Daredevil #373

daredevil373De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil

#373 – Atando cabos
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 36 – 4/01


En la redacción de local del Daily Bugle, Ben Urich seguía dando vueltas a las fotos que le había traído Peter Parker, mientras su mente volvía una y otra vez a la identidad del misterioso sustituto de Matt Murdock tras la máscara de Daredevil. Paseando arriba y abajo para así pensar mejor, apenas se había dado cuenta de que los minutos transcurrían uno tras otro, hasta formar una hora y otra hora… En su casa, la cena hacía mucho tiempo que se había enfriado. Sin embargo, Doris Urich hacía ya mucho tiempo que se había acostumbrado a la irregularidad del horario de su marido; y, a pesar de que, de vez en cuando, le insinuaba que no debería dedicar tanto tiempo a un trabajo que, en ocasiones, le había costado graves lesiones1 e incluso había puesto en peligro las vidas de ambos2, ella sabía perfectamente que para Ben el investigar le era casi tan necesario como el respirar, el comer… o el fumar.

De repente, Ben se detuvo e hizo chasquear los dedos:

– ¡Pues claro! -exclamó-. ¿Si seré idiota? ¡No sé como demonios no me había dado cuenta antes! ¡Ya sé quién está detrás de ese traje!


En su apartamento, Matt Murdock sabía ,a pesar del silencio que su vigilante mantenía, que Natasha Alianovna Romanoff seguía en la habitación, sin quitarle ojo de encima. La respiración de la ex-espía soviética conocida como Viuda Negra era firme y regular; su pulso, tranquilo. Pero, a pesar de su mutismo, su cerebro no dejaba de funcionar a un ritmo frenético. Intentaba desentrañar, a un tiempo, quién se ocultaba detrás de la máscara de Daredevil… y por qué la persona que primero adoptara aquella identidad -la persona que, en esos mismos momentos, estaba tumbada en la cama que se encontraba a menos de dos metros de ella- había cometido la estupidez de salir a la calle, encontrándose en el estado lamentable en que se encontraba, incluso antes de salir. Era cierto que su recuperación había sido extraordinaria, y que su situación actual daba pie a muchas más esperanzas de las que inicialmente podrían haberse razonablemente concebido. Pero incluso Matthew Michael Murdock tenía límites, y aquella noche se había aproximado peligrosamente a ellos. De no haberle encontrado en aquel callejón, Dios sabía lo que podría haberle sucedido. En ese momento, ambos oyeron el sonido de las llaves en la puerta del apartamento. De hecho, Matt ya había olido el perfume de Karen hacía casi un minuto, y había percibido que su pulso se hallaba acelerado. Algo inusual debía haberle sucedido, pero ¿qué podía ser? Habló rápidamente y en voz baja a la Viuda Negra:

– ‘Tasha, te pido que no le digas nada a Karen, de momento. Algo la ha alterado, y si encima añadimos a lo que sea que le ha ocurrido la estupidez que he estado a punto de realizar…

– La estupidez que has realizado, Matt.

– Lo que tú quieras. Pero no le digas nada, por favor. ¿Por favor?

– De acuerdo, Matt. Guardaré silencio… de momento. Pero como vuelvas a intentar otra idiotez de este calibre…

– No te preocupes, que no lo haré.

En ese momento Karen, después de haber intentado controlar el temblor de sus manos, había logrado introducir la llave en la cerradura y la había hecho girar. Dejando caer el bolso en la entrada, fue directamente al dormitorio.

– Matt, algo enorme ha sucedido. Ah, hola, Natasha. Sí, creo que enorme es la palabra adecuada.

– Tranquilízate, Karen. Tu corazón va a doscientos por hora. ¿Qué es lo que te ha alterado así?

– Es él, Matt. Ha vuelto.

– ¿Él? ¿Te refieres a…?

– Sí, Matt. Fisk ha regresado a la ciudad. De momento, ha comprado la cadena en la que trabajo.

– No creo que se pare ahí. La gente como él nunca cambia. Alguien va a tener que detenerle.

– ¿Y quién va a ser ese alguien, Matt? -intervino la Viuda-. ¿Tú? ¿En tu estado? Sería una tontería, ¿no crees? -. La Viuda había cargado el acento en la palabra tontería con toda la intención del mundo. Matt sabía perfectamente por qué lo había hecho, pero Karen no pareció darse cuenta de la carga añadida que encerraban las palabras de la Viuda Negra-. No, es mejor que esa tarea nos la dejes a quienes podemos encargarnos de la tarea. O a ese nuevo Daredevil, por ejemplo, que parece no estar haciéndolo nada mal…

– Ja ja, ‘Tasha. Muy graciosa. Mucho.


Los secuestradores de Betsy Beatty mantenían una acalorada discusión. Se habían retirado a una habitación distinta de aquella en la que retenían a la prometida de Melvin Potter, para evitar que pudiera oirles.

– Os digo que estamos jugando con fuego, chicos. Todos sabemos la clase de lunático que es Potter. ¿Quién nos dice que no va a tirar por la calle de en medio e ir a por nosotros?

– Y suponiendo que hiciera tal cosa, ¿cómo demonios iba a encontrarnos? No sabe cuántos somos, ni dónde estamos. Y, además, tenemos a su pava como póliza de seguro, ¿no?

– Bueno sí… pero también la teníamos aquella otra vez, ¿no? Y aunque al principio hizo lo que le dijimos, luego intervino ese maldito vigilante de rojo, Daredevil, y todo se torció.

– ¿Es que el miedo que detecto en tu voz te ha hecho olvidar que es precisamente a Potter a quien debemos agradecer el habernos podrido todos estos meses en prisión?

– No, pero…

– Pero nada. Esta vez no dejaremos cabos sueltos. Cuando tengamos a Potter donde queremos, nos encargaremos de él, y luego desapareceremos.


Desoyendo los consejos que su compañero le había dado, Betsy Walkers había decidido ir a ver a su empleador. Nunca le había visto en persona (todo el asunto se había hecho a través de intermediarios, él era demasiado inteligente como para mezclarse en esos asuntos), pero sabía perfectamente de quién se trataba y dónde encontrarle. Sin embargo, las cosas no parecían ir como ella habría deseado. Para empezar, el gorila de la puerta no la dejaba continuar.

– Le he dicho, señorita, que no puede presentarse aquí sin cita previa y pedir… perdón, exigir, ver al jefe por las buenas.

– Escucha, botarate, tu jefe te ordenará que me dejes pasar si le dices quién soy.

– La voy a hacer caso, sólo por dejar de oirla. ¿A quién he de anunciar?

– Dile que Betsy Walkers quiere verle.

El vigilante descolgó un teléfono, marcó un número y susurró unas palabras. Esperó unos segundos, contestó «De acuerdo» y colgó.

– Tenía usted razón, señora -dijo, sin ningún asomo en su voz de humildad o arrepentimiento por su anterior comportamiento-. El jefe ha accedido a verla.

Con un aire de dignidad ofendida, Betsy Walkers atravesó la puerta sin dirigir ni una mirada al vigilante. Entró en el ascensor y pulsó el botón de la última planta. Aunque nunca había visitado aquel edificio, supuso -acertadamente- que el despacho de la persona a la que iba a ver se encontraría en lo más alto. Cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, pudo ver que se encontraba en un vestíbulo. Frente a ella, a unos diez o doce metros, había una puerta de doble hoja, fabricada en lo que parecía ser madera maciza. A uno y otro lado, dos individuos excepcionalmente altos y corpulentos montaban guardia. Bajo sus sobacos, incluso para personas poco perspicaces, resultaban claros los bultos de las armas que llevaban. Sin pronunciar una palabra, uno de ellos se inclinó ligeramente hacia el picaporte y lo presionó. La puerta se abrió en silencio y giró suavemente sobre los goznes. Cuando Betsy hubo pasado, la puerta volvió a cerrarse en el mismo silencio.

La habitación se encontraba a oscuras, excepto por un flexo situado sobre la amplia mesa que se encontraba al fondo del despacho, de espaldas a la ventana.

– Acérquese -dijo una voz desde la penumbra de la mesa. A pesar del terror que sentía, Betsy Walkers no pudo sino obedecer, tal era el poder que emanaba de aquella única palabra-. ¿Quería hablar conmigo, no es así?

– S-s-sssí, señor… -tartamudeó-. En efecto -dijo con algo más de firmeza, en un intento de recuperar el dominio de sí misma.

– Bien, pues tome asiento -continuó la voz cuando Betty llegó a la altura de la mesa, tras recorrer una distancia que se le antojó infinita- y cuénteme qué es lo que la preocupa.

– Desde luego… verá, señor, quisiera dar por concluida nuestra relación… laboral.

– ¿Y eso? ¿Es que no le parece suficiente la cantidad que acordamos por el… trabajito que le encomendé?

– No es eso, no… Verá, ese Murdock es más duro de pelar de lo que una diría a simple vista. Cuando usted me encargó que me presentara en su bufete como una mujer a punto de divorciarse, perseguida por los matones de su marido3, la cosa me pareció fácil. Engañar a un ciego… era casi como quitarle un caramelo a un niño4. Coser y cantar, como suele decirse… Y luego, cuando tuvo aquel accidente, y quedó paralítico, pensé que iba a ser el dinero más fácil que había ganado en mi vida… No iba a tener tiempo de concentrarse en nada más que en su recuperación, y eso si conseguía concentrarse… Pero aquel accidente pareció darle nuevas fuerzas, y desde entonces no ha parado de trabajar. Y luego está lo de… lo de… cuando estoy en su despacho, y a pesar de ser ciego, parece como si pudiera ver a través de mí, como si supiera lo que estoy pensando, y que estoy engañándole… Creo que lo sabe todo, y no quiero acabar en la trena. No otra vez…

Durante todo su parlamento, Betsy Walkers había permanecido con la mirada baja, clavando los ojos en el regazo. Ahora levantó de nuevo la vista, y no vio ante sí más que la mesa vacía.

– No se preocupe -dijo una voz a su espalda-. Yo personalmente me encargaré de todo.

Sorprendida, Betsy se volvió. Tras ella se encontraba su interlocutor, su enorme figura apenas perceptible en la penumbra. A pesar de que sus palabras aparentemente pretendían tranquilizarla, un escalofrío recorrió su espalda. Le miró a los ojos, y detrás de ellos no vio nada. Nada, salvo una férrea determinación. En aquel momento, mientras las voluminosas manos se aproximaban a su cuello, Betsy Walkers tuvo la certeza de que no saldría de aquella habitación. Viva al menos. Casi creyó oír, anticipándose, el chasquido con el que su cerviz se rompió.

Dejándola caer al suelo, su asesino pulsó un botón. La puerta del despacho se abrió, y los dos guardias que había al otro lado entraron por ella.

– ¿Sí, señor Fisk? -preguntó uno de ellos.

– Deshaceos de esto -se limitó a decir Kingpin, mientras meditaba en cómo ocuparse de Murdock, aquella maldita espina clavada una y otra vez en su costado.


También a solas en su despacho, Rosalind Sharpe miraba en silencio el terminal del teléfono. Temerosa de escuchar el sonido del timbre que pudiera anunciarle aquella llamada que tanto temía recibir y que no deseaba contestar, había optado por desconectar la clavija. Maldijo el día en que había decidido trasladarse a la Gran Manzana, ansiosa de demostrar, como ya lo había hecho en Boston, que era la mejor. Maldijo a su hijo, Franklin Nelson. Pero, sobre todo, maldijo a aquel obstinado de Matthew Michael Murdock.


Daredevil se desplazaba por los tejados, moviéndose en silencio. A su espalda, una sombra le seguía, silenciosa, manteniendo la distancia. El perseguidor estaba ligeramente extrañado. En otras ocasiones, su objetivo había parecido detectarle, como si tuviera una especie de sentido de radar, por mucho cuidado que pusiera en ser silencioso. Sin embargo, su presa no parecía haberse percatado de su presencia, a pesar de que ya llevaba un buen rato siguiéndola. Benjamin Poindexter frunció el ceño, extrañado.


Matt y Karen dormían, abrazados el uno al otro. Hacía ya rato que la Viuda Negra se había marchado. Natasha estaba segura de que, al menos mientras Karen estuviese en el apartamento, Matt no volvería a intentar salir a patrullar la Cocina del Infierno. Además, tardaría en recuperarse de su última salida… hasta un cabezadura irlandés como Murdock se daría cuenta del estado deplorable en el que se encontraba.

En sueños, Matt percibió una voz que llevaba mucho tiempo sin oir.

– Chico -dijo la voz-, tenemos que vernos. Mañana por la noche.

– ¿Stick? -murmuró Matt-. ¿Eres tú?

Pero la voz no dijo nada más.


(1) En Daredevil # 230 a Ben le rompieron los dedos de la mano derecha por investigar demasiado los asuntos de Kingpin.

(2) No por órdenes de Fisk, pero en Daredevil # 231 la enfermera Lois (apellido desconocido) estuvo a punto de asesinar a Doris, que se salvó gracias a que en ese momento apareció Matt.

(3) Se contó en el ya clásico Relatos de Marveltopía.

(4) Bueno, la verdad es que el que inventó esta dichosa expresión probablemente nunca intentó quitarle un caramelo a un niño. Es una tarea de lo más ímproba, creedme.


Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Venga, no seáis tímidos y escribid. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.


En el próximo número: : ¿Qué es lo que quiere la Casta de Matt Murdock? ¿Qué hará Benjamin Poindexter? ¿Y el nuevo Daredevil? ¿Qué ocurrirá con Melvin, Betty, Rosalind y Betsy? Os espero en Daredevil # 374, el primer número de Daredevil con fecha de portada del siglo XXI, para descubrir cómo se desarrollan los acontecimientos.

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