PANTERA NEGRA VOL. 2 #1
Sobre héroes y tumbas
Guión: Nurendil
Portada: Manuel Velasquez
Eres un monarca, T'Challa. Representas a tu pueblo y tu palabra es ley aún
por encima de las leyes rituales Wakanda. Sin embargo ambas cosas coinciden
en esta ocasión. Diste tu palabra de que la muerte sería su destino si
volvía a pisar estas tierras que ya una vez mancilló con sus actos, y así
también reza la Hek'lla, la ley Wakanda que se remonta a tiempos
inmemoriales. Sí, desde que asumiste el poder y el pueblo se abrió a las
vidas de los estados occidentales, has dictado un compendio de leyes que se
asemejan a los que tienen la mayoría de tales gobiernos. Pero no nos
engañemos, tú sabes que no es más que mera pantomima, mero artificio: cuando
las cosas a juzgar son realmente graves y afectan al verdadero corazón del
país y sus gentes, la Hek'lla prevalece. El pueblo así lo expresa y lo
exige. Y tú eres el rey, y eres el primero que debe cumplir la ley, te guste
o no. Eres un monarca, sí, pero en estos momentos te cambiarías por el más
sencillo y humilde campesino del confín más pobre de tu reino, y te
conformarías con cultivar tu pequeña ración de tierra para alimentar a tus
hijos, y vivir tranquilo. Todo con el fin de eludir tu participación en lo
inevitable. Hoy el manto de la Pantera pesa más que nunca.
- Mi señor, todo está listo ya -viene a interrumpir tus pensamientos W'kabi
con su voz sedosa y cálida, pero férrea - ¿Quiere supervisarlo?
W'kabi es tu mano derecha. El gobernador en tu ausencia. Es inteligente, es
discreto, es prudente, es inflexible cuando ha de serlo y generoso cuando la
ocasión lo requiere. Él no se plantea que pueda haber nada equivocado en lo
que está preparando: la ley lo así lo dicta y ha de cumplirse para el buen
funcionamiento del país. Él no se plantea que una ejecución, por muy apoyada
por las leyes que esté no deja de ser un asesinato tan cruel o más como los
que ha cometido el reo. Le envidias.
- No, no iré, W'kabi -le respondes sin dejar de mirar, desde la terraza de
la torre más alta del palacio en Wakanda Central, hacia la silueta de la
Isla Pantera que se dibuja en el horizonte - Lo dejo todo en tus manos, mi
fiel súbdito. Confío en ti para que todo esté listo y salga como está
planeado.
- ¿Y tampoco estará presente mañana, en la ejecución?
- Tampoco.
- En mi opinión, señor, es un error. El pueblo ha de verle allí presidiendo
la ceremonia como cabeza visible del Reino de Wakanda, supervisando el
estricto cumplimiento de la Ley. Podría ser interpretado como un signo de
debilidad si no...
- He dicho no.
- Cómo digais, mi rey. Mañana al amanecer, se hará la ejecución sumaria y
pública de M'Baku, el así llamado Hombre Mono, en la Plaza de la Pantera de
Wakanda Central. Cúmplase la Hek'lla.
W'kabi se inclina hasta que su cabeza casi toca las rodillas. Está enojado
pero no lo denota, pues su movimiento es suave y elegante. Tras dar media
vuelta, sale de la terraza en dirección al interior del palacio con paso
seguro. ¿Realmente deberías ir mañana? Deberías, pero no lo harás. Dictaste
la ley, cumpliste con tu deber de monarca, eso debería bastar. ¿A qué
torturarse más? Tampoco se te debería exigir que enfrentes aquello que te
disgusta tan profundamente. Aunque tu cargo te exige que respetes las formas
además de hacerlo también con el fondo, en esta ocasión lo vas a dejar de
lado. Eres incapaz de presenciar el cumplimiento de una sentencia de muerte.
Sigues mirando hacia el lago y la isla Pantera que quiebra su azul contorno,
y te preguntas muchas, muchas cosas. Una de ellas, y no la menos importante,
es si es compatible ser el monarca de un país y ser un héroe. ¿Tendrá alguno
de tus compañeros vengadores tales dilemas? Tu primer impulso es llamar a
Reed Richards y conversar con ese hombre sabio del pueblo de América, pero
te contienes. Te diría que has de parar la ejecución. No te entendería,
jamás lo entendería. No, T'Challa, es tu obligación, y has de afrontarla
solo.
Mañana al amanecer todo habrá terminado. ¿Qué sucederá a partir de entonces?
Sólo los dioses lo saben, sólo el dios Pantera lo ve, pero tú no puedes
hacer otra cosa. Cúmplase la Hek'lla.
El sol se va ocultando y tiñendo de rojo el interior de tu fabuloso palacio.
De rojo sangre, piensas, y desechas inmediatamente ese traicionero
pensamiento que el subconsciente ha deslizado sin tu permiso. Te preparas,
en el imponente salón del trono, para recibir a Kambeze, el fiel consejero,
y a S'umba, la sacerdotisa del culto de la Pantera. Hay algo que en los
últimos tiempos te está desazonando especialmente y te gustaría
solucionarlo. Y nada mejor que estas dos grandes personalidades del país
para ayudarte a decidir.
De fuera te llega el rumor de gritos y protestas. Son los seguidores del
Culto del Sagrado Gorila Blanco, los seguidores del Hombre Mono. Gritan de
rabia contra una sentencia que ellos dicen propia de un tirano sin
escrúpulos. Dicen que la ley no vale más que la vida de un hombre, que eso
no es ni debería ser jamás así. Otros eslóganes de su espontánea
manifestación se te hacen ininteligibles, pero el tono es el mismo. Si ellos
supieran de tus dudas, si ellos pudieran ver lo profundamente que cuestionas
la sentencia que acabas de dictar... si ellos supieran que no puedes hacer
otra cosa y que estás de acuerdo con sus gritos, que tu alma grita más alto
de lo que jamás llegarán ellos con sus gargantas...
Lo que más te molesta, sin embargo, es un comentario que oyes de pasada:
"¡M'Baku representa la libertad frente a la tiranía del culto de la Pantera!
¡T'Challa esclaviza y asesina a su pueblo!" ¿Cómo pueden siquiera pensar eso?
Si precisamente haces lo que haces en bien del pueblo, de la gente. M'Baku
es un asesino que ha cometido grandes crímenes y ha de morir según está
escrito. Él representa la tiranía y tú la justicia, piensas, no al
contrario. Un escalofrío te recorre el cuerpo al considerar durante unos
instantes la opción contraria. No tienes tiempo, afortunadamente, de ahondar
más en esas contradictorias cuestiones pues al punto se abre la puerta de la
gran sala y entra Kambeze apoyándose con esfuerzo en su bastón:
- La Pantera guíe tus pasos, mi Rey -saluda protocolariamente-. Esos
seguidores del falso ídolo del Mono están armando mucho jaleo, pero la
guardia los dispersará pronto. He dado orden de que sean contundentes.
Mañana al amanecer, cuando ese perro asesino sea ejecutado, todo esto se
disolverá como la niebla del bosque a la salida del sol.
- ¿Tan seguro estás de eso, Kambeze? -la sacerdotisa S'umba entra deslizando
sus pies por el marmol del suelo. Su manto de seda vuela a su alrededor
haciendo parecer que flota entre la niebla. Sus ojos pintados de negro con
Khol y los tatuajes de su cuerpo le dan un aspecto en verdad fiero - ¿De
veras lo crees así?
- No lo dudo ni por un instante, mi bella sacerdotisa. Cumplida la ley de la
Hek'lla, los dioses nos volverán a ser favorables. Además, y perdóneme por
este comentario que pueda parecer sacrílego: lo quieran los dioses o no, lo
cierto es que el Culto Sagrado del Gorila Blanco, tan antiguo como el de la
Pantera, este M'Baku lo ha desprestigiado y lo ha convertido en una secta
cuyo único fin es fomentar sus villanías. No queda nada del antiguo culto, y
con la muerte de su lider desaparecerá. No son sino una banda de malhechores
que vivían de los saqueos y de la rapiña, como bien sabéis.
- Temo que estos de ahí fuera no sean los mismo, fiel Kambeze. Temo que un
distorsionado mensaje de libertad se haya introducido tras las malas artes
del criminal Hombre Mono, y que quizás el sacerdote del culto, N'Gamo, esté
manipulando eso en su provecho.
Alzas la mano y ambos inclinan sus cabezas y callan. Das el tema por zanjado
con ese gesto que así lo simboliza. Y si eso no fuera suficiente, no habrían
de hacer más que mirar tu rostro enojado para saber que no estás dispuesto a
oir nada más sobre el asunto. Sentado en tu trono con cabeza de Pantera, con
tus soldados rodeándote, la impresión de majestad se superpone a esa
sensación de cansancio que emana de todo tu cuerpo.
- Vayamos a nuestro asunto, os lo ruego -hablas al fin- ¿Qué tenemos de lo
que os encargué?
- En primer lugar, quiero hacer constar que no veo la necesidad de hacer
esto, mi señor -comenta S'umba- El Dios Pantera elige a los que portarán el
manto en su debido momento. Así lo hizo con vos a la muerte del gran
T'Chaka, vuestro padre, y así ha sido siempre. No hay necesidad de buscar un
heredero. Además, se corre el riesgo de que el Dios no acepte nuestra
elección y no la sancione, con lo cual incurriríamos en su enojo y no sé lo
que podría pasar.
- Tengo en cuenta tus reticencias, suma sacerdotisa. Sin embargo dada mi
vida que está en permanente peligro, considero mi obligación preparar a un
heredero para no dejar un vacío de poder en Wakanda caso de mi muerte
repentina y violenta. Permíteme, pues, que pase por sobre de esas
reticencias tuyas. ¿Habéis encontrado a alguien digno?
- Bien -carraspea Kambeze. No sabes si él está de acuerdo con lo que ha
dicho la Sacerdotisa o no. Él suele encarar los asuntos desde un punto de
vista más legal y menos sacro, pero en este caso no dice nada y ello te
molesta- Todo apuntaría al hijo de vuestra prima M'Koni que vive y estudia
en New York. Como pedisteis es joven, inteligente, fuerte y atlético, gran
conocedor de las leyes y costumbres de Wakanda y al tiempo educado en una de
las más importantes ciudades del mundo occidental, con lo que su visión del
mundo y de las cosas será plural y no condicionado.
- Eso es importante, importante de verdad -musitas más para ti que para
ellos- El mundo ha cambiado. Quien no esté al tanto de las fuerzas que
mueven el mundo en la así llamada civilización occidental, no podrá llevar a
Wakanda con paso firme entre las tinieblas que nos deparan los años futuros.
- Nuevamente discrepo, mi señor -interviene la Señora de las Panteras- El
modo de vida occidental es erróneo. Es autodestructivo con el mundo y con
sus gentes. Caerá, destruido, tarde o temprano. No necesitamos ningún
acercamiento a...
- Habláis como uno del Culto del Gorila Blanco. -Ironiza Kambeze- ¿Acaso
N'Gamo os ha convencido para...?
- ¡Kambeze! ¡Os he tolerado muchas cosas pero no consentiré que me insultéis
de esta manera!
- ¿Estás de acuerdo con el candidato o no, sacerdotisa? -Interrumpes firme,
cansado de tanta discusión que a ti se te antoja sin sentido, puros juegos
palaciegos.
- Con respecto a vuestras condiciones, es la persona ideal, gran Pantera -
Agacha la cabeza sumisa, ritualmente.
Tu palabra es la ley, tu voluntad sigue siendo la que prevalece, y eso te
produce una pequeña satisfacción interior. Pero pasa pronto, y enseguida las
nubes vuelven a ensombrecer tu conciencia. Despides a ambos altos cargos de
Wakanda con intrucciones para Kambeze de que prepare un pronto viaje tuyo a
New York. Pero asimismo les informas de que nadie debe saber nada de la
búsqueda del heredero por el momento. Podría ser considerado como una
debilidad por parte del monarca, o como un síntoma de que alguna enfermedad
pone en peligro su vida... o como que el gran T'Challa pretende abandonar a
su pueblo, dice de repente Kambeze y detectas un tono de reproche, cosa que
ya hiciera en el pasado cuando se unió a los Vengadores. Asientes sin
complacencia, y cuando vuelves a levantar la cabeza la puerta ya se está
cerrando tras tus leales servidores. ¿Abandonar Wakanda? Jamás. Personificas
el país, tu pueblo toma voz a través de ti. Eres al tiempo una persona y un
estado. Ese es el destino de un Rey.
La noche ha caído. La luz eléctrica ilumina el palacio, y sin embargo las
antorchas cuelgan y arden en las paredes. Wakanda avanza en el tiempo sin
perder las viejas tradiciones y los viejos usos. Siempre te has sentido
orgulloso de ello, de esa capacidad de tu gente para absorber las cosas del
exterior sin perder su propia identidad como pueblo. Ese abrirse al mundo
sin dejarse abrir por él. Ese zambullirse en el mar de la globalidad sin
ahogarse en sus aguas. Aunque eso tenga como consecuencia que la vieja ley
tribal de la Hek'lla siga vigente, con sus tremendos defectos. De todas
formas, te excusas a ti mismo, lo que va a suceder mañana es algo
excepcional. Pocas veces la ley, que es justa como pocas, admite un caso
como el de la ejecución sumaria. No recuerdas cuándo fue la última vez que
ello ocurrió en Wakanda, y te duele egoistamente que haya tenido que suceder
bajo tu mandato. Te duele más a cada minuto que se acerca al amanecer. La
luna brilla blanca, inmaculada en el cielo, iluminando tu alma ensombrecida.
¿Qué te impulsa a hacer lo que vas a hacer a continuación? ¿Qué fuerza te
impele a bajar, escalón tras escalón, hacia la Cárcel del Palacio para
hablar con M'Baku? ¿Es remordimiento? ¿Es por darle una última oportunidad
de arrepentimiento? No lo sabes, pero hacia allá te encaminas vestido con tu
traje ceremonial de Pantera, el mismo que para los occidentales te
identifica como un super héroe.
El último guardia que se aposta frente a la puerta abre, y te deja pasar
tras una solemne inclinación de su tronco. Una vez en el pasillo, despides a
los dos soldados que guardan la sucesión de celdas vacías. Sólo hay una
ocupada. Los presos comunes tienen su lugar en la penitenciaria de Wakanda
Central y pocos han sido lo suficientemente importantes como para ser
mantenidos aquí en reclusión. M'Baku, por su poder, por su significación, y
en ultima instancia, por el destino que le aguarda, necesariamente había de
tener allí su lugar.
Cuando te acercas a su celda lo ves acurrucado en el fondo, con la cabeza
entre las piernas. ¿Sentirá miedo este hombre tan salvaje? Te respondes con
otra pregunta: ¿Quién no lo sentiría? Aún despojado del atuendo con el que
normalmente hace acto de presencia ante sus súbditos y enemigos, su figura
es imponente. Alto, fuerte, destila ferocidad por todos sus poros. Entiendes
realmente por qué hay tanta gente impresionada por él, y por sus palabras
que descarga a semejanza de sonoros rugidos tanto cuando alienta como cuando
desprecia e insulta. A pesar de que un potente foco ilumina toda la celda,
inexplicablemente su rincón está a oscuras. Quizás un reflejo de su alma
sombría, quizás las negras alas de la muerte, que ya se relame esperando su
fin, lo estén abrazando. Durante minutos sin fin lo observas en silencio,
sin que él dé muestras de notar tu presencia.
- ¿Porqué volviste, M'Baku? -Preguntas con voz cansada. Sin embargo el vacío
del corredor y el silencio absoluto hacen que tu voz retrone como una
tormenta.
Lenta, parsimoniosamente, alza la cabeza. Clava en ti sus monstruosos ojos.
No son ojos tristes, ni resignados, son ojos rebosantes de odio. Morirá como
vivió: orgullosamente.
- Volví para recuperar mi lugar, T'Challa. -Brama su voz, aunque su cuerpo
no hace el menor movimiento - Vine para encabezar la revolución, señor de
Wakanda. Mis gentes lo tienen todo preparado y sólo faltaba el lider para
guiarlos a la victoria. Por eso volví.
- Una jugada arriesgada en la que pierdes la vida. ¿Valía la pena?
- ¿Vale la pena la vida si no es para vivirla? ¿Vale la pena seguir adelante
si no caminas según tus propios pasos? No soy esclavo de nadie, mi vida no
está en manos de nadie salvo de los dioses. El exilio era para mí peor que
la muerte, te lo aseguro, cuando mi lugar estaba entre mi gente.
- Te comportas como un mesías. -Su forma de hablar te saca de quicio- ¿De
verdad piensas que eres el salvador del oprimido? ¿De verdad crees que soy
un tirano represor del pueblo de Wakanda? Puedes intentar engañar a la
gente, pero haznos un favor, no trates de jugar ese rol delante de mí. Sé
demasiado bien que no es más que una vuelta de tuerca más para esconder tu
avidez de poder y de riquezas. No tratas de salvar a nadie, sino de
encumbrarte a ti mismo.
- Mucha gente no piensa así. Ya lo descubrirás.
- Lo que yo he venido a saber es qué es lo que piensas tú. Sé que eres
inteligente, M'Baku, y codicioso, pero eso de que te creas el liberador del
pueblo es nuevo para mí. No acabo de creérmelo.
En ese momento se abren las puertas al fondo del pasillo. Dos criados
embotados en batas blancas arrastran un carrito con bandejas de comida y
botellas llenas.
- Mi última cena, T'Challa. El último deseo del condenado a muerte. ¿Me
harás los honores de acompañarme?
El rechinar de las ruedecitas del carro retumba por todo el pasillo,
cambiando de tono según pase por delante de celdas vacías o de las paredes
que las dividen. Ese ruido se te mete en la cabeza y te ofusca. Te pones
nervioso. ¿No pueden avanzar más deprisa? Se diría que el pasillo tiene mil
leguas de largo y que les cuesta una eternidad atravesarlo. Al final llegan
y destapan las bandejas, mostrando allí mismo los manjares que el condenado
ha pedido. Los cubiertos son de plástico y las botellas vienen ya abiertas
para que no haga falta usar sacacorchos, pues no hay que dejar ningún arma
posible al alcance de un ser tan peligroso. La seguridad funciona
perfectamente, como no podía ser de otra manera en el interior del propio
Palacio Real. Hundido en tus pensamientos te das la vuelta hacia la pared,
mientras ponderas cosas tan dispares como el sentido último de la vida y si
realmente un condenado a muerte es capaz de notar el hambre. No, realmente
no deseas ver el espectáculo de la bestia engullendo su última comida.
De repente te preguntas cómo van a arreglárselas para darle de comer. Y te
preguntas porqué no hay ningún guardia con estos criados, cuando es evidente
que habrá que abrir la puerta para introducir las bandejas. Te das la vuelta
enérgica, freneticamente, para encarar una visión que no tienes casi tiempo
de asimilar. Uno de los criados blande un cuchillo por encima de su cabeza
apuntando hacia tu espalda, mientras el otro está en trance de abrir la
puerta del Hombre Mono con unas llaves que evidentemente ha adquirido del
guardia de la puerta, al que habrá sin duda asesinado. Mientras esquivas el
cuchillo que te lanzan y éste se estrella contra la pared hecho añicos, se
responde una de tus cuestiones: son cuchillos de cerámica, imposibles de
localizar por los detectores de metales, pero igualmente mortíferos.
Decides saltar hacia el que está abriendo la puerta en tu afán de evitar que
el gran Mono se una a la refriega, pues entonces tus posibilidades de vencer
serían menos que mínimas. Pero como al tiempo tienes que tratar de evitar al
otro contrincante que blande un segundo cuchillo, apenas puedes hacer más
que empujarlo y apartarlo de la puerta. En su caída tropieza con el carrito
y todas las bandejas caen por el suelo con gran estrépito, mientras las
botellas se hacen añicos en una lluvia carmesí que cubre gran parte del
suelo. Te das vuelta rápidamente y un feroz golpe de puño en el rostro del
que te atacaba con el cuchillo le hace estallar la nariz y lo lanza contra
la pared opuesta a la celda en el estrecho pasillo, y una patada en la boca
del estómago deja ya completamente sin alientos y sin sentido a este
atacante.
Estás dispuesto a encarar al segundo de ellos, al que cayó primero, cuando
pierdes el equilibrio. Tus pies han resbalado con el vino que se ha
desparramado por todo el suelo, y, en un intento de mantener el equilibrio,
vas a dar con tu espalda contra la celda que ocupa M'Baku. El dolor en la
columna es lacerante, pero más lo es la enorme garra que te apresa el brazo
derecho a la altura de la muñeca. Ruge, el monstruo ruge de rabia, mientras
aprieta y te retuerce el brazo con su fuerza descomunal. Delicada situación.
Situación que se agrava cuando el que cayó contra el carro se levanta,
empapado en vino y cubierto de salsas grasientas, empuñando una nueva arma
de cerámica tan aguda como las de su compañero. Se abalanza sobre ti con
furia ciega, y no vas a poder saltar para evitarlo pues su jefe te tiene
sujeto con una presa que ningún hombre de este mundo podría soltar ni aunque
tuviera la fuerza de un toro. De la situación desesperada sacas la solución.
Donde no puede la fuerza, ha de actuar la astucia, y tu mente está entrenada
para mantener la calma y calcular todas las posibilidades aún en la más
desesperada de las situaciones. Dando un salto en el aire, contorsionas tu
cuerpo en una pirueta que te quita del camino del asaltante, aunque bramas
de dolor pues el Hombre Mono no ha soltado tu brazo y este se retuerce en
una posición casi imposible. Llevas tus huesos y músculos al límite, pero
consigues tu objetivo. El que se abalanzó sobre ti no tiene tiempo de frenar
y va a descargar su cuchillo a través de los barrotes de acero pulido de la
celda, hacia el corpulento M'Baku. Este no tiene más remedio que echarse
hacia atrás y, en consecuencia, liberar tu torturada muñeca, mientras su
secuaz se da de bruces contra las aceradas barras y deja caer dentro de la
celda su cuchillo.
Mientras está dolorido por el golpe, tú no te puedes permitir el lujo de
esperar a que el dolor tuyo se modere. Saltas sobre él, y desde su espalda,
le retuerces los brazos de tal manera que se le desencajan de los hombros.
Lanza un aullido que se apaga cuando un certero golpe en la base del cráneo
desconecta sus pensamientos y le hace caer inconsciente. Le has hecho un
favor, pues el dolor que estaba sintiendo debía ser insoportable, casi tanto
como el que te lacera la mano. Con la respiración agitada y agazapado en tu
posición de pantera al acecho, giras tu cabeza hacia la celda, donde ves al
Hombre Mono blandiendo el cuchillo. Grita y ruge, pero no puede hacer nada,
no puede salir. Está encerrado. Te relajas.
- Falló la jugada, M'Baku. -Declaras, jadeante, triunfante.
- ¿Quién iba a pensar que su majestad se dignaría a venir a visitarme? -Ríe,
nerviosamente, con una risa que raya en la locura- Pero tienes razón, todo
se acabó para este cuerpo -Deshace el cuchillo entre su mano apretándolo, y
la sangre le mana de la palma - Pero tus problemas no han hecho más que
empezar, ya lo verás. Puedes acabar conmigo, pero mi legado continuará.
Ejecutándome vas a avivar el fuego de la rebelión que ya late profundamente
entre mis seguidores.
Decides no escucharlo, y, arrastrando a ambos asaltantes cogidos de sus
ropas, te encaminas pasillo arriba hacia la salida, donde sin duda te
encontrarás a tus guardias asesinados. Más crímenes que apuntar a la nómina
del sanguinario que tienes encarcelado. Mentalmente te anotas que debes
hablar con W'kabi para reforzar la seguridad de esta zona del palacio, y
para alertarle sobre este inconveniente de las armas de cerámica. La
dualidad entre lo tradicional de los utensilios y lo moderno de los
detectores ha provocado este desajuste, como provoca otros tantos en tu país
para un pueblo que se debate entre dos culturas tan dispares. Habrás de
tener en cuenta más seriamente el asunto. Caminas, y tras de ti, el Hombre
Mono ruge agarrado a los barrotes y como tratando de sacar la cabeza entre
ellos:
- Recuérdalo, T'Challa. Hoy, al amanecer empezará una nueva era para
Wakanda. ¡Será la era del Mono!
Sigues caminando. Ya casi has llegado a la puerta. Y entonces resuena, en un
grito triunfal, una frase que no olvidarás durante mucho tiempo:
- Sí, Rey de Wakanda, ejecutándome no conseguirás nada, al contrario,
sobreviviré convertido en un símbolo, el símbolo de la libertad ¡La muerte
me hará eterno, T'Challa!
Y ríe, no para de reir, y esa risa se te mete en lo más profundo del alma y
te helará la sangre en el futuro, cada vez que la recuerdes...
Amanece en Wakanda. Desde tu fastuosa cama de sábanas de seda, sin haber
sido capaz de dormir esa noche más que a intervalos cortos y desazonadores,
oyes los gritos de júbilo de la multitud reunida en la Plaza de la Pantera.
La gente está contenta pues se ha cumplido la ley de la Hek'lla y un asesino
ha sido enviado al más allá, donde los dioses lo juzgarán con juicio
inmortal. Has cumplido con lo que el pueblo espera de ti, has sido el Rey
que desean. Pero, alto... ¿qué significa esto? ¿Son lágrimas lo que resbala
por tus mejillas, T'Challa? Sí, eres el rey, pero también eres un hombre de
honor, y como tal valoras la vida de todo ser que anda y respira por sobre
este mundo. Y, aunque sea una vida tan criminal como la del que acabas de
ejecutar, sabes que no hay ser humano tan vil que no merezca al menos que se
derramen unas lágrimas por él.
Te das la vuelta en la cama y te vuelves a dormir, esta vez profundamente. Y
quienes te conocen bien, saben que no han de turbar ese sueño hasta muy
avanzado el día, pues el peso de la corona y el manto cansan sobremanera,
incluso para el Hijo de la Pantera.
MENSAJES AL CORAZÓN DE LA JUNGLA
Saludos a todos. Mi nombre es Nurendil y a partir de este momento y al menos
durante doce números (si las ventas lo permiten J) voy a ser el guionistas
de la nueva serie de Marveltopia: La Pantera Negra. Es un personaje que me
apasiona, y en esta serie trataré de estar a la altura y darle el
tratamiento que se merece. Para cualquier pregunta, duda, crítica,
sugerencia, o cualquier cosa que os apetezca, escribid un Mensaje al Corazón
de la Jungla al correo nurendil@wanadoo.es . Responderé gustoso.