Daredevil #377

daredevil377De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil

#377 – Ruptura
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 93 – 1/06


De pie en la terminal de llegadas de vuelos nacionales del Aeropuerto Logan de Boston, Matt se preguntaba por enésima vez si hacía lo correcto visitando a Cuchilla Sharpe para aclarar las razones de su precipitada marcha (huida, más bien) de Nueva York. Sin embargo, la llegada de un taxi le sacó de sus pensamientos:

-¿Adónde?

-Sí… Tremont esquina a Summer, por favor.

-De acuerdo…


Mientras, en Nueva York, Foggy Nelson se despedía de Liz Allen.

-¿De verdad que no te supone problema el encargarte de Normie, Foggy?

-Claro que no, Liz. ¿Es que no me crees capaz? -respondió Foggy, intentando aparentar una seguridad que estaba muy lejos de sentir-. Mira a PERRO, el aspecto tan saludable que tiene…

-Bien, de acuerdo… -dijo Liz, con una mueca de resignación que Foggy, en su nerviosismo, tomó como de aceptación entusiasta-. Bien, Normie -dijo, arrodillándose para mirar a su hijo de frente-, sólo estaré fuera tres o cuatro días. Haz caso a Franklin y pórtate bien mientras mamá está fuera, ¿de acuerdo?

-Bueeeeeno… -dijo el niño con un suspiro. Él habría preferido quedarse con el tío Peter y la tía Mary Jane, que eran mucho más divertidos que aquel amigo regordete de mamá; pero puesto que ella le dejaba a cargo de Franklin, tendría que aguantarse-. Vale, mami, me portaré bien.

-Estupendo. Dale un beso a mamá, entonces

Cuando el niño la hubo besado, Liz se incorporó para despedirse de Foggy… con un par de besos en las mejillas. La muerte de su esposo, Harry Osborn, estaba demasiado reciente1, y no sabía cómo se tomaría el chaval que su madre estuviera saliendo con otro hombre.

Una vez el avión hubo despegado rumbo a la Costa Oeste, Foggy se giró y preguntó a Norman, intentando exudar jovialidad por todos los poros:

-¿Qué, chaval, nos vamos a casa?

Por la mente de Norman cruzó como un relámpago de contestarle que no, pero se contuvo y respondió:

-Claro, señor Nelson.

-Llámame Foggy, Norman. Todos los hacen…


Ben Urich subía lentamente la amplia escalinata de acceso al edificio del Senado del Estado de Nueva York, en Albany2. En parte, para poder apurar las últimas caladas del cigarrillo que tenía entre los labios, ya que una vez hubiera traspasado cualquiera de las tres puertas que daban acceso al interior, no podría encender otro hasta que saliera de nuevo. Y en parte, porque no le hacía maldita la gracia tener que cubrir aquella sesión parlamentaria, que probablemente sería tan tediosa y aburrida como todas las demás. Pero él era el único periodista de servicio que estaba libre cuando Jameson apareció por la puerta de la sección de local pidiendo a gritos alguien que cubriera la baja de Juneau, que había decidido pillar una apendicitis aguda. No es que Ben se creyera toda la cháchara zalamera de JJJ (Venga, Urich, tú puedes hacerlo perfectamente, no te llevará nada hacer la crónica y toda esa palabrería hueca), pero con tal de dejar de escucharle, habría hecho casi lo que fuera.

Una vez en lo alto de la escalinata, dio una última y larga calada a su casi acabado pitillo, lo depositó en un cenicero repleto que había cerca y enseñó su pase de prensa al policía que había en el puesto de control. Una vez hubo pasado por el arco detector de metales, intentó orientarse.

-Eh, amigo -le dijo el policía-, la tribuna de prensa es por allí -y señaló hacia su izquierda.

-Gracias, agente. Es que es la primera vez que vengo, ¿sabe? -dijo, intentando no sonar como un terrorista a punto de ser descubierto.


Una vez se hubo apeado del taxi, Matt aspiró el olor a vegetación que le llegaba del Boston Common, al otro lado de la calle. Indudablemente, Rosalind Sharpe sabía cómo elegir la sede de su firma: en la zona con más solera de Boston, y con unas vistas excelentes de la cúpula dorada del Massachussets State House.

Dándose la vuelta, Matt entró decidido en las oficinas de la firma y se dirigió a la recepción.

-Buenos días -dijo una voz femenina-. ¿Deseaba algo?

-Desde luego. Quería ver a la señora Sharpe, por favor.

-Cómo no. ¿Tenía usted cita, señor…?

-Murdock. Matthew Murdock. Y no, no tengo cita concertada. Pero…

-En ese caso, señor Murdock, mucho me temo que la señora Sharpe no va a poder atenderle. Si quiere hablar con alguno de los otros letrados de la firma…

-Señorita -dijo Matt, intentando sonar a un tiempo firme y cortés-, es a la señora Sharpe a quien quiero ver. Usted dígale que está aquí Matthew Murdock, de Nelson & Murdock Abogados, de Nueva York, y ya verá como me recibe.

-De acuerdo señor Murdock. Si tiene la bondad de esperar unos momentos…

-Desde luego -respondió Matt, retrocediendo hasta unos de los sillones que había en recepción y sentándose allí.

Lo que la recepcionista no sabía era que Matt, aunque era ciego, tenía sus demás sentidos tan desarrollados que iba a poder seguir sin ninguna dificultad la conversación que mantendría con Rosalind Sharpe.

-¿Señora Sharpe?

-¿Sí, Rose?

-Está aquí un tal señor Matthew Murdock, de…

-Sí, de Nelson & Murdock, Abogados. Sé quién es.

-Ha dicho que deseaba verla. Yo le he dicho que sin cita previa iba a ser difícil que pudiera atenderle, pero ha insistido, como si supiera que usted fuera a recibirle, y…

-De acuerdo, Rose. Hágale subir -dijo Sharpe con un suspiro que su subordinada no había escuchado jamás escapar de los labios de aquella mujer dura y cortante como su apodo. Cuanto antes traguemos este sapo, pensó Sharpe, mejor para todos.

Minutos después, su secretaria personal le anunciaba por el intercomunicador que la visita se encontraba a la puerta. Intentando componer su rostro, Rosalind se preparó para recibirla.


En el Senado de Nueva York, Ben Urich había conseguido llegar a la zona de prensa evitando tanto el perderse como el que le detuvieran como sospechoso de terrorismo. Buscó con la vista el puesto destinado al Bugle, y se dispuso a observar la sesión, pensando en si lograría evitar dormirse por el aburrimiento.

En ese momento, el presidente de la cámara anunció:

-Se concede la palabra al honorable senador por la decimoquinta circunscripción. Señor Kasetszer, tiene la palabra.

-¡Ay, Dios mío, no! ¡El Antiácido otra vez no! -exclamó el periodista que se sentaba a la derecha de Ben.

-¿El Antiácido? ¿Qué quieres decir? -preguntó extrañado Ben.

-¿Qué pasa? ¿Eres nuevo? -respondió el otro, extrañado. Al asentir Ben, prosiguió-. Perdona, es como le llamamos los corresponsales. Entre su nombre…

-¿Su nombre? -interrumpió Ben.

-Sí, hombre, su nombre. Se llama Alphonse Kasetszer, Al para los amigos. ¿Lo coges? Al Kasetszer…

-Sí, lo cojo…

-Pues como te decía, entre su nombre y que cuando se pone a perorar es tremendamente aburrido, de lo políticamente correcto que es el rollo que suelta, con lo que te duermes impepinablemente, aunque tengas una acidez de estómago de todos los demonios, entonces…

-Entendido. A propósito, soy Ben Urich, del Bugle. Estoy aquí supliendo a Juneau, que se ha puesto malo de repente…

-Encantado -dijo su interlocutor, estrechándole la mano-, yo soy Joachim Splichal, del Times.

-Compañeros senadores y compañeras senadoras… -empezaba en ese momento Kasetszer su discurso.

-¿Ves lo que te decía, Urich? -dijo Splichal, con una mueca torcida.


-Hola, Matthew -dijo Sharpe, levantándose a estrechar la mano de su visita, que entró cojeando en el despacho, como si no estuviera completamente restablecido de su lesión-. ¿Cómo tú por Boston?

Como si no lo supieras… pensó Matt. Pero se contuvo y, mostrando la mejor de sus sonrisas de abogado, estrechó la mano de Rosalind, al tiempo que esperaba a que la secretaria cerrara la puerta tras ella. Cuando se quedaron solos, le dijo:

-¿No vas a invitarme a sentarme? Al fin y al cabo, estoy convaleciente…

-Por supuesto, Matthew… ¿Me crees tan grosera? -dijo Rosalind, al tiempo que Matt percibía como el corazón de Sharpe se aceleraba como consecuencia de la molestia que le producía el ver a su ex-socio tan pronto3.

Cuando ambos estuvieron sentados, Matt atacó de frente la cuestión:

-Como te puedes suponer, Rosalind, no estoy aquí porque pasara por casualidad por delante de tus oficinas y decidiera hacerte una visita sorpresa. Ni siquiera te concedo lo de la sorpresa, porque seguro que habrás anticipado que iba a visitarte tarde o temprano… más bien temprano que tarde.

-No entiendo lo que quieres decir…

De no haber dispuesto de sus sentidos aumentados, Matt podría haberse creído que la extrañeza de Sharpe era sincera. Pero una nueva alteración de su pulso le permitió saber que estaba fingiendo. No era extraño que Rosalind Sharpe fuera temible en los tribunales, con semejante control de sus gestos y la entonación de su voz.

-Vamos, Rosalind, que los dos somos ya mayorcitos… Después de tu irrupción en nuestras vidas, y los esfuerzos que te tomaste para unir nuestras dos firmas, ¿a qué viene esa salida de estampida de Nueva York? Y, además, dejándonos a nosotros todos los activos de la firma, sede incluida… Déjame decirte que semejante alarde de generosidad no es en absoluto propio de ti…

– Como muy bien dices, Matthew, los dos somos ya mayorcitos. Por lo tanto, sabrás que hay momentos en los que conviene no escarbar en las motivaciones de una persona.

-No me vengas ahora con esos aires de damisela ofendida, Rosalind, que eso no cuela. No estamos delante de un tribunal, así que no emplees esos trucos de picapleitos que, por otra parte, me conozco tan bien como tú… ¿A qué viene despreciar la inversión que habías hecho, por no hablar de tu hijo?

-Matthew, creo que te estás excediendo…

-De eso nada, Rosalind. Foggy es lo más parecido a un hermano que nunca he tenido, así que no me iré de aquí sin una explicación convincente.

-Bien, Matthew, ya que nos ponemos así, tendrás tu explicación. Me fui de Nueva York porque fui obligada a ello.

-¿Qué quieres decir? No me lo creo. No es posible que haya alguien que te obligue a hacer algo que tú no desees hacer.

-Pues lo hay. Mira, Matthew, para llegar a donde estoy he tenido que hacer muchas cosas. No me arrepiento de ninguna de ellas, pero algunas, de salir a la luz pública, podrían minar la credibilidad de la firma, y a eso no estoy dispuesta.

-¿Y tú crees que ceder a la presión, el chantaje o como quieras llamarlo, es la respuesta? Una vez que entras en esa senda, Rosalind, y esto lo sabes tan bien como yo, no hay manera de abandonarla…

-Matthew Murdock, no te atrevas a juzgarme. He pasado por cosas que no puedes ni imaginar, y tengo edad suficiente como para no tener que admitir tus juicios de católico irlandés. Ya tienes la explicación que querías. Ahora, márchate, y no vuelvas nunca más.

Matt abandonó el despacho sin pronunciar una palabra más, pero sintiendo una gran pena por la mujer que dejaba tras de sí.


En casa de Liz Allen, Foggy acababa de perder por vigésimo segunda vez consecutiva al Virtual Racing contra Normie. Y no sólo eso: todas y cada una de las partidas el chaval había quedado primero, mientras que el adulto entraba ineludiblemente en último lugar. Con una mirada de envidia a PERRO (No sabes la suerte que tienes de no ser humillado, bicho), Foggy se dispuso a afrontar la vigésimo tercera derrota.


Matt se encontraba en la zona de embarque del aeropuerto Logan, a la espera de que saliera su vuelo rumbo al aeropuerto de La Guardia, cuando todos los televisores mostraron la misma imagen:

-Interrumpimos nuestras emisiones para conectar en directo con el Senado del Estado de Nueva York, donde acaba de producirse un hecho sin precedentes en el último siglo y medio en la historia de nuestra nación…

A continuación Matt escuchó la voz de alguien que no le era conocido, pero cuyo nombre se hartaría de oír en las siguientes semanas:

– …y es por ello que, actuando en defensa del interés de todos los neoyorquinos y las neoyorquinas, propongo formalmente que se acepte a trámite una moción por la que tenga lugar la secesión del Estado de Nueva York de la Unión. No quiero que mis compañeros y compañeras senadores y senadoras piensen que obro a la ligera o movido por otros intereses que no sean los del pueblo de este gran Estado…


Próximo número: Se van desvelando más aspectos del Plan Kasetszer, mientras que la ola de robos de joyas va en aumento. ¿Podrá Matt hacer frente a todo?


1.- Ocurrió en el nº 200 de Spectacular Spider-man.

2.- Es la capital del Estado.

3.- Sharpe abandonó el bufete y Nueva York en el número 375 de esta serie.


Contestamos hoy (casi dos años después) al comentario que hacía Ben Reilly sobre el anterior número de esta serie.

Vaya no hace mucho del último número, a ver si estamos perdiendo las buenas costumbres jejeje 😛

Como verás, perdí las buenas costumbres durante una buena temporada. Pero para cuando leas (cuando leáis) este episodio, tendré escritos varios números… de cada una de mis colecciones, así que volveréis a tener Bergil por triplicado una temporada (veremos qué periodicidad soy capaz de mantener).

Un número tranquilo, de esos que se leen en un plis pero que gusta por lo bien retratados que están los personajes y porque sirve para hacer mover un poco la trama sin grandes cambios

Pues nada, ¿no querías cambios? ¿Qué te parece la última escena?

Pues nada, hasta el próximo episodio (que ya está escrito). Espero vuestros mensajes en DAREDEVIL@BERGIL.TK

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