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Unidos por el destino, un grupo de jóvenes héroes forjaron una leyenda y decidieron cambiar el mundo. Son la nueva generación de defensores. Marveltopía presenta...
 
Nuevos Guerreros

NUEVOS GUERREROS #87
Trabajo en equipo
Guión y portada: Israel Huertas

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Martes por la noche. Un solitario vagón de metro en New York.

Un apocado muchacho trata de detener los temblores que su escuálido cuerpo está sufriendo desde hace ya una hora. Sólo quiere llegar a casa y acostarse. Sólo quiere que el día de hoy termine.

Esta mañana, Robert - que así es como se llama el muchacho- fue despedido de su puesto de bedel en la universidad Empire State. Trabajaba allí después de las clases, pero últimamente su amigo Howard le había hecho faltar varios días tanto a clase como al trabajo. Howard era su único amigo y parecía que la única persona que le comprendía en el mundo. Howard era también su camello. El profesor Norton le había despedido precisamente por culpa de Howard: "Es un mal chico"- le dijo-, "y te está llevando por un camino muy malo".

El profesor pensó que eso le abriría los ojos. Cuando Robert se lo contó a Howard, decidieron vengarse del viejo y asaltar su laboratorio en busca de sustancias con las que Howard pudiera hacer sus drogas. Robert sabe que no debería haber robado aquellas probetas marcadas con una equis, ni mucho menos beberse una de ellas pensando que le colocaría. Seguramente por culpa de esto, Robert Reynolds se está muriendo.

Cuando los tres pandilleros entran en el vagón, Robert los mira de soslayo y cierra fuertemente los ojos después, como esperando que desaparezcan en su cabeza. Pero no lo hacen. Sabe que uno de ellos, el más alto y fornido le está hablando, pero no oye nada salvo el zumbido de su propia mente. De pronto, abre de nuevo los ojos y el mundo se muestra en escala de grises.

Robert escucha un grito espeluznante en la lejanía y, luego, sólo escucha el familiar zumbido.

En la siguiente estación, una mujer se desmayó al ver tres cuerpos destrozados, como si les hubieran acuchillado salvajemente. Un hombre mantuvo la calma lo suficiente como para llamar a la policía. Robert Reynolds ya no estaba en el vagón.

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Miércoles al mediodía. Wall Street, New York.

Según los testigos, la enorme criatura acorazada que ahora estaba fregando las calles con varios coches patrulla y alguno de sus ocupantes, al principio era un mendigo. Se plantó en mitad de la calle, diez minutos antes, y apretó una especie de botón de un cinturón de diseño futurista que llevaba, lo que le convirtió en un enorme robot de largos brazos y largas piernas. Y a prueba de balas, también. Los policías allí desplegados apenas podían creer que no estuviera muriendo nadie, tal era la ferocidad del ataque.

De pronto, un coche con emblema del ayuntamiento se abrió paso entre el gentío y derrapó lo justo para detenerse junto al vehículo del sargento de guardia. Una hermosa mujer pelirroja, de unos venti y muchos, se bajó del coche y se acercó corriendo al policía. Llevaba un elegante traje de pantalón y chaqueta y un top azul marino que destacaba sus ojos verdes, semi-ocultos tras unas gruesas gafas de pasta.

- ¡Dallas Riordan, de la oficina del Alcalde! - dijo ella -. ¿Cómo vamos, sargento?

- Como 10 a 0, "Dallas Riordan, de la oficina del Alcalde". No creo que lleguemos al segundo tiempo si esa cosa insiste en cargarse el estadio, no sé si me comprende. Siento farfullar, pero estoy algo nervioso por las circunstancias.

- Lo comprendo, sargento. Quiero que, si es tan amable, retire a sus jugadores del terreno de juego.

- Si hago eso, señorita Riordan, dejaré libres las bases y el rival se hará las carreras que le plazca.

De pronto, el robot se quedó parado, mirando a lo alto, en dirección a una grácil aeronave que se detuvo sobre las fachadas del centro financiero. Los policías y los testigos también se quedaron quietos mirando a la nave que flotaba sobre ellos.

- No se preocupe, sargento - concluyó Riordan-. He traído sangre nueva para batear.

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Dentro de la nave, tres chicos miraban una de las pantallas de vigilancia, situadas en el casco, que en ese momento enfocaba a Dallas Riordan. Eran Nova, Flexo y Speedball.

- Yo creo que está buena - dijo Flexo-. Según estándares puramente humanos, por supuesto.

- Sí, es como una perita disfrazada de empollona - añadió Nova-. Si se soltara seguro que oiríamos un estruendo, ¿eh, palillo?

- Prefiero no entrar, que ahora tengo novia y sus mejores amigas están en esta nave - dijo Speedball.

Turbo se acercó a ellos y le propinó una colleja a Flexo:

- Ahora somos estrellas, chicos. Ejemplos a seguir. A ver si maduramos un poco.

- Sí, fijáos en Robbie y aprended de él - siguió Kymera-. Nunca pensé que diría algo así.

- Si hemos terminado ya con las chorradas . interrumpió Justicia-, creo que la gente de abajo espera que hagamos algo.

Vance Astrovik pulsó un botón y la panza de la nave se abrió, mostrando el escenario de la batalla previa. Nova, Speedball, Turbo, Kymera, Flexo y el propio Justicia se pusieron alrededor. Justo antes de saltar, Vance se permitió una sonrisa y dijo:

- Sonreíd, tropa. Somos lo mejor de New York y la gente nos adora - y saltó, amparado por su poder telequinético.

- Estamos perdidos - dijo Nova-. Marvel Boy se nos ha vuelto presumido.

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La gente contuvo el aliento mientras descendían, como si estuviera apreciando un momento mágico a cámara lenta o una de esas secuencias interminables de las películas de John Woo, pero sin palomas. El robot, en cambio, no se paró a mirarles mucho, sino que agarró uno de los furgones de los SWAT que tenía derribados alrededor suyo y lo lanzó contra los Guerreros.

Justicia lo frenó con su telequinesis, pero no logró frenarlo y el furgón seguía ritmo de colisión con la nave.

- ¡Nova! - gritó-. ¡Hazte con el furgón antes de que nos quedemos sin nave!

Dada la orden, el joven mutante se volvió hacia el robot y empezó a ladrar órdenes que, esperaba, consiguieran que los demás no vieran lo asustado que estaba por no estar a la altura:

- ¡Ahora el resto: en formación! ¡Nita, necesitamos saber qué duro es! ¡Flexo y Turbo, liberad el espacio de cada coche o persona que quede a su alrededor! ¡Speedball, cubre a Nita por si hace falta!

Y empezaron a moverse como uno solo. Los poderes metamórficos de Flexo transformaron sus manos en enormes pinzas con las que empezó a lanzar al aire los coches que veía a su paso. Turbo empleó sus turbinas para ir frenando la caída de los objetos y depositarlos como un perímetro de seguridad ante la batalla. Kymera esquivó dos puñetazos que le lanzó el gigante y clavó sus uñas en su pecho, aplicando su fuerza atlante para desmontarlo.

- ¡Vamos a ver lo que escondes en esta lata de sardinas, grandullón!- dijo Nita, la voz tensa por el esfuerzo.

- ¡No puedo ser detenido! - gimió el robot, hablando por primera vez con voz metálica-. ¡He de acabar con este pozo de crueldad!

Una fuerte corriente eléctrica recorrió entonces el cuerpo del robot, haciendo que cada pelo del cuerpo de Kymera se erizara por la tensión. La muchacha gritó y salió despedida con las manos ardiendo y varios cientos de vatios recorriendo aún su cuerpo.

- ¡Aparta, golfa capitalista! - gritó el gigante.

Speedball no se hizo esperar y cargó contra él, rebotando en su coraza y lanzándole contra el suelo, dónde abrió un cráter.

- ¡Para la plancha, capullo!¡No nos gusta el pescado muy hecho!

Speedball sabía que aquella frase le iba a traer problemas, pero su sentido del decoro nunca había sido legendario. El robot se levantó y trató de cazarle, pero sus continuos rebotes le sacaron fácilmente de la línea de fuego.

Entonces apareció Nova, esgrimiendo el furgón de los SWAT como si fuera un bate de baseball, y propinó un buen golpe a su rival en la cara. Este salió despedido y chocó contra la fachada principal de la Bolsa de New York. Lueo cayó duramente al suelo, entre una lluvia de cascotes.

- ¡Nova, controla un poco!- chilló Justicia-.¡Acabas de destrozar el friso de la Bolsa!

- Cálmate, Vancie. Ahora nos cubre la póliza del Ayuntamiento. Esto lo arregla Control de Daños en un pis-pas.

Vance piensa lo fácil que sería dejar a su compañero sin aire en el cerebro con sus poderes mutantes, pero sabía que los razonamientos de Rich no mejorarían.

Los seis Guerreros titulares rodearon al robot, que parecía inerte en el suelo, entre los cascotes.

- O cada día lo hacemos mejor o este tronco no era para tanto - apostilla Speedball.

- Desde luego, al principio parecía mucho más duro - añadió Turbo.

No hubo más comentarios pues el monstruo metálico se levantó de improviso, convirtiendo sus dos brazos en ametralladoras gatling, cargadas con sendas ristras de balas de gran calibre. Intentó abrir fuego, pero los Guerreros ya se estaban moviendo.

Las toberas de Turbo volvieron a empotrarle en la fachada mientras Justicia bloqueaba los gatillos. Flexo se convirtió en una enorme liana de goma y envolvió la cabeza del robot. Kymera y Nova arrancaron los brazos de cuajo. Luego, todos se apartaron de repente y Vance gritó:

- ¡Ahora, Speedy!

Ante la orden, Speedball separó sus piernas para anclarse bien en el suelo y apuntó sus brazos hacia el robot. Cientos de burbujas de energía salieron disparadas desde sus extremidades hacia el agresor metálico, que empezó a temblar y a crepitar con la energía que se escapaba de su cuerpo. Unos segundos después, ya estaba completamente inmóvil. Poco a poco, se fue transformando de nuevo en el vagabundo que habían visto los primeros testigos, sólo que completamente inconsciente.

Fue entonces cuando la multitud reunida allí estalló en vítores y aplausos para los Nuevos Guerreros. Todos, personas normales o policías, aullaban y coreaban sus nombres y ellos, dejándose llevar por el momento, sólo pudieron saludar como si de una función teatral se tratara.

Al margen, Dallas Riordan sonreía.

Viéndolo en la televisión de una sala privada en El Cisne, Dwayne Taylor también sonrió. Apagó la pantalla, se ajustó la corbata y salió del club con dirección al edificio Ambrose, sede de la fundación que regentaba.

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Media hora más tarde, tras el baño de multitudes, los Guerreros ya estaban de vuelta en su base secreta. Angelica Jones, alias Estrella de Fuego, les esperaba en la sala de recreo.

- Parece que habéis causado sensación, chicos - dijo a sus compañeros-. ¡Cómo me alegro de no estar en el candelero en este momento! ¡Me moriría de vergüenza!

- Pues no estaría más alguna otra "titi" en lycra ajustada - dijo Nova, socarronamente-. Seguro que así nos daban más minutos en el telediario. Me voy a dar una ducha y luego me piro.

- Espera, Rich - intervino Nita-. Quería hablar contigo.

- Vaya, lo siento, ahora mismo no ando sobrado de tiempo. Ya te llamaré, ¿vale? Buena chica.

Con esta frase, Nova salió hacia las duchas y el resto del grupo no pudo por más que mirar a Namorita intentando averiguar que pasaba entre ellos. Parece que ninguno de los dos se había tomado la molestia de poner al corriente a sus compañeros. De todas formas, algo avergonzada, la mutante atlante se fue de la habitación como pudo, con lo que volvió a dejarlos en ascuas.

- En fin - dijo Speedball-, yo tengo un huevo de temas que estudiar, así que me abro. Llamadme a la placa si os hago mucha falta.

Turbo siguió a Speedball. Vance y Angelica se quedaron solos en el enorme cuarto, dándose cuenta de que Flexo también se había largado, aprovechando la coyuntura. Vance cogió a su chica de la mano y dijo:

- ¿Te apetece pasear? Hace una temperatura muy buena fuera.

- ¡Vayamos a patinar! - dijo ella, cogiendo la chaqueta-. ¡Anda, anda, por favor, Vance!

Pese a que no le gustaba demasiado patinar, Vance accedió al plan. Al fin y al cabo lo importante era que por fin estaban recuperando la normalidad.

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Richard Rider se dio una ducha caliente esperando relajarse. Tal vez le ayudaría a centrarse y dejar de ser tan capullo con Nita. Ella no tenía obligación alguna de aceptar su proposición de matrimonio, proposición que, en cualquier caso, no había sido todo lo sincera o afortunada que debiera.

Se secó el pelo y el cuerpo con la misma toalla y la dejó tirada en el suelo, como de costumbre. Sabía que alguien la recogería, o al menos desaparecería sin dejar rastro en aquella base tan llena de comodidades.

Se puso de nuevo su uniforme, listo para irse a casa. Al ponerse el casco, un ruido de estática le alertó levemente de que algo podía ir mal. No acabó el pensamiento.

Richard Rider desapareció de la habitación en un estallido de energía amarilla.

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El padre Cameron abrió la puerta de la calle y vio a su hijastro, Robert, apoyado en el cerco con la cara completamente pálida. No era la primera vez que le veía así y, enseguida, lo atribuyó a las drogas.

- Robert, ya es hora de que empieces a... - no pudo acabar la frase.

Su hijo adoptivo se le desplomó en los brazos y le metió en la casa como pudo. Le recostó en el sillón y, al mirarle a la cara, dio un respingo de pánico y se santiguó.

- ¡Santo Dios, hijo mío!¿Qué has hecho, Robert?

El chico yacía boca arriba, con la piel blanca como la leche, las venas marcadas en un intenso tono azul y sus ojos completamente negros, como pozos de brea.

El cura cerró la puerta de la calle y llamó corriendo a urgencias.

FIN DEL EPISODIO

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PUNTO G

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