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El Universo Marvel es un lugar amplio, por el que se mueven muchos héroes y villanos, y en el que las aventuras se suceden sin parar. Aquí os ofreceremos algunas de ellas...
 
Marvel Fanfare

MARVEL FANFARE VOL. 2 #16
El Poder I
La planta veinticinco

Guión: Carlos Correia

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Era una noche tranquila. Una de esas noches en las que Jack Milton, guardia de seguridad de las oficinas centrales de Roxxon en Nueva York, podía relajarse del ajetreo cotidiano y perderse en un buen libro. Apenas habían veinticinco personas en todo el edificio - un enorme rascacielos de treinta plantas en la Sexta Avenida -, y las calles estaban vacías. A nadie parecía apetecerle pasear a las cuatro de la mañana de una fría noche de enero, lo que, por supuesto, le facilitaba enormemente su trabajo.

A Jack no le importaba trabajar de noche. Soltero y sin responsabilidades, prefería pasar las mañanas durmiendo que trabajando. Así podía aprovechar las tardes para hacer lo que quisiese, que, por lo general, era apoltronarse delante de la tele y soñar con viajar. A sus veintiocho años, no había salido nunca del estado. Nacido en Queens y criado en Queens, llevaba cinco años trabajando de vigilante en Roxxon, tras comprobar que los estudios no eran algo para lo que hubiera nacido. No es que no fuese inteligente, sino que, simplemente, no era capaz de concentrarse en algo que, para él, no tenía la suficiente importancia. Y tampoco era lo suficientemente bueno en los deportes como para plantearse siquiera el deporte profesional. Por suerte para él, una breve estancia en una academia militar - de donde se tuvo que ir cuando el comandante le descubrió "beneficiándose" a su hija - le había proporcionado los conocimientos necesarios para obtener este trabajo, en el que ganaba lo suficiente como para pagarse un apartamento de alquiler junto a Central Park y algunos lujos, como su Harley. Y, sobre todo, ahorrar para poder recorrer el mundo.

Jack echó un nuevo vistazo a los monitores del circuito de seguridad. El equipo de limpieza estaba repartido entre la cuarta y la tercera planta, diez en cada. Comenzaban su trabajo a medianoche, y terminaban a las seis, antes de que comenzaran a llegar los abogados, oficinistas y demás personal del turno de día.

En la planta décima quedaban tres agentes de bolsa, encargados de vigilar que las acciones de la compañía en Tokio no fluctuaran en exceso, y de comprobar cualquier "ganga" que pudiese surgir en los mercados internacionales.

La otra persona que permanecía en el edificio a estas horas era Howard, el antiguo vigilante, al que la compañía había permitido - en un amable gesto, no muy común entre las grandes corporaciones - seguir trabajando algunas noches, pese a haber cumplido ya la edad de jubilación, pues, como él acostumbraba a decir, "tras cincuenta años durmiendo de día, no hay forma de que ahora empiece a dormir por la noche, y estar aquí es mejor que estar perdiendo el tiempo en casa". A Jack le encantaba hablar con él. Había entrado a trabajar un par de años antes de que se jubilara, y Howard le había enseñado todo lo que necesitaba saber, como tratar a los jefes, con quien se podía bromear... además, era un excelente narrador, capaz de enganchar a cualquiera y de hacer entretenida cualquier anécdota, por anodina que pudiera parecer.

Acabada la ronda de monitores, Jack volvió a su libro - una novela de espionaje llamada Queen & Country: A Gentlemen's Game, de Greg Rucka -, mientras bebía café, comprado en el Starbucks de la calle 24, donde atendía aquella preciosa pelirroja, a la que tenía pensado invitar a salir el primer fin de semana que librase...

De repente, una alarma saltó en sus pantallas, sacándole de la lectura, y haciendo que casi tirara el café que tenía en la mano. Alguien había abierto una ventana en la planta veinticinco. Era extraño. Según los monitores, no había nadie en esa planta. Howard estaba en el garage, completando su "ronda". Y las limpiadoras ya habían pasado por esa zona.

Dejó el libro y la taza, y se puso la gorra. Cogió su pistola paralizante - que emitía descargas eléctricas - y su defensa, único material con el que contaba para defender el edificio, puesto que la compañía no quería que hubiese armas de fuego dentro del mismo, y salió de su oficina - un pequeño habitáculo en el que se apelotonaban los monitores, una pequeña mesa, una silla y una taquilla -, cerrándola tras él.

"Howard", llamó por su intercomunicador. "Ha saltado la alarma en la planta veinticinco. Voy a echar un vistazo."

"Roger, Jack", respondió el anciano. "Ahora subo a la oficina."

"Out."

Guardó de nuevo su radio, y se dirigió a los ascensores. Introdujo la llave de seguridad y llamó a uno de ellos, que llegó en pocos segundos. Entró, y pulsó el botón de la planta veinticuatro. No creía que fuese nada - podrían estar mal los sensores, o que algún pájaro hubiese chocado contra una ventana mal cerrada -, pero, por si acaso, prefería llegar desde las escaleras, cuya entrada no era tan visible, que por el ascensor, donde era fácil emboscarle...

El ascensor llegó a su destino, y Jack se bajó de él. Sacó de nuevo la llave de seguridad - en realidad era una tarjeta con un chip incorporado - y abrió con ella la puerta que daba acceso a las escaleras. Subió de dos en dos los escalones, y, una vez junto a la puerta de la planta veinticinco, apoyó su oido sobre la misma, intentando identificar cualquier sonido extraño. Pero no se oía nada, excepto el ulular del viento.

Con cuidado, abrió la puerta. Las luces estaban apagadas. Desenfundó su pistola y accionó el interruptor. La luz de los fluorescentes iluminó la habitación, una pequeña sala de espera que daba paso a una gran sala de reuniones, que ocupaba la mayor parte de la planta. Naturalmente estaba vacía. Sin embargo, la ventana que había hecho saltar la alarma estaba en la sala, por lo que Jack encaminó sus pasos hacia ella. Abrió las pesadas puertas de roble con cautela. La luz de la luna llena hacía que la visión fuese perfecta. Efectivamente, una de las ventanas de la habitación estaba abierta de par en par, y las cortinas ondeaban con la brisa que entraba por ella. Pero eso no es lo que llamó su atención. Era otra cosa. Jack no podía dar crédito a lo que sus ojos le mostraban.

En el centro de la sala, tumbada encima de la mesa, se silueteaba la figura de una mujer.

"¿Señorita?", dijo Jack, mientras accionaba el interruptor de la sala. "¿Está usted bien?"

La mujer no respondió. Y a la vista de la situación en que se encontraba, Jack comprendió por qué.

Parecía estar caída encima de la gran mesa, como dormida. Pero su cabeza se encontraba totalmente destrozada, y un enorme charco de sangre la rodeada, goteando en la alfombra. Un disparo había atravesado su sien. Restos de carne y sesos salpicaban la pared. Junto a ella, caída en el suelo, había una pequeña pistola, una Beretta 9000-S, que Jack reconoció enseguida de sus cursos de armamento en la academia militar.

Todo parecía indicar que la desconocida se había suicidado.

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Jack entró en su apartamento, pequeño pero funcional, con un gran salón en el que estaba incluída la cocina, dos dormitorios y un baño. Apenas tenía muebles, sólo los estrictamente necesarios, ya que cuantos menos tuviera, menos tardaría en limpiarlos, pensaba. Dejó las llaves en la mesilla, cerró la puerta y tiró su chaqueta encima del sofá. Estaba cansado. Cuando llegó la policia, tuvo que hacer una declaración durante un par de horas. Se temió que le llevaran a comisaria, pero, por suerte, no hizo falta. En lo referente a su muerte, todo estaba bastante claro.

Junto al cadáver de la mujer el forense había encontrado una nota de suicidio, y en el bolso estaba su carnet de conducir. Se llamaba Martha Torres, tenía veinticinco años y al parecer trabajaba en Roxxon, en el departamento de contabilidad, aunque Jack no la había visto nunca. En realidad, apenas conocía a nadie de la compañía, exceptuando los pocos que pasaban por el turno de noche, con lo cual tampoco era raro que no la conociese. Sin embargo, lo que si le había extrañado es que nadie supiera que seguía en el edificio. En los ordenadores constaba como que había abandonado el mismo a las nueve de la noche, en su coche, y no mostraba que hubiera vuelto a entrar. Y las cámaras no la habían enfocado en toda la noche. Y encima estaba lo del arma. Era virtualmente imposible colar una en el edificio, ya que todo el mundo - sin importar el cargo que tuviera en la empresa - tenía la obligación de pasar por los detectores de metales. Si hubiera sido una pistola de cerámica todavía, pero la Beretta era un arma normal, de las que podías conseguir en casi cualquier tienda del país...

Era raro, sin duda. Pero a Jack ahora mismo no le importaba. Lo único que quería era darse una larga ducha para relajarse y luego dormir. Por suerte, al día siguiente libraba, y podía olvidarse de todo.

Comprobó el contestador. No había mensajes. Se quitó la camisa y se dirigió al baño. Abrió el agua caliente de la ducha y esperó a que el agua alcanzara la temperatura que le gustaba - muy caliente, casi al punto de llegar a quemarle - mientras se acababa de desnudar. Se metió en la ducha y dejó simplemente que el agua cayera sobre él, relajando sus tensos músculos, empapando su cabello moreno, siempre corto - no en vano se lo cortaba cada quince días -, y alejando la tensión acumulada durante toda la larga noche.

Diez minutos después, cerró el grifo y alargó la mano para alcanzar la toalla. Se secó la cara, y se quitó suavemente el agua que mojaba su cuerpo. Se envolvió en la toalla y salió de la ducha. Se miró al espejo. Bajo sus ojos marrones, la sombra de unas incipientes ojeras mostraban el cansancio acumulado tras la larga semana de guardias que acababa de terminar, culminada con el suceso de hacía unas horas. Se pasó la mano por la mejilla. La barba aun no picaba lo suficiente como para molestarse en afeitarla. Se enjuagó la boca, cepillándose los dientes y haciendo gárgaras con un elixir bucal, y acabó de secarse el pelo y el cuerpo, dejando la toalla sobre la barra de la ducha y yendo desnudo a su dormitorio, donde cogió una muda limpia y el pantalón del pijama, echándose en la cama sin molestarse en abrirla, y quedándose dormido prácticamente al instante.

Jack no solía soñar, o, al menos, recordar sus sueños al despertar. Sin embargo, los de esa noche no los olvidaría fácilmente. Quizás el de Martha no fuera el primer cadáver que viera - su madre había muerto tras una larga enfermedad cuando él tenía veinte años -, pero si era la primera vez que veía una muerte violenta. La sangre, los sesos... si no fuera por lo agotado que estaba, no habría podido conciliar el sueño. Aunque al despertar no sabría decir qué hubiera sido mejor.

Estaba en el salón de reuniones. La ventana seguía abierta. La mancha de sangre y los restos también estaban en su sitio. Pero el cadáver no estaba encima de la mesa.

La mujer estaba sentada en una silla, con las piernas cruzadas, sonriendo. El agujero que le había provocado el impacto de la bala seguía allí, aunque no había sangre manando de él. La mujer llevaba un elegante vestido rojo, y su pelo rubio - teñido, observó Jack fijándose en las raíces oscuras que comenzaban a asomar - recogido en una elegante trenza.

Jack estaba sentado frente a ella, en la punta opuesta de la mesa. Iba vestido con un traje de chaqueta negro, una camisa oscura y una corbata igualmente negra. Se levantaron ambos a la vez, rodeando la mesa hasta encontrarse en el centro de la habitación. Allí, la mujer lo abrazó, pasando sus brazos alrededor de su cintura, y una música comenzó a sonar. Era Angels, de Robbie Williams. De alguna forma, habían dejado el salón, y estaban en el centro de una pista de baile. Una enorme bola de discoteca desplegaba sus luces de colores por toda la sala.

Empezaron a bailar, siguiendo el ritmo de la música.

I sit and wait
Does an angel contemplate my fate?
And do they know
The places where we go
When we're grey and old?

'Cos I've been told
That salvation lets their wings unfold
So when I'm lying in my bed
Thoughts running through my head
And I feel that love is dead
I'm loving angels instead

Jack no sabía exáctamente qué hacía. Estaba bailando con alguien con la cabeza destrozada. De hecho, al ser más alto que ella, podía ver el hueco. Sentía nauseas. O miedo. Tampoco estaba seguro.

And through it all she offers me protection
A lot of love and affection
Whether I'm right or wrong
And down the waterfall
Wherever it may take me
I know that life won't break me
When I come to call she won't forsake me
I'm loving angels instead

Ella le levantó la vista, mirándole fijamente a los ojos. La herida había desaparecido, dejando ver el suave rostro de la joven, alumbrado por sus enormes ojos castaños, pintados de azul celeste. Era - había sido, se corrigió mentalmente Jack - muy guapa. Su piel morena, típica de una hispana, contrastaba enormemente con su cabello rubio. Sus labios, carnosos, estaban pintados de un color rojo fuerte. Su cuerpo estaba muy bien proporcionado, con unas piernas bien torneadas, y un pecho no excesivamente grande, pero perfectamente redondeado y en su sitio. ¿Era ella así en realidad, tanto se había fijado en el cadáver, o era todo producto de su mente?

When I'm feeling weak
And my pain walks down a one way street
I look above
And I know I'll always be blessed with love

And as the feeling grows
She breathes flesh to my bones
And when love is dead
I'm loving angels instead

Ella le besó en los labios, y Jack le devolvió el beso.

And through it all she offers me protection
A lot of love and affection
Whether I'm right or wrong

And down the waterfall
Wherever it may take me
I know that life won't break me
When I come to call she won't forsake me
I'm loving angels instead

La música se apagó lentamente. Jack y Martha seguían besándose.

Por fin se separaron. Jack la miró. Ella seguía de pie frente a él. Volvían a estar en la sala de reuniones.

Ella abrió los labios, y comenzó a hablar. Su voz parecía provenir del fondo de una caverna. A Jack se le pusieron los pelos de punta.

"Recuerda", dijo. "Yo no me suicidé."

Jack estaba paralizado, como hipnotizado.

"Alguien me mató."

El cuerpo comenzó a deshacerse, convirtiéndose en polvo que caía sobre la alfombra, cada vez más deprisa.

"Y tú puedes ser el siguiente..."

Martha se desintegró por completo. Sólo una pila de cenizas mostraban que hubiera estado allí en algún momento.

Se levantó una brisa, que esparció las cenizas por la habitación.

Un ruído sobresaltó a Jack, haciéndolo despertar, y saltar de la cama.

Estaba desorientado. No sabía si seguía soñando o ya había vuelto a la realidad.

El sonido seguía martilleandole la cabeza.

Era el teléfono.

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Correia

 
 
   
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