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Picado por una araña radiactiva, el joven Peter Parker adquirió poderes increíbles, y bajo el nombre de Spider-Man se dedica a salvar al mundo de toda clase de amenazas...
 
Ultimate Spider-Man

ULTIMATE SPIDER-MAN #5
Origen V
Guión: Israel Huertas

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El edificio Oscorp relucía en las afueras de New York al amanecer. Norman Osborn, brillante ejecutivo que había levantado un imperio de la nada a base de esfuerzo y tesón, y algún que otro método algo menos lícito que mantenía bien oculto bajo la impresión de un notable hombre de negocios, entró en las oficinas y subió con su ascensor privado hasta su despacho. Su asistente, una mujer de unos treinta años de aspecto pulcro y reservado, le recibió con un pliego de notas urgentes, relativas a varios de los proyectos gubernamentales que actualmente estaban desarrollando. Luego, como de costumbre, volvió a su mesa cuando su jefe entraba en el despacho. Norman Osborn cerró la puerta y encendió la luz, dado que las cortinas estaban completamente echadas y no se veía más que el fulgor azul que la luz del sol arrastraba al interior a través de la tela. En su mesa, apoyado en ella con los brazos cruzados, Otto Octavius esperaba. Llevaba una raída gabardina verde sin abrochar, entreviéndose un severo vendaje en la zona del estómago.

- Otto - dijo Osborn con frialdad e indiferencia, ocultando la pequeña punzada de temor que empezaba en su cerebro -. Vaya, creía ... bueno, no se sabía nada de tí desde el accidente.

- Sí, desde mi curioso accidente - Octavius lanzó la calabaza explosiva a los brazos de Osborn -. verás, resulta que varios de estos "aparatitos" estaban desperdigados, rotos, por mi laboratorio. Llevan el logo de tu empresa.

- Menuda casualidad, ¿no crees? - dijo Osborn, balanceando la bomba de mano a mano -. Pero mi empresa fabrica muchas cosas, ya sabes. Tenemos mucho trabajo.

Entonces, lanzó la bomba hacia Octavius para que este la cogiera. El científico alargó entonces uno de los brazos metálicos que ocultaba, que rasgó el lateral de la gabardina al salir, cogiendo el artefacto.

- Verás - dijo Octavius, sonriendo-, no sé si fue la explosión o la mezcla de esta con el suero pero ... han habido cambios.

Los otros tres brazos salieron de pronto de su escondite. Uno cogió el cuello de Osborn, otro sus piernas y, el último, uno de sus brazos. En un ágil movimiento, le subieron por los aires y lo acercaron al doctor.

- El suero es mío, Norman. Yo lo ideé y lo fabriqué y esta no es la primera vez que intentas robármelo.

- Lo diseñaste en mis laboratorios, trabajando bajo una nómina de mi empresa, así que me pertenece.

- No lo vuelvas a intentar, Norman. Jamás. Ni tú ni tu lacayo que tantos beneficios te ha dado robando secretos a otras empresas.

Octavius soltó a Osborn, que cayó al suelo de culo. Luego, uno de los brazos metálicos rompió una de las ventanas del despacho y Octavius se encaramó a ella. Antes de irse, miró a Norman y dijo:

- Jamás, Norman. O habrán consecuencias.

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Peter Parker pasó el resto de la tarde dando saltos por la ciudad. Estaba extasiado ante el beso de Gwen y casi había olvidado lo sucedido la noche anterior. A veces, soltaba alguna hebra de red y se columpiaba con ella, descubriendo que la confianza que la chica le había dado le hacía mucho más ágil en el uso de sus recientes poderes.

No podía parar de revivir ese beso, una y otra vez. Gwen estaba interesada en él, y eso era lo más grande que le había ocurrido jamás. Le daba una perspectiva nueva de todo lo que le estaba ocurriendo últimamente. Había decidido contarle a sus tíos lo que realmente le había ocurrido en el accidente. Los poderes que había conseguido e, incluso, lo que había intentado hacer la noche anterior, por más que eso les hiciera sentir decepcionados. Pero le querían, y les debía la verdad a cualquier precio. Ellos se lo habían ganado. Por supuesto, el camino hasta el infierno está plagado de buenas intenciones, y el destino siempre golpea cuando menos te los esperas.

Cuando Peter vio los coches patrulla apostados en su casa, la noche ya había caído. No era consciente de cuanto tiempo había estado corriendo por ahí, feliz y ajeno al resto de sus problemas. Corrió para entrar en su casa, pero un agente de policía le cortó el paso.

- No lo entiende - se explicó Peter -. ¡Vivo aquí! ¡Esta es mi casa!

Entonces le dejaron pasar. Por la puerta salía una camilla que llevaba un cuerpo completamente cubierto con una sábana. Horrorizado, Peter se acercó corriendo y quitó la tela. Entonces vomitó y cayó de rodillas al suelo.

- ¡No! - repetía-. ¡No puede ser!

- Peter - le dijo entonces una voz suave desde el interior-. ¡Oh, Peter!

El muchacho se levantó como pudo. No entró, pues seguía mirando el cuerpo inerte de la camilla.

- ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?

Una mano le cogió por el hombro y le hizo volverse. Peter notó como le abrazaban fuertemente y unas lágrimas, que no eran suyas, empezaron a verterse sobre él. Peter abrazó también, herido con tanto dolor que creyó que jamás podría sanar. Luego, se apartó levemente y miró hacia arriba. Con ojos encharcados, logró preguntar de nuevo:

- ¿Qué ha pasado?

Los enfermeros de la camilla volvieron a tapar el cuerpo y lo llevaron a la ambulancia a una orden de uno de los agentes de policía. Peter seguía sin recibir su respuesta.

- Se que no es buen momento - dijo el policía al mando -, pero tenemos al tipo rodeado en un almacén a dos manzanas de aquí. Le cogeremos, se lo prometo.

Ben Parker soltó un momento a su sobrino y estrechó la mano del policía.

- Gracias, eso es ... - volvió a abrazar a Peter y, luego, se desmayó.

Un par de policías se lo llevaron adentro y le tumbaron en el sofá mientras un enfermero se disponía a atenderle.

Peter no esperó. Subió corriendo a su cuarto, sus lágrimas ya de ira más que de dolor, y se puso la ropa de la noche antes. Nadie vio como escapaba por el tejado, rumbo al almacén, siguiendo las luces de los coches de policía que iban para allá.

Fuera quién fuera aquel tipo, acababa de robarle a su tía. Una de las personas que más le habían dado en su vida y ya no estaba. Alguien lo pagaría esa misma noche, al precio que fuera.

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Entretanto, Octavius había regresado a su almacén unas horas antes, tras recoger todo lo que pudo salvar de su laboratorio. Pretendía retomar sus investigaciones y, de paso, demostrar el tipo de hombre que era Norman Osborn.

Estaba colocando alguna de las muestras recuperadas en una caja de cartón cuando una explosión derrumbó el techo del almacén sobre él. Sus brazos intentaban protegerle, pero caían demasiadas vigas. Una nueva explosión, hizo extremecerse el suelo, y Octavius cayó a través de él.

Incorporándose como pudo, retirando varias capas de madera quemada, el doctor consiguió salir al aire de la noche sólo para ver al Duende Verde escabullirse en el cielo sobre su deslizador.

- Muy bien, Osborn. Si quieres guerra, guerra tendrás.

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El almacén no tenía pérdida. Estaba abandonado hace años, cuando el matadero que lo frecuentaba quebró. Los niños del barrio jugaban allí hasta que se llenó de yonquis. Luego la policía lo limpió, pero fue precintado y ya nadie iba por allí. Excepto un ladrón desesperado huyendo a la carrera tras cometer el peor error de su vida.

Desde un edificio de enfrente, Peter veía unos seis coches patrulla apostados frente a la entrada. Uno de los policías, megáfono en mano, intentaba que el ladrón se entregase, pero este tenía otros planes. Oculto en las sombras de una ventana, gritaba sus demandas a las autoridades:

- ¡Quiero un coche rápido!¡Uno de esos japoneses!¡No, no, mejor un helicóptero!¡Y no quiero ver un solo pies planos cuando salga!

A Peter le pareció una escena ridícula. Esto se tenía que acabar. Su tía tenía que ser vengada.

Se coló por un respiradero en la azotea, sin que nadie le viera, cubierto por las sombras. Intentó no hacer ni un sólo ruido mientras se desplazaba por las paredes pegándose a ellas con las manos. Ni siquiera se permitía unos momentos de asombro por los poderes que le permitían hacerlo.

De pronto, vió al ladrón. Estaba de espaldas, gritando tonterías por la ventana. Era cuestión de minutos que la policía se cansara y decidieran entrar a saco, pero era Peter quién tenía una cuenta que saldar.

- No vas a ningún lado, asesino - dijo desde las sombras.

El ladrón se giró, apuntando a dónde creía que venían las palabras. Estaba muy asustado y temblaba.

- ¿Quién está ahí? ¡Dije que no entrara ningún poli!

Un chorro de red cogió la pistola y el brazo del ladrón y le lanzó contra una pared.

- Bien, porque no soy un poli.

Peter saltó al suelo, frente al ladrón, y este pudo ver de nuevo unas ropas que ya conocía de la noche antes en la tienda de electrónica.

- Eres tú -dijo el ladrón mientras el mundo de Peter, al reconocerle por fin, se hacía pedazos de nuevo, por segunda vez esa noche-. Échame una mano. Saldremos juntos y nos repartiremos la pasta.

- N-No es posible - tartamudeó Peter-.¡No puede ser verdad!

- Ey, tranquilo, tío. Tu haz tu magia y no habrá pasado nada.

El ladrón salió disparado hacia otra de las paredes ante el tremendo bofetón que el muchacho acababa de propinarle. La pistola se disparó y, al oírlo, los policías de abajo empezaron a moverse para entrar.

- Pero, ¿qué te pasa, colega? - dijo el ladrón, mientras buscaba a tientas su pistola por el oscuro suelo-. Te daré pasta, lo juro.

Peter le cogió por las solapas y le atizó un par de puñetazos más.

- ¡Has matado a una mujer increíble, cabrón!¡No quiero pasta, quiero tu vida!

Y le alzó con una sola mano mientras preparaba la otra para un golpe definitivo. El ladrón estaba aterrorizado, hasta el punto de mojar los pantalones y empezar a llorar. Peter se dio cuenta entonces de lo que iba a hacer. No era el ladrón quién debía morir, sino él. Era culpa suya que May muriera. El le ayudó a escapar la noche antes y ahora ... ¿iba a matarlo?

Aterrado por su propio comportamiento, tiró al ladrón al suelo y lo envolvió con telarañas.

La policía lo encontró allí, llorando, pero no hallaron ni rastro de quién lo detuvo, aunque, más tarde, en comisaría, el ladrón les daría una descripción que ya tenían de un altercado con otros agentes una noche atrás.

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Cuando Peter volvió a casa, ya no había policías ni enfermeros ni forenses. La casa estaba vacía y en silencio, tan muerta como su tía. Estaba amaneciendo.

El muchacho se quitó la máscara y se echó a llorar en su cama. Acababa de perder a su segunda madre, por culpa de un error estúpido que jamás debió cometer, y eso le roía las entrañas.

De pronto, cayó en su tío. Debía estar destrozado y se había desmayado justo antes de que él se fuera. Fue a la habitación de este y vió que estaba tumbado en la cama, con la misma ropa puesta aún. Iba a cerrar la puerta cuando su tío levantó un poco la cabeza de la almohada.

- ¿Peter? ¿Eres tú, hijo?

- Soy yo, tío Ben. No quería molestarte.

- ¿Qué vamos a hacer ahora, Peter? Ella era toda mi vida.

Peter contuvo como pudo las ganas de llorar ante las palabras de su tío. Decidió que era hora de enfrentarse a él, le perdonara o no. Entró en la habitación y se sentó en la cama, al lado de Ben, y dijo:

- Tío Ben, hay algo que debo contarte.

Y se lo contó todo.

Continuará...

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ENTRE REDES

En fin, eso es todo de momento. Hablaremos más adelante.

 
 
   
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