JSA #50

jsa50Ellos fueron los primeros. Fueron leyenda, y luego fueron olvidados. Ahora han vuelto… para ser más grandes que nunca.

#50 – El don de la inocencia III
Sombras de oscuridad

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 176 – 12/12


El sonido de unos susurros vagamente arrastrados y levantando ecos en la antigua piedra fue lo primero que Kendra escuchó cuando la consciencia comenzó a volver a ella, de forma sutil. Entonces recordó la imagen de Capucha Escarlata en la oscuridad de los subterráneos de Montreal, y abrió los ojos bruscamente, provocando que unos alfileres de dolor blanco se clavaran en la parte trasera de sus ojos, como encendiendo sus nervios al rojo vivo. Ahogó un grito, y vio que estaba junto al resto de la Sociedad de Justicia en un estrecha celda, horadada en la roca madre de la ciudad, con las paredes repletas de grabados que parecían deslizarse en las sombras como si tuvieran vida propia, líneas y espirales confusas de ángulos imposibles que hacían que los ojos de Kendra ardieran sólo de tratar de mirarlas directamente. Y todos parecían igual de confusos que ella. Jakeem, Ártemis, Destino, Centinela, Flash, Wildcat y Medianoche. Todos ellos abriendo los ojos con apariencia confusa. Y entre ellos, un hombre pequeño, delgado y vestido solo con un faldellín de lino con un pectoral dorado con turquesas engastadas. Kendra creía recordarle, como si se hubiera cruzado con él en otra vida, como si…

Teth-Adam, pensó Kendra, y vio que el hombrecillo miraba a su alrededor. Había confusión en sus ojos, pero sobre todo, una profunda e intensa ira para la que aún buscaba un objeto. Lo encontró cuando vio a Capucha Escarlata, al otro lado de unos barrotes de algún tipo de metal opaco que cerraban la celda.

-¡SHAZAM!-gritó el hombre de aspecto débil… pero el rayo no acudió. No pasó nada-. ¡SHAZAM! ¡SHAZAM!

-No sigas, Adam-dijo Destino, con la voz ronca, señalando las paredes y los barrotes-. Anulan la magia… y realmente, todos nuestros poderes. Grayson… ¿qué has hecho?

-Entrasteis en mi territorio-dijo Capucha Escarlata, acercándose a los barrotes-. Creía haber dejado claro dónde estaban mi lugar y mi deber. Debisteis dejarnos en paz.

-Tu sitio, muchacho, está muy lejos de aquí-intervino Flash-. Hay mucha gente preocupada por ti.

Capucha Escarlata guardó silencio un instante, y luego negó con la cabeza. Hizo un gesto hacia un lado, y los miembros de la JSA pudieron ver allí varios objetos apilados. Les habían arrebatado sus armas, todo aquello que podía haber constituido una ventaja para ellos. Incluso el Yelmo de Destino yacía en lo alto de la pila, extrañamente vacío y ominoso.

-Pasaréis un tiempo como mis invitados-dijo-. Y por respeto a lo que un día fuisteis para mí, no daré orden de que os ejecuten.

-Deberías escucharte, hijo-respondió Flash-. ¿De verdad harías que nos ejecutaran, Richard? ¿Quién? ¿Tus hombres de la Liga de Asesinos? ¿Intergang? ¿Acaso la tecnología de Apokolips te ha permitido controlar un puñado de Parademonios? ¿O lo harías tú mismo, te mancharías las manos con nuestra sangre? Piensa en lo que estás haciendo, Richard.

-Soy Capucha Escarlata-replicó Dick-. El líder ungido de Intergang y la Liga de Asesinos, el Heraldo del Amanecer Escarlata. Hago lo que debo hacer, Jay.

-Has leído demasiado tu propia propaganda-dijo Kendra-. Y te la has creído. ¿Sabes que Robin aún está en el hospital (1)? El tío que se puso esa máscara antes que tú le hizo mucho daño. Y si no me equivoco, es el mismo que mató a otro Robin. Si ese es el camino que has decidido seguir, nene, creo que tienes un gran problema de referencias.

-No voy a escucharos más-replicó Capucha Escarlata-. Os traerán comida y agua. Yo no intentaría escapar. Si os portáis bien, los signos de la celda no os harán nada. Si os ponéis molestos… no puedo garantizar nada.

Capucha Escarlata se alejó de la celda, dejando a los miembros de la Sociedad de la Justicia en la oscuridad y bajo el fulgor rojizo de los sellos del Cuarto Mundo.

-Prisioneros de Robin-gruñó Jakeem-. Esto es lo último.

-Lo mataré-sisea Adam-. Juro por Osiris que lo mataré…

-Te cuidarás mucho de hacer algo parecido, Adam-dijo Alan Scott-. Richard Grayson sólo cree estar haciendo lo correcto. Aunque haya elegido un camino erróneo.

-Y aunque así sea, Alan-dijo Lytta-. ¿Qué vamos a hacer ahora?


La inflexible luz de los focos caía a plomo sobre el centro de la sala donde se encontraba Capucha Escarlata, sentado ante una pantalla holográfica en la que podía ver diversos informes y grandes columnas de números que se superponían unas a otras según él las tocaba y las movía en el espacio tridimensional situado ante él. Escuchó como la puerta se abría a su espalda, y se sintió tentado de incorporarse de un salto para observar quién había entrado, y quizá fuera lo más recomendable en un lugar lleno de asesinos… pero lo cierto era que el líder de todos aquellos hombres debía mostrar confianza. Si le veían asustado, cobarde o débil no tardarían en despedazarle.

-Shiva-susurró Dick, suponiendo de inmediato quien era la persona que había entrado. No había muchos más que se atrevieran a abrir la puerta de la Capucha Escarlata sin pedir permiso antes, ni muchas personas tan silenciosas como Lady Shiva. De hecho, estaba convencido de que sólo había podido escuchar la puerta abrirse porque ella no estaba interesada en entrar sin hacer ruido-. No te esperaba hasta dentro de dos días.

-He adelantado mi regreso-afirmó la mujer, quedándose de pie a unos pasos de Capucha Escarlata-. Fue algo más fácil de lo que pensaba.

-No he visto el informe.

-No me gusta la tecnología que nos ha aportado Intergang. No me siento cómoda con ella. Puedo contarte en persona cómo ha ido todo, de hecho, aquí estoy. En dos días, Bialya se enfrentará a sus primeras elecciones democráticas, o al menor eso parece. Darius Harjavti no volverá a hacer pasar sus tanques por encima de sus opositores mientras bebe Henessy.

-El mundo estará mejor sin él-afirma Capucha Escarlata. Al ver que Shiva no se marcha, Dick se gira, mirándola a través de las lentes de la capucha-. ¿Hay algo más que deba saber?

-Me parece muy curioso el nuevo sistema que estás utilizando para decidir qué trabajos hacemos, Grayson-responde ella, mirándole con cierto aire de desafío-. Me has enviado a acabar con un dictador asesino, con un violador reincidente y con un magnate de los diamantes de sangre.

-Todos ellos eran objetivos válidos.

-Serían los objetivos que Batman hubiera elegido de haber decidido impartir su justicia de otra forma.

-Son mis objetivos, Shiva. No recuerdo que te quejaras tanto cuando te sacamos de Blackgate.

-Soy la mejor asesina de la Liga, Grayson-responde ella con una sonrisa-. Desde luego que no ibas a dejar que me pudriera en ninguna de vuestras prisiones. Me necesitas para que tu proyecto salga bien.

-¿No crees que estás demasiado segura de ti misma?

-Creo que sabes perfectamente que tu verdadera fuerza radica en la Liga de Asesinos, no en Intergang, por mucho que trates de mantener cierta paridad y dar la impresión de que los dos grupos somos igual de importantes. Ellos aportan tecnología, pero nosotros aportamos espíritu. Y sin Sensei, Ra’s o Talía cerca… soy lo más parecido que tienes a un avatar de la Liga de Asesinos. Sabes que me miran, todos ellos. Mientras yo te apoye, ellos te apoyaran. Si yo te retiro mi apoyo…

-¿Crees que no acabaría contigo mucho antes de que intentaras hacerlo siquiera, Shiva? ¿Antes de que ese pensamiento pasara por tu mente? Intergang me ha dado tecnología, sí. Una tecnología que no comprendes, posiblemente porque te da miedo llegar a entenderla. Mannheim era idiota, y no supo ver la verdad de lo que la tecnología de Apokolips le ofrecía. Él quería destrucción y luces de colores. Yo tengo máquinas que reescriben los pensamientos. Ecuaciones que desmienten el Tiempo y el Espacio. Palabras y sonidos que dan forma a las leyes de la realidad.

-Todo eso son…

-Dime, Shiva-dijo Dick, incorporándose finalmente y acercándose a ella-. ¿Qué te hace pensar que no utilizaría esa tecnología contigo? ¿Con cualquiera de vosotros? ¿Qué te hace pensar que no voy a usarla para borrar cualquier atisbo de rebelión de vuestra cabecita?-el índice de Dick se estrelló insolente contra la frente de Shiva, que retrocedió, con los ojos chispeantes de odio-. Quizá cuando cruces esa puerta, esos pensamientos ya no te pertenezcan. Quizá haya máquinas en esta habitación, máquinas del tamaño de células que puedan invadir tu torrente sanguíneo y llegar a tu cerebro para borrar y reescribir la electricidad de tus neuronas. O quizá estén programadas para cambiar sólo un indicador de tu cuerpo, una celula y hacerla enloquecer hasta convertirla en tu peor enemiga, sin posibilidad de cura y reducida a un manojo de huesos frágiles y quebradizos.

-Tú no harías algo así. El Murciélago…

-Quedó atrás, Shiva. Soy Capucha Escarlata. Y ahora, vete y descansa. Has cumplido tu misión, me has servido bien.

Por un instante, Dick tuvo la impresión de que Shiva iba a atacarle, y se preparó para defenderse. Era perfectamente consciente de que probablemente Shiva fuera la mejor asesina del mundo, y estaba muy por encima de él en un combate cuerpo a cuerpo… pero las armas de las que él había hablado no eran teóricas, y las tenía a su disposición. Finalmente, Shiva asintió y se dirigió hacia la puerta, saliendo de la sala y dejando a Dick solo. Él suspiró bajo la máscara, y volvió hacia las pantallas holográficas.

Y en ese momento, un zumbido sordo llenó la sala.

-Mierda-siseó Dick, y salió de allí, corriendo hacia la celda en la que había encerrado a la JSA.

Cuando se acercó a la zona de contención, los reflejos verdes que parecían centellear en el aire le erizaron la piel. Una luz de color esmeralda brotaba de la sala, y cuando Capucha Escarlata entró, pudo ver a varios de los Hombres-Bestia de Intergang aullando y moviéndose nerviosos, sin saber cómo actuar. Los glifos de las paredes resplandecían con un tono rojo enfermizo, rojo de sangre coagulada, desvaído, creando un complejo patrón en la sala, el poder que debía controlar y consumir la energía generada por cualquiera de los prisioneros. Y sin embargo, ahí estaba Centinela, en el centro de la celda, rodeado por Teth-Adam, Hawkgirl, Destino, Medianoche, Flash, Jakeem, Artemis y Wildcat.

La máscara de Capucha Escarlata absorbió de entrada el exceso de luz, y Dick pudo ver las gotas de sudor que perlaban el rostro de Alan Scott, las marcas de dolor que mostraba, su palidez, las sombras de sus ojos…

-¡Detente!-ordenó Capucha Escarlata-. ¡Los glifos te matarán si sigues así!

-No voy a parar-respondió Alan, con los dientes fuertemente cerrados.

Dick sacó un objeto cilíndrico de uno de los bolsillos de la chaqueta de cuero que llevaba, y apuntó a Centinela con él. Hubo un flash en el aire cuando un chorro de energía oscura brotó de la vara, dejando tras de sí un rastro de frío y escarcha que se extendió por las paredes de la sala, creando una compleja red de cristales helados que se entrelazaban con los glifos del Cuarto Mundo. La oscuridad impactó en Alan, y por un momento, este gritó, notando como se helaba el tuétano en sus huesos.

-¡Alan!-exclamó Flash, acercándose a él, pero Centinela hizo un gesto para que se mantuviera a distancia. Dick estaba guardando de vuelta el terrible aparato en su bolsillo, cuando para su asombro, Alan volvió a incorporarse. Estaba encorvado, pero pronto la energía verde volvía a rodearle, y los glifos a brillar en las paredes, tratando de absorber todo aquel poder desatado.

-No voy a rendirme, Dick-dijo Alan entre dientes-. Tendrás que matarme. O enviar a uno de tus hombres a hacerlo. O dejar que me maten esos símbolos blasfemos.

-Te agotarás…

-Mi poder es el del Corazón Estelar. He mirado a Darkseid a los ojos, niño…  moriré aquí antes de ceder un solo ápice…

-Morirás entonces, Alan-gruñó Capucha.

-Quizá-jadeó Centinela-. O quizá tus glifos se agoten antes.

-Ordenaré que os ejecuten…

-Hazlo. O elige otra opción. Habla conmigo.

-¿Qué?

-Diez minutos, Capucha. Dame diez minutos, y después, te juro por mis hijos que después, no volveré a utilizar mis poderes. Si decides mantenernos encerrados hasta que muramos de inanición, lo aceptaré.

-Diez minutos-siseó Capucha Escarlata, y finalmente asintió. Los Hombres-Bestia se acercaron, armados con lanzas de terrible aspecto, mientras la puerta se abría y Alan salía, tambaleándose-. Si haces algo raro, Alan, él muere-concluyó Dick, señalando a Obsidian.

Alan Scott enarcó las cejas. Dick Grayson había sido probablemente el mejor de todos ellos, ¿qué había pasado? Aun así, asintió, y siguió a Capucha Escarlata, dejando a sus compañeros atrás.


-¿Qué se supone que estabas intentando demostrar?-exclamó Dick en cuanto entraron en la sala, golpeando una mesa y haciéndola temblar-. ¿Qué mierda ibas a ganar suicidándote?

-Llamar tu atención. ¿Qué crees que estás haciendo, Dick?

-¿Todo esto era para echarme un sermón? ¿Crees que no he tenido suficientes sermones y charlas a lo largo de mi vida? ¿Crees que ahora me dirás cuatro palabras y me daré cuenta de que he cometido un error? ¿Qué me marcharé de aquí con vosotros y volveré con él, con Batman, como si nada hubiera pasado? ¿Qué te hace pensar que tengo el más mínimo interés en todo eso?

-Que lo que estás monitorizando en esa pantalla son las constantes vitales de Robin en el hospital de Gotham-replicó Alan, señalando uno de los monitores holográficos. Capucha Escarlata se giró con la velocidad de una serpiente, trazó un gesto en el aire y los monitores se apagaron, incluyendo aquel encabezado por las palabras «Drake, Tim A.»

-No voy a volver a ser Nightwing, Alan-respondió Dick, quitándose la máscara y dejándola sobre la mesa, como una siniestra calavera de cristal rojo-. Y precisamente por Robin. Creo que estáis equivocados, que todos estáis equivocados. Os llamáis héroes, os alzáis como estandartes de una ética, de una forma de enfrentarse al mundo basada en vuestras propias percepciones, en vuestro ego y en vuestra pseudoconciencia. Os alzáis con normas y códigos morales. «Nosotros no matamos, somos héroes». ¿Cuántas vidas hubiéramos salvado si alguien hubiera elegido otro camino? ¿Si Bruce hubiera matado al Joker la primera vez que encontró un muerto con esa maldita sonrisa pintada en la cara? ¿A Falcone antes de que convirtiera a Dent en Dos Caras? ¿Si hubiéramos hecho verdadera justicia en lugar de tratar de ser héroes imponiendo nuestros códigos éticos ¿Quién seguiría vivo, Alan? ¿Jason (2)? ¿Joan Garrick (3)? ¿Mis padres (4)? ? ¿Qué hubiera pasado si alguno hubiera sido un héroe de verdad y hubiera sacrificado su propia moral, su propia ética, en favor del bien común?

-¿Y pretendes ser tú ahora el que decida el bien común?

-Supongo que eso es una prerrogativa que os habéis arrogado durante mucho tiempo y que no estáis dispuestos a perder, ¿no? No, no te preocupes. Podréis seguir siendo el espejo en el que todos los héroes se miren. Pero yo ya no, Alan. Yo he elegido otro camino.

-El de liderar a asesinos, ladrones…

-Lidero una fuerza que no podéis imaginar. Alguien tiene que hacerlo. ¿Preferirías ver en mi lugar a Ra’s al-Ghul? ¿A su hija? ¿A Lex Luthor, Maxi Zeus o el Espantapájaros?

-¿Pretendes ser el mal menor?

-El mal menor. Sigues posicionándonos a todos según tus reductos de ética y moral barata. Yo soy el mal, y vosotros el bien. ¿Os habéis planteado alguno que quizá «el mal» sois vosotros? Hace tiempo, Alan, alguien dijo que Batman era el responsable de toda la locura de Gotham. Que para salvar la ciudad, habría que arrojarle junto al Joker a lo más profundo de una de las celdas de Arkham.

-Hemos salvado el mundo las suficientes veces como para que esa cuestión sea absurda, Dick.

-Así es arriba como es abajo, ¿no?-sonrió Dick-. Pues no es así. Lo que vale para el Universo no vale para un barrio de Blüdhaven. Cuéntale a una madre que cría sola a su hijo, con miedo a que este caiga en manos de las bandas y sin saber qué va a darle de comer mañana que la estás salvando de la ira de un dios oscuro. Y espera que te de las gracias.

-¿Y qué vas a hacer tú al respecto, Dick? ¿Matar a cada uno de los miembros de esas bandas?

-No, Alan. Voy a hacer justicia, aunque para eso tenga que perder mi alma.

-Dick… estás haciendo algo terrible por motivos correctos.

-El tiempo que te di ha acabado, Centinela-replicó Capucha Escarlata, cogiendo la máscara de la mesa y volviéndosela a poner-. Vuelve a tu celda y…

-Hay algo más, Dick-dijo Alan-. Hay niños que están sufriendo.

-Lo sé. Yo fui uno de ellos.

-No, Richard. Estoy hablando de niños que están siendo vendidos. De niños que están siendo violados. De niños que se están ofreciendo a aquellos con dinero suficiente como para mantener su secreto en las sombras.

-Alan, el mundo está muy lejos de ser perfecto y…

-Niño, lo que te estoy diciendo está ocurriendo aquí. A través de tus hombres, de aquellos que has elegido para convertirse en tu puño y tu cuchillo.

Capucha Escarlata guardó silencio. Alan podía seguir los ojos de Dick Grayson clavados en él, pero mantuvo la mirada alta, fija en aquella máscara vítrea del color de la sangre.

-¿Qué estás diciendo?-gruñó, y Centinela se encogió de hombros.

-Lo descubrimos en Seúl, por puro azar. Habíamos derrotado a un loco con una armadura de alta tecnología cuando encontramos una almacén donde había docenas de niños… la palabra adecuado es «almacenados». Seguimos la pista hasta Japón, y de ahí a San Francisco… y aquí, Richard. El hombre que organizaba esas fiestas con acceso a niños en California acudía a Montreal regularmente para participar en bacanales que incluían habitualmente a menores. ¿Controlas Montreal con tus hombres, muchacho? Pues entonces, es uno de ellos.

-Dime qué quieres decir de verdad, Alan.

-Que uno de los hilos de esta inmensa madeja está aquí en Montreal. Que Destino sacó esta ciudad y esta localización de la mente de ese hombre. No te buscábamos a ti, Dick, Richard… o Capucha Escarlata, como quieras que te llamen. Buscábamos a alguien que pudiera llevarnos más cerca del arranque de todo esto y te encontramos a ti. Y ahora, devuélveme a la celda y dime que vamos a pasar el resto de nuestros días cautivos y sin poder hacer nada al respecto. Dime que vas a consentir que esto siga ocurriendo.

Capucha Escarlata guardó silencio, y tomó asiento finalmente frente a Alan. Puso una mano en un punto determinado de la mesa, y se escuchó una voz gutural que retumbó en la sala, como un gruñido

-Que todo el mundo acuda al Templo-ordenó Capucha-. Todo el mundo que esté presente en Montreal, dentro de una hora. Y sacad a Destino de la celda, traedla-. Dick cerró la comunicación, y miró a Centinela-. Vamos a hablar los tres.


August Deschamp era un hombre orgulloso. Si se añadía a su linaje cierta imaginación, era capaz de remontarse a los tiempos de Jacques Cartier (5) y la Colonia Ville-Marie. Deschamp era consciente del peso de la historia en su sangre y era uno de esos hombres que conseguían mirar a su alrededor con cierto gesto de altivez en la que se podía leer «Yo valgo más que tú». Él no lo admitiría abiertamente, pero así era. Su familia había llegado allí antes que todos esos inmigrantes que ahora se movían abiertamente por la ciudad, desde los ingleses a los haitianos, pasando por los irlandeses, los pakistanís, los judíos y toda aquella morralla. Descham era un hombre de Quebec, un quebequés de pura sangre, y ¡qué demonios! ¿Cómo no iba a sentirse orgulloso de ello?

Y además, Deschamp formaba parte de una de las elites más cerradas del mundo. Él, que había empezado siendo sólo un joven con tendencias revolucionarias y afiliado a organizaciones independentistas, se había terminado convirtiendo en uno de los hombres de Intergang. Sí, él no era uno de sus asesinos, ni se mezclaba mucho con los Hombres-Bestia, pero se había codeado con Bruno Mannheim, y alguien con la cabeza en su sitio tenía que encargarse de mover las armas, de organizar la logística y los envíos. Ese era Deschamp, el organizador. La llegada de Capucha Escarlata y sus fundamentalistas de la Liga de Asesinos le había perturbado un poco, se sentía algo incómodo que aquella gente y sus creencias, pero no menos de lo que se había sentido cuando había tenido que tratar de los seguidores de Susurro A’Daire. Y al final, siempre hacían falta hombres de negocios como August.

Por eso, mientras los hombres de Intergang y la Liga de Asesinos se reunían en el Templo de Caín, August Deschamp miraba a su alrededor con absoluta indolencia. El Templo de Caín estaba construido en el corazón de Montreal, en su subsuelo, bajo a las laderas de Mont-Royal. Hacía mucho tiempo que los hombres de Intergang habían encontrado aquellas  cavernas y las habían convertido en uno de sus centros de organización y control; y los más religiosos de entre ellos, aquellos que llevaban décadas hablando de la llegada del Amanecer Escarlata y el Día de Darkseid habían construido su centro devocional allí, a la sombra de las decenas de religiones que se daban en Montreal, honrando al Primer Asesino. Era un espacio amplio, lleno de gigantescas estalactitas y estalagmitas que se convertían en columnas que conformaban dos pisos de galerías, y una de las inmensas paredes estaba cubierta por un altorrelieve en el que, vigilándolo todo, se alzaba Caín, sosteniendo la piedra manchada de sangre de su obra, la primera muerte violenta de la historia de la humanidad, el sacrificio de Abel al propio ego de su hermano, o al de un Dios cruento, según la versión que se escuchara. Aquel, filosófica y políticamente, era el dominio de Intergang, y los hombres de la Liga de Asesinos parecían sentirse desplazados, incómodos. Y entre ellos, apartada de todos, no mucho más expresiva que la propia estatua, estaba aquella «Lady Shiva» de la que tanto hablaban, aquella asesina gélida como el hielo. Incluso los miembros de la Liga se mantenían a una distancia prudente de ella.

-Desde luego, yo la haría sonreír… y gritar-susurró Deschamp a Gilbert Delacroix, que a su lado, masticaba chicle casi con furia. Estaba intentando dejar de fumar, y no lo estaba llevando del todo bien-. Me encantaría ponerla a cuatro patas y hacerla gritar, desde luego.

-Sí…-farfulló Delacroix, sacando del bolsillo de su pantalón un paquete de chicles y echándose uno nuevo a la boca-. Eso estaría bien… muy bien…

Los murmullos continuaron un rato, hasta que todos los presentes empezaron a sentirse incómodos. Aquello no era un edificio de oficinas cualquiera, ellos eran Intergang. La Liga de Asesinos. Hombres y mujeres peligrosos del primero al último. Y por supuesto, Capucha Escarlata era su líder… pero ningún líder querría tensar demasiado esa cuerda. Ningún hombre debería hacer sentir incómodos a los miembros de Intergang o la Liga de Asesinos.

Cuando Capucha Escarlata entró, acompañado de Centinela y Destino, el silencio se hizo entre los hombres y mujeres allí presentes. Centinela estaba pálido, cansado, como si hubiera hecho algo que le hubiera agotado; y Destino llevaba el Yelmo en la mano. Su cabello plateado caía como un nimbo de luz blanca sobre sus hombros, y miraba desafiante a su alrededor. Hubo siseos entre los Hombres-Bestia, y murmullos de desagrado. ¿Qué hacía Capucha Escarlata con dos superhéroes? ¿Qué hacían ellos allí?

-Silencio-ordenó Capucha Escarlata, y su voz, amplificada por las extrañas cualidades de aquella máscara, resonó por toda la sala sin distorsión alguna, en un efecto extrañamente inquietante, pues cada uno de los presentes tenía la sensación de que él se encontraba justo a su lado, tan cerca que podría susurrar-. ¿Quién soy?

-¡Capucha Escarlata!-respondieron todos, simultáneamente-. La primera gota de sangre y el puñal, la piedra y el hueso, el acero y el fuego.

-¿Quién sois vosotros?

-Tus seguidores. Los Hijos de Nadie, los elegidos de la Noche Más Oscura. Tus ojos. Tus puños. Tus balas.

-Somos una sola voluntad. Una sola mano. Una sola arma.

-Una sola hermandad.

Los presentes guardaron silencio, terminado lo que parecía ser un ritual frecuente, y Capucha miró a su alrededor.

-¿Cuál de ellos es?-preguntó Capucha Escarlata, y con un suspiro, la mujer de cabellos plateados se puso el yelmo que llevaba entre las manos. Comenzó a brotar luz de ella, una luz dorada y cálida, y docenas de armas de los presentes la apuntaron-. ¡Quietos!-dijo, y las armas bajaron, aunque los presentes no estaban más cómodos.

Deschamps se sintió repentinamente mareado, y en ese momento, una de las manos de Destino se alzó, señalándole entre la multitud presente.

-Él-dijo, y Capucha Escarlata asintió.

-¿Qué ocurre?-preguntó August Deschamps, mirando aturdido a su colega, Gilbert, que ya se estaba apartando de su lado.

-August Deschamps-dijo Capucha Escarlata, pues la tecnología de su máscara le había identificado-. Has pecado contra nuestra hermandad y contra el mundo. Traedlo.

Los Hombres-Bestia se movieron a toda prisa hacia Deschamps, gruñendo mientras atrapaban al aterrorizado hombre que no hacía más que gritar, pero de pronto la voz de Shiva se alzó incluso sobre sus gritos de miedo.

-¿Vas a entregar a uno de los tuyos a su justicia?-dijo la asesina, y todos los ojos se volvieron hacia ella-. ¿No tenemos entonces derecho a saber de qué se le acusa?

-De tráfico de menores-dijo secamente Dick-. De abusos a niños incapaces de defenderse. De beneficiarse económicamente de la depravación, de la suya y de la de otros como él.

-¡Mentira!-gritó August-. ¡Mentira!

-Lo he visto en su mente-replicó Destino-. Lo estoy viendo todo.

-¡No! Son sucias mentiras, yo no he…

Destino movió las manos, August gritó, y numerosos recuerdos le fueron arrancados y expuestos ante los ojos de todos los presentes, como chispas de colores brillantes, exponiendo ante ellos lo que había tratado de ocultar, lo que había querido esconder.

-Ya está bien, Destino-susurró Dick-. Hemos visto suficiente. ¿Shiva?

-Es indigno de nosotros-dijo ella-. Pero no por ello vamos a entregarlo a su justicia. Nos ocupamos de los nuestros, incluso cuando sólo son basura.

-Sí-afirmó Capucha Escarlata-. Destino, ¿tenéis lo que necesitas?

-Sí. Alguien llamado Le Bosú es quien organiza todo esto. Y he visto una imagen, algo semejante a una iglesia sobre una escalinata…

-El Oratorio de San José-gruñó Capucha Escarlata.

-Ese hombre es culpable de muchos delitos, debe ser juzgado y…-comenzó a decir Alan, pero los ojos aterrorizados del hombre no se apartaban de la máscara roja.

-Justicia-dijo este, y los Hombres Bestia se arrojaron sobre August Deschamps, desgarrándole, destrozándole y manchando el suelo con su sangre pura quebequesa.

-¡No!-gritó Centinela, pero de nuevo, el chasquido de las armas de los presentes le hizo detenerse-. Esto es una ejecución sumaria, no tenéis…

-Silencio, Centinela-replicó Capucha Escarlata-. Estás en mi territorio, estás son mis normas. Tenéis lo que habíais venido a buscar. Ahora, marchaos de aquí.

-¿Qué?-exclamó Shiva, indignada-. ¿Vas a dejarles libres?

-Ese Le Bosú no es de los nuestros. La justicia que se ejerza sobre él, no es mi responsabilidad. Pero no creo que haya nadie aquí que quiera dejar que escape, que salga indemne de sus delitos. Somos la Liga de Asesinos. Somos Intergang. Pero no somos violadores, ni vendedores de niños. Aquellos que desafíen esta orden… se enfrentarán a la justicia de la Capucha Escarlata.

La mirada de Capucha Escarlata se paseó por los presentes, y uno a uno, todos fueron asintiendo, unos de forma más obvia, otros más imperceptible. Pero en aquella pelea de lobos, continuaba siendo él quien mantenía sus colmillos cerrados sobre la garganta del otro.


Apenas veinte minutos después, los miembros de la JSA se encontraban fuera del sistema de túneles de Montreal, no muy lejos de la cruz que coronaba el propio Mont-Royal, un inmenso armazón de metal y bombillas apagadas a la luz del día. Capucha Escarlata, media docena de Hombres-Bestia, Lady Shiva y varios hombres armados con grandes armas de Apokolips se encontraban ante ellos. Los miembros de la Sociedad parecían agotados, los símbolos del Cuarto Mundo parecían haber hecho más que drenarles su poder, como si hubieran sido atacados por vampiros que les hubieran quitado todo tipo de energía. Ártemis se apoyaba en Obsidian, que no dejaba de observar a Centinela, probablemente el más agotado de todos, flanqueado por Flash y Wildcat.

-¡SHAZAM!

La voz de Teth-Adam retumbó en la cima de Mont-Royal, y un relámpago, que probablemente sorprendiera a todos los montrealeses que lo vieran, pues el cielo estaba completamente despejado. La imagen endeble y flaca del antiguo esclavo de kahndaq flameó y resplandeció, envuelta en un furor eléctrico que cuando comenzó a desvanecerse, dejó a la vista a Black Adam, con el ceño fruncido y los ojos ardiendo de ira.

-¡GRAYSON!-gritó Adam, y de inmediato, los hombres de Intergang apuntaron sus armas hacia Black Adam, que se alzaba a varios palmos de altura, con relámpago chispeantes rodeando su cuerpo.

-Tendré tu cabeza, niño-sisea Black Adam, mientras tras él, Hawkgirl extiende sus alas y el genio púrpura de Jakeem centellea, con Obsidian extendiendo su oscuridad alrededor de todos.

-Basta-ordenó Centinela, situándose entre Black Adam y Capucha Escarlata-. Adam, nos marchamos y dejarás a Capucha Escarlata en paz. Ha tomado su camino, y debemos respetarlo.

-Hoy sí-afirmó Adam-. Pero llegarán más días, Centinela. Y le devolveré cada minuto de tortura que hemos vivido en sus manos. Acabé con Desaad (6) por lo que nos hizo, y acabaré con él. Y si el Murciélago mete sus orejas picudas en esto… acabaré también con él.

Adam se giró, alejándose de Capucha y los demás, y los más jóvenes de la JSA le siguieron, hasta dejar solo a Flash, Centinela y Wildcat frente a Capucha.

-Te has ganado un poderoso enemigo-dijo Wildcat, y Capucha asintió.

-Tengo muchos.

-Adam no olvida a sus enemigos-afirmó Ted Grant-. Richard… En algún momento te darás cuenta de que te has equivocado. Espero que no sea demasiado tarde.

Dick guardó silencio, mientras aquellos hombres se alejaban. Suspiró bajo la capucha. Efectivamente, había elegido un camino, efectivamente, iba a ser difícil. Esperaba tener fuerzas para recorrerlo entero.


Cerca del Oratorio de San José, Montreal.

Algo iba mal, Philippe lo sabía. Deschamps se ponía en contacto con él todos los días por la mañana, y ese día no había llamado. Aunque Philippe creía que Deschamps era poco más que un gángster de medio pelo, pero estaba siempre tremendamente bien informado de lo que ocurría en todo el mundo. Deschamps había hecho constantes alusiones sobre una especie de asociación de criminales a la que pertenecía, pero el doctor Philippe Autreil normalmente ignoraba aquellos desvaríos. Ese día, Deschamps no había llamado, y Philippe sentía la necesidad de salir corriendo. Si se apresuraba, probablemente pudiera salir de Montreal antes de que todo se derrumbara sobre él, pero por otro lado… quería quedarse. Quería ver las obras de su monstruosidad. Quería ver lo profundo de su depravación. Fuera lo que fuera lo que había impedido que August Deschamps se pusiera en contacto con él, el doctor Philippe Autreil era consciente de que pronto lo tendría encima.

Con deliberada lentitud, Philippe, siempre encorvado, se cubrió el deforme rostro con una media máscara de plata, y se echó sobre los hombros una capa corta de color marrón, como hecha con tela de saco. La imagen que le devolvían los múltiples espejos de su dormitorio era grotesca. Le Bosú, el Jorobado, se hacía llamar cuando se movía por los ambientes más sórdidos. Philippe era el hijo de una de las familias más ricas de Montreal, el rico heredero de unos magnates de la industria del espectáculo y el entretenimiento. Sin embargo, ni todo el dinero de sus padres había podido evitar que el niño naciera con una enfermedad degenerativa que iba haciendo que su columna se fuera torciendo más con el paso de los años. A esa hipercifosis, que le había causado una gran joroba en su espalda que prácticamente le doblaba por la mitad, había que unir una serie de deformaciones en los huesos del rostro. Philippe Autreil era la imagen viva de Quasimodo, el Jorobado de la novela de Victor Hugo, Nuestra Señora de París, que Philippe había leído una y otra vez siendo un crío. A pesar de la repulsa que causaba, Philippe se había convertido en un cirujano de renombre en la ciudad, y por suerte, la enfermedad parecía no afectar a sus manos.

Sin embargo, Philippe se sentía mucho más cómodo siendo Le Bosú que siendo él mismo. Tenía la sensación de que Le Bosú era su verdadero yo, el educado aunque desagradable Philippe, era sólo una impostura. Se volvió hacia la cama, y sonrió. Un niño de doce años yacía allí, estrangulado por un complejo nudo corredizo, obra de las maniobras sexuales de Le Bosú. Normalmente tenía formas de deshacerse de los cadáveres, pero ese día… si todo iba a caer sobre él, prefería que lo hiciera con una depravación perfecta. Salió al balcón y abrió las ventanas. El Oratorio se encontraba frente a él, una gran iglesia situada sobre una alta escalinata y con una inmensa cúpula que marcaba el punto más alto de Montreal. Otro detalle perfectamente planeado por Le Bosú, su forma de alzar su propia torre de Babel, su desafío a Dios. «Ven y detenme», había susurrado años atrás, cuando llevó al primero de aquellos niños a su cama.

No sólo no le había detenido nadie, sino que había encontrado su auténtica vocación en el lucrativo negocio de la prostitución infantil. Había más como él, más hombres y mujeres en el mundo que compartían aquella exquisita degradación moral. Su monstruosidad, si no física, sí ética. Y estaban dispuestos a pagar, a pagar auténticas salvajadas de dinero por acceder con discreción a aquellos placeres prohibidos. Ese era el campo de Le Bosú, su catedral, la inmensa estructura por la que saltaba de gárgola en gárgola ágilmente, su verdadero mundo.

Los vio, y sonrió. ¿Había llamado la atención de los más grandes?

Entonces, su monstruosidad era aún mayor de lo que suponía.

Estaban allí, en la plaza que había ante el edificio de su propiedad, ante las escalinatas del Oratorio. Los había visto en televisión y en los periódicos. Los ancianos y los jóvenes, la JSA. Y le buscaban a él. ¿Aquello era con lo que se había encontrado Deschamps? Ese pensamiento provocó una erección en Le Bosú, que gimió de placer. Le miraban. Le veían. Le buscaban.

Dejó de ver a Flash, así que supo que había empezado, y saltó por la ventana, enganchándose a uno de los canalones, girando sobre sí mismo para saltar sobre la azotea de una ventana. En cuanto notó el tejado bajo los pies, pulsó un botón de un pulsador que llevaba en la mano, y una docena de explosivos estallaron, sembrando el pánico en el Oratorio y su entorno.

-¡Jay!-gritó el hombre vestido de gato, y Le Bosú sonrió de nuevo. ¿Era posible que hubiera acabado con al menos uno de ellos?

El suelo se deshizo bajo sus pies. Las tejas parecían volverse jalea, o cera pegajosa. Le Bosú trató de saltar, pero le fue imposible, y cayó, sin equilibrio alguno a la plaza que había entre el Oratorio y su casa. Los vio, a todos ellos, tratando de ayudar a los presentes en la plaza. Había caído de espaldas, notaba la sangre en su boca, probablemente su columna se hubiera roto. Pero una vez que pulsaba el botón, todo era una serie. Más bombas estallaron a su alrededor, y luego por toda la ciudad. Almacenes, pisos, casas… Todos los lugares donde había pruebas estallaron. Todos los lugares donde guardaba a sus víctimas, a sus niños, estallaron.

Alguien le golpeó en la cara y le hizo escupir un diente. No podía verlo bien con la sangre que le caía sobre un ojo y la media máscara se había movido. ¿Un niño negro? Había algo casi irónico en aquello.

-¡Hijo de puta!-gritó Jakeem Thunder, golpeando a Le Bosú con los puños. Thunderbolt y Destino lo habían podido sentir, sabían lo que Le Bosú había hecho-. ¡Hijo de puta!

-¡Jakeem!-gritó Ártemis, tomando al muchacho en sus brazos y apartándolo del cuerpo casi muerto de Le Bosú. Había odio en los ojos de la Amazona. Era un hombre normal, un criminal corriente. ¿Cómo podía haberles hecho más daño que nadie en toda su historia? ¿Cómo podía ese hombre deforme y lleno de odio haber hecho aquello? Una mancha negra y dorada centelleó junto a la Amazona, y Le Bosú desapareció del suelo.

Estaba volando. Ascendía hacia el cielo y no estaba muerto, tenía ganas de reír pese al dolor que mordía todo su cuerpo. Le arrancaron la máscara y pudo ver frente a él al rey. Aquello era más de lo que esperaba, desde luego. El propio Black Adam.

-¿Por qué?-se limitó a preguntar Adam, y Le Bosú trató de mirarle, aunque notaba que su cerebro se nublaba, que perdía el sentido de sus ideas.

-Porque soy un monstruo… ¿qué iba a hacer?-dijo Le Bosú, y Black Adam se limitó a soltarle.

Ni siquiera gritó cuando su cuerpo se estrelló de nuevo contra el suelo.


-¡Adam!-gritó Centinela, volando hacia Black Adam, que permanecía quieto, en el aire, sobrevolando la gran cúpula del Oratorio-. ¿Qué has hecho? ¡Nosotros no…!

-¿Matamos, Alan? ¿Después de lo que este hombre ha hecho con esta ciudad? ¿A esos niños? ¿Nosotros no matamos?

-Tenemos trabajo que hacer, Adam, y lo discutiremos luego, pero…

-Haremos lo que tenemos que hacer, como lo hacemos siempre. Pero hay algo que debemos tener claro, Alan.

Black Adam guardó silencio durante unos segundos, y luego, miró hacia Centinela.

-Esta vez hemos perdido.


1.- Estos hechos ocurren antes de Armaggedon 2012

2.- Jason Todd, el segundo Robin. Murió en manos del Joker en «Una Muerte en la Familia»

3.- La esposa de Jay Garrick, el Flash original, fallecida en la saga «Patria», en DCTopía.

4.- Los Grayson voladores, asesinados en un movimiento mafioso

5.- Fundador de la ciudad de Montreal.

6.- En El Plan Destino, hace mucho. Pero aquí, en DCTopía.

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One Response to JSA #50

  1. MarvelTopia says:

    Y si en Detective teníamos a la nueva Nightwing, aquí tenemos a la Capucha… las consecuencias de Amanecer en Escarlata se extienden… y molan mucho.

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