Thor #505

Thor #505Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.

#505 – Falta de fé III
¿Qué está pasando?

Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 20 – 12/99


PRÓLOGO

– Entonces, ¿estamos decididos?

– ¡Sí! -respondió una multitud de voces firmes y resueltas.

– Muy bien. Dentro de poco, Thor y los demás asgardianos sabrán de nosotros y conocerán nuestras intenciones. Esperemos que, a partir de entonces, nada vuelva a ser igual para ellos… ni para nosotros.

FIN DEL PRÓLOGO.


Thor contemplaba en silencio a su dormido padre. Después de una semana sin beber -lo que le había costado no pocos esfuerzos a él mismo y a Red Norvell-, Odín iba recuperando poco a poco la dignidad que correspondía al Padre Universal, el supremo gobernante de Asgard, hogar de los Dioses Nórdicos.

Se disponía a despertarle cuando sintió unos pasos a su espalda. Se volvió y vio acercarse al fiel mayordomo de los Vengadores.

«Jarvis si que es un verdadero héroe. Él si que representa los ideales que impulsaron la creación de este grupo, más aún que cualquiera de nosotros«, pensó.

– Perdone, señor Thor…

– ¿Sí, leal Jarvis? ¿Qué es lo que os turba?

– Verá, señor. Se ha encendido el piloto de alarma en el monitor de vigilancia, y como no los demás Vengadores no están en la Mansión… (1)

– No digáis más, amigo Jarvis. Voy inmediatamente para allá.

Uniendo la acción a la palabra, Thor recorrió a grandes zancadas la distancia que le separaba de la sala de monitores, mientras Jarvis jadeaba a su espalda intentando mantener el rápido paso del inmortal.

– Hola, Thor -dijo Red Norvell, cuando entraron en la sala-. Parece que tenemos un buen pitote montado ahí fuera…

– ¿Qué es lo que sucede? -preguntó Thor.

– Esos tipejos de la Brigada de Demolición. Estaban atracando un banco en Queens y ha llegado la policía, pero parece que los chicos de azul no pueden con ellos.

– No es extraño que los servidores terrestres de la Ley sean incapaces de detener a semejantes rufianes, pues sus energías provienen de la magia asgardiana. Parece que es tarea mía el detenerlos, pero… -se detuvo, titubeando.

– ¿Pero? -inquirió Norvell.

– Me preocupa mi padre. No quisiera dejarle solo, ahora que hemos conseguido que dejara de beber.

– No te preocupes, Thor -dijo Red-. Yo vigilaré al viejo.

– Gracias, Red. Sois un verdadero amigo.

– No es para tanto, rubiales. Y…

– ¿Sí?

– Dales algunos martillazos en mi nombre, ¿eh?

– Descuidad, Red. Así lo haré.

Saliendo al jardín, Thor hizo girar su martillo, forjado del metal místico de Uru, más y más rápido. Cuando hubo alcanzado la velocidad suficiente, despegó del suelo y se dirigió hacia el lugar del tumulto. Conforme se acercaba, comenzó a escuchar el ruido de la refriega: los disparos de los policías, el zumbido del arma que daba su nombre a Bola de Trueno, el ruido de los cascotes estrellándose contra el suelo… La ira aprisionó su estómago como una garra fría, y sintió que la cólera crecía en su interior. No era digno ni apropiado que los que habían ostentado unos poderes cuyo origen último era asgardiano(2) cometieran fechorías tan bajas y ruines.

Thor descendió detrás de la barricada que los policías habían formado con sus coches , intentando detener en vano a la Escuadra de Demolición; pero Destructor, Bola de Trueno, Martinete y Bulldozer eran demasiado para ellos.

Cuando se posó en el suelo, un hombre adusto vestido con una gabardina raída se acercó a él.

– Bienvenido, Thor. Soy el teniente Peter Churchesten, al mando de la operación.

– ¿Podría informarme de qué es lo que ha sucedido?

– Desde luego. Verás, la Escuadra había entrado a robar en el banco vestidos de paisano, aprovechando que estaba cerrado por ser la hora de comer. Hicieron un agujero desde el callejón de detrás para entrar en la cámara acorazada. Pero no se dieron cuenta de que habían activado las alarmas, así que estaban todavía llenando los sacos cuando llegaron un par de dotaciones de la policía.

– ¿Cómo es que no escaparon por donde habían entrado?

– ¡Oh, eso! Bueno, las cámaras del sistema de vigilancia del banco nos permitieron saber quién era el que había activado las alarmas, así que también rodeamos ese callejón. Y Código: Azul está ocupado ahora y no puede acudir, por lo que todo lo que somos capaces es de contenerlos.

– No os preocupéis. Yo les detendré -dijo Thor, y avanzó resuelto.

Al principio, los cuatro villanos estaban demasiado ocupados en destrozar lo que les rodeaba que no advirtieron su presencia. Pero cuando el dios del trueno alzó su voz, se quedaron quietos en el sitio.

– ¡Deteneos, rufianes! En nombre de la Justicia, os conmino a que depongáis vuestra actitud y os entreguéis sin resistencia a las fuerzas del orden.

Un coro de salvajes risotadas ahogó sus últimas palabras.

– ¡Qué gracioso, el melenas! ¡Cree que vamos a rendirnos así por las buenas! -dijo Bulldozer.

– ¿Tú y que ejército, rubiales? -le preguntó, zumbón, Martinete.

– ¿De qué vas, héroe? -le preguntó Destructor-. Tú eres sólo uno… ¡y nosotros somos cuatro!

Sólo Bola de Trueno, con gran diferencia el más inteligente de todo el grupo, guardó silencio. A diferencia de sus compañeros, el no había olvidado que en las anteriores ocasiones en las que se habían enfrentado al asgardiano, éste siempre había salido victorioso.

«Preferiría no pelear, puesto que nuestra derrota es casi segura«, pensó. «Pero mucho me temo que con esta panda de gaznápiros no me va a quedar otro remedio. ¡Demonios! ¿Por qué me habré unido otra vez con ellos?«. Había parecido muy fácil cuando Destructor les habló de su plan. «Sin riesgos«, dijo. «Es pan comido, chicos. Entrar, coger el dinero y largarnos. He vigilado el banco durante un mes y siempre está vacío de una a tres«.

«¡¡Joder!! Al muy bruto se le olvidó comprobar los sistemas de alarma silenciosa«, rezongó Bola de Trueno para sí. «Bueno, la suerte está echada. Esperemos que dure poco esta vez«.

Thor aferró su martillo con ambas manos y se concentró, cerrando los ojos. Mentalmente, ordenó a Mjölnir que absorbiera las energías asgardianas que daban sus poderes a la Escuadra de Demolición. El aire crepitó con las energías místicas. Thor abrió los ojos… sólo para ver que nada había ocurrido. Los cuatro malhechores permanecían en pie, aparentemente indemnes.

«¿Qué habrá ocurrido?«, pensó el dios del trueno. «¿Habrá perdido Mjölnir sus poderes?«.

– ¿Qué ocurre, alitas? -la voz de Destructor le devolvió a la realidad-. ¿Decepcionado? No te preocupes, que te quitaremos la decepción… ¡a golpes!

Los cuatro avanzaron en forma de abanico, para que el dios del trueno no pudiera abarcarles a los cuatro de un vistazo. Bola de Trueno hacía girar la bola que le otorgaba su apodo, mientras que Destructor golpeaba su palanca contra la palma de su mano, con una sonrisa torcida. Martinete hacía crujir sus nudillos, y Bulldozer hacía oscilar la cabeza a derecha e izquierda, para desentumecer los músculos del cuello.

De repente Thor se lanzó hacia adelante, cargando decididamente contra Destructor. No sólo porque le consideraba el más poderoso de los cuatro, como receptor inicial de los poderes asgardianos que compartieron y el que más tiempo los había poseído, sino que también era el cabecilla (aunque, de cuando en cuando, Bola de Trueno manifestaba en alta voz sus objeciones a este extremo); eliminándole, mataba dos pájaros de un tiro. Echó su brazo hacia atrás para descargar con su martillo un golpe de arriba abajo, pero Destructor cruzó su palanca ante él y la sostuvo con ambas manos. Aunque a duras penas, logró detener la trayectoria de Mjölnir.

Con los músculos en tensión, ambos contendientes empleaban todas sus fuerzas en el empeño: Thor, para romper la guardia de su rival; Destructor, para evitar el golpe demoledor del mazo de Uru. Lentamente, la palanca comenzó a descender, mientras gruesas gotas de sudor salían de debajo de la máscara de Destructor y resbalaban por su rostro. Parecía que Thor iba a vencer cuando sintió un zumbido tras él. No quiso volverse para no perder de vista a Destructor, por lo que la bola lanzada por Bola de Trueno le golpeó de lleno en su costado derecho, proyectándole lejos de su oponente.

– ¿¡¿Estás loco?!? -aulló el rufián, dirigiéndose a su compinche-. ¡Esa bola podía haberme dado a mí!

– Está bien, la próxima vez dejaré que te venza -contestó sarcástico Bola de Trueno-. Pero ¿no crees que es más importante que intentemos noquearlo?

«Imbécil imbécil imbécil«, pensó Thor. «Es imprudente el haberse olvidado de Bola de Trueno. Es el único enemigo que puede atacar a distancia, y el dios del trueno comete la imprudencia de perderle de vista«, se reprochó, mientras se levantaba, presto de nuevo para la batalla.

Ahora era Bulldozer el que cargaba contra Thor, embistiendo como un toro, su casco acorazado por delante. Thor lo esquivó sin dificultad, pero eso dejó su guardia abierta para que Martinete le lanzara un puñetazo que le hizo retroceder.

– ¿Habéis visto? -se ufanó-. ¡Le he acertado en todo el mentón!

– Claro que te hemos visto -dijo una voz a su espalda-. Pero no deberías vanagloriarte de un golpe si éste no es el definitivo- continuó Thor, al tiempo que un directo de izquierda enviaba a Martinete por los aires, cayendo entre Destructor y Bola de Trueno.

– Es hora de ponernos serios -dijo el cabecilla de los cuatro, mientras Bulldozer se unía a ellos-. Si vamos cada uno por nuestro lado, nos va a cazar como a pichones.

– En eso estamos de acuerdo, Destructor -admitió Bola de Trueno.

– Muchas gracias. ¿Tienes algún plan, genio?

– Desde luego. Veréis…

Segundos después, mientras Bola de Trueno hacía girar su bola y la lanzaba hacia Thor, Martinete y Destructor se abrían hacia los laterales. Cuando Thor golpeó la bola, enviándola a las nubes, se lanzaron hacia él y le agarraron uno por cada brazo.

– ¡Ahora!- gritó Bola de Trueno, mientras se dirigía a recuperar su bola. En ese momento, Bulldozer se lanzó a toda máquina contra Thor. Atrapado como estaba, el dios del trueno no pudo esquivarle, y recibió el golpe en todo el estómago. El dolor le hizo doblarse sobre sí mismo, mientras que una sonrisa asomaba al rostro de su enemigos.

Mientras, en la Mansión de los Vengadores, Red Norvell observaba lo que sucedía desde la sala de monitores.

– … y el dios del trueno recibe los golpes de la Escuadra de Demolición -decía en ese momento la locutora, mientras las fotos de las fichas policiales de los cuatro delincuentes aparecían en la pantalla-. Desde su enfrentamiento con los Vengadores (3), hace casi un mes, no se había tenido noticia alguna de estos integrantes de la comunidad conocida popularmente como supervillanos. Pero esta mañana… -siguió hablando, al tiempo que la pantalla mostró imágenes en directo de la pelea.

– Oh oh -masculló Red-. Parece que pintan bastos para Thor. Necesita ayuda más que el comer -. Pero Thor le había encargado que vigilara a Odín, y no quería traicionar la confianza depositada en él por el asgardiano.

– ¿Quién eres y qué haces aquí? -dijo una voz a su espalda.

Red se volvió, para ver a dos personas que le miraban con ademán serio. Una era inconfundible: el traje azul y blanco con toques rojos, el gesto decidido, el porte orgulloso, esas alitas en la máscara… Era sin duda el Centinela de la Libertad, la Leyenda Viviente: el Capitán América. Pero la otra persona… Red no acababa de reconocerla: ¿el primer Nómada? ¿El segundo Goliat? ¿El fiscal Blake Tower? ¿La primera Antorcha Humana? ¿El Capitán Marvel? ¿Quasar? (4)

– Oh, Capitán -dijo Red-. Verás, yo… -titubeó, no demasiado seguro de qué decir.

– Oh, creo que no les han presentado -dijo Jarvis, apareciendo detrás de Hank Pym (pues éste era el acompañante del Capitán)-. Señor Capitán, se trata de Red Norvell, un amigo del Señor Thor que se encuentra en la Mansión por invitación de éste.

– Bien, si Thor le avala… -concedió el Capitán.

– Capitán, no sabes lo aliviado que estoy de verte -dijo Red, estrechando la mano del Capitán entre las suyas y sacudiéndola vigorosamente-. Y a ti también, amigo, seas quien seas -dijo, dirigiéndose a Hank Pym-. Verás, Capi, ¿puedo llamarte Capi?, necesito que me hagas un favor. Thor me dejó aquí cuidando de su padre, pero…

– ¿¡¿QUÉ?!? -exclamó sorprendido Hank Pym-. ¿Qué Odín está aquí?

– Pues sí, señores -dijo Jarvis-. El hecho es que por circunstancias que el señor Thor todavía no ha explicado del todo, su padre se encuentra en la Tierra, en un estado digamos… lamentable. A falta de otro lugar donde albergarle, le trajo a la Mansión. Espero que haya obrado bien.

– Bueno, como presidente me gustaría que me lo hubiera comentado antes, pero supongo que se trata de una causa de fuerza mayor -dijo el Capitán.

– Como iba diciendo, estoy cuidando a Odín y procurando que no vuelva a ya sabes… empinar el codo. Pero Thor está en apuros y necesita mi ayuda, así que os agradecería mucho que le echarais un ojo al viejo en mi ausencia.

– Pero… -dijo el Capitán.

– Gracias, tío -dijo Red, cogiendo su martillo y saliendo por la puerta-. Te debo un favor, Capi. Y a ti también, amigo, seas quien seas.

– Pero… -dijo Hank Pym.

Era demasiado tarde. Red había salido por la puerta y ya se dirigía a toda velocidad hacia el lugar de la pelea.

Thor estaba recibiendo una lluvia de golpes. Parecía que la estratagema de Bola de Trueno iba a tener éxito y que finalmente sería vencido por un enemigo que en condiciones normales no lograría más que hacerle sudar un poco. Pero la preocupación por su padre no se apartaba de su mente, y le impedía concentrarse totalmente en la batalla. Sus brazos estaban sujetos a su espalda por Martinete y Bulldozer, mientras que Bola de Trueno aprisionaba su cuello con la cadena de su bola.

Destructor alzó sus brazos hacia atrás y tomó impulso, aprestándose a asestar lo que esperaba fuera el golpe definitivo. Pero cuando se inclinó hacia adelante, sus brazos se negaron a ejecutar el movimiento que su cerebro les ordenaba. Algo les retenía. Volviéndose, vio que el otro extremo de su palanca estaba agarrado por la mano de un pelirrojo que no reconoció.

– ¿Quién demonios eres tú, melenas? -masculló-. Apártate de aquí si sabes lo que te conviene.

– Me temo que no puedo, amigo. Verás, me temo que si pegas al dios del trueno es como si me pegaras a mí. Sí, eso es -dijo, al tiempo que propinaba a Destructor un martillazo que le envió volando -. Y ahora… -añadió, volviéndose hacia los que sostenían a Thor.

Pero su intervención no fue necesaria. Sorprendidos por la aparición del inesperado contendiente, habían aflojado su presa sobre el dios del trueno que, flexionando sus poderosos músculos, logró liberar sus brazos. Doblándose por la cintura, proyectó a Bola de Trueno hacia adelante, tras lo que se dirigió a Red Norvell.

– Yo os saludo, Red. Vuestra ayuda es más que bienvenida.

– No hay de qué Thor. Pero ¿qué te parece si nos dejamos de palabrería y vamos a lo que realmente importa? si no tienes inconveniente, vamos.

– No podría estar más de acuerdo con vos ni aunque lo intentara, Red. Vamos a ello, pues.

Con Thor plenamente concentrado en la pelea y la ayuda de Red Norvell, la cosa terminó rápidamente. Pronto, sus tres rivales yacían en el suelo sin sentido. ¿Tres? Sí, porque cuando vio que las cosas pintaban bastos, Destructor había tomado las de Villadiego dejando a sus compinches en la estacada (6). Mientras, el público comenzaba a entonar la salmodia que acompañaba las últimas intervenciones del dios del trueno:

– Alabado sea Thor. ¡Alabado sea Thor! ¡ALABADO SEA THOR!

– Bueno, ¿y ahora? -preguntó Red.

– Yo he de volver a la Mansión a ver cómo se encuentra el Padre de Todos. Lo que me recuerda… ¿no le habréis dejado solo, verdad?

– ¡Oh, no, por supuesto que no! ¿Cómo puedes pensar eso? Le dejé con el Capitán América y otro tipo rubio que llegó con él.

– Bien, vuelvo pues a la Mansión. ¿Venís conmigo?

– Pueees… mira, mejor no. Hay alguien a quien debo ver, y…

– No digáis más, amigo Norvell. Comprendo que necesitáis también algo de tiempo para vos. Nos veremos más tarde, pues.

– Hasta luego entonces, Thor.


(1) Lo narrado en este número sucede justo antes del número 407 de Los Vengadores. Y allí es adonde debes ir, si quieres saber qué es lo que ocurrirá después.

(2) Los poderes de Destructor, que ocasionalmente comparte con sus compinches, tenían origen inicialmente asgardiano. Sin embargo, los actuales son de origen artificial, gracias al Barón Zemo (Jr.).

(3) Se contó en Vengadores # 404.

(4) El chiste con el hecho de que todos estos personajes se parezcan (blancos, rubios) no es original mío. Lo pusieron de manifiesto (excepto el fiscal, que no aparecía) los propios autores de Marvel en un Marvel Year in Review (la revista humorística que Marvel sacaba haciendo un resumen de lo ocurrido durante el año).

(5) En concreto, desde la saga de Los Amos del Mal, en Los vengadores # 273-277. Junto con otros supervillanos, y liderados por el Barón Zemo (Jr.), invadieron la Mansión de los Vengadores y casi les derrotaron, poniendo a Hércules a las puertas de la muerte tras la paliza sufrida en el número 274.

(6) Si quieres saber a dónde ha ido Destructor, no dejes de leer el número 338 de Iron Man, ya en la Red.


Saludos a todos. Este número tiene una historia curiosa. Lo escribí antes del publicado como 504, con la intención de que fuera mi primera historia de Thor. Sin embargo, las exigencias de la continuidad marveltópica me obligaron a escribir el número que apareció como 504 (destinado originalmente a ser el 505) antes de lo previsto (de hecho, lo escribí en menos de veinticuatro horas: recibí la noticia por la noche y a las dos de la tarde siguiente ya estaba escrito). En cualquier caso, espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).

Como añadido especial, incluyo en este número la escena original en la que Red Norvell ve la paliza que está recibiendo Thor y parte a ayudarle. Problemas de continuidad marveltópica me obligaron a cambiarla, pero no he podido resistirme a incluirla aquí (tras obtener el correspondiente beneplácito de los editores, por supuesto).

…………

Mientras, en la Mansión de los Vengadores, Red Norvell observaba lo que sucedía desde la sala de monitores.

– … y el dios del trueno recibe los golpes de la Escuadra de Demolición -decía en ese momento la locutora, mientras las fotos de las fichas policiales de los cuatro delincuentes aparecían en la pantalla-. Desde su enfrentamiento con los Vengadores, hace casi un mes, no se había tenido noticia alguna de estos integrantes de la comunidad conocida popularmente como supervillanos. Pero esta mañana… -siguió hablando, al tiempo que la pantalla mostró imágenes en directo de la pelea.

– Oh oh -masculló Red-. Parece que pintan bastos para Thor. Necesita ayuda más que el comer -. Pero Thor le había encargado que vigilara a Odín, y no quería traicionar la confianza depositada en él por el asgardiano.

– ¿Quién sois y que hacéis aquí? -oyó que decía a su espalda una voz jovial con un ligero acento griego.

– Oh, creo que no les han presentado -dijo Jarvis, apareciendo detrás de Hércules mientras Red se volvía para encarar al semidiós-. Señor Hércules, éste es Red Norvell, un amigo del señor Thor y que está en la mansión por invitación suya. Señor Norvell, éste es Hércules.

– ¿Hércules? ¿El Hércules? ¿Ese Hércules?

– Sí, mortal: Hércules, el Hércules, ese Hércules. ¿Qué es lo que mascullabais cuando entré en la sala?

– Hércules, tío, no sabes lo que me alegro de conocerte y de que estés aquí y ahora. Verás, recibimos la noticia de que la Escuadra de Demolición estaba causando problemas y…

– ¿La Escuadra de Demolición? -preguntó Hércules, al tiempo que enfilaba hacia la puerta-. No digáis más, amigo Torpe. Hay una cuenta pendiente entre el León del Olimpo, el Príncipe del Poder, en una palabra, yo, y esos barbianes (5).

– Es Norvell, no Torp… -pero Hércules ya había desaparecido… sólo para aparecer de nuevo a los pocos segundos con ademán abochornado.

– Estoooooo -dijo-, ¿dónde habíais dicho que era la refriega, amigo Cordel?


En el próximo número: Llegamos al final de esta tetralogía… pero las cosas no han hecho más que empezar para Thor y Odín en Thor # 506.

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