Superhumanos #19

superhumanos19

Por Ibaita y Carlos J. Eguren
Portada de Adrian Suarez


Fecha de publicación: Mes 179 – 3/13


VOLUMEN II: LOS VENGADORES

Anual 2: Tinta y sangre

Mi nombre es Steve Rogers y esta es la historia de cómo intenté matar a los seres ficticios que creé.
En 1939, yo era un chaval de diceiséis años. Me había criado durante la Gran Depresión. Malviví en las calles, siendo un huérfano. Mi padre murió poco después de que yo naciese y mi madre de neumonía.
Era un tiempo difícil, pero ¿cuándo no lo ha sido?
Pude espiar de vez en cuando en alguna escuela para aprender cosas elementales, pero solo se me daba bien el dibujo. No sé cuántas veces he deseado desde entonces arrancarme las manos y nunca haber trazado ni un esbozo de él, el hombre que lo cambió todo, el falso héroe del mundo.
Por aquel entonces, los cómics eran algo más que una moda, una auténtica religión… O, mejor dicho, eran como los piojos: cualquier crío los tenía.
Yo los cambiaba por cromos, pero no tenía ni un centavo para ganarlos. Por eso, empecé a dibujarlos, pero los hice antes para conseguir comida que nuevos tebeos.
Mis clientes habituales pronto me compraron papel y lápiz para tener mejores muestras de aquellas aventuras de alienígenas y detectives imposibles. Héroes pulp que nunca cruzarían la fantasía… al menos, eso pensaba.
Pronto, comenzó algo distinto.
-Superhéroes. ¿No haces cómics de superhéroes?– me dijo Bill el Flaco.
– ¿Superqué?
-Pues hoy te quedas sin pastel, Rogers.
Yo, Steve Rogers, no sabía qué eran los superhéroes: los semidioses. Pronto lo empecé a entender. Eran gente con poderes increíbles, que ayudaban a los humanos de a pie. Eran la esperanza bajo los colores de héroes de circo. Eran todo lo que cualquiera querría ser. Entre ellos, yo, un niño desnutrido que había vivido más en las calles con pulmonía que de cualquier otra manera.
«Deberé hacer cómics de superhéroes…», pensé. Siempre he maldecido ese momento.
Mientras hacía horas en un puesto de manzanas, donde trabajaba desde poco más de los diez años como chaval de los recados, dibujé a un superhéroe. Un falso dios que acabó siendo un ser real.
– ¿Qué armas usarás?
Las pistolas siempre me parecieron monstruosas. Las navajas me parecían callejeras. Recuerdo cuando me salvé de la puñalada de un cretino que quería robarme. Lo hice usando la tapa de un escudo como arma.
-Un escudo… ¿Cómo te llamarás? ¿Escudo? ¿Qué eres?
Todos los niños querían ver las hazañas de aquel héroe de escudo frente a villanos de metralleta. No usaba más armas y eso le hacía parecer un auténtico caballero andante. Los niños y adolescentes disfrutaban de las aventuras de aquel héroe que era lo que todos queríamos ser: un valiente.
Pero no había venido de otro planeta ni era un dios. Era un chico de la calle, como nosotros, que gracias a un suero se convertía en un superhéroe que llevaba como emblema la bandera de nuestro país.
– ¿Qué colores te pondré?– me pregunté.
¿Y por qué esa bandera? Porque estábamos viéndolas todo el día y sabíamos que éramos los buenos… No entendíamos entonces la gran verdad: la guerra se aproximaba. Yo solo me di cuenta cuando la mayoría de mis clientes, niños y adolescentes, desaparecieron, siendo reclutados. Terminé vistiéndolo con los colores de la bandera y convirtiéndolo casi en un militar.
– ¿Capitán América?
Yo intenté ser como mi propia creación e ir a alguna de aquellas listas de reclutamiento… pero no lo conseguí.
Vi a Hitler en los noticieros, con sus tropas, y pensé que eran escalofriantes demonios preparándose para liquidarnos. Desde entonces, quise que me aceptasen para el ejército, pero era un enclenque que no serviría ni para carne de cañón.
-Rechazándote te estamos salvando la vida, hijo– me dijeron.
Me di la vuelta, algo se cayó de mi bolsillo. Un dibujo del Capitán América. Uno de los militares que pasaba lo cogió y lo observó.
-A mi hijo le encanta este tipejo– dijo el militar observando la ilustración–. ¿Cuánto me pides por este dibujo?
-No… Eh… ¿Un dólar?
– ¿Un dólar? ¡Buff! ¡Ni que fueras el auténtico dibujante, ese Steve Rogers!
No supe qué decir. Entonces, el militar que me había pasado reconocimiento mostró una de sus listas. Señaló mi nombre, Steve Rogers.
-Rogers, por su culpa, mi hijo no desea hacer nada más que reclutarse. ¡Y tiene cinco años!
Otro de los asistentes, un general, vio en aquella conversación una auténtica posibilidad de conseguir más tropas.
Lo que interesó al ejército de mí, fue mi personaje de cómic. Hitler avanzaba, llegaba nuestro momento y aquel personaje podía alentar a muchos a frenar a aquel villano. Mi héroe se llamaba el Capitán América y el ejército estadounidense quería hacerlo realidad.


Algo que supe después es que había un chaval, de mi edad, que demostró ser una auténtica oportunidad para los Aliados desde que no tenía ni cinco años.
Nadie sabe de dónde salió, pero aquel huérfano poseía una amplia inteligencia y fuerza física. Sus ojos azules y sus cabellos rubios le hacían parecer de la raza aria.
Durante años, fue criado en una base estadounidense donde se le hizo pruebas. Era bastante joven para ser un espía nazi, aunque muchos lo pensaron (¿sería el último engendro de Adolf?). Sea como sea, se convirtió en la mascota de los soldados.
No tardó en vencer al ajedrez y en cualquier enigma a los hombres más inteligentes del mundo.
Tampoco tardó en convertir su cuerpo en una auténtica máquina, capaz de correr cien metros sin cansancio alguno.
Siempre superándose. Pero ¿cómo? ¿Era un superhombre?
Aún así, se quería una justificación. Una forma de explicar la aparición de un supersoldado… y tenían mi cómic.
Además de una fórmula que potenciaría aún más a aquel muchacho. ¿Suerte se le llama a este tipo de casualidades o tiene un nombre peor?
No tardó en demostrar que nada de eso había servido para construir una mente limpia y honorable. Más bien, todo lo contrario.
Formó parte del llamado Experimento Renacimiento que, en realidad, se denominaba Operación Recreación, porque consistía en adaptar un cómic… a la vida real.


Un comité del ejército vino a recogerme, me dio dinero y comida. Su jefe era el general Chester Phillips, el que más se había interesado por la capacidad del Capitán América de «reclutar tropas».
– ¿Bromea, general?– le pregunté sin dar créditos mientras ganaba unos centavos fregando platós en una cafetería.
Su cara estaba tallad en piedra, parecía incapaz de sonreír.
– ¿Qué? ¿Bromeo? No, hijo, ya querrías.
Si hubiera sido Satán, hubiese aceptado de la misma forma. Que Dios me perdone… A veces, pienso si no sería Satán en persona.


Había un chaval al que le encantaban mis cómics. Su padre aprobó llevar a cabo el Experimento Renacimiento. Pese a eso, no iba a dejar que su hijo fuese a la guerra.
-Si siendo un tebeo ha logrado tantos reclutas, siendo realidad podría ser el golpe de efecto que esperamos– opinó Phillips–. Rogers, te necesitamos. Solo tú puedes escribir sus historias. ¿Nos acompañarías al frente a narrarlas?
-Quería estar en el frente– dije, pensando que la guerra era algo glorioso. Qué estúpido fui–. Será un honor para mí servir a mí país.
-Puedes ayudar a tu país, muchacho– me dijo Chester Phillips posando su manaza sobre mi hombro–. Siéntete orgulloso.
Cuando eres un adolescente muerto de hambre que le han lavado la cabeza con mensajes patrióticos, oír que tus dibujitos y palabritas pueden conseguir que tu país venza en la guerra contra el gran villano, es el equivalente a que una chica guapa te diga: «¿por qué no me quitas las bragas a mordiscos?».


Acepté, no solo por gloria, sino también por comida y alojamiento… Y, debo reconocerlo, por saber que mi historia llegaría más lejos que cualquier otra. Si todo iba bien, yo no conseguía ganar la guerra, pero quizás con aquella acción sí… Aunque fuese indirectamente.
En aquel entonces, pensé que las batallas eran campos para la heroicidad, pero, más tarde, solo supe que eran muerte y devastación, congoja y pena. La gangrena incesante de la Historia.
Por aquel tiempo, era un solo idiota que veía inimaginable la idea de que pudieran hacer mis sueños realidad, pero eso cambió con un científico nazi. Había desertado de Alemania y había sido encontrado por espías aliados que lo habían traído hasta nuestras fronteras.
Había hecho experimentos genéticos junto al doctor muerte de los nazis, un tal Armin Zola. El desertor era llamado Erskine. Creía que era capaz de concebir aquel suero, surgido de mis sueños febriles y hambrientos.
Debía ser el gran triunfo del sueño americano, pero entonces descubrí que el sueño bien podía ser una pesadilla adornada.
El elegido para convertirse en el Capitán América fue aquel joven militar, un huérfano criado por militares, el joven ario, que había conseguido numerosas condecoraciones. Pensé que tantas medallas eran por ser un buen hombre. Realmente, era por ser un buen asesino. No tardé en entenderlo.
Lo conocí durante una de las pruebas físicas a las que se sometió. Le tendí la mano. Él me empujó y me dijo:
-Mierdecilla, fuera de mi vista.
Esas fueron las primeras palabras que me dedicó el hombre destinado a ser el Capitán América.


Los días, tardes y noches pasaron. A la vez que el Capitán América daba puñetazos a Hitler en la ficción de mis cómics, en la realidad Erskine era capaz de hacer realidad el suero para crear un supersoldado… ¿o debía ser «superasesino»? Porque muchas veces me he preguntado si aquel tipo era así antes o se convirtió.
-Podríamos crear una fuerza capaz de cambiar el destino del mundo– me dijo Erskine una vez, mientras le dibujaba para mi tebeo–. ¿Y si pudiéramos crear una raza de superhombres que gobernase por encima de ideologías y otras necedades?
– ¿Eso no es lo que piensa Hitler?
-Quizás… Rogers, lo importante es que tuviste una buena idea y esa idea está en buenas manos.
No sabía si creerle.


Entonces, llegó el día. En medio de las autoridades militares y políticas, nació él, con un «parto» en un laboratorio que parecía escapado de una fantasía (Erskine decía que se habían inspirado demasiado en Metrópolis, no sé a qué se refería).
– ¡Prepárense para ver el despertar del superhombre!– chilló Erskine con gran alegría. Lo dijo en alemán.
Todo salió según lo previsto… salvo porque unos espías nazis sabotearon el experimento, matando a Erskine. Pintaron con sus tripas y su sangre la pared. La historia fue esa. No sé si puedo no usar el adjetivo «previsto».
Más tarde, descubrí informaciones que me hicieron pensar que los espías nazis eran realmente americanos, a las órdenes de los Aliados. ¿Por qué? Un sector no quería que Erskine siguiera con vida. Era peligroso. Decidieron eliminarlo, de otra manera hubiera levantado sospechas.
El problema fue que esperaban que Erskine dejase grabada la fórmula, pero la eliminó y así el ejército estadounidense jamás crearía una tropa de supersoldados. Sé que el Capitán América real se alegró, así no debería compartir la fama y sería «especial».
Lo que ninguno sabía es que yo, mientras dibujaba a Erskine para mis tebeos, usándolo de modelo, copié la fórmula del suero supersoldado y la guardé conmigo. Antaño, la hubiera entregado. Entonces, me empecé a dar cuenta de que los soldados de mi bando no lo eran tanto.
Sea como sea, el supersoldado existía y era americano.


En el frente de guerra, siempre cerca de donde estaba el Capitán América, había una sombra a la que se llamaba el Cazador de Judíos y Aliados.
-Yo le partiré la cara– dijo el Capi y se echó a reír. Luego comprendí que quizás hubiera más de un significado.
Aquel psicópata siempre lograba terribles victorias sobre los Aliados. Nuestros planes ampliamente estudiados, se convertían en grandes fracasos.
Su primer enfrentamiento con el Capitán América se zanjó en heridas para ambos, pero el Cazador huyó desfigurado. Desde entonces, se le conoció como…
-… Herr Cráneo Rojo ha escapado–nos dijo el Capitán tras la batalla.


El Capitán América se convirtió en el héroe de toda una generación. Muchos deseaban alistarse solo para conocerlo. Algunos hacían de kamikazes pensando que, si sobrevivían a algún acto suicida, lo verían. Eso se lo prometían sus superiores, pero era mentira: sus supervisores sabían que no regresarían.
Los periódicos y las radios se volcaron con las noticias, con el hecho de ver al Capitán América en plena acción. Los seriales del Capitán eran reales, no como otros.
Durante uno de sus descansos, en un espectáculo para fomentar la compra de bonos, los encargados idearon un show para todos los públicos.
Utilizaron a un androide. Era un autómata con vida, que nunca pude pensar que era solo mecánico… ¿A lo mejor realmente era humano? En cualquier caso, tenía una habilidad insospechada. Era capaz de incendiarse. Su nombre en clave era la Antorcha Humana.
De tal manera, las fuerzas militares consiguieron un nuevo y legendario compañero para el Capitán América.
Ambos se hicieron grandes aliados cuando, tras el espectáculo, supieron que Nueva York estaba siendo atacada. Todo por culpa de un monstruo acuático, un engendro de las aguas. Fue directo a destruir la mismísima urbe. Aquel tipo decía ser el Rey de los Mares. Siempre me pareció un loco.
La batalla fue grande. Mientras que en los cómics haces explotar todo sin que nada te importe, aquellos monstruos destruían todo… pero sí había valor en aquello que hacían trizas. En los cómics, no matas a una familia que se cruza en tu camino. No hay víctimas colaterales. En la realidad sí. Hubo medio centenar.
La ciudad se incendió, se ahogó y encontró a un guerrero liderando el combate. Los noticieros dirían lo que escribí para mis tebeos, que el Capitán América venció al hombre de las profundidades y le dijo:
-Ríndete, hijo.
En la realidad, le dijo algo completamente diferente:
-Hueles a pescado, cabrón.
Los periodistas lamerían las botas militares. Todos ellos mintieron en pos de vencer la guerra. Más tarde, se descubrieron muchas mentiras, el público las supo y el cuarto poder perdió para siempre su credibilidad de los primeros tiempos.
Una de las farsas que sí funcionaron fue la siguiente: Namor, aquel mutante que se creía de la realeza, se nos unió conmovido por la benevolencia del Capitán y la Antorcha. Colaboró con nosotros para vencer a los nazis.
La realidad fue diferente. Mientras íbamos en un barco de regreso a la contienda, fui testigo de un hecho terrible. El Capitán América se emborrachó, cogió su escudo, liberó a un debilitado Namor y le golpeó con el filo del escudo. Le cortó parte del cuello y lo arrojó a las profundidades de donde nunca salió. Muchos piensan que lo decapitó. Yo también lo creo, sabiendo lo que tiempo después he sabido de él.
-Mi padre siempre me dijo que cuando pescase le arrancase la cabeza al pescado y le quitase las tripas– nos dijo.
-Tú no tienes padre– le contesté.
Recibí un golpe con el escudo y no recobré la conciencia hasta después de varias semanas.
Cuando desperté, supe que el Capitán había pedido un escudo circular. El triangular costaba más para cortar cabezas.
Yo me inventé algo absurdo en el cómic para explicar el cambio. Algo absurdo que, para mí, no sirvió para tapar la verdad.


Nunca he visto más pena y devastación que en las calles destrozadas por la Gran Guerra en Europa. Ese fantasma, tantas y tantas décadas después, sigue vigente y no ha desaparecido.
-Lo hacemos por un mundo mejor, Rogers– me dijo Phillips.
Yo me había derrumbado al ver a un crío manco, llorando sobre el cadáver de sus padres, cerca de los despojos de su casa.
Y el Capitán América surcaba el horror con una sonrisa, cabalgando sobre su moto y pasando por encima de un robot a control remoto con una inscripción: Berlin or bust!


Al final de uno de los períodos más complicado, el Capitán lideró a un grupo de mercenarios: los Comandos Aulladores. Decidieron coger un nombre ridículo para llevarlo a lo más alto. Harían cosas horribles con tal de hacer que se respetase.
Una vez cogían armas, los Aulladores erradicaron la vida a su alrededor. Cuando se aburrían, mataban a discreción. Así pereció aquel lunático disfrazado, Bala Fantasma.
– ¡He venido a servir! ¡No demos mal ejemplo!
Esas fueron sus últimas palabras. El Capitán le reventó la cabeza con el escudo. ¿Por qué? Porque era divertido.
La «competición» no mucho después: todos contra todos hasta que solo quedase uno. Tras aquel «entrenamiento», el Capitán regresó con una sonrisa, moratones y dolor, además de una cabeza servida en la bandeja que era su escudo. Al tipo le llamaban Junior.
El Capitán dio un grito de victoria que sonó a un aullido.


Siempre lamenté haber creado a Bucky.
Al principio, era una idea inocente. Fue mi forma de meterme dentro de mis historias, encontrar alguien con quien identificar a todos los muchachos de una generación.
Nunca imaginé que intentarán adaptarlo a la realidad. ¿No comprendían que había cosas que no podían servir en un mundo real?
Los militares utilizaron a un huérfano de verdad para Bucky Barnes. Era un niño que vio uno de los malditos seriales en el cine. Decidió seguir al Capitán América hasta el infierno, pero el infierno estaba a un solo paso de distancia.
– ¡Quiero luchar por todo aquello en lo que creo!– recitaba todo el día. Era una frase de un tebeo.
Hasta le hicieron un disfraz como aquel que yo había dibujado. Me di cuenta de lo estúpido y loco que era todo.
– ¡Atentos nazis de pacotilla!– chillaba sin parar.
– ¿No entiendes que los cómics y la realidad son cosas diferentes?– le pregunté una vez–. ¡Deberías salvarte! ¡Deberías! ¡Deberías volver a casa!
-Soy huérfano. No tengo casa. Aquí al menos tengo comida, techo y algo por lo que vivir.
Yo también era huérfano y acabé creyendo que quizás el Capitán se reformase, que había sido un hijo de perra y tener a un chiquillo lleno de esperanza serviría para aclarar su mente, cambiándole… Era un gilipollas.
– ¡Luchemos por la libertad!– gritaba aquel crío.
Entendedme. Bucky Barnes era un buen muchacho. Casi como un hermano. Pero… era un chico insuflado por su patriotismo. Aprendió rápido a llevar un arma con su cuerpo de solo quince años. El himno de Estados Unidos había lavado su cerebro.
Bucky fue usado por el Capitán América como carne de cañón. El trágico hecho tuvo lugar durante un enfrentamiento contra los nazis en la frontera de Francia.
-Ha muerto– me informó Chester Phillips.
-Oh, Dios no…– dije echándome a llorar–. ¿Puedo ver… su cadáver?
-Está en muchos lugares… Fue demasiado sangriento, muchos… pedazos– contestó Phillips y me dejó solo–. Murió sirviendo a su patria.
– ¿Eso me pasará a mí también? ¿Moriré de una forma terrible y se justificará defendiendo una estúpida bandera?
Phillips me cruzó la cara de una torta.
-Di eso de nuevo y serás llevado a un tribunal de guerra, maldita rata desagradecida.


El efecto llamada del Capitán América no se hizo esperar. Pronto, los Aliados quisieron seguir con el plan y crear a varios superhéroes patrióticos más, como Golden Girl, la primera mujer superheroína.
Golden Girl llevaba un vestido naranja, una capa con caperuza verde y un antifaz negro, además de largas botas de cuero y una eterna sonrisa iluminada por sus cabellos dorados. Me dio tanta lástima lo que le ocurrió…
-Estamos ante una Edad Dorada donde los superhumanos marcarán la diferencia para lograr un mundo mejor– dijo Churchill en la presentación de Union Jack, su propio supersoldado.
Los varones Falsworth, como aquel Union Jack, ya habían servido al gobierno en la guerra anterior.
Nadie sabía cuánto se equivocaban todos ellos. El mundo no necesitaba superhéroes ni guerras. Necesitaba paz.


Gracias al éxito de los superhéroes, los Aliados unieron a todos los importantes en un grupo, los Invasores. Una buena estrategia, más que de guerra, de marketing.
Estos superhéroes, muchas veces, eran incapaces de entrar en combate o eran liquidados, como ocurrió con un equipo de ellos llamados los Doce.
Por ejemplo, unos superhéroes llegarían vistiendo leotardos rojos y negros como el Destructor y clamando falsas frases completamente vacías.
-El desembarco se producirá en breve. La palabra clave para el desembarco es «Mickey Mouse»– informó un soldado a los superhéroes que viajaban dentro del barco.
-Ellos irán primero, yo supervisaré– dijo el Capitán refiriéndose al resto de los Invasores, como la Antorcha Humana.
– ¿Cómo? ¿Nosotros? ¡Nunca entramos en combate!– habló la Antorcha, prendiéndose fuego por la rabia.
– ¡Somos los capitanes, no esos simple soldados!– se quejó Union Jack. Temblaba, pareciendo una bandera ondeante.
-Aquí solo hay un capitán y soy yo, ¿me entendéis?– dijo el Capitán América acariciando su escudo.
Yo los miré a todos, sabiendo que sus caras de miedo no serían heroicas si las dibujaba. Había viajado con ellos todo aquel tiempo para escribir historias redibujando la realidad. Ahora, me daba igual si moría entonces.
El Capitán América lideraba a los Invasores en los cómics que yo escribía y dibujaba. Nunca narré aquel suceso.


Nunca conté como el Capitán América mató a la Antorcha Humana, el Hombre Sintético de Brooklyn, durante una pelea.
– ¿Se apaga tu llama, hijo de puta? ¡Te voy a dar algo digno de ti, una última visión!
Nunca conté que esa pelea se originó porque el Capitán América intentó violar a Golden Girl.
– ¡Venga, zorrita, todos sabemos lo que pretendes con esas botas de tacón y ese vestidito…!
Nunca conté que el Capitán América había violado a Golden Girl. Sigo teniendo pesadillas con ello. Aquella chica no se merecía aquello. Nadie se lo merecía.
– ¡Da gracias a que te he tocado, zorrita!
Siempre pensé que el resto del ejército caería sobre el Capitán América y lo destruirían por la violación. Siempre pensé que lo castigarían, lo llevarían a un consejo de guerra, lo echarían con deshonores…
Pero era un símbolo y muchos temían quebrarlo quitando a aquel que portaba el escudo como un caballero andante y olvidado.
Se le castigó una sola semana. Se le obligó a pedir perdón, no en público (el hecho nunca trascendió). A la vez, se le daba un contrato de un millón de dólares mensuales por mantenerse callado y ocultar sus «prontos» (o calmarlos).
Ella se marchó a primera hora, en una mañana gris, con lágrimas en los ojos. Algunos la llamaron puta durante años.
En el cómic, Golden Girl se fue del ejército tras haberse quedado embarazada de un esposo. Solo uno de esos hechos fue real. No fue el marido.
Nunca conté muchas cosas hasta ahora, muchas cosas por las que me arrepentí de lo que había creado.


A finales de esa etapa, los aviones de guerra bombardeaban, pero los escudos y los superpoderes llegaron mucho más lejos. Al igual que la ira y la maldad de los hombres.
– ¡Hay ojos en el cielo!– dijo el Capitán viendo la aviación enemiga–. ¡Dejémosles ciegos!
Era una época de prodigios para algunos. Para mí, lo eran solo de terror.


No mucho después, se encontró los primeros campos de concentración. Después, los campos de exterminio. Cientos y cientos de judíos fueron liberados, pero muchos otros habían muerto. Era la imagen más horrible que el odio humano nos dejó, pero el Capitán lejos de ser una figura que les ayudaba, solo les dijo:
– ¡Caminad, flacuchos! ¡Espero que no me peguéis nada!
Y mi obligación era adornar aquello, convertirlo en algo bonito, en algo heroico y, he de reconocer, que cada vez me daba más asco a mí mismo.
Años más tarde, supe que aquel niño al que el Capitán llamó Flacucho era un futuro líder mutante.


Berlín, abril de 1945. Llegó el final de muchas cosas. Los nazis se rindieron ante gente como el Capitán América, aquel sadomasoquista del Hombre Dinámico, el mago del tres al cuarto de Mente Maestra Excello o el loco que se creía el rey de los túneles: el Hombre Roca. Solo el Capi regresó. Otros como el Reportero Fantasma jamás volverían a ver a luz tras derrumbarse el edificio donde penetraron en busca de la rendición de los enemigos. Una trampa…
La guerra llegaría a su final. HYDRA, el gran enemigo, la red avanzada de Adolf Hitler, fue exterminada. Su jefe, de nombre en clave Cráneo Rojo, se desvaneció en la nada. Eso informó una mañana de invierno el Capitán tras entrar en Berlín.
-Se ha largado. Ya no dará problemas.
Todo el mundo festejó, ¡habíamos ganado la Segunda Guerra Mundial! Solo yo creo que me fijé en que había rastros de algo rojizo en la zona de la boca del Capitán. Me recordaba al maquillaje de los actores de teatro que malvivían en Nueva York cuando yo era un crío.
El rostro del Capitán me recordó a una calavera.
-Un oportunista sin escrúpulos… eso era ese cabrón– dijo el Capitán cuando dieron por muerto a Cráneo. Yo no. Yo fui el único que no.


El Capitán sentía mucho odio en sus entrañas hacia un nuevo enemigo: los comunistas.
-Los putos rusos entraron antes que nosotros en Berlín, ¿por qué les dejamos? ¿Por qué no les frenamos? ¿Por qué reconocimos que podían ser tan poderosos como nosotros? ¿Por qué nos hemos condenado a una guerra sin fin?
Alguien, la mano derecha del presidente de los Estados Unidos, que formaban parte de un lobby, respondió:
-Será una guerra fría y conseguiremos más de lo que perderemos. Fingiremos tu muerte, y te daremos guerras que ganar.
El Capitán sonrió.
Su imagen fue lavada totalmente; hicieron creer que murió en la explosión de un misil en los últimos días de combate, en el Pacífico. Hicieron creer que el siguiente Capitán América era un sustituto; no lo fue.
A veces, he pensado si la gente cree las mentiras por ignorancia o porque se dejan engañar. ¿Son más felices así?


A finales de la Guerra, mis historias ya no se vendían. Eran malos cómics, penosamente dibujados y terriblemente escritos. El halo patriótico ya no era el suficiente motivo para vender. Eso me hizo renunciar y volver al Bronx. El ejército no se lo tomó para bien, pero tampoco me echó de menos. Solo esperaban que no contase nada. Phillips me hizo firmar un contrato prometiéndolo. Acepté.
– ¿Ya no tendré escriba, Rogers?– me preguntó el Capitán. Entonces, me tendió la mano. Su sonrisa horrenda se mantenía en sus labios.
Me di la vuelta y me marché. Él se lo tomaría como una ofensa durante mucho tiempo.


En invierno, conocí a una joven llamada Gail. A finales de aquel año, le pedí matrimonio. Poco después, durante un desfile de los vencedores, Gail desapareció.
Encontré a Gail, descuartizada. Su cabeza delante de la que iba a ser nuestra casa.
Reconocí el corte limpio en su cuello: hecho con un escudo.
El Capitán América no se había olvidado de mí. Había investigado. Participó en el desfile.


La bebida me hizo sobrevivir. Eso y dibujar biblias de Tijuana. No me suicidé porque era un cobarde, siempre lo había sido. Gente como Golden Girl lo sabía…
Los años pasaron y esperaba morir, pero el Capitán no lo hacía. Se mantenía joven por el suero. Yo empezaba a sentir que los años pesaban… ¿Y nunca me vengaría?
Un día, en un antro de monstruos, vino alguien, de traje negro y mirada sombría. Me dijo con tranquilidad:
-Te echamos de menos, Rogers.
-Para echarme de menos, hay que conocerme.
– ¿Qué te hace pensar que I.M.A. no te conoce?
Acabé saliendo del tugurio para hablar con aquel agente. Siempre me pareció un tipejo obsesionado con las conspiraciones. Luego, me di cuenta de que tenía razón. Cada satélite, cada cámara… estaba al servicio de «alguien».
-Soy un agente de I.M.A. e I.M.A. quiere que te unas a nosotros para matar a ese personaje que creaste. ¿Necesito decir algo más?
Solo contesté:
– ¿Cuándo empiezo?


I.M.A. era un grupo terrorista para las autoridades. Surgido prácticamente de la nada tras la Segunda Guerra Mundial. Científicos bajo las órdenes de extraños magnates que desarrollaban armas de puro terror. Atentados continuos en pos de la creación de su utopía.
Y solo ellos sabían que eran anarquistas. Sus dirigentes eran ricos idealistas o gente que había buscado riqueza solo para verterla en el sueño de destruir cualquier tipo de estado. Ironía y realidad, mi vida se basaba en ellas.
-Queremos la anarquía y creo que te necesitamos a ti.
Me encontraron gracias a M.O.D.O.K., un superordenador creado por en un científico algo loco que volcó todo su saber en él. Habían pirateado varias bases de datos hasta conseguir tener todos los datos sobre el proyecto supersoldado y mi papel en todo eso.
Entonces, me dijeron que habían conseguido reproducir parte de la fórmula, sin éxito… Yo había sido el elegido para convertirme en el nuevo símbolo, pero ahora de la anarquía. Y esta vez, me sentía mucho más cómodo.
-Tú creaste al monstruo, sabemos que lo odias más que nadie. Tú puedes crear un mundo nuevo sobre las cenizas del antiguo.
Dije que sí. No solo porque era mi deber destruir a aquel monstruo que creé, sino porque había aprendido a odiar a cualquier gobierno del lado que fuese, porque eran bestias que solo cambiaban en sus caretas y porque creía que sin los políticos y su maldad, el mundo podía ser un lugar mejor.
Conseguí usar la fórmula que había guardado todo ese tiempo en uno de mis dibujos como si fuese un arma secreta. Ellos me transformaron y eran tan idealistas que destruyeron la fórmula.
-Solo te queremos a ti, hermano.
Solo había que prescindir de las banderas y viejos emblemas. Solo había que ir en pos de la Tierra de Haz lo que Quieras.


IMA fue destruida poco a poco durante los próximos años. Sabía quién estaba detrás. Por supuesto, usarían muchos agentes, muchos recursos, pero siempre supe que el Capitán América fue el que más hizo… su marca estaba clara. Mis contactos en IMA fueron desapareciendo uno a uno.
Algunos, por lo que sé, se pasaron al otro bando. ¿Qué mas daba? Eran millonarios, nunca habían tenido conciencia de clase… siguieron la cita de Passolini, «la única anarquía auténtica es la del poder».
Esto, lógicamente, provocó algunas guerras internas. A los miembros de IMA que ya estaban muriendo hay que sumar los que empezaron a matarse entre ellos.
Y entonces, aprovechándose, resurgió algo mucho más oscuro, algo que creíamos enterrado hacía tiempo.
HYDRA resurgió de sus cenizas. «Corta una cabeza y otras dos ocuparán su lugar», decían, y, en aquel momento, parecía más cierto que nunca.
En aquel momento, IMA se encontraba acorralada a tres bandas: por las autoridades estadounidenses, por sus propias guerras internas y por HYDRA.
Tuvimos que huir hacia el norte. Atravesamos la frontera y, a lo largo de la semana siguiente, casi todo Canadá, hasta un pueblecito perdido donde pensamos que no nos encontrarían.
Apenas quedábamos media docena. Una mañana de febrero, el último de nosotros que mantenía contacto con las otras células desapareció. Supongo que pensó que habría un traidor entre nosotros… tal vez acertó, sino no creo que nos hubieran encontrado, ni hubieran hecho lo que hicieron.
Me dejó un último regalo. «Porque tú nos diste fuerzas. Nos diste algo a lo que aspirar», según la dedicatoria. No sé cómo lo logró… a veces, en las noches en que no puedo dormir, pienso que tal vez fue él quien nos traicionó para conseguirlo, sabiendo que yo lograría escapar, aunque los otros cuatro morirían.
El caso es que ahí estaba. La cabeza del Capitán América. Mi creación por fin había sido borrada… ése fue mi mejor cómic.
Aquel mismo día, en un enfrentamientro contra HYDRA, vi cómo mis compañeros eran exterminados luchando contra unos supersoldados. De alguna forma, habían conseguido crear una variante del suero del supersoldado allí mismo… ¿Fue a través de mi sangre, en algún momento de descuido? ¿O algún traidor en IMA todavía conservaba la fórmula?
En cualquier caso, conseguimos matar a todos ellos, a duras penas. El último escapó con un camión cisterna, guardando todo el suero que quedaba. Yo me subí a él, herido, y en el enfrentamiento, ambos caímos al mar.


De algún modo, sobreviví, congelado durante décadas sin envejecer. Hoy, sigo escribiendo y dibujando mi historia. Su final: la anarquía, mi venganza total, la paz.


CORREO: BASE DE LOS VENGADORES
He tecleado esta historia desde 2010, poco después de hacer el primer anual. Muchas cosas han cambiado desde la premisa: contar el origen de Sin Banderas y el génesis del Capitán América del universo de Ibaita.
Pronto, comprendí que siguiendo un enfoque clásico, solo sería una historia de aventuras… Sin embargo, me fascinaba el hecho de que Rogers fuese un gran dibujante que en la ficción llegó a dibujar sus mismísimos cómics. No me di cuenta entonces de que Hitler también dibujaba…
En fin, era una idea simple, pero que me volvió loco e hizo que plantease, en realidad, algo más simple: ¿cómo te enfrentas a tu propia creación si se vuelve real?
Decir que releí alguna etapa clásica y toque elementos sobre todo del Proyecto Marvels de Brubaker. Y, como el Capitán América de Ibaita era un imbécil, me inspiré en el Ultimate.
A parte de eso… mi primer post en un foro conocido de cómics fue si la peña pensaba que el Capitán América era un facha. Era una encuesta sin oportunidad de decir que no. Había leído poco del Capi. En definitiva, una genial forma de hacer el hazmerreír, pero que me ha venido a la cabeza mientras escribía esto.
Hace un par de meses, unos amigos hablábamos sobre qué mundo fantástico nos gustaría habitar. Sí, tengo amigos. Sí, son raros. Una de mis respuestas fue el Universo Marvel… Ahora que lo pienso, sí, pero no el creado por Ibaita. No porque sea carente de imaginación o esfuerzo, sino porque es demasiado real y oscuro. Tiene talento. Sin duda. Esperemos que siga así.

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2 Responses to Superhumanos #19

  1. MarvelTopia says:

    Buenas!
    Muy buena la historia del Capi. O de Rogers, como prefieras. Muy original

  2. Pingback: ACTUALIZACION DE MARZO – MES 179 - MarvelTopia

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