Superhumanos #46

Por Ibaita


Fecha de publicación: Mes 223 – 3/17


VOLUMEN IV: LA GUERRA KREE-SKRULL

Anual 4: El microchip

Colorado, Estados Unidos. 1984.

Una estela borrosa atravesaba las montañas a plena luz del día. Muchos montañeros aseguraron haber visto un OVNI, o quizá uno de esos extraños superhumanos que aparecían ocasionalmente por el planeta.

Era más bien lo segundo. El agente de la Interpol Banshee volaba, satisfecho después de una misión bien cumplida. Había combatido contra IMA y contra su líder, MODOK, que sin embargo había podido escapar en la destrucción de la base. Pero bueno, de todos modos ahora IMA tenía una base menos, y, lo que era muchísimo más importante, Banshee había conseguido un valioso microchip.

Aquel microchip supuestamente contenía información sobre alguien o algo llamado Agente de Poder. Al parecer, era una persona capaz de proporcionar superpoderes a cualquier persona; y, por algún motivo, no parecía trabajar para ningún gobierno o agencia secreta. Y, sin embargo, todo gobierno y agencia secreta quería conseguirle, claro. Al fin y al cabo, todos los superhumanos que aparecían por todo el mundo eran o bien mutantes o bien accidentes. No había nadie que pudiera crear superpoderes salvo ese tal Agente de Poder; así que, definitivamente, le necesitaban. Alguien así podría, por fin, estabilizar el poder. Se acabaría el comunismo, se acabaría la independencia, se acabaría cualquier desafío a los intereses de quienes de verdad gobernaban el mundo.

Igual daba hasta demasiado poder, pensó Banshee. Pero bueno, no era asunto suyo: si él lo entregaba, le recompensarían muy sustancialmente. Esto es lo que estaba pensando cuando unos pequeños misiles, casi fuegos artificiales, estallaron frente a él.

El agente de la Interpol viró rápidamente para esquivarlos, chocando inevitablemente contra la ladera de una montaña. Cayó rodando, aturdido, hacía el lugar del que habían salido los misiles. Se incorporó rápidamente, pero un lazo se cerró alrededor de su garganta.

El lazo se apretó aún más. Banshee apenas podía respirar, y desde luego no podía gritar para usar su poder mutante. «Como un jodido aficionado», pensó. «Me han capturado como a un jodido aficionado.»

Un tirón de lazo le dejó tumbado boca arriba, y una bota de cuero le apretó aún más la garganta. Banshee contempló a su captora. Llevaba un traje de cuero negro ajustado, un cinturón y unas muñequeras cargadas de armas, y su bello rostro estaba enmarcado por una melena pelirroja.

Sabía quién era, por supuesto. Todo el mundo lo sabía. Irónicamente, era una espía tan buena que había saltado a la fama, y aún así seguía pudiendo hacer su trabajo. Aún cuando todo el mundo podía reconocer su rostro. La legendaria Natasha Romanoff, la Viuda Negra, al servicio de la URSS.
-Ya era hora, Cassidy-dijo la espía-. Llevaba meses esperando a que me hicieras el trabajo sucio: no había ni un resquicio por el que colarse en el cuartel de IMA, y yo, pobre de mí, soy una débil muchacha incapaz de entrar por la puerta principal y enfrentarme a MODOK cara a cara. Así que, gracias. Ha sido mucho más fácil así.

Banshee permaneció inmóvil. Sabía que es lo que tenía que hacer, pero pensaba esperar a que la Viuda se lo ordenara directamente. Simple orgullo.

-Venga. Dame el microchip. Tu tráquea está a punto de partirse, y no queremos eso, ¿verdad?

Cumplido el trámite, el agente se llevó la mano al bolsillo y le tendió a la Viuda lo que pedía. Ésta lo recogió y se despidió con una sonrisa, desapareciendo ladera abajo mientras Banshee recuperaba el aliento.


Moscú, URSS. 1984.

Los sótanos más profundos del Kremlin eran un lugar en el que muy poca gente podía entrar. Aquellos pasadizos y laboratorios habían sido diseñados para el programa de entrenamiento de los Supersoldados Soviéticos. El capitalismo no tenía un proyecto semejante, pero sí tenía superhumanos trabajando para la Interpol, la CIA, etc. El único supersoldado que dependía directamente del Gobierno de EEUU era el Capitán América, por lo que los Supersoldados Soviéticos parecían una gran idea.

No tardaron mucho en fallar. La Dínamo Carmesí murió en combate contra el Capitán América. Estrella Oscura aparentemente se consumió en un agujero negro creado por su propio poder. Osa Mayor murió deteniendo a una extraña secta que pretendía invocar al dios Perun. Y, finalmente, el Guardián Rojo murió en EEUU, se cree que a manos del coronel Ling, que traicionó a la URSS.

Por suerte, aparecieron dos soluciones, de manos del agente Iván Petrovich y del físico conocido como la Presencia, respectivamente: la Viuda Negra y Rojo Omega. Esta vez fueron más discretos, y, como agentes de la KGB, habían demostrado ser mucho más eficaces.

De modo que, cuando la Viuda Negra bajó a aquellos sótanos ahora ocupados por la KGB, nadie se sorprendió. La misión había tenido éxito: había recuperado el microchip de manos del agente enemigo Banshee.

-Perfecto-murmuró Petrovich-. Esto es perfecto, Viuda. Esta información sólo la tiene IMA, y está totalmente desaprovechada… con sus recursos, apenas pueden hacer nada. Pero nosotros sí podemos. Este microchip puede cambiar totalmente el curso de la Guerra Fría.

-Eso espero-sonrió la agente-. No me gusta que me usen para trabajos poco importantes, ¿sabes?

Petrovich iba a contestar algo, pero calló de repente cuando la tierra empezó a temblar. A su alrededor, todos estaban perplejos.

-Este sitio se hunde-gruñó la Viuda, justo antes de comprender la gravedad de la situación-. ¡Salgamos de aquí! ¡Ya!

Pero era demasiado tarde. El suelo comenzó a agrietarse por distintos puntos, y unas extrañas criaturas amarillas de aspecto humanoide empezaron a salir de las grietas adoptando posturas imposibles, como si fueran contorsionistas acostumbrados a moverse por los túneles más pequeños.

-¡Topoides!-gritó la Viuda-¡No puede ser casualidad, vienen a por el microchip!

-¡Maldita sea!-rugió Petrovich sacando su pistola-¡Pensaba que sólo atacaban a los capitalistas!

La Viuda Negra derribó a dos topoides al momento con sendas descargas aturdidoras surgidas de sus muñequeras, pero cada vez había más grietas, y cada vez salían más. Ya debía de haber docenas de ellos.

-El Hombre Topo ataca a quien tiene el dinero. Y esta vez nos ha tocado a nosotros.

Todos los agentes de la KGB que tenían un arma a mano conseguían matar a bastantes topoides. De todas formas, las extrañas criaturas amarillas tenían menos fuerza física que un humano normal, eran como niños. Pero había cientos, y cientos. Los agentes apenas se podían mover. Poco a poco, sus pequeños dedos comenzaron a arrebatarles las pistolas.

Cuando la total desventaja ya era evidente, uno de los topoides recuperó el microchip del cinturón de la Viuda y escapó con él chillando de alegría. Los demás se fueron retirando poco a poco, perdiéndose por las grietas por las que habían entrado.


A 1600 metros bajo la superficie de Yabal Ansariyya, Siria. 1985.

El anciano Hombre Topo, visiblemente encorvado y ciego, envuelto en un traje verde, no parecía imponer demasiado respeto; especialmente frente a su interlocutor, un hombre joven y musculoso que portaba una armadura de combate. Sin embargo, era uno de los terroristas más peligrosos del mundo y comandaba a millones de topoides y un buen número de criaturas más peligrosas: no era alguien para tomárselo a broma.

-No lo entiendo-insistió el joven-. Has robado el microchip más valioso del mundo, que es la parte difícil. Y ahora, contratas a un mercenario para venderlo.

-Mis topoides son más eficaces que cualquier mercenario. Sin embargo, no sirven para moverse en el mercado de la superficie. No saben hablar, mucho menos saben negociar. Ahí es donde entras tú, Paladín.

-Entonces, ¿mi trabajo es simplemente vender este microchip y darte el dinero, quedándome con un 15 % de las ganancias? ¿Para eso contratas a uno de los mejores mercenarios del mundo?

El Hombre Topo sonrió.

-Bueno, puede que haya más gente que va tras el rastro de ese microchip. Y puede que intenten quitártelo.

-Entiendo. Así que será peligroso.

-Sino, no te habría contratado.

-En ese caso, quiero el 25 % de las ganancias.

-Estás tentando a la suerte. Sólo eres un mercenario.

-Y sin embargo, has acudido a mí directamente. Será porque soy un buen mercenario, ¿no crees?

-20 %.

-Está bien, 20 %.

Paladín aceptó el microchip, se lo guardó en el bolsillo y se dio media vuelta.

-¿Cómo confías en mí? ¿Y si después de vender el microchip me largo con el dinero?

-Entonces, mis topoides te encontrarán igual que encontraron a la Viuda Negra. Y te aseguro que terminarás mucho, mucho peor que ella.

El mercenario asintió y se marchó. El Hombre Topo se frotó las manos en la oscuridad. Aquel microchip debía valer miles de millones. Con ese dinero por fin podría construir un digno reino subterráneo con palacios de mármol llenos de mujeres increíblemente atractivas como jamás había podido soñar…


Aniana, Symkaria. 1986.

-Pierdes el tiempo-bufó Marta Plateada-. Paladín estuvo aquí el año pasado, aunque no creo que lo haya vendido todavía. Algo así no se vende fácilmente, tendrá que recorrer el mundo para encontrar al mejor postor, porque la diferencia entre el mejor postor y el segundo mejor en un objeto tan valioso puede ser de cientos de millones.

-¿Por qué tendría que creerte?

Marta, jugando con uno de sus discos -chais, los llamaba ella-, miró burlonamente a la agente Peggy Carter.

-Dímelo tú. Eres una de las mejores espías del mundo, ¿no deberías saber cuándo miento?

-Y tú eres una de las mejores mercenarias, deberías saber mentir.

-Bien visto. Entre tú y yo, el rey Stefan no quiere desafiar abiertamente a tu gobierno.

-Eso es una novedad.

-No, no lo es. Symkaria se encuentra en Europa del Este y aún es una monarquía, ¿cómo crees que funciona eso? Mantenemos negocios con la URSS y una relación más o menos abierta, por cercanía geográfica principalmente, pero ellos no nos ven en absoluto con buenos ojos. Lo que el rey Stefan intenta es mantener una posición neutral en esta absurda Guerra Fría, así que no va a comprar un microchip que EEUU está buscando tan desesperadamente.

-Entiendo. Y tú, Marta… ¿Con quién estás?

-¿Tú qué crees? Mi padre cazó nazis hasta que murió, yo he heredado su nombre y cazaré nazis hasta que muera. Quién me pague más por ellos me da lo mismo. Ahora mismo es Israel, en el pasado han sido tanto EEUU como la URSS.

Peggy Carter sacó un fajo de billetes.

-Espero que esto te suelte la lengua, entonces.

-Puedo hasta cantarte los éxitos de Lila Cheney.

-Paladín y tú habéis trabajado juntos en varios casos. Antigüedades robadas vendidas al Forastero, algunas a manos de Zorro Negro, captura del neonazi Max Lohmer que terminó en un combate en el que murió, captura del dr. Faustus…

-Vale, vale, veo que has hecho los deberes.

-Os debéis de llevar muy bien.

-Somos colegas, por eso acudió a mí en Symkaria. ¿Y?

-¿A dónde iría ahora?

-Bueno, me dijo que intentó vendérselo a ese colgado que se hace llamar el Amo del Mundo, y nada, no tenía bastante dinero. Lo mismo con Moses Magnum, por muchas armas que compre y venda no tiene tanto dinero como hace creer. En Latveria no ha estado o me habría enterado, Von Doom debe de asustarle, pero… ¿ves la pauta?

-Creo que sí-asintió Carter.

-Está rastreando todo el mercado internacional menos Estados Unidos. Porque sabe que le buscáis y no quiere meterse en la boca del lobo. El problema es que los mayores millonarios están allí, así que, conforme se le agotan las opciones… y ya lleva un año de fracasos, deben de estar cerca de agotársele… tendrá que recurrir a EEUU. Ahí es dónde debes buscarle.


Hollywood, California. Estados Unidos. 1986.

Howard Stark se encontraba tumbado en la cama. Estaba gravemente enfermo. Le quedaban un par de años de vida, como mucho, y todo ese dinero no servía para curar el cáncer, pero lo peor de todo es que ya ni disfrutaba de las prostitutas ni de las drogas más allá de la dosis de morfina necesaria para soportar el dolor cada día. Alguien llamó a la puerta.

-Pasa, Jarvis. Ya era hora-ordenó.

Un mayordomo de unos 50 años entró en la habitación, seguido, eso sí, por un hombre encapuchado que le apuntaba con una pistola a la nuca.

-Si haces el menor amago de algún tipo de alarma, le vuelo la cabeza a tu mayordomo. Y si vuelves a hacerlo, te vuelo la cabeza a ti. Estáte tranquilo. Sólo quiero hablar.

-Curiosa forma de hablar-dijo Stark con voz apagada desde la cama, pero sin perder ni un ápice de su arrogancia habitual-. Acabo de contratar a una secretaria guapísima llamada Pepper. ¿No te ha dado una cita?

-Los negocios que quiero hacer contigo son negocios que deben ser hechos sin llamar la atención. No se me ocurría otra forma de hablar contigo sutilmente.

-Bien, entonces ya puedes soltar a mi mayordomo, me encanta hacer negocios.

Paladín asintió y bajó la pistola.

-¿No hay nadie más en la casa? ¿Tu mujer y tu hijo?

-¿María? No me hagas reír. Esa puta me engañó para que me casara con ella porque estaba embarazada. Está con Tony de vacaciones por ahí vete a saber dónde esperando a que me muera de una puta vez para cobrar la herencia y poder ser una ricachona que se folle a hombres más atractivos que yo. Y Tony también andará follándose a todo lo que pille. Tiene catorce años, a su edad yo ya me había tirado a todas las jovencitas ingenuas de mi ciudad.

-Estupendo, así que así es cómo funciona la vida de los ricos, ¿eh? Está bien, podría acostumbrarme.

-Crees que te voy a hacer rico, por lo que veo.

-Eso espero-Paladín extrajo el microchip y lo mostró. Stark silbó impresionado.

-Vaya, vaya. Así que ése es el microchip que está buscando todo el mundo, ¿no? Interesante.

-¿Cuánto me das por él?

-Cincuenta dólares.

-¿Disculpa?

Stark se encogió de hombros.

-La competencia es dura. No he podido asistir a la reunión anual del Club Fuego Infernal. Obadiah Stane se está comiendo todos mis contratos, y eso no cambiará hasta que yo me muera y Tony herede Stark International. Estoy muriéndome, la gente lo sabe, y se está preparando para sustituirme. Si ese microchip cayera en mis manos, lo que harían sería matarme directamente y quedárselo ellos. No me traería más que problemas. Así que te ofrezco cincuenta dólares por él, y porque soy generoso.

-Hijo de puta-murmuró Paladín, marchándose de la habitación.


Hollywood, California. Estados Unidos. 1986.

Paladín miró el microchip en su mano. ¿A dónde iría ahora? ¿Tal vez a donde el tal Obadiah Stane? ¿Y quién coño era ése? No salía en los periódicos. Seguro que era uno de esos ricos que llevan todos sus negocios en secreto y dominan el mundo sin que nadie lo sepa. Pero un altavoz le sacó de sus pensamientos.

-Paladín, estás rodeado. Entrégate ahora mismo. Tírate al suelo y pon las manos detrás de la nuca.

-Mierda…

El mercenario pudo ver entre los árboles siluetas que se movían. Soldados, parecía ser. Tal vez con apoyo de alguna agencia, ¿la CIA, quizás?

-¡Que os follen!

Tiró una bomba de humo al suelo rápidamente y saltó hacia atrás. Aún así, tres balas le alcanzaron. Con su armadura, notó el impacto, pero no le hizo mucho daño.

-¡Llevo el microchip encima! ¿Queréis cargároslo de un tiro, subnormales?

-¡Tiene razón! ¡Alto al fuego!

Los soldados obedecieron y se detuvieron. Paladín salió corriendo a toda velocidad por los bosques de Hollywood.

-¡No podéis cogerme sin arriesgaros a dar al microchip, imbéciles! ¡Ya podéis despediros de mí!-sonrió.

-Creo que hay una alternativa-dijo una voz justo tras él.

Se giró sorprendido. ¿Alguien le había alcanzado corriendo? ¿Cómo…? Tampoco tuvo mucho tiempo de meditarlo, una enorme masa de músculos le hizo un placaje y le tiró al suelo.

-¡Buen trabajo, Nuke!-dijo otro de los soldados.

Tampoco es que Paladín tuviera intención de dejarse coger por el tal Nuke. Se libró con una finta, le dio un codazo en la cara con todas sus fuerzas y después, desenfundando su pistola, le pegó un tiro en el pecho.

Nuke respondió con un fuerte puñetazo en su cara, después le empujó y rodó.

-¿Qué coño eres…?-murmuró Paladín, siendo consciente de que tenía a un superhumano frente a él.

-Soy tu muerte.

El supersoldado embistió de nuevo. Paladín le esquivó al tiempo que disparaba contra otros dos soldados que tenía cerca, matando a éstos, eso sí. Nuke atacó rápidamente con una patada tan rápida que el mercenario apenas pudo verla, y salió despedido hacia atrás. Deslizó el microchip rápidamente en una bolsita de su cinturón, y Nuke volvió a la carga.

Un rápido intercambio de golpes y Paladín pudo atravesar el cuello del supersoldado con una bala, haciendo que rugiera de dolor. Sin embargo, éste agarró el cinturón al tiempo que retrocedía, arrancando la bolsa y llevándose el microchip.

-Bien…-sonrió-No me gusta abandonar un combate, pero soy un soldado. Cumplo órdenes.

Acto seguido, dio media vuelta y echó a correr.

-¡Eh! ¡Vuelve aquí! ¡Ni se te ocurra escaparte!

Paladín comenzó la persecución. Nuke corría a una velocidad sobrehumana, y Paladín iba perdiendo ventaja, pero mientras corría, fue soltando una granada de su cinturón.

Metros más adelante, cuando Nuke llegaba a Lake Hollywood, una granada explotó tras de él. La onda expansiva le lanzó volando al lago.

-¡Mierda, mierda, mierda!

Paladín llegó a la orilla, apretando los dientes. Nuke nadaba en la superficie del lago, con un gesto similar.

-Estos microchips no son ni de coña resistentes al agua, ¿no?-dijo el mercenario.

-Puedes jurar que no. Están específicamente hechos para destruirse así.

Era lo malo de los asuntos de espías: no basta con crear datos fáciles de ser transportados, también tienen que ser fácilmente destruibles por si hay riesgo de que caigan en manos del enemigo.

-Ni para ti ni para mí, entonces-Paladín se encogió de hombros-. Adiós a mi jubilación. Nos vemos.

-Sí, eso, escapa, hijo de puta.

El mercenario desapareció entre los árboles y el supersoldado echó a nadar hacia la orilla. Sea quien fuere aquel Agente de Poder, sus secretos estaban a salvo: los que permanecían con IMA segurían con IMA y los demás, hasta IMA los había perdido. El mundo seguiría con una cantidad muy reducida de superhumanos durante unos cuantos años más.


ACADEMIA XAVIER DE JÓVENES TALENTOS

Y en el próximo número, empezamos el volumen V.

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