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Ultimate Blade

ULTIMATE BLADE #3
Llorando bajo la lluvia
Guión: Mariano Zapata

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Portada: Una silueta femenina flotando, desnuda, en el seno de un fluido sanguinolento. Su piel es blanca como la nieve, y está surcada por minúsculas venitas de color azulado.

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Prólogo 1

- Por los mil demonios del fin de los tiempos, Max -gritó la vampiro mientras se limpiaba con la mano la sangre que bañaba sus labios-, no puedo soportarlo ni un segundo más. Si no haces que "eso" se calle de una vez vas a tener que regresar al mundo de la soltería y las manualidades.

- Por favor, Destiny -suplicó el vampiro por enésima vez a la que había sido su compañera durante los últimos cincuenta años-. Le dije a Blade que le haría este favor, y no pienso joderle. Si habitualmente tiene que contenerse para no atravesarme el puto corazón con una estaca, imagínate lo que nos haría si descubriera que no he podido completar su encargo.

- ¿Lo que nos haría? -preguntó Destiny, airada, enseñando el recién recuperado blanco inmaculado de sus colmillos-. ¿Por qué me tienes que meter a mí siempre en tus fregados?.

- No quería decir eso, cariño -intentó explicarse él-. Lo que quería decir es...

- ... que como le pase algo a ese engendro, el cabrón de Blade te matará a ti y a todo el que se le ponga por delante, ¿verdad?. Así es como funcionan los cazadores de vampiros.

Max se llevó las manos a la cabeza y se mesó con fuerza de los cabellos. Destiny era, sin duda alguna, lo mejor que le había pasado nunca, ya fuera en vida o en muerte. Desgraciadamente a veces resultaba casi imposible razonar con ella, y se temía que ésta fuera precisamente una de esas ocasiones.

- Pero sólo serán un par de días, cielo -se defendió él-. En cuanto Blade regrese de su viaje se la llevará consigo, y no volveremos a verla u oírla nunca más.

- Más te vale que sea así, Max Carpenter, porque si dentro de dos semanas esa cosa sigue aquí, te juro que a la que no volverás a ver nunca más será a mí.

Dicho esto, Destiny dio media vuelta y abandonó la sala, dejando tras de sí a un preocupado Max.

- Joder Blade -exclamó-, ¿por qué siempre tienes que ir jodiendo la vida a la gente?.

Fin del Prólogo

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El olor a incienso llenaba sus pulmones y acariciaba su garganta. Su papel en el juego de Blade ya había acabado, y ahora había llegado el momento de volver a hacer la maleta y de regresar al hogar.

Aunque dicen que nunca se puede volver realmente a él espero que se equivoquen, se dijo la mística mientras cubría su oscura piel con una túnica de color rojo sangre.

¿Cuántas veces había conducido a un Blade al borde de la locura a un enfrentamiento que jamás podría ganar?. Demasiadas ya, mas no le quedaba otro remedio. Sus destinos estaban entrelazados desde el alba de los tiempos, y sólo cuando el hombre vampiro completara la misión por la que había sido engendrado tantas miles de veces ella sería liberada de la promesa realizada en tan aciago momento.

En fin, amigo mío. Espero que en esta ocasión el destino sea más amable contigo. Al menos, esta vez no acabaste con la chica en cuanto le pusiste la vista encima. Y eso es bueno para ti y para tu karma, compañero. Muy bueno.

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Cuando abrió los ojos sintió como si acabara de nacer de nuevo. Ni una vida repleta de dolor y tortura habría podido prepararla para un momento así. Cada sinapsis de su cuerpo parecía retorcerse en siniestra armonía, desgarrando sus entrañas y nublando su pensamiento.

Aturdida como estaba, lo primero en que reparó fue en el frío. Un frío áspero y terrible que le helaba hasta los huesos. Incapaz de dejar de temblar, siguiendo el vertiginoso ritmo que marcaban el castañeteo de sus dientes, la mujer trató de abandonar el mugriento lecho en el que su cuerpo reposaba. Sus piernas, débiles y tan temblorosa como el resto de ella, la condujeron directamente al suelo.

Un desgarrador grito, más propio de una bestia que de un ser humano, resonaba con fuerza insostenible en sus tímpanos. Tras unos minutos suplicando porque éste cesara comprendió al fin que era ella misma la que lo profería. No sin esfuerzo, acalló el visceral sonido que emanaba de sus propias entrañas.

El tiempo se deslizó en su incesante espiral, y su trascender trajo consigo la venida de la comprensión.

Si tu corazón no late, tu cuerpo está helado y una sed irresistible devora tu entendimiento, posiblemente estés muerta, cariño. O peor.

Cuando Max se decidió por fin a asomarse a la habitación, Diane ya había recuperado buena parte de su compostura. Había vivido toda su existencia mortal temiendo al lobo que habitaba en ella, ¿sería acaso tan diferente temer aquello en lo que se había convertido ahora?.

- Tienes buen aspecto, muchacha -mintió el vampiro-. Soy un amigo de Blade. Él te trajo aquí.

- Lo sé -respondió ella sin mirarlo siquiera-. Yo estaba muerta y él me hizo una de vosotros. Y ahora tengo sed -agregó volviéndose hacia él.

Max sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Los recién nacidos solían ser impredecibles, y no se guiaban más que por la sed.

- Tendrás que aguardar un rato -repuso Max, enmascarando su miedo con una pose de matón de instituto-. Aún es de día.

Diane sonrió. Prefería mil veces arder en los fuegos del infierno que aguantar un segundo más la sequedad de su garganta. Con sobrehumana velocidad, apartó a Max de la puerta de un empujón y se dirigió a la salida que no debería conocer. Sin dudar, traspasó el umbral de la sucia vivienda. Los rayos del Sol bañaron su cuerpo, y Max gritó como nunca antes lo había hecho.

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La conciencia de Blade se disipaba tan rápidamente como la sangre de sus adversarios manaba de sus mutilados cuerpos.

Las criaturas, una grotesca mezcolanza de hombre lobo, demonio y vampiro, protegían a su amo y señor con la mayor de las fidelidades imaginable. Al fin y al cabo, él les había dado el remedo de vida al que no sentían necesidad alguna de aferrarse.

Con el brazo derecho cercenado a la altura del codo y multitud de laceraciones de diversa consideración surcando el resto de su anatomía, Blade se sostenía en pie por pura fuerza de voluntad. Si el momento de volver al lugar del que nunca debió salir había llegado, la bestia que latía en su interior no lo aceptaría si no era luchando.

Una de las criaturas consiguió burlar las debilitadas defensas del que antaño fuese algo menos que un hombre y lo agarró con fuerza por la espalda. Inmediatamente, mientras trataba de zafarse de su presa, otro de aquellos seres clavó sus afilados colmillos en su único brazo íntegro. Una oleada de dolor atravesó el cuerpo de Blade cuando su mano izquierda fue desarraigada del lugar que solía ocupar.

Después de aquello, todo sucedió demasiado deprisa. Centenares de dientes afilados y aviesos atravesaron cada centímetro de su piel de azabache. Mas ni eso fue suficiente para que su cuerpo le ofreciese el don de la inconsciencia.

Despedazado, como un gato atropellado en una carretera por la que circulan demasiados camiones, fue arrastrado a través de sus propias vísceras hasta la presencia de su padre.

Blade hubiese dado cualquier cosa por tener la ocasión de dedicarle unas últimas palabras al ser que lo había engendrado, pero ya no le quedaba garganta con la que poder articular sonido alguno.

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- Menuda hija de puta -exclamó Destiny al contemplar como Diane se dejaba acariciar por las últimas luces del atardecer-. ¿Qué se supone que es? -inquirió, dirigiéndose a Max-, ¿una supervampiresa o algo así?.

- Eso parece -respondió ella, dirigiendo la vista a la sorprendida pareja que, al amparo de las sombras de su hogar, la observaban sorprendidos-. Supongo que si Blade no era exactamente un vampiro como vosotros su "descendencia" tampoco tenía porqué serlo.

- ¿Su descendencia? -preguntó Max, más asustado que intrigado-. ¿Hay más como tú?. Diane sonrió, y por una fracción de segundo volvió a ser la mujer que fuera.

- No -aclaró-. Yo soy la primera. Él nunca lo había hecho antes.

El Sol desapareció tras las brumas del lejano oeste mientras ella hablaba, y la oscuridad reclamó el lugar. Max y Destiny se unieron a Diane y emprendieron camino hacia la ciudad.

- ¿Eres también como Blade respecto a los humanos? -preguntó esperanzada Destiny, que no mordía a uno desde hacía ya demasiado tiempo.

Diane le dedicó una divertida sonrisa.

- Me temo que sí, pequeña. Me temo que sí.

- No sé porqué, pero estaba segura. Menuda mierda.

- Créeme -replicó Diane, arrugando la nariz-, sería una mierda mucho mayor si yo te viera hincarle el diente a uno de ellos.

- Pero que Blade -se lamentó la vampiro, mirando a su pareja-. El muy cabrón nos ha endilgado a una puta amante de los humanos...

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Dos semanas más tarde. Murcia. España.

Hasta el último aliento, la quinceañera creyó que lo único que perdería en esa habitación aquella noche sería la virginidad.

El gallardo joven que tan dulcemente la había conquistado apenas una hora antes, el amable joven que tan delicadamente se había abierto paso a través de su cálido interior, tan pronto hubo consumado la relación, pareció volverse loco.

Todavía dentro de ella, sus manos sobaron lascivamente sus pechos, a la vez que su rostro comenzaba a cambiar. Por imposible que le pudiera parecer a la jovencita, sus rasgos abandonaron todo lazo con la humanidad a ojos vista. Sus brazos se tornaron más fibrosos y velludos, afilados colmillos ocuparon el lugar de sus dientes de anuncio de dentífrico, y la parte de él que seguía en su interior creció a tal velocidad que la chica creyó que su vientre estallaría.

María, pues ese era el nombre de la adolescente, lloraba y gritaba, tratando de quitarse de encima a la bestia que la inmovilizaba, pero cada arañazo en su monstruoso rostro no hacía más que aumentar el ritmo de sus arremetidas. Desesperada, María pronto desistió de su empeño por liberarse y le dejó hacer.

Perdida la cuenta del número de veces que aquel ser había eyaculado dentro de ella, la quinceañera recibió con gratitud el dolor punzante de sus colmillos clavándose en la tersa piel de cuello. Traspasado ya el umbral de la necesidad de la existencia, sólo la muerte podría calmar el húmedo tormento que comprimía su vejiga.

Cuando su consciencia se desvanecía, María cerró los ojos. Pensó en su madre, en su padre, en su hermana de dieciocho años que tantas veces le había recomendado retrasar aquel momento el mayor tiempo posible. Pensó en la primera vez que sus piernas habían temblado al alcanzar el solitario clímax.

Justo entonces, en el mismo instante en el que su corta vida pasaba ante sus ojos cerrados, la presión que sentía sobre ella desapareció. Exhausta y aturdida, un hilillo de amarillento fluido comenzó a correr entre sus piernas, salpicado de minúsculas partículas de un blanco polvoriento.

- Ya puedes abrir los ojos, muchachita -le dijo una femenina voz de extraño acento-. Lo he devuelto al lugar del que nunca debió extraviarse.

María abrió los ojos, y la más hermosa mujer que jamás había visto apareció ante ellos. Su piel era blanca como la nieve, el iris de sus hermosos ojos verde como la hierba, su pelo dorado como el oro.

- ¿Eres un ángel? -preguntó con voz débil y rota, alzando su mano derecha hacia la bendita aparición.

Diane no pudo reprimir un suspiro. En las últimas dos semanas la habían llamado muchas cosas, pero jamás hubiera imaginado que alguien podría confundirla con un ser celestial.

- No, cielo -respondió, tomando la sudorosa mano de la chica entre las suyas, frías y ásperas-, pero soy algo mucho mejor que eso. Soy una amiga.

Y María supo que decía la verdad.

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Tras un par de días en la ciudad condal, Diane tuvo que terminar por aceptar que había perdido la pista. Las vivencias de Blade que la habían impregnado al volver a nacer la habían llevado hasta allí, pero ahora, sentada en una veraniega terraza con una cerveza bien fría en la mano, ya no sabía qué hacer.

Había albergado la esperanza de que si seguía los pasos de él terminaría por encontrarlo. Esperanza tan vana como infundada, por lo que parecía. Y si Mahoma no podía ir hasta la montaña, ¿iría la montaña hasta Mahoma?. Diane confiaba en que así fuera.

En una mesa contigua a la suya, una mujer de mediana edad sostenía uno de los periódicos de mayor tirada de la región, La Verdad. Entre sus titulares, llamaba clamorosamente la atención uno que tenía que ver con la desaparición de un buen número de niñas de entre doce y quince años.

Al caer la noche, las calles del centro de Murcia se llenaron de juvenil entusiasmo. Miles de jóvenes de diferentes razas y edades tomaron cada rincón de la multitud de tascas que se concentraban junto a las antiguas instalaciones de la universidad pública de la ciudad.

Ajena a todo el jolgorio nocturno, Diane permanecía estoicamente sobre la azotea del viejo edificio. Vestida con tan sólo unos desgastados vaqueros azules y una camiseta de tirantes de color azul marino, la brisa de la noche azotaba su cara con su propia melena dorada. Ella, no obstante, no sentía frío alguno. Al menos, no más del que sentía a todas horas. Sólo habían pasado unas semanas, pero la calidez reconfortante de los latidos de su corazón le resultaba ya tan lejana como la más distante de las galaxias.

Sus ojos escrutaban con pausada calma las caras y los cuerpos de todos aquellos que paseaban bajo sus pies, en busca del rostro broncíneo de Blade.

Como tantas otras noches, éste no apareció.

Asumiendo la futilidad de su vigilia, la vampiro se disponía a volver a su hotel cuando, al igual que la noche anterior, un aroma familiar asaltó su pituitaria.

- En fin, chica -se dijo a sí misma-. Parece que esta va a ser una noche completa.

Lentamente, se acercó hasta el borde de la azotea y, cuan suicida, se dejó caer. Su cuerpo descendió los veinte metros que lo separaban del suelo con insospechada gracilidad. Si alguien hubiera alzado la vista al cielo, la hubiera tomado por cualquier cosa menos un ser humano.

Sin perder ni por una fracción de segundo a su presa de vista, Diane atravesó buena parte del centro de la ciudad hasta llegar a un solitario edificio en construcción. En realidad, podía haber acabado con la vampiresa antes incluso de que ésta se apercibiera de su presencia, pero si pensaba quedarse un tiempo en la ciudad ya era hora de que hiciera las preguntas pertinentes a uno de sus habitantes inhumanos.

- Vamos, encanto -decía la vampiresa a una joven de no más de catorce años excesivamente maquillada-, no te dolerá. Te doy mi palabra.

- Sí, lo sé -repuso la chiquilla mientras guiaba con sus manos la cabeza de la vampiresa de pelirroja melena por debajo de su cintura-. Sólo me preocupa que no seas más que fachada y no sepas una mierda de cómo se hace esto.

No dispuesta a aguantar un momento más una situación como ésa, más por tedio que por otra cosa, Diane hizo al fin acto de presencia.

Con una economía de movimientos de la que Blade, pese a todo su entrenamiento, nunca había hecho gala, tomó a la vampiresa por el cuello y la lanzó contra un montón desordenado de ladrillos a una decena metros de distancia. Mientras ésta aún estaba en el aire, Diane sacó una estaca de madera de su pantalón y la puso sobre el corazón de la chiquilla que, asustada, comenzó a llorar desconsoladamente.

- Oh, por favor -exclamó, frunciendo el ceño-. Por un momento me habías engañado, pero echas una peste a vampiro que no hay quien la aguante. A decir verdad -agregó-, realmente no hay quien la aguante, así que...

Con apenas un empujoncito, la afilada punta de la estaca atravesó la delgada tela del top blanco de la vampiresa adolescente, sin detener su avance hasta atravesar su corazón.

- Joder, menudo polvo tenía esta chavala -dijo Diane socarronamente, dirigiéndose a la vampiro que, con un hombro dislocado y una pierna rota, trataba inútilmente de ponerse en pie y escapar-. Espero que tú seas más consistente, amiguita.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Diane se acercó hasta su presa y la tomó del cuello, levantándola en peso.

- Y ahora, pelirroja, me parece que ha llegado el momento en el que tú empiezas a largar todo lo que creas que pueda interesarme. Si te portas bien y no intentas meterme mano lo mismo te dejo con vida y todo.

- ¿De verdad? -preguntó la vampiresa temblando.

- Bueno... que demonios. Un día es un día, ¿no?. Además, estoy de buen humor, y cosas más raras se han visto, ¿no crees?.

CONTINUARÁ

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CORREO DE LOS POSIBLES LECTORES

Bueno, bueno. Tras dos primeros números un poco dubitativos, empieza la marcha, ¿no?. Como era de esperar, la lobita por la que se coló Blade ha resultado ser un personaje de una cierta entidad y trascendente para el futuro (por llamarlo de alguna manera) de la serie.

Hasta ahora, la impresiones que me han ido llegando remarcaban cosas que yo ya suponía que chirriaban sobremanera respecto a las demás. A saber: lenguaje un tanto "florido" en demasía, no demasiada acción (especialmente en el segundo número) y, sobretodo, una cierta apatía hacia el pobrecito Blade. En fin, os doy mi palabra de Marianito de que trataré de incidir especialmente en esas cosas. Espero que este tercer número marque en cuanto a eso un punto de inflexión... al igual que espero vuestros comentarios en faradayharris@hotmail.com

Respondiendo un poco a cuestiones puntuales que me han sido planteadas, diré que:

1.- La Agatha del número dos NO es la versión ultimate de la viejecita que tanto disfrutaba haciendo de canguro del pequeño Franklin Richards. Para ser sincero, lo único que tiene de ella es el nombre, pero más como homenaje que otra cosa.

2.- El padre del Bladecillo podría ser o no ser quién tú comentas, amigo del que no recuerdo el nick (la memoria de Claremont al lado de la mía es fotográfica, jeje).

3.- ¡Por Dios, léete el número 1, que era más gracioso que el segundo!, colega sin ganas de hacerlo porque el 2 te pareció un coñazo. ¡Y léete este tercero, auque sea sólo para poder odiarme con motivos fundados y manifiestos, jejeje!.

En fin, eso es todo por hoy. Aguardo con contenida impaciencia vuestras apreciaciones personales (que jamás compartiré, por supuesto, bwa ha ha!!!!) y confío en que, antes o después, alcance un nivel suficiente para ganarme vuestro interés.

¡Hasta que el fin de los días marque con sal y pimienta la ensalada de vuestras vidas, muchachos y muchachas!.

MarianoSolo (aka El pollito espacial)

 
 
   
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