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Las aventuras del Hijo de Satán...
 
Hellstorm

HELLSTORM #2
Feria II
El círculo

Guión: Tomás Sendarrubias

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Greenville, Texas.

Vacío.

Era la palabra que acudía a la mente de Daimon cuando se cruzaba con muchas de las personas que deambulaban esa noche por la feria de Midwest, en Greenville. Rostros iluminados por las extrañas luces de la feria que parecían realzar las sombras, ojos apagados y vidriosos, y más allá de ellos... la nada. Niños que llevaban globos con formas de animales, adolescentes que bebían cerveza a escondidas o hacían cola para subir a una pequeña montaña rusa de madera, adultos que esperaban para entrar en el Laberinto de Espejos o al espectáculo de la Reina de las Serpientes... Y todos ellos, lucían la misma mirada perdida, como si les hubieran robado algo.

Y todos ellos, cada poco tiempo, dirigían su mirada hacia la inmensa noria que presidía la feria, y que provocó un escalofrío en la espalda de Daimon. El signo del círculo era tan antiguo como el propio tiempo, como la existencia del hombre, el Ouroboros, la serpiente que se mordía su propia cola, la Jormungandr de los mitos nórdicos. Podía sentir su atracción como si estuviera mirando al vacío y la gravedad le llamara, así que se esforzó por apartar su atención de la noria, y se desvió hacia uno de los pequeños pasillos formados por diferentes tenderetes de artesanía, dispuestos de forma que la noria parecía estar menos presente, lo que permitió a Daimon respirar de nuevo, aunque no fue consciente hasta ese momento de que había estado conteniendo la respiración.

Mientras observaba de reojo un tenderete en el que un hombre de piel negra vestido con una llamativa túnica naranja vendía brazaletes de marfil tallados a mano (con signos capaces de arruinar la vida del comprador, pensó Daimon, al reconocer en las tallas viejas maldiciones africanas), trató de concentrarse para extender su sentido místico, pero el zumbido procedente de la Noria era tan inmenso y aterrador que parecía reverberar por todas partes, ahogando el resto de los puntos calientes de la feria, dejando apenas restos de ecos. Daimon lanzó un reniego en voz baja. Dos noches en ese lugar para las gentes de la zona podrían ser más de lo que sus espíritus pudieran soportar.

Entonces, lo sintió. Una punzada, como el roce de una aguja en la columna vertebral, y sus ojos volaron hacia un lugar, al final de aquella especie de calleja, un puesto donde vendían pizzas. El vendedor de brazaletes le miraba fijamente, así que Daimon se acercó al puesto, y mostró interés en una de las piezas que mostraba un viejo diseño arácnido, atribuido a Ananasi, el Dios Araña de las Mentiras.

-Son veinte dólares-dijo el vendedor, y Daimon asintió. Sacó un billete de la cartera y lo depositó en la inmensa mano del vendedor, que tomó del mostrador el brazalete y se dispuso a ponerlo en la muñeca de Daimon, que, con una sonrisa, lo evitó, tomando la pieza de hueso con la mano.

-Es un regalo-dijo, y el vendedor sonrió.

-¿Y no quiere una pieza para usted?

-No, muchas gracias-replicó Daimon, encogiéndose de hombros mientras se alejaba del tenderete en dirección al puesto de comida rápida. "No tengo ningún interés en que se me queden las pelotas como dos higos secos", añadió para sí, mientras dejaba la pulsera de hueso en el bolsillo de su chaqueta de piel vuelta. Tratando de pasar lo más desapercibido posible, se puso en la cola del puesto de comida rápida, y finalmente, llegó el turno de ser atendido. Una mujer con aspecto de matrona italiana y vestida con un delantal lleno de grasa le miró con cierta curiosidad mientras se inclinaba sobre el cristal que protegía las pizzas enteras.

-¿Qué quieres, hijo?-preguntó ella.

-¿Qué tal una porción de algo picante?-preguntó, y ella asintió.

-¿Te parece bien pepperoni y chili?

-Una auténtica bomba para mi estómago. ¿Alka-seltzer tiene?

-Estoy casi segura de que será la mejor pizza que has comido en tu vida. ¿Te vale con una Coca-Cola?

-Claro-asintió Daimon, dejando sobre el cristal los tres dólares que costaba la porción de pizza con la bebida. No se sorprendió al ver que varias de las personas que hacía unos minutos estaban delante de él en la cola volvían a ponerse. Aquel puesto hedía a hechicería incluso con sus sentidos místicos apagados. La mujer sacó la porción de pizza de un horno de aspecto antiguo, la depositó en un cartón y se la pasó a Daimon, entregándole después una lata fría de Coca-Cola.

-Espero volver a verte pronto, criatura-dijo la mujer, y Daimon sonrió.

-No lo dudo-masculló antes de apartarse de la cola, dejando su lugar a una pareja de jóvenes que aún llevaban la boca manchada de la salsa de tomate de la pizza que habían comido minutos antes. Tras alejarse unos pasos del puesto y adentrarse de nuevo en la feria, mirando de reojo hacia la Noria, Daimon arrojó la pizza a una papelera, y sonrió al concentrarse en la lata y darse cuenta de que no había rastros de magia en la Coca-Cola. Al parecer, ni siquiera la hechicería pagana podía con el ingrediente secreto de la chispa de la vida. Dio un sorbo, y sacó del bolsillo del pantalón un compacto teléfono móvil, hizo un movimiento seco para desbloquearlo, buscó un número en la agenda y tecleó a toda prisa.

"UNA DE LAS ATADURAS ESTÁ EN EL HORNO DE LA PIZZERÍA DE MA CONSTANZA" escribió, y envió el mensaje, devolviendo luego el teléfono al bolsillo. "La tecnología al servicio del diablo", pensó, y dio otro sorbo a la Coca-Cola. La resonancia de la Noria era tan fuerte que tendría que buscar uno por uno todos los anclajes de la Feria, lo que le llevaría más tiempo del que tenía pensado en un principio dedicar esa noche, pero tampoco tenía ningún plan en un granero ni nada parecido, así que al menos estaría ocupado buena parte de la noche.

El vendedor de brazaletes de hueso tallados observó como Daimon se alejaba y desaparecía tras el tenderete en el que Brighton realizaba caricaturas de los visitantes de la feria. Sus ojos se oscurecieron un momento, y al instante, un enano corrió hacia él desde la carpa de las rarezas, una criatura deforme, con un brazo gigantesco en comparación con el resto de su cuerpo y vestido de cuero, que atendía al nombre de Weak.

-¿Qué quieres, Sa´yd?-preguntó el enano, y el gigante negro lanzó una última mirada hacia el lugar en el que había desaparecido Daimon.

-Avisa a Cerise y a Hawksmoor-ordenó Sa´yd-. Hay alguien aquí que podría darnos problemas.

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Tanis, Bajo Egipto, 1040 a.C.

Normalmente en Tanis las noches de Luna Nueva eran consideradas de mal augurio, pues en ellas el dios Khonsu, uno de los vértices de su trinidad de dioses (completada por Amon y Mut), estaba oculto y el mal podía recorrer la Tierra Negra de Khem a su antojo.

Pero la oscuridad de la noche sin luna parecía acompañar como un manto de suave lino negro a la figura que atravesaba los jardines del Palacio Real de Tanis flanqueada por dos guardias armados con espadas cortas de bronce. Los dos observaban atentos al "invitado" del Faraón, y uno de ellos no se molestó en disimular que cada vez que este les dirigía la más mínima mirada realizaba un gesto para alejar el mal de ojo. Y el invitado no se molestó en disimular que aquello le divertía de sobremanera. Finalmente, el trío cruzó unas cortinas de lino blanco, y entraron en una sala rectangular, presidida por un trono de piedra negra sobre el que se sentaba, como esculpido en piedra, el Faraón, tocado con las mitras del Alto y Bajo Nilo, y sosteniendo contra su pecho los bastones de mando del reino. Tras él, unas estatuas de basalto mostraban a los protectores de Tanis, Amon, Mut y Khonsu niño, este último tocado con la Luna.

-Alabado sea Neferkhara Heqawaset Amenemnesu Meryamon, señor del Alto y Bajo Egipto-dijo el invitado, hincando ambas rodillas en el suelo e inclinándose hasta tocarlo con la frente, con los brazos extendido mientras recitaba el nombre completo del Faraón, "Hermoso en el Espíritu de Ra, Señor de Tebas, Amón es el Rey, Amado de Amón". Sin embargo, había algo en el tono de sus palabras que hizo que el Faraón se sintiera incómodo, quizá la forma en que había dicho "Señor del Alto y Bajo Egipto", pues ese era un título que, pese a sus intentos, Neferkhara no podía ostentar, pues su poder no llegaba mucho más allá del Delta del Nilo.

-Meheneptah Amenkhat-gruñó el Faraón, y los guardias incorporaron al hombre, que finalmente, clavó sus ojos directamente en el señor de Tanis-. Debería haberte hecho decapitar.

-Mi cuello es vuestro, señor-replicó Amenkhat, con un nuevo gesto servil que consiguió molestar aún más al Faraón-. Pero debo decir en mi descargo, que en ningún momento anidó en mi el deseo de traicionar al Señor del Alto y Bajo...

-Silencio, traidor-masculló Neferkhara, incorporándose finalmente. Ambos guardias empuñaron sus armas, dispuestos a segar la vida del antiguo sacerdote a una orden de su señor-. Abandonaste el culto de Amón en la ciudad, conspiraste contra mi y difundiste tu herejía en el desierto, llegando a manchar la santidad de la propia Tebas, perro. Sólo te escucho por respeto a los dioses a los que una vez serviste, pero te juro por Khonsu niño que no verás el amanecer, sino que te enterraré vivo en una fosa de escorpiones solo para disfrute de mi gente...

-Todo lo hice en nombre de mi señor-responde Amenkhat-. Para mayor gloria de Neferkhara Heqawaset Amenemnesu Meryamon, para que pueda ser Señor del Alto y del Bajo Egipto de hecho, además de en nombre. En mis viajes por el desierto descubrí la existencia de un dios superior a Amón, señor...

-Herejía...-gruñó uno de los guardias, pero el Faraón le hizo un gesto para que guardara silencio.

-Me fue revelada en la noche, señor, cuando acudió a mi con los vientos que mueven la arena del desierto, y me mostró el dominio de lo que es.

-¿Y cual es el nombre de ese dios?-preguntó el Faraón, y Amenkhat llevó sus manos al cuello y despacio, soltó una cadena de plata de la que pendía una piedra negra, tan pulida que parecía metal, y se la tendió al Faraón, que la tomó con curiosidad. Sobre la superficie negra había un sencillo grabado, un círculo. La serpiente que mordía su propia cola.

-Apofis-respondió el antiguo sacerdote de Amón.

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Greenville, Kansas. Hoy.

-¿Seguro que es él?

El ceño de Devem se frunció mientras Hawksmoor, el director de la feria, lanzaba al aire la pregunta. No admitía que nadie pusiera en duda las palabras de Cerise, pero un gesto de la adivina le hizo olvidar sus recelos. Aidan Hawksmoor, director de la Feria Midwest estaba sentado frente a Cerise, con los ojos clavados en la bola de cristal que, entre una gran bruma, mostraba la imagen de un hombre pelirrojo que estaba cerca del Laberinto de los Espejos. Hawksmoor era un hombre de unos cuarenta años, de tez oscura, casi rojiza, y vestido con las ropas típicas del jefe de pista de un circo, con casaca roja y calzas blancas. Tras él, Scarlett, el mago, permanecía de pie, cruzado de brazos; y a unos pasos de ellos, Sa´yd asintió.

-No tiene aspecto de ser demasiado peligroso-masculló Hawksmoor, pero Scarlett negó con la cabeza.

-No deberíamos dejarnos llevar por las apariencias-protestó Scarlett, y Cerise asintió, completamente de acuerdo con él.

-Hay algo en él...-gruñe la adivina-. Es como el eco de un poder muy antiguo, una resonancia de poder perdido podría decir. Pero lo que percibo muy claro es un aire de amenaza. Deberíamos acabar con él.

-Está cerca del Laberinto-asintió Hawksmoor, girándose hacia Sa´yd-. Que Attys y el resto de los payasos hagan un desfile, hay que despejar la zona del Laberinto de Espejos. Y enviad a Sasha y los Hermanos DeSoto. Scarlett, no quiero que llegues tarde a tu sesión. Nuestro Padre Oscuro tiene hambre.

-No lo haré, Aidan-replicó Scarlett, y no esperó un segundo más antes de salir al exterior de la tienda de la adivina.

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Daimon guardó el teléfono en su bolsillo de nuevo después de enviar otro mensaje de texto tras haber localizado un nuevo nodo en la zona de las jaulas de los animales, en una de ellas, donde un oso especialmente grande y de pelaje negro miraba a su alrededor con unos ojos extremadamente inteligentes y malévolos. Decidido a no llamar la atención, se apartó de las jaulas y se unió a un río de gente que se desplazaba desde la zona de atracciones hacia una plaza en la que se habían dispuesto varias casetas con juegos de puntería y azar. Escuchó un ruido estridente, como una decena de bocinas, y vio como de la carpa central salía un desfile de payaso con un camión de bomberos ficticio que repartía serpentinas y confeti por donde iba pasando, haciendo las delicias de los asistentes.

Al menos de los que aún estaban lo suficientemente centrados como para darse cuenta de ello.

Y algo saltó en el interior de Daimon, un destello casi precognoscitivo, quizá algo atávico de antes de que su alma oscura le fuera arrancada un año atrás cuando, junto a otros héroes, había impedido que Corazón Oscuro se hiciera con el control de todos los dominios infernales. Enarcó las cejas al darse cuenta de que el desfile de los payasos transcurría de tal forma que le habían cerrado la salida de la zona de la que se encontraba, y su entorno estaba repentinamente y extrañamente vacío.

-Mierda-masculló, en el momento en el que de una pequeña tienda cercana salía una mujer vestida con una malla verde y dorada, con el cabello rojo como las fresas, y con una enorme serpiente albina enroscada en su cintura y sus hombros. Un crujido a su izquierda le hizo girarse a tiempo de ver como tres hombres y una mujer, todos vestidos de negro y con la piel extremadamente blanca, tan parecidos que no podían menos que ser hermanos, se acercaba desde allí. Empuñaban hachas y cuchillos de aspecto afilado. Y sin dejar ningún flanco libre, por la derecha apareció media docena de payasos de lúgubre aspecto, pintados de blanco y con marcados labios rojos, que venían armados con bates de baseball y trozos de tubería.

-No nos tomamos bien a los intrusos-gruñó Sasha, la Reina de las Serpientes. Por un momento, Daimon se planteó la posibilidad de buscar una excusa para su presencia allí, pero de inmediato desechó la idea, alguien le habría identificado, así que sólo le quedaban dos opciones: la retirada o el enfrentamiento directo. Y los que le cercaban, no parecían muy dispuestos a dejarle decidir. Un movimiento por el rabillo del ojo fue el único aviso que tuvo de que la mujer vestida de negro había lanzado los dos cuchillos que empuñaba. Casi instintivamente, Daimon se arrojó al suelo y rodó sobre sí mismo, arrancando varias briznas de hierba, que lanzó al aire en dirección a los hermanos mientras farfullaba algo en un idioma tan antiguo como el propio mundo. Los fragmentos de hierba parecieron estallar con un cegador resplandor verdoso que detuvo a los hermanos lo suficiente como para que Daimon desenfundara la pistola que llevaba en una funda sujeta a la parte trasera del cinturón.

-¡Está armado!-exclamó uno de los payasos, pero no pudo seguir hablando, porque la primera de las balas de Daimon atravesó su cráneo. Hellstorm apuntó en ese momento a Sasha, mientras los hermanos trataban de recuperar la vista, pero lanzó un reniego al darse cuenta de que iba a ser inútil. La serpiente albina parecía haberse fundido con el cuerpo de la mujer, que ahora lucía una piel con escamas lo suficientemente gruesas como para rechazar una bala o una herida de arma blanca. Una lengua bífida brotó de los labios de Sasha y cruzó en un abrir y cerrar de ojos la distancia que la separaba de Daimon, enroscándose en su cuello y amenazando con quitarle la respiración. Daimon trató de zafarse sin perder de vista a los payasos, pero no consiguió evitar que uno de los bates impactara directamente en su hombro.

-¡Cabrón, has matado a Zappo!-gruñó uno de ellos, que dejó caer un trozo de tubería de plomo sobre la rodilla de Daimon, que cayó al suelo con un crujido. No podía respirar y la vista se le nublaba.

Finalmente, llevado por un impulso, agarró con fuerza la lengua de la serpiente y recurrió a una pequeña parte del fuego infernal que aún bullía en su interior. Sasha retiró de inmediato la lengua, burbujeante y llena de llagas en la zona en la que Daimon había puesto la mano, y aulló de dolor. Sorprendidos por el resplandor del fuego, los payasos retrocedieron un paso, dando a Daimon tiempo suficiente para reaccionar, disparando al cuello al payaso que había estado a punto de romperle la rodilla, y girando sobre sí mismo para evitar una de las hachas de los hermanos, que se clavó en otro de los payasos. Una nueva bala voló desde la pistola hasta el pecho del hombre que había arrojado el hacha, que cayó al suelo ahogándose en su propia sangre ante la mirada atónita de sus hermanos.

-¡Vincenzo!-gritó la mujer, con un tono de voz tan agudo que Daimon tuvo la impresión de que los oídos le iban a sangrar. Por su mirada de odio, supo que le daría problemas, así que no dudó en disparar de nuevo hacia ella, reventándole un ojo y parte del cráneo con un certero disparo.

Trastabillando y sin dejar de apuntar alternativamente a los payasos y a los hermanos mientras Sasha aún gemía de dolor.

-Te vamos a desollar, hijo de puta...-gruñó uno de los hermanos supervivientes, y Daimon apuntó la pistola hacia él, pero el joven de negro fue más rápido, y uno de los cuchillos que sostenía apareció de pronto hundido en la muñeca de Daimon, que se vio obligado a soltar la pistola. En otro momento, Daimon se hubiera limitado a utilizar su fuego infernal o alguna de sus otras habilidades místicas, pero había perdido esa posibilidad, y ahora estaba limitado a cantidades ridículas de su fuego y a los hechizos a los que podía recurrir como si fuera un vulgar mago de feria. De cualquier modo, de nada le serviría hacer acopio de poder si moría allí de una paliza, así que permitió que el fuego infernal brotara libre. Sus manos ardieron y sus ojos centellearon rojos, y un gran caudal de fuego le rodeó, abrasando a tres payasos y a uno de los hermanos y obligó a retroceder al resto de los atacantes. En su pecho, bajo la camiseta desgarrada, el pentáculo invertido que había sido señal de su herencia oscura, resplandecía.

Sintiéndose agotado, Daimon corrió hacia el Laberinto de los Espejos, la caseta que tenía más cerca, y se arrancó de la muñeca el cuchillo que le había arrojado uno de los hermanos. Sin detenerse un segundo, lo arrojó hacia el guardián que custodiaba el acceso al Laberinto, atravesándole el cuello, y cruzó la cortina roja que daba acceso a la atracción. Trastabilló y cayó de rodillas sobre un suelo de terciopelo rojo, y al alzar la mirada, supo que había saltado de la sartén sólo para caer en el fuego. El aire parecía rielar a su alrededor mientras un centenar de espejos, dispuestos en diferentes posiciones, le devolvían su reflejo deforme y desfigurado.

-Daimon...-sisearon todas las imágenes al mismo tiempo, mientras iban cambiando para dar paso a la figura de su mujer, Patsy, en diferentes encarnaciones. La joven estudiante, la vengadora Gata Infernal, la encarnación diabólica que había servido a los demonios, la mujer a la que él había enloquecido, y el cadáver que había dejado atrás tras su suicidio. Todas ellas tendieron sus manos hacia él, mientras escuchaba, procedente de mil lugares a la vez la voz de Isaac Christiensen, la Gárgola, el hombre al que él había poco menos que esclavizado.

Hellstorm se incorporó y se apoyó en una pared. Podía escuchar a la Reina de las Serpientes y los demás acercarse, y no tenía fuerzas para una nueva oleada de fuego infernal. Se apoyó en la puerta y lanzó un hechizo de cierre, que aunque no les mantendría fuera mucho tiempo, le daría un respiro. Se arrancó un jirón de la camiseta y lo anudó en torno a la herida de su muñeca, tratando de contener la hemorragia mientras avanzaba hacia los espejos del laberinto.

-Esto no funcionará...-masculló, tratando de ignorar las miradas de Patsy e Isaac desde los espejos solo para ver como eran reemplazados por la aún más siniestra imagen de su hermana, Satana; y la oscuridad sin forma que había sido su padre, el señor demonio Satannish.

-Bienvenido a casa, hermanito-rió Satana, y la oscuridad comenzó a desbordarse de los espejos, envolviendo a Daimon, que trató de convencerse a sí mismo de que nada de todo aquello era real. Y de pronto, se detuvo.

Una mujer, delgada, casi consumida, con ropas monacales, le miraba desde todos los espejos, con las muñecas chorreando sangre, pálida y fantasmal. La imagen de Victoria Wingate, su madre.

-No-masculló Daimon, perdiendo de nuevo el equilibrio y cayendo al suelo. La imagen de su madre le señaló, y comenzó a reír. Sin más, Daimon se quitó la chaqueta, envolvió su puño con ella, y golpeó uno de los espejos.

-¡No, Daimon, no lo hagas!-suplicó su madre, y al momento, aparecieron Patsy, Isaac, y algunos de sus compañeros durante su tiempo en los Vengadores y los Defensores. Daimon volvió a golpear, y una grieta cruzó la superficie del espejo, y como si todos ellos fueran parte del mismo, todas las imágenes se agrietaron. Volvió a golpear, y con un estallido, el Laberinto de Espejos se derrumbó, llenándolo todo de esquirlas de cristal. Y en el espacio vacío creado, apareció Cerise, sonriendo a Daimon.

-No podrás escapar de nosotros-dijo la adivina, y sus ojos resplandecieron. Las sombras se alzaron alrededor de Daimon, asfixiándole, sofocándole e impidiéndole levantarse-. Nunca debiste convertirte en una molestia para nosotros.

-No tienes ni idea de lo molesto que puedo llegar a ser-gruñó Daimon, y un nuevo manantial de fuego infernal brotó de sus manos, haciendo que las sombras se desvanecieran. A pesar de sus heridas, Daimon se incorporó, rodeado de fuego, y alzó sus manos hacia Cerise, que sintió que la sangre se le helaba en las venas. Sa´yd y Hawksmoor no habían calibrado el peligro de la amenaza que ese hombre representaba. Cerise trató de retroceder, pero tropezó con los fragmentos de cristal, y cayó al suelo, cortándose con las esquirlas en las manos y la parte trasera de las rodillas.

-¡No!-gritó Cerise, temerosa, y lanzó sus redes místicas para obtener poder.

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El grupo de Sam llevaba horas fuera del tenderete de la adivina, la mayor parte del tiempo callados, simplemente absorbidos por sus pensamientos y su recuerdo de la voz de Cerise. Y en ese momento, la realidad se retorció a su alrededor, y las probabilidades se convirtieron en certezas. Con un quejido sordo, Sam Ferris trató de incorporarse, y llegó a dar un par de pasos antes de que su corazón se detuviera del todo, dándole en ese momento la muerte que le hubiera pertenecido muchos años después. El aire estalló cuando la cabeza de Ted Dyett se abrió como un huevo roto, y segundos después, el pecho, la cabeza y los testículos de Kyle Turnbull explotaron, llenándolo todo de sangre y fragmentos de hueso. La sangre de su propia nariz comenzó a acumularse sin salida en la garganta de Ken Turnbull, que jadeó tratando de buscar aire...

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La energía de las muertes prematuras de los cuatro chicos marcados por Cerise brotó de sus manos como una cascada de sombras que impactó de lleno en Daimon, que ni siquiera pudo gritar. La sensación era como si le arrancaran la carne de los huesos. Trató de recurrir a algún hechizo, o a una última cantidad de fuego infernal, pero era como si le hubieran encerrado dentro de sí mismo, vetándole incluso esas salidas. La oscuridad le rodeó, y Daimon, finalmente, se desmayó.

Cerise se incorporó, jadeando, y se acercó al cuerpo de Daimon, aún temerosa de que su adversario no hubiera caído realmente. Pero no sentía rastro de conciencia en él, y finalmente, la adivina se tranquilizó. Mojó dos dedos de su mano derecha en su propia sangre y se arrodilló junto a Hellstorm, dibujando en su frente con su sangre un círculo perfecto.

-Salve, Apofis-musitó-. Esta ofrenda te pertenece.

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-Lo siento, muchacho, estamos cerrando.

El hombre se encogió de hombros, mientras Ma Constanza continuaba recogiendo el puesto de pizzas. El resto de los puestos de comida cercanos estaban ya cerrados, y la feria de Midwest se estaba vaciando, yéndose la mayoría de los asistentes como zombis de allí.

-Venga, señora-replicó el hombre, vestido con unos vaqueros, un jersey fino de color azul, una fina chaqueta de corte deportivo, y una mochila al hombro-. Vengo desde Boston, y hace siete horas que no me llevo bocado a la boca? ¿No podría prepararme un poco de pizza? Me da igual el sabor, cualquiera que le quede...

-Lo siento, muchacho, pero el horno está ya apagado.

-Pues habrá que volver a encenderlo.

Ma Constanza se volvió hacia el hombre con gesto de curiosidad, que se trocó por una mirada de sorpresa al ver que extraía de la mochila un arma de pesado aspecto. Ma Constanza se arrojó al suelo, pero el hombre no la apuntaba a ella, sino al horno. Un rayo de plasma verdoso voló del arma, impactando con el horno, que pareció estallar, y centenares de siluetas evanescentes volaron desde él hacia el cielo, como si hubieran sido liberados.

-¡Estúpido!-gritó Ma Constanza, incorporándose, mostrando unos dientes afilados, garras y una lengua negra, supurante de veneno-. No sabes lo que has hecho...

-Tengo una idea bastante clara-respondió él, girando el arma hacia la mujer, y disparando. El impacto del plasma y la nanotecnología hizo que estallara, desapareciendo en un millón de motas de polvo.

Asegurándose la correa de Linda en uno de los hombros, Sam Buchanan comprobó su teléfono móvil, y se dirigió hacia otro de los puntos indicados por Hellstorm.

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CARTAS DESDE LA PENUMBRA

Bienvenidos al segundo número de la nueva colección de Hellstorm en Marveltopía, con la continuación de la historia del Circo Midwest y la revelación de su verdadero patrón, una sombría deidad egipcia conocida como Apofis el Corruptor. Y por supuesto, la presentación en la cole (que no en Marveltopía, ya que fue uno de los protagonistas de Guerras Infernales: Tras las Líneas) del que será el compañero de Daimon en muchos de los números, Sam Buchanan, antiguo miembro de los Redentores del Darkhold, que actualmente se encuentra en posesión de El Exorcista (o Linda), el arma que Frank Drake utilizara tanto tiempo atrás durante su pertenencia a los Cazadores de Vampiros. Y en el próximo número... la conclusión de la historia, y la presentación del tercer vértice del trío disfuncional que protagonizará la serie...

 
 
   
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