2012 AD #27 – Star Trek #3

El espacio, la última frontera


#27 – Star Trek
Homenaje

Por Luis Capote


Fecha de publicación: Mes 172 – 8/12


Martes por la tarde. Oficinas de la empresa Lord Entertainment en San Francisco. Scotty repetía mentalmente el mensaje que había recibido en su contestador aquella mañana, mientras se acercaba a las señas del hotel Estrella Lejana, uno de los múltiples alojamientos que la Federación tenía arrendados para sus distinguidos visitantes en la ciudad californiana, y donde se alojaba su acompañante. Apenas dos días antes, un oficial de la Flota le había pedido que se desplazara hasta allí, para un asunto que atañía al personal de más rango que había servido a las órdenes del Capitán Kirk durante un período más largo. Necesitaban al menos dos representantes y, por lo que le habían comentado, sólo él, que estaba a punto de viajar hacia el planeta de su retiro y otra persona estaban disponibles. Ambos tenían que ir a Lord Entertainment. Después de una larga vida de servicios, el viejo comandante Montgomery Scott sintió deseos de declinar la invitación, pero su lealtad hacia Kirk y, sobre todo, el deseo de volver a ver a uno de sus camaradas era más fuerte. Sobre todo si se trataba de ella.

– Hola, Scotty -dijo la Comandante Uhura desde lo alto de la escalinata del hotel. Seguía siendo hermosa, a pesar de los años. Para él, siempre sería hermosa.

– Hola, Uhura -respondió él, subiendo las escaleras con una agilidad sorprendente para su volumen y enseñándole una amplia sonrisa- Cada vez que te veo estás más bonita.

– ¡Ah, el demonio se lleve a los escoceses embusteros, amigo mío! – Respondió ella mientras él le besaba las manos- Me alegro mucho de verte.

– Yo también a ti, preciosa. No quería marcharme sin despedirme de ti. Ya lo he hecho de casi todos, aunque confío en veros en mi nuevo hogar.

– Hubiera ido a matarte personalmente si no lo hubieras hecho, Montgomery Scott. Pero gracias a esta misión, no va a ser así.

– Sí, así es…Ya que lo mencionas, el oficial que contactó conmigo fue muy vago en sus explicaciones. Me dijo que era algo relacionado con la tripulación del Enterprise y que tenía que ir contigo a un sitio llamado Lord Entertainment.

 

– Yo tampoco sé mucho más, Scotty -respondió la antigua oficial de comunicaciones, tomando el brazo de su amigo para bajar las escaleras- Sí puedo decirte que Lord Entertainment es una empresa dedicada al mundo del espectáculo.

– ¿El espectáculo?

– Sí. Cine, teatro, música… No hace mucho recibí una oferta para grabar un disco de canciones en swahili – dijo riendo – Fue halagador.

– ¿Y aceptaste? Recuerdo tus actuaciones en el bar del Enterprise. Eras fantástica. Creo que ahí empecé a enamorarme de ti.

– Siempre tan galante. Pero no, no acepté. Me lo pintaron todo muy bonito, pero no me llegaron muy buenas referencias de la empresa, ni de su dueño, un tal Maxwell Lord.

– ¿Sí? ¿Cómo es ese tal Lord?

– Creo que pronto lo sabremos, ya que su asistente personal me llamó al hotel antes de bajar a encontrarte. Será el propio Lord el que se entreviste con nosotros.

– Me está picando la curiosidad… – respondió Scotty mientras, ya a pie de calle, abría la puerta de un taxi para que Uhura entrara.

Su destino era uno de los edificios más modernos del sector empresarial. Su anfitrión, Maxwell Lord, había entrado fuerte en un mundo en el que no había habido grandes cambios desde el S. XXI. Su forma de hacer negocios, arriesgada y agresiva, le había granjeado una merecida fama de trepa, una buena colección de lamerrebeles y una no menos numerosa pléyade enemigos acérrimos, amén de numerosas fricciones con la Federación, porque unos cuantos de sus miembros habían manifestado su disgusto por la forma en que determinadas producciones de Lord faltaban al respeto a su cultura y sus tradiciones, infringiendo en alguna que otra ocasión sus leyes penales. Con la nada velada amenaza de una montaña de querellas, Maxwell quería que aquel proyecto sirviera para ganarse la confianza del gobierno, al menos en la Tierra. Sin embargo, su secretario y asistente personal, un ser mecánico llamado L-Ron, no parecía muy convencido con la idea.

Francamente, su creatividad. Creo que su proyecto acerca del Enterprise no es una buena idea.

– Pamplinas, L-Ron. Se puede decir que tengo a la Federación en el bote. Si convenzo a sus representantes, la obra saldrá adelante. Y haremos una fortuna, amigo mío.

– Pese a mi condición robótica, siento aguarle la fiesta, señor. Pero los representantes aún no están convencidos. Y sus relaciones con la Federación sólo pueden calificarse desde la fría y objetiva lógica como lamentables.

 

– Pequeños contratiempos sin importancia, mi metálico amigo. Dejemos la lógica para los vulcanianos. Y hasta ellos tendrán que rendirse ante la evidencia…

– Eso si antes no le piden a su embajador en la Tierra que lo lleve ante los tribunales. No debió estrenar aquella ópera-rock sobre la vida de su principal dirigente. Y, desde luego, no debió contratar a aquella antigua actriz porno para el papel principal.

– La pequeña Tracy necesitaba un empujón en el nuevo sentido que quería dar a su carrera. Y no podía decirle que no a la hija de mi primo Ted.

– Espero que tanto él como ella tengan a bien interceder por su persona ante el jurado, su familiaridad.

Lord iba a responder a su deslenguado ayudante cuando su comunicador empezó a vibrar. En la minipantalla, una de sus empleadas le anunció que los comandantes Montgomery Scott y Nyota Uhura habían llegado y le esperaban en el recibidor. Después de dar la orden de que los llevaran a una sala de invitados, guardó el aparato y dio una palmada, para luego frotarse las manos.

– ¡Ya han llegado, amigo mío! Como decían hace varios siglos en día de estreno: ¡rómpete una pierna!

– No tengo piernas, su cegueridad.

– Era una frase hecha, L-Ron. Vamos. Nuestros invitados esperan.

Casi corriendo, Lord llegó hasta la puerta de la sala donde le esperaban y, frenando en seco, se arregló la ropa y el pelo hasta parecer presentable. L-Ron llegó un poco después, ya que su capacidad de movimiento no le permitía ir con el apresuramiento de su jefe. Mientras éste intentaba acompasar su respiración para parecer relajado, el robot hizo un último comentario.

– Aún está a tiempo de echarse atrás.

– Vamos, L-Ron, viejo compinche. ¿Te he fallado alguna vez? ¿Es que no quieres compartir la gloria conmigo?

– Respecto a su primera pregunta, mi cerebro positrónico calcula unas cinco mil trescientas ochenta y cuatro coma tres veces. Respecto a la segunda, no deseo acabar mis días en una colonia-prisión.

– ¡Hombre de poca fe!

– Me permito recordarle que soy una forma mecánica de inteligencia. Un robot, en el lenguaje coloquial, su obtusidad.

– Era una frase, hecha, L-Ron – dijo mientras tocaba a la puerta y entraba antes de esperar respuesta – ¡Buenas tardes, queridos amigos! ¡Mi nombre es Maxwell Lord, presidente y socio mayoritario de Lord Entertainment! ¿Qué tal están? ¿Les han tratado bien? ¿Desean tomar algo?

– Muchas gracias, señor Lord -respondió Uhura, mientras ella y Scott se levantaban de sus asientos para darse los protocolarios apretones de manos- Gracias. Estamos bien así.

– ¡Cualquier cosa que pidan les será concedida! ¿Qué desean? ¡Y llámenme Maxwell, por favor! Es lo menos que puedo hacer por dos leyendas vivientes que me honran con su presencia.

– ¡Oh, por favor! No exagere, se lo ruego -respondió Uhura con una amplia sonrisa- Sólo queremos saber cuál es el motivo de su invitación.

– ¡No exagero, mi querida amiga! Están ustedes aquí porque quiero hacerles un homenaje.

– ¿Un homenaje? -preguntó Scotty.

– ¡Sí! A ustedes y a todos los que sirvieron en el USS Enterprise bajo el mando del Capitán Kirk. Creo que la galaxia debe conocerles mejor y saber todo lo que hicieron ustedes para salvar la civilización tal y como la conocemos.

– Estoy sorprendida, señor Lord… Maxwell -dijo Uhura, con una sonrisa bastante menos cálida, y lanzando miradas furtivas a un no menos intrigado Scotty- Sólo cumplíamos con nuestro deber. No necesitamos ningún tipo de homenaje, aunque se lo agradecemos.

– ¡Oh, no es ninguna molestia! Además ¡Todos nuestros actores y actrices están como locos con la obra! ¡Ya han empezado a ensayar con una energía que es ciertamente digna de elogio, porque matarían por participar en…!

– Un momento -interrumpió Scotty- ¿Actores? ¿Obra? ¿Ensayos? ¿De qué clase de homenaje estamos hablando, señor Lord?

– Maxwell, mi buen Scotty. ¿Puedo llamarle Scotty? Ya sé ¡Sólo si yo le dejo llamarme Max, y eso para mí es un placer! Y en cuanto a sus preguntas ¡Qué otro tipo de homenaje podía ser sino una obra producida por mi empresa! ¡Sólo quiero agasajarles con mi humilde arte, amigos míos!

-Perdone, señor Lord -dijo entonces Uhura, ya sin ninguna sonrisa dibujada en su rostro- pero los reglamentos estelares vigentes para la flota son muy estrictos en lo que a derechos de imagen se refiere. No puede usted utilizar nada que pertenezca a la misma o a sus integrantes sin la autorización conjunta de ambos.

– El señor Lord iba a explicarles que ese es el motivo de su presencia aquí, Comandante Uhura y Comandante Scott –dijo L-Ron, que hasta entonces había permanecido al lado de la puerta, sin que su jefe se molestara en lo más mínimo en presentarles- Soy L-Ron, unidad mecánica de inteligencia al servicio personal del señor Lord.

-Eeeeh, sí… Gracias, L-Ron. Efectivamente, iba a explicarles que la Federación ha vinculado su autorización final a la decisión que tomen ustedes. Por eso les he citado. Quiero que vean una parte de la obra.

-Bueno…-respondió Uhura con cara de póquer- Supongo que no habrá nada malo por sentarse y escuchar ¿No crees? -dijo volviéndose a Scotty y brindándole una pícara sonrisa.

-Vamos… creo que puede ser divertido -respondió Scott, dando su brazo a la dama.

-¡Aaaaah! ¡Perfecto! ¡Veo que hablamos el mismo idioma, amigos míos! ¡Brittany! -dijo a través de su comunicador- Ven a la sala 2 y lleva a nuestros invitados al auditorio de proyecciones del sótano. Yo iré enseguida.

Mientras los antiguos oficiales iban al encuentro de la empleada, Lord se volvió a su ayudante y volvió a frotarse las manos.

– ¿Qué te dije, L-Ron? ¡Los tengo en el bote! ¡Sabía que tarde o temprano encontraría a dos miembros del equipo de Kirk con la mente abierta! La búsqueda ha sido ardua, pero ha dado sus frutos.

– Sí. Al menos, todavía no han amenazado con operarle de apendicitis sin anestesia…

– El Almirante McCoy tiene fama de ser excesivamente pasional, mi enlatado amigo. Con el embajador Spock tuve en cambio una conversación muy instructiva.

– Sí. Fue muy interesante poder percibir con mis sensores visuales la ejecución de la célebre pinza vulcaniana.

 – Bueno. Un pequeño malentendido, fácilmente restañable entre hombres inteligentes y maduros como el embajador y yo. De haber podido explicarme, le habría argumentado porqué la elección de Tracy para el papel de Tupou era ideal.

– T´Pau, su dislexidad. Y le advertí acerca de que no debía sacar ese tema. T´Pau no sólo es la más alta dignataria de Vulcano, sino también su líder espiritual. Según mis bancos de memoria, emplear a la protagonista de -y cito- «Polvo de estrellas en la bacanal galáctica XIII bis» ha sido reseñado en el último congreso galáctico sobre Psicohistoria, como -cito nuevamente- «una de las mayores ofensas al pueblo vulcaniano, que de haberse perpetrado en la Tierra pre-galáctica, habría supuesto la condena a la hoguera». De hecho, algunos eminentes académicos han planteado la posibilidad de restaurar este tipo de correctivos, con el fin de aplicarlos exclusivamente a su persona, su irreverencia.

– Los innovadores siempre hemos sido vilipendiados por los académicos de salón y demás gentes de mente estrecha. Se rieron de Galileo. Se rieron de Mozart. Se rieron de Einstein. Se rieron de Fo.

– También se rieron de Bozo el Payaso, su megalomanidad.

Lord pasó por alto el comentario y atravesó -esta vez sin llamar- una puerta que daba a su palco privado del auditorio. El empresario no había tenido ningún tipo de problema en diseñar el edificio con un teatro en su interior. Aunque de un aforo limitado a unas cien personas, Maxwell no había omitido detalle alguno, pues todo había sido  construido con un lujo rayano en la chabacanería. Situado justo enfrente del escenario, los cuatro ocupantes de tan privilegiada posición no se perderían el más mínimo detalle de la representación, como Uhura y Scotty iban a comprobar para su desgracia.

Las luces se apagaron y, enseguida, un foco iluminó el escenario. El telón se alzó y la música pregrabada empezó a escucharse a través del moderno sistema de altavoces THX 2238 que Lord había adquirido en exclusiva. Un holograma del viejo Enterprise alzó el vuelo y cruzó de un extremo a otro el auditorio con un elegante giro en el que los asistentes vieron la parte superior de la nave. Sobre el platillo, una inscripción circular giraba y destellaba indicando que iban a disfrutar del musical Trekeando, escrito, compuesto y dirigido por Maxwell Lord. La imagen continuó su vuelo y fue a estrellarse contra el escenario en una explosión de luz, color y humo, de la que salió un ballet de cinco chicos y cinco chicas, ataviados con los antiguos uniformes de la Flota Estelar, que empezaron a cantar.

Trekeando, a través del universo. En la USS Enterprise, con el Capi Kirk

Trekeando, a través del universo. Siempre adelante pues no sabemos dar marcha atráaaas.

Una voz en off, grave y distorsionada por el eco, aunque reconocible como la de Lord, dijo entonces: Teniente Uhura, informe. De las bambalinas surgió a una mujer, enfudada en una versión más que reducida del viejo uniforme rojo. Uhura enmudeció y, conforme la actriz que la impersonaba dio unos cuantos pasos de baile, empezó a sentir en su rostro un calor, causado por la vergüenza, el estupor y un sentimiento de cólera que no hicieron más que crecer cuando la mujer del escenario empezó a cantar con voz de pito:

Hay klingons ahí afuera, afuera, afuera. Hay klingons y ahí afuera, mi capitáaaaan.

– ¡¿Esa es… soy….yo?! ¡Pero si es… blanca! – Uhura no acertaba a articular palabra.

– Oh, bueno -dijo Lord, luciendo su mejor sonrisa de Signal- Queríamos que fuera una alegoría de los tiempos en los que sólo determinadas personas podían actuar. Es una transmigración operada desde los cavernícolas tiempos pre-galácticos hasta la civilización tal y como la conocemos. -El empresario soltó aquella retahíla como si realmente tuviera idea de lo que estaba diciendo, mientras Uhura contemplaba fijamente el escenario, mientras su labio inferior temblaba. Por su parte, Scotty estaba dividido entre la estupefacción, la vergüenza ajena y la risa que le provocaba la expresión en el rostro de su compañera.

Mientras, la voz en off de antes indicaba con un sonoro «Análisis, Sr. Spock» que el vulcaniano iba a hacer su aparición, cosa que ocurrió inmediatamente, ante el estupor de los dos oficiales. El encargado de interpretar el papel del oficial científico era más alto que aquél y mucho más desgarbado y torpe. Queriendo entrar un paso firme, tropezó y entró casi a cuatro patas, mientras su voz, excesivamente grave, desafinaba al cantar su parte:

Es vida, Jim, pero desconocida, desconocida, desconocida. Es vida, Jim, pero desconocida, desconocida, mi capitán.

– Deben disculparle -dijo Lord sin dejar de sonreír- Roh May es un antiguo jugador de baloncesto de Hala II. Le he contratado porque puede atraer a ese público que habitualmente se interesa más por el deporte que por el arte.

Roh May ha perdido una de sus orejas postizas. Ese adhesivo de contacto que le facilitó su cuñado no es muy fiable, señor…

-Tienen que disculpar a mi robótico asistente, oficiales  -dijo Lord sin mirar a L-Ron- Olvida que estas representaciones de ensayo están para poner a prueba todos los engranajes de la máquina. Les garantizo que el día del estreno todo funcionará tan bien como lo hacían los motores de su querida nave, amigos.

El símil sirvió para que por la mente de Scotty pasara la imagen de una Enterprise estallando silenciosamente en algún remoto confín de la galaxia mientras sus restos caían a un agujero negro… pero no, ninguna de sus experiencias como oficial ingeniero era comparable con aquel cúmulo de desastres que seguía desarrollándose ante sus ojos.

Mientras la ¿bailarina? ¿cantante? que hacía las veces de Uhura volvía a entonar su frase sobre los klingons de forma aún más desafinada, el señor Spock del escenario se situaba en segundo plano, intentando marcar los pasos de una danza que Lord definió como adaptación de cierto baile festivo de Orión y que los avergonzados oficiales de la Flota que la acompañaban compararon en su mente con las consecuencias de recibir una descarga de energía. La voz pregrabada de Lord invocó la presencia del Doctor McCoy y un nuevo capítulo en la historia de aquel horror dio comienzo:

-Informe médico, Doctor McCoy

Un bailarín que apenas llegaba a la axila de Roh May hizo su aparición desde la otra esquina del escenario. Sus andares eran como los de Groucho Marx y miraba a todas partes con unos ojos saltones bien abiertos mientras intentaba ajustarse una vieja bata blanca que le quedaba ridículamente grande. Lord explicó a unos invitados enmudecidos que había querido que la interpretación de «el bueno de Bones» diera un matiz cómico a la representación que contrastara con la solemnidad inherente a un médico de tan altísimo rango. Sin embargo, el cerebro positrónico de L-Ron había alcanzado la conclusión de que su jefe había querido vengarse de alguna forma del trato recibido de manos del veterano galeno, el cual no solo había amenazado con extirparle el apéndice siguiendo las explicaciones de un tratado medieval sobre ordalías sino que además había dado orden expresa de que Lord fuera expulsado de su despacho a patadas, mandato que sus subordinados cumplieron literalmente y de forma que el robot consideró como entusiasta. Cuando el recién llegado al escenario abrió la boca dejó escapar por la misma un torrente de voz propia de quien llevaba demasiado tiempo consumiendo lo que los piratas elasi hacían pasar por cerveza romulana.

Es peor que eso ¡está muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! Es peor que eso ¡está muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! ¡Muerto!

La estrofa fue ejecutada en medio de grandes aspavientos mientras «Uhura» y «Spock» flanqueaban a «McCoy» y los integrantes del ballet seguían haciendo la misma coreografía de inicio que, por supuesto, nada tenía que ver con la que realizaban las primeras figuras. Mientras Uhura miraba con los ojos como platos, incapaz de apartar la vista de aquel desfile de los horrores, Scotty apretó los puños mientras murmuraba entre dientes que ni siquiera Harry Mudd había sido capaz de perpetrar algo semejante.

-¡Vean, queridos amigos! ¡El contraste físico entre esos dos actores es una alegoría de las diferencias entre los señores Spock y McCoy! ¡Diferencias culturales a través del aspecto físico! Original ¿no creen?

– Su optimistidad ¿debería pedir al equipo médico que se acercara? Tienen todo el aspecto de estar a punto de sufrir un colapso nervioso…

El número siguió su curso mientras los intérpretes que estaban sobre el escenario ocupaban sucesivamente el lugar principal para repetir desafinadamente las frases que ya habían pronunciado. Lord parloteaba incesantemente intentando aturullar a sus invitados con cifras de ventas, giras por todos los teatros de la Federación y hasta una línea de merchandising relacionada con la obra. L-Ron analizaba las constantes vitales de los oficiales e intentó avisar en un par de ocasiones a su jefe de que la tensión arterial de aquéllos parecía indicar un estado de profundo enfado que aconsejaba poner fin a la representación. La advertencia cayó en saco roto porque se aproximaban a lo que Lord llamaba uno de los momentos álgidos del número.

El escenario se iluminó con una luz casi cegadora y un holograma apareció en el centro. La imagen parecía imitar el efecto del teletransporte y pretendía -sin éxito- que el público se diera cuenta de que una trampilla se había abierto para dejar paso a otro intérprete que la voz pregrabada anunció como el Capitán James T. Kirk. Ni Uhura ni Scott habían olvidado que su compañero y amigo había desaparecido durante un vuelo de prueba. Aunque estaban públicamente orgullosos de los homenajes que la Flota Estelar prodigara a la memoria… a la persona de quien fuera uno de sus más gallardos oficiales, en privado lamentaban su pérdida aunque estuvieran de acuerdo del primero al último en la consideración de que el destino de Kirk no era languidecer como un jubilado. Los antiguos oficiales de ingeniería y de comunicaciones observaron con temor otra nueva ocurrencia de Lord.

El papel del legendario comandante de la Enterprise había sido otorgado a un actor llamado Shat Williams. Ya muy adentrado en la edad madura su tono físico era el de un antiguo atleta al que le gustaba mucho la buena mesa (sin hacerle ascos a la de mediana, poca, escasa o nula calidad). Su pelo se batía en retirada a lo largo de su cabeza, por lo que su evidente anchura frontal había intentado ser cubierta con un peluquín de un color visiblemente distinto al del tinte que se aplicaba Williams. Lord enumeró de carrerilla los éxitos interpretativos del intérprete en series de ficción como «J. T. Booker» o «Galactic Legal» y rematando su afirmación de que era la elección ideal para interpretar a Kirk por haber grabado más de quince discos de éxitos provenientes de todos los sistemas de la Federación. Tal cúmulo de virtudes contadas y casi cantadas por el incombustible Maxwell contrastaba con los ortopédicos movimientos del hinchado Willliams y con los histriónicos gestos que desplegó cuando le tocó cantar:

Venimos en paz ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! Venimos en paz ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! ¡disparad a matar!

 

-¡Ahí tienen el carisma hecho actor, amigos míos! ¡Kirk es para mí un pionero del espacio, de ahí que Williams lleve una chaqueta de flecos al estilo de los exploradores del salvaje oeste! ¡Veo a Shat y pienso en Kirk! ¡Pienso en ambos y me viene a la mente el vocablo «héroe».

Por favor, señor. Creo que los invitados no están por la labor de seguir escuchando sus delirantes explicaciones…

Scotty y Uhura se sentían atrapados por aquel desfile de los horrores que atrapaba sus miradas como la luz a las polillas. El guineo de las explicaciones de Lord era un sonido lejano que, sin embargo, les infundía el deseo de expresar sus opiniones con más contundencia de la que podía dar cualquier palabra.

«Bones», «Spock» y «Uhura» dieron un paso al frente para flanquear a «Kirk» y junto a los integrantes de ballet empezaron a cantar el horripilante estribillo:

Trekeando, a través del universo. En la USS Enterprise, con el Capi Kirk

Trekeando, a través del universo. Siempre adelante ¡pues las cosas van peor!

La voz pregrabada de Lord anunció que Scotty iba a ser el siguiente oficial de la Enterprise que fuera injuriado al decir: Sala de máquinas, Señor Scott.

El efecto de luz cegadora volvió a cubrir infructuosamente la apertura de la trampilla del escenario, la cual se abrió para dejar paso a un anciano con aspecto de venerable abuelete que se afanaba en dar martillazos a una maqueta que intentaba representar un convertidor materia-antimateria mientras gritaba con un impostado acento escocés una frase en la línea de todas las precedentes:

¡No podemos cambiar las leyes de la Física! ¡las leyes de la Física! ¡Las leyes de la Física! ¡No podemos cambiar las leyes de la Física, Jim!

Cada repetición de la frase iba acompañada por sendos martillazos con los que, siempre según la explicación de Lord se rendía pleitesía a la habilidad del jefe de ingenieros para hacer frente a desafíos imposibles, algo difícil de creer ante la imagen de un viejo fondón de melena alborotada que golpeaba con dos martillos al compás de la música.

La trampilla volvió a abrirse para esconder la maqueta del conversor y «Scotty» lanzó los martillos al aire para incorporarse a una conga en la que por orden los distintos actores iban repitiendo sus frases a una velocidad creciente, lo que hacía que los «gallos» se multiplicaran:

Hay klingons ahí afuera, afuera, afuera. Hay klingons y ahí afuera, mi capitáaaaaAAAAN

Es vida, Jim, pero desconocida, desconocida, desconocida. Es vida, Jim, pero desconocida, desconocida, mi capitán.

Es peor que eso ¡está muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! Es peor que eso ¡está muerto, Jim! ¡Muerto, Jim! ¡Muerto!

Venimos en paz ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! Venimos en paz ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! ¡disparad a matar! ¡Telepórtame, Scotty!

El esperpéntico baile fue acelerándose hasta que el escenario se inundó de luces rojas, la voz en off gritó repetidamente «¡alerta roja! ¡alerta roja! ¡alerta roja!». Una vibración retumbante recorrió toda la estancia y simuló una descomunal explosión de luz. Cuando los tres asistentes dejaron de ver chiribitas comprobaron que el escenario se había vaciado y que el lugar de los intérpretes había sido ocupado por representaciones holográficas de los mismos a los que se había añadido el detalle de alas y aureolas para cantar con una insufrible voz de falsete la estrofa inicial:

Trekeando, a través del universo. En la USS Enterprise, con el Capi Kirk

Trekeando, a través del universo. Siempre adelante pues no sabemos dar marcha atráaaas.

La música cesó, las luces se encendieron y el reparto salió para un apresurado saludo en el que quedaba patente que la falta de ensayos se había traducido en toda suerte de pisotones y codazos. Uhura y Scotty volvieron al mundo real, cruzaron una mirada y se levantaron mientras un exultante Maxwell Lord se dirigía a ellos con la sonrisa del gato de Chesire. L- Ron se situó estratégicamente detrás de su jefe y en su flanco izquierdo.

-Bueno, Uhura, Scotty ¿qué les ha parecido la función?

Por toda respuesta Scott echó el brazo derecho hacia atrás y cerrando el puño propinó a Lord un potente directo que dejó a éste caído en el suelo cuan largo era y privado de sentido.

-Tomaremos eso como un «no», oficiales. Comunicaré el sentido de su respuesta al señor Lord en cuanto despierte.

Una vez estuvieron fuera de los dominios de la empresa de Maxwell Lord, los viejos camaradas se relajaron y prorrumpieron en carcajadas. Cuando dejaron de reírse y recuperaron el resuello, enjugaron sus lágrimas y se miraron.

-No ha estado mal para ser nuestra última misión juntos, querida

-Para nada pero ¡qué ruina de función! ¡Qué espanto, Scotty!… aunque ha merecido la pena sufrir ese tormento para volver a verte.

-Era la excusa ideal para vernos antes de partir. ¿Una última copa? -dijo el veterano ingeniero guiñando un ojo a su compañera.

-Una primera última copa, amigo mío -dijo ésta cogiéndose de su brazo.

La ciudad les vio perderse en sus calles mientras las últimas luces del día se apagaban.


EL HOLOPUENTE DE BARTOLO O ¡QUÉ CALOR HACE, MANOLO!

He tardado varios años pero por fin he podido terminar este segundo homenaje a la memoria de James Doohan, el célebre «Scotty» de la serie original (y de las siete primeras películas de la saga).

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