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Las aventuras del Hijo de Satán...
 
Hellstorm

HELLSTORM #3
Feria III
El corruptor

Guión: Tomás Sendarrubias
Portada: Vicente de los Santos

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Greenville, Tejas.

Sam Buchanan había supuesto que, cuando comenzase a destruir los puntos donde los miembros de la Feria Midwest la gente huiría de allí, al fin y al cabo, incluso en Tejas era extraño encontrarse a alguien recorriendo una feria con un arma de alta tecnología y convirtiendo a los trabajadores del circo en polvo... lo que no habría nunca esperado era que la gente continuara recorriendo las callejas de la feria como si no pasara nada. Algunos le miraron con cara extraña, como si desentonase en aquel lugar, pero la magia que permeaba el propio aire en el entorno parecía hacerse fuerte enseguida, y volvían a sus caminos, deambulando entre las diversas atracciones y casetas de la feria, entrando y saliendo con sus rostros vacíos de expresión.

Farfullando una maldición, Sam se dirigió hacia el Túnel del Amor, donde una mujer, completamente absorta en una novela romántica que tenía delante (y que mostraba a algún tipo de escocés vestido sólo con un kilt de cuadros rojos y negros y una mujer de pechos tan exuberantes que Sam se preguntó si llegaría en algún momento a verse los pies). Se limitó a recoger el ticket que ella le dio a cambio de dos dólares, y enarcó las cejas, pero cuando vio que la mujer no pasaba la página y cuando llegó al final del texto que estaba leyendo simplemente volvió al principio, se dio cuenta de que no debía ser una de las integrantes del Circo, quizá solamente alguien contratado a tiempo parcial que se había visto perjudicada por el entorno de la feria.

Una música de violines le recibió mientras caminaba por un muelle en dirección a una barca con la proa en forma de cisne y con espacio para dos personas. Más adelante, una gran puerta en forma de corazón abría el paso al interior de la atracción propiamente dicha. Sam saltó a la barca, que se activó inmediatamente con un sonido de railes y engranajes, ya que no había agua realmente bajo la barca. Cuando cruzó la puerta en forma de corazón y la música de los violines comenzó a volverse más aguda, mientras todo a su alrededor se llenaba de osos de peluche, tartas de falso merengue, imágenes de góndolas venecianas y atardeceres sobre París, temió que aquello no le volviera loco, simplemente le causase un ataque de intensa diabetes por todo el almíbar que se destilaba en el aire. Negando con la cabeza, Sam Buchanan saltó de la barca a lo que parecía ser una isla paradisíaca donde dos palmeras se entrelazaban en forma de corazón (otro corazón más y vomitaría).

Un siseo a su izquierda le puso en alerta, evitando probablemente que las garras blancas de una criatura que parecía traslúcida, que llega atravesando el pecho de un oso amoroso. Sam recula, evitando que las garras le toquen por pocos milímetros, sin dejar de mirar en ningún momento a los ojos de la criatura.

-Frío...-siseó la criatura, lanzando un nuevo zarpazo hacia Sam, que se escondió tras una de las palmeras, pero fue inútil. La criatura atravesó sin problemas la madera, y alcanzó el cuerpo de Sam, que no pudo evitar gritar mientras sentía que parte de él se iba con las zarpas de aquella cosa. La imagen de Shelly Holter, la primera chica a la que besó, apareció de pronto en su mente, para luego desvanecerse, diluirse... y Sam se dio cuenta de que no sentía nada ante esa imagen o ante esa pérdida, le era tremendamente indiferente. Algo rojizo se movía ahora en las garras de la criatura, que parecía sonreír, mostrando unos colmillos afilados. La cosa se apresuró a llevar sus garras a la boca, y una lengua húmeda y translúcida recorrió sus propias uñas, sorbiendo cada minúsculo hilo de aquella sustancia rojiza. Sam Buchanan pudo imaginarse a las parejas que entraban en el túnel, probablemente siendo emboscados, sin poder hacer nada mientras esa criatura les iba robando sus propios sentimientos, y saliendo de allí como cáscaras vacías.

La cosa se volvió de nuevo hacia él, mostrándole sus afiladas garras, y siseando.

-Frío...dame más...

-Aquí tienes-gruñó Sam, apuntándole con Linda y rociando a la criatura con una ráfaga de plasma y nanotecnología, que hace que la criatura retroceda a grandes pasos, volviéndose menos sustancial para tratar de liberarse de los nanites para los que el plasma es sólo un medio de conducción, pero es demasiado tarde. La nanotecnología se aferraba a su propia inmaterialidad, le impedía desaparecer mientras colapsaba su propio ser. Sam repitió el disparo, y la criatura estalló finalmente, dejándole tiritando y aterido en aquella isleta. El móvil sonó en su bolsillo, y apoyándose en las palmeras, sacó el aparato del bolsillo y tras mirar el nombre que aparecía en el display, recibió la llamada.

-Estás bien, por favor, sí-dijo de inmediato la voz de una joven al otro lado del teléfono, y Sam asintió con la cabeza, recordando de pronto que su contertulia no le veía, y por lo tanto, el gesto era inútil.

-Sí, estoy básicamente bien-respondió finalmente-. Tenían aquí un... no sé muy bien como explicarlo, pero se alimentaba de sentimientos...

-Has perdido parte de ti, lo siento, lo siento mucho, por favor-masculló ella, aceleradamente, y Sam se dispuso a interrumpirla, pero hablaba tan deprisa que no le dió opción-. Pero debes darte prisa, Samuel Buchanan, sí, por favor, el Círculo se hace cada vez más grande, y el Corruptor tiene más y más hambre, no, no le dejéis, por favor. Hay almas, sí, almas, pendiendo entre el ahora y la nada, sí, entre la Rueda y el Nunca...

-Ruth-dijo finalmente Sam a la muchacha a la que había conocido un año atrás, durante las Guerras Infernales, y que se había convertido en la interlocutora y guía particular de Daimon y Sam en su cruzada contra lo demoníaco-. Tengo el concepto claro, aún me quedan cuatro ataduras... y bueno, la noria. Pero tengo que saber que Daimon aguantará, no podré hacerlo si los grandes de la Feria se ponen a buscarme...

-Daimon aún no se ha quebrado, no, gracias-respondió Ruth, y Sam suspiró aliviado. Sabía que aparte de mucha morralla mística, había auténticas criaturas que llevaban alimentándose de las almas mortales desde los tiempos del rey Tut, diez siglos arriba, diez siglos abajo, y no tenían demasiado claro que Linda tuviera potencia suficiente como para afectar a criaturas de esa edad y poder... como no sabían si podría afectar a la noria que simbolizaba el poder del Corruptor sobre la Feria-. Pero no aguantará mucho, Samuel Buchanan, no lo hará, perdón...

-Procuraré darme prisa-replicó Sam, cerrando el móvil y devolviéndolo al bolsillo. Esperaba que la destrucción de aquella cosa no hubiera alertado a mucha gente, pero con un suspiro, continuó buscando el anclaje donde se vinculaban las almas robadas y entregadas como sacrificio a Apofis. Con media sonrisa y dando las gracias al destino que le permitía ese pequeño desahogo, Sam orientó a Linda y disparó al pecho de aquel Oso Amoroso a través del que había aparecido la criatura. Y la atadura se rompió.

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Los gritos de los nervios del brazo de Daimon le despertaron bruscamente para encontrarse a sí mismo en una cruz de madera, con enormes clavos de acero atravesándole los huesos del brazo y un tercer clavo sujetando los pies a la cruz. Una sonrisa irónica recorrió su rostro al verse a sí mismo como una especie de Cristo barroco... Bien, si quien le había crucificado hubiera sido amante del gótico, hubiera tenido un clavo más y los pies separados. Daimon se notaba los ojos hinchados, pero aún así, se esforzó en abrirlos, y supo el motivo de la cascada de dolor que le había arrancado de su confortable sopor. Junto a él, el propio maestro de ceremonias parecía jugar con un escalpelo sobre su brazo, trazando algún tipo de signo o runa en la fina piel de la cara interna del codo. Una runa sencilla, un círculo perfecto, la serpiente mordiéndose la cola...

-Hawksmoor...-masculló Daimon-. ¿O prefieres Amenkhat?

-Ese es un nombre muy viejo, Hellstorm-respondió Hawksmoor, apartándose de él unos pasos, permitiendo que Daimon mirara el lugar en el que se encontraba, lo que debía ser una carpa secundaria, poco más que una tienda de campaña de unos dos metros y medio de alto y quizá diez metros de diámetro, sin más mobiliario que una pequeña mesa en la que reposaba un mazo y algunos clavos de los que servían para sujetar las lonas al suelo (o para clavar a alguien a una cruz, suponía Daimon). El suelo estaba cubierto de esteras, pero aquí y allá la hierba se había abierto paso entre ellas. Y además de Hawksmoor, estaba allí la adivina Cerise junto al mago Scarlett y Sasha, la reina de las serpientes.

-Vaya, tengo pleno-escupió Daimon, notando un hilo de sangre que le resbalaba desde el labio partido por el mentón-. Premio para mí, las cuatro serpientes juntas...

-¿Qué te ha ocurrido, niño?-preguntó Hawksmoor, lanzándole una mirada en la que la compasión se mezclaba de alguna manera con el asco-. Antes nunca podríamos haberte atrapado así. ¿Dónde está tu poder?

-Voló, como vuestro sentido del humor-replicó Hellstorm-. El Fénix juzgó que mi Alma Oscura no debía existir, me quitó la mayor parte de mi poder.

-Y dejó solo algunas chispas de fuego infernal y hechizos menores...

-Lástima que sólo se llevó por delante a los demonios y no a los... ¿exactamente, que sois vosotros? Si al menos fuerais vampiros, estaríais de moda.

-Déjame que le corte la lengua, estoy harta de sus bromas-gruñó Sasha, mientras una enorme pitón se deslizaba alrededor de su cuello y hacia su cintura-. Apofis lo recibirá igual aunque vaya mutilado.

-Es una opción que he contemplado-respondió Hawskmoor, negando con la cabeza-. Pero no. Quiero escuchar sus gritos cuando lo que queda de su alma sea entregada al Devorador junto a la de toda esta... chusma.

-Sí, el intercambio de siempre con el Devorador-dijo Daimon, viendo que Hawksmoor empuñaba de nuevo el escalpelo y se dirigía hacia el otro brazo, donde probablemente, tuviera pensado grabarle una nueva runa-. Almas por vida, y cuando se acaben las almas... se acabó la vida... Apofis fue el primero en comenzar esa tradición, supongo que considerará al resto de los demonios como simples arribistas. Pero claro, luego la gente dejó de creer en los dioses egipcios, y Apofis fue olvidado... probablemente tuvo miedo de perder lo que había sido la mayor fuente de su poder, nunca fue muy adorado, no tanto como Osiris, Isis o Amón, sino que dependía de las almas robadas... y ahí entraste tú, Meheneptah Amenkhat... bueno, tú y tus amiguetes...

-¿Cómo sabes todo eso?-gruñó Scarlett, y aunque Hawksmoor comenzó a deslizar el escalpelo por el brazo de Daimon, este sonrió.

-He leído mucho en estos años, y tengo una nueva aliada que es especialista en saber cosas. Lamento deciros que vuestros secretos ya no lo son tanto...

-¡Hawksmoor! ¡Señora!

Devem entró en la tienda a toda carrera, y al mover la lona de entrada, Daimon pudo darse cuenta de que el tenderete en el que se encontraban estaba muy cerca de la taquilla de la noria. Trató de que no se notara su inquietud, pero sintió un escalofrío: estaba a los pies de Apofis, el Devorador. Y por el tono de voz de Devem, era capaz de adivinar lo que iba a decir. Los ojos oscuros del hombre de piel negra se clavaron en él, disipando cualquier duda que pudiera tener al respecto.

-Este hijo de una perra babilonia no venía solo-rugió Devem-. Hay alguien más en la feria, Hawksmoor, tres de los vínculos han sido rotos.

-¿Qué?-exclama Hawksmoor, volviéndose con el gesto desencajado hacia Devem-. ¿Cómo? Es imposible romper los vínculos, es....

-Se me olvidó contarte que he aprendido algo nuevo desde que perdí el poder de mi Alma Oscura, Amenkhat-sonrió Daimon-. Se llama "trabajo en equipo".

Furioso, y con los ojos chispeando, Hawksmoor se gira hacia Hellstorm, y hundió el escalpelo que manejaba en su costado, arrancando un grito de Daimon.

-Hay algo que yo también he aprendido, Daimon-murmura Hawksmoor-. Se llama muerte por septicemia.

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Por el jaleo que se organizó repentinamente en toda la feria, Sam Buchanan supuso que le habían descubierto y le estaban buscando. Lanzó un suspiro, y de uno de sus bolsillos, sacó un pliego de pergamino, doblado y sellado. Ruth había previsto ese momento, y Hellstorm le había dado solución. Incluso con todo lo que Sam había tenido que ver con lo oscuro y la hechicería, jamás se había imaginado a sí mismo haciendo lo que iba a hacer. Escondido en el interior de un kiosko de perritos calientes cuya entrada había forzado, Sam rompió el sello de cera y desplegó el pergamino.

-Ash mavalak tenghazi-comenzó a murmurar, leyendo la palabras escritas en el pergamino-, maviilonak atanathaari; keirai melephaat...

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Eso no era para lo que se había unido al Circo.

Ahora era simplemente Attys el Payaso, aunque hasta que la Feria Midwest se había cruzado en su camino, su nombre había sido Cristopher Wassman, descendiente de inmigrantes alemanes, criado en Chicago, estudiante de Ciencias Físicas y una persona completa, absoluta y aburridamente normal. Y desde luego que Hawksmoor y el Circo habían cambiado su vida...

Ahora, recorría los callejones formados por las carpas y tenderetes del circo, acompañado del resto de la banda de los Payasos Sindikalistas de Attys, armados con machetes y bates de baseball, buscando a un hombre que había llegado para joderles el chiringuito. Sí, a veces Hawksmoor y su cuadrilla eran raros, y la Noria aún le daba escalofríos... pero joder, nunca había follado tanto como desde que había comenzado a servir al Corruptor... Hawksmoor solía dejar para los payasos a la gente que salía "tocada" del Túnel del Amor, y había tantas animadoras adolescentes y jóvenes promesas del football que entraban al Túnel... Que él y sus chicos luego se lo solían pasar bastante bien.

Y ahora, el pelirrojo y su amigo habían llegado para darles por culo.

Y desde luego, Attys se juraba así mismo, que si esa noche alguien iba a dar por culo a alguien, ese iba a ser él... el amigo del pelirrojo se podía ir preparando...

-Nada por aquí-dijo Bleka, el Segundo Payaso, reuniéndose con la banda de Otto cerca de la caseta de Cerise.

-Por aquí tampoco-gruñó Attys-. Pero no se lo puede haber tragado la tierra. Tiene que estar en algún sitio.

-¿Qué hacemos?-preguntó Bleka, y Attys trató de pensar. Era cierto que desde que había entrado en la Feria Midwest, pensar no era lo que mejor se le daba, pero era mucho más listo que Bleka y el resto de su pandilla, desde luego. Y sí, tenía que estar allí. Pero no podía verle. Así que sólo había una explicación.

-Llamad a Krogo, que traiga a los perros-ordenó Attys, y los payasos asintieron, dispersándose en busca del domador de fieras.

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Sam Buchanan suelta aire cuando ve que los payasos se dispersan sin mirarle ni siquiera un momento. Y había estado allí, entre ellos, durante buena parte del tiempo, mientras se dirigía hacia otro de los anclajes, el situado en la tienda de la Adivina. El hechizo del pergamino de Daimon había funcionado, en aquellos momentos era invisible... pero si traían animales adiestrados, no estaba seguro de que ese viejo hechizo caldeo (fuera lo que fuera eso) que Daimon había comprado de un traficante del mercado negro en Beirut, fuera a ocultar también su olor, así que debía darse prisa.

Mientras los payasos se alejaban, Sam apartó la cortina de la entrada de la tienda de Cerise, entrando en el recinto de la adivina para encontrarse envuelto en una nube de seda blanca y cortinajes mientras se dirigía al cubículo de la adivina.

-Samuel Buchanan-dijo Cerise, haciendo que Sam diera un paso atrás. Se suponía que la Adivina no iba a estar allí, Daimon tenía que tenerlos ocupados... aunque parecía que la vidente no tenía demasiado interés en la tortura. Y eso sí se lo había dejado Daimon muy claro cuando habían descubierto la presencia de la Feria Midwest en Greenville, tras varios meses de buscar su rastro a raíz de una serie de noticias aparecidas por todo el Medio Oeste, y de una de las visiones de Ruth: el hechizo de invisibilidad no impedirá que los grandes te vean. Sin embargo, sabía que no tenía muchas opciones, así que apartó el último cortinaje y entró en el cubículo.

Cerise estaba sentada detrás de una mesa baja, sobre varios cojines de color púrpura y dorado, envuelta en una túnica de fino lino blanco, con un escarabeo de lapislázuli sobre el pecho y el cabello rojo suelto sobre los hombros y apartado del hermoso rostro con una fina diadema de oro.

-Samuel, bienvenido-saludó la adivina, reclinándose como si fuera una gata sobre un tejado de zinc caliente... metáfora que enseguida Sam desechó de su cabeza-. Me siento honrada por tu visita.

-No deberías-gruñó Sam, apuntándola con Linda, pero la adivina sonrió.

-Sabes que eso no me puede hacer daño.

-Créeme, te dolerá un huevo.

-¿Seguro que vas a atacarme? Hay tantas cosas que podemos ofrecerte, Samuel... tantas cosas que Apofis puede entregarte... ¿Qué deseas, Samuel?

Cerise acaricia suavemente la bola de cristal que tiene en la mesa ante ella, y las nieblas que ondulan en ella parecen apartarse, como desgarrarse, para mostrar la imagen de una mujer de cabellos negros...

-Un amor imposible-sonríe Cerise, haciendo que Sam se sienta tremendamente incómodo-. Ah, Victoria Montesi... trabajasteis juntos un tiempo, pero ella jamás se fijó en ti, ¿verdad, Sam? Sus gustos eran otros, y eso te rompía por dentro. Y ahora ha desaparecido, ¿no? Desde que los Infiernos se abrieron y desapareció del hospital de Milán en el que se encontraba... ¿Poseída por el Demogorgo? Interesante... Sí, Sam, podríamos traerla de vuelta para ti...

-Simulacros-masculló Sam, que no podía dejar de ver en su mente las escenas que Cerise parecía sugerirle, y se veía a sí mismo junto a Victoria, una Victoria de nuevo viva, despierta, suave y caliente-. Lo que me ofreces sería una falsa Victoria, un simulacro...

-Una lástima-susurró Cerise, y una ráfaga de aire frío llegó por la espalda de Sam, que tuvo el tiempo justo de apartarse a un lado para que la espada de Devem no le partiera por la mitad. El titán de ojos azules irrumpió en la pequeña sala, armado con una cimitarra, pero por cómo miraba a su alrededor, Sam se dio cuenta de que Devem no le veía, de que había atacado un espacio en el que había supuesto que estaba, probablemente por indicación de la adivina.

-¡A la derecha!-grita Cerise, y un nuevo mandoble de Devem está a punto de cercenar un brazo a Sam, que detiene el golpe con los cantos de Linda. Y en ese momento, Sam se dio cuenta de su error. Debería haberse movido, pero ahora Devem le tenía localizado. El gigante giró la espada, y a pesar de que se agachó todo lo rápido que pudo, no hubo forma de evitar recibir un profundo corte en su antebrazo derecho, que comenzó a gotear sangre en el suelo.

Mordiéndose los labios para aguantar el dolor, Sam giró a Linda y disparó. Una descarga de plasma ardiente hizo crujir el propio aire de la pequeña sala, alcanzando de lleno a Devem en la cabeza. El cuerpo decapitado del guardián de Cerise cayó de frente, y Sam se volvió de nuevo hacia la adivina, que lo miraba con tanto odio que cualquier rastro de humanidad parecía haber desaparecido de su rostro. Era una imagen bestial, casi felina, como el de una diosa tallada en mármol...

-No puedes hacerme nada-gruñó Cerise, a la que un día habían conocido como Neferamin em-Heru, una niña abandonada ante el templo de Set en Tebas, marcada como elegida del dios por su cabello rojo, y que había encontrado la verdadera fe junto a Meneptah Amenkhat y el Dios Corruptor. Sam asintió, sintiendo un ligero vahído debido a la herida y la pérdida de sangre.

-No me hace falta-respondió Sam, y sin más, lanzó una nueva andanada de plasma y nanotecnología al orbe de cristal que había sobre la mesa. La bola de cristal estalló en pedazos, y las nieblas que bailaban en su interior y en las que había aparecido Victoria, parecieron extenderse por la pequeña tienda, cubriéndolo todo a inmensa velocidad. Sam pudo ver sombras, siluetas que se movían entre la niebla, y escuchó un grito desgarrado de la adivina. El cuarto vínculo se había roto, sólo quedaba uno.

La niebla se dispersó tan bruscamente como había aparecido, y Sam sintió un escalofrío al ver la imagen de Cerise, momificada, con los ojos secos y el cabello reducido a mechones pajizos, la piel tensa sobre los huesos, cerúlea. Sin decir nada más, Sam disparó de nuevo al cadáver reseco de la adivina, que estalló en llamas. Sin esperar un segundo, Sam se quitó el pañuelo que llevaba al cuello, y apretando los dientes, se envolvió el brazo herido, vendándolo con fuerza. Los aullidos de las bestias a las que los payasos habían ido a buscar se escuchaban desde el exterior, y Sam lanzó un reniego. Aún quedaba un vínculo, pero había acabado el tiempo de ser sutiles.

Tenía que liberar a Daimon.

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Hacía mucho tiempo que Daimon Hellstorm no se encontraba tan mal. De hecho, hacía un año que había perdido su Reino Infernal, había sido derrotado y machacado por Corazón Oscuro, el Fénix le había juzgado y le había arrancado su Alma Oscura... y aún así, creía que aquel era el momento en el que más enfermo se había sentido. El cuchillo de Hawksmoor le había, como poco, rasgado un riñón, y probablemente tuviera urea filtrándose en su sangre. Y eso, suponiendo que no hubiera alcanzado algún retazo de intestino, lo que empeoraría su situación si el contenido de estos se estaba volcando en su sangre, lo que conduciría a la enfermedad que Hawksmoor había dicho. Septicemia.

Esperaba aguantar lo suficiente el shock séptico para que Sam Buchanan apareciera y le sacara de allí, aunque eso le hacía sentir pequeño, inmensamente pequeño, y tremendamente molesto. Ni siquiera cuando había formado parte de los Vengadores o los Defensores, ni siquiera cuando había estado casado con Patsy Walker o aliado con Isaac Christiensen, había dependido tanto de otra persona para sobrevivir. Y ponía por testigo a su propio y demoníaco padre de que eso no le hacía sentir nada feliz.

-Duele, ¿no?-preguntó Sasha, y Daimon se esforzó para abrir los ojos y ver como la Reina de las Serpientes entraba en la pequeña tienda. De nuevo, la breve visión de la Noria mientras se cerraba la cortina hizo que sintiera un escalofrío que nada tenía que ver con la fiebre y la posible infección.

-He vivido cosas peores-replicó Hellstorm, forzando una sonrisa-. Y muchas de ellas, he de reconocer que me gustaron.

-Es una lástima que no quieras ponerte de nuestro lado, Daimon Hellstorm-dijo Sasha, acercándose a Daimon, y pasando despacio sus delicados dedos por el pecho de este, cubierto de sudor frío, y bajando sinuosa hacia su vientre, para luego detenerse en su entrepierna-. Podríamos enseñarte tantas cosas...

Daimon farfulló algo, y Sasha sonrió. Conocía muy bien el efecto que producía en los hombres.

-¿Qué dices, Daimon?-susurró, sin soltarle la entrepierna, acercándose a él para escuchar sus palabras, y en ese momento, como una mangosta al acecho, Daimon se lanzó hacia delante, y hundió sus dientes en el blando cuello de Sasha.

Esta gritó, tratando de soltarse de Daimon, pero parecía como si las mandíbulas de él se hubieran bloqueado, y sólo cuando carne y sangre se hubieron desprendido de su níveo cuello, llenando la boca de Daimon del sabor a hierro de la sangre de la Reina de las Serpientes, ella pudo apartarse, mientras Daimon escupía el pedazo de carne que le había arrancado a Sasha. Atónita, esta se llevó la mano al cuello, y no pudo evitar un gesto mezcla de repugnancia y dolor al percibir bajo las yemas de sus dedos el contorno desigual de la herida, quedándose sus dedos empapados en sangre.

-Hijo de puta-gruñó Sasha, golpeándole en la cara, y hundiendo dos dedos en la herida abierta por el escalpelo de Hawksmoor, haciendo que Daimon aullara de dolor. Y en ese momento, la cortina de la tienda se abrió, y una descarga de plasma golpeó a Sasha en la espalda, arrojando a la mujer sobre Hellstorm, que siente que su vista se enturbia mientras Sam Buchanan irrumpe en el pequeño espacio, empuñando a Linda. El plasma y la nanotecnología crepitaban sobre la piel de la Reina de las Serpientes, que se giró hacia Sam, perdida parte de su belleza. Escamas de aspecto húmedo habían aparecido en su rostro y sus manos; sus ojos eran amarillos, con pupilas alargadas; su lengua bífida danzaba de forma siniestra entre sus labios, entreabiertos para mostrar afilados colmillos; y sus uñas se extendieron para formar garras supurantes de veneno.

-Eso no va a hacerme daño-siseó, y antes de que Buchanan se diera cuenta, la tenía delante, con la velocidad de una cobra, y recibió un fuerte golpe que estuvo a punto de hacerle soltar a Linda y le arrojó contra uno de los laterales de la carpa, enganchándose en algunas de las cuerdas mientras Sasha se disponía a dar el segundo golpe.

-Eh, nena-dijo Daimon, y algo en su voz hizo que Sasha se volviera hacia él. Aunque continuaba pendiendo de aquella improvisada cruz, había algo en sus ojos y en sus labios que a Sasha le dio la impresión de que todo aquello formaba parte de un plan-. He probado tu sangre, tu alma es mía.

-No-siseó Sasha, dándose cuenta de lo que había ocurrido, de cómo Hellstorm la había engañado, mientras él siseaba en un idioma aún más antiguo que el caldeo que había leído Sam en el pergamino, un viejo hechizo aprendido del grimorio que Daimon le había arrebatado a Corazón Oscuro en Argel, el Liber Avernii1. La carne de la mujer empezó a humear, tratando de volverse hacia Hellstorm, pero Sam Buchanan no lo dudó un instante y saltó sobre ella, arrojándola al suelo. Su piel se quemaba como papel, y sus músculos, sus huesos, parecían diluirse como si la hubieran sumergido en ácido. Y de pronto, Sam se encontró tratando se sujetar un centenar de pequeñas serpientes, y se apartó con gesto de asco mientras las sierpes trataban de escapar de la tienda.

-¡Mierda!-exclamó Sam, disparando hacia un montón de serpientes, que ardieron en el plasma de Linda, y se disponía a volver a disparar cuando la voz de Hellstorm le interrumpió.

-Déjalas-gruñó, y Sam se giró hacia él-. No queda nada de Sasha.

-Me alegro. Era todo un bicho.

-Suéltame, Buchanan-masculló Daimon, y Sam asintió.

-Esto te va a doler-gruñó Sam, viendo los clavos, y Daimon sonrió.

-Me han dicho esa frase tantas veces que creo que ha perdido el sentido.

Sam se encogió de hombros, y cogiendo unas tenazas que había en un lateral de la tienda, junto al martillo que habían utilizado para clavar los clavos que sujetaban a Daimon, y enganchó con ella una de las puntas, la que sujetaba la mano izquierda de Hellstorm.

Daimon se mordió los labios para no gritar, y quince minutos después, el sabor de su propia sangre le llenaba la boca, aunque estaba libre. Sin más, trató de concentrarse, por encima del dolor, y una bola de fuego infernal apareció en su mano. Sin pensárselo dos veces, Daimon quemó la herida de su costado, cauterizándola, e hizo lo mismo con los agujeros de sus muñecas y sus tobillos.

-Eso no puede ser sano-gruñó Sam, vigilando para asegurarse de que nadie entraba.

-No lo es-replicó Daimon, tratando de ignorar el olor a carne quemada-. Bien, ya queda una menos.

-Dos-respondió Sam-. La adivina estaba en su tienda cuando llegué, y tuve que cargármela a ella y a su guardaespaldas... así que si le cuentas a él, tres.

-¿Has acabado tú sólo con Cerise?-masculló Daimon, mirándole atónito.

-Bueno, más bien fue un daño colateral cuando estalló la bola que utilizaban como prisión de almas.

-Creo que te subestimaba, Sam-sonrió Daimon-. ¿Cuántos vínculos has conseguido romper?

-Todos menos el de la jaula de los leones-respondió Sam-. Aunque ya que han sacado a las bestias para encontrarme después de utilizar el pergamino que me diste, puede que este sea el momento adecuado para hacerlo.

-Bien. Encárgate del nodo entonces-asintió Daimon.

-¿No debería ayudarte a andar o algo así?-masculló Sam, pero Daimon le miró con gesto interrogante, y luego, negó con la cabeza.

-No voy muy lejos-dijo Daimon-. El Corruptor y yo vamos a tener una conversación.

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Daimon, semidesnudo y herido, renqueó hacia la Noria, y según iba acercándose a la enorme estructura de hierro forjado, empezó a distinguir los símbolos grabados en su superficie, las escamas de una gigantesca serpiente que formaba un círculo perfecto, con la cabeza mordiendo la cola justo entre dos de las barcas, talladas en acero y cristal. Aquí y allá, Daimon podía ver viejos jeroglíficos egipcios encerrados en sus cartuchos apropiados. Si se concentraba, Daimon podía sentir las líneas de oscuridad que confluían en la Noria, las corrientes de almas que alimentaban al Devorador, y cómo eran atrapadas y llevadas a otro mundo a través del círculo eterno que era el símbolo del dios, el Ouroboros. Y podía sentir la furia del dios. Los ríos de almas estaban desequilibrados, se habían roto cinco de los nodos, sólo quedaba el sexto, y si todo iba bien, este se rompería pronto.

Por un momento, Daimon se sintió algo culpable. Hawksmoor y Scarlett debían estar concentrados en defender el último nodo, el situado en las jaulas de los leones, y había enviado hacia allí a Sam, que desde luego, no estaba preparado para enfrentarse sólo a dos de los más antiguos. Desde luego, lo de Cerise había sido suerte. Pero lo que tenía que hacer, tenía que hacerlo solo, y existía la posibilidad de que Sam consiguiera romper el sexto nodo, aunque se dejase la vida en el intento.

-¡Salve, Devorador!-gritó Hellstorm, deteniéndose ante la noria.

Escuchó un siseo que parecía proceder de todas partes, e incluso notó una ráfaga de viento ardiente en el rostro, un viento seco que parecía capaz de hacerle arder la sangre en las venas. Parecía arrastrar incluso arena. Hellstorm había oído hablar en algún momento del ardiente simún2 del desierto, pero no lo había vivido nunca. Y allí, en mitad de un campo de Kansas, podía notar el abrasador aliento de Apofis.

La voz del Corruptor retumbó en su mente, haciendo que Daimon estuviera a punto de caer de rodillas por la sensación de náusea que le provocaba esta, pero consiguió mantenerse erguido, y trató de parecer desafiante a pesar del dolor que le recorría todo el cuerpo, la fiebre y las quemaduras en muñecas, tobillos y costado.

Perturbas mi paz, criatura inane. Percibo en ti una herencia oscura... ¿qué eres?

-Soy el hijo de una criatura de la oscuridad, un regente de los Reinos Inferiores.

Sírveme, hijo de la oscuridad. Sírveme y te haré más grande de lo que eres. Pues eres realmente diminuto, y sin embargo, te noto ante mí.

-Considérame una mota de polvo metida en tu ojo, Devorador-sonrió Hellstorm-. Eres la Oscuridad que persigue a Ra para devorar la luz del Sol, eres la sombra que acecha, el Caos reptante. Y hoy, vengo en nombre de Maat3.

No sirves ni has servido nunca a Maat, cachorro de la sombra.

-Vengo en nombre del Juicio-continuó Daimon, tratando de no olvidar nada de lo que había estudiado, de lo que había aprendido en los viejos textos escritos en papiros que se deshacían cuando los tocaba-. Vengo de Necher-Jertet, portando el Libro de los Muertos y el Libro de las Puertas. Vengo en el nombre del Juicio.

Mortal, no sabes lo que estás haciendo...

-Vengo en nombre del Juicio-repitió Daimon, avanzando hacia la noria-. Vengo de Necher-Jertet, portando el Libro de los Muertos y el Libro de las Puertas. Vengo en el nombre del Juicio.

Hubo un grito en las sombras que rodeaban a Hellstorm, y se sintió caer dentro de la oscuridad, una oscuridad tan intensa como la tinta, en la que centelleaba el círculo ardiente del Ouroboros. Notó la arena bajo los pies, el viento ardiente quemando su piel, y la gran serpiente, alzándose ante él, formada por escamas y sombras que se mezclaban creando un efecto de vértigo que hizo de nuevo que Daimon estuviera a punto de caer. Pero de nuevo, consiguió aguantar. Sabía dónde se encontraba.

Has convocado el Juicio, cachorro. Tu alma será mía, será de la Oscuridad.

-Invoco el Juicio, el peso de Maat-repitió él, y las sombras se dispersaron a su alrededor, definiendo aún más la silueta serpentina del Corruptor. Y una pluma cayó desde la oscuridad, una pluma que se depositó a los pies de Daimon. El símbolo de Maat, del Orden Cósmico.

El peso de tu alma contra el peso de la Justicia, dice el Dios Corruptor, así está escrito y así ha de ser. Si la pluma es más ligera que tu alma...

-Mi alma será tuya-asiente Daimon-. Pero si mi alma es más ligera que la pluma, seré libre.

Sírveme por tu propia voluntad, cachorro, y tendrás innumerables dones. Enfréntate a mí, y te convertirás en mi alimento.

Por toda respuesta, Daimon se agachó y recogió la pluma del suelo arenoso, y en ese momento, la Serpiente se lanzó sobre él, dispuesta a devorar su trofeo... sólo para verse detenida por la luz que emanaba de la pluma.

No es posible, no puede...rugió el Corruptor, mientras la pluma se desvanecía de la mano de Daimon, aunque la luz permanecía ante él.

-No puedes pesar lo que no existe, Devorador-respondió Daimon-. Mi Alma Oscura desapareció, soy un receptáculo hueco. Y ahora, soy el Maat. Y tú, Devorador, quedas confinado al Amenti4. Por el poder de Maat, por el Sol Ardiente, te confino a las sombras, Devorador.

No puedes, no...

Pero la oscuridad retrocedió, frente a la luz ardiente que emanaba de Daimon, que de pronto, se vio a sí mismo de vuelta ante la noria. Alzó los ojos y escuchó un crujido.

Y en ese momento, las fuerzas le fallaron y no pudo aguantar más en pie.

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Fue el dolor lo que le hizo darse cuenta de que seguía vivo. Un muerto no podía encontrarse tan mal, tan completamente enfermo. Cuando abrió los ojos, vio que estaba en una habitación de hospital, algo tan banal que casi le parecía una broma. Tenía varias vías conectadas a ambos brazos, y estaba monitorizado. Y a los pies de la cama, Sam Buchanan, sentado en una silla, leía una revista de motor.

-Estás vivo-siseó Daimon, y Buchanan dio un respingo, clavando sus ojos en Hellstorm-. Y parece ser que yo también.

-Sí, y ninguna de las dos cosas es gracias a ti... al menos a priori-respondió Sam, cerrando la revista e incorporándose-. Cuando te encontré, estabas ardiendo de fiebre, entre los escombros de la noria, que se había deshecho como si hubieran pasado dos mil años de golpe. Los médicos dicen que unos minutos más, y hubieras estado muerto por septicemia.

-Hawksmoor lo intentó.

-Se deshizo como el polvo, Daimon-masculló Sam-. Él y el mago... estaban esperándome en el último vínculo, casi me hacen lonchas... Y de pronto, se volvieron polvo.

-Su dios quedó encerrado en el que debía ser su prisión desde hace mucho tiempo, de no haber sido por Hawksmoor y los suyos-explicó Daimon, haciendo amago de incorporarse, pero desistiendo al sentir una aguda punzada en el costado-. Dejaron de recibir la magia que les mantenía vivos.

-Sabías que me estarían esperando, ¿verdad?

-Sí. ¿Eso te molesta?

Sam Buchanan guarda silencio un momento, y después, niega con la cabeza.

-Era una cuestión de prioridades. Si hay algo que me gusta de ti es que estás dispuesto a hacer lo que sea necesario en cada momento, sin preocuparte por las consecuencias. Ni para ti... ni para nadie.

-Eso no debería ser positivo...

-Depende de la situación, como casi todo-dijo Sam, encogiéndose de hombros-. Ruth ha llamado. Dice que te pondrás bien.

-Eso sí es tranquilizador.

-Bueno, voy a hablar con los médicos, habrá alguien ahí fuera la que decirle que has despertado.

Sam salió de la habitación, y Daimon se quedó mirando la ventana.

Fuera, el sol resplandecía.

Pero Daimon sabía que había muchas cosas que perseguían esa luz. Muchas cosas que yacían en la oscuridad.

Suspiró.

Aún les quedaba mucho trabajo por hacer.

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1.- En Marvel Fanfare 11, Especial "Un Año Después".

2.- Viento propio del Sáhara y las zonas desérticas del Medio Oriente, con temperaturas superiores a 54º y menos de un 10% de humedad. Se mueve en círculos, como un ciclón, provocando efectos de asfixia e hipertermia. En árabe, lo llaman samun, "viento venenoso".

3.- Maat es el nombre de una divinidad o concepto egipcio referente al Orden, la Armonía Cósmica, cuya ruptura o destrucción es la misión de Apofis

4.- El nombre que el Inframundo recibe en la mitología egipcia.

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CARTAS DESDE LA PENUMBRA

Acaba así el primer arco de Hellstorm, y vamos a lo interesante, responder a los comentarios recibidos vía FB sobre los números anteriores...

Comentario de Correia

Segundo número ferial...

Me encanta el ambiente opresivo que le das a la narración, te ha quedado muy bien...

Lo que no me ha quedado del todo claro, que supongo explicarás bien en los siguientes números, es el nivel de poder actual de Daimon...

Muchas gracias por lo primero, espero conseguir un tono cada vez más oscuro para la serie. Y sobre lo segundo, hay poco más allá de lo que se ha visto: algo de fuego infernal, una gran percepción de lo sobrenatural, y los hechizos que pueda aprender y estudiar como cualquier mago... Al menos, de momento.

¡Nos vemos en el próximo número!

 
 
   
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