Sam trató de girarse para tratar de ver qué miraban, y casi lo consiguió, pero aún así, no atinó a ver nada.

Hubo un nuevo estallido, que Sam identificó como el disparo de una escopeta, y la cabeza de una de las criaturas estalló en pedazos. Sin perder un segundo, el último de los demonios saltó a cuatro patas por encima de Sam, y hubo dos nuevos disparos. Mordiéndose los labios, Sam hizo un nuevo esfuerzo y esta vez consiguió forzar su cuello lo suficiente para ver como se acercaba a él un hombre alto y de hombros anchos, vestido con un pesado abrigo oscuro, y que estaba armado con una escopeta recortada de peligroso aspecto.

-No intentes hablar-dijo el hombre, acercándose a él, de modo que Sam pudo distinguir algunos de sus rasgos, apreciando en él unos cuarenta años, con el cabello entrecano y unos ojos de color negro que le miraban intensamente-. Necesitarás descanso.

Sam trató de moverse, de decir algo, pero sus músculos continuaban negándose a obedecer. El hombre se agachó junto a Sam e introdujo sus brazos bajo él, alzándole con esfuerzo. El mundo comenzó a dar vueltas alrededor de él, y finalmente, Sam se desvaneció.

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Radio NYRD, Manhattan, Nueva York.

-Seguimos en el aire en la ciudad que nunca duerme-dijo Sybil, dando una nueva calada a su cigarrillo-. Esta noche vivimos una pesadilla, y esperamos todos juntos que cuando el sol vuelva a salir siga habiendo un mundo que iluminar. ¿Puede que nos hayamos convertido en el corazón del infierno sobre la Tierra? Caminantes de la noche, amigos al otro lado de la radio, no es la primera vez que algo así nos ocurre, a los neoyorquinos ya no nos sorprenden estas cosas, ¿no es cierto? Lo mejor es que nadie ceda al pánico y que no salgamos a la calle, sabemos que en algún momento, nuestros chicos vendrán a salvarnos y lo solucionarán todo. Y cuando todo esto acabe, yo misma iré en busca de los Vengadores para preguntarles dónde estaban el día en que todo el mundo se fue al carajo-. El indicador de llamada comenzó a parpadear, y Sybil dio un respingo en el asiento-. Parece que tenemos a un caminante de la noche que ha conseguido ponerse en contacto con nosotros. Buenas noches, amigo en la oscuridad, soy Sybil Sharpe, ¿qué quieres contarnos?

-Sybil...-la voz del hombre titubeó un instante, siendo sustituida por un molesto ruido de estática, pero enseguida pareció recuperar fuerza-. Menos mal que sigues ahí, Sybil, me estoy volviendo loco. No puedo soportarlo más, no puedo...

-Tranquilo, amigo-le interrumpió Sybil, inclinándose sobre la mesa-. Estoy aquí para ayudarte en todo lo que pueda, pero necesito que te calmes. ¿Cómo te llamas?

-Ryan Klein-respondió el hombre, tratando de esforzarse por respirar más despacio-. Sybil, hay cosas ahí fuera... las he visto volando sobre mi edificio. Aún no han entrado pero... pero lo harán y nos devorarán a todos, nos van a matar a todos...

-Tranquilo, Ryan, tranquilo-repitió Sybil, con los pelos de punta-. No va a morir nadie, no nos va a pasar nada....

-No, Sybil, ya han muerto mucho. Por Dios, lo vi desde la ventana... Vivo en Tribeca, y mis vecinos, los Randall, trataron de abandonar Manhattan hace una hora. Traté de convencerles de que se quedaran en casa, de que no salieran, pero estaban asustados, y querían marcharse... Tenían niños pequeños, ¿sabes? Dos niños pequeños... Querían salir por el puente de Brooklyn, tenían familia en Brooklyn Heights, y... no pude convencerles de que se quedaran, no pude...

-Ryan... ¿qué les pasó?

-No llegaron ni al final de la calle, Sybil-masculló Ryan, con la voz apagada por las lágrimas-. Lo vi desde la ventana, cayeron diablos desde el cielo como si fueran polillas, y rodearon su coche. No... Arrancaron el techo y sacaron... sacaron a los Randall y... a los niños, Sybil, a los niños... No puedo...

-Ryan, necesito que te tranquilices...

-¡No puedo!-gritó él, completamente deshecho-. No puedo quedarme a esperar, Sybil, tengo que... ahora entiendo a los Randall, no puedo esperar y que vengan a por mi... no...

-Ryan, por favor, no lo hagas, necesito que te tranquilices, y que te quedes en casa, que no salgas. Sobre todo, no salgas...

-Me marcho, Sybil. No sé si llegaré a algún sitio, me dirigiré hacia el norte, al puente de Williamsburg y trataré de salir de Manhattan, no puedo soportar esta espera. Sólo quería... bueno, mi madre vive en Long Island y escucha tu programa, y sólo... sólo quería decirle que la quiero. Adiós, Sybil.

-¡Ryan!-gritó Sybil-. ¡Ryan!

Sybil vio que el indicador de llamada se apagaba, y se incorporó hacia el teléfono, tratando de volver a llamar a Ryan, pero el teléfono no le daba línea.

-Mierda-masculló, dejándose caer sobre el asiento-. ¡Mierda! Compañeros de la noche, viajeros de la luna... necesito... necesito un momento... Os dejo con Fly me to the moon, pero os prometo que volveré.

La locutora introdujo la música, y dio un golpe en la mesa, furiosa. Tras ese golpe vino un segundo, un tercero y un cuarto, y finalmente se volvió hacia la ventana. Ahí seguía esa barrera tornasolada que iluminaba la noche con extraños colores y parecía rodear la ciudad.

-Dónde estáis, maldita sea-susurró, con las lágrimas cayéndole a raudales por los pómulos-. Dónde estáis...

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Entre Walnut Creek y Pleasant Hill, línea amarilla. San Francisco.

Ashley estaba prácticamente a una parada de su casa en Concord, si el apagón hubiera ocurrido diez minutos después, probablemente se hubiera encontrado ya descalza, poniendo a Mozart en su reproductor de CDs y preparando un baño de burbujas. Era profesora de literatura inglesa en un colegio en Berkeley, y ese día, había salido tarde del centro. Tenía que entregar al día siguiente los resultados de unos trabajos que había encargado a sus alumnos sobre los Hombres Huecos de T.S. Elliot, y Ashley tenía una máxima que jamás había roto en sus dieciséis años en la docencia: el trabajo, en el lugar de trabajo. Aún así, había conseguido terminar lo suficientemente pronto como para calcular que llegaría a casa y le daría tiempo a darse un baño relajante antes de que Kendra volviera del estudio de arquitectura. Podrían pedir sushi para cenar.

Y su mente bailaba entre burbujas con olor a rosas y limón, y nigiri de salmón con un poco de wasabi, como a ella le gustaba; cuando el metro se detuvo en seco y las luces se apagaron. Por un instante, nadie se movió dentro del vagón, como si todos los viajeros se hubieran convertido en estatuas. Y de pronto, un grito ahogado dio inicio a la locura. Era la hora punta de la tarde, y los vagones iban atestados de gente que volvía a casa del trabajo, del gimnasio o de dar una vuelta por la Bahía, turistas que volvían a sus hoteles, sin hogar que comenzaban a buscar un sitio donde pasar la noche o jóvenes que se preparaban para una noche de fiesta.

-¡Silencio!-exclamó un hombre corpulento, tratando de imponer algo de orden en el caos que se había desatado, y Ashley, aunque tenía el corazón en un puño, decidió ayudarle, levantándose del asiento que ocupaba y chistando en la oscuridad.

-Será mejor que nos tranquilicemos-dijo en voz alta-, sólo es un corte de luz. Enseguida todo estará bien...

-Tiene razón, no pasa nada...

-En cualquier momento...

-Y si es algo más serio, alguien vendrá enseguida a buscarnos...

El resplandor difuso de docenas de pantallas de teléfonos móviles encendiéndose al mismo tiempo, convertidos en sistemas de iluminación, permitió que la calma volviera, al menor relativamente, pues en el momento en que volvieron a verse las caras, parecía que el decoro se imponía de nuevo a lo que parecía ser un miedo sin sentido.

Y sin embargo, Ashley sentía que su corazón seguía latiendo con tanta fuerza que amenazaba con salirse de su pecho para ponerse a gritar en el centro del vagón.

Algo rozó el cristal, un sonido tenue, rasposo y fugaz que hizo que todos en el vagón dieran un respingo, y una chica que estaba de pie junto a una de las barras, incluso dejó caer su móvil al suelo.

-¿Qué ha sido eso?-masculló alguien.

-No lo sé-respondió el hombre fornido que había comenzado a poner orden-. ¿Alguien ha visto algo?

-Una especie de sombra ha pasado por el cristal, pero...

El sonido inequívoco de unos pasos rápidos sobre el techo del vagón hizo que todos alzaran la vista de pronto, y las pocas personas que aún estaban sentadas, se incorporaron. Un fogonazo procedente del vagón anterior iluminó el túnel con una luz anaranjada, y atónitos, los viajeros del vagón de Ashley vieron como el vagón que les precedía estallaba en llamas. El aire caliente hizo que varios de los cristales estallasen, y varias personas cercanas a ellos, cayeron al suelo cuando los fragmentos de cristal se incrustaron como balas en su carne. Ashley sintió una ráfaga de aire ardiente acompañada del desconcertante olor de la carne quemada, y sólo en ese momento, reparó en que ese vagón había estado ocupado por gente. Cualquier atisbo de calma fingida que podía haber existido en el vagón de Ashley se rompió junto al estallido, y los viajeros se arracimaron junto a las puertas, desbloqueándolas y activando la apertura manual. Un hombre vestido de ejecutivo saltó al exterior, tratando de evitar el tercer raíl. Ashley vio que en vagones posteriores se repetía esa dinámica, con la gente comenzando a salir a los túneles.

Y en ese momento, las sombras comenzaron a moverse por las paredes del túnel, y los gritos aumentaron de volumen. Ashley vio como de pronto, la cabeza del hombre que había salido del tren desaparecía mientras un reguero de sangre salpicaba a aquellos que estaban más cerca. Gritos y gruñidos se mezclaron en las sombras proyectadas por el fuego, y otro de los vagones del metro, esta vez el último del convoy, estalló en llamas, lanzando nuevos fragmentos de cristal y metal por todo el túnel. Por el rabillo del ojo, Ashley vio que algo se acercaba reptando por la pared del túnel, y se quedó clavada en el sitio donde se encontraba.

No podía ser.

A través del cristal astillado, Ashley vio una especie de criatura octópoda, quitinosa, de aspecto arácnido, que la miraba con unos ojos extrañamente facetados y brillantes. Sus patas acababan en garras semejantes a guadañas afiladas, y a Ashley le pareció, bajo la luz roja del fuego, que estaban manchadas de sangre. Aturdida, Ashley miró a la oscuridad del túnel, viendo que en ella se movían decenas de figuras semejantes a la que ella contemplaba.

Y en ese momento, el demonio que tenía frente a ella, abrió una oquedad en su abdomen y una llamarada brotó de él, haciendo que el vagón en que se encontraba Ashley estallara en llamas.

Incluso mientras ardía, no podía de dejar de pensar en lo equivocado que estaba Eliot al decir que el mundo acabaría con un suspiro.

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Atlantic Street, Boston.

Sam despertó cuando su estómago se contrajo bruscamente, y consiguió girarse a tiempo cuando notó el ardor de la bilis en su garganta para no ahogarse con su vomito. Con los ojos llenos de lágrimas, Sam vació su estómago entre sonoras arcadas en un barreño situado para tal fin junto a la cama en la que yacía. Cuando notó que no le quedaba nada dentro, se dejó caer sobre la cama de nuevo, aturdido, pero al instante, todos los recuerdos sobre lo que había ocurrido estallaron como una bomba en su mente. Se levantó de la cama de un salto, y en ese mismo momento la puerta se abrió, apareciendo el hombre al que había visto en el cementerio y que había acabado con los demonios, salvándole de la vida. Ambas piernas le fallaron a Sam, que sintió que se derrumbaba, y hubiera caído de bruces al suelo si no le hubiera sostenido el hombre.

-Tranquilo-dijo, devolviendo a Sam a la cama-. Aquí estás a salvo, al menos de momento. Espera un segundo.

El hombre recogió el barreño y salió de la habitación, mientras Sam, trataba de apartar de sí el velo de desconcierto que parecía atenazarle. Unos segundos después, escuchó el ruido de una cisterna vaciándose y un grifo corriendo, y prácticamente al mismo tiempo, una mujer, aproximadamente de la misma edad que el hombre hizo su aparición. Su aspecto era oriental, japonesa, o quizá coreana, y sonrió a Sam mientras dejaba a su lado una taza repleta de un líquido oscuro que olía a flores y limón.

-Bebe esto-dijo-. Te reconfortará y ayudará a que tu estómago se asiente.

-Estás eliminando el veneno del demonio-participó el hombre, volviendo a entrar y abriendo las cortinas de la habitación, de modo que Sam pudo ver que se encontraba casi al pie de Telegraph Hill, en Dorchester Heights-. Me llamo Randolph Aldine, y esta es mi esposa, Lian.

-Soy Samuel Buchanan. Sam-respondió él, aún aturdido-. Y... bueno, le agradezco que me ayudara en el cementerio. Pero debería irme e informar a la policía de lo que está pasando... Sólo una pregunta... ¿qué hacía usted armado en el cementerio?

-Ruth dijo que necesitaría ayuda-dijo Randolph-. Lamento no haber llegado a tiempo de ayudar a su compañera.

-¿Ruth?

-Nuestra hija-dijo Lian, acercando la bebida a Sam-. Beba, le ayudará.

Sam tomó un sorbo de la taza, y el calor de la bebida pareció reconfortarle inmediatamente, llenándole de fuerza.

-Ruth dice que usted puede ayudar en lo que está pasando-continuó diciendo Lian-. Ahí fuera... se ha desatado el infierno. Ruth dice que hay una guerra, y que el campo de batalla es nuestro mundo.

-¿Ruth es una vidente?-preguntó Sam, y Randolph torció los labios, en un gesto que reflejaba cierto humor negro.

-Es una forma de decirlo. Simplemente, sabe cosas-dijo-. La policía se encuentra ocupada, hay disturbios en Baxters Bridge y Back Bay, pero lo peor no está en Boston, sino en Nueva York y San Francisco, o al menos eso dicen en las noticias y en Internet. De todas formas, si se encuentra mejor y puede andar, Ruth querrá hablar con usted.

-Claro-asintió Sam, que se sentía mucho mejor, incorporándose y levantándose de la cama. Sólo en ese momento se dio cuenta de que su uniforme había quedado destrozado, y llevaba puesta una camiseta vieja y unos pantalones vaqueros que probablemente eran propiedad de Randolph. Se sonrojó al imaginar que alguien habría tenido que vestirle, pero procuró evitar su azoramiento, agachándose para calzarse sus botas, manchadas de barro pero enteras. Aún notaba un latido en las sienes y las extremidades algo adormecidas, pero había recuperado la fuerza. Lian salió de la habitación, llevándose la taza vacía, y Randolph permitió que Sam saliera delante de él, pendiente por si volvían a fallarle las piernas o se mareaba.

La casa de los Aldine era un lugar acogedor, decorado con un gusto sutil y un estilo un tanto vintage, con cuadros art-decó y un suelo de baldosas ajedrezadas. En cuanto entró al salón, Sam pudo ver a Ruth. La muchacha estaba sentada en una mecedora, cerca de la ventana. Sus rasgos tenían cierto matiz oriental, y el cabello negro le caía suelto sobre los hombros. Tendría trece o catorce años, y vestía con una ropa que tenía también, como la decoración de la casa, cierto aire retro, un vestido estampado de flores rojas y azules, y un chal con flecos sobre los hombros. Ruth se volvió hacia él, y Sam vio que tenía los ojos cerrados. La muchacha parpadeó un segundo, y él vio unos iris azules tan claros que eran casi transparentes. Enseguida entendió la sonrisa amarga de Randolph. Ruth Aldine era ciega.

-Me alegro mucho de que esté bien, señor Buchanan, sí, gracias-dijo ella, tendiéndole una mano que Sam estrechó con precaución-. Mas lamento, sí, la muerte de su compañera, lamento no haberlo visto a tiempo para poder ayudarla, no, no gracias.

-Te agradezco mucho que me hayas ayudado, Ruth-dijo Sam, y la muchacha le señaló con un gesto vago una silla cercana a la mecedora en la que ella se encontraba. Randolph y Lian se dirigieron a la cocina, dejando que Sam y Ruth hablasen en privado-. Tus padres me han dicho que sabes cosas, y pienso que quizá puedas ayudarme a entender lo que está pasando...

-Sí, ha pasado. Malo es, malo para todos. Tres señores, tres infiernos en guerra, no, gracias, en la Tierra como campo de batalla. Los demonios recorren las calles. Nueva York es la primera línea, y San Francisco el corazón de la oscuridad, pero el mal recorre todo el planeta, y es malo, malo para todos. El mal se extiende, sí, se extiende, y la oscuridad se mueve desde el norte hacia el sur, por todo el globo. ¿La batalla se luchará en este mundo? No, gracias, no. Hay un premio para el ganador, pero no es nuestro mundo, sino el dominio de los mundos más allá de este, los que fueron antes, sí, gracias.

-Ruth, no entiendo lo que...

-Discúlpame, perdona-dijo ella-. Muchas imágenes, muchas palabras, y muchas ideas, no soy capaz de asimilarlas todas. Recuerda, sí, recuerda, que por un clavo se perdió una batalla. Tú has luchado contra la oscuridad una vez, has sido uno de Nueve, y aunque la Novena está rota hace tiempo, tienes un papel antes de que todo esto termine. ¿Linda? Sí, Linda y tú, espada y guerrero, de nuevo en la batalla. ¿De qué servirá ganar si no queda nadie vivo para celebrar la victoria? ¿Padre? ¿Madre?-llamó, y Randolph y Lian entraron de nuevo al salón-. Padre, ¿podrías llevar a Sam a su casa? Sí, gracias. El arma que necesita se encuentra allí, apartada pero nunca olvidada, ¿verdad señor Buchanan?

-Ruth, hace mucho tiempo que yo no... todo eso quedó atrás...

-¿Puedes correr más que la oscuridad, más que el mal, Sam? ¿Podrías olvidar los gritos de muerte de los inocentes sabiendo que podrías haber ayudado? ¿Que estaba en tu mano salvarles? Ya has sido redentor, sí, gracias, pero en este momento, quizá el mundo necesita más un protector.

Sam se disponía a responder, pero se dio cuenta de que Ruth tenía razón. Se volvió hacia Randolph, que le mostró las llaves del coche que sostenía en la mano, y asintió.

-Muchas gracias, Sam-dijo Ruth-. Por lo que harás por nosotros. Muchas gracias.

Sam tomó de nuevo la mano de Ruth entre las suyas, y después se despidió también de Lian, que se sentó junto a su hija, encendiendo la radio, lo que hizo que Ruth sonriera levemente.

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La Balsa, Zona de Máxima Seguridad de la Isla de Ryker, NY.

-Directora Newman, la celda del Hombre Planta está empezando a ceder-informó Sarah Johns, viendo las alarmas que se iban disparando en los paneles de información que tenía delante. Deslizó los dedos sobre la pantalla táctil, ampliando la visión que tenía del cuadrante de celdas donde se encontraba la de Samuel Smythers para acceder a una perspectiva más global sobre el resto de las celdas-. Y tenemos problemas también con Destructor, Mimí Gritona y... ¿Armadillo?

-Se supone que esto no puede estar pasando-masculló Newman-. Las celdas de contención están preparadas para cada uno de los presos... Ni siquiera hasta las cejas de anabolizantes debería poder Mimí Gritona resultar un problema. Por no hablar de Smythers, es... ridículo.

-¿Estamos preparados para esto, directora?-inquirió Gabriel Kent, tratando de recuperar la visión de algunas de las cámaras del exterior. La visión panorámica que ofrecían las pantallas de exterior estaba cada vez más llena de agujeros de estática, y el resto de imágenes estaban copadas por lo que parecía una colmena de demonios que aleteaban y gruñían, arrancando grandes pedazos de la roca exterior de la Balsa.

-Al menos tenemos que intentar estarlo-replicó Newman, desviando personalmente energía de la refrigeración hacia la parrilla de defensa, el entramado energético que reforzaba la zona de celdas, según diseños del propio Reed Richards. Sosteniendo el rifle de plasma en las manos, Corelli vio en uno de los monitores como Bulldozer, de la Brigada de Demolición, se lanzaba con todas sus fuerzas sobre la puerta de su celda, y era rechazado por una descarga de energía. De momento, el plan de Newman funcionaba-. Aunque vamos a tener que pasar un poco de calor.

-Ha tenido que pasar algo ahí dentro...-mascullaba Craig, sentado ante el panel de comunicaciones, escaneando personalmente todas las frecuencias de radio, telefonía e incluso verificando los accesos a Internet, pero no había manera. Se encontraban completamente aislados-. Por dios, Armadillo es hasta buen tío, ¿qué demonios está haciendo ahora?

-Un momento-murmura Corelli, utilizando la correa del rifle para sujetarlo sobre su hombro, mientras en los paneles que tenía ante él accedía a los mapas de distribución de las celdas.

-Corelli, ¿qué has visto?-preguntó Newman, pero él alzó una mano, indicándola que esperara.

-¿Puedes ponerme al Hombre Planta?-preguntó Corelli, y Jones asintió. En uno de los monitores de información, que hasta ese momento había estado ocupado por una serie de columnas con datos numéricos, apareció el interior de la celda de Samuel Smythers, convertido en una especie de enorme raíz de mandrágora con forma humana y numerosos zarcillos que se movían a su alrededor como látigos cubiertos de espinas.

-Collins, ¿están preparados los cañones de sonido?-dijo Newman, y Jennifer Collins, tecleó sobre el teclado que tenía delante antes de responder.

-Montados y preparados ante su puerta, directora.

-Ponme a Mimí Gritona-ordenó Corelli, y al instante, la pantalla se dividió en dos, y junto al Hombre Planta, pudieron ver a la villana. Se había arrancado el inhibidor sónico (con el consiguiente daño para su garganta y cuello) y lanzaba su grito disruptor con todas sus fuerzas, haciendo que las paredes de su celda temblasen-. Vector-dijo Corelli, y apareció un nuevo cuadro en la pantalla, en el que vieron al miembro de los U-Foes. Su rostro estaba desencajado de ira, y aunque no había energía visible en la habitación, la forma en que temblaba la puerta indicaba que estaba utilizando sus poderes telekinéticos con todas sus fuerzas-. Ahora al Supervisor-. En el cuarto panel, pudieron ver al maestro de villanos. Estaba de pie, pero al contrario que aquellos a los que habían visto hasta ese momento, no estaba arrojándose como un loco contra la puerta ni dando cabezazos contra las paredes, simplemente se le veía desconcertado mientras escuchaba el ruido que originaban sus compañeros-. Y al Hombre Púrpura-. Killgrave ni siquiera se había levantado de su cama. Estaba tumbado, con los ojos clavados en el techo de su cuarto, como si nada de todo aquello fuera con él

-Corelli, ¿esto tiene algún sentido o estás jugando al quién es quien?-gruñó Newman. Vio un pico de energía en su panel. Smythers había dado un nuevo golpe contra la puerta, y se había sentido en toda la parrilla de defensa.

-Fijaos en la disposición de las celdas-explicó Corelli, lanzando la imagen del plano que tenía ante él a la pantalla principal-. El Hombre Planta y Mimí Gritona son los presos que parecen más afectados-dijo, y al pulsar sobre su pantalla, ambas celdas se tiñeron de rojo en la gran pantalla. Estaban separadas por una única celda-. Armadillo, Vector y X-Ray de los U-Foes, Titania-continuó enumerando Stefan Corelli, marcando las celdas de los prisioneros, todas ellas cercanas a las anteriores-. Y la onda de locura parece irse diluyendo según nos alejamos del "agujero negro", hasta que en las zonas más alejadas, donde se encuentran el Supervisor, el Hombre Púrpura, el Buitre o... ejem, la Coneja Blanca, parece que todo se encuentra tranquilo, y sus inquilinos no se comportan como si les hubieran untado la ropa interior con chili.

-La celda de Madelyne Pryor-masculló Newman, mirando atentamente la pantalla, contemplando la celda, ahora vacía, que se encontraba entre la del Hombre Planta y la de Mimí Gritona.

-¡Directora!-gritó Johns, pero no pudo terminar de decir nada, pues el motivo de su grito se proyectó en una de las pantallas, cuando las alarmas saltaron al reventar la puerta de la celda del Hombre Planta, que se arrojó al pasillo con la velocidad de una locomotora. Collins ni siquiera esperó la orden de la directora Newman para activar los cañones sónicos. De los plafones de las paredes del pasillo aparecieron dos proyectores de sonido que golpearon al Hombre Planta a plena potencia, y todos pudieron ver como Smythers parecía desgarrarse y agrietarse, e incluso trastabilló un segundo mientras lanzaba un poderoso rugido. Con un tremendo golpe, el Hombre Planta arrasó la puerta que había frente a él, y Mimí Gritona hizo su aparición, reventando los cañones sónicos.

-¡Barreras de energía ya!-ordenó Newman, y de inmediato, Kent y Collins activaron las rejillas láser que, con una distancia entre ellas de cinco metros, cubrieron los pasillos-. Tenemos que cerrar el pasillo herméticamente, no podemos permitir que esos dos liberen a más presos.

Mimí y el Hombre Planta trataron de avanzar por el pasillo, pero las rejillas se lo impidieron, dando tiempo a que dos inmensas placas de omnio sellasen ambas bocas del pasillo. Mimí destruyó una de las rejillas, pero de inmediato, el pasillo se llenó del siseo de halón, que sustituiría al oxígeno en el pasillo en treinta segundos. Newman sabía que el gas mataría tanto a Smythers como a Gold, pero el riesgo de tenerles libres en el interior de la Balsa era inadmisible. Ya daría las explicaciones que tuviera que dar, si después de todo aquello quedaba alguien a quien dárselas.

Pero el Hombre Planta parecía decidido a no dejarse derrotar tan fácilmente. Creó unos afilados zarcillos, y escaló por ellos, dando un atronador golpe a los paneles del techo, que se convirtieron en escombro, desapareciendo del radio de acción de las cámaras.

-¡Está en los conductos del aire!-gritó Johns, siguiendo la señal del asesino.

Kent, Corelli, Craig, la propia Newman... de inmediato, todos los presentes empuñaron sus rifles de plasma.

-Electrifica los conductos, llénalos de gas y préndeles fuego-ordenó Newman-. Que alguien haga algo ya.

-No puedo-masculló Johns, con los ojos llenos de lágrimas-. Hemos sufrido demasiados daños estructurales, hay una docena de sistemas que no responden. Se dirige hacia fuera...

-Si abre la más mínima grieta, esas cosas de ahí fuera podrán entrar-intervino Collins-. Nos harán pedazos.

-Si vuelves a decir algo así, te hago pedazos yo misma-replicó Newman, mientras las luces parpadeaban.

-Está a punto de salir...-anunció Johns, con los ojos clavados en la pantalla ante ella-. Mimí Gritona ha caído.

Y entonces, estalló el caos. Una de las rejillas de refrigeración cayó al suelo, y de inmediato docenas de zarcillos de madera inundaron la sala de control, acompañados del sonido de los crujidos que Smythers causaba al moverse. Johns lo contempló aparecer ante ellos atónita, y entonces vio como la marca que había seguido desaparecía. El loco les había engañado, debía haber manejado alguno de sus zarcillos, o un duplicado controlado a voluntad que ahora debía estar deshaciéndose...

Fuera como fuera, el Hombre Planta estaba allí entre ellos.

Craig fue el primero en disparar contra la criatura, pero Smythers evitó con facilidad la descarga de plasma, que sesgó dos de los zarcillos, que cayeron al suelo hechos cenizas.. Atónito, Craig pudo ver cómo el polvo vibraba y se reconstruía, volviendo a adherirse a su dueño. Craig tuvo que retroceder para evitar una de las zarpas del Hombre Planta, pero al caminar hacia atrás, tropezó con algo que le hizo caer. Maldijo cuando su espalda se estrelló contra el suelo, dejándole sin aire, pero consiguió reaccionar a tiempo para que su enemigo no pudiera aprovecharse de ello. Sin embargo, se quedó paralizado al ver que, lo que había provocado su caída, era el cuerpo desmembrado de Stefan Corelli, atravesado de parte a parte por uno de los zarcillos del Hombre Planta.

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Radio NYRD, Manhattan, Nueva York.

Sybil ya no sabía qué decir, por primera vez en toda su vida, se había quedado sin palabras. Tampoco sabía realmente si alguien la estaba escuchando, hacía un rato que había dejado de recibir llamadas y había perdido la conexión a Internet. Por lo que ella sabía, podía estar sola en el mundo, pero aún así, no dejaba de hablar en antena, esperando que alguien la escuchara.

-El tiempo va pasando, y se acerca el alba del nuevo día, caminantes de la noche. Y si el sol despunta, la ciudad que nunca duerme podrá decir que ha sobrevivido a otra noche de insomnio. Demos las gracias a los que se preocupan por nosotros, a la policía, los bomberos, la Guardia Nacional, el ejército, y todos aquellos que están ahí fuera, cuidándonos.

El sonido de su móvil en el bolso hizo que Sybil diera un respingo. Lo contempló un instante, atónita, como si esperase que una mano demoníaca fuera a hacer su aparición desde dentro del bolso.

-Un momento, amigos, parece que alguien ha conseguido ponerse en contacto con esta sibila de las sombras-dijo Sybil, que ni siquiera se molestó en cerrar la línea, que dejó abierta. Al reconocer en la pantalla el número de teléfono de Henry, su ex marido, Sybil sintió que el corazón se le salía del pecho-. Hen...

-¡Sybil!-gritó su marido al otro lado, con la voz apagada por las interferencias-. ¡Sybil, ya no...!

-¡Henry!-llamó Sybil, sintiendo que la comunicación se cortaba, pero escuchando los ruidos de lo que sin duda parecía ser un gran caos-. ¿Cómo está Diana? ¿Qué está pasando?

-...no aguanta más, se viene abajo... las grietas... Di... está conmigo pero Sybil, no...

Henry no terminó la frase. Hubo un gran estruendo, como una explosión, y la comunicación se cortó en seco.

-¡Henry!-gritó Sybil, completamente fuera de sí-. ¡¡Henry!!

No hubo respuesta. Y por toda la ciudad, docenas de personas que aún escuchaban a la locutora, sintieron su pérdida como si hubiera sido propia.

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Fargo Street, Boston, Massachussetts.

Llegar hasta su apartamento le resultó difícil a Sam, aunque Randolph Aldine resultó ser un conductor diestro y arriesgado, además de rápido. Al parecer, los disturbios en la ciudad se limitaban a Baxters Bridge y Back Bay, como había dicho Randolph, pero aún así, tuvieron que evitar varios controles policiales, y en dos ocasiones, encontraron criaturas demoníacas que tuvieron que esquivar, pero finalmente, consiguieron llegar al domicilio de Sam.

-Debo volver a casa-dijo Randolph-. Quiero asegurarme de que todo sigue bien...

-Muchas gracias por todo-respondió Sam-. Iré... iré a veros cuando acabe todo esto.

-Te esperaremos con un buen asado y mucha cerveza-sonrió Randolph.

Sam vio como el coche se alejaba, de regreso a Dorchester Heights, y subió las escaleras que conducían a la tercera planta, donde tenía su apartamento. Sam entró, cerró la puerta tras de sí y se dirigió de inmediato hacia su dormitorio. Abrió el armario y sin miramientos, arrojó la ropa sobre la cama, hasta que encontró lo que buscaba, una caja fuerte sellada. Se arrodilló junto a ella y tecleó la combinación de doce dígitos, y luego, masculló en voz alta dos palabras, que para él no tenían demasiado sentido, pero que tiempo atrás, Extraño le había enseñado. Así, desmontaba las defensas místicas que habían impuesto a la caja.

Tomó aire, la abrió y tomó lo que había dentro.

El arma había sido creada años atrás, durante los eventos que habían llevado a Sam Buchanan a unirse a Louise Hastings y Victoria Montesi para perseguir al Darkhold En aquellos tiempos, el arma, llamada "Exorcista" por sus creadores, había sido propiedad de un eventual aliado, Frank Drake, que junto a Blade y Hannibal King había formado parte de los Cazadores de Vampiros. Todos ellos, junto a Morbius, Danny Ketch y Johnny Blaze, habían sido parte de la Novena Mística que Extraño había creado para hacer frente a Lilith y otras amenazas sobrenaturales. Ahora, Louise, Frank, Hannibal y Danny estaban muertos, y Victoria, sumida en coma en algún lugar bajo la protección de la Iglesia. Y el arma, a la que Frank había apodado "Linda", como una broma por la actriz protagonista de El Exorcista, y que, a través de procedimientos que jamás entendió, lanzaba descargas de plasma cargadas de nanotecnología necromántica que afectaba a las criaturas sobrenaturales, había terminado en manos de Sam Buchanan. Había rezado por no tener que volver a utilizarla nunca, pero Sam ya sabía que las cosas tendían a no salir como uno esperaba.

-Bueno, pequeña-dijo-. Parece que nos vamos a la guerra.

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DESDE EL CAMPO DE BATALLA

Seguimos avanzando en las Guerras Infernales. El mes que viene, la conclusión de Tras las Líneas.

¿Habéis reconocido a Vendas? Je, je, je....

Tomás Sendarrubias.

 
 
   
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