CRÓNICAS DE NEO AVALON #4
M
Guión: Jose Cano
Marsella.
Librería "El sabio catalán."
Manuel Morrel abrió la tienda hace casi 70 años, hoy su nieta Constance es
la que la regenta. Al principio era, sobre todo, un punto de reunión para
exiliados españoles, además de un lugar donde conseguir los libros que en su
país de origen se encontraban prohibidos, y apenas ocupaba un espacio mayor
del de un salón normal de un apartamento medio. Hoy tiene dos plantas y
varias secciones, que van desde los clásicos grecolatinos hasta los éxitos
más recientes pasando por novelas infantiles y de ciencia-ficción. "Harry
Potter y el prisionero de Azkaban" convive con Philip K. Dick y con las
últimas novelas de Frank Alan Racine, Michel Houellbecq o José Saramago,
además de libros sobre reportajes que son habituales por parte de
periodistas de prestigio como Javier Revérte o Neal Conan, siguiendo la
estela de Truman Capote.
Monet StCroix pasea entre los estantes con serenidad, además del aplomo que
suele otorgarnos el territorio conocido, en el que hemos depositado nuestro
olor, una parte de nuestra infancia, de nuestros sueños, de nosotros mismos.
Pisar de nuevo el suelo de baldosas pulidas y brillantes, en el que casi
puede reflejarse el planchado de su pelo, es como recorrer un vez más el
pasillo que lleva desde el patio de la casa de su padre a su antigua
habitación. De dimensiones más reducidas, esta también tenía las paredes
forradas de todo tipo de volúmenes. El mostrador, de forma semicircular,
domina la planta baja. Un par de ordenadores, con sus correspondientes cajas
registradoras, se encuentran en los extremos.
Constance Morrel bordea el mueble y se acerca a su cliente. Es una mujer de
cuarenta y dos años, de melena rubia trigueña, decorada con alguna cana
ocasional, que recoge en una coleta que le cae por la espalda. Las gafas,
pequeñas y sencillas, que sujeta con un cordón alrededor del cuello, para
caerle sobre el pecho cuando no las lleva puestas, cambian la expresión de
sus ojos verdes, y se apoyan en una nariz levemente pecosa. Los orígenes
catalanes están muy difuminados en la tercera generación, aunque no puede
obviarse un deje de acento cuando en francés dice:
- Hola Monet, cuanto tiempo, me alegro de verte.
- Hola Constance. - dice M sonriendo mientras le estrecha la mano. - Estaré
en Marsella con mi familia durante una semana, así que decidí hacerte una
visita. Hace mucho que no vengo por aquí.
La librera corresponde con una sonrisa discreta y simpática y la sujeta
suavemente por el codo llevándola hacia los estantes del fondo, abarcando
con un gesto del otro brazo el resto de la tienda, mientras le pregunta:
- Espero que no hayas descuidado tus lecturas estando en tierras imperiales.
¿Has hecho muchos amigos?
- Algunos. - contesta distraídamente Monet mientras saca al vuelo, sin
detenerse, un ejemplar de un libro de viajes al Líbano.
- Mira... - comienza a perorar la adulta cuando llegan al archivo del fondo,
mientras rebusca entre un montón de volúmenes plastificados. - ...te guarde
la última novela de Grass cuando salió, supuse que la comprarías en inglés,
pero esos traductores yanquis son horribles, así que aquí tienes el original
en alemán, "Im Krebsgang". También te he guardado en francés y en español un
edición especial de...
Cuando Constance se da la vuelta, cargando cuatro libros, se encuentra con M
hojeando el libro de viajes mecánicamente.
- ¿Monet? - dice al tiempo que le coloca en una mano uno de los tomos.
M se vuelve hacia ella con cierto sobresalto.
- Bueno, no he tenido mucho tiempo para leer....
La librería "El sabio catalán" se encuentra situada frente a una apacible
placita con bancos de hierro, árboles que dan una sombra agradable y el
espacio justo para que niños de 5 ó 6 años correteen y chillen a su aire
mientras los padres o abuelos los observan. Sin embargo la figura oscura que
se hace un bulto en uno de los bancos rompe la armonía familiar a la que el
lugar parecía destinado. Monet la ve cuando atraviesa de nuevo las puertas
de cristal y sale a la calle. Se acerca sin precaución, cruzando la calle
con soltura, y golpea el bulto con la mano que carga la bolsa en la que
lleva los libros.
- Marius.
Emplaca se mueve lentamente y se pone en pie encorvado.
- Monet. - contesta con voz cavernosa.
Una pareja de ancianos pasa junto a ellos discutiendo.
- ¿Nadie puede verte? - la conversación pasa a ser telepática.
- Sólo tú.
M señala con un gesto del brazo la bocacalle cercana.
- Demos un paso.
La miembro de Generación-X ha vuelto a ponerse las gafas de sol que se quitó
al entrar en la librería cuando desemboca junto a su hermano en el paseo
marítimo de Marsella.
- ¿No había otro sitio más concurrido? - se queja Emplaca.
M sonríe de medio lado mientras ve al villano esquivar varias personas que
casi chocan con él. Es prácticamente mediodia y pese al sol de justicia no
hace excesivo calor, el Mediterráneo, que regala los oídos de los turistas
con su oleaje rítmico aunque algo agitado, rebaja las temperaturas del
verano marsellés.
- Al menos no es Saint Tropez o Mónaco.
- No me trago esa amenaza. - contesta él mientras caminan entre turistas,
comercios, fotógrafos y vendedores ambulantes. - Maldito ganado.
- Tsk, es cuestión de perpectiva. ¿No tienes calor?
Emplaca carga con su habitual parafernalia villanesca además de un
adecuadamente dramático manto negro que debería estar cociéndolo a fuego
lento. Monet lleva una blusa de gasa blanca y unos pantalones largos pero
finos de color celeste, además de unas discretas sandalias.
- Nunca.
- ¿Vendrás a cenar al hotel? Papá se alegrará de verte.
- Seguro.
Monet se detiene frente a la terraza de un restaurante y se acerca a uno de
los cárteles de la entrada en el que se detalla el menú de los helados. El
cambio coge por sorpresa a su hermano, que la sigue con dificultad. Para
entrar en la terraza hay que vadear una pequeña valla que la limita, no más
alta que la cintura de Monet, abriendo una pequeña puerta en uno de sus
extremos. Como M la cruzo despreocupada, Emplaca queda fuera no pudiendo
pasar sin revelar su presencia hasta que una pareja de rubicundos turistas
escandinavos la abre por él. Cuando llega a la altura de su hermana la
encuentra relamiéndose.
- ¿Te apetece un helado?
Emplaca la mira molesto.
- No.
- Vengaaa... Cuando yo abra la puerta ve al servicio de caballeros y cambia
allí. Hazlo por tu hermana.
- Esto es ridículo, detesto camuflarme entre el ganado.
- Si me pongo a mirar al vacío con cara de cordero degollado...
- No puedo aparecer de repente...
- ¡Ajá, capciosa, admite la proposición mayor! Sabes que hay mucha gente.
Por favor... aquí fuera, con el sol y la playa, dos copas de helado...
Estamos en Marsella, Marius, y hace tanto tiempo que no te veo en tu
verdadera forma...
- Esta es mi verdadera forma.
Un cuarto de hora después M, sentada en una de las blancas sillas de mimbre
de la terraza, ve aparecer a su hermano de vuelta del servicio precisamente
mientras se disculpaba ante al camarero para no pedir hasta que este
regresase. El aspecto de Emplaca como Marius StCroix es inmejorable.
Acercándose a su mesa, Monet observa a un joven negro de unos veintipocos,
alto y ancho de hombros, la recia musculatura no se disimula debajo del
traje liviano pero elegante que lleva con un percha impecable. Sus
movimientos son serenos y fluidos, la sonrisa que dirige a su hermana
pequeña es la muestra de una dentadura de perfecto y reluciente marfil. El
pelo rapado al cero le da un aspecto aún más sano y aséptico, deportivo,
casi se diría que se trata de un fichaje del Olympique. Monet disfruta de
ver un par de cabezas volverse al paso de su hermano y disfruta de nuevo de
aquella sensación infantil casi olvidada, sentirse orgullosa de tener un
hermano tan alto y tan guapo. Emplaca se sienta y pide con soltura al
camarero. Cuando este se va M es la primera en hablar, sonriendo.
- Te encanta.
- Cumple unas funciones determinadas que de vez en cuando necesito poner en
práctica.
- ¿Cómo ahora?
Marius no contesta. Monet pasea la vista por la terraza de nuevo. Hay una
familia de turistas anglosajones con dos niños pequeños y gemelos algo
ruidosos, también continúa por allí la pareja escandinava y luego un grupo
de tres jovenes que hablan en francés, dos chicos y una chica. Ella es rubia
y delgada, con los ojos claros, ellos son morenos y barbudos y se parecen
bastante, quizás sean hermanos, uno es ligeramente más alto y con el pelo
largo cayéndole libremente sobre los hombros.
- Has abandonado a tus amigos. ¿Por qué?
M tarda un par de segundos en contestar.
- Es complicado, Marius.
- Te aburrían.
- Puede ser...
- Sí, si que lo hacían. Te aburren las limitadas posibilidades que esta
forma de vida te ofrece. Has descubierto que tus compañeros no son sino más
ganado, como todos estos - abarca con un movimiento el paseo y a los
veraneantes. -, no ven lo que tu y yo vemos, no saben lo que tu y yo
sabemos, no son capaces de...
- Tu has vivido más cosas que yo, Marius. - lo interrumpe con aire
distraido, le habla sin mirarlo directamente, sigue los movimientos de los
tres jovenes. - Pero no me hables de todo eso ahora.
- Puedo adoptar este aspecto y sentarme aquí y hablarte como si fuésemos
como ellos, pero no es así.
- ¿Y no te gustaría?
- Que perdida lamentable de tiempo. ¿Te gustaría a ti?
Monet deja de mirar a los de la otra mesa y se enfrenta a los ojos
inexpresivos de su hermano.
- No lo sé.
París.
Patrick StCroix no siguió la carrera diplomática como su hermano, el padre
de Monet, aunque su vocación artística fue igualmente existosa y lo llevo a
convertirse en empleado del Museo del Louvre y a encargarse de transacciones
y relaciones públicas. M siempre disfrutó de los privilegios que suponían la
posición de su tío y casi todos los veranos que podía pasaba unas semanas
con él y su mujer en París. Este año ha ido algo más tarde y el otoño ya
campa a sus anchas en la ciudad de la luz. Vestida con un conjunto
uniformemente negro, desde las puntas de los zapatos hasta los guantes
pasando por el abrigo y la boina que se le cruza sobre el moño en el que se
ha recogido la melena, Monet baja las escaleras desde la habitación que
perennemente le reserva la pareja sin hijos que son sus tíos. Su tía
Antoinette, rubía, pecosa y canadiense, la recibe con una sonrisa mientras
lee el último número de Paris Match.
- ¿Qué tal cariño? ¿Vas a salir? ¿Has quedado con algunos amigos? Llamó tu
padre mientras estabas en la ducha.
- Hablaré con él esta noche.
- Está preocupado.
Monet se detiene a medio camino del recibidor.
- Es su estado natural. - se vuelve hacia su tía. - Voy a ver a mi amiga
Justine y su hermano, lo llamaré esta noche.
- Cree que no tienes intención de volver a la Academia Massachussetts.
- No estoy segura de eso, tía Antoinette. Ya lo discutimos.
- Dice que el otro día lo abordó un periodista. Que han descubierto que has
solicitado la nacionalidad neoavalonense.
Monet se vuelve con cierta violencia hacia su tía.
- ¿Tiene miedo de que vuelvan los rumores? Que admita que todos sus hijos
son mutantes. Ya hablaré con el embajador StCroix esta noche cuando vuelva.
M es demasiado correcta como para cerrar con el proverbial portazo.
En la terraza de otro restaurante, disfrutando de un atardecer otoñal de
temperatura agradablemente fresca y de su luz anarajanda, cambiando la silla
de mimbre blanco por otra de respaldo de hierro negro, Monet lee
apaciblemente, con un zumo de naranja sobre la mesa y abstraída de los
transeuntes y el resto de comensales. No se da cuenta cuando el hombre
aparta una silla y se sienta frente a ella. Éste la observa durante unos
segundos en silencio, incluso despacha al camarero cuando se acerca
solícito, pidiéndole un vaso de agua mineral bien fría y la carta. Carraspea
sin obtener respuesta.
- Señorita SrCroix....
Monet tarda aún un par de segundos en levantar la vista del libro. El
sobresalto apenas se hace patente y mantiene un expresión de serenidad y
control que su inesperado interlocutor le admira. Con total naturalidad M
coloca el señalador por la página donde abandona la lectura y se deja el
libro sobre el regazo. Mira directamente a los ojos al hombre.
- ¿Señor Lensherr?
Magneto, vestido de paisano con un traje gris que le da un aspecto
respetable, asiente con la cabeza, aprobador. M permanece a la expectativa,
con las manos sobre el libro. Magneto carraspea y comienza a hablar en un
perfecto francés en el que apenas se nota el acento quechuba.
- La cantidad de solicitudes de nacionalidad o asilo que Neo Avalon recibe
es bastante alta. Nuestros servicios de identificación y gestión trabajan a
un ritmo bastante acusado, y sin embargo no pueden atenderlas con la
celeridad que desearíamos. Alguien que hubiese realizado las entrevistas y
rellenado los impresos hace tres meses...
- Como yo.
- ...como usted, aún tendría que esperar al menos otros tres o cuatro para
ver contestada su petición. Sin embargo mis asesores y yo mismo, como jefe
del Estado, hemos decidido tratar el suyo como un caso especial, hasta el
punto de provocar mi desplazamiento hasta Paris. Supongo que comprende lo
que significa.
- Para mí es un honor.
Magneto vuelve a asentir. Lanza una mirada que abarca los alrededores. El
camarero deposita el agua y la carta delante de él. Cuando se marcha es
Monet la que habla.
- ¿Cree que estarán grabando nuestra conversación?
- El servicio secreto francés es muy eficiente, cuento con ello. Podría
utilizar mi poder para desvirtuar las grabaciones o incluso manipularlas,
pero pueden estar preparados para ello y no deseo alarmarlos.
- ¿Debemos ser cautos entonces?
Magneto se inclina entrelazando las manos sobre la mesa y habla en con un
tono casi confidencial.
- No hace falta ser tan ingenuo, nuestros vigilantes habrán previsto cada
posibilidad. Nuestros objetivos son sencillos y concretos, Neo Avalon no
realiza ningún tipo de operaciones secretas ni oculta sus intenciones al
estilo de los gobiernos humanos. Sólo deseamos defender nuestros derechos.
- Señor Lensherr, yo...
- El servicio secreto francés, el de la UE y SHIELD saben a que he venido,
no tratar directamente los temas que ellos esperan que trate sería
subestimarlos. Imperdonable. Por otro lado, aunque no podrían escucharnos,
detectar una conversación mental los pondría muy nerviosos. - la mirada de
Magneto se pasea desde el camarero que ahora atiende en otra mesa hasta un
quiosco cercano donde un anciano compra el periódico. - Pero no es momento
de dar lecciones. Sabe que Francia no permite la doble nacionalidad y que
además es uno de los socios de la UE que más reticente se ha mostrado
respecto al reconocimiento de la soberanía de Neo Avalon.
- La actitud del gobierno francés respecto a la integración social de los
mutantes es muy positiva, sin embargo soy consciente de las implicaciones
diplomáticas que...
- Es usted la hija del embajador StCroix. Por razones que no me considero
capacitado para juzgar, su padre ha decidido silenciar primero la
desaparición y después las posteriores las actividades de su hermano mayor,
Marius, al que yo conozco como Emplaca, y también la condición mutante del
resto de sus hijos. Si abandona la nacionalidad francesa para adoptar la
neoavalonense puede imaginar las implicaciones.
- Era perfectamente consciente de ellas cuando realice mi solicitud.
- Lo esperaba. ¿Y en cuanto a lo que ello pueda suponer respecto a la
Academia Massachussetts?
- También medité ese aspecto detenidamente.
- Bien. He venido aquí para ofrecerle un puesto concreto a partir del
momento en que se haga efectiva su nacionalidad neoavalonense. Se trataría
de formar parte de mi equipo se asistentes personales.
- ¿Acompañarlo allá donde fuese y estar dispuesta para realizar los trabajos
que usted me encargue? Ser su chica de los recados.
- Exactamente.
- Acepto.
- Lo esperaba. Debo aclararle que es usted una excepción en muchos sentidos,
no sólo por la aceleración del proceso de nacionalización y el puesto que se
le ofrece, sino también por el mismo hecho de que vaya convertirse en
neoavalonense. Normalmente se descarta automáticamente a cualquier sujeto
que miente en la entrevista de solicitud. Aunque haya mentido en una
pregunta marginal. Aunque sea un mutante de grado alfa. Y usted lo ha hecho.
Monet sostiene la mirada de Magneto.
- Pero hablaremos de eso más adelante. En una semana volveremos a vernos, le
doy ese tiempo para que pueda poner en orden los asuntos que considere
necesarios. Ahora debo marcharme.
Erik Lensherr se pone en pie.
- Señor... - dice M - Normalmente mis profesores me llaman Monet.
Sus palabras cogen por sorpresa a Magneto, que se recupera rápidamente.
- Claro... Monet. Sí. Supongo que ya lo sabes, pero me llamo Erik.
Cuando estrecha la mano de su nuevo mentor, por primera vez en toda la
conversación, Monet sonríe.
FIN DE ESTA CRÓNICA