Thor #508

Thor #508Hijo de Odín y Gea, dios del trueno, portador de Mjölnir, el martillo encantado hecho del mineral místico de Uru. Cuando Midgard o Asgard corren peligro, los cielos retumban saludando a su defensor más aguerrido.

#508 – Falta de esperanza II
Amigos en apuros

Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 23 – 3/00


– Es inútil, Thor. No podéis hacer nada para liberarme.

– Callad, noble Balder. Encontraré un modo de poner fin a esta tortura.

Thor meditó unos instantes, y a continuación lanzó a Mjölnir, describiendo un largo arco, contra el centro de la maquinaria que torturaba a Balder.

– ¿Estáis loco? Va a ser mi f…

Pero Balder no pudo acabar la frase, porque Thor se arrojó sobre él. Un grueso dardo hecho de muérdago salió propulsado hacia ellos velozmente. Pero más rápido todavía volvió Mjölnir a manos de su dueño, como si sus palabras le proporcionaran una velocidad extra.

– ¡A mí, Mjölnir! ¡A mí, martillo mío!

Un segundo antes de que el dardo alcanzara el cuerpo de Thor, el mazo de uru llegó a la mano del dios del trueno. Con la velocidad y pericia fruto de mil batallas, el hijo de Odín golpeó rápida y certeramente, reduciendo el dardo a astillas. Una vez eliminada la amenaza, Thor liberó a Balder de sus ataduras en cuestión de segundos. El dios de la luz apenas podía sostenerse en pie, debilitado como estaba por las privaciones y la larga tortura. Depositándole en el suelo, Thor recogió el saco que había dejado a un lado y sacó de él una de las fragantes manzanas de Idunn.

El efecto en Balder fue patente desde el primer mordisco. Sus heridas comenzaron a sanar a ojos vista, y un renovado vigor recorrió sus miembros. Cuando vio que su camarada se recuperaba, Thor se levantó y se dispuso a retomar su camino.

– Hasta pronto, noble Balder. Si marcháis hacia las montañas, al cabo de unos pocos días encontraréis una comitiva de trolls. Con ellos viaja ahora el Padre de Todos.

– ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Le han tomado prisionero, acaso?

– Nada de eso, amigo mío. Por extraño que pueda pareceros, los trolls y los asgardianos son ahora aliados.

Bien, adiós de nuevo.

– Y vos, dios del trueno, ¿dónde vais?

– Marcho a la capital del Reino Dorado, contando con liberar a tantos camaradas nuestros como sea posible.

Tras estrecharse las manos, Thor dio media vuelta y partió.


Algunos días después, Thor atravesaba una región húmeda y pantanosa. El progresar se hacía realmente difícil. De repente, Thor se detuvo. Había creído oír un sonido a su izquierda. Aguzando el oído, pudo oír un silbido seguido de un golpe seco, un ligero chapoteo y de nuevo otro silbido. Entonces se oyó una voz que Thor hubiera reconocido entre un millón, a pesar del cansancio que denotaba:

– ¡Malditas! ¿No cejaréis nunca?

Thor avanzó con decisión por entre el légamo, y tras apartar unos juncos, vio que no se había equivocado: ante él se encontraba Fandral el gallardo, el mejor espadachín de todo Asgard. Su aspecto era muy diferente del habitual en él: despeinado, con la barba sin recortar, sus ropas estaban hechas jirones y su cuerpo manchado de barro por todas partes. Sin embargo, su hoja aún estaba brillante, y la manejaba con la misma habilidad de antaño. Avanzando hacia él había una marea incesante de serpientes. Un gran número de cuerpos decapitados se amontonaba a sus pies.

– ¡Aquí, Fandral! ¡Aquí, amigo mío!

– ¿Es posible? ¿Escucho acaso la voz del hijo bienamado de Odín?

– ¡Sí, gallardo! Acercaos a mí, si os es posible, y acabaremos con estos reptiles inmundos.

– ¡Voy allá, dios del trueno! ¡Vuestro aliento ha reanimado mis casi desaparecidas fuerzas!

Avanzando el uno hacia el otro, pronto se encontraron en mitad del pantano.

– Manteneos cerca de mí, Fandral: voy a terminar con este problema.

Entregando el saco a Fandral, Thor comenzó a hacer girar su martillo más y más rápido, hasta que creó una tromba que arrastró a todas las serpientes y las envió lejos.

– Gracias sean dadas a Odín por vuestra ayuda, Thor. Ya había perdido la cuenta de los días que llevaba defendiéndome de estos bicharracos. Los muy malditos parecían no tener fin. ¡Voto a bríos que casi referiría tener que enfrentarme a Jormundgand de una sola pieza que a todos estos primos suyos otra vez!

– A pesar del terrible enemigo que es la serpiente de Midgard, os comprendo, Fandral. Tomad -añadió, sacando una de las manzanas del saco-, esto ayudará a que os sintáis mejor.

– Muchas gracias, Thor. No creáis -dijo, con una sonrisa torcida- que éste mi aspecto es de mi agrado. Todo lo contrario. ¡Por la lanza de Odín, que daría lo que fuera por poder tomar un baño caliente!

Ahora que eran dos y que no se veían obstaculizados por las serpientes, los dos aesires progresaban con rapidez. En unas pocas horas habían salido del pantano y de nuevo podían ver el cielo sobre sus cabezas, en lugar de un eterno dosel esmeralda.

– Hemos de separarnos, Fandral. Si marcháis en aquella dirección, pronto encontraréis a Odín. El bravo Balder también debería encontrarse con él.

– ¿No queréis que os acompañe, Tronador? Mi ayuda quizá…

– Os lo agradezco infinito, Fandral, pero es mejor que marche solo. Todavía no estáis del todo repuesto y…

– Ya sé, ya sé. Tampoco es necesario que lo expongáis con la sutilidad de un gigante de hielo. Sólo sería un retraso para vos. De acuerdo, pues. Hasta pronto.

– Hasta que nos veamos ante las puertas de la ciudad de Asgard, Fandral.


Más días pasaron, y el dios del trueno seguía infatigable hacia Asgard. Aquí y allá encontraba aesires sufriendo torturas, o bien simplemente escondidos. Para todos ellos tenía palabras de aliento y una de las manzanas de Idunn. Tras reponerse, les encaminaba hacia la ruta que seguía Odín en su aproximación a la capital de Asgard y proseguía su camino.

Una noche, Thor se disponía a acostarse. Tras reunir unas cuantas ramas que hicieran un poco más mullido el duro lecho, se arrebujó en su capa y se dispuso a cerrar los ojos. En ese momento, un temblor sacudió el suelo. Preguntándose a qué brujería podía deberse la sacudida, Thor empuñó su martillo y se dispuso a la pelea.

Los temblores continuaron, aumentando paulatinamente de intensidad. A cada temblor le precedía un retumbar sordo. Tomando en su mano izquierda uno de los leños que ardían en la hoguera, Thor lo levantó para que su llama iluminara los alrededores.

A la luz temblorosa de la improvisada antorcha, Thor pudo ver que una mole enorme se aproximaba hacia él. Cuando la figura estuvo más cerca, el dios del trueno pudo ver que se trataba del gigantesco Volstagg. Quizá no tan gigantesco en aquellos momentos, pues parecía haber perdido parte de su volumen; sin embargo, éste seguía siendo considerable. Avanzaba a la carrera, con los brazos extendidos delante de él, como si intentara en vano asir algo que se encontraba delante suyo y que sólo él podía ver, puesto que Thor no alcanzaba a distinguir nada en absoluto.

Cuando Fandral pasó por su lado sin verle, Thor se dio cuenta de que tenía la mirada extraviada, y que un hilillo de saliva le colgaba de la comisura de los labios. Cuando quiso detenerle, era tarde: había seguido su carrera y se alejaba en la oscuridad. Haciendo girar a Mjölnir, Thor se propulsó por el aire para caer unos metros por delante del autoproclamado león de Asgard.

– Volstagg, amigo mío -dijo-, ¿qué es lo que os sucede?

Pero, al igual que antes, el pelirrojo gordinflón pareció no percibir la presencia del dios del trueno; al menos, hasta que chocó con su mano extendida.

– ¿Qué? -farfulló, al tiempo que la mirada vacía desaparecía de sus ojos.

– Soy yo, Volstagg. Thor, vuestro camarada…

Los ojos de Volstagg relucieron con una ira ardiente.

– ¡Tú también! ¡Quieres quitar su comida al más poderoso de los guerreros de Asgard! ¡No lo permitiré! -y así diciendo, se abalanzó sobre Thor que, sorprendido, retrocedió ante la embestida.

Recuperando el equilibrio, Thor intentó razonar con Volstagg, pero fue inútil. Parecía poseído por un frenesí asesino y no atendía a razones. El gran guerrero que fue en su juventud había resurgido en su locura, y Thor encontraba grandes dificultades en esquivar sus golpes sin dañarle gravemente. Finalmente, Thor hizo una finta hacia la derecha. Volstagg cayó en la trampa y se lanzó hacia ese lado. Aprovechando su impulso, Thor le golpeó en la nuca, y Volstagg cayó al suelo inconsciente.

Cuando despertó, Thor le había atado de pies y manos.

– Comed -le dijo, tendiéndole una de las manzanas de Idunn.

– ¡Soltadme y veréis, villano!

– ¡Comed! -repitió Thor, imperturbable.

– ¡He dicho que me soltgmpfff!

Aprovechando que Volstagg abría la boca, Thor le metió la manzana entera. Para no ahogarse, Volstagg se vio obligado a masticarla y tragarla. El brillo de locura desapreció de sus ojos.

– ¡Thor! ¿Sois vos? ¿Qué me ha ocurrido?

– Decídmelo vos, amigo mío. Estabais completamente enajenado.

– No recuerdo gran cosa. Sólo recuerdo que me acosaba un hambre insaciable, y que cuando me acercaba a la comida, ¡salía huyendo de mí! ¡Por Odín! Suelo correr detrás de la comida, pero esto era ridículo.

– Y ahora, amigo mío ¿cómo os encontráis?

– Excepto por el vacío que siento aquí abajo -dijo Volstagg, tocándose el estómago-, perfectamente bien. ¿Por qué?

– Porque en cuanto amanezca habré de proseguir mi camino.

– ¿No os sería conveniente la ayuda del León de Asgard en los peligros que sin duda arrostraréis? -preguntó Volstagg, esperando que Thor contestara que…

– No es eso amigo mío. Pero hay alguien que agradecerá vuestra inestimable ayuda mucho más que yo.

– Y ese alguien es… -dijo Volstagg, visiblemente aliviado.

– Mi padre, buen Volstagg. Él también se encamina ala capital del reino, aunque siguiendo una ruta menos directa. Estaré mucho más tranquilo sabiendo que vos le acompañáis.

– No os preocupéis, dios del trueno. El Padre de Todos no tendrá nada que temer con el león de Asgard cubriéndole el flanco.


Algunos días después de abandonar a Volstagg, Thor se adentró en un terreno profundamente rocoso. Por todas partes se veían enormes peñascos con las formas más variadas. Estaba a punto de amanecer, cuando un extraño resplandor llamó la atención de Thor. Acercándose al borde de la masa rocosa en la que se encontraba, miró hacia abajo, sólo para descubrir un extraño espectáculo: un borrón confuso se desplazaba a toda velocidad por la llanura, seguido a escasos metros por un brillante relámpago para el que no parecía existir obstáculo alguno.

– ¡Por la barba de mi padre! -exclamó-. ¿Qué clase de prodigio es éste?


Cuando la amenaza del Ragnarok se cernía sobre Asgard, Odín tomó a un simple periodista y le convirtió en el dios del trueno. Ahora, tras la amenaza de Onslaught, vuelve uno de los héroes más renuentes de todos…

HISTORIAS DE ASGARD PRESENTA…

RED NORVELL

 Red se despertó, y por un momento no pudo situar claramente dónde se encontraba. Pasados unos instantes, lo recordó todo: estaba en la casa de la Encantadora, que Amora y el dios del trueno habían compartido cuando se encontraban en la Tierra (1).

– ¡Uf! -exclamó, con un suspiro de placer-. Podría acostumbrarme a esto… ¡ya lo creo que sí!

Levantándose de la cama, se dirigió al cuarto de baño para darse una buena ducha. Cuando salió, mucho más despejado, decidió que visitaría de nuevo el hospital en el que había dejado ingresado a Victor Portals, para ver si el pobre hombre se había recuperado.

Dicho y hecho. Metió su martillo en un macuto militar y salió a la calle. Al cabo de media hora estaba ante la puerta del centro. Empujando las puertas, pasó al vestíbulo y se dirigió al mostrador de información.

– ¿Sí? ¿Que es lo que desea? -le preguntó una enfermera de unos cincuenta años, lanzándole una mirada desconfiada tras los lentes que se sostenían al extremo de su nariz.

– Buenos días, enfermera. Desearía ver a Víctor Portals. Ingresó aquí hará un par de días, con contusiones múltiples, y…

– El señor Portals ya no se encuentra aquí -contestó la enfermera, sin dejarle terminar la frase.

– ¿Y eso? -preguntó Red, extrañado.

– Recibió el alta y se marchó.

– ¿No dejó ninguna dirección? ¿Algún sitio en el que poder encontrarle?

– No, no lo hizo. Comprenderá usted que un hospital no es un lugar con el que nadie quiera mantener unas relaciones continuadas, ¿verdad?

A Red no le gustaba nada el tono displicente que estaba empleando la enfermera, pero decidió no darse por enterado y continuó sus preguntas en el tono más amable posible.

– ¿Podría hablar con el doctor que le atendió? ¿Por favor?

– Por supuesto. Matthews. Tercera planta.

– Muchas gracias por su amabilidad.

Red subió hasta la tercera planta y buscó en vano a algún doctor. Como no vio a ninguno, se dirigió a una joven con bata blanca que caminaba hacia él.

– Disculpe, señorita…

– ¿Sí? -le respondió, enarcando una de sus hermosas cejas.

– Estoy buscando al doctor Matthews. ¿Podría decirme dónde puedo encontrarlo?

– Soy yo. Doctora Mary Matthews.

– Pero…

– No se preocupe, no es el primero. No está acostumbrado a ver mujeres médicos, ¿verdad?

– No es eso, es que…

– Bueno, déjelo -dijo Mary Matthews, viendo que el pobre Red no sabía, aunque lo intentaba de veras, salir del embrollo en el que se había metido-. ¿Qué es lo que quería?

– Venía a preguntarle por uno de sus pacientes. Un tal Victor Portals…

– ¿Portals? Sí, le recuerdo bien. ¿Tiene usted media hora libre?

– Sí, ¿por?

– Es hora de mi pausa del desayuno. Si me acompaña a la cafetería, podremos hablar.

– De mil amores, doctora -dijo Red, encantado ante la posibilidad de averiguar más cosas sobre el esquivo señor Portals. Además, la doctora Matthews, con su metro ochenta y su piel morena, resultaba ciertamente atractiva. Y era una mujer obviamente inteligente, algo no habitual entre las mujeres con las que Red acostumbraba a relacionarse.

Cinco minutos después, ambos estaban sentados frente a frente, con sendas tazas de café humeante sobre la mesa.

– ¿Le sorprende que el café sea bebible? -dijo Mary, divertida ante la cara de perplejidad de Red cuando sorbió el café.

– Pues… la verdad es que sí, doctora. No estoy acostumbrado a que en sitios públicos sirvan un café tan bueno. Francamente bueno -añadió, paladeando con delectación la oscura infusión-. Y volviendo al bueno de Víctor, me decía…

– …que de su examen se deducía que había recibido una buena paliza. Pero realizada con la intención de no causar daños permanentes. Como si…

– ¿Como si quisieran advertirle? ¿Un aviso?

– Bueno, no sé en qué clase de ambientes se mueve el señor Portals, pero si esto fuera una película diría que sí, que esa era la intención de los atacantes.

– ¿Sabe dónde podría encontrarle? En recepción me han gruñido que no dejó ninguna dirección de cont… pero ¿por qué se ríe?

– Veo que ya ha tenido el gusto de conocer a la buena de Agnes.

– ¿Agnes? ¿Así se llama esa especie de fiera que atiende en recepción? Es la mejor disuasión contra la enfermedad con la que me he cruzado en toda mi vida. ¡Pero doctora! ¡Deje ya de reírse, caramba!

– Perdone -dijo Mary, enjuagándose las lágrimas de la risa-. ¿Me decía?

– Decía que Agnes me había comunicado que Portals no dejó ni dirección ni teléfono de contacto, pero pensé que quizá a usted sí le hubiera dicho algo.

– Pues no, lo siento. No dijo nada, y en cuanto le dimos el alta desapareció.

– Bueno, muchas gracias.

– Si me necesita, ya sabe dónde encontrarme.

– No lo olvidaré, doctora.

A lo largo del día, Red preguntó a todo el que se encontró por la zona en que había recogido a Victor, pero nadie pudo o quiso darle ninguna información. Finalmente, cuando ya anochecía y cansado de dar vueltas sin obtener ningún resultado, decidió regresar al apartamento. En ese momento, alguien le puso una mano en el hombro. Red se giró, y se encontró frente a frente con un negro todavía más alto y corpulento que él. A pesar de su aspecto amenazador, había algo que Red no podía precisar, pero que hacía que aquel gigante le inspirara confianza.

– Me han dicho que has estado preguntando por ahí. ¿Por qué no me cuentas qué andas buscando?


(1) Gracias a que Jarvis juzgó conveniente darle las llaves en el número anterior de El Poderoso Thor.


Saludos a todos. Espero que disfrutéis con la colección, y recibir vuestros mensajes en Crónicas del Norte – Correo de los lectores (bergil@altavista.net).


En el próximo número:  Mientras Thor prosigue su camino rescatando a más aesires, los peligros aumentan en la Tierra para Red Norvell. Leedlo en Thor # 509.

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