Daredevil #372

daredevil372De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil

#372 – Impasse
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 32 – 12/00


Matt se estaba arrepintiendo seriamente de haber llevado a cabo aquella ocurrencia. ¿En qué demonios estaría pensando para volver a ponerse el traje de Daredevil y salir a la calle? Sólo a un loco se le ocurriría semejante cosa, tras haber transcurrido tan poco tiempo desde que aquel disparo estuviera a punto de dejarle postrado para siempre en una silla de ruedas1. Había hecho progresos, era cierto; incluso progresos extraordinarios, y su recuperación parecía ir por buen camino. Pero en modo alguno estaba listo todavía para volver a la vida de antes. De todos modos, era inútil lamentarse a aquellas alturas. ¿Qué iba a hacer, decir «Mira, Morty, lo siento, pero no me encuentro del todo bien. ¿Qué tal si lo dejamos para otro día?», y marcharse a su casa a descansar, que es lo que debería estar haciendo?. No, hacer eso sería todavía peor que cuando Cara de Niño le noqueó con un golpe afortunado en otro momento bajo, y luego fue alardeando de ello por toda la ciudad2. Tendría que quedarse allí, y resolver la papeleta como mejor pudiera.


A solas en la redacción del Daily Bugle, Ben Urich repasaba por enésima vez las fotos que Peter le había traído cuando el Lanzarredes se cruzó con Daredevil3. Resultaba evidente que aquel nuevo Daredevil no era Matthew Michael Murdock. Aun cuando su parálisis fuera una añagaza -que no lo era- (nada descabellado en un hombre que, siendo ciego, se dedicaba a saltar de tejado en tejado), estaban la menor altura y corpulencia del contrincante de Spider-Man. Por otra parte, su postura y movimientos eran también distintos. Más elásticos, más fluidos, más… indirectos que los de Matt. «¡Demonios!», pensó Ben. «Ojalá supiera más de artes marciales… Y el caso es que ese estilo no me es del todo desconocido…»


Natasha Romanova, la ex-espía soviética, Vengadora en la reserva, agente de S.H.I.E.L.D. a tiempo parcial y aventurera disfrazada, llegó silenciosamente al tejado del edificio que se alzaba frente al bloque en el que vivían Matt y Karen. Las luces del pequeño apartamento estaban todas apagadas, al igual que las del despacho de Matt en las oficinas de Sharpe, Nelson & Murdock. Era demasiado pronto como para que Matt se hubiera acostado, así que la Viuda Negra se quedó perpleja.

«¿Dónde demonios estará Matt?», se preguntó.


En la trastienda de un local de disfraces de la Cocina del Infierno, Benjamin Poindexter hojeaba con una media sonrisa el último ejemplar del Daily Bugle. La editorial de J. Jonah Jameson iba por los derroteros que le eran habituales: Daredevil endurece su modus operandi. Spider-Man, culpable. A continuación, el propietario del periódico se despachaba a gusto.

«Cuando creíamos ya terminados los tiempos en los que los llamados superhéroes tomaban una actitud amargada ante la vida y se enfrentaban a la creciente ola de delincuencia que lleva aparejada la vida moderna con unos métodos más propios de eras medievales que del civilizado siglo XX, uno de esos vigilantes enmascarados ha decidido hace poco pasarse al bando de los terroristas salvapatrias. Nos referimos al aventurero conocido como Daredevil, el autoproclamado guardián de la Cocina del Infierno. No han sido pocas las ocasiones en que se ha visto a este diablo escarlata actuando codo a codo con esa amenaza llamada Spider-Man. Evidentemente, este repetido contacto con la amenaza arácnida ha terminado por corromper lo poco de decente que quedaba en Daredevil, y ha optado por seguir los métodos terroristas del lanzarredes. Recientemente…»

Benjamin cerró el periódico e hizo una pelota con él. Sin mirar, lo lanzó hacia atrás. La bola de papel, tras rebotar en dos de las paredes, cayó limpiamente en la cesta de papeles que había en una de las esquinas de la habitación.

– Conque el cuernecitos ha endurecido sus métodos, ¿eh? Habrá que ver si es lo bastante duro para mí… -dijo, mientras su sonrisa se hacía más amplia.


Morty estaba demasiado nervioso como para apreciar con claridad que Daredevil no se encontraba, por decirlo suavemente, en su mejor momento. Lo único que le manteía todavía en pie era el hecho de estar apoyado en la mesa que había tras él. De no ser por el mueble, habría caído al suelo sin remedio. Sin dejar de sostenerse, acercó su mano izquierda a su muslo, al lugar en que llevaba sus bastones hasta que llegaba el momento de utilizarlos. Y tanto su instinto como sus sentidos le decían que el momento se aproximaba a pasos agigantados. El corazón de Morty había comenzado a latir todavía más deprisa. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente y mejillas, cayendo al suelo, mientras todo su cuerpo transpiraba profusamente. Su respiración se hizo entrecortada, y sus músculos se pusieron en tensión. Movió su cabeza frenéticamente a derecha e izquierda, buscando una salida. La estancia en la que se encontraban sólo tenía dos modos de acceder a ella: el ventanuco que tanto Morty como Daredevil habían empleado para introducirse en ella, y una puerta que en aquellos momentos tenía echado el cerrojo.

A Morty le habría resultado mucho más fácil, y habría tenido infinitamente más probabilidades de éxito, el intentar la opción de la ventana, a pesar de que Daredevil se encontraba en su camino. Sin embargo, tomó la dirección contraria, corriendo hacia la puerta y agarrando con fuerza el picaporte, mientras lo giraba frenéticamente a uno y otro lado con ningún efecto práctico. Eso facilitó bastante las cosas a Daredevil. Sin prisa pero sin pausa, extrajo el bastón de su funda, apuntó cuidadosamente y lo lanzó hacia Morty. El bastón golpeó justo detrás de la oreja derecha del malhechor, que cayó al suelo como un fardo, completamente inconsciente. Caminando con dificultad, y deteniéndose para tomar aliento, Matt arrancó el cable de la lámpara y lo empleó para atar al ratero de pies y manos. Luego, dio media vuelta, salió por la ventana y se dispuso a regresar a su apartamento como mejor pudiera.


La Viuda Negra se cansó de esperar a Matt y decidió marcharse. Mientras se columpiaba al extremo del cable que surgía de su muñequera multiusos, un movimiento llamó su atención. Deteniendo su marcha, observó con detenimiento el callejón que se extendía a sus pies. Una figura avanzaba lenta y titubeante, pegada a la pared, como si quisiera ocultarse entre las sombras para no ser descubierta. La Viuda esperó en silencio. La Luna salió de detrás de las nubes e iluminó la escena, dejando al descubierto una cabeza cubierta con una máscara de color escarlata, en cuya parte superior sobresalían dos pequeños cuernos.

«No puede ser tan estúpido», pensó Natasha Romanova, resistiéndose a creerlo. «Pero… ¿qué dices, Natasha? Sabes perfectamente que es tan cabezota como para hacer eso, y tonterías mucho mayores aún. Eso, si es que es él… porque, si ha aparecido un sustituto capacitado, nada impide que puedan surgir unos cuantos incapaces…»

En silencio, la Viuda Negra se dejó caer detrás del enmascarado, y pronunció cinco palabras:

– ¿Dónde crees que vas, amigo?

Pero antes incluso de que comenzara a hablar, su presa ya se había dado la vuelta, lo que confirmo las sospechas de la ex-espía acerca de su identidad.

– Hola, ‘Tasha -dijo con una sonrisa torcida-. Has tardado bastante en bajar -y cayó desvanecido al suelo. Cuando Matt recuperó la consciencia, sus sentidos le dijeron que se encontraba en su cama. Su radar le indicó que sentada en la silla había una mujer de entre un metro sesenta y cinco y un metro setenta de altura, y unos cincuenta y seis o cincuenta y ocho quilos de peso, en una excelente forma física, que le miraba con fijeza.

– No intentes disimular, Matt -dijo la Viuda-, sé perfectamente que estás despierto. ¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando cuando te pusiste el pijama y saliste a la calle? ¿El disparo te afectó el cerebro, además de la columna?

– No sigas, ‘Tasha. Todo lo que tú me digas ya me lo he dicho yo. Simplemente, pensé que podría…

– Que podrías… ¿qué? ¿Hacerte matar, quizá? ¿Matarte tú solo? Creía que eras más inteligente que todo eso, Murdock. Si no te llego a encontrar, a saber qué hubiera sido de tí. Y no creas que resulta agradable transportar un peso muerto por los tejados de Nueva York. Tenía otras cosas en mente a la hora de emplear mi tiempo, ¿sabes?

– Bueno, ¿está Karen en casa? -preguntó Matt, en un intento de cambiar de tema.

– No creas que porque te sigo la corriente no sigo pensando lo mismo, Matt. Pero, contestando a tu pregunta, no. Tu palomita todavía no ha regresado al nido. No creo que siguieras vivo, en caso contrario.

– Dímelo a mí…


En las guaridas de los distintos jefes del hampa neoyorquina, las reacciones eran de dos clases: o bien bramaban, clamando venganza contra la afrenta que había supuesto el intento de Kingpin de acabar con ellos, o bien gemían, preguntándose cómo congraciarse con Fisk para cuando retomara el poder que durante tanto tiempo había ostentado, cosa que ellos veían como inevitable.


La Casta se hallaba reunida, sentada en círculo en una habitación casi completamente a oscuras. Meditaban en silencio, intentando encontrar una solución al dilema que se les había planteado.

– No veo por qué hemos de intervenir -dijo Piedra-. Si Murdock ha caído, no es menos cierto que otro se ha levantado en su lugar. Y ha estudiado nuestros caminos con mayor aprovechamiento que Murdock, si se me permite añadirlo.

– Para luego abandonarlos -dijo Stick-. Dentro de sus limitaciones e imperfección, Murdock sigue los caminos de la Casta con mayor sinceridad en su corazón. Además, quien le ha sustituido también ha de caer. No, hemos de intervenir, Es necesario.

Aunque alguno de los demás miembros de la orden pudiera discrepar de la decisión de Stick, todos guardaron silencio, acatando la decisión de su líder.


– ¿Has descubierto algo, Natasha?

Matt sonrió al percibir el ligero sobresalto de la Viuda Negra. Había roto el silencio después de un largo rato en el que ninguno de los dos pronunció palabra. Sin embargo, la Viuda se rehízo con rapidez, y contesto con voz perfectamente neutra.

– Bastante poco, Matt. Sea quien sea, es muy discreto. Y no suelta prenda.

– ¿Qué quieres decir?

– Exactamente eso. No habla, no dice ni palabra. Es algo en lo que coinciden todos los que se han cruzado con él. Es más duro, más letal que tú… y completamente silencioso. Y muy hábil escabuyéndose. No he logrado encontrarlo, por más que lo he intentado.


A solas en su casa, Melvin Potter daba vueltas nerviosamente. No había podido resistir más en la tienda de disfraces. El saber que a escasos metros del mostrador descansaba un traje de Gladiador que ni la policía ni los superhéroes habían sido capaces de encontrar le consumía. Sabía que, si permanecía allí, era cuestión de tiempo que desfalleciera y se pusiera el traje y la máscara, y saliera a la calle a buscar a Betty. Y no podía permitírselo. No iba a poner en riesgo su estabilidad, pero… ¿tendría que pagar Betty el precio?

– ¡No! -dijo en voz alta-. ¡El señor Murdock dijo que me ayudaría, y él es hombre de palabra! ¡Lo hará!


A solas en su despacho, Rosalind Sharpe contemplaba en silencio el teléfono. El aparato había dejado de sonar, pero ella sabía que él volvería a llamar. Cuando atrapaba una presa, no la soltaba. Y todo por culpa de aquel error que había cometido hacía tanto tiempo, cuando luchaba por abrirse paso en el difícil mundo de la abogacía. Una nimiedad, pero que sería fatal si alguna vez salía a la luz. ¿Qué podía hacer?


Karen había terminado su programa, y ya tenía recogidos todos sus papeles, dejando el estudio listo para el siguiente locutor. Salió de la cabina donde realizaba su programa y dobló a la izquierda. Iba tan concentrada en sus pensamientos que no vio la mole que se alzaba ante ella, por lo que chocó y cayó al suelo.

El gigantesco ser humano contra el que se había golpeado se dio media vuelta con una agilidad impropia de su tamaño y se inclinó hacia ella.

– Disculpe mi torpeza -dijo, tendiéndole una mano-. ¿La ayudo a levantarse, señorita…?

– Oh, ¿no la conoce, señor Fisk? -dijo uno de los empleados pelotilleros y lameculos que abundan en todas las oficinas, deseosos de medrar a la sombra del jefe diciéndole lo que éste quiere oir… o lo que ellos piensan que el jefe quiere oir-. Es la señorita Angel, Paige Angel, la locutora de más éxito de la cadena. Paige, éste es el señor Fisk, el nuevo propietario de la cadena.

– He venido a visitar las instalaciones de la emisora y a conocer personalmente a los empleados, señorita -dijo Fisk-. Lamento que nuestro primer contacto se haya producido en circunstancias tan desagradables. Espero sepa perdonarme. Karen se había quedado sin habla. Aunque por la WFSK habían circulado rumores acerca de una posible venta de la emisora, no les había dado demasiado pábulo. ¿Quién, en su sano juicio, iba a vender una emisora que estaba funcionando tan perfectamente? Pero claro, el que el comprador fuera Kingpin explicaba bastantes cosas. Con un esfuerzo, se obligó a tomar la mano que le ofrecían y tragó saliva para farfullar una respuesta cortés:

– No se preocupe… la culpa ha sido mía, no miraba por dónde iba, y… Bueno, tengo que marcharme. Encantada.

Cuando Karen hubo desaparecido, Wilson Fisk quedó unos instantes pensativo.

– Conque Paige Angel, ¿eh? Vaya vaya, qué interesante…


(1) Se contó en Daredevil # 360-361.

(2) Ocurrió hace muuuucho, en Daredevil # 284.

(3) En Daredevil # 367.


Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Venga, no seáis tímidos y escribid. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.


En el próximo número: Os espero en Daredevil #373, para descubrir cómo se desarrollan los acontecimientos.

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