Daredevil #362

Daredevil #362De niño, el hijo de Jack Batallador Murdock quedó ciego a causa de un trágico accidente. Ahora, cuando el sistema legal no resulta suficiente, el abogado Matt Murdock adopta su identidad secreta y se convierte en… Daredevil

#362 – ¿Qué diablos eres tú?
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 20 – 12/99


Matt y Karen por fin dormían. Les había costado Dios y ayuda conseguirlo, en parte por la tensión a la que se había visto sometida Karen durante todo el día, sin saber dónde ni cómo se encontraba Matt, y en parte por el shock que había supuesto para este enterarse de que era posible que no volviera a caminar (1). Pero se habían tranquilizado el uno al otro, y ahora descansaban en la cama que compartían en su apartamento de la Cocina del Infierno.

Pero el sueño de Matt no era todo lo tranquilo que él desearía. Incesantemente, imágenes de héroes y villanos junto a los que había luchado o contra los que se había enfrentado atravesaban su mente: El Zancudo, Matador, Cuervo Negro, el Capitán América, Veneno, Elektra, el Buitre, Kingpin, el Doctor Muerte, los Cuatro Fantásticos, Nuke, Spiderman, la Viuda Negra…

Súbitamente, todos desaparecieron, y una voz, amable a pesar de lo áspero de su tono, llegó hasta Matt.

«¿Todavía no has aprendido a tranquilizarte, Murdock? ¿A pesar de los años transcurridos?«

«¿Stick? ¿Eres tú?«

«¿Quién si no, Murdock?«

«¿Por qué dices que no he aprendido a tranquilizarme, Stick?«

«Aún no has aprendido a sobrellevar las adversidades de la vida con paciencia, Murdock. Es algo que nunca logré enseñarte«.

«Pero…«

«Adiós, Murdock«.

Matt alzó el tronco de la cama, bañado en sudor. No podía decir si su antiguo maestro había estado verdaderamente en la habitación o todo había sido un sueño. Afortunadamente, Karen no había sentido nada. Matt volvió a recostar su cabeza en la almohada y cerró los ojos…

Matt caminaba por la calle. Todo le parecía desusadamente grande. Cuando pasó ante un escaparate, comprendió por qué: era un adolescente. No es que todo fuera más grande, es que él era más pequeño. Además ¡podía ver! Todavía sin tiempo para asimilar este hecho, oyó el sonido de una bocina y los gritos de la gente. Cuando se volvió para mirar a la calzada, vio a un anciano que cruzaba trabajosamente por el paso de peatones, mientras un camión que avanzaba a toda velocidad se dirigía hacia él. Matt obligó a sus piernas a correr más y más deprisa hacia el anciano, aunque sabía lo que iba a pasar.

Pero no ocurrió lo que esperaba. Saltando hacia el anciano, le empujó lejos de la trayectoria del vehículo, que golpeó a Matt en la espalda. Cayó al suelo como un fardo. Antes de desvanecerse por el intenso dolor, percibió con el último chispazo de consciencia que todavía conservaba la vista. «¡Las piernas!«, pensó. «¡Dios mío, no siento las piernas!«

Cuando recuperó la consciencia, se notó más lato, más robusto… y sin vista. Estaba ciego, como había sucedido desde el accidente que le dotó de sentidos más desarrollados que los de los demás hombres. Reconoció el aroma que inundaba sus fosas nasales.

«¡Es imposible! ¡Estoy en la Universidad de Columbia!«

De repente, los sonidos de las sirenas inundaron el campus, y oyó el ruido de una muchedumbre que se desplazaba hacia uno de los edificios, mientras la policía intentaba contenerlos detrás de las barreras. Matt detuvo a uno de los que iban a rebasarle:

– ¿Qué es lo que sucede? -le preguntó.

– ¿No te has enterado, Matt? -¡era Foggy!-. Un grupo de terroristas ha entrado en la fiesta que daba el padre de tu amiga Elektra y ha tomado a todos los invitados como rehenes.

«¡Oh, no!«, pensó Matt. «¡Está volviendo a suceder!«.

A toda prisa, Matt improvisó una máscara y se encaminó por los tejados hacia el edificio en cuestión. Escondido en las sombras, filtró los sonidos hasta que pudo escuchar las voces de los secuestradores bajo él. Esperó hasta que consideró que había llegado el momento oportuno y entonces atacó.

La situación se desarrolló como recordaba tan bien. Fue derribando a los secuestradores, pero en determinado momento uno de ellos apuntó con su arma al padre de Elektra. Matt se lanzó hacia él, recibiendo parte de la ráfaga destinada al hombre al que había intentado proteger. Mientras veía huir al delincuente, fue dolorosamente consciente de dos cosas: el embajador Natchios estaba muerto… y él sentía un dolor lacerante en la espalda. Intentó ponerse en pie, pero las piernas no le respondieron…

El escenario había vuelto a cambiar. La fetidez se filtraba por sus fosas nasales. Oía a las ratas roer los mendrugos en los huecos tras los muros desvencijados. Las gotas caían de la ducha en la habitación de al lado.

Se puso en pie y salió a la calle. Avanzó con decisión. Sin darse cuenta, había llegado a su destino: la sede de la compañía de importación de Wilson Fisk. No sabía cómo, tenía la porra de un policía en sus manos.

La recepcionista le dejó pasar sin ningún problema, a pesar de su aspecto desharrapado y del mal olor que despedía. Dijo algo de que «el señor Fisk le está esperando, señor Murdock«. Avanzó decidido por el pasillo y entró en el ascensor. Las puertas se cerraron. Cuando volvieron a abrirse, ante él estaba Wilson Fisk, Kingpin, grande como la vida misma y el doble de feo. Matt intentó un golpe lateral con la porra, pero Fisk blocó su intento y sin aparente esfuerzo, se la arrancó de las manos. Matt se lanzó entonces hacia adelante, cargando contra su enemigo, pero fue inútil. Kingpin le atrapó en un abrazo de oso a la altura de los riñones y aumentó paulatinamente la presión hasta que Matt sintió que su espalda crujía… Antes de desvanecerse por el intenso dolor, alcanzó a oír un chasquido.

Cuando recuperó la consciencia, estaba en el fondo del río, metido en un taxi que comenzaba a llenarse de agua. Intentó moverse para salir, pero era inútil: sus piernas no le respondían. Aspiró ansiosamente las últimas bocanadas de aire antes de que el agua le cubriera por completo…

… y entonces despertó. Se encontraba en la cama de su apartamento, y la cálida luz del otoño neoyorquino entraba por la ventana. Podía oír a Karen moviéndose en la cocina, a pesar del tráfico de la calle y aunque ella intentara hacer el menor ruido posible.

Las sábanas de la cama estaban completamente revueltas y empapadas en sudor. Matt se dispuso a levantarse, pero sus piernas no le respondieron: había olvidado que se encontraba paralizado de cintura para abajo, aunque su subconsciente se lo había recordado toda la noche.

Entonces oyó a varias personas aproximarse a la puerta del apartamento. Segundos después, sonó el timbre.

– ¿Sí? -preguntó Karen, mientras se dirigía a la puerta secándose las manos con un paño de cocina-. ¿Quién es?

– Soy yo, Karen querida -la voz de Rosalind Sharpe, a pesar de su esfuerzo, sonaba tan cordial como la cuchilla de la guillotina.

Karen abrió la puerta y se encontró frente a frente con la socio principal del bufete, embutida en un elegante traje sastre que debía haberle costado el equivalente a varios meses («bastantes meses«, pensó Karen) del alquiler de aquel apartamento.

– ¿Sí, Rosalind? ¿Qué es lo que quieres?

– Pues verás, Karen, el hecho es que como Matt no ha venido al despacho en toda la semana, y…

«¿En toda la semana?«, pensó Matt. «Pero, ¿qué hora es? ¿Y de qué día?«, se preguntó, al tiempo que dirigía sus hipersensibles dedos hacia la esfera del reloj que llevaba en la muñeca y levantaba el cristal que protegía la esfera. «¡Dios mío, si son más de las dos! ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?«

– … y es por ello que, aprovechando que pasaba por aquí -proseguía Rosalind-, he decidido pasar un momento a ver si es que le ocurría algo. Ya sé que últimamente hemos tenido nuestras diferencias en cuanto al modo de llevar los casos, pero…

«¿Y qué demonios le digo yo ahora? ¿Mira, Rosalind, es que me pegaron un tiro mientras llevaba el pijama rojo para intentar desbaratar un envío de armas con la ayuda de una ninja griega?«, pensó Matt, intentando encontrar una excusa plausible que explicara su estado. «¿Una caída en la bañera? ¿Un atraco en la calle? No, demasiado increíbles…«.

Cuando Rosalind Sharpe entró en su habitación, Matt ya había decidido lo que le diría. Durante varios minutos, Rosalind se interesó cortésmente por su estado y Matt, después de prometerle que iría en breve por el despacho, se despidió de ella. Cuando hubo abandonado el piso, Karen se le acercó y le preguntó:

– ¿Tú crees que se lo habrá tragado? Sonaba verdaderamente inverosímil…

– Si no se lo ha creído, es todavía mejor actriz de lo que suponía. Y ahora, ¿podrías acercarme el teléfono? Tengo que hacer unas cuantas llamadas…

El timbre sonó en la trastienda de Disfraces Potter. Melvin Potter, propietario y única persona que trabajaba en ella, descolgó el auricular:

– ¿Sí? ¿Quién es?

– …

– ¡Pues claro que me acuerdo de usted, señor Murdock! Ya he perdido la cuenta de las veces que me ayudó cuando lo necesitaba. ¿Qué es lo que se le ofrece?

– …

– ¡No sabe cuánto lo siento! ¿Y es muy grave?

-…

– Por supuesto que no, señor Murdock. Le debo más de lo que nunca podré pagarle, y lo que me ha dicho no supondrá ningún inconveniente para mí, se lo aseguro.

-…

– Muy bien, hasta mañana pues.

El teléfono sonó en la Torre de las Cuatro Libertades.

– Buenos días -dijo la recepcionista robótica-. Ha llamado usted a la Torre de las Cuatro Libertades. Aquí Fantastic Four Inc. Le atiende Roberta. ¿En qué puedo servirle?

– …

– Pues no, lo siento. En este momento el doctor Richards y su esposa no se encuentran en el edificio. Puedo ponerle en contacto con algún otro miembro de los Cuatro Fantásticos, si lo desea, señor Murdock.

– …

– ¿Que quién se encarta de la parte tecnológica en ausencia del doctor Richards? Puede hablar con el Hombre Hormiga. Aguarde un momento que le paso…

– ¿Sí? -dijo Scott Lang, al tiempo que descolgaba el auricular en el laboratorio-. Claro que puedo hablar con el abogado de los Cuatro Fantásticos, Roberta. Pásamelo. ¿Sí, señor Murdock?

– …

– En efecto, en estos momentos el doctor Richards y su esposa no están en la torre. ¿Qué es lo que quería?

-…

– Si es por eso, no se preocupe. Tenemos aquí a  alguien que es casi tan bueno como el doctor Richards en esa materia, y…

– …

– ¿Qué si es de fiar? Por supuesto, abogado. ¿Qué se cree, que dejamos entrar a cualquiera?

– …

– Perdone si le he molestado, Murdock. Era una simple broma. Comprendo que en su estado no debe estar para muchas…

– …

– ¡Caray, que genio tiene este tío! ¡Casi me arranca el oído al colgar! Bueno, vamos a ver si encuentro a Kristoff y le paso este encarguito…

– Bueno -dijo Matt tras colgar el teléfono-. Creo que eso es todo, de moment… -pero no pudo acabar la frase. El teléfono le interrumpió-. ¿Sí? ¿Quién es?

– …

– ¡Ben! ¡Cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Qué es lo que quieres?

– …

– Bueno, mentiría si te dijera que estoy bien. De hecho, he estado mejor bastantes veces, per…

– …

– ¿¡¿Qué?!? ¡No, yo no he sido el que ha hecho eso! ¡Me sería imposible! Verás, Ben, de momento estoy paralizado de cintura para abajo. Apenas puedo levantarme de la cama, mucho menos salir a la calle a apalear malhechores. De hecho, me he levantado esta mañana por primera vez desde que me hirieron, así que…

– …

– No te preocupes, Ben. Si me entero de algo, serás el primero en saberlo. Y espero que tú hagas lo mismo, ¿eh? Vale, hasta la vista…

Rinnng. Rinnng. Rinnng. Rin…

– Te habla en contestador automático de Natasha Romanoff. En este momento no puedo ponerme, pero si dejas tu nombre y número tras oír la señal, te llamaré tan pronto como sea posible. ¡PING!

– Tasha, soy Matt. Llámame en cuanto puedas. Ya te contaré. Hasta la vista.

– ¿Has terminado ya, Matt?

– Sí, Karen. ¿Qué hora es?

– Casi las diez de la noche, ¿por?

– Voy a acostarme. Mañana tengo mucho que hacer.

– No pensarás ir mañana por el despacho, ¿no?

– Pues sí. Tengo demasiadas cosas que hacer allí para dejarlas abandonadas por más tiempo. Y llevo demasiado tiempo fuera para posponerlo. ¿Tú no tendrías que irte a trabajar?

– Normalmente sí, pero pedí una semana de permiso y me la dieron. Todavía me queda una noche, así que…

Karen se metió en la cama, y entonces soltó una risita al hacer un descubrimiento.

– Vaya, parece que no todo está paralizado por ahí abajo…


(1) Matt recibió un tiro en la espalda al final del número 360 de esta colección. Tras una operación que transcurrió durante gran parte del número 361, le extrajeron la bala, pero la médula espinal se había visto afectada y ahora está paralítico de la cintura para abajo.


DERECHO DE RÉPLICA

Bienvenidos a Derecho de réplica, el correo de los lectores de la colección de Daredevil. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que pueda surgir sobre el discurrir de la colección.


En el próximo número:  Una nueva vida comienza para Matt Murdock… y para Daredevil. Todo ello y más en Daredevil # 363.

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