Batman #5

#5 – Año Uno V
Sombra y oscuridad

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 174 – 10/12


Mansión Wayne, Ciudad de Gotham. Hace veinte años.

Sintió el peligro casi antes de escuchar el grito de Tommy. Thomas Wayne había oído hablar de presentimientos, de gente que había sabido en un momento determinado que alguien de su familia corría peligro, que alguien cercano había muerto, y lo habían sabido en el mismo momento en el que ese algo estaba ocurriendo en el otro lado del mundo.

A pesar de todo, Thomas no creía demasiado en esas cosas, y sin embargo, para cuando llegó el grito del crío, todo su cuerpo estaba ya tenso como la cuerda de un arco.

Bruce.

Algo le había pasado a Bruce.

Tommy gritaba como un espíritu irlandés, y el Doctor Wayne era incapaz de entender lo que decía el muchacho. Martha estaba con su hermana Elizabeth y habían dado el día libre a Alfred, de modo que Thomas se había quedado solo con Bruce y con Tommy Elliott. Martha le había hecho prometer que no se abstraería en el caso Stirk, y él lo había prometido. Hubiera puesto su buen nombre de médico sobre la mesa para respaldar el hecho de que prestaba atención a los niños… Pero el caso Stirk era demasiado fascinante, y Thomas había estado consultando una serie de libros es busca de precedentes. Los médicos no habían encontrado nada, pero Thomas creía haber leído algo semejante en uno de los viejos libros de historia sobre la llegada de los holandeses a la ciudad de Gotham que su bisabuelo, Gerald Wayne, había adquirido años atrás. Había perdido el sentido del tiempo mientras los niños jugaban en el jardín, y ahora…

Ahora no escuchaba a Bruce, y Tommy gritaba. Thomas corrió fuera de su despacho, bajando las escaleras a toda velocidad mientras notaba cómo el corazón le latía con violencia en el pecho, como los cascos de un caballo desbocado, golpeando contra su esternón con tal fuerza que parecía que en cualquier momento se iba a partir por la mitad. Salió por la puerta principal y corrió para girar el recodo tras el que venían las voces de Tommy… y se detuvo en seco.

El suelo se había abierto allí, se había abierto un socavón y no había rastro de Bruce por ningún sitio. Tommy miraba el agujero sin dejar de gritar, y atónito, Thomas Wayne observó la columna de oscuridad que parecía brotar de la propia tierra. Eran murciélagos, centenares de murciélagos. Su corazón se detuvo un instante.

Murciélagos.

Como todos los gothamitas, Thomas Wayne sabía que había enormes cavernas bajo toda la isla, y sabía que había grandes túneles naturales bajo su casa. La explanada donde ahora se alzaba la mansión Wayne había sido uno de los centros de población de los Miagani en lo que sería Gotham, y Thomas Wayne sabía más sobre el Pueblo Murciélago y sobre las Cuevas de lo que sabían la mayor parte de los habitantes de Gotham.

Y también sabía cosas sobre los murciélagos, suficientes como para saber que si Bruce había caído en un nido, podía dar a su hijo por muerto. Los excrementos de una bandada de  de murciélagos como la que salía en aquel momento de la grieta abierta en el suelo generarían tal cantidad de metano que no había forma de que Bruce saliera de allí vivo. Pero el aire no olía a metano, a Thomas no le picaban los ojos…

-¡Tommy!-gritó Thomas, y el niño le miró, como aturdido, como si la presencia de Thomas Wayne allí fuera más sorprendente que la de las docenas de quirópteros que volaban ciegos y aterrados por la luz del sol. La boca del niño se abría en una gran «O», oscura y casi obscena, como si fuera a devorar el resto de su cara. «Está en shock» pensó de inmediato Thomas, antes de asomarse al agujero.

Bruce y Tommy debían haber estado jugando sobre una caverna natural, y el suelo había cedido bajo sus pies, arrastrando a Bruce. El nido de murciélagos debía haber estado en otro lugar,  por suerte para Bruce, y los animales se habían asustado y habían salido volando.

-¡Bruce!-llamó Thomas, pero no hubo respuesta. Tenía que bajar ahí. Tenía que ver qué había pasado. Se giró hacia Tommy, que contemplaba la mancha oscura que se desvanecía en el cielo con los ojos muy abiertos-. Tommy, necesito que me ayudes. ¡Tommy!

Thomas golpeó levemente la mejilla del muchacho, y este clavó en él unos ojos vacíos, que poco a poco, parecieron llenarse de realidad, de una sombra de vida, llena de miedo y horror, pero vida.

-El suelo se rompió, Señor Wayne, Bruce…-comenzó a decir Tommy, y Thomas negó con la cabeza.

-No importa ahora. Necesito que hagas una cosa por mí, Tommy. Tenemos que sacar a Bruce de ahí. Quiero que vayas corriendo a la cocina, y busques en el armario que hay al lado del fregadero. Tiene que haber una linterna. ¿Me has entendido, Tommy?

-Una linterna…-asintió el crío, y Thomas afirmó con la cabeza.

-Corre-ordenó, y Tommy Elliott corrió como si no hubiera mañana, como si su mundo acabase ahí y ahora. Y sin embargo, el tiempo transcurrió para Thomas Wayne con una lentitud exasperante, cada segundo era un martillazo que notaba en su pecho, en su respiración. Seguía llamando, pero abajo no había más que silencio.

Tommy volvió todo lo deprisa que pudo sosteniendo la linterna, y Thomas Wayne la encendió y se sumergió en la oscuridad, tras ordenarle al niño que llamara a Emergencias. Temía lo que podía encontrarse abajo.

Y por desgracia, encontró lo que más temía.

Bruce yacía en el suelo, quebrado como una rama, envuelto en un charco de sangre. Había tenido la desgracia de caer sobre unas rocas afiladas, quizá de otra forma sólo se hubiera roto un brazo o algo así, pero el azar había jugado en su contra. Thomas se arrodilló junto a su hijo, cuyos ojos abiertos parecían escrutar la oscuridad, mirando hacia más allá del No-Ser. Thomas Wayne lo sabía bien. Suspiró y sacó una Caja de uno de los bolsillos de su chaqueta. La Caja comenzó a vibrar en sus manos, con unos chasquidos tenues y distantes, como si aquel no fuera realmente el lugar en el que estaba.

La Caja brilló, y Bruce abrió los ojos…


Mansión Wayne. Ciudad de Gotham. Ahora.

-Nunca.

Sin esperar la reacción de Hurt, dos dardos vuelan desde las manos de Batman, tan rápidos que el doctor no tiene tiempo de reaccionar y las púas se hunden en sus hombros. De inmediato, Hurt nota cierta quemazón química, como si sus brazos aumentaran de peso, pero antes de que pueda accionar de manera alguna, Bruce deja caer al suelo una pequeña bomba, y al momento, una inmensa oscuridad se extiende por la sala.

-¡Bruce!-grita Hurt, completamente ciego-. ¡Te voy a hacer gritar por esto! ¡Te voy a hacer gritar!

No hay respuesta, ni siquiera cuando la Caja que Hurt sostiene en la mano comienza a emitir ruidos extraños, «clics» que parecen retumbar en toda la sala, cercanos y distantes al tiempo. La quemazón de sus brazos desaparece y la oscuridad poco a poco se disipa, pero la habitación aún está en penumbras cuando Hurt se da cuenta de que está sólo. Bruce ha desaparecido, y de alguna manera, se ha llevado con él a Alfred.

-Bruce-sonríe, y la Caja tintinea en sus manos. La voz de Hurt suena por todos los sistemas de comunicación internos existentes en la Mansión y la Batcueva-. Podrías haber hecho esto mucho más fácil. Podrías haber sido uno de nosotros, y hubieras sido grande, mucho más grande de lo que podrías llegar a imaginar, ya lo creo. Pero te comportas como una rata, como un ratón huyendo a su refugio sin saber que entra en la mayor de las trampas. El No-Dios nos entrega dones, Bruce, dones que nos ponen por encima de los meros humanos. La Madre Caja me permite convertir tu refugio en tu tumba, Bruce. Tu casa me pertenece. Todo lo que hay aquí me pertenece. Cada circuito, cada conexión, cada bit de información… Todo lo que hay en la casa de tus padres, Bruce. Y si es necesario, lo tiraré todo abajo para encontrarte. Todos tus recuerdos, todo lo que te queda de ellos. Aquello a lo que te aferras para no volverte loco, si es que no lo estás ya del todo. Y cuando mueras, o el No-Dios devore tu mente, deberías recordar que todo esto, Bruce… todo esto sucede por tu culpa.


El cierre del pasillo se cierra tras Bruce con un ligero chasquido que espera sea inaudible dentro de la sala. Realmente no se detiene a esperar a ver si Hurt es capaz de encontrar la puerta escondida tras el reloj de la Biblioteca, y corre por el pasillo con Alfred en brazos. El mayordomo se agita ligeramente, como si la ausencia de Hurt despertara fantasmas incómodos en sus recuerdos, y Bruce teme que el daño que le haya causado el Doctor sea irrecuperable. Simon Hurt siempre ha sido un especialista en los recovecos de la mente humana, y Bruce temía que ese conocimiento mal utilizado hubiera acabado con la cordura de Alfred. Aquellas palabras que había musitado en la biblioteca le habían congelado casi literalmente la sangre en las venas (1), como si más allá de la sencilla y desconcertante expresión matemática irracional hubiera algo que apelase a su memoria atávica, como si ese algo hubiera sido temido por la humanidad durante toda su existencia.

Hurt ya había demostrado a Batman que podía conseguir el control de las zonas tecnificadas, pero la Cueva y la Mansión escondían mucho más que aquello que se podía controlar con un ordenador. A Thomas Wayne le encantaban los escondites, y Bruce había jugado con él decenas de veces a esconderse en la casa… encontrando primero los lugares donde esconderse. Había al menos media docena de accesos a las cavernas desde la Mansión, a los que se accedía por cerraduras de mecanismos simples, y pasillos en los que Bruce todavía no había tenido tiempo de instalar sistemas de seguridad. En aquel limbo, estaría seguro de momento.

-Alfred-sisea Bruce, dejando al mayordomo en un rincón, apoyado en la pared. Este se remueve inconsciente, y finalmente abre los ojos.

-El No-Dios nos habla, ¿qué esperanza queda cuando N=Y, si N es la esperanza e Y es la locura…?

-Hh-gruñó Batman, notando de nuevo ese rechinar detrás de los ojos, mientras extraía del cinturón una unidad inyectable de diazepam y haloperidol. Más tarde podría encargarse de que Alfred recibiera una atención adecuada, pero en aquellos momentos…

Aquel era el momento de devolver al Guante Negro todos y cada uno de los golpes que le había dado.


Simon Hurt se acerca a una de las mesas de la biblioteca, una ornamentada pieza de anticuario que Martha Wayne había comprado años atrás, procedente del palacio de un sultán otomano, y sobre la que había una fina bandeja de plata con varias botellas de licor y vasos, además de un cubo con hielo con pinzas también de plata. Simon tomó un vaso de cristal de bohemia, y puso dentro dos cubitos de hilo, a los que añadió tres dedos de un coñac dorado del que dio un pequeño sorbo. La Mansión Wayne era suya, pronto atraparían a Bruce, y el No-Dios volvería a sentirse orgulloso de ellos. El Guante Negro demostraría que seguía controlando Gotham, y que la aparición del Murciélago había sido solo un evento circunstancial.

Todo volvería a la normalidad. La Madre Caja centelleaba sombras en un rincón. La Mansión se había convertido en una trampa para su propio dueño. Habían eliminado a Capucha Escarlata de la ecuación. Dent estaba en el hospital, y pronto Falcone podría volver a las calles, y con él, el Guante Negro recuperaría son control absoluto sobre la ciudad.

Simon Hurt sonríe.

Nada puede salir mal.


Si algo no había imaginado nunca Dai McEwan era que iba a caminar por el interior de la Mansión Wayne. Había nacido en el East End, su madre era una alcohólica que había muerto por una cirrosis terminal, y su padre se había desentendido de la educación de sus tres hijos. De hecho, un día al volver del colegio, simplemente no estaba. Y allí, en el salón de su pequeña casa, estaba Simon Hurt. «Ahora sois míos», había dicho. Dai nunca había vuelto a saber de Deirdre ni de Ruadh, pero él había comenzado a formar parte de los hombres de Hurt. Sabía que El Guante Negro era algo más de lo que Hurt les permitía ver, pero había bajado con Mangrove Pierce a las cavernas… y sabía que había algo allí. Algo oscuro.

Le habían permitido escuchar la palabra del No-Dios, y Pierce le había puesto la marca, la señal omega en su muñeca que le señalaba como uno de los Fieles. La Antivida arañaba sus pensamientos, y por ello, Dai McEwan se consideraba un privilegiado. Y aun así, la Mansión Wayne seguía siendo para él el símbolo de algo que nunca alcanzaría, por mucho que escalara en el Guante Negro y que Pierce cada vez confiara más en él. Por eso, ahora, mientras camina  junto a Nora por los laberínticos pasillos de la tercera planta de la Mansión, donde se encuentran los dormitorios principales, Dai acaricia con cuidado algunas puertas, algunas estatuas de terracota… Cada objeto destila riqueza y antigüedad, como si formaran parte de una barrera infranqueable que separase a la gente como los Wayne de la gente como Dai McEwan. Con cierto desapego, dejó caer una pequeña estatua de terracota que representaba un búho y que se partió en dos docenas de fragmentos.

-Hurt dijo que no tocáramos nada…-dice Nora, y Dai se encoge de hombros.

-Ha sido un accidente…-masculla, y Nora va a decir algo cuando guarda silencio repentinamente y se lleva una mano al cuello. Hay una púa allí, una simple espina negra de un material semejante al cristal. Trata de dirigirse a Dai, pero nota que su garganta se cierra y sus piernas le fallan. Dai se gira hacia ella, sorprendido por el repentino silencio de Nora, de quien esperaba una reprimenda más severa, y en ese momento, le ve.

El Murciélago.

-Hh-sisea Batman, y su puño se estrella de lleno en el rostro de Dai, que cae hacia atrás, arrastrando con él el otro búho de terracota que hacía pareja con el que ya había roto. Dai trata de incorporarse, pero Batman le da un golpe seco en la base del cuello, y se desploma como un muñeco roto.

Aquella es su casa.

Su hogar.

Y ahora que se ha asegurado de que Alfred está a salvo, piensa recuperarlo.

Sigiloso como una sombra, Batman desaparece por donde ha llegado. Sistemas de aire acondicionado, habitaciones olvidadas, trasteros… Como un organismo vivo, la Mansión Wayne ha crecido con los años, y hay una docena de lugares donde los ojos tecnológicos de Hurt no pueden verle.

Y Bruce los conoce todos.


El sonido de la Madre Caja retumba en la mano de Hurt, que continúa sentado en la biblioteca de la Mansión Wayne. Pero el Doctor puede percibir cierto zumbido apagado que le produce una extraña sensación de desazón. Sus hombres deberían haber encontrado ya a Wayne. Debería haber atravesado alguno de los sistemas de alarma de la Mansión, y la Caja le tendría que haber detectado. Aquella casa se había convertido en su dominio, en su fortaleza. Desde allí se alzaría como el Mesías del No-Dios, como la Voz del Lado Oscuro. Como todo aquello que Thomas Wayne debería haber sido, y no llegó a ser.

-Hurt.

Simon se gira sorprendido. La capa ondea tras él, y empuña un revolver de alto calibre con el que apunta hacia las sombras de la habitación, cerca de una cortina que se mueve casi fantasmalmente, y donde puede ver a Bruce. Al Murciélago.

Hurt siente un nudo en el estómago, siente que sus testículos se encogen y se aprietan entre sus piernas. Bruce Wayne no debería estar allí. El Murciélago no debería estar allí, él había usurpado su símbolo, su función. Quieto, envuelto en su capa, con el símbolo del murciélago perfilado en el pecho… Hurt dispara sin pensarlo, las balas atraviesan el espacio que les separa y retumban como inmensos truenos. Pero Hurt no había apuntado bien, el oscilar de la capa parecía difuminar la silueta de Batman, que no estaba donde parecía estar. Una de las balas choca contra la pared, la otra parece atravesar la capa arrancando un jirón de oscuridad, pero mientras Hurt se mueve para encañonar de nuevo al Murciélago, nota que algo se hunde en su muñeca, obligándole a soltar la pistola. Un pequeño dardo con forma de murciélago asoma justo bajo su pulgar, pero aún no ha conseguido verlo del todo cuando nota un estallido de cartílagos, sangre y carne en el rostro. El puño de Batman le ha alcanzado de lleno, como un ariete blindado, y Hurt trastabilla y cae hacia atrás.

-Hijo de puta-sisea Batman-. Maldito hijo de puta…

Hurt intenta incorporarse, nota los vértices de la Madre Caja hundiéndose en su mano, cortantes y afilados. Casi puede sentir en calor de la sangre que brota de los cortes. Batman intenta darle una patada, pero Hurt la evita arrojándose a un lado, y se ríe, escupiendo sangre.

-¿Eso es lo que te enseñó tu padre, Bruce?-masculla-. ¿A pegar a un hombre que ha caído?

-No hables de mi padre, Simon…

-Tu padre era uno de los nuestros, Bruce-gruñe Hurt, escupiendo un pedazo de diente-. Y de no ser por eso, tú estarías muerto… Eres tan hijo del No-Dios como de Thomas Wayne, Bruce, tienes la oscuridad corriendo por tus venas…

-Eso es falso…-replica Bruce, pero los recuerdos aparecen en su mente como si le golpeasen con un martillo.

Tommy Elliott.

Gritando.

El agujero, los murciélagos.

La cueva.

La voz que arañaba su mente.

La oscuridad, la sombra.

Su padre.

Una caja.

Ping…

Hurt le ataca con el atizador de la chimenea, y el hierro forjado alcanza a Batman en el rostro. Hay un chasquido seco al absorber la máscara la mayor parte del golpe, pero aun así, Bruce nota como si una onda de choque explosiva se extendiera desde su pómulo por todo su cráneo, reverberando en su cerebro. El Doctor vuelve a golpear, pero Batman detiene el ataque con el dorso de unos de sus guantes, donde el hierro arranca chispas al chocar con la fibra de grafito. Lanza una patada hacia el Doctor, pero este la evita y de pronto, Batman se encuentra mirando la Madre Caja. No puede apartar la vista de ella, está atrapado en sus espirales, en sus vueltas y giros…

Su cabeza retumba, sangra por la nariz.

Antivida=Soledad+Desesperación+Miedo+Alienación/Burla/Condenación…

Hurt le golpea…

N=Y, donde N=Esperanza e Y =Locura…

Hurt le golpea…

Donde Amor=Mentira…

Hurt le golpea…

Donde Vida=Muerte…

Hurt le golpea…

Donde Yo=Nada…

Hurt le golpea.

Solo el No-Dios Es…

Solo…

El Lado Oscuro…

Es…

Solo…

Darkseid…

Es…

Estásoloenelcallejónjuntoalcuerpomuertodesuspadresjuntoalasperlasquecorrenporelsuelorotasmanchadasangrientasmirandoelagujeroinfinitodelcañondeunarmamirandoalamuertealanadaalfindetodoydetodosysucabezalateynotalassombrasquelerodeanycrecenycrecenmásysientelamanosinmóvilesyungritoquenaceensugargantaynopuedesalirynoquierequesalgaelgritoelgritoquevienedemasalládeltiempoydelespacioydeloqueexisteyrecuerdaasupadreincorporadoysujetandounacajaqueresuenayquecentelleayhacepingyquieregritaryquieregritaryentoncesloveenlasombraelmurciélagoquevuelaqueobservaquemiraquevigilaqueprotegeysucorazónvuelvealatirylasangrelerecorreyentoncesrecuperaelcontroldesuspensamientosydesumentey de su forma de pensar y nota que vuelve a ser capaz de pensar, de apartar aquellos recuerdos de su mente, al menos de momento.

Su puño se estrella contra el pecho de Hurt mientras finalmente, grita, con un grito ahogado que lleva latiendo en su interior desde una veintena de años atrás.

Hurt sabe que no debería estar pasando. La liberado la Ecuación Antivida en la mente de Bruce Wayne, aquello tendría que haberle doblegado… pero Bruce solo grita, grita y le golpea. E incluso a través de los finos cristales de polímeros que protegen los ojos de Bruce, puede ver su mirada. La mirada de la furia. La mirada de la locura.

La mirada de la justicia.

-¡Simon!-grita Bruce, cogiendo al Doctor de las solapas y estrellándole contra uno de los muros de la biblioteca-. ¡Es mentira! ¡Todo lo que dices es mentira! ¡Todo lo que me haces pensar es mentira!

-¡El No-Dios Es!-grita Simon Hurt, y golpea a Batman directamente con la Caja.

Ping.

El tiempo se detiene. Los relojes se paran. Un instante.

52… 51…. 50… el espacio se curva… 47… 46… 45… Hurt se escapa de entre sus manos… 40… 39… 38… Batman se aferra a él, pero nota como si tiraran de él en mil direcciones diferentes al mismo tiempo… 28… 27… 26… La máscara del Murciélago… Hurt sonríe entre dientes… 13…12…11…Si escapa…9…8…7…Se aferra a él con sus manos…con su mente… con toda su voluntad… 3…2…1…

0

Nada.

El tiempo retoma su marcha.


Bajo Químicas Axis. Ciudad de Gotham. Ahora.

Algo raro ha pasado con el tiempo. Si el tiempo es frágil y el espacio no es lo que parece, ¿qué es seguro? El mundo es un espejo. Humo. Un gran truco. Nada.

Una inmensa.

Una gran.

Una absoluta.

BROMA.

Ríe mientras sus uñas se quiebran al arañar las paredes, escapando del abrazo de la oscuridad y la sombra bajo la tierra. Ríe rodeado de detritos y desechos de la empresa. Quizá otro hubiera muerto allí, entre aquellos gases y productos tóxicos. Él ya no.

Si no crees en el mundo… ¿cómo puede el mundo dañarte?

Escucha voces. Los caminos se abren ante él. Los de la realidad y los del otro lado. Trata de esconder su risilla, pero no puede evitarlo. No puede dejar de reír. Su piel quebradiza se rompe en las comisuras de sus labios, pasa junto a un charco y ve la sombra de un reflejo.

¿Verde?

¿El pelo verde?

Las voces están ahí. Las recuerda de antes. De antes de la Oscuridad.

Antes era otra cosa.

Chicoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooos

dondeeeslafiestaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Oooooh, sí va a pasárselo bieeeeeeeeeeeen…


Torre Wayne, Ciudad de Gotham. Ahora.

El viento frío de la noche golpea a Bruce con tanta violencia que por un momento, siente el tirón de la capa en sus hombros como si fuera a arrancárselos de cuajo. Tarda un instante en entender que de alguna manera, Hurt les ha llevado a los dos  a la Torre Wayne, fuera de la Mansión.

Simon está frente a él, con una rodilla hincada en el suelo y con un reguero de sangre manchando su barbilla. El estado de su ropa es deleznable, como la burla que un mendigo haría de un traje de fiesta. Un elemento fantasmal salido de un carnaval de locos, de una danza macabra. La Caja late en su mano…

-¡Aquí estamos, Bruce!-grita Simon, abriendo los brazos-. ¡La mayor obra de tu padre! ¡La mayor obra del Guante Negro! ¡El puño erguido del No-Dios en medio de su ciudad! ¿Lo ves, Bruce?

-Deja de decir eso-sisea Bruce, cerrando los puños-. Mi padre no tenía nada que ver con vosotros…

-Venga ya… Bruce… Tu padre… tú mismo… sois Wayne. Tu familia, la mía… los Kane, los Elliot… todos ellos llegaron juntos a Gotham, todos ellos se hicieron grandes sobre la tierra del No-Dios… ¿crees que alguno de ellos era libre? ¿Qué alguno de ellos no era un sirviente de la única voluntad real? ¿Y que no lo siguen siendo hoy?  Mira a tu alrededor, Bruce. ¡Mira la obra del Guante Negro!

Intenta no escucharle, intenta no creérselo… Pero recuerda a su padre, erguido frente a él con una Madre Caja en la mano…

Y el suelo tiembla bajo sus pies.

-¡Toda la ciudad viene aquí ahora, Bruce! La policía sabe que estamos aquí… y creo que Loeb está muy enfadado contigo, ¿sabes? Todos sus hombres se dirigen hacia la Torre Wayne para atrapar al malvado Murciélago… y no soy yo, Bruce, eres tú… Te has convertido en la Oscuridad sobre Gotham, la imagen opuesta, el reflejo de la sombra que late bajo la ciudad…

-¿Qué estás haciendo?

-¡Destruir!-grita Hurt-. Llevar esta ciudad a su destino, a su máximo punto de gloria, de destrucción. Vienen a buscarte, Bruce, y encontrarán la muerte. ¿Cuántos de ellos morirán cuando la mayor obra de tu padre se derrumbe sobre sus cabezas, Bruce? ¿Cuándo la Torre Wayne caiga sobre una ciudad indefensa?

-¡No harás eso!-responde Bruce, tratando de acercarse a él, pero los bamboleos del edificio están a punto de hacerle caer al vacío. Escucha las alarmas de la Torre Wayne, escucha las sirenas de los coches de policía que comienzan a rodear la zona más poblada de Gotham. Si la Torre Wayne cae, la destrucción causada por la caída de las Torres Gemelas en Nueva York parecerá una pequeña broma. Con la policía llegarán los curiosos… La Torre debe estar siendo desalojada…

-¡Y lo haré sobre tu cuerpo quebrado, Bruce!-escupe Hurt-. ¡Sobre tu voluntad quebrada! El Murciélago aplastado por el No-Dios… Cazado, despedazado… Somos búhos, Bruce, somos rapaces y tú eres una rata con alas…

Escuchan un crujido, y una de las gárgolas que rodean la cima de la Torre Wayne cae a la calle, quebrada. Si no fuera por el fragor del viento, quizá escuchasen los gritos procedentes de la calle. Recuerda las clases con Sensei, las sesiones de tiro en Francia, las de meditación en lo más profundo del desierto de Mojave…  Concentrado, como una pieza de maquinaria perfecta, una sola línea cuerpo-mente. Como un arma. Como una pistola.

Y dispara.

Batman suelta el disparador de la cuerda que lleva en el cinturón, y esta vuela a toda velocidad, impactando en el brazo de Hurt. El sistema de enganche destroza por completo el antebrazo del Doctor, sus huesos estallan y la Madre Caja se escurre de entre sus dedos, muertos como los de una Mano de Gloria. Hurt mira atónito a Batman, y más allá de este, a Bruce, y quizá a Thomas Wayne… o al Murciélago de los Miagani… mientras la Madre Caja cae de sus manos hacia el vacío.

-¡No!-grita Hurt, y para sorpresa de Batman, salta.

-Hh.

Sin pensárselo dos veces, Batman salta tras Simon Hurt, que cae al vacío, desesperado por recuperar la caja que sostenía, aquella caja de cristal oscuro que aún ahora parecía titilar y hablar en un idioma blasfemo y ajeno…

Ping…

El rostro de Hurt es un grito mudo, Batman trata de atraparle mientras lanza una nueva cuerda que evita que los dos se estrellen y se hagan pulpa contra el suelo. Batman se estira para ofrecer la menor resistencia posible al aire, vuela derecho hacia Hurt, que bracea tratando de hacer lo imposible, y consigue lo que no parecía probable. Coge a Hurt, lo sostiene casi arañando el aire entre sus manos, atrapa el muñón destrozado de su brazo, y la capa se abre, casi como un paracaídas, un murciélago gigante sobre las calles de Gotham. Hurt grita. La cuerda se tensa.

Y el Doctor se escurre de entre los guantes de Batman, con los ojos fijos en los de Bruce. Cae hacia el vacío… Hacia el hambriento laberinto de las Calles de Gotham…

El vuelo de Bruce se detiene cuando la cuerda consigue su máximo de tensión, y se frena. No ocurre así con Hurt, y Batman puede ver como se estrella en las calles bajo él. Puede casi escuchar el crujido de sus huesos al romperse, el ruido viscoso de sus órganos internos al licuarse por el golpe. Por suerte, con los temblores de la Torre Wayne, los peatones parecían haberse alejado de la estructura, así que Hurt fue la única víctima de su caída. Bruce se deslizó a través del edificio hasta llegar a la calle, arrodillándose junto a Hurt. Obviamente, estaba muerto.

-¡Batman!-grita alguien, y él se gira para encontrarse con un cordón policial que le envuelve. Varios focos situados sobre coches de policía eliminan la oscuridad a su alrededor, se clavan en él. Docenas de armas le apuntan y puede ver los rostros nerviosos de buena parte de la policía de Gotham, de todos aquellos que Hurt tenía planeado que murieran. Ellos, y varios centenares de civiles en esa especie de bautismo oscuro que planeaba en honor a su No-Dios.

-¡Estás detenido, Batman!-grita de nuevo la misma voz, y en ese momento, Bruce reconoce al hombre que se dirige hacia él saliendo de entre los agentes. El Comisario Loeb, vestido de uniforme y empuñando su arma oficial-. ¡En nombre del Cuerpo de Policía de Gotham te ordeno que levantes las manos y depongas las armas!

Batman permanece quieto como una estatua mientras escucha a Loeb. Escucha el chasquido de varios percutores dispuestos a saltar. Sabe que el uniforme le protegería de la mayor parte de las balas, pero si toda la policía de Gotham le acribilla estará en problemas. En serios problemas.

-¡Quítate la máscara, murciélago!-ordena Loeb, y Batman clava sus ojos en él. Sólo necesitaría un segundo para desaparecer de allí, para lanzar su cuerda y volar sobre ellos, desapareciendo entre los tejados. Hay cámaras de televisión entre los presentes, puede ver de reojo incluso a esa reportera de moda, la tal Vicky Vale, mirándolo todo con los ojos muy abiertos. También sabe que Loeb no le dará ese tiempo-. Tú lo has querido. ¡Disparen!

-¡No!

Un hombre sale de entre los policías, mirando a su alrededor y haciendo gestos al resto de los policías para que bajen sus armas.

-¿Gordon?-pregunta Loeb, furioso-. ¿Qué estás haciendo, hijo de puta? ¿Qué estás haciendo? ¡Detengan a Gordon, está compinchado con el Murciélago!

Los hombres se miran sorprendidos los unos a los otros. Muchos de ellos tenían dudas sobre detener al hombre que más ha hecho por la seguridad de Gotham en las últimas semanas. Muy pocos se plantean siquiera lanzarse sobre uno de sus compañeros más respetados.

-Esto acaba aquí, Comisario Loeb-dice Gordon, y el comisario le mira con los ojos muy abiertos, como si no entendiera lo que estaba diciendo.

-Gordon, esto es desacato… No… es un alzamiento…

-Este hombre nos ha ayudado-señala Gordon, apuntando a Batman con un dedo-.Vela por nuestra ciudad, ha detenido a ladrones, violadores, asesinos, traficantes… Ha hecho el trabajo que deberíamos haber hecho nosotros… si hombres como usted, comisario, nos hubieran dejado hacer nuestro trabajo. Somos la policía de Gotham, señor. Servir y proteger, no sé si le sonará de algo. Es lo que juramos, lo que queremos. Por lo que nos convertimos en policías, no para defender su status quo creado por un puñado de… no sé ni como definirles. Usted, el alcalde, Falcone…Nosotros somos la policía, Comisario Loeb. Deberíamos detener a los hombres de Falcone, no esconderles. Deberíamos estar luchando contra el crimen, no contra Batman.

-¡Eso son injurias!-grita Loeb, y Batman se da cuenta de que las venas del cuello del comisario parecen a punto de explotar. El enfrentamiento entre los dos hombres ha atraído tanto la atención que las cámaras de televisión y los presentes casi se han olvidado de él. Los policías están confusos, hasta los más partidarios de Loeb están atónitos con las acusaciones vertidas en público por Gordon.

Con un gesto rápido, Batman dispara la cuerda y extiende la capa a su alrededor, como unas grandes alas. Hay un grito en la gente bajo él, pero por suerte, ninguno de los policías se decide a disparar. Aún tienen muchas cosas que resolver ahí abajo. Alguien se dará cuenta de que hay un cadáver en las calles. Alguien se dará cuenta de que la ciudad está viendo en directo el enfrentamiento entre Loeb y Gordon. Alguien se dará cuenta de que la policía ha acusado al propio alcalde de tener tratos con la mafia.  Pero él tiene cosas que concluir esa noche… esa noche tiene muchos recuerdos que aclarar… Esa noche aun tiene que concluir para Batman.


East End, Ciudad de Gotham. Ahora.

Selina Kyle observa en la televisión la desaparición del Murciélago mientras el Cuerpo de Policía de Gotham parece a punto de lanzarse los unos encima de los otros.  Reclinada en su sofá, acaricia a uno de sus gatos, Hollister, que lame sus dedos con fruición mientras ella le acaricia el lomo.

-¡Selina!-dice Holly entrando corriendo desde la calle. La muchacha arroja el abrigo a una silla, y este se desliza hacia el suelo, pero no hace ademán alguno de recogerlo-. ¡Dicen que el Alcalde ha llamado al ejército! ¡Hablan de una guerra civil!

-No pasará nada de todo eso, Holly-masculla Selina-. Han sacado la mierda del alcalde y de Loeb a la luz y tendrán que dimitir, y Gordon se convertirá en el nuevo paladín de Gotham… esto acabará en un montón de papeleo y en apenas un par de días…

-¿Estás segura? Paula está bastante asustada…

-Paula es tonta, Holly. Tú no.

-Claro…-farfulla Holly-. Selina… miras la tele de una forma muy rara. ¿Seguro que estás bien?

-Sí-afirma Selina, pasando de nuevo sus dedos por el lomo del gato-. Muy bien.


Mansión Wayne. Hoy.

La conciencia se introduce en su mente de forma repentina, como un cuchillo contando mantequilla caliente. Alfred Pennyworth abre los ojos repentinamente y se incorpora sobresaltado, encontrándose en una cama quirúrgica en la Cueva. A unos pasos de él, Bruce se encuentra envuelto en las pantallas de la Infoesfera, pero en cuanto ve que Alfred ha despertado, hace un gesto y las pantallas desaparecen.

-Señor Wayne, ¿qué… hora es?-masculla Alfred, que siente la boca seca y pastosa, como llena de algodón.

-Las siete y media de la mañana-responde Bruce.

-Dios mío, no recuerdo nada… anoche…

-Fue una noche dura.

-Recuerdo al Doctor Hurt, señor Wayne…Vino y no pude detenerle. Me hizo algo. Recuerdo unas palabras, pero…

Alfred trata de recordar aquello que Hurt le había dicho, pero le es imposible, y siente una sensación rara en el fondo del cráneo, como si le hurgaran con una lima de uñas en las vértebras del cuello.

-No pienses en ello-ordena Bruce y Alfred asiente. Por algún motivo sabe que es lo mejor-. Te he hecho una revisión completa, y en un rato, iremos a ver a Leslie para que confirme mis pruebas, pero parece que físicamente estás bien.

-Me alegro mucho.

-Pero Alfred, Hurt… te hizo algo dentro-dijo Bruce, señalándose la cabeza-. Necesito saber cómo te encuentras… de aquí dentro.

-Como si me hubieran bañado el cerebro en vodka barato y le hubieran prendido fuego-replica Alfred-. Y hubieran echado un montón de chinches detrás de mis ojos.

-Alfred, ¿qué es la Antivida?

El mayordomo guarda silencio. La palabra despierta ciertos ecos y una sensación de amargura en su garganta, pero niega con la cabeza.

-No lo sé, pero no creo que sea algo de lo que me guste hablar.

Bruce asiente y revisa los diagnósticos que sus máquinas han obtenido de Alfred. Suspira y se acerca a él.

-Alfred, hay algo que debo saber. Te parecerá raro, pero… ¿Recuerdas que mi padre tuviera una caja negra…?

-¿Cómo la que tenía Hurt? Era realmente extraña… pero no recuerdo haber visto nunca al señor Thomas con algo así, señor Bruce…

-Alfred… el día que caí en la cueva… Recuerdo a mi padre con una de esas cajas…

-¿Perdón?

-Antes de que Tommy llamara a la policía…

-Señor Wayne… no sé muy bien qué recuerda usted, pero estaba muy asustado, y dudo que tenga unos recuerdos muy claros. El señor Tommy estaba tremendamente indispuesto ese día después de que usted se cayera, precisó de atención médica, y fui yo quien llamó a la policía y a las ambulancias, aunque por suerte, cuando su padre le sacó de la cueva, sólo tenía un brazo roto y magulladuras por todo el cuerpo…

-No, Alfred, lo recuerdo. Tú no estabas, y yo… el golpe…

Bruce se detiene. ¿Realmente lo recordaba?

Hurt… Su padre siempre había dicho que Simon Hurt tenía una habilidad especial para meterse en las cabezas de la gente. Bruce siempre había pensado que se refería a su profesionalidad como terapeuta, pero con aquello, todo parecía haber alcanzado un perfil más siniestro. ¿Y si Hurt le había puesto en su cabeza esos recuerdos falsos?

¿Y por qué lo había hecho?

¿Para que aceptara formar parte del Guante Negro?

¿Para que aceptase ese absurdo credo del No-Dios y la Antivida?

¿Para… esconder algo y que no pensara en ello?

Bruce casi recuerda. La oscuridad. Los murciélagos escapando hacia la luz como una nube de sombras. Los gritos, el hedor.

Y el Murciélago. Aquella pintura en la pared que su padre había observado con los ojos abiertos cuando había bajado a la caverna, mientras Bruce lloraba, sintiendo agujas de dolor en el brazo… Recordaba el dolor, recordaba la imagen de la pared, una pintura antigua. Entonces, Bruce no sabía nada de los Miagani, del Pueblo Murciélago, pero sin duda, Thomas habría reconocido aquel símbolo, el que ahora Bruce llevaba en el pecho.

El Murciélago.

En el verdadero recuerdo Bruce no estaba muerto. No había Madre Caja. Alfred estaba en la casa, había llamado a la policía y había ayudado a su padre a descender. Pero estaba el Murciélago. Y Bruce, en ese momento, se dio cuenta del verdadero poder y el daño que había hecho Hurt. Medias mentiras y medias verdades… manipular sus recuerdos para intentar debilitarle…

-¿Está bien, señor Bruce?-dice Alfred-. Podría prepararle…

-Descansa, Alfred-ordena Bruce, negando con la cabeza-. Iremos a ver a Leslie en un par de horas.

-Señor Wayne…

-Alfred, duerme. Ya te lo contaré todo. Ya lo hablaremos todo. Ahora, descansa.

Alfred mira a Bruce, y se encoge de hombros. Sabe cuando rendirse en una discusión con Bruce Wayne, y ese es uno de esos momentos. Alfred vuelve a tumbarse, y el sueño pronto le arrastra, sin darse cuenta de que Bruce ha aprovechado la vía intravenosa que aún lleva para filtrarle sedantes. Bruce se dirige hacia la casa, entra en la Mansión, la fortaleza que ha debido volver a ganar de manos del Guante Negro, y llega hasta el dormitorio de sus padres. Nadie ha estado allí desde que murieron, nada se ha tocado. Sobre el tocador hay un cepillo, aún tiene algunos de los cabellos de su madre enganchados. Y sobe la cama, hay dos sendos retratos de sus padres. Thomas Wayne. Martha Wayne. Bruce ha mirado los cuadros mil veces. Las perlas estaban presentes en el cuello de su madre, las mismas perlas que se habían esparcido por el asfalto en Park Row. Su padre sostenía un libro, y miraba hacia el frente. Bruce había visto aquellos retratos miles de veces, pero nunca como en ese momento, nunca como si fuera realmente su padre quien estuviera ante él. Vestido con el manto de Batman, por primera vez desde aquella noche en el Callejón del Crimen, Bruce Wayne se dirige a su padre.

-Muy bien, padre. Seré el Murciélago.


Tribunal de Justicia de la Ciudad de Gotham. Esa mañana.

A pesar de que el juicio contra Mario Falcone se iba a celebrar a puerta cerrada, había tantos asistentes de prensa y ciudadanos acreditados que la sala estaba realmente atestada. Kate Kane ocupaba un asiento en un incómodo banco de madera de la tercera fila. No había solicitado acreditación alguna, pero nadie en Gotham cerraría puerta alguna a la heredera de la familia Kane. Por supuesto, había llamado la atención de muchos de los periodistas asistentes, y había oído una docena de veces en directo cómo se mencionaba la amistad entre Kate Kane y Harvey Dent, el antiguo fiscal del caso.

Había sido una larga noche para Gotham. El propio Presidente había hecho una declaración a primera hora de la mañana para hablar de que se iniciaba una investigación oficial sobre las relaciones entre el Comisario Loeb, el Alcalde Goyer y la familia Falcone. Algo había pasado en la Torre Wayne, algo que había acabado con Batman ante la policía y el Doctor Simon Hurt muerto en la calle. Algunos decían que el Murciélago había arrojado al respetable miembro de la comunidad de Gotham desde lo alto del edificio, pero otros afirmaban que Hurt se había suicidado, ya que habían visto a Batman tratar de alcanzarle antes de estrellarse contra el asfalto.  Kate sabía que el abogado defensor de Mario Falcone había tratado de posponer de nuevo el juicio, pero el juez se había negado, en parte por la presión realizada a ese respecto por la fiscal, Jill Carlyle, que se encontraba ya en su mesa ante el estrado cuando Kate había llegado a la sala. Había visto alguna imagen de Jill Carlyle en televisión, una mujer de unos treinta años, afroamericana, con la piel de color chocolate y el pelo recogido en pequeñas y finas trenzas que caían sueltas sobre su espalda. Vestía un traje chaqueta de color gris claro, con un jersey de cuello vuelto rojo bajo él, con un aire muy profesional, y quizá incluso agresivo.  Cubría su rostro con unas gafas oscuras, y un perro guía se encontraba envuelto sobre sí mismo bajo la mesa, suspirando tranquilamente. La llamaban «Justicia Ciega», y por lo que Kate sabía, estaba dispuesta a terminar el caso que Dent había empezado.

Cuando Mario Falcone entra en la sala, un murmullo recorre a los asistentes, pero Kate se da cuenta de que Jill Carlyle ni siquiera levanta la cabeza, continúa repasando con las manos la documentación en braille que tiene delante. Todos hablan de lo mismo, nadie tiene duda alguna de que fue la familia Falcone quien hizo matar a la familia de Harvey Dent, del hombre que parecía que iba a traer justicia a Gotham. Curiosamente, Kate se dio cuenta de que muchos de ellos mencionaban ahora a Batman, como si simplemente hubieran cambiado al objeto de su fe. Del Caballero Luminoso de Gotham habían pasado al Caballero Oscuro… una figura quizá más apropiada para una ciudad de corazón negro como aquella.

Falcone, un hombre de unos cuarenta y cinco años se sienta en el banquillo de los acusados, y mira a la sala con aire desafiante. Sus ojos oscuros se clavan en Jill, pero si ella repara en ello de alguna manera, no lo expresa de manera alguna. Que aquel hombre era el capo de capi de Ciudad de Gotham no era ningún secreto… el problema había llegado a la hora de demostrarlo, y sólo Harvey Dent se había atrevido a acusarle directamente con pruebas tan claras que ni siquiera los amigos de Falcone en las altas esferas habían podido detenerlo antes de que el caso se hiciera público. Kate no dejaba de pensar que ojalá Harvey no se hubiera metido en eso, que ojalá Harvey hubiera hecho la vista gorda como todo el mundo. Así, Gilda y el niño seguirían vivos, y Harvey estaría bien… Una chispa de odio despierta en el interior de Kate. Es fácil culpar a Harvey, pero el responsable de todo es Falcone, no Dent.

Y sin embargo, ese hombre está ahí sentado, tranquilo, como si nada de lo que pudiera pasar allí le fuera a afectar…

El alguacil señala que el juicio va a iniciarse, y el juez entra en la sala, ocupando su puesto en el estrado con la sala en pie. Todo el mundo se sienta… y entonces Kate se da cuenta de que hay un hombre, un par de filas tras ella a la derecha, que no lo hace. Hasta ese momento no había reparado en su presencia. Llevaba una gabardina con el cuello alzado y un sombrero de ala ancha que le ocultaba el rostro por completo, y ahora, de pie, atraía la atención de toda la sala.

-Señor…-comenzó a decir el alguacil, y en ese momento el hombre se quitó el sombrero, haciendo que la sala entera se sobresaltara. Incluso Mario Falcone dio un respingo en su asiento al encontrarse de pronto con el destrozado rostro de Harvey Dent.

-¡Harvey!-exclama Kate.

-¡Orden!-exclama el juez, llamando a la calma y golpeando la mesa con su mazo-. ¡Orden en la sala! Señor Dent…

-Buenos días a todos-sisea Harvey, abriéndose el cuello de la gabardina. Su vista es dantesca, por el contraste entre las dos mitades de su cara. Su lado derecho estaba indemne, seguía siendo el mismo Harvey atractivo de siempre, pero el otro lado… el fuego había consumido prácticamente toda su carne, y su piel estaba reseca y brillante. Jirones de piel quemada le cubrían el ojo izquierdo, que parecía desorbitado y gigantesco-. Señoría, solo quería asistir al juicio del Señor Falcone. He trabajado mucho para que este hombre se siente aquí y…

-Señor Dent, debería estar en el hospital-afirma el juez, con firmeza pero obviamente conmovido por la situación de Harvey, como todos en la sala. Dent se encoge de hombros y avanza hacia el estrado. Varios de los presentes le palmean el hombro, superponiéndose a su aspecto repulsivo para mostrar su apoyo al que había sido el gran hombre de Gotham. Incluso Kate le sujeta la mano unos instantes, obteniendo una sonrisa por parte de Harvey, una sonrisa que por algún motivo le pone los pelos de punta a Kate. Solo cuando Harvey ha llegado junto al juez y comienza a sacar una petaca del bolsillo de su gabardina, Kate se da cuenta de lo que ocurre.

Harvey Dent, al menos el Harvey Dent que ella conocía, ya no estaba allí.

-Disculpe, señoría… el dolor…-masculla Harvey, encogiéndose de hombros y señalando la petaca.

-Señor Dent, no se puede beber en la sala. Reconocemos todos su valor, señor Dent, y le admiramos por ello, al tiempo que lamentamos su pérdida. Pero será mejor que abandone la sala y vuelva al hospital…

-Claro-termina asintiendo Harvey, y se gira hacia las puertas… pero en ese momento, con un gesto seco, arroja el contenido de la petaca hacia Falcone. El líquido, transparente y ligeramente más denso que el agua alcanza el rostro y el pecho de Falcone, y de inmediato, este empieza a gritar. El sonido de la carne y la piel burbujeando inunda la sala, acompañado de los gritos de los presentes mientras los alguaciles tratan de detener a Harvey Dent, que no muestra resistencia alguna, aunque no aparta sus ojos de Falcone, que lanza un grito aterrador. El ácido deshace su piel, que cae a jirones mientras sus ojos se derriten y se deslizan como riachuelos blancos por sus mejillas, donde comienzan a asomar los huesos. La ropa de Falcone parece arder sin llamas, apareciendo profundas quemaduras en el pecho de su camisa y su chaqueta. Enloquecido por el dolor, Falcone se lleva las manos a la cara, y se hunde los dedos en la carne ardiente, que se deshace bajo la presión, dejando regueros de sangre en su rostro. Ante el horror de la sala, Falcone se tambalea, tratando de encontrar una salida o un alivio, pero no encuentra ni lo uno ni lo otro. Kate mira a Dent, y se da cuenta de que este, atrapado por los alguaciles, no muestra emoción ninguna. Solo mira, observa.

-¡Un médico!-grita alguien, pero es tarde. Falcone ha caído muerto sobre la balaustrada del estrado, como un pelele relleno de paja o trapo. El ácido aún burbujea…

-Justicia-sisea Dent mientras los alguaciles le arrastran de la sala y las puertas se abren, con un tumulto de prensa, policía y acobardados curiosos que arrastra a unos y a otros. El perro lazarillo de Jill ladra, mientras ella se aferra a su collar, aturdida por todo lo que escucha y los empujones que le da la gente que intenta salir. Con un gran esfuerzo, Kate llega hasta ella, y la sujeta con fuerza por el brazo.

-¿Qué? ¿Quién?-masculla la fiscal ciega, resistiéndose.

-Soy Kate-responde ella-. Y voy a sacarte de aquí. Vamos.

Kate tira de nuevo de Jill Carlyle, y finalmente, esta cede, acompañada de su perro lazarillo. Cuando Kate llega al exterior, encuentra un cerco policial, y ve varias cámaras de televisión grabando la salida del juicio. Esperaban encontrarse con la salida de Mario Falcone, condenado o inocente, no con aquello. Pero Kate tampoco esperaba escuchar lo que estaba escuchando. Se lo oía decir a la prensa, a los curiosos… alguien lo estaba retrasmitiendo en directo, estaría en todos los canales de televisión y en las páginas web de noticias.

Harvey Dent había escapado.

Harvey Dent había matado a los dos alguaciles.

Harvey Dent había…

Harvey Dent…

Dos Caras.


Epílogo 1.

La silueta del Murciélago ilumina la noche, como una segunda luna entre las nubes que cubren la ciudad. James Gordon espera junto al inmenso proyector situado tras él, en el que ha mandado tallar la silueta de un murciélago. Espera que así Batman acuda. Muchos se han reído de él en el departamento de Policía de Gotham por aquella idea, pero Batman ha ignorado el resto de los intentos de la policía de Gotham de ponerse en contacto con él, y han intentado ser de lo más creativos.

-Comisario Gordon.

James Gordon se gira sintiendo que el corazón se le va a salir por la boca, y se encuentra con Batman, medio oculto en las sombras de la azotea, con la capa ligeramente azotada por el viento.

-Batman…-sisea Gordon, pero este permanece en silencio, quieto entre las sombras-. Has venido. No esperaba que lo hicieras, la verdad. Perdóname, pero estoy un poco nervioso. No… no sé muy bien cómo dirigirme a ti.

-Quiero felicitarle por su ascenso, comisario-dijo Batman-. Se ha hecho justicia.

-Esa palabra me da escalofríos desde lo de Harvey Dent-susurra Gordon.

-Hh-gruñe Batman, y el comisario siente un escalofrío.

-Quizá te parezca un bobo, o un idealista, Batman. Realmente en esta ciudad, las dos cosas son lo mismo. Pero después de lo de Loeb estuve pensando mucho, y cuando me nombraron comisario… Creo que esta ciudad necesita un cambio, que la gente de esta ciudad se merece un cambio. Se merece seguridad. Se merece un departamento de policía a la altura. Yo voy a trabajar por ello, pero… Esta ciudad ha corrompido a hombres mucho más fuertes que yo. Loeb era un tipo decente… y creo que Goyer también. Y mira lo que le ha hecho a Dent. Pero tú… eres como la propia oscuridad de la ciudad, Batman. Como si la propia oscuridad se volviera contra sí misma. Tú le has dado a esta ciudad un sentido, una esperanza. El crimen se ha reducido en más de un cincuenta por ciento en la ciudad. Los criminales tienen miedo al Murciélago. Esta ciudad necesitará ayuda. Yo necesitaré ayuda.

-Cuente conmigo, Comisario-siseó Batman, y Gordon se giró un momento para verle.

Ya no estaba allí, el Comisario Gordon estaba solo en la azotea de la comisaría. Tomó un sorbo de café, y negó con la cabeza. Apagó la señal, pero Gordon sabía que en cualquier momento, podría contar con él.

Una nueva era comenzaba para Gotham.

El tiempo del Murciélago.


Epílogo 2.

-Tranquilízate, Solomon. Es solo un atasco.

El agente Hartley Solomon se gira hacia su compañera, la agente Sharon Davies y con el ceño fruncido, le muestra el dedo corazón. Ella sonríe y vuelve a mirar hacia delante. Un inmenso embotellamiento parece bloquear el Puente de Lincoln, en sus dos sentidos.

-Llevamos media hora completamente parados-gruñe Solomon-. Acabamos el turno en veinte minutos y le había prometido a Suzanne llegar hoy temprano. Sus padres vienen a cenar.

-Será mejor que llames a decir que llegas tarde-afirma Davies, y encogiéndose de hombros, se vuelve hacia su compañero-. ¿Quieres que echemos un vistazo?

-Claro-afirma Solomon-. Los hijos de puta de tráfico no han dicho absolutamente nada… panda de vagos…

Davies abre el coche y los dos agentes bajan del coche. Hasta donde alcanzan a ver, el tráfico está completamente parado, como si algo bloqueara el puente. Entre comentarios de «ya era hora» y algunas imprecaciones, los dos agentes avanzaron entre los coches, y no tardaron mucho en darse cuenta del motivo del atasco. Un gran camión había volcado en su lado del puente, bloqueando los cuatro carriles.  Y en paralelo, había otro camión, también volcado, en el otro lado del puente.

-¿Qué demonios…?-masculla Solomon-. ¿Cuántas posibilidades hay de que esto pase de forma simultánea…?

-Ninguna-le interrumpe Davies-. No hay cobertura, Hart.

-¿Qué?-pregunta el policía, mirando su móvil. En la pantalla táctil aparece el signo de «buscando señal».

-Ni móvil ni radio. Por eso tráfico no ha dicho nada. Nadie sabe lo que ha pasado aquí.

-¡Está bien, todo el mundo atrás!-ordena Solomon, dando golpes en las puertas de los coches-. ¡Que todo el mundo salga del coche y se aleje de los camiones!

-Ese tío está muerto, Hart-dice Davies, volviendo de la cabina del conductor-. Muerto y muy raro. Con una sonrisa muy extraña. Y me resulta familiar, creo que le he visto en alguna película… ¿te suena de algo Mangrove Pierce?

-¿Una sonrisa rara, Sharon? ¿Qué es una sonrisa rara?

-Da miedo.

-HOLA HOLA HOLA

La voz retumba en todo el puente, procedente de las cabinas de los dos camiones de forma simultánea.

-¿Qué…?-pregunta Davies, pero la voz atruena tanto que no se escucha ni a sí misma.

-BUENAS NOCHES GOTHAAAAAAAAAAAAAAAM… NO CONTESTEIS, NO HACE FALTA, NO PUEDO OÍROS. TODO ESTO ES UNA GRABACIÓN. ¡¡PERO SONREÍD, NO DEJEIS DE SONREÍR!! QUE LA RISA NO PARE, PORQUE TODO ESTE MUNDO ES UNA INMENSA FIESTA, ¿NO LO SABÍAIS? ¡¡ LA GRAN BROMA!! ¡¡UNA BROMA QUE… BWAH HA HA HAHAAAAAAA!!!

-Que todo el mundo salga de aquí, esto es obra de un loco-gruñe Sharon, y ella y Solomon comienzan a movilizar a la gente de los coches, instándoles a salir de allí, a abandonar el puente.

-¡¡ESCUCHA, GOTHAM, TENGO UN CHISTE PARA TI!! ¿¿EN QUE SE PARECE UN TOMATE A UNA PATATA?? ¿QUÉ, NO TIENE SENTIDO? ¿NO LE ENCONTRÁIS LA GRACIA? ¡¡¡NO HACE FALTA QUE TENGA SENTIDO PARA QUE SEA GRACIOSO!!!  ¿¿EN QUÉ SE PARECE UN TOMATE A UNA PATATA?? ¡¡¡EN TODO MENOS POR EL TOMATE!!! ¡¡BWAH HA HAHAAAAAAAAAA!!

Y en ese momento, las toneladas de explosivos acumuladas en los camiones explotaron. Dos bolas de fuego gemelas se extendieron por el puente, las estructuras de sujeción  cedieron.

Gotham gritó mientras el puente de Lincoln se hundía.

Y en algún sitio de la ciudad, él reía. No podía parar de reír, mientras daba vueltas en su mano una y otra vez a la misma carta de una baraja francesa, un burlón comodín.

Un Joker.


1.- Si no te acuerdas, echa un ojo al número anterior. Bueno, una pista. Antivida.


LA CUEVA DEL MURCIÉLAGO

Y así acaba Año Uno. No con un suspiro… sino con una explosión. Una explosión muy grande. El primer enfrentamiento entre Batman y el Guante Negro ha terminado, muchos secretos se han puesto sobre la mesa. Y también tenemos a viejos conocidos como Dos Caras… y por supuesto el Joker.

Chicos… la historia no ha hecho más que comenzar.

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One Response to Batman #5

  1. MarvelTopia says:

    Mezclar a Darkseid con el origen del ratoncito con alas… mmm… arriesgado. Yo es que a Batman lo veo más… mundano… no sé… cosas de la edad…

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