Daredevil #364

Daredevil #364De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil

#364 – Atando cabos
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 22 – 2/00


– … su turno, abogado.

– Muchas gracias, señoría. Veamos, señor Knisy, ¿no es cierto que…?

Matt estaba disfrutando en su vuelta a los tribunales. Últimamente, se había dedicado demasiado a la parte burocrática, de papeleo, de su profesión de abogado. Pero es en los tribunales donde se hace el verdadero Derecho, como le había dicho uno de sus profesores durante la carrera, y Mathew Murdock no podía estar más de acuerdo con él que en esos momentos. Actuar en un juicio era como montar en bicicleta, por lo menos para Matt: si lo dejaba durante un tiempo, quizá podía resultarle un poco difícil cuando lo retomaba, pero nunca se olvidaba.


Ling Fe caminaba arriba y abajo en su despacho. Las puertas, cerradas a cal y canto, impedían que sus subordinados pudieran ver lo nervioso que se encontraba. Obviamente, el vigilante enmascarado conocido como Daredevil no sólo no había muerto (Kim Fao ya había pagado con la vida semejante error de apreciación), sino que además había endurecido sus métodos. Nadie se libraba: de los vulgares rateros a los villanos con poderes, todos habían caído. Era, por lo tanto, hora de encargar la tarea a profesionales. Porque si fracasaba el plan de introducirse en la Gran Manzana, ni siquiera su cuello estaría seguro.

De repente, alguien llamó a la puerta.

– ¿Sí? -preguntó Ling Fe, sentándose en su mesa y procurando dar la impresión de que se hallaba trabajando, en vez de preocupándose más allá de lo prudente.

– Ya han llegado, señor. Los que mandó llamar ya están aquí.

– ¿Y a qué esperas? Diles que pasen.

El subordinaro se retiró y dos personas entraron en la habitación. Una de ellas no tenía pelo alguno en toda la cabeza, y llevaba las manos metidas en los amplios bolsillos de la gabardina que vestía. La otra era un sujeto corpulento, con una larga coleta pelirroja.

– ¿Quieren sentarse, caballeros? -dijo Ling Fe, indicando los sillones que había ante su mesa.

Sin decir una sola palabra, sus dos visitantes caminaron hasta llegar a los asientos y se sentaron. Después, miraron a Ling Fe fijamente a los ojos, pero siguieron en silencio.

– Bien, les agradezco que hayan venido. Como ya saben, tenemos una pequeña… molestia, sí, eso es, una molestia, del tipo que ustedes son expertos en eliminar. Aquí tienen -dijo, tendiéndoles una carpeta- todos los datos que pueden necesitar.

Sin decir ni una palabra, el pelirrojo tomó la carpeta, tras lo que ambos se levantaron y abandonaron la habitación.


– … por lo tanto, señor Nictas, usted no pudo ver claramente a la persona que abandonó el lugar de los hechos, ¿verdad? -prosiguió Matt.

– ¡Protesto, señoría! -dijo el representante del Ministerio Fiscal-. El abogado está induciendo al testigo con el enunciado de la pregunta.

– Se admite la protesta. Reformule la pregunta, abogado.

– Muy bien, señoría. Veamos, señor Nictas, ¿está usted completa y totalmente seguro de que la persona que abandonó el lugar de los hechos era, sin ningún género de dudas, la persona que está sentada en el banquillo de los acusados?

– Bien, no, no lo estoy, pero…

– No hay más preguntas, señoría. Su testigo, señor fiscal.


En su mesa del Daily Bugle, Ben Urich examinaba cuidadosamente toda la información que había ido reuniendo sobre las actividades del nuevo Daredevil. Todavía no tenía ninguna foto del mismo, porque había actuado únicamente de noche y no a la luz del día. Tener una imagen para comparar habría sido de una enorme utilidad. En cambio, tendría que conformarse con las descripciones contenidas en las declaraciones hechas por los detenidos. La de Leland Owsley, el supervillano conocido como el Búho, podía descartarla; era apenas una serie de farfullos casi ininteligibles.

En cambio, la de los rateros de poca monta sí que resultaban interesantes. Además de lo obvio -el endurecimiento de los métodos usados por el vigilante enmascarado-, había otra cosa que el ojo experto de Ben no había captado al principio de manera consciente, pero que había estado rondando por su cerebro hasta que se percató de ello. Los movimientos de Daredevil cuando era Matt Murdock el que estaba detrás de la máscara eran una síntesis de varios estilos de lucha, del boxeo al aikido; pero este nuevo Daredevil nunca había mostrado ese carácter sincrético: por el contrario, parecía emplear casi exclusivamente algún tipo de arte marcial oriental. Los golpes eran directos y precisos, y nunca pegaba puñetazos. Además, de acuerdo con lo que estaba leyendo, este nuevo Daredevil era menos corpulento que Matt. Así, pues, Ben lo tenía muy claro: ¡se trataba de otra persona!

– ¡Robbie! -gritó Ben-. ¿Has visto a Parker por aquí?


– Se levanta la sesión para comer. Reanudaremos las actuaciones a las cuatro. Eso es todo.

El público comenzó a abandonar la sala. Sin embargo, una mujer de cabello moreno avanzó en sentido contrario, aproximándose a Matt. El disfraz no tenía por objeto engañar al abogado ciego, que se servía de su sentidos aumentados para identificar a las personas.

– Hola, Tasha -dijo, cuando la mujer llegó a su altura y se detuvo.

– Hola, Matt -dijo la Viuda Negra, dándole un beso en la mejilla-. Tienes… bueno, pareces estar en forma, dentro de las circunstancias.

– Ah, ¿te refieres a este juicio? Es agradable comprobar que aún recuerdo cómo se hacía esto. De todos modos, se trata de un caso fácil: las actuaciones tienen al menos media docena de agujeros. No quería empezar con el caso más complicado en mi regreso a los tribunales.

– Tú mismo, Matt. ¿Para qué me llamaste?

– No disimules, Tasha. Sabes perfectamente qué es lo que voy a pedirte.

– Ya. ¿Lo discutimos mientras comemos?

– De acuerdo. Guíame.


– Bueno, parece que ya no necesitamos seguir con esta charada de Betsy Walkers, nena.

– No sabes lo que me al…

Pero la mujer que Matt Murdock conocía sólo como Betsy Walkers fue interrumpida por su interlocutor.

– ¡Calla! -dijo el sujeto moreno y malencarado con el que estaba hablando, al tiempo que subía el volumen del pequeño televisor que tenía sobre su mesa.

– …y el juez Charles ha ordenado un receso para comer. De acuerdo con nuestros analistas, parece que Mathew Murdock está llevando el caso con la misma brillantez que acostumbraba mostrar antes del accidente que le ha postrado en una silla de ruedas. En una serie de hábiles interrogatorios, los testigos de la acusación se han visto forzados a reconocer que…

– ¡Maldición! ¡Ni en una silla de ruedas!


– …y ya sabes lo que yo sé, Tasha -dijo Matt, mientras atacaba con apetito la hamburguesa que habían comprado en el MegaBurger de la esquina-. Hay alguien ahí fuera que se está haciendo pasar por mí, utilizando unos métodos por completo inadecuados. Necesitaría que investigaras discretamente de quien se puede tratar. Lo haría yo mismo, pero…

– …sí, ya lo sé. No te preocupes, haré lo que pueda. Y si vuelves…

Cuando vuelva.

– …cuando vuelvas a caminar, haremos lo que estimes más conveniente.

– De acuerdo pues. ¿Te importa acercarme otra vez a la sala?


– ¿Crees que hemos hecho lo adecuado, Cuchilla?

– Sí, Zaran. Necesitamos este contrato para rehabilitarnos profesionalmente. Últimamente, tanto a tí como a mí nos ha vencido prácticamente cualquier justiciero enmascarado al que nos hemos enfrentado. Eliminar a nuestro objetivo nos colocará de nuevo en la cresta de la ola.

– Pero… ¡se trata del cuernos! ¡Se rumorea que hasta Kingpin cayó ante él!

– ¿Y? ¿Dónde está ahora ese gordo?


– Todo el mundo en pie. Preside el honorable juez Charles.

– Pueden sentarse. Señor Murdock, puede llamar a su primer testigo.

– Muchas gracias, señoría. La defensa llama a declarar a…


– Betsy, esto no puede seguir así -dijo Melvin Potter-. Has de tomar una decisión, en uno u otro sentido.

– Lo comprendo, Melvin. De verdad que lo comprendo. Pero necesito un poco más de tiempo. ¿Lo entiendes?

– Claro que sí, Betsy. Pero no puedes retrasarlo indefinidamente.

– Y no lo haré, Melvin. Te lo prometo.


En la sala del tribunal, Matt fue llamando, uno tras otro, a vecinos de su defendido, que atestiguaron que se trataba de una persona pacífica y respetuosa de la Ley, que en ningún caso habría sido capaz de cometer los hechos que se le imputaban. ¿Qué impulsaba a Matt a dejarse la piel en un caso aparentemente menor? En parte era, como le había dicho a la Viuda Negra, el deseo de probar, tanto ante los demás como, sobre todo, ante sí mismo, que el hecho de encontrarse postrado en una silla de ruedas no habia mermado ni un ápice su habilidad como abogado. Y, además, sabía que su cliente no mentía cuando decía que era inocente. Era una de las ventajas de poseer sentidos desarrolados…


– ¡Está loco! -bramó Rosalind Sharpe, apagando la televisión. Sola en su despacho, las gruesas puertas no permitían que su furia pudiera ser oída al otro lado-. ¡Mira que defender a un desgraciado como ese! Si Matt Murdock no se va, ¡estoy por despedirle yo!


– Por lo tanto, afirma que mi defendido estaba con usted la noche de autos…

– ¡Protesto! La defensa está aleccionando al testigo…

– Señoría, me he limitado a repetir textualmente las palabras del testigo.

– Se deniega la protesta. Prosiga, abogado.


En la soledad de su despacho, Wilson Fisk había seguido con gran atención las informaciones sobre el caso en el que estaba interviniendo Matt Murdock. Se daba perfecta cuenta de que, de no ser precisamente porque Matt era el abogado de la defensa, la televisión no prestaría ninguna atención al caso. Había docenas similares a diario.

Fisk tenía como una de las verdades absolutas de la vida el aforismo de que hombre prevenido vale por dos. Y Mathew M. Mudock era un oponente demasiado inteligente como para menospreciarle perdiéndole de vista ni siquiera un breve lapso de tiempo… aunque estuviera sentado en una silla de ruedas. O precisamente por ello.

Por otra parte, estaba el incordio de aquel nuevo Daredevil que estaba actuando. Varios de los rufianes de menor estofa que trabajaban para él habían sido detenidos por aquel nuevo vigilante. Tendría que ocuparse de él.


– He terminado, señoría.

– Muy bien. El Ministerio Fiscal ha realizado su alegato final. Es el turno de la defensa.

– Miembros del jurado, a lo largo de este proceso hemos demostrado que…


Thomas Anders ni siquiera vieo lo que se le vino encima. Estaba demasiado ocupado vigilando a la anciana señora Wilde que, como todas las semanas, había acudido al banco a retirar el dinero de su pensión. Y Thomas necesitaba aquel dinero mucho más que la vieja, ¿verdad? Al fin y al cabo, ella ya había vivido su vida. En cambio, Thomas era joven, y tenía necesidades… Necesidades como la del polvo blanco, aquel polvo maravilloso que le hacía olvidarse de sus problemas. Y ya hacía demasiado que había tomado la última dosis…

Cuando se disponía a saltar sobre la anciana, que se aproximaba a la boca del callejón en que Thomas se escondía, algo le golpeó en la nuca. Thomas cayó en la inconsciencia; pero antes de desvanecerse, alcanzó a percibir como su atacante comenzaba a romperle metódicamente los nudillos, uno tras otro.


– ¿Tiene el jurado un veredicto?

– Lo tenemos, señoría -dijo el presidente del jurado, entregando un papel doblado al alguacil, que a su vez lo entregó al juez. Este, tras leerlo, lo volvió a doblar y miró al jurado-. En el caso del pueblo contra Christopher Gaines, hemos hallado al acusado inocente de todos los cargos.

– ¡Orden! ¡Orden en la sala!

Pero nadie le escuchaba. Los muchos vecinos de Christopher que atestaban la sala del juzgado habían prorrumpido en vítores y se abrazaban unos a otros entusiasmados. El propio Chistopher estrechaba efusivamente la mano de su abogado.

– ¡Nunca podré pagarle lo que ha hecho por mí, señor Murdock!

– Nada de eso, Chis. Tu alegría y la de tus vecinos es paga más que suficiente.


Peter Slope estaba intentando convencer a su socio de que lo mejor para ambos era vender la WFSK.

– Te digo, Martin, que debemos vender.

– De verdad que no lo entiendo, Peter -contestó Martin Schaffer-. Hace unos pocos días te reíste cuando intentaron comprarnos la cadena ¿y ahora intentas convencerme de que es una buena idea?

– Lo he pensado mejor, ¿vale? El precio que nos ofrecen es bastante razonable, y sacaríamos un beneficio con el que ni siquiera contábamos cuando la compramos…

– …pero ganaríamos mucho más manteniendo la compañía algún tiempo más.

– ¿Es que no lo entiendes? Si te empeñas en conservar la cadena ¡puede que no tengas tiempo de disfrutarla!


Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.


En el próximo número:  Intentaremos comenzar a resolver todas las subtramas que vamos arrastrando. Y comenzaremos en Daredevil # 365

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