Hellstorm #7

Hellstorm #07Las aventuras del Hijo de Satán…

#7 – Hierro frío III
Llamas de Babilonia

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 169 – 5/12


King and Queen of Cantelon,
How many miles to Babylon?
Eight and eight, and other eight.
Will I get ther by candle-light?
If your horse be good and your spurs be bright.
How mony men have ye?
Mae nor ye daur come and see (1).


-¡¡Hijos de puta!!-aúlla Sam, ignorando el hecho de que Naíth de los Sidhe le apunta con una flecha entre ceja y ceja, y que las ligaduras que lleva en la espalda le atenazan los brazos con más fuerza cuanto más intenta liberarse, un nudo diabólico entrelazado en su espalda y sus brazos con cuero crudo-. ¡Malditos hijos de puta!

-Naíth…-susurra Oberón, haciendo un gesto de cansancio con una mano, mientras el demonio púrpura que se encuentra junto a él, ríe como un perro. La elfa tensa el arco, y Daimon grita.

-¡No! Si alguno de ellos muere, Oberón, no tendrás acceso al poder del Fuego Infernal. Podrás entregarme a tus gorrarrojas devoradores de carne, o encerrarme en un hombre de mimbre, pero no te daré el Fuego. Tendrás que matarme, Oberón apBalor, o yo mismo me arrancaré las venas con los dientes, pero te aseguro que no tendrás acceso al Fuego.

Los ojos gélidos de Oberón se vuelven hacia Daemon, que mantiene las manos detrás de la espalda, tratando de no tensar las ataduras. Por un momento, Daemon piensa que el Rey de los Sidhe va a ignorar su amenaza, y que Naíth soltará la cuerda de su arco y tendrá que ver como la punta de hierro precede a la vara de madera negra atravesando el entrecejo de Sam, hasta que la punta asomara por el cráneo abierto, roto, manchada de masa encefálica. Una muerte rápida, injusta. Pero los labios de Oberón se tuercen en una sonrisa amarga, y Naíth baja la flecha, destensando la cuerda, aunque sus ojos siguen clavados como dagas centelleantes en Sam.

Ni por un momento el antiguo policía ha dado una muestra de miedo. Dentro de él sólo hay ira. Sólo hay furia. Y odio, odio por aquel rey de hielo, por los Sidhe, hermosos y engañosos, y por el demonio púrpura que es la causa de todo aquello. Daimon lo había entendido en cuanto había visto a S’Ym empuñar la gran espada, con el filo manchado de sangre. Caledvwlch, una espada que cabalgaba entre la leyenda y la realidad que se convertía en mito. Los romanos la habían llamado Caliburnus, para los escritores de romances franceses, Excalibur. Decían que la última vez que Caledvwlch había estado al otro lado de los Viejos Caminos, el joven guerrero Arthyr Wledigap Uther había conseguido crear un reino legendario utilizando el poder de la Espada. Camelot, el paraíso en la Tierra. Pero la Espada había sido devuelta a Arcadia, y ahora, S’Ym la tenía en sus manos, empapada de sangre.

Sangre de niño.

S’Ym y Oberón ni siquiera se habían molestado en ocultarlo. Sam y Daimon habían podido ver lo que había ocurrido, pues la puerta por la que el demonio había aparecido, había quedado abierta, y habían podido ver una gran sala circular con el techo abovedado, apoyado en pilastras de mármol que se fundían con las paredes de aquella rotonda, una cúpula tan perfecta que parecía la mitad de una naranja. Círculos y más círculos habían sido trazados en el suelo, hechicería antigua, el dominio de Oberón, hechicería de sangre, huesos, polvo, cenizas y bosque. Círculos concéntricos que envolvían otros círculos, en infinito encerrado sobre sí mismo una docena de veces. Y aquí y allá, las cabezas de los niños que habían desaparecido. Al menos cien criaturas, arrastradas por los Sidhe desde el mundo real a Arcadia. Obviamente, no sólo habían desaparecido de Gales, niños desaparecidos en todo el mundo, niños con genes mutantes, cuya sangre podía abrir la puerta entre los mundos. Los cuerpos, pequeños y desnudos, aparecían amontonados en un rincón, tan perfectos y suaves que obviamente, tenía que tratarse de un efecto de glamour élfico, pues incluso las cabezas de los niños dispuestas sobre los círculos de poder de S’Ym, parecían perfectas, como muñecos con los ojos abiertos.

Niños muertos para separar el camino entre los mundos.

La magia latía en el interior del palacio de Montsalvatge, la magia convocada por el hechizo de S’Ym, que sacó de algún lado un puro y lo encendió con un chasquido de sus purpúreos dedos de aspecto acerado. Era como un latido sordo, apagado, pero permanente, que tamborilea en los oídos de Daimon, mientras Sam vuelve a gritar. Aquel sonido le trae de inmediato a la mente a Hellstorm la idea de una mina llena de grisú, esperando simplemente una chispa para estallar. Eso era lo que estaba esperando el hechizo convocado por S’Ym para Oberón de Montsalvatge, una chispa.

-Nos vamos a quedar vuestro mundo, mamones-ríe S’Ym, pero una mirada de Lord Oberon le hace guardar silencio y bajar los ojos amarillentos, llenos de lo que parecen ser las líneas de silicio de un chip, muestra de la infección tecnorgánica del demonio (2).

-Llevaos a los Cucos-ordena Lord Oberon, y de inmediato, varios guardas elfos acuden a Sam Buchanan, que les mira con un odio profundo, surgido de sus entrañas, un odio que le quema la garganta con el sabor de la bilis.

-Sam, no-dice Daimon, y el antiguo policía dirige su mirada a Hellstorm, apretando tanto los puños que tiene la impresión de que va a comenzar a sangrar en cualquier momento. Y en ese momento, Daimon se da cuenta de que da igual lo que diga. A Sam le da igual lo que le pase.

Y en ese momento, Sam golpea.

Lanza un fuerte puñetazo hacia la mandíbula de uno de los elfos, y el crujido de los finos huesos de la criatura feérica se escucha en toda la sala cuando se rompen. La sangre y el dolor ahogan el grito del elfo mientras Sam salta sobre otro de sus carceleros, golpeándole con el hombro en el plexo solar, cayendo sobre él y golpeándole con la cabeza en la nariz, que estalló en un rugido de sangre y cartílagos.

-Nada, los caminos se cierran, lo siento, nada, no hay caminos en el desierto, no hay murallas en la nada, no hay muros ni cierres ni puertas…-sisea Ruth, vacilante, buscando algo con sus ojos ciegos.

-¡S’Ym!-ordena Oberón, y el demonio sonríe, mostrando una lengua extrañamente metálica y viscosa que acaricia sus colmillos, mientras señala hacia Sam y los guardianes elfos. En los labios del demonio restalla una palabra, y el aire se llena de energía y cruje cuando un rayo de fuerza mágica pura alcanza a Sam, haciéndole arder de dentro hacia afuera. Sam grita, Ruth grita… Daimon se sorprende a sí mismo gritando, y en ese momento, la voz de Buchanan se apaga. Mira de nuevo hacia Hellstorm, mira hacia S’Ym, hacia Oberón… y cae.

-¿Está muerto?-pregunta Oberón, con la curiosidad del científico que clava las alas de la mariposa aún viva en un corcho.

-No-sisea S’Ym-. Sufrirá más si es testigo de como tomáis su mundo, Sire.

-Bien-asiente Oberón-. Ahora, lleváoslo.

Los elfos heridos en la pelea con Sam se apartan, doloridos, mientras sus compañeros cogen el cuerpo yerto del hombre, y se lo llevan a algún lugar dentro de aquel inmenso palacio de gramayre. Otros dos elfos cogen por los hombros a Ruth, y la llevan tras él. La muchacha se vuelve un momento hacia atrás, y sus ojos vacíos se clavan en Daimon.

-Lo siento, sí, lo siento, no veía bien, no sabía bien, no sentía bien. Él tampoco siente bien, siente más, mucho más, hasta que el sentimiento anula la razón, y la razón no entiende al corazón. No cree, no siente, no sabe. El rojo es el color, Daimon, el rojo…

Ruth guarda silencio mientras desaparece de la sala, y Oberón enarca los ojos.

-Esas palabras… ¿tienes contigo a una vidente, Hijo del Demonio? No he sentido magia a su alrededor…

-Es una mutante-replica Daimon, y S’Ym jadea una risa húmeda.

-Como los niños, Sire. Como los niños.

-Que interesante… Aunque para otro momento. Bien, cythraul. Hablemos de tu Alma Oscura…


Sam continúa maldiciendo durante un buen rato mientras las puertas de la celda mientras los soldados elfos cierran la pesada hoja de madera ante él y Ruth. La muchacha alza la cabeza, olisqueando la humedad del lugar. El suelo está lleno de barro, huele a pantano, y como si estuvieran lejos, pueden escucharse zumbidos de insectos y ruidos de anfibios. Sam baja la cabeza, suponiendo que las hadas no se han molestado en utilizar su glamour para crear unas celdas más aparentes. Estaban en un puto pantano, todo aquel castillo, todo aquel palacio, eran una mentira, como había dicho Daimon.

-¿Estás bien, Ruth?-pregunta Sam, notando que uno de sus dientes se mueve debido a los golpes recibidos. Escupe, y se da cuenta de que hay sangre en la saliva.

-Sí, gracias-musita la muchacha.

-¿Ves algo sobre como salir de aquí?

-Las Puertas se cerraron hace mucho tiempo, sí, lo siento. Los Viejos Caminos se fueron, Arcadia, Domdaniel, la Tierra del Crepúsculo se perdió, quedó sólo dentro del Ensueño. Había caminos, sí, lugares blandos que se volvieron duros, sí, y Velas de Babilonia, que apartaban el Velo y la Oscuridad, y abrían los viejos Senderos.

-Pero Oberón ha dicho que ya no quedan Velas de Babilonia…

-Mentiras-musita Ruth, y de pronto, un hilo de sangre comienza a brotar de su nariz. Sam da un salto hacia ella, pero la chica ni titubea.

-¡Estás sangrando!-exclama, y ella asiente.

-Sí, lo siento, lo lamento, no te preocupes, no, cierto. Me pierdo… glamour y gramayre, no hay diferencia entre lo que es y lo que no es, posibilidad y hecho se confunden, ¿puede el mundo estar contenido por una rosa? Puede y no puede. El gato de Schröedinger, vivo, muerto e inexistente, y todo es verdad, sí, cierto. Mentira y gramayre. Oberón es mentiras y glamour. Hay velas, pocas, ocultas. Las esconde de los sidhe, de la Corte del Verano y la Corte de Invierno, de su propia casa, Balor, el Ojo Cegado, la Sombra y la Noche. Velas, custodiadas por mentiras y bruma. Pero están lejos, lejos de nosotros, escondidas, fuera.

-Las sientes…

-Son como diamantes brillando en la oscuridad, o como cuchillos arañando una pizarra en una habitación en silencio, sí, disculpas.

-Bien-asiente Sam, y saca del interior de su chaqueta el puñal de hierro frío que le había quitado a uno de los elfos en la reyerta, de hecho, el motivo por el que se había arrojado sobre ellos había sido la visión de la empuñadura envuelta en cuero de aquella hoja-. Glamour y gramayre, ¿no?

Sam se acerca a la puerta, y golpea la cerradura con la hoja de hierro frío. Escucha un chasquido, como un ruido de ramas rotas, y hay un centelleo. Y la puerta se abre.

-Vamos, Ruth – dice Sam, tomándola de la mano-. Iluminemos este sitio.


La risa que se escucha en la gran sala de Oberón es seca, horrísona, y tan llena de oscuridad que los propios sidhe sienten que jamás han oído algo así. S’Ym observa con el ceño fruncido a Daimon, víctima de un ataque de risa que lleva lágrimas a sus ojos, y luego, observa a Oberón, que contempla regio al medio demonio. Y sin embargo, hay algo en la forma en cómo sus manos se cruzan la una sobre la otra que dejan claro que el señor de las Tierras del Ocaso, está comenzando a ofenderse por aquella risa siniestra.

-Mi Alma Oscura…-sisea Daimon, apartándose las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano-. Todo esto es por mi Alma Oscura. ¿Necesitas mi Alma Oscura para lanzar tu sortilegio, demonio?

-En otro tiempo el portal estuvo mantenido por niños vivos y el poder de la Niña Oscura y de la tecnología mágica a uno y otro lado del Limbo (3)…-gruñó S’Ym-. Las necesidades de Lord Oberón son más… duraderas. Tenemos las almas de 99 niños, preparadas para derribar los muros, una sola vez y para siempre.

-Pero necesitáis un detonante que prenda vuestra bomba mística, ¿no?

-No entiendo qué es lo que te hace gracia, Hijo del Demonio-interviene finalmente Oberón, y Daimon siente que la risa se le hiela en la garganta. El aura de poder del Rey de los Sidhe es asfixiante, los ojos de su sombra oscura parecen centellear como brasas encendidas. Daimon le mira, sin rastro de sonrisa en sus ojos.

-Porque entonces, no tenéis nada, Lord Oberón.

-¿Qué?

-Porque fui purificado, Señor de Arcadia. Durante la gran caída en la que murió vuestra Reina, y los acontecimientos que precedieron a la llegada de la Era de Acuario para la magia, el Fénix quemó mi Alma Oscura. Me la arrancó, fui despojado. Cuando los demonios fueron arrancados de la faz de la Tierra en la Purga, mis demonios interiores también lo fueron (4).

Oberón guarda silencio, y su mirada parece congelar a S’Ym.

-Demonio…

-¡No, mi señor!-grita S’Ym, extendiendo sus manos tecnorgánicas, pidiendo clemencia.

-Todo lo que has hecho, Oberón de Arcadia… ¡no ha servido para nada!-exclama Hellstorm, mientras en sus manos, comienza a bailar el fuego infernal, el último residuo de su sangre de demonio-. Y nada de lo que hagas, te la devolverá.

-¡No te atrevas a hablar de ella!-escupe Oberón, y una ola de frío recorre la sala, extinguiendo toda luz y marchitando a los Sidhe que había presentes. Naíth intenta dar un paso atrás, evitar la ola de destrucción, pero no lo consigue, y su piel se torna cenicienta, sin color. Una fina capa de escarcha la cubre, y de pronto, todos estallan, convertidos en cenizas. Hellstorm puede sentir el roce del gélido poder de Oberón aferrándose a su pecho, a su alma… o más bien, a la ausencia de esta. S’Ym grita, con la escarcha mística de Oberón aferrándose a cada uno de los circuitos de su ser tecnorgánico, a cada uno de los hechizos y conocimientos almacenados en sus células de silicio, carbono y azufre. Y entonces, la ola pasa, y aterrado, Daimon se da cuenta de que aquello sólo ha sido una breve pataleta del Señor de Arcadia.

-Disculpas…-sisea Daimon, que no se atreve a provocar la ira real de Oberón-. Pero pensad, mi señor, que todo lo que habéis hecho es… inútil. Y risible.

-No lo sabía, Lord Oberón, ¿cómo iba yo a saberlo? Estuve tanto tiempo perdido, lejos de todo… solo cuando el Limbo cambió de guardiana, solo cuando comenzó la Era de Acuario (5), pude ver, pude sentir de nuevo, pude volver…

-Porque estabas muerto y pudiste volver-susurra Oberón, y de nuevo, el delirio centellea en sus ojos-. Y tal vez algún día ella vuelva junto a mí, y me perdonará…

Daimon se da cuenta en ese momento de lo que significaba la mirada de los ojos de Oberón. “Titania pereció, se agostó…”, había dicho.

-Enloquecisteis cuando la Era de la Magia cambió-susurra Daimon-. Vos la matasteis, ¿verdad?

-¡No!-grita Oberón, y las runas de sus manos centellean, moviéndose como serpientes sobre la arena. La fuerza de la negación confirma la idea de Hellstorm, que ve a la propia Muerte acercándose en el nuevo ataque del rey de los Sidhe. Escucha como la tecnología que forma parte de S’Ym parece agostarse, siente como la magia atrapada en la sala, donde el demonio ha asesinado a los niños, late como si fuera a quebrarse, arrasándolo todo. Frío y oscuridad son los dones del señor de la Corte de Invierno. Daimon siente que el poder de Oberón le arranca los jirones de su alma del cuerpo, siente que el fuego infernal se desvanece, ahogado por el viento helado del rey de los Sidhe, el poder del viento que recorre el espacio entre los mundos, entre la existencia y la no existencia.

Certeza de condenación.

Muerte, incapacidad.

Daimon no puede hacer nada.

Resiste, resiste… y en un momento determinado, deja de resistirse.

Y en ese momento, cuando el frío ha congelado tanto su alma que parece que esta se ha condensado en su pecho, el fuego estalla a su alrededor.

Y con el fuego, el espacio y el tiempo parecen resquebrajarse.

-¡No!-grita Oberón, cuando se da cuenta de que el fuego es Magia de Babilonia. Y tras él, los Cucos que habían llegado con Hellstorm, la niña ciega y el hombre que empuñaba un puñal de hierro frío, manchado de la sangre seca de los sidhe. Había escondido esas velas del resto de su pueblo, había custodiado como un auténtico tesoro dos docenas de Velas de Babilonia, cada una de ellas capaz de abrir y cerrar el espacio entre los mundos.

Sam y Ruth las habían encendido todas, y habían utilizado su fuego para hacer arder el propio glamour y el gramayre de Oberón. Las runas de los brazos de Oberón resplandecieron, sus ojos brillaron, habló, y sus palabras se convirtieron en truenos de tormenta, mientras extendía los brazos y trataba de contener la magia salvaje desatada, el poder de las Velas de Babilonia, que curvaba el espacio con tal peso que parecía que este se iba a romper para siempre. El fuego comienza a detenerse, a adquirir un aspecto gélido, frío…

-¡Daimon!-llama Sam, apareciendo entre las llamas y arrodillándose al lado de Daimon, cuyos ojos parecen febriles y ayudándole a incorporarse-. Dios mío, estás helado…-susurra el antiguo policía.

-Sam…-masculla Hellstorm-. Tenemos que salir de aquí…

-Creo que no va a ser tan fácil…-farfulla Sam, y en ese momento, Oberón emerge de las llamas, justo a su lado, con los ojos delirantes, enloquecidos, y empuñando… bueno, Sam nunca sería capaz de explicarlo del todo, pero parecía que aquel hombre empuñaba el frío. Sam Buchanan arrojó a Daimon a un lado, evitando por un palmo el roce del arma de Oberón, el Hijo del Demonio cayó al suelo, tiritando como no había temblado en su vida. El Rey de los Sidhe alzó las manos para golpear de nuestro, y de pronto, Sam sintió humedad en la mano. Miró, y vio que en algún momento, había hundido el puñal de hierro frío en un costado del Rey. Ahora, el rey le mira, con más sorpresa que dolor en sus ojos. Oberón trastabilla, cae hacia atrás. Las runas titilan, las llamas arden.

-La sala…-gruñe Hellstorm, y Sam asiente, tomándolo en sus brazos y corriendo hacia la sala en la que se encontraba el complejo ritual de S’Ym, tratando de ignorar las cabezas de los niños, los cuerpos decapitados…

-¡Paz!-grita S’Ym, siguiéndoles mientras el palacio de Oberón parece quebrarse sobre sí mismo. El fuego de Babilonia quema el propio glamour que los sostiene, y en centelleos, Sam puede ver la verdad, el pantano, las viejas vigas de madera, las ventanas astilladas, la piedra abandonada…

-El fuego arde, arde, arde…-masculla Ruth, y Daimon se da cuenta de que la muchacha ciega, que parece haber encontrado su propio camino entre las llamas, sostiene lo que parece ser un cabo de vela, amarillenta, de aspecto envejecido. Los restos de una vela de Babilonia-. La rama se ha roto, el palacio caerá, lo Rojo… lo Rojo…

Sam abraza a Ruth y a Hellstorm, y clava una mirada acerada en S’Ym, mientras la pequeña enciende la última de las Velas de Babilonia.

-Púdrete, asesino-escupe Sam, y tras él se escucha la voz de Ruth, mientras los tres desaparecen…

¿Cuántas millas hay hasta Babilonia…?

En el corazón de la conflagración, S’Ym grita, mientras el fuego de Babilona arde, quemando tiempo y espacio. El viento rompe los muros, el fuego le envuelve, y S’Ym es lanzado más allá de Arcadia, como una hoja seca al viento.


Aberdare, condado de Rhonda Cynon Taff, País de Gales, Reino Unido.

La luz se extingue entre las manos de Ruth cuando el bosque susurra a su alrededor. Daimon tose, tratando de llevar aire a sus gélidos pulmones, apoyándose en un viejo roble, mientras Sam mira el puñal de hierro frío que sostiene, manchado aún con la sangre del Rey de los Sidhe.

-Habéis hecho un gran trabajo…-sisea Daimon, apoyándose en un tocón, manchándose de verdín. Siente una arcada, y escupe bilis y sangre, y algo oscuro que no se atreve a identificar.

-Aún no sé muy bien lo que hemos hecho, Daimon -masculla Sam-. Y no creo que lo tenga claro ni Ruth…

-Habéis prendido fuego a Arcadia…-susurra el Hijo del Demonio-. Con Fuego de Babilonia. Lo que habéis hecho marcará un antes y un después en las Eras de la Magia…

-La Era de Acuario está pegando fuerte-dice Sam, y Daimon asiente.

-Hubo muchas cosas que quedaron fuera de su lugar cuando concluyeron las Guerras Infernales, muchas cosas que se deslavazaron cuando la Era de Acuario implantó sus nuevos principios. El mundo se ha vuelto más oscuro… Y nosotros tenemos mucho más trabajo.

Sam asiente, y pasa un brazo por encima de los hombros de Ruth, que tirita

-¿Y estás seguro de que no somos los buenos?


Epilogo: Arcadia.

Puede sentir el dolor del Hierro Frío, como un veneno oscuro recorriendo su sangre. Mira hacia arriba y ve las estrellas congeladas del cielo de Arcadia. El sol se ha puesto en el reino del Ocaso. Cierra los ojos y susurra, pero ni su poderosa magia puede restañar las heridas del Hierro Frío. Apoya la cabeza en el suelo, maldiciendo. Antes, su glamour hubiera convertido aquel lodazal en seda y almohadas de plumas. Ahora, el Fuego de Babilonia había hecho arder el gramayre de su magia. Pero el fuego se había desvanecido, desapareciendo sobre sí mismo, un fuego que recorrería el tiempo y el espacio. Un hilo de caos en el tejido de la realidad, provocado por dos Cucos. Oberón sonríe.

Hay rumores a su derecha, y el ceño de Oberón se frunce. Puede ver los cabellos rojos de la criatura por el rabillo del ojo. Y el propio corazón del Rey de las Hadas salta en su pecho. El glamour se ha quebrado, el gramayre se ha quemado. Entonces… ¿qué ata a los Gorrarrojas?

Cuando Blodeuwedd hunde sus afilados colmillos en el pecho de Oberón y hace brotar la primera sangre del Rey de las Hadas, Oberón lo descubre. Lo piensa antes de que el resto de los Gorrarrojas se arrojen sobre él. Es su último pensamiento lúcido, antes del dolor.

Nada.

No les ata nada.


1.- La versión escocesa de una conocida nurseryrhyme, más larga que su homóloga inglesa, Howmany miles toBabylon?

2.- S’Ym fue infectado por el virus tecnorgánico de Warlock en los números de Nuevos Mutantes previos a Inferno.

3.- Inferno, claro.

4.- En las Guerras Infernales Marveltópicas… tan imprescindibles como Inferno… o más.

5.- De nuevo, en Guerras Infernales y en DOCE, respectivamente.


CARTAS DESDE LA PENUMBRA.

Y aquí acaba la trama de las Hadas, de momento. Espero haber conseguido darles el fondo de oscuridad que creía, y quitarnos un poco esa idea de las hadas bobas y monas que vuelan sobre setas que parece que tenemos adquirida. En el próximo número, comenzará una nueva saga, en la que Hellstorm y sus aliados continuarán solucionando los desajustes provocados por las Guerras Infernales y la Era de Acuario. Y espero que sea una saga muy especial.

Nos vemos en Un Mundo de Tinieblas.

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