Castigador #1

castigador01Su familia murió por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Lo ha perdido todo y no le queda más que la venganza. Ese día Frank Castle murió para convertirse en EL CASTIGADOR.

#1 – Nuevos peones
Por Vinx


Fecha de publicación: Mes 183 – 7/13


Un Año Después


Nueva York…

La lluvia no impedía que la ciudad mantuviese el ritmo nocturno de cada noche. Era fin de semana y muchas de las almas allí encerradas salían para intentar olvidar el tedio del trabajo, del hogar o cualquier otra razón que asfixiara su vida. Pubs, discotecas, conciertos, cualquier cosa para volver a coger fuerzas.

Los más arriesgados buscaban placeres más ocultos, siempre marcados por la ilegalidad o por traspasar los límites de la moralidad. Algunos callejones de la denominada Cocina del Infierno albergaban todo un elenco de servicios para esos devoradores de emociones prohibidas. Sin embargo no todo era placer, como fue el caso del pobre Tobias Felderson, que no contaba con salir disparado por una ventana con todo el cuerpo amoratado. Aún menos era capaz de concebir que fuera una mujer la que lo lanzaría como una simple pelota… pero tampoco se trataba de una mujer normal.

Entre el estropicio, el resto de moradores de aquel antro dedicado al juego no hicieron movimiento alguno por auxiliar a Tobias. La mujer decidió salir por la puerta, con un paso tranquilo. Se detuvo y comprobó que aún seguía lloviendo. Sonrió y deslizó la lengua por la comisura de sus labios para saborear la lluvia. En ningún momento dejó de observar a su adversario, que intentaba ponerse en pie luchando contra su cuerpo dolorido que prefería quedarse en el suelo.

– No tienes madera para esto – dijo la mujer pérfidamente – Ni intentes levantarte

El no dijo nada, la contempló aterrado sin dejar de pensar en su mujer, en sus hijos y en la mala idea que había tenido en hacer caso a su cuñado y acudir a ese lugar.

– Te dije que si volvías a mirarme iba a pasarte algo – dijo ella acercándose lentamente – Y aquí tienes ese algo.

– T..te juro que no te he mirado – respondió balbuceante – Estaba centrado en mi partida, te lo juro… fue el otro el que hizo el comentario sobre ti…

– ¿Comentario? Siempre soñando con que vuestras mujeres fueran iguales de zorras que vuestras actrices fetiches de las páginas porno de internet ¿Verdad? Luego me ves en este antro y piensas que tengo un precio, que soy una de esas facilonas que por un buen par de billetones me abro de piernas como si nada ¿verdad?… ¿Es eso? ¿Hablabas de eso con tu amigote?

Tobias no fue capaz de responder. Sentía como su garganta se atoraba por completo.

– «Tío a esa le enseñaba yo lo que es un hombre» – dijo ella alzando las manos con muecas exageradas – «Esa tía tiene que ser una guarra, te lo aseguro» – repitió nuevamente.

– Yo solo he venido a jugar a las cartas en serio… señorita no he pretendido ofenderle…

Ella se detuvo en seco. Su cara parecía confusa y sus pupilas parecían danzar en un rito macabro. Deslizó su chaqueta mostrando la inusual vestimenta que llevaba y un gran cuchillo que agarró con una de las manos.

– ¿Señorita?… ahora si la has hecho buena… amigo.

Tobias intentó levantarse y salir corriendo, pero la mujer le propinó una fuerte patada en el estomago que volvió a hacer que perdiera el equilibrio. El hombre cayó golpeándose la barbilla contra el encharcado asfalto. Se giró para ver como la mujer se posicionaba sobre él con las piernas abiertas, preparada como si fuera a matar un cochino, empuñando en alto el arma blanca que había desenfundando. No supo qué hacer, sintió miedo y pensó que ese era su momento final, pero no pudo averiguar que no sería ella la que le entregaría a los brazos de la muerte.

Una flecha cercenó la garganta de Tobias, que cayó al suelo golpeándose de nuevo en la cabeza, pero esta vez sin vida. La mujer se giró asombrada hacía el lugar de donde podía provenir el disparo. De la oscuridad del callejón aparecieron dos ninjas que rápidamente reconoció, emulando una mueca de desagrado y desafío.

– No me lo puedo creer… de verdad que no me lo puedo creer – dijo ella.

Ninguno hizo comentario alguno. Permanecieron impasibles, con las hojas de sus katanas desenvainadas. Ella miró sobre su hombro para percatarse que por el otro lado del callejón había otros dos más, seguramente guardando la posible ruta de escape que hubiera pensado la mujer. Sin embargo en esa posición había un tercero, con un traje totalmente negro. Ella se giró sin quitar ojo a los primeros adversarios.

– <Supongo que queréis matarme. ¿Os manda Kingpin1?> – dijo ella alzando el arma. – <Me gustaría saber quien quiere la cabeza de María Tifoidea>

No obtuvo respuesta alguna. Los ninja se lanzaron sobre ella mientras el que parecía el líder permanecía en su posición. La primera sangre fue para ellos con un acertado corte en el brazo de María que empuñaba el arma. Ella se movió con rapidez para clavar profundamente en el cuello del otro ninja el cuchillo. Sintió como sus dedos se agarrotaban con fuerza para atravesar el esternón y como su mente saboreaba el sonido sordo de la muerte desgarrando la carne. Con una celeridad conseguida a través del entrenamiento, realizó un movimiento aprovechando el peso muerto de su primera víctima para bloquear un tajo de otro de los ninjas. El cadáver fue decapitado por su compañero, dando a Tifoidea los segundos suficientes como para agarrar la Katana y detener el ataque del tercer y cuarto ninja.

El callejón se había vuelto un escenario de combate que parecía sacado de las películas de ninjas de los años 70. María parecía disfrutar con cada movimiento pero parecía segura de que no saldría con vida de allí. Un nuevo golpe le hizo maldecir, la katana desgarró kevlar y carne de la parte del abdomen. El dolor comenzaba a ser insoportable pero ella no iba a darse por vencido. En un ataque frontal con uno de sus adversarios alargó el brazo izquierda y desde la manga de la chaqueta apareció una pequeña pistola sostenida por un armazón agarrado al brazo y disparó acertando de lleno en la cabeza del ninja.

Sin embargo los otros dos restantes atravesaron a la mujer con sus armas. María vomitó sangre y cayó arrodillada al suelo. Aún así con fuerza sostuvo el peso de su cuerpo con sus brazos, evitando caer y morir en un charco de mierda como el resto de los cadáveres que poblaban aquel callejón. Sintió como la vista comenzaba a nublarse y miró hacía el ninja líder que se acercaba lentamente hacía ella.

– Hubiera sido un buen momento para que apareciera Daredevil… ¿verdad? – masculló ella escupiendo sangre.

El líder alzó su katana y de un rápido golpe acabó con María Tifoidea…


En otro lugar…

Raymond Sullivan hacía danzar levemente la taza de café mientras miraba por la ventana contemplando la lluvia. Sentado en aquel desgastado sillón que parecía haber sobrevivido al estilo de los cincuenta, parecía estar absorto en observar cada persona que pasaba por la calle.

Aquella extraña concentración fue interrumpida por la rolliza camarera de aquel lugar.

– ¿Sabe ya que va a tomar? – dijo con bastante aspereza

– Estoy esperando a un amigo – dijo Raymond sin mirarle a los ojos – Ya le avisaré.

– Eso me dijo hace media hora – respondió ella con tono seco alejándose de la mesa.

Raymond ni siquiera se interesó en los comentarios de aquella mujer. Continuaba concentrado en el exterior hasta que vio lo que parecía que estaba buscando. Siguió los pasos de un individuo que entró en el bar. Se quitó la gabardina y se llevó la mano a su frondosa cabellera para quitarse el agua de encima. Ojeó el bar y al ver a Sullivan se dirigió hacía el.

– Vaya mierda de tiempo – dijo el recién llegado – Perdona el retraso, había un atasco de cojones…

– ¿Tienes eso? – preguntó Raymond obviando cualquier formalidad

– ¿Has traído el dinero? – preguntó él

Raymond agarró una mochila deportiva y la puso sobre la mesa. Abrió la cremallera y sacó varios montones de billetes mal ordenados.

– Los cuatro mil… es lo que tengo, es el trato

– ¡Guárdalos joder! – exclamó el invitado empujando la mochila – ¿Estás loco?

– ¿Lo tienes? – preguntó un tanto alterado

– No es fácil – dijo el hombre calmándose y bajando el tono de voz – Tu hombre no tiene registros policiales, ni seguro médico, ni siquiera carné de conducir. Es como si no existiera…

– ¿Y SHIELD? – preguntó Raymond – Me dijiste que tenías contactos. Que podías acceder… ¡Joder Tuck… me dijiste que podrías!

– No soy el jodido Mr. Fantastico – Respondió Tuck con una mueca de desagrado – Pero si tengo recursos…

Sacó un sobre del bolsillo interior de la gabardina. Lo dejó sobre la mesa y ojeando al resto de los presentes en la cafetería lo deslizó con un dedo hacía Raymond.

– Esto ha salido de la embajada de Symkaria.

Cuando Raymond fue a cogerlo, Tuck puso la mano abierta sobre el sobre, como si no quisiera que lo cogiera.

– Me ha costado. Ha hecho que mi porcentaje de beneficio sea menor de lo que esperaba…

– Te he dado ya cinco mil – dijo Raymond – Aquí tienes los otro cuatro mil que pediste y ni siquiera has dado con mi hombre. No intentes jugar conmigo.

– Los precios cambian… – dijo Tuck con un tono amenazador.

Raymond cogió nuevamente la mochila. La abrió mientras Tuck parecía sonreír pero la sorpresa fue la pistola que sacó Raymond, encañonando al estafador sin duda alguna. Una pareja dejó la comida y salió corriendo y la camarera no dudó en tirarse al suelo, como si ya estuviera acostumbrada.

– Puedo matarte aquí mismo. Quedarme con el dinero y el puto sobre. ¿Te parece un negocio mejor? A mí si me lo parece.

– ¿Te has vuelto loco? – preguntó Tuck manteniendo la compostura – Vas a cagarla. Así no vas a poder dar con tu hombre. Suelta el arma…coge el sobre… estamos en paz.

Raymond miró a su alrededor. Vio la situación y no pintaba bien en absoluto. Agarró el sobre y sin dejar de encañonar a Tuck comenzó a dirigirse a la salida.

– Debería pegarte un tiro… quédate con tu dinero de mierda… y ten cuidado…

Al salir a la calle guardó el arma en el pantalón y el sobre en la chaqueta. Salió corriendo y se perdió entre el atasco de coches y la lluvia. Tuck se quedó sentado en el bar, contemplando la mochila que estaba sobre la mesa y percatándose que se había meado encima.

Con una fuerte carrera Raymond llegó hasta los apartamentos donde se había instalado. Abrió la oxidada verja y se dirigió hacía la entrada. Desde una ventana un viejo afroamericano llamó a Raymond con insistencia. Éste más calmado se acercó a la pequeña entradilla para así guarecerse de la lluvia y ver que quería el encargado.

– Tienes que pagarme – dijo con voz ronca el viejo

Raymond se llevó las manos a la chaqueta. Tanteó varios bolsillos y obtuvo casi diez dólares. Miró al viejo que permanecía impasible y con cierta cara de asco. Observó la cantidad y luego tras escupir al exterior miró a Sullivan.

– No te llega. No te puedes quedar. Tengo gente esperando y necesito tu habitación. Le diré a Fred que te traiga tus cosas…

– Pero…

– Lo siento hijo, es mi negocio y tengo que ganar dinero para que la zorra de mi esposa se lo funda en el bingo…

Raymond salió al exterior, se refugió bajo un pequeño tejado y contempló como un chico robusto entraba en su habitación y salía al poco con un macuto militar que dejó junto a la entrada. Miró a Raymond y le hizo una seña para que lo recogiera, sin mediar palabra alguna. Éste agarró sus cosas y comenzó a caminar bajo la lluvia con desasosiego y preguntándose una y otra vez sí debería sacar la pistola y acabar con el viejo y su esbirro.

Al llegar a una entrada de metro decidió guarecerse de la creciente lluvia. Pagó el ticket del viaje y se metió en el primer vagón sin rumbo fijo. Tuvo suerte y pudo sentarse junto a un par de chicas que mantenían una acalorada conversación sobre una tercera que no estaba presente. Raymond las miró por encima, luego puso el macuto entre sus piernas y sacó el sobre de su chaqueta. Lo contempló sin abrirlo, sentía cierta ansiedad por aquello y no sabía si era un buen momento para desvelar el contenido.

Sin embargo la tensión le pudo y abrió el sobre. Sacó una hoja con el membrete oficial de Symkaria. Por unos pocos segundos pensó donde estaría el sitio ese, pero era lo de menos. En aquella hoja se detallaban los datos de un colaborador del Grupo Salvaje. Un tipo de nombre James Bourne, un mercenario apodado Solo, el asesino de su hermano. Observó la foto de aquel tipo enfrascado en su uniforme verde y sintió odio y frustración. Continuó leyendo la hoja de servicios, los trabajos que había realizado para Marta Plateada y pudo descubrir que aquel tipo, el hombre que le había robado a su única familia, había sido un puto héroe.

Terminó de leer con rapidez el informe y movió las hojas para seguir leyendo. Se había acabado, no había más. No era capaz de creérselo… tenían que tener una dirección, algo donde poder encontrarlo. Su furia se hacía evidente en sus gestos y movimientos hasta tal punto que las chicas optaron por marcharse de su lado y aquellos que permanecían de pie y que habían visto la actitud del joven decidieran no ocupar los asientos libres.

Del sobre cayó un sobre más pequeño, diminuto. Dentro había una tarjeta de memoria y pintada sobre ella un smiley. La miró por encima y la guardó en su chaqueta con un resoplido de angustia. Observó el metro y vio que su zona estaba totalmente desierta, y la anexa repleta de gente. Agarró su macuto y miró la oscuridad del exterior del metro, sin importarle una mierda lo que pensara la gente.

En cuanto alcanzaron una nueva estación, Raymond bajó y salió nuevamente a la calle. Allí abajo no podía investigar que tenía aquella tarjeta. El aguacero continuaba y por un rato se quedó resguardado en las escaleras de salida, contemplando el oscurecido cielo y la lluvia que chocaba contra el asfalto y que a modo de pequeñas cascadas se deslizaban por los escalones del metro hasta perecer en el desagüe.

– Una limosna para un veterano del golfo – dijeron a sus espaldas

Raymond se volvió para contemplar un hombre de unos cuarenta años, cubierto de ropa andrajosa y con una cicatriz en la cara. Las manos las tenía llena de moratones, ocultos de mala manera en guantes de lana deshilachados. La mueca que intentaba hacer mella en su intento de recoger algo de dinero mostró la carencia de dientes y el hedor que provenía de su aliento.

– ¿Dónde serviste? – preguntó Raymond.

– Estuve en la 73 Easting en un carro de combate… un Scud nos alcanzó días más tarde en Arabia Saudí, yo resulté herido y me enviaron a casa… sin nada más que palmadas en el hombro y una enfermedad crónica respiratoria…

– Mi padre también fue a la Guerra del Golfo – dijo Raymond – Murió allí…

– Lo siento – dijo sin verdadera importancia el mendigo – ¿Tienes algo para darme?

Raymond se llevó las manos a la chaqueta y sacó los billetes que había intentado usar antes para mantener su cobijo. Los miró durante un segundo sabiendo que era lo que le quedaba y tras mirar al putrefacto veterano, se los dio todos.

– Que te dure… y ve a las casas de beneficencia a que te den ropa nueva…

– ¡Gracias soldado! – exclamó el mendigo mientras se guardaba el dinero en el bolsillo de la vieja chaqueta de pana que gastaba.

Con un caminar exclusivo el mendigo se acercó a otros que entraban y salían de la boca del metro sin éxito alguno. Tras algunos insultos en ambas partes dejó aquel sitio, perdiéndose entre la multitud de la gente. Raymond dejó caer su macuto y lo uso a modo de asiento, permaneciendo aún en el descansillo del metro. Volvió a coger el sobre y observó la foto de Solo… sintió un torrente de furia que tensó sus músculos… estaba contemplando al asesino de su hermano…


1.- Traducido del japonés


BODYCOUNT

Esto es un año después. ¡Esperamos que os guste!

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2 Responses to Castigador #1

  1. MarvelTopia says:

    El nuevo Castigador en marcha… ahora falta que Frank se entere y se líe a hostias con él…

  2. Tomás Sendarrubias says:

    Muy bien escrito y muy interesante el punto de arranque, aunque te has cargado de un plumazo a uno de mis personajes favoritos (ains). ¡Pinta bien, estoy seguro de que seguirá igual de bien!

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