Los 4 Fantásticos #5

los4fantasticos05Reed Richards, Susan Richards, Ben Grimm, Johnny Storm. Ellos son los mayores héroes de la tierra, exploradores de mundos extraños y maravillosos, aventureros sin par. Pero ante todo eso, ellos son la más grande familia de Marvel.

#5 – Juicio IV
Medianoche en el jardín

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 197 – 9/14


Attilan, Zona Azul de la Luna.

Todo estaba preparado.

Rayo Negro observaba en silencio como los Inhumanos se reunían ante el Templo del Cambio, con Medusa a su lado, dispuesta a ser su voz si era necesario. Aquel era uno de los días más importantes para Attilan, los días en los que los jóvenes Inhumanos se sometían a las Nieblas Terrígenas, se sometían al cambio que convertía a los Inhumanos en lo que eran. Aquel momento, aquel cambio, era lo que les definía ya no como raza, sino como especie, el punto diferencial, el elemento diferencial que era su herencia y su legado. Aquello los hacía Inhumanos.

Desde su elevada posición, Rayo Negro pudo ver cómo las puertas del Palacio Real se abrían, pues en ese día, el propio Rey era un extraño en su palacio, donde se alojaban los jóvenes que se convertirían en adultos ese día, y que salieron en procesión desde allí hacia el Templo del Cambio. Gorgon, como capitán de la Milicia, dirigía la procesión, y sus milicianos flanqueaban a los jóvenes, una docena de jóvenes, cinco chicos y siete chicas, vestidos de blanco sin adornos y sin símbolo alguno de su casa o su posición social. Aquel día no importaba el linaje, ni la posición de la familia en las castas Inhumanas. Doce jóvenes procedentes de diferentes familias entrarían en las Nieblas Terrígenas, y emergerían doce adultos, con habilidades diferentes que determinarían su nueva posición en Attilan. El ceño de Rayo Negro se frunció ligeramente, y Medusa de inmediato se giró hacia él, percibiendo la inquietud de su esposo. No le fui difícil distinguir el motivo de su trastorno, pues las puertas del Templo del Cambio se habían abierto para recibir a los jóvenes, y en el vano había aparecido el guardián de las Nieblas Terrígenas.

Karnak.

El custodio de las Nieblas era sin duda el Inhumano que más controversias suscitaba en Attilan. Aun había muchos descontentos en la ciudad por la participación de Karnak en la crisis del Zodíaco, y Triton, que había sido uno de los más perjudicados por las acciones de su primo, se había convertido en el abanderado de los levantiscos, alejándose incluso de su posición habitual en la Familia Real, un vacío en el estrado que ocupaban Rayo Negro, Medusa y Crystal tan obvio como doloroso. Medusa contempló el rostro de su esposo, y no pudo evitar pensar que quizá el poder de Karnak, además de detectar las debilidades a su alrededor, de ver grietas y fallos, fuera crear la más amplia de las grietas, la herida que pusiera fin a los Inhumanos, una guerra fratricida peor que aquella que había enfrentado a los hermanos Máximus y Rayo Negro tanto tiempo atrás. Medusa suspiró, mientras los jóvenes llegaban a las puertas del Templo y desaparecían a través del umbral protegido por Karnak. La fina silueta del custodio desapareció, y ese fue el momento en el que Rayo Negro, Medusa y Crystal descendieron del alto en el que se encontraban, y se unieron a una segunda procesión que entraría en el Templo, los testigos del cambio, unos pocos elegidos que, junto a la Familia Real, podrían estar en el interior del Templo mientras las Nieblas Terrígenas obraban su magia genética en los muchachos. Serían los primeros en ver qué dones recibían: aclamados voladores, émpatas; o quizá alguno de ellos tuviera que sufrir una carga como la que portaba Rayo Negro, un don oscuro. Aquel era el reverso de la moneda de las Nieblas Terrígenas, no todos los dones eran regalos, o lo eran, pero “regalos griegos”, como los llamaban en la Tierra, regalos peligrosos, como el aclamado Caballo de Troya.

En un respetuoso silencio, los testigos, con Rayo Negro a la cabeza cruzaron las puertas del templo, atravesando la antesala presidida por la estatua de piedra negra de Agon para situarse frente al pequeño teatro semicircular en el que se encontraban las cámaras terrígenas, los cilindros de cristal en los que los jóvenes ya se estaban introduciendo, y donde recibirían las Nieblas. Aquellos serían los úteros de su cambio, las matrices de su renacimiento. Los jóvenes entraron en las cámaras, tratando de ocultar su nerviosismo, la tensión que les invadía… incluso el miedo; y Medusa recordó su propio momento en las cámaras terrígenas, el momento en el que había cerrado los ojos cuando comenzó a entrar el gas, temiendo salir de allí convertida en un monstruo, en una criatura deforme o algo peor. Las puertas se cerraron, y los muchachos miraron de forma discreta a los presentes, a los testigos. Algunos de ellos encontrón el consuelo en rostros familiares, pues sus padres, hermanos o tíos formaban parte de las elites de los Inhumanos; para los demás, Medusa trataría de ser la madre que estaba ausente.

-Comienza-dijo Karnak, una única palabra que encerraba siglos de historia y de tradición para los Inhumanos. No habría más discursos, simplemente, tras la palabra de Karnak, las espitas que permitían el paso de las Nieblas a las cámaras se abrieron, y una leve bruma comenzó a entrar en los tubos de cristal, rodeando a los chicos. Algunos permanecieron enhiestos, tragándose sus sentimientos, otros no pudieron evitarlo más, y lloraron, gimieron o incluso gritaron de miedo. Todos los Inhumanos eran criados, dirigidos hacia ese momento desde su nacimiento, pero no todos llegaban a él con la misma entereza. Las nieblas en las cámaras se fueron espesando, velando la visión del interior, y Medusa sintió un escalofrío. Aquel era el momento. Los chicos estaban solos, a la espera de lo que las Nieblas revelaran, ellos, su carga genética y las Nieblas Terrígenas, sin una mirada, sin un gesto amable. A pesar de todo lo que había vivido, Medusa no recordaba haberse sentido nunca tan sola como mientras las Nieblas Terrígenas la cambiaban.

Los minutos pasaron, despacio, tan lentos que parecía que la Relatividad se hacía evidente, el tiempo curvándose alrededor de aquellas urnas de cambio genético. Y luego las nieblas, tan silenciosas como habían llegado, comenzaron a disiparse, mostrando su obra sobre los muchachos. Algunas veces los cambios eran evidentes, otras no tanto. Al menos una de las chicas era una voladora, y mostraba dos enormes alas oscuras en sus hombros, con la textura de las sombras, alas que crecerían cuando estuviera fuera de la cámara y que la convertirían en parte de una elite dentro de Attilan, los voladores. Dos no tenían cambios obvios, aunque Medusa sabía que muchas veces, como en el caso de Karnak, Crystal, Máximus o el propio Rayo Negro, eran los más poderosos de entre los Inhumanos. Uno de los chicos lucía agallas en el cuello, y la piel resplandeciente por millares de finas escamas, una criatura acuática. De nuevo, la mente de Medusa voló hacia Tritón, pero de inmediato sus ojos se clavaron en una chica que aparecía de rodillas en el interior de su cámara. Sangraba profusamente por los ojos, y su sangre parecía brillar. Miró a Karnak, y a Rayo Negro, y vio que el primero ya corría hacia la cámara, y abría su puerta con habilidad. Introdujo medio cuerpo en la cámara y tiró de ella, sacándola de la cámara mientras la sangre borboteaba en la garganta de la muchacha.

-¡Traed a un sanador!-gritó Karnak, y toda falsa calma que pudieran mantener los testigos se disolvió. Hacía décadas, quizá siglos, que las Nieblas Terrígenas no dañaban a un Inhumano. Por supuesto habían realizado cambios que habían enloquecido a algunos, como le había ocurrido a Máximus, o que les habían transformado en aparentes monstruos, criaturas que se movían en silencio en los puntos más bajos de Attilan… pero aquella chica se estaba desangrando por los ojos y la garganta, como si las Nieblas la hubieran deshecho por dentro. Un espasmo recorrió a la muchacha, todos sus músculos se tensaron con tanta fuerza que se escucharon chasquidos en sus huesos y tendones, mientras ella buscaba a Rayo Negro con los ojos convertidos en un manantial de sangre roja.

-Los he visto…-masculló la chica, con la voz ahogada por la sangre-. Los he visto, vienen, y el Juicio es inminente… El mundo es culpable, culpable, culpable…

La chica continuó mascullando de forma ininteligible, mientras burbujas de sangre rompían en sus labios. Moviéndose a ciegas tomó a Karnak de la mano, y se sujetó a ella, en busca de un consuelo que el custodio no estaba acostumbrando a dar. Karnak permaneció allí, quieto y en silencio en los escasos minutos que llevaron a la muerte de la muchacha. Permaneció allí, de rodillas junto al cuerpo muerto mientras Medusa trataba de consolar a la familia de la muchacha, y se quedó durante horas, incluso después de que se llevaran el cuerpo.

La noche había caído en Attilan cuando las puertas del Templo se abrieron de nuevo, pero esta vez fue solo Rayo Negro quien las cruzó. Silencioso se situó junto a Karnak, que alzó los ojos y miró a su rey, para luego dirigir la mirada al suelo con humildad.

-Lo he visto cuando ella ha muerto, mi señor-comenzó a decir-. Era una Vidente, y la visión del futuro la ha matado. Sabía que vendrían tiempos difíciles para el mundo, pero no había imaginado nunca algo así. El Juicio para todos, mi señor…

Rayo Negro enarcó las cejas, y Karnak percibió el gesto.

-¿Qué sentido tiene un juicio cuando ya se nos ha declarado culpables?


Isla de Honau, Pacífico Sur.

-¿El Pensador Loco tiene su propia isla?-gruñó Ben Grimm, mirando uno de los monitores del Fantasticar que mostraba imágenes del exterior. Sobrevolaban una isla pequeña, completamente cubierta de vegetación salvo en el lado sur, donde había una playa, y con un promontorio situado en el nordeste-. Estirado, ¿qué estamos haciendo mal?

-Ya te he dicho varias veces como multiplicar tus ganancias en Bolsa, Ben-respondió Reed, casi sin prestar atención a su compañero, ocupado en revisar los escáneres que estaba realizando sobre la isla-. Sólo que no me haces caso.

-¿Qué tenemos, Reed?-intervino Johnny, tamborileando con los dedos sobre el brazo de su asiento, y Reed Richards se estira para permitir a Johnny ver los monitores, apartando su cuerpo distendido.

-Oficialmente… nada-respondió él-. Todos los parámetros son normales. Negativo en todo el espectro. La teoría es que la isla está vacía.

-¿Entonces qué hacemos aquí?

-En este caso, teoría y práctica son contrarias-replicó Richards-. El Pensador Loco es lo suficientemente inteligente como para cubrir su señal, sabe que un vacío puede ser más delator que un resultado positivo, así que la isla emite señales falsas en todos los campos del espectro. Incluso ha marcado pautas diferenciales, para que no parezca excesivamente normal.

-Vale, Reed, entonces, ¿cómo sabemos que no es una isla perfectamente normal?-preguntó Ben.

-Porque por muy inteligente que sea el Pensador Loco, yo lo soy más-respondió Reed-. Y porque debajo de sus emisiones de camuflaje, hay un resto de energía temporal procedente del rayo de taquiones que usó para inutilizar nuestras comunicaciones.

-Cuando dices estas cosas, me recuerdas tanto al Doctor Muerte que me das auténtico miedo-masculló Ben, y Reed se encogió de hombros.

-Tiene a la mujer que amo, Ben-respondió Reed-. Haré lo que haga falta. Pero hay algo que me desconcierta ahí abajo. Una pauta familiar, pero nueva al mismo tiempo.

-¿Qué es?

-Gemas del Infinito-suspiró Reed-. Es el mismo tipo de energía que desprendían las Gemas, y los Siete Hermanos.

Los tres guardaron silencio mientras el Fantasticar sobrevolaba la isla de nuevo, con Reed manipulando sus sondas para tratar de profundizar en las pantallas del Pensador Loco. En otro momento, probablemente esas lecturas hubieran provocado una reunión de todos los héroes de la Tierra, cada vez que las Gemas del Infinito hacían su aparición, significaba que todo el Universo corría peligro. Los Vengadores, la Patrulla-X, los Cuatro Fantásticos, Spiderman… todos se habían enfrentado a los poderes convocados por las Gemas del Infinito, y la mayor parte de las veces, habían estado a punto de perder. Pero ahora, las Gemas del Infinito habían adquirido un carácter más familiar para ellos, pues Susan había utilizado las Gemas para provocar su embarazo. Eso era lo que había atraído al Pensador Loco, el motivo de su interés por Susan.

Era algo de la familia.

Una alarma comenzó a sonar, y los tres miembros de los Cuatro Fantásticos saltaron como un resorte. Fue Reed quien señaló los tres puntos que aparecían en el radar siguiendo al Fantasticar.

-Misiles invisibles-murmuró-. Encubiertos con campos magnéticos neutros. Cualquier otro no los hubiera detectado hasta ser demasiado tarde.

-Estupendo, ya sabemos que eres el más listo-gruñó Ben-. Ahora, ¿podemos evitar esos proyectiles? No quiero convertirme en un montón de arena naranja de ojos azules.

-Eso es cosa mía-dijo Johnny, accionando los sistemas que le permitirían tomar el control de la nave-. Agarraos fuerte.

Con un brusco giro el Fantasticar se desplazó hacia la derecha, como una flecha, haciendo que los tres proyectiles que el radar había detectado pasaran a escasos metros de la posición que antes habían ocupado, y arrojando a Ben, que aún no estaba sujeto al asiento, hacia un lateral, con tanta brusquedad que de no haber sido por la velocidad de Reed, que le frenó extendiendo su cuerpo y utilizando sus brazos y piernas como anclas, le hubiera hecho estrellarse contra el fuselaje de la nave con un resultado desastroso.

-¡Johnny!-gritó Reed, tratando de asegurarse con Ben aún envuelto en su interior, pero Johnny permanecía con los ojos fijos en el radar, donde se veía que los misiles habían realizado un rápido giro para seguirles. De hecho, como si estuvieran guiados por algún tipo de inteligencia, dos de ellos aceleraron y se separaron del tercero, que permaneció detrás del Fantasticar, para realizar un ataque desde varios frentes. Una sonrisa un tanto turbia apareció en los labios de Johnny, que ni siquiera hizo amago de escuchar las quejas de Reed y Ben, antes de desconectar los sistemas de la nave. Movido por la gravedad, el Fantasticar comenzó a caer, y de nuevo Reed tuvo que afirmar sus extremidades como anclas para evitar que Ben se hiciera daño o se lo infligiese a ellos. Con los sistemas apagados, el radar dejó de mostrar los misiles, pero el temblor en el fuselaje del Fantasticar dejó claro que habían estallado fuera, a varios metros sobre ellos. Johnny volvió a activar los sistemas de navegación del Fantasticar, las luces volvieron y la nave se estabilizó. Antes de que Reed o Ben pudieran reaccionar, Johnny activó los sistemas de ataque del Fantasticar, lanzando un torpedo de protones contra las plataformas de lanzamiento de los misiles del Pensador Loco, que Johnny había detectado con los sistemas de localización de la nave.

-¡Basta!-exclamó Reed estirando su brazo por encima de Johnny y pulsando el panel para arrebatarle el control de la nave, poniéndola en automático mientras liberaba a Ben, que de inmediato se arrojó sobre Johnny, arrancándole del asiento.

-¿Estás loco?-gritó Ben-. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué es lo que cojones te pasa?

-¡No!-ordenó Reed, llevando su rostro hacia Johnny para mirarle a los ojos, mientras sus manos se movían como serpientes por encima de los paneles de control-. ¡Si te enciendes estamos perdidos, Johnny! ¡Si te enciendes nos habrás matado a todos! ¡Y habrás dejado a tu hermana en manos del Pensador Loco!

-Suéltame Ben-susurró Johnny, seco como el sonido de una serpiente de cascabel.

-En algún momento-gruñó Ben, dejando de nuevo a Johnny en el suelo-. No ahora, pero en algún momento, niño, vamos a tener que solucionar esto.

-Has anulado las lanzaderas de Dramm, pero has revelado nuestra presencia aquí…

-Reed, si los sistemas de defensa del Pensador Loco se han activado, ¿no crees que tendrá una alarma para intrusos? Sabe que estamos aquí, así que olvídate de la sutileza y vamos a entrar a por mi hermana. Desconozco que tipo de armas tienes aquí, pero si tienes algo realmente pesado, es la hora de liberarlo.

Reed miró a Johnny un segundo, tiempo más que suficiente como para que Reed hiciera un centenar de evaluaciones de la situación, y finalmente, se volvió hacia el panel de control y pulsó una secuencia sobre el panel holográfico, lo que provocó que salvo la cabina donde se encontraban ellos, el Fantasticar comenzase a cambiar, con paneles que se superponían a otros paneles, y grandes cañones de protones que aparecieron a ambos lados, perdiendo el aire elegante y aerodinámico que lucía normalmente el Fantasticar para convertirse en una nave de guerra.

-¿Cuándo has convertido esto en un transformer?-preguntó Ben, y Reed se encogió de hombros-. Claro, entre alguna cena y el postre, lo de siempre.

Sin comentar nada, Reed lanzó una serie de proyectiles de carga de pulso magnético sobre la isla, creando una cortina de flujo para interferir las defensas del Pensador Loco. Los proyectiles magnéticos fueron seguidos de un baño de rayos gamma de baja frecuencia con los que mapeó la zona, y acto seguido, una tercera andanada de cargas explosivas y excavadoras que localizaron la parte más accesible de la guarida del Pensador. El Fantasticar aterrizó cerca de una pared derrumbada de la colina que dominaba la isla, y Johnny fue el primero en salir, rodeado de llamas y volando derecho hacia las cuevas, seguido de sus compañeros. Como una maquinaria bien engrasada, la Antorcha Humana, Mister Fantástico y la Cosa se introdujeron en el refugio del Pensador Loco. Los explosivos de Richards habían revelado construcciones y diseños de alta tecnología en el interior de la falsa colina, y túneles que se introducían en las entrañas de la isla.

-¡Cuidado!-exclamó la Cosa, y Johnny maniobró a toda prisa en el aire para evitar la gigantesca mano de uno de los grises androides del Pensador. La Cosa saltó sobre la criatura sin rasgos, y le golpeó con toda la fuerza que pudo reunir, intentando sobrecargar los sistemas del androide. Ben Grimm recibió de pleno un golpe del Androide mientras se incorporaba, y Reed saltó sobre él, expandiéndose sobre su rostro para evitarle bloqueando sus lentes de percepción.

-¡Aparta, Reed!-gritó Johnny, y Mister Fantástico pudo apartarse justo a tiempo, antes de que la llama de la Antorcha Humana alcanzara de lleno al Androide. Normalmente ese tipo de ataques no servían de mucho en los constructor del Pensador Loco, pero en ese momento, la masa que formaba al Androide comenzó a crepitar y deshacerse, mientras el aire alrededor de ellos comenzaba a calentarse. Johnny ardía al rojo blanco, deslumbrante como una estrella, y esta vez fue Ben quien tuvo que cubrir a Reed, notando como la masa pétrea que formaba su piel se secaba y resquebrajaba debido al calor. Cuando pensó que estallarían en llamas, una brisa fría sustituyó el calor ardiente provocado por el ataque de la Antorcha Humana. Ben y Reed se atrevieron finalmente a abrir los ojos, y pudieron ver a Johnny, apagado junto a los restos derretidos del Androide.

-Vamos a por Sue-dijo sin esperar los reproches de sus compañeros por utilizar esa cantidad de calor dentro de la atmósfera, de forma irresponsable… aunque jamás se habían quitado de en medio a uno de los Androides del Pensador Loco con tal velocidad. Johnny comenzó a andar hacia el interior, rodeándose de llamas.

-¡No!-gritó Reed-. ¡Es una trampa!

Johnny se detuvo en seco, y estaba volviéndose hacia su cuñado cuando escucharon un pequeño crujido y un latido eléctrico en el aire. Y al instante, tanto Johnny como Reed y Ben estaban completamente inmóviles, convertidos en estatuas humanas, mientras el Pensador Loco y dos de sus androides imposibles aparecían de uno de los pasillos laterales.

-Sabía que mis bombas conceptuales os encantarían-reía Dramm, acercándose a Johnny y golpeando con los nudillos el brazo del chico, completamente rígido e inmóvil, como si fuera hielo o piedra-. Era una idea en la que estaba pensando un tiempo, transformar ideas en armas. Este es el primer ejemplo, el de orden. Mi bomba conceptual ha ordenado todas vuestras moléculas, y ya sabéis lo que significa el orden absoluto: completa inmovilidad. El efecto del Cero Absoluto, vuestras partículas completamente detenidas. Me hubiera gustado poder debatirlo con usted, Doctor Richards. Tengo grandes ideas sobre la bomba opuesta a esta, la del Caos, he aprendido mucho sobre las emanaciones que brotan de los residuos de la Gema de la Entropía en tu mujer. Con el tiempo, quizá, Doctor Richards, podamos tener una larga charla sobre esto. Ahora, si me disculpa… tengo que viviseccionar a un ser cósmico.

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2 Responses to Los 4 Fantásticos #5

  1. MarvelTopia says:

    Trampas inteligentes del Pensador… como molan…
    Y los Inhumanos… ¿tú también te quieres deshacer de los mutantes?

  2. Tomas Sendarrubias says:

    Ni de coñaaaaaaaaaaaa

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