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Las aventuras del Hijo de Satán...
 
Hellstorm

HELLSTORM #6
Hierro Frío II
El oro de los tontos

Guión: Tomás Sendarrubias

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Over on the hill
There grows a flower
Growing quicker still
More perfect by the hour
Deep within that flower
Is a tiny chair
All a-fringed with gold
The fairy queen sits there1 ...

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Flores.

¿Cómo podia haber tantas flores a su alrededor?

Daimon siente la cabeza turbia, como llena de algodón. Trata de centrar la mirada, pero nota que no es capaz de centrar su visión periférica, completamente turbia. Aun así, puede distinguir perfectamente todas y cada una de las flores que les rodean. Sabe que Sam está a su lado, y un poco más allá, Ruth. Los tres se balancean poco a poco, como péndulos de Foucault sobre las flores. Puede ver el viejo roble del que cuelgan, y siente las cuerdas en hombros, cintura, muñecas y tobillos, como marionetas viejas, lacerando su carne. Recuerda el dolor de la flecha, del veneno que cubría la punta, pero la herida parece haberse curado. Huele a menta, a barro y a mejorana.

Pero las flores atraen su atención una y otra vez. Una rosa blanca que le hacía recordar un amor que no había sentido nunca. Docenas de campanillas, de color violeta, que parecían tintinear con la brisa. Diminutas margaritas, desafiantes amapolas, jacintos, buganvillas, orquídeas imposibles con los pétalos bordeados de polvo de oro, claveles del color de la sangre fresca, damas de noche, orgullosos gladiolos de largos tallos, lirios de porte real... y bajo todo ello una hierba espesa, húmeda y flexible, más clara en los bordes que en el centro, con gotas de rocío deslizándose sobre ella, gotas perfectas, capaces de contener mundos en ellas.

En ese momento las flores abrieron sus pétalos y comenzaron a cantar.

Y Daimon se dio cuenta de que estaba loco.

As she stepped away from me
And she moved through the fair
And fondly I watched her
Move here and move there.
And then she made her way homeward,
With one star awake,
As the swan in the evening
Moved overthelake2

Daimon vuelve a abrir los ojos, la canción de las flores aún parece retumbar en sus oídos, aunque sabe que eso es imposible. Su visión continúa turbia, pero es capaz de ver como las flores se mueven, y entonces, haciendo un esfuerzo supremo de fuerza de voluntad, aparta sus ojos de ellas, alzándola para ver la figura que se acerca a ellos. Nota que los ojos le lloran.

"¿Patsy3?" se pregunta, al ver la silueta de una mujer pelirroja que se acerca a él, y por un instante, olvida todo lo que ha ocurrido, todo lo que ha pasado entre su mujer y él, y es como si aún supiera lo que es amar, y su corazón da un salto en su pecho. Sólo dura un instante, el recuerdo es barrido por oleadas de Fuego Infernal, y de inmediato, sus ojos parecen afinarse. No es Patsy, y por mucho que Daimon haya amado a Patsy, de inmediato es consciente de que la mujer que se acerca es mucho más hermosa, tanto que le duele mirarla hasta el punto de que se plantea bajar de nuevo su mirada hacia las desconcertantes flores. Su cabello rojo como las fresas cae suelto hasta su cintura, oscilando con cada movimiento de su cuerpo, que cimbrea como un junco cercano a un río. Lleva una túnica verde y oro, y una mariposa con las alas de lapislázuli, a modo de broche, sujeta un manto verde pino, que cae hasta el suelo tras ella. Su piel es clara, y los ojos, tan verdes como el corazón de la hierba que hay bajo sus pies.

-Estáis despiertos-dice ella, y Daimon siente un escalofrío. ¿Ha escuchado alguna vez algo así? ¿Ha escuchado alguna vez algo tan hermoso? Nota el tirón de aquella voz en su pecho, en la parte trasera de su cabeza y en su entrepierna, como si las palabras de la pelirroja despertaran en él un instinto primario, básico y casi de reptil. Ella se acerca, pasando casi sin dejar marca entre las flores, y sus manos pasan por las mejillas de Daimon. Su toque es el de la más fina seda. Daimon intenta hablar, decir algo, despejar su mente, pero no lo consigue, se siente como si pudiera escupir algodón. Ella gira, y se acerca a Sam, y el corazón de Daimon estalla de celos. Si pudiera lo mataría. Siente el cuello de Sam en sus manos, frágil, rompiéndose, retorciéndose, con las vértebras crujiendo bajo sus dedos, se ve hundiendo sus pulgares en sus ojos, aplastándolos, manchándose las manos de sangre... Se revuelve en sus ataduras, dispuesto a matar a Sam a mordiscos si es necesario, y entonces, ve que ella sonríe.

Ve sus dientes, pequeños, blancos como perlas y afilados.

Es la sonrisa de un tiburón, la sonrisa de un devorador. Ella abre la boca, y Daimon no puede evitar pensar que si tiene que comerse la carne de alguien, desearía que fuera la suya.

-Na´vasse!-escucha gritar a alguien-. Na´vasseelohadriel, Bloddwein! Oberonyehun´haidre ce he ulmonalaight!

Cuando escucha esa voz, Daimon nota que el embrujo a su alrededor parece romperse como cristal, y ve a la criatura tal y como es, pequeña y codiciosa, con los dedos retorcidos en afiladas garras y los ojos sanguinolentos. La mujer que les atrapó en Gales se encuentra en el claro, apuntando a la pelirroja de dientes afilados con una flecha rematada con plumas negras y plateadas. La punta centellea con un brillo metálico, gélido, a pesar de que su factura es tosca. La criatura pelirroja se gira siseando hacia la recién llegada, y escupe al suelo.

-Nei´tserei, Naíth? E´mblathanna! E´mblathannaaiostein! U alas nei´tserein´E, Naíth? Varys!

La arquera alza el arco y tensa la cuerda, con un brillo certero en su mirada que no deja lugar a dudas. Está dispuesta a disparar. Finalmente, la criatura de pelo rojo desaparece entre los árboles, escupiendo maldiciones en un idioma que a Daimon le recuerda poderosamente a una mezcla entre el siseo de las serpientes y el ruido de uñas arañando una pizarra.

-Qué...-consigue mascullar Daimon, pero no tiene fuerzas para acabar la frase. ¿Las flores siguen bajo él? Mira un momento, y percibe los dibujos que sus pies están haciendo sobre la hierba y los pétalos, y sabe que si tuviera tiempo de examinarlos, podría descubrir la verdadera forma del Universo. De muchos Universos. De...

Alza de nuevo la vista, y ve que la mujer de pelo negro sonríe.

-Le dije a Oberon que el daishtelaryon no sería suficiente para alguien como tú.

-¿Qué...?

-El Tapiz de las Flores-explica ella, guardando la flecha en un carcaj que lleva sujeto a su espalda-. Soy NaíthuiTeeshan, de la Casa Delareon.

-Eres quien nos ha cazado-consigue mascullar Daimon, y ella asiente.

-También me llaman Oberon ci Hela-dice ella-. El Perro de Caza de Oberon.

-Estamos en Arcadia-afirma Hellstorm, y ella asiente.

-Metisteis vuestras narices donde no debíais, cythraul-gruñe Naíth, y Daimon reconoce el término galés para "demonio".

-Estáis secuestrando niños, sidhe-responde Daimon-. El tratado de Cisne Oscuro, después de la guerra entre los clanes Tyeren y D´esstray, concluyó hace cuatrocientos años que debía cesar el robo de niños humanos. La Corte de la Luz no...

-Las cosas han cambiado mucho-le interrumpe ella, con la voz tensa como un latigazo-. La Reina ha...

-Telaash!-ordena de pronto una voz profunda como un trueno, y Naíth apenas puede lanzar un gemido. Aunque la voz ha hablado en el idioma de las hadas, Daimon entiende claramente el significado de la orden. Silencio. La voz parece venir de todas partes y de ninguna, y por un momento, Daimon tiene la impresión de que el cielo se oscurece sobre él. Las sombras se derraman sobre las flores.

-Lord Oberon os recibirá ahora-gruñe Naíth, sacando un puñal del cinturón, con el mismo aspecto tosco que tenían las puntas de las flechas. Cortó las cuerdas que sujetaban a Daimon, que cayó al suelo, dándose cuenta de que tenía las extremidades entumecidas. Con más cuidado, la arquera liberó a Sam y a Ruth, que aturdidos aún por el hechizo de las flores, parecían sonámbulos, moviéndose torpes tras Naíth.

-Nos liberas... ¿qué te hace pensar que no intentaré huir?-dice Daimon, y Naíth sonríe.

-Podrías intentarlo-afirma ella-. Pero si sabes lo suficiente de nosotros como para haber oído hablar del Tratado de Cisne Oscuro, sabes perfectamente que los Viejos Caminos se han cerrado. Sin una Vela de Babilonia, nunca podrías salir de Arcadia, DaimonHellstormapcythraul. Y sabes que te daríamos caza.

-¿Con armas de hierro frío?-pregunta él, y puede notar el escalofrío que recorre el cuerpo de Naíth-. ¿Armas para matar hadas?

-Silencio, cythraul-ordena Naíth-. O dejaré que Bloddwein vuelva y sacie su hambre contigo.

Por algún motivo, algo dentro de Daimon le obliga a guardar silencio.

Quizá esa sea la peor amenaza que le hayan hecho nunca.

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-Daimon-masculla Sam, como despertando de un sueño, mientras caminan bajo lo que parece ser un pasillo hecho con sauces con las ramas trenzadas con hilo de oro y plata-. ¿Qué está pasando...? La herida...

-Está curada-responde Daimon, mientras Naíth se gira, examinando con un vistazo a sus prisioneros. Sus ojos se detienen un momento en Ruth, que aún camina como dormida, pero luego vuelve a mirar hacia delante, con tal descuido que por un instante, Hellstorm se siente tentado de ignorar que están atrapados en Arcadia y atacarla, pero tal idea pronto se desvanece. El recuerdo de Bloddwein y otros como ella dándole caza por los eternos bosques de Arcadia le hace desistir enseguida.

-¿Dónde estamos y qué le pasa a Ruth?-pregunta Sam, consciente enseguida de que si Daimon está siguiendo a la mujer, debe tener sus motivos.

-Arcadia, la tierra de las Hadas-replica Daimon-. Sus poderes precognoscitivos deben hacerla más sensible a los embrujos de las hadas, a su glamour. No creas nada de lo que veas, Sam. No toques nada, no comas nada, no bebas nada. Su hermosura solo esconde frialdad y desprecio por todo lo que somos. Lo mejor que te puede pasar es que te consideren una broma.

-Silencio, cythraul-sisea Naíth, pasando los dedos por la empuñadura de asta de ciervo de su daga de hierro frío.

-¿Acaso digo alguna mentira, NaíthuiTeeshan?-pregunta Daimon-. ¿No habéis engañado a los humanos durante siglos con oro de los tontos? ¿No habéis robado a sus bebés para cambiarlos por vuestras criaturas?

-Los humanos son cucos, demonio-gruñe ella-. Llegaron tarde y ocuparon nuestro mundo, y nos echaron de nuestros propios nidos, como hacen los cucos con los huevos de los otros pájaros. Ahora ya no somos pájaros débiles, ahora somos halcones capaces de romperle el cuello al cuco que nos robó el nido.

-¿Qué es el oro de los tontos?-pregunta Sam, mientras cruzan un umbral de piedra blanca tallado en el paseo de álamos, con dos estatuas talladas, una en cada una de las jambas, un hombre y una mujer envueltos en pequeñas flores, tratando de alcanzar la media luna y la estrella situadas en el centro del arco apuntado.

-Cuando las hadas se mezclaban con los humanos, antes de que los Viejos Caminos se cerraran, los sidhe engañaban a los hombres con lo que se llamó "oro de los tontos". Convertían en oro carbón, madera, plomo, cualquier chuchería, y compraban lo que necesitaban de los hombres, o los engañaban para someterse a peligrosos juegos a cambio del oro. Al anochecer, el oro retomaba su forma original. Oro de los tontos. Los tontos que se mezclaban con hadas...

-¿No te gustamos, cythraul?-ríe Naíth, saltando un arroyo de aguas cristalinas, que forma espuma alrededor de los cantos rodados del fondo.

-No-responde Hellstorm, con total sinceridad-. Vuestra magia, vuestro glamour, vuestro gramayre, se basan en mentiras y engaños.

-Cada uno de los momentos de los humanos, cada uno de sus aspectos, es humo y espejos. Mentiras a todos. A los seres queridos, a los enemigos, a uno mismo. ¿De verdad queréis acusarnos a los sidhe de mentirosos?

Naíth no espera la respuesta, y se detiene junto a una fuente, situada a un lado del paseo de sauces trenzados. Susurra una palabra en su lengua, y aire ante ellos titila, apareciendo una enorme puerta de madera blanca, engastada en lo que parece un muro de mármol azulado. Sam abre los ojos como platos, y siente que la mandíbula casi se le descuelga del asombro al ver que la puerta es solo parte de un inmenso castillo, cuya torre más alta parece arañar un cielo en el que el sol no se ha movido un solo palmo desde que despertara. En cada una de las torres, coronadas con estatuas de plata, ondea el blasón del rey Oberón, la Luna Creciente en plata sobre fondo azul oscuro. Y sobre las murallas, hay sidhe de ambos sexos, todos armados con armaduras plateadas y yelmos de altas cimeras.

-¿Nos has traído al puto Abismo de Helm?-susurra Sam, y Daimon incluso esboza una sonrisa, aunque Naíth enarca las cejas.

-No seas insolente, cuco. Esto es Montsalvatge, el castillo del Rey Oberón.

-Y la Reina Titania-interviene Daimon, arrancando de nuevo una fugaz mirada de Naíth.

-Estupendo, siguen peleados desde Sueño de una Noche de Verano...-farfulla Sam, y en ese momento, una voz tras él le sobresalta.

-Oh, lo siento, quizá sea tarde, sí, tarde. Los Viejos Caminos se cerraron, pero docenas de leguas y mundos pueden recorrerse a la luz de una Vela de Babilonia, sí. Vi la puerta cerrada, vi la puerta abierta, vi la puerta forzada. Hay una tumba blanca, y sobre ella una flor, y sobre la flor la luna y las estrellas, y bajo ella una reina...

-¡Silencio!-exclama Naíth, roja de ira, con una flecha ya preparada apuntando hacia Ruth, que alza las manos, como pidiendo disculpas. De inmediato, Daimon y Sam si interponen ante la muchacha, y Naíth escupe-. ¿Creéis que no podría alcanzarla a través de los huecos que dejáis? ¿Creéis que me importaría mataros a vosotros también?

-¿Por qué seguimos vivos, sidhe?-gruñe Daimon-. Las hadas nunca habéis sido un pueblo compasivo, si hubierais querido acabar con nosotros, lo hubierais hecho desde mucho antes de simplemente colgarnos sobre las flores mágicas. Nos hubierais encerrado en mimbre ardiente, o hubiéramos acabado atrapados en una celda de zarzas. Ese es el destino que espera a los que perturban a la Bella Gente, ¿no es así, NaíthuiTeeshan? Pues si no vas a matarnos, deja de amenazarnos ya. Llévanos hasta tu rey. Ahora.

Por un momento, Sam teme que Naíth suelte la flecha, y esta se hunda hasta el astil en la garganta de Hellstorm. Tiene una vivida visión de sí mismo con una flecha empenachada de plata y negro clavada en su ojo, y de como, tras matarlos a los dos, ella acaba con la indefensa Ruth.

Pero Naíth baja el arco, y devuelve la flecha al carcaj.

-Debí haber dejado que Bloddwein os devorara-gruñe-. Sin duda, Lord Oberón lo hubiera entendido.

Sin darles oportunidad a responder, Naíth empuja las hojas de la puerta, que se abren con un susurro casi musical, abriéndoles camino a un inmenso pasillo. El suelo está hecho con baldosas blancas y negras en forma de estrellas de seis puntas entremezcladas, y los techos abovedados, pintados de azul oscuro, muestran gemas incrustadas, engarzadas como si fueran estrellas. En las paredes hay tapices que muestran bosques y grandes cacerías.

-Este lugar es...-masculla Sam, pero Hellstorm le interrumpe.

-Mentira, Sam-dice-. Recuerda. Todo lo que ves es obra del glamour y el gramayre. Ilusión y mentiras.

Por un momento, Sam se niega a creer a Daimon, aquello es demasiado grandioso demasiado hermoso como para no pensar que es cierto, verdadero y tangible. Casi axiomático. Pero entonces, ¿por qué Daimon no lo cree? ¿Es hierba lo que pisa? ¿Y ese olor casi cenagoso que aparece y desaparece antes de que lo haya registrado conscientemente?

Dos guardias de aspecto élfico protegen la puerta que se abre ante ellos, tan negra como blanca era la anterior que cruzaron, lisa y sin adornos más allá de dos racimos de perlas taraceadas en la madera. Como si fueran reflejo uno del otro, empujan las hojas de la puerta, y esta se abre, dando paso a una sala circular, en el centro de la cual hay un trono de mármol blanco y verde, tallado en forma de árbol de complejas ramas, sobre el que se sienta el hombre más impresionante que hubieran visto jamás.

Oberón, rey de los sidhe, vestía de azul y plata, los colores de su casa, la Gran Casa de Balor. Las ropas, aunque ricas, son las de un cazador más que las de un rey; pantalones de color azul oscuro con un jubón de cuero curtido del mismo color, bajo el que llevaba una túnica corta azul celeste. Llamas de plata parecen arder en los puños de la casaca, y de plata es también la cadena que recorre su pecho de hombro a hombro, grandes eslabones entrelazados con estrellas de seis puntas. Su rostro tiene el color blanco de la luz lunar, un rostro sin edad, sin tiempo. Los labios finos y las fuertes cejas le dan un aspecto sabio, y el cabello le cae sobre los hombros, negro y espeso. Y luego están sus ojos... ojos de color gris, profundos y antiguos. Pero Hellstorm puede ver más allá del simple glamour que el rey parece derrochar. Los tatuajes en las manos de Oberon, la daga en la caña de su bota de piel, las piedras de poder escondidas en cada una de las estrellas del collar. Hay poder en Oberón apBalor, poder verdadero, no trucos de gramayre. Y hay dolor. El trono de Oberón no ocupa el centro de la sala, está desplazado hacia la izquierda levemente, como si en el pasado, hubiera habido otro trono junto a él. Con un poco de esfuerzo, Hellstorm casi puede verlo, un trono idéntico, ocupado por una mujer hermosa, tan resplandeciente como oscuro era Oberón, no menos poderosa.

-Arrodillaos ante Lord Oberón apBalor, rey de Arcadia-ordena Naíth, y Sam, Daimon y Ruth obedecen de inmediato, sin saber siquiera por qué lo han hecho.

-Cucos-sisea Oberón, y su voz es como el sonido del trueno en el bosque antes de la tormenta, tan perfecta que parece creada por Vivaldi para una de su composiciones-. Y un medio cythraul. DaimonHellstorm, hijo de Satán. Os metisteis donde no debíais.

-Nos pasa mucho-responde Daimon-. Presentaría mis respetos a la Reina Titania, pero... no la veo por aquí...

El rostro de Oberón se inclina un segundo, como si estuviera valorando si aquello era una ofensa o una provocación. El sentido místico de Hellstorm grita como si tuviera al propio Doctor Extraño o a Dormammu delante. Siente frío, un frío que emana desde su alma hacia su piel, que ni siquiera el Fuego Infernal de su interior puede mitigar. Hay luces que se insinúan alrededor de Oberón, trazas geométricas que se superponen unas a otras, en un nudo infinito. Y Hellstorm sabe que solo es la fuerza sobrante, un remanente de la energía mágica que late en el interior de Lord Oberón, una hechicería antigua de frío y oscuridad, de sangre y sacrificio. La manifestación de la Corte de Invierno, sin el contrapeso de la luz y el calor, la magia de vida y florecimiento de la Corte del Verano.

-La Reina Titania murió-responde de pronto Oberón, y Daimon siente que el aire vuelve a circular, como si se hubiera parado de golpe antes, como si se hubiera espesado esperando la reacción del monarca-. Cuando la magia enloqueció, Titania pereció, se agostó. Con los demonios recorriendo los límites de Arcadia4 y acechándonos como lobos en las puertas, ella se perdió. Para siempre.

"Y eso te ha vuelto loco", pensó Daimon, pero se guardó ese pensamiento para sí.

Sin embargo, los ojos de Oberón volaron hacia Hellstorm, como si hubiera percibido lo que pasaba por su cabeza. En los labios del Rey de los Sidhe apareció una sonrisa irónica, y Daimon se dio cuenta de que estaba equivocado. La pérdida de Titania no había vuelto loco a Oberón. Le había dejado descarnadamente cuerdo. Desequilibradamente centrado. Peligroso. Realmente peligroso.

-Es una suerte que hayáis venido-afirma Oberón, y Daimon piensa una respuesta, pero antes de que pueda contestar, Sam se le adelanta.

-Vuestra amiga tuvo mucho que ver-dice, señalando con la barbilla a Naíth. Oberón le mira, inclinando la cabeza.

-Hacía mucho que no había sangre pura de cuco en Arcadia-dice.

-No tanto-replica Sam, y Daimon piensa que en esos momentos le encantaría disponer de sus antiguos poderes para hacer que el antiguo policía se callara. No estaban en condiciones de entrar en discusiones con el Señor de las Hadas-. Has traído niños humanos aquí.

-No-afirma Oberón, y Daimonenarca las cejas, sorprendido. La amenaza que representa Oberón es tal que sabe que no tiene por qué mentirles. No es el caso del villano que cuenta su malvado plan antes de que el agente secreto se libere. Oberón en Arcadia es Dios. Viven por su voluntad, la hechicería que emana es tan poderosa que podría reducirles a cenizas chasqueando la lengua-. No hay humanos en Arcadia, salvo tú, cuco.

-Ruth y Daimon...-comienza a decir Sam, y de pronto se da cuenta. Daimon es medio demonio, Ruth es mutante-. ¿Has estado robando niños mutantes?

-Vuestro tono no es adecuado, mortal-gruñe Naíth, y la sidhe se lleva la mano al puñal de su cintura, pero Oberón desecha la ofensa con un gesto, e incluso sonríe, inclinándose hacia delante.

-Niños y puertas, puertas y niños, ya ocurrió una vez, todo vuelve, la rueda gira, sí, lo siento-masculla Ruth, tomando de la mano a Sam-. Solo existen dos mundos, el de lo que es y el del sueño de lo que podría ser, si el sueño se desborda sobre la realidad, ¿qué quedará de esta? Lo siento, sí, pero debíamos, teníamos que, no puede sin nosotros, o sí...

-Interesante-dice Oberón, mirando a Ruth, pero Daimon avanza un paso, atrayendo sobre él la atención del Rey. No quiere que se centre en Ruth ni en Sam.

-¿Por qué estamos vivos?-pregunta, y Oberón sonríe, incorporándose y avanzando hacia ellos. Es alto, tan alto que le saca al menos una cabeza a Sam. Se dirige a Hellstorm y extiende sus manos tatuadas, acariciándole una de las mejillas. Daimon nota un hormigueo, un roce sedoso y al mismo tiempo, eléctrico.

-Porque eres el motor que necesitaba, medio demonio-dice Oberón-. Arcadia lleva siglos apartada de los cucos, la Corte del Verano y la Corte del Invierno manteníamos nuestra paz menguando en las sombras del Crepúsculo de lo que una vez fuimos. La Corte del Verano desapareció con la muerte de mi esposa, y nosotros, la Corte de Invierno... queremos regresar, queremos abrir los Viejos Caminos. Ahora tenemos Velas de Babilonia, podemos ir y venir, pero sólo un puñado, y es un recurso limitado. Pero cuando los muros caían y los demonios se alzaban, uno de ellos llegó a Arcadia, procedente de un reino que está entre todos los reinos.

-El Limbo-masculla Hellstorm, pero Oberón continúa.

-Y nos dio la solución. Hace mucho tiempo, un demonio quiso abrir permanentemente el portal entre el Limbo y la Tierra. Utilizó niños... mutantes, los llamáis. Su plan falló5, pero yo lo haré funcionar. Mi magia es más poderosa que aquella que el demonio N´Astirh podría utilizar nunca. Yo abriré los Viejos Caminos, Hijo del Demonio. Y tú, DaimonHellstorm, serás la llama que inicie mi incendio.

Hellstorm escucha un jadeo cercano, y se gira para ver como un demonio, el invitado de Oberón, se acerca. Una criatura grotesca, de piel purpúrea, inclinada hacia delante y con una sonrisa obscena. Arrastra una gran espada manchada de sangre. Sangre de niño.

-Oberón...-masculla Daimon, con un escalofrío-. ¿Hasta donde has llegado?

Conoce al demonio.

Es el Hijo del Demonio, conoce a las criaturas del Infierno.

Conoce al demonio que se acerca.

S'Ym6...

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1.- De la canción de Blackmore´s Night "FairieQueen"

2.- Canción popular irlandesa, She moved through the fair.

3.- Patsy Walker, Gata Infernal, fue esposa de Daimon Hellstorm hasta que se suicidó. Volvió después de las Guerras Infernales, el día menos pensado tendrán que encontrarse...

4.- Otro efecto de las Guerras Infernales, claro.

5.- Por culpa de la Patrulla-X, Factor-X, los Nuevos Mutantes y unos jovenzuelos X-Terminadores, porque obviamente, Oberón está hablando de Inferno.

6.- ¿Recordáis Inferno? Si no lo hacéis, no sé a qué esperáis. Muuuy grande.

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CARTAS DESDE LA PENUMBRA

Sorprendente giro argumental, espero. Y sinceramente, no el que tenía pensado cuando empecé a escribir esta historia, pero de pronto, todas las piezas encajaron, y aquí tenéis. ¡Seguimos en el próximo número!

 
 
   
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