Vengadores #410

vengadores410Y llegó un día, un día distinto a los demás, en el que los héroes más poderosos de la Tierra se unieron contra un enemigo común… Para combatir amenazas que ningún superhéroe podía derrotar en solitario… ¡Aquel día nacieron LOS VENGADORES!

#410 – Cronotormenta III
Corrientes en el tiempo

Por Luis Capote


Fecha de publicación: Mes 90 – 10/05


El tiempo. La cuarta dimensión. Normalmente, y pese a lo que dice la ciencia, tendemos a considerar esta parte de nuestra existencia como un absoluto, como una constante. Sin embargo, en realidad es más aproximado a otra dimensión, al estilo de las tres espaciales. Como tal, puede ser recorrida y hasta controlada. Muchos son los autodenominados señores del tiempo, pero pocos pueden refrendar con poder tan grande título. Uno de ellos es Kang el Conquistador; otra, la Autoridad de Variación Temporal (A. V. T.) En un espacio que parece infinito, multitud de oficinistas trabajan para la A. V. T., vigilando un sector del continuo particularmente pródigo en viajes en la cuarta dimensión.

– ¡Supervisor, supervisor! ¡Detecto tres infracciones de la prohibición de viajes temporales en el sector comprendido entre la última década del S. XX y la primera del S. XXI.

– ¿Ha comprobado los datos? Tengo entendido que ya se han producido actuaciones en ese sector tendentes a eliminar este tipo de acontecimientos1

– Sí, señor. Varias veces. Son tres aberturas cronales producidas en el mismo punto espacial-temporal.

– Déjame ver. Por culpa de ese cretino de Mobius resulta imposible mantener un mínimo de orden… ¡Ah! Tiene usted razón, pero no hay motivo para la alarma. Compruebe el punto de salida de las aberturas y lo verá.

– Sí, señor… lleva al dominio de Kang.

– Efectivamente. Así que puede dejarlo. Anótelo en el parte de incidencias y siga con su trabajo.

– Pero, señor ¿no se supone que debemos impedir este tipo de violaciones.

– Así es, muchacho, pero a veces un mal menor sirve para conseguir un bien mayor. Y Kang, después de todo, es uno de nuestros principales competidores.


En otro lugar y otro tiempo, dos musculosas figuras avanzaban por los campos que circundaban una pequeña población en el norte de Grecia. Cubiertas bajo capas de viaje, una de ellas cargaba un voluminoso saco, mientras charlaban animadamente y uno de ellos saludaba sonriente a los labriegos, que le devolvían el saludo.

– Aaaaah, amigo mío. Nada hay como el hogar.

– Gran verdad. Mucho tiempo hacía que no te veía así – respondió el del saco.

– Y con buen motivo, Thor. Este es mi mundo, mi era. Aquí y ahora vi la luz mortal. Ya conoces ese dicho de los hombres: no hay amor como el primero.

– Una emoción que pocos relacionarían con el poderoso Hércules: la nostalgia…

– Muchas cosas sorprenderían a los mortales de ti y de mí, viejo camarada. Sí, aquí y ahora no puedo evitar cierta querencia por las eras pretéritas, pero como dije a la Visión, es el precio que hay que pagar por la inmortalidad: el ver nacer y morir a incontables generaciones de humanos2, pero también el orgullo de verles crecer…

– Así sea, amigo mío. Comparto tus pensamientos… llegará un día en el que el pueblo terrestre llegue a ponerse en pie de igualdad con los dioses… eso si alguna vez logran ponerse de acuerdo en algo que no sea matarse los unos a los otros…

– Tu padre Odín no escucharía esas palabras con agrado, dios del trueno. Tampoco el Señor del Olimpo… pero las comparto plenamente.

– Mucho me temo que nuestros ilustres padres no han olvidado los tiempos en los que la humanidad era un rebaño al que pastorear. El mandato de los Celestiales de abstenerse de intervenir no fue aceptado sin lucha3 y algunas deidades siguen siendo adoradas por los mortales con tanta fuerza como antaño. Aún recuerdo cuando tu medio hermano Ares intentó arrastrar a Midgard a otra sangrienta batalla por medio de la magia4

– Si tú has abandonado tu antiguo papel como dios guerrero del norte, no te extrañe que mi hermanastro intente aprovecharse de las virtudes de un mundo sin fronteras, asgardiano. Ares siempre ha…

Hércules no pudo terminar la frase. De uno de los labrantíos les llegó el sonido de una trifulca que, rápidamente, iba subiendo de tono. Ambos se volvieron y vieron a un campesino que estaba discutiendo con media docena de hombres armados.

– Creímos haberte dicho que pasaríamos esta semana a recoger el tributo, miserable – dijo el líder, cogiendo por la ajada ropa al labrador.

– ¡Tened piedad, nobles señores! ¡Esta tierra es pedregosa y pobre! ¡Es muy difícil sacar apenas lo justo para subsistir!

– Esas excusas no valen con nosotros -dijo un segundo guerrero- Somos los hijos de Heracles5. Vives porque hemos decidido que no mueras, perro.

Al escuchar su nombre, Hércules frunció el ceño y se acercó. Recordó la leyenda y se acercó un poco más para ver a aquellos rufianes. No pudo evitar un deje de tristeza al ver que, después de todo, eran más parecidos a él de lo que hubiera querido aceptar. ¿En esto consistía la lección que Zeus y Atenea querían que aprendiera6? Amarga libación era aquella, sin duda. Thor, que conocía la leyenda, siguió a su amigo.

– Invocas el nombre de Heracles con demasiada alegría, amigo – dijo Hércules, cuando llegó a donde estaban.

– Y tú te metes en asuntos que no son de tu incumbencia, forastero. Nada sabes de los favores que nuestro dios protector, que seguramente vería con buenos ojos que te enviáramos al hades.

– Además – dijo un segundo guerrero – estamos en nuestro derecho.

– Olímpico – dijo Thor a su oído – Comprendo lo que sientes, pero no es juicioso llamar la atención sobre nosotros innecesariamente. Nuestro enemigo tiene ojos y oídos sobre los que nada sabemos. Y además, nuestra intervención podría causar a este labriego más pesar que dicha…

Hércules sopesó sus opciones, mientras en las caras de los guerreros principiaban a dibujarse sonrisas en gesto de burla. La sabiduría en el razonamiento del asgardiano era evidente, pero el temperamento del olímpico era difícil de domeñar, y los gestos de los allí presentes le estaban casi conminando a iniciar una pelea.

– ¿Cuál es tu nombre, tú que te llamas hijo de Heracles?

– Efialtes es mi nombre, extranjero.

– Bien, Efialtes, que dices ser hijo de Heracles. Si realmente eres quien dices ser, entonces no rechazarás el don del combate. Si yo gano, perdonarás a este desdichado y a sus convecinos los tributos de este año. Si tú ganas, te serviré como esclavo durante el mismo tiempo.

– Veo que conoces bien las leyendas, forastero. Pero dime ¿por qué habría de prestarme a tu juego, cuando os aventajamos en número y estamos en nuestra tierra?

– Porque ningún heraclida digno de esa condición es un cobarde. Y porque si lo rechazas, te aseguro amigo Efialtes que te mataré a ti y a todos cuantos te siguen.

Tan penetrante era la mirada de Hércules, que los demás guerreros echaron mano a sus armas. El labriego le miraba con ojos angustiados. Sólo Thor parecía mantener la calma, curioso ante las intenciones de su camarada.

– ¡Jajajajajajajaja! ¡Eres osado, forastero! Sólo por eso te concederé lo que pides. ¡Eurialo! Dale tu espada.

– Nada de armas, Efialtes. Luchemos – respondió Hércules con una amplia sonrisa.

Unos instantes más tarde, Efialtes yacía desnudo en el suelo, sin sentido, mientras sus camaradas recogían sus enseres y preparaban unas angarillas, y el labriego agradecía al forastero su intervención. Cuando los vengadores se alejaban, con el sol ya decayendo, Thor acertó a hablar.

– Ha sido una buena lucha, olímpico. Aunque un tanto breve, me temo. Como dirían los mortales del S. XXI, la nueva generación no es capaz de competir con la original.

– Todavía tienen que aprender mucho de sus mayores, esos presuntos heraclidas.

– Debo confesar que, pese a que no era del todo pacífico, has tomado un sendero juicioso.

– Así lo intenté, noble Thor. Sé que no enmiendo gran cosa, pero creo que es mejor que dejar pasar. Después de todo, Efialtes y sus camaradas son un buen reflejo de quien yo fui en otros tiempos, del Heracles del que habla la mitología.

– No eres responsable de sus actos, olímpico. La adoración de los mortales siempre fue bienvenida, pero nuestro patronazgo no puede ser la excusa para sus iniquidades. Cuando los escandinavos empezaron a cometer actos de pillaje, yo abandoné Midgard, y permití que el culto a los dioses del helado norte desapareciera.

– Pero eso no evitó que los llamados vikingos continuaran sus expediciones de saqueo. Quizá sea nuestro deber ir aún más lejos, pero entonces los mortales no aprenderían. Actuarían movidos por el miedo y no por la sabiduría. Como dijiste antes, deben aprender a no matarse los unos a los otros.


Mientras tanto (si es que en esto de los viajes temporales puede usarse semejante expresión) un franciscano con hechuras de erudito y su sirviente, un hidalgüelo del condado de Nottingham, paseaban por la ciudad de York en día de mercado.

– Observad, maese Barton, cuan diligentes son los sufridos mercaderes que intentan sacar buen dividendo por su género…

– Euh… sí, Fray Henry – y acercándose un poco más al fraile, susurró – Hank, corta ya. Ni siquiera Thor habla así…

– Vamos, vamos, mi buen hidalgo. Nuestro singular periplo no es sin duda óbice para que nos abstengamos de divertirnos un tanto. Más bien al contrario…

– ¿Podrías repetir lo que has dicho, y a ser posible, en cristiano? – respondió el aludido bajo su capucha y su barba postiza.

– Halconcete, no sé cómo lo verás tú, pero para mí, la posibilidad de visitar la Inglaterra medieval, con sus justas, sus torneos y su ausencia total de higiene, me resulta singularmente fascinante – respondió Hank, alzando una ceja.

– Ya, pero… – Ojo de Halcón no pudo terminar su frase, porque tropezó con un grupo de caballeros que discutían animadamente

– ¡Mirad por donde vais, villano! – dijo el que había chocado con Clint

– ¡Mejor mira tú, imbécil!

Los demás caballeros rodearon a Hank y Clint, que rápidamente echó mano a una flecha y la colocó sobre la cuerda de su arco, mientras su interlocutor echaba mano a la espada. La Bestia se colocó entre ambos, intentando encontrar la forma de que la sangre no llegara al río, cuando una voz se alzó a sus espaldas.

– ¿Se puede saber qué es lo que estáis haciendo?

– Nos disponíamos a dar su merecido a este villano, Sir Eobar – dijo uno de los caballeros, dejándole paso.

– ¿Y son necesarios seis de los mejores paladines de Garrington para enfrentarse a un fraile y su sirviente?

Halcón alzó la mirada y abrió los ojos en señal de sorpresa, si bien su capucha evitó que sus adversarios vieran el efecto que la llegada de Sir Eobar Garrington había causado en él. La Bestia también lo había advertido, pero era mucho mejor actor que su camarada. Ambos reconocían en los rasgos del recién llegado los de otro vengador, Dane Whitman, el Caballero Negro, cosa que no era extraña, porque aquel era uno de sus antecesores más ilustres. Colgada al cinto estaba Ébano, la espada que según la tradición había forjado Merlín. A su alrededor, los visitantes y habituales del mercado de York empezaron a cuchichear. La posición que ostentaba Sir Eobar atraía hacia él la admiración, la envidia y el temor. El Caballero Negro, tal y como indicaba el emblema de los tres leones pasantes de su túnica, servía al rey de Inglaterra, pero después de todo, empuñaba un arma fabricada por un hechicero, el hijo del Demonio. El caballero clavó la mirada en las de Hank y Clint, que pudieron observarle mejor. Al contrario que sus hombres, llevaba puesta la cota de malla que, como todo su atuendo salvo la insignia regia, era negra.

– Guardad los ánimos para los sarracenos y volved a vuestras ocupaciones. El Rey nos espera.

Lanzando miradas ceñudas a los dos vengadores, los demás caballeros obedecieron la orden de su señor. Ojo de Halcón los siguió con la mirada mientras se perdían entre una multitud de curiosos que se dispersaba. Sólo cuando se perdieron de vista, devolvió la flecha a su carcaj. La Bestia resopló y se disponía a decir algo a su compañero cuando se oyó una voz a sus espaldas.

– Bien podéis dar gracias a vuestro fundador en las oraciones de esta jornada, padre. Pocos pueden contar que hayan salido bien parados de un encuentro con la guardia negra.

Ambos se volvieron para encontrar a un hombre joven, de cabello rubio, vestido con ropas de viaje que llevaba un fardo al hombro y una espada al cinto.

– Serán dadas como cada día, amigo mío – respondió Hank – Aunque a ojos de nuestro Señor y San Francisco no sería juicioso que buenos cristianos se maten entre sí por una lamentable confusión.

– Si escucháis a algunos lugareños, os dirán, mi buen fraile, que los hombres del Caballero Negro distan mucho de ser buenos cristianos, y menos aún su señor. Su lealtad es para con el Rey nuestro Señor, cosa que sin duda place al Altísimo, pero… creo que estoy hablando demasiado. Mi nombre es Adam de Ravenscroft.

– Adam el Predestinado – respondió la Bestia, pensando en voz alta

– ¿Cómo es que me conocéis, fraile? – respondió el joven, sorprendido.

– Euh… bueno, vuestra fama se ha extendido por los caminos y llegó hasta el convento de… uh… San Witoldo, donde casualmente un hermano mío sirve a Nuestro Señor – dijo Hank, persignándose ceremoniosamente7 – pero ¿dónde están mis modales? Soy el hermano Henry de Baskerville, y mi compañero es Oliver de Locksley.

– ¿Y qué camino os ha traído hasta York, hermano? Uno un tanto peligroso, si tenéis que llevar a un hombre de armas a vuestro servicio.

– Son estos tiempos sin duda peligrosos para los hombres de bien – respondió Henry, cada vez más cómodo en su papel, mientras escondía las manos entre los pliegues de su hábito y miraba de soslayo a un Clint que resoplaba ante la perspectiva de escuchar otra de sus disertaciones – Hombres de armas por todas partes y siempre prestos a echar mano de la espada…

– No os lamentéis aún, buen fraile. Cuando el rey parta hacia tierra santa con la flor y nata de los caballeros de Inglaterra, son muchos los que se temen que su existencia se haga singularmente peligrosa. A veces, los peores villanos están en el lado equivocado de la muralla, si vos me entendéis.

– Osadas palabras, joven Adam, mas ¿qué haréis vos cuando eso suceda?

– Yo iré con el rey a la cruzada, hermano Henry. Siento el deseo de conocer algo más que la aldea donde crecieron mis mayores y, en honor a la verdad, pocas opciones tiene un sajón de clase baja de hallar fortuna entre los señores normandos.

– Sin embargo, vais a servir bajo la bandera de un rey normando.

– El rey ha tomado el estandarte de Dios, fraile -respondió gravemente Adam- Y es un monarca justo, al menos, más que lo que cabría esperar de los de su raza y, desde luego, que otros príncipes – dijo bajando poco a poco la voz, lo que hizo comprender a sus interlocutores que había cosas que no debían comentarse en un lugar público como aquel.

– Espero que encontréis lo que buscáis – dijo Hank en un tono neutro, sabedor de que el joven que tenía delante distaba de ser el desapasionado y experimentado inmortal que su camarada Lobezno conocería varios siglos después. Reconocía la inexperiencia del desafortunado soñador que quería ganar fama y fortuna en gestas como las que cantaban los trovadores, pero que desconocía los horrores de la guerra. La Bestia quiso por un instante aprovechar su conocimiento del futuro y advertir a Adam de lo que encontraría, pero desechó rápidamente la idea. Lo más seguro es que no le entendiera y que pusiera en peligro la misión.

– ¿Y hacia dónde os dirigís vos y vuestro amigo, fraile?

– Iremos hacia el sur. Debemos visitar a una congregación de hermanos que está a pocas jornadas de Londres – Hank mintió deliberadamente e indicó una dirección contraria a la que era su verdadero destino.

– Ah, entonces haremos parte del camino juntos, si lo tenéis a bien, ya que yo me dirijo a Londres para unirme a los cruzados, y dos brazos más no os vendrán mal. Estos andurriales están poblados por espesas selvas que a su vez están no menos repletas de bandidos.

Clint miró disimuladamente a Hank indicándole su desconfianza, pero éste, que conocía la identidad del joven y, consciente de que sería difícil contradecir la lógica de su afirmación, dijo por toda respuesta

– Hágase la voluntad de Dios. Sois bienvenido en nuestra humilde compañía, Adam de Ravenscroft.

Desde lo alto de uno de los edificios, Henry Pym, reducido al tamaño de una hormiga, observaba la escena equipado con unos prismáticos y un receptor auditivo de largo alcance de su casco.

– ¡Uf! Menos mal que la sangre no ha llegado al río. Habrá que comprobar quién es ese tal Adam de Ravenscroft. La Bestia pareció reconocerle.

– Esperemos que no se sucedan más encontronazos como éste, Doctor Pym – respondió quedamente una voz sin cuerpo a su lado.

– Tengo fe en Clint y Hank, Capitana Marvel – respondió a su invisible acompañante – Lo único que temo es que los encontronazos los acaben encontrando a ellos.

– Confío en usted, Doctor, pero llámeme Mónica – La Capitana había trasladado hacia Pym parte del cariño que sentía por la Avispa, y le brindaba su amistad con ese gesto.

– Sólo si tú me llamas Hank – respondió Pym, sonriendo hacia donde creía que estaba su compañera.


Lejos de allí, pero más cerca temporalmente de la actualidad, el tren de la tarde llegaba por fin a la estación de la ciudad de Timely, en Wisconsin. Los Estados Unidos aún no se terminaban de recuperar de la crisis de 1929, pero ésta había sido particularmente benévola con los habitantes de aquella urbe. Si alguien preguntaba a los lugareños a qué se debía semejante milagro, todos señalarían el edificio de la alcaldía y la familia que había ocupado el sillón de primer ciudadano desde 1901: los Timely. En aquel tiempo, Víctor Timely III estaba a punto de ser proclamado nuevo alcalde de la ciudad. Los republicanos y los demócratas se disputaban su favor, pretendiendo ambos que se convirtiera en su candidato a gobernador, pero al igual que su padre y su abuelo, no parecía interesado en otra cosa que el bienestar de la ciudad que llevaba su nombre.

Del tren descendieron una decena de personas, todas con aspecto de estar buscando allí su oportunidad. Los parroquianos de la estación no les pusieron mayor asunto hasta que vieron salir un grupo particularmente singular. Una pareja de jóvenes de aspecto acomodado flanqueaban a un hombre de edad madura, cuyo rostro estaba tapado por las solapas de una gabardina y un sombrero calado hasta las orejas. Detrás de ellos bajaron otros tres hombres, vestidos con ropas más modestas, dos de los cuales eran orientales. Varias miradas se volvieron hostiles y siguieron el camino de los recién llegados, mientras la pareja parecía comentar algo con su acompañante más cercano, en tanto que los otros tres se preocupaban por el equipaje. Cuando llegaron a su altura, varios de los observadores adoptaron una postura más activa.

– ¡Eh! Aquí no queremos a seres raros como ésos – dijo uno, señalando directamente a los orientales, que no manifestaron reacción alguna.

– Disculpe, buen amigo – respondió el anciano, esbozando una sonrisa a través del cuello de su gabardina – No le hemos molestado en nada.

– No hablaba con usted, amigo – dijo escupiendo la última palabra – ¿O es que estos monos son algo suyo? No queremos limones en América.

– América no es sólo lo que a ti te gusta – dijo el tercero de los porteadores, que por su pelo rubio dejaba claro que no era oriental – Y si es por procedencia, ellos tienen tanto derecho a estar aquí como tú.

– ¡Esta sí que es buena! – Dijo uno a espaldas del primer parroquiano – Un paleto irlandés defendiendo a un apestoso limón – Cuando el aludido alzó la vista, vio que el comité de recepción ya rondaba la docena de componentes.

– No buscamos problemas – dijo la joven, que con un tono imperativo añadió – Dejadnos pasar.

– Los acabáis de encontrar. Tu chico, el viejo y el paleto pueden pasar – Los limones se vuelven por donde han venido. En el vagón del ganado – respondió el primero, acercando su cara a la de la chica.

– Ey, amigo – dijo el hombre que acompañaba al anciano – ¡Déjala en paz! – y poniendo su mano sobre el pecho, le empujó, haciendo que cayera de espaldas, derribando a tres de sus compañeros.

Mientras su caído e improvisado líder pugnaba por levantarse, cuatro de sus compañeros atacaron al agresor, pero éste se mantuvo firme, sin que los golpes que empezaron a lloverle por todas partes le afectaran demasiado. La joven se situó entre el anciano y otros cuatro atacantes, pero antes de que el primero descargara su puño sobre ella, uno de los porteadores lanzó una pesada maleta sobre el grupo, derribando a dos de ellos. Para ese entonces, el jefe y sus tres compinches caídos ya estaban en pie y echaron mano de navajas y porras, junto con los dos que todavía estaban junto a la chica y el anciano.

A sus espaldas, un sonoro golpe hizo que se volvieran, para comprobar como los cuatro primeros atacantes habían mordido el polvo mientras el presunto atacado se sacudía el polvo. Por un instante, creyeron ver un brillo extraño en sus ojos8, lo que unido al espectáculo de sus camaradas caídos, contribuyó a que los ánimos de alguno se enfriaran un poco, hasta el punto de iniciar una retirada no demasiado honrosa. Unos cinco mantenían las ansias de bronca, con su jefe a la cabeza. En ese momento, los dos orientales entraron en liza y desarmaron a dos, mientras su compañero se encaraba con otros dos. El jefe alzó su porra para golpear a la joven, pero el anciano se interpuso entre ambos y el arma se descargó sobre su brazo, no sin antes tirarle el sombrero, dejando su rostro al descubierto. Cuando se preparaba para lanzar un segundo golpe, su mirada se cruzó con la de su víctima y sus ojos se abrieron como platos, dejando escapar un grito de sorpresa. Sus compinches se volvieron hacia él y, al ver el rostro del anciano, se quedaron estupefactos por un instante, para luego abrir a correr.

– ¿Qué ha pasado? – Dijo el hombre mientras ayudaba a su compañera – ¿Estás bien, Wanda?

– Sí, Simon. Gracias. No lo entiendo. Parecían dispuestos a matarnos, hasta que le vieron a… él – su tono de voz fue perdiendo fuerza hasta convertirse casi en un susurro.

– Nos debes una explicación, Kang – dijo entonces el hombre rubio.

– Este no es el mejor lugar ni el mejor momento, Capitán – respondió el anciano, mientras recuperaba su sombrero – Debemos movernos con rapidez…

– Das órdenes con demasiada rapidez, Kang – dijo Simon – ¿Por qué de repente tenemos que cambiar el plan? ¿Por el ataque de ese puñado de racistas?

– Probablemente, Señor Williams. Si el buen Capitán no hubiera intentado ejercer su oficio de guardián de esa entelequia inalcanzable a la que ha consagrado su vida, podría haber evitado el conflicto y habríamos pasado desapercibidos. Y sería más juicioso que omitierais mi nombre.

– ¿Desapercibidos ante quien? – Dijo entonces Wanda – Esos hombres sólo salieron huyendo al ver tu rostro. Querían sangre. La de ellos – dijo señalando a los Amos del Silencio – y la nuestra al interponernos. Con la intervención del Capitán o sin ella, la pelea era inevitable. Si quieres culpar a alguien, cúlpate a ti mismo. No necesitaba tu protección.

– Eres una mujer demasiado valiosa, Wanda. Y no hubiera sido juicioso que emplearas tus poderes. O tu magia.

– Para ser tan valiosa -dijo la Bruja Escarlata- pareces tener en poca estima mis habilidades en combate. Ese Capitán al que tanto criticas me enseñó a no depender de mis habilidades innatas, ni de mi hechicería.

Kang no respondió. Miró alternativamente a Simon, a Wanda, a Steve y a unos Amos del Silencio que hasta entonces habían permanecido en silencio. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono que quería ser más conciliador.

– Mi destino está unido al vuestro, dama y caballeros. No pretendo traicionaros. Sé que, teniendo en cuenta nuestra historia, mi palabra no es garantía para vosotros, pero debemos irnos de aquí y buscar un lugar más seguro. Haceos a la idea de que estamos en territorio enemigo. Esto puede parecer extraño, ya que nuestro adversario no está a la vista, pero no por eso es menos peligroso.

– Muy bien – respondió el Capitán América – Buscaremos un lugar donde pasar la noche. Pero esta conversación no ha terminado.

– Por de pronto, rogad porque nuestra añagaza no haya sido descubierta.

El Capitán y los Amos volvieron a su papel de sirvientes, mientras Wanda y Simon caminaban juntos, dejando a un silencioso Kang en medio de los dos grupos. Los visitantes de la estación no habían puesto mayor atención. Timely era un oasis de relativa prosperidad en un país todavía hundido; era normal que llegaran forasteros buscando una oportunidad, pero también se estaba volviendo habitual la presencia de desocupados que volcaban su frustración usando un sistema tan antiguo como la propia humanidad: echarle la culpa al que era diferente. Steve, que en su juventud había padecido en Nueva York la carestía producida por el crack de 1929, recordaba el odio hacia los que eran diferentes al estándar: afroamericanos, orientales, católicos… La intolerancia tenía muchos rostros, y no todos estaban cubiertos tras las capuchas de Ku Klux Klan. Mientras atravesaban la estación, dirigió su mirada a la gente allí congregada: actuaban como si el asalto no hubiera tenido lugar. No jaleaban a los atacantes, pero tampoco les cortaban las alas. Con personas como aquellas, Kang podía respirar tranquilo. No habían visto nada. No querían ver nada. Por una vez, el Capitán agradeció el haber estado congelado durante varias décadas y despertar en una época que, aunque todavía tenía muchísimas injusticias en su haber, había avanzado bastante en ese sentido. Sí, Kang podía respirar tranquilo, concluyó el abanderado. Se equivocaba. Y ese error iba a costarle la vida.


1.- Como se vio en Los 4 Fantásticos nº 353 pero de una forma bien, bien diferente.

2.- Cuando Visi intentó hacerse con el control de todos los ordenadores, en Vengadores nº 254.

3.- Como se vio en una larga saga que culminó en Thor nº 300.

4.- Ares ha intentado hacer de las suyas en varias ocasiones, pero una de las más memorables es Vengadores nº 98-100

5.- Nombre que se daban a sí mismos los dorios, para justificar en la mitología su dominio de la Grecia clásica.

6.- Para entenderlo un poco mejor, nada como leer la serie de Hércules.

7.- Un gallifante para el que haya reconocido sin mirar la nota al padre de la familia Clandestine. Su camino y el de la Patrulla-X se cruzó en la miniserie X-Men & Clandestine.

8.- El chico es Simon Williams, y aunque no es algo que se recuerde demasiado, tiene la capacidad de hacer que sus ojos parezcan normales, pero a costa de un dolor de cabeza monumental.


VENGADORES REUNIOS

Un número más de Cronotormenta, con los cuatro equipos infiltrados en las cuatro esquinitas del imperio de Kang, para descubrir que aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor» no es más que una chorrada bien gorda. Los que no gusten del paseo histórico y quieran ver trompazos y trajes coloridos no se preocupen, que en el próximo número los tendrán. Palabrita.

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