Castigador #19

Castigador #19Su familia murió por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Lo ha perdido todo y no le queda más que la venganza. Ese día Frank Castle murió para convertirse en EL CASTIGADOR.

#19 – Espera, espera, creo que estoy empezando a recordar algo…
Por Raker


Fecha de publicación: Mes 14 – 6/99


Hace apenas un día y medio un hombre se despertó en el agua en mitad del río Hudson, alguien le vio desvalido y le trajo a su casa, allí comenzó a recordar, algunos sueños que quizás se referían a su vida antes de la amnesia. El piso es pequeño, apenas un par de habitaciones, en la sala principal hay un sofá, al lado de la puerta, y en frente del sofá una pequeña, muy pequeña televisión apagada. En el sofá hay un hombre sentado, que acaba de abrir los ojos, volviendo de un confuso recuerdo, distante, que tal y como podría ser de hace un día, podría ser de hace seis meses, o quizás incluso más, de cuando salió el primer número de esta colección.

De su boca sale una suave exhalación, poco antes de que se pueda oír el ruido de unos pasos en las escaleras, en apenas unos segundos el tic tac se convierte en un repiqueteo, y entonces la puerta se abre ruidosamente, con un chirrido que bien podría haber salido de la puerta del infierno, y alguien entra, y el contraste con su angelical voz despierta al hombre del sofá.

– ¿ Qué tal estás ?

– ¿ Por ?

– …Solo por preguntar.

– …perdona, bien.

– Ya he vuelto del ensayo.

– ¿ Qué tal ?

– Muy bien, estaremos listos para estrenarla dentro de una semana, y creo que va a ser por todo lo grande, si esto funciona seguramente algún cazador de talentos se fijará en mí.

Ella se sienta suavemente junto a él en el sofá.

– ¿ Qué hora es ?

– Las… once y media.

– Ya es bastante tarde.

– Sí, estoy un poco cansada.

– Duerme tú hoy en la cama.

– Oh, no, da igual.

– Insisto.

– Vale, yo creo que voy a acostarme ya, mañana tendremos que levantarnos temprano.

– De acuerdo, buenas noches.

– Buenas noches

Y entonces se levanta y suavemente le roza el hombro con la mano. De una manera que parecería accidental si no fuera por que ella es actriz. Él se da cuenta, pero no hace nada. Un par de minutos después él está tumbado sobre el sofá, con los zapatos quitados, y ella vuelve del baño, con camisón, mira a la salita, lentamente durante un instante, y luego baja la mirada y entra en su cuarto.

La noche es corta, y el amanecer del día siguiente también, a primera hora de la mañana están en el hospital, preguntan por la amiga enfermera de Alice, la esperan un par de minutos, arreglan algo de la seguridad social, unos papeles, y luego pasan a una pequeña sala donde hay algunos aparatos extraños, le hacen unas cuantas pruebas, un escáner, análisis con nombres realmente complicados, y después de unos veinte minutos pasan a un cuarto donde le hacen otra prueba psicológica; antes de salir él se fija en unas cartulinas apartadas en un rincón con extraños dibujos de manchas, – Es el test de Rorschach, no se hace en casos de amnesia – le dice la enfermera, y él piensa interiormente que le suena ese nombre.

Poco antes de salir uno de los médicos se queda mirándole fijamente unos segundos, como si su cara le recordase a alguien, pero cuando él le devuelve la mirada el médico frunce el ceño y decide olvidarlo. La enfermera le dice que los resultados estarán en un par de días, que ella se ocupará de todo. Y se despiden.

Hoy hace un día muy soleado, los dos pasan toda la mañana paseando, hablando de casi cualquier cosa que pudiera pasar por la mente de Alice; poco antes de comer llegan a casa, después de haber pasado por una pequeña tienda donde compran algo de pasta italiana; comen rápido, comprueban que en la televisión no emiten nada interesante, como de costumbre, y ella se pone a ensayar la última obra en la que participa, le pasa a él la copia del guión, ella interpreta su papel mientras él se limita a leer sus líneas del texto, intentando que no parezca demasiado ridículo.

La tarde pasa aún más rápido que la mañana. Poco antes de cenar, mientras Alice esta fregando los platos suena el teléfono, deja inmediatamente lo que está haciendo y contesta, es su amiga, la enfermera: alguien del hospital, quizás el doctor que se fijó en él en el hospital, piensa interiormente cuando ella le cuenta la llamada, le ha reconocido, y que ha venido una patrulla de soldados armados buscándole, y han conseguido la dirección de ella, la advierte de que posiblemente estén dirigiéndose para allá, y le ruega que salga de ahí lo antes posible.

Alice se lava rápidamente las manos y va a su cuarto a coger una cazadora y algo de dinero mientras repite en voz alta lo que le ha dicho su amiga, pero cuando se disponen a salir un disparo proveniente del otro lado de la puerta le hiere a él en el muslo, él espera a que entren los soldados, noquea al primero con un puñetazo y con el arma que éste llevaba al hombro dispara a los dos de detrás, salen corriendo y tira el rifle antes de abrir la ventana de la sala, baja por la escalera de incendios hasta abajo intentando hacer el menor ruido posible y se meten por una callejuela, despistando a la pareja de soldados que esperaba en el portal, siguen corriendo sin parar, y al cabo de unos minutos ella tiene que parar para recuperar la respiración.

No pueden volver allí, y cuanto más tiempo estén en la calle más fácil es que puedan encontrarlos, así que se meten en el primer hotelucho que ven. Que resulta ser un antro de mala muerte, entran, preguntan los precios, y con el poco dinero que llevaba ella pueden pagar el depósito y dos días de una única habitación.

Suben por la ruinosa escalera de madera, que cruje con cada paso, hasta llegar al tercer piso, llegan a la cuarta puerta a la izquierda, y abren con la llave medio oxidada la completamente oxidada cerradura, entran en la habitación, y ella se sienta en la cama, entonces comienzan a hablar de lo que ha ocurrido hace unos cuantos minutos.

Él no tiene una explicación razonable para el asalto de los soldados, y ella no puede más que suponer que en realidad lo que presuponía al principio, cuando le recogió del río y le metió en un taxi, que quizás fuera un criminal buscado, y sin embargo, quién iba a suponer que tal y como se había portado podría ser alguien tan peligroso como para tener que intentar asesinarle.

A pesar de todo, todos sus temores se desvanecieron cuando él la preguntó si seguro estaba bien, si necesitaba algo, o si tenía hambre y quería que fuera a comprar algo, y entonces ella se dio cuenta de que él tenía una herida en la pierna, fue al baño y pudo encontrar desinfectante y una venda, le limpió la herida y le recostó en la cama.

Entonces él le dijo que ahora tenía más necesidad que nunca de averiguar quién era realmente, y que seguramente esta noche tendría que salir, y si pasaba algo quizás no volvieran a verse, aunque si sobrevivía, estaría aquí la mañana siguiente, esperándola en la sala de recepción del hotel. Ella le dijo que al menos tendrían que despedirse, por si acaso. Y él pensó igual que ella en lo que podría ser una buena manera de despedirse y darle las gracias.

Una lenta media hora después la dejé dormida en la cama, me levanté, volví a vendar la pierna, me puse la ropa, arropé a Alice con la sábana, y salí de la habitación, con la intención de averiguar por qué habían intentado matarme, y volver a la mañana siguiente para contárselo a ella, después de todo era lo menos que le debía.

Me dirigí al puente, fui andando tranquilamente, fijándome en casi todo el mundo, y en si ellos me miraban, y cómo me miraban. No hacía tanto calor como por la mañana, pero tampoco frío. Aunque parecía que se iba a poner a llover dentro de poco. Las callejuelas por las que me metía seguramente estaban plagadas de ladronzuelos ni siquiera con edad como para afeitarse, armados con navajas o quizás alguna pistola que seguramente no sabrían ni manejar, pero últimamente eso era lo que menos me preocupaba.

Llevaba ya cuatro o cinco manzanas cuando me topé con un grupo de pandilleros que estaban pegándole una paliza a un hombre negro al que le habían quitado casi toda la ropa, y la sangre manchaba lo que aún tenía puesto, parecía un tipo duro, aguantaba los golpes sin gritar, pero no iba a seguir mucho tiempo vivo si nadie le ayudaba, miré alrededor y no vi a nadie, así que cuando noté que dejaba de responder a las patadas me dirigí hacia él, con la intención de salvarle, pero se me adelantaron doce o trece tipos que venían corriendo desde lejos, tipos cachas, también negros, que llegaron y se pusieron a pegar a los pandilleros que estaban dando una paliza a su amigo, uno de los blancos quiso huir, y vino corriendo en mi dirección, al otro lado de la calle, cuando pasó a mi lado le hice la zancadilla, uno de los que acababan de llegar le cogió y le machacó a puñetazos y después me miró y me dijo «gracias, tío» o algo así. No creo que lo que hice fuera algo bueno ni justo, pero me pareció divertido, y después me di cuenta de lo asqueroso que era que eso me pareciera divertido, y me di cuenta de que estaba comenzando a cambiar, si es que alguna vez había sido como yo creía que era.

No me quedé para ver cómo terminaba la pelea, seguí caminando en la misma dirección que levaba, hacia el puente, otras tres o cuatro manzanas, y me encontré con uno de esos pirados a los que se les ocurre salir solos a estas horas, que seguramente acabaría en una acera, acuchillado, el tipo estaba quemando contenedores de basura, sacaba una caja de cerillas, la encendía y luego la tiraba al cubo, y allí esperaba hasta que salían llamas, me quedé mirando cómo quemaba tres cubos, antes de salir corriendo cuando oyó una sirena, que al pasar resultó ser una ambulancia; pensé que quizás se dirigía a la pelea que había estado viendo antes.

Un par de manzanas más adelante la calle estaba más oscura, quizás la luna quedaba tapada por los nubarrones o por los edificios de apartamentos, o quizás las farolas iluminaban menos, las que no estaba rotas, pero la calle se volvió más negra, seguí caminando y llegué a una de esas calle que están plagadas de putas meneándose en una y otra acera, estaba demasiado ocupado como para fijarme en ellas, así que seguí, pero tuve la mala suerte de aparentar que venía buscando sexo.

Una mujer gorda, fea, con medias rotas y ropa sucia, y michelines que sobresalían de la ajustada falda que le llegaba a los muslos, dejando ver, o más bien deprimiéndole a uno al ver las rollizas piernas, se me acercó de manera insinuante, empezó a soltar tonterías, y cosas que le gustaría hacer conmigo, y otras cuatro o cinco mujeres alrededor nuestro la animaron, me silbaron, e intentaron robarle el cliente a «la gorda«, como creí entender se llamaba, pero ella las apartaba a golpes mientras me reclamaba como su premio; todo mientras yo seguía andando tranquilamente, ignorando a todo el mundo, caminando en la misma dirección, una manzana más arriba «la gorda» y sus compañeras de profesión se cansaron de mí y volvieron a sus puestos, lo que agradecí sinceramente.

Diez minutos más tarde encontré un tipo curioso. La calle se ensanchaba, en la esquina del edificio de enfrente a la izquierda, había un tipo que miraba a uno y otro lado, y sacaba y volvía a meter en un bolsillo interior de la cazadora algo que parecía una bolsita, dentro de la cual supuse que había o droga o harina. Pero lo que me llamó la atención fue un hombre, que se acercaba al camello por el lado que éste no podía ver, es decir, que iba en la dirección contraria a la que llevaba yo, e iba a encontrarse con el camello al doblar la esquina.

El hombre iba vestido como una especie de Drag Queen, llevaba unos leotardos negros, y una camiseta del mismo color, ajustada, que le marcaba la inmensa barriga, en la camiseta había dibujada una clavera, parecida a la de las banderas de los piratas. Me hubiera puesto a reír a carcajadas de no ser por que el hombre llevaba un bate de béisbol, y por la cara que ponía, de estreñimiento, parecía dispuesto a usarlo. El hombre, que me recordaba ligeramente a «la gorda«, se puso a darle con el bate al camello, del primer golpe lo tumbó, aunque no es un gran mérito teniendo en cuenta la pinta de enfermo que tenía este, le dio otros tres o cuatro golpes entes de que aparecieran dos amigos, o clientes, quién sabe, del camello, que cogieron una tapa de un cubo de basura y se pusieron a golpear al hombre embutido en la bandera de pirata, hasta que lo dejaron retorciéndose en el suelo, pensé que sobreviviría, y que se lo tenía merecido por vestir como un capullo.

Unos cinco minutos después estaba a apenas doscientos metros del puente, me metí por una callejuela, para atajar, y me dí cuenta de que había alguien ahí, supuse inmediatamente que pensaba robarme el dinero que en verdad no llevaba.

No pensé en huir, en todo caso podría inmovilizar al tipo sin problemas, pero por detrás de él se acercaba un hombre, que bien podría haber sido sacado de un mal cómic. Un hombre, corpulento, vestido con unos vaqueros y una camiseta, pero armado con una barra de hierro, y con la cabeza cubierta por papel higiénico, como si fuera una momia, sujetado con cinta aislante, y con un pequeño hueco a la altura de los ojos, el hombre dio un tremendo golpe al tipo que acababa de sacar su navaja, y después me dijo «no se preocupe, no corre usted ya ningún peligro«, a lo que yo le contesté «gracias» aunque solamente podía pensar en lo ridículo que sonaba «hombre papel de culo«.

Me llevó un par de minutos reponerme del shock que supuso ver al «hombre papel de culo«, justiciero urbano, acabar con el chorizo. Interiormente no pude parar de reírme, entre el tipo vestido de ninja con la calavera en la barriga, y el de la cabeza envuelta casi se me había olvidado a lo que venía aquí, y sin embargo en todo el tiempo de este paseo no se me había ocurrido aún qué era exactamente lo que estaba buscando, cuando salí del hotel pensaba que quizás fortuitamente encontraría alguien que podría responder mis preguntas y sin embargo ya había recorrido casi todo Manhattan y aún no había visto a nadie que pudiera ayudarme, aunque quizás es porque no he sabido buscar en el sitio apropiado.

Estaba a punto de volver al hotel, aunque todavía era muy pronto ,y para cuando volviera aún serían las cuatro, más o menos, cuando me fijé en lo tranquilo que fluía el río, mucho más que otros días, prácticamente no se notaba un movimiento en su superficie, la ligera brisa que había hace unos momentos había cesado, y las farolas de este lado de la calle iluminaban más que las de calle abajo.

De repente giré la cabeza y vi a una muchacha, blanca aunque muy maquillada, con el pelo moreno, y vestida de la misma manera que las compañeras de «la gorda«, no me hubiera fijado en ella de no ser porque ella se había fijado en mí, al principio pensé en ignorarla igual que había ignorado a las anteriores, pensando que pretendía lo mismo, pero volví a mirarla y me di cuenta de que no me estaba mirando de la misma manera que ellas, sino como si pareciera conocerme, y se me pasó por la cabeza que por fin mi búsqueda había dado resultado, pero ella bajó la mirada y casi se dio la vuelta, entonces yo enfadado me giré y me dispuse a marchar por el mismo camino por el que había venido, pero poco antes de torcer la esquina oía al fondo como la muchacha, medio llorando decía en voz baja: «Frank«.

Y entonces comenzó a llover, a cántaros, como no recordaba que hubiera llovido nunca.


EL CORREO DEL CASTIGADOR

Raker
raker_7@teleline.es

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