DAREDEVIL #372
Impasse
Guión:
Bergil
Portada: Dibujada por Lee Weeks. Plano picado desde arriba. Aparece Daredevil (el del traje completamente rojo) en el suelo de un callejón, entre las basuras, completamente groggy, mientras una persona, de la que no se ve la cara), se aleja con aire satisfecho (en la medida en que un dibujo puede transmitir semejante sentimiento de ánimo) haciendo crujir sus nudillos.
Matt se estaba arrepintiendo seriamente de haber llevado a cabo aquella
ocurrencia. ¿En qué demonios estaría pensando para volver a ponerse el traje
de
Daredevil y salir a la calle? Sólo a un loco se le ocurriría semejante cosa,
tras haber transcurrido tan poco tiempo desde que aquel disparo estuviera a
punto de dejarle postrado para siempre en una silla de ruedas1. Había
hecho
progresos, era cierto; incluso progresos extraordinarios, y su recuperación
parecía ir por buen camino. Pero en modo alguno estaba listo todavía para
volver
a la vida de antes. De todos modos, era inútil lamentarse a aquellas
alturas.
¿Qué iba a hacer, decir "Mira, Morty, lo siento, pero no me encuentro del
todo
bien. ¿Qué tal si lo dejamos para otro día?", y marcharse a su casa a
descansar,
que es lo que debería estar haciendo?. No, hacer eso sería todavía peor que
cuando Cara de Niño le noqueó con un golpe afortunado en otro momento bajo,
y
luego fue alardeando de ello por toda la ciudad2. Tendría que quedarse
allí,
y resolver la papeleta como mejor pudiera.
A solas en la redacción del Daily Bugle, Ben Urich repasaba por enésima vez
las
fotos que Peter le había traído cuando el Lanzarredes se cruzó con
Daredevil3. Resultaba evidente que aquel nuevo Daredevil no era Matthew Michael
Murdock. Aun cuando su parálisis fuera una añagaza -que no lo era- (nada
descabellado en un hombre que, siendo ciego, se dedicaba a saltar de tejado
en
tejado), estaban la menor altura y corpulencia del contrincante de
Spider-Man.
Por otra parte, su postura y movimientos eran también distintos. Más
elásticos,
más fluidos, más... indirectos que los de Matt. "¡Demonios!", pensó Ben.
"Ojalá
supiera más de artes marciales... Y el caso es que ese estilo no me es del
todo
desconocido..."
Natasha Romanova, la ex-espía soviética, Vengadora en la reserva, agente de
S.H.I.E.L.D. a tiempo parcial y aventurera disfrazada, llegó silenciosamente
al
tejado del edificio que se alzaba frente al bloque en el que vivían Matt y
Karen. Las luces del pequeño apartamento estaban todas apagadas, al igual
que
las del despacho de Matt en las oficinas de Sharpe, Nelson & Murdock. Era
demasiado pronto como para que Matt se hubiera acostado, así que la Viuda
Negra
se quedó perpleja.
"¿Dónde demonios estará Matt?", se preguntó.
En la trastienda de un local de disfraces de la Cocina del Infierno,
Benjamin
Poindexter hojeaba con una media sonrisa el último ejemplar del Daily Bugle.
La
editorial de J. Jonah Jameson iba por los derroteros que le eran habituales:
Daredevil endurece su modus operandi. Spider-Man, culpable. A continuación,
el
propietario del periódico se despachaba a gusto.
"Cuando creíamos ya terminados los tiempos en los que los llamados
superhéroes
tomaban una actitud amargada ante la vida y se enfrentaban a la creciente
ola de
delincuencia que lleva aparejada la vida moderna con unos métodos más
propios de
eras medievales que del civilizado siglo XX, uno de esos vigilantes
enmascarados
ha decidido hace poco pasarse al bando de los terroristas salvapatrias. Nos
referimos al aventurero conocido como Daredevil, el autoproclamado guardián
de
la Cocina del Infierno. No han sido pocas las ocasiones en que se ha visto a
este diablo escarlata actuando codo a codo con esa amenaza llamada
Spider-Man.
Evidentemente, este repetido contacto con la amenaza arácnida ha terminado
por
corromper lo poco de decente que quedaba en Daredevil, y ha optado por
seguir
los métodos terroristas del lanzarredes. Recientemente..."
Benjamin cerró el periódico e hizo una pelota con él. Sin mirar, lo lanzó
hacia
atrás. La bola de papel, tras rebotar en dos de las paredes, cayó
limpiamente en
la cesta de papeles que había en una de las esquinas de la habitación.
- Conque el cuernecitos ha endurecido sus métodos, ¿eh? Habrá que ver si es
lo
bastante duro para mí... -dijo, mientras su sonrisa se hacía más amplia.
Morty estaba demasiado nervioso como para apreciar con claridad que
Daredevil
no se encontraba, por decirlo suavemente, en su mejor momento. Lo único que
le
manteía todavía en pie era el hecho de estar apoyado en la mesa que había
tras
él. De no ser por el mueble, habría caído al suelo sin remedio. Sin dejar de
sostenerse, acercó su mano izquierda a su muslo, al lugar en que llevaba sus
bastones hasta que llegaba el momento de utilizarlos. Y tanto su instinto
como
sus sentidos le decían que el momento se aproximaba a pasos agigantados.
El corazón de Morty había comenzado a latir todavía más deprisa. Gruesas
gotas
de sudor resbalaban por su frente y mejillas, cayendo al suelo, mientras
todo su
cuerpo transpiraba profusamente. Su respiración se hizo entrecortada, y sus
músculos se pusieron en tensión. Movió su cabeza frenéticamente a derecha e
izquierda, buscando una salida. La estancia en la que se encontraban sólo
tenía
dos modos de acceder a ella: el ventanuco que tanto Morty como Daredevil
habían
empleado para introducirse en ella, y una puerta que en aquellos momentos
tenía
echado el cerrojo.
A Morty le habría resultado mucho más fácil, y habría tenido infinitamente
más
probabilidades de éxito, el intentar la opción de la ventana, a pesar de que
Daredevil se encontraba en su camino. Sin embargo, tomó la dirección
contraria,
corriendo hacia la puerta y agarrando con fuerza el picaporte, mientras lo
giraba frenéticamente a uno y otro lado con ningún efecto práctico. Eso
facilitó
bastante las cosas a Daredevil. Sin prisa pero sin pausa, extrajo el bastón
de
su funda, apuntó cuidadosamente y lo lanzó hacia Morty. El bastón golpeó
justo
detrás de la oreja derecha del malhechor, que cayó al suelo como un fardo,
completamente inconsciente.
Caminando con dificultad, y deteniéndose para tomar aliento, Matt arrancó el
cable de la lámpara y lo empleó para atar al ratero de pies y manos. Luego,
dio
media vuelta, salió por la ventana y se dispuso a regresar a su apartamento
como
mejor pudiera.
La Viuda Negra se cansó de esperar a Matt y decidió marcharse. Mientras se
columpiaba al extremo del cable que surgía de su muñequera multiusos, un
movimiento llamó su atención. Deteniendo su marcha, observó con detenimiento
el
callejón que se extendía a sus pies. Una figura avanzaba lenta y titubeante,
pegada a la pared, como si quisiera ocultarse entre las sombras para no ser
descubierta. La Viuda esperó en silencio. La Luna salió de detrás de las
nubes e
iluminó la escena, dejando al descubierto una cabeza cubierta con una
máscara de
color escarlata, en cuya parte superior sobresalían dos pequeños cuernos.
"No puede ser tan estúpido", pensó Natasha Romanova, resistiéndose a
creerlo.
"Pero... ¿qué dices, Natasha? Sabes perfectamente que es tan cabezota como
para
hacer eso, y tonterías mucho mayores aún. Eso, si es que es él... porque, si
ha
aparecido un sustituto capacitado, nada impide que puedan surgir unos
cuantos
incapaces..."
En silencio, la Viuda Negra se dejó caer detrás del enmascarado, y pronunció
cinco palabras:
- ¿Dónde crees que vas, amigo?
Pero antes incluso de que comenzara a hablar, su presa ya se había dado la
vuelta, lo que confirmo las sospechas de la ex-espía acerca de su identidad.
- Hola, 'Tasha -dijo con una sonrisa torcida-. Has tardado bastante en
bajar -y
cayó desvanecido al suelo.
Cuando Matt recuperó la consciencia, sus sentidos le dijeron que se
encontraba
en su cama. Su radar le indicó que sentada en la silla había una mujer de
entre
un metro sesenta y cinco y un metro setenta de altura, y unos cincuenta y
seis o
cincuenta y ocho quilos de peso, en una excelente forma física, que le
miraba
con fijeza.
- No intentes disimular, Matt -dijo la Viuda-, sé perfectamente que estás
despierto. ¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando cuando te
pusiste el
pijama y saliste a la calle? ¿El disparo te afectó el cerebro, además de la
columna?
- No sigas, 'Tasha. Todo lo que tú me digas ya me lo he dicho yo.
Simplemente,
pensé que podría...
- Que podrías... ¿qué? ¿Hacerte matar, quizá? ¿Matarte tú solo? Creía que
eras
más inteligente que todo eso, Murdock. Si no te llego a encontrar, a saber
qué
hubiera sido de tí. Y no creas que resulta agradable transportar un peso
muerto
por los tejados de Nueva York. Tenía otras cosas en mente a la hora de
emplear
mi tiempo, ¿sabes?
- Bueno, ¿está Karen en casa? -preguntó Matt, en un intento de cambiar de
tema.
- No creas que porque te sigo la corriente no sigo pensando lo mismo, Matt.
Pero, contestando a tu pregunta, no. Tu palomita todavía no ha regresado al
nido. No creo que siguieras vivo, en caso contrario.
- Dímelo a mí...
En las guaridas de los distintos jefes del hampa neoyorquina, las
reacciones
eran de dos clases: o bien bramaban, clamando venganza contra la afrenta que
había supuesto el intento de Kingpin de acabar con ellos, o bien gemían,
preguntándose cómo congraciarse con Fisk para cuando retomara el poder que
durante tanto tiempo había ostentado, cosa que ellos veían como inevitable.
La Casta se hallaba reunida, sentada en círculo en una habitación casi
completamente a oscuras. Meditaban en silencio, intentando encontrar una
solución al dilema que se les había planteado.
- No veo por qué hemos de intervenir -dijo Piedra-. Si Murdock ha caído, no
es
menos cierto que otro se ha levantado en su lugar. Y ha estudiado nuestros
caminos con mayor aprovechamiento que Murdock, si se me permite añadirlo.
- Para luego abandonarlos -dijo Stick-. Dentro de sus limitaciones e
imperfección, Murdock sigue los caminos de la Casta con mayor sinceridad en
su
corazón. Además, quien le ha sustituido también ha de caer. No, hemos de
intervenir, Es necesario.
Aunque alguno de los demás miembros de la orden pudiera discrepar de la
decisión
de Stick, todos guardaron silencio, acatando la decisión de su líder.
- ¿Has descubierto algo, Natasha?
Matt sonrió al percibir el ligero sobresalto de la Viuda Negra. Había roto
el
silencio después de un largo rato en el que ninguno de los dos pronunció
palabra. Sin embargo, la Viuda se rehízo con rapidez, y contesto con voz
perfectamente neutra.
- Bastante poco, Matt. Sea quien sea, es muy discreto. Y no suelta prenda.
- ¿Qué quieres decir?
- Exactamente eso. No habla, no dice ni palabra. Es algo en lo que coinciden
todos los que se han cruzado con él. Es más duro, más letal que tú... y
completamente silencioso. Y muy hábil escabuyéndose. No he logrado
encontrarlo,
por más que lo he intentado.
A solas en su casa, Melvin Potter daba vueltas nerviosamente. No había
podido
resistir más en la tienda de disfraces. El saber que a escasos metros del
mostrador descansaba un traje de Gladiador que ni la policía ni los
superhéroes
habían sido capaces de encontrar le consumía. Sabía que, si permanecía allí,
era
cuestión de tiempo que desfalleciera y se pusiera el traje y la máscara, y
saliera a la calle a buscar a Betty. Y no podía permitírselo. No iba a poner
en
riesgo su estabilidad, pero... ¿tendría que pagar Betty el precio?
- ¡No! -dijo en voz alta-. ¡El señor Murdock dijo que me ayudaría, y él es
hombre de palabra! ¡Lo hará!
A solas en su despacho, Rosalind Sharpe contemplaba en silencio el
teléfono. El
aparato había dejado de sonar, pero ella sabía que él volvería a llamar.
Cuando
atrapaba una presa, no la soltaba. Y todo por culpa de aquel error que había
cometido hacía tanto tiempo, cuando luchaba por abrirse paso en el difícil
mundo
de la abogacía. Una nimiedad, pero que sería fatal si alguna vez salía a la
luz.
¿Qué podía hacer?
Karen había terminado su programa, y ya tenía recogidos todos sus papeles,
dejando el estudio listo para el siguiente locutor. Salió de la cabina donde
realizaba su programa y dobló a la izquierda. Iba tan concentrada en sus
pensamientos que no vio la mole que se alzaba ante ella, por lo que chocó y
cayó
al suelo.
El gigantesco ser humano contra el que se había golpeado se dio media vuelta
con
una agilidad impropia de su tamaño y se inclinó hacia ella.
- Disculpe mi torpeza -dijo, tendiéndole una mano-. ¿La ayudo a levantarse,
señorita...?
- Oh, ¿no la conoce, señor Fisk? -dijo uno de los empleados pelotilleros y
lameculos que abundan en todas las oficinas, deseosos de medrar a la sombra
del
jefe diciéndole lo que éste quiere oir... o lo que ellos piensan que el jefe
quiere oir-. Es la señorita Angel, Paige Angel, la locutora de más éxito de
la
cadena. Paige, éste es el señor Fisk, el nuevo propietario de la cadena.
- He venido a visitar las instalaciones de la emisora y a conocer
personalmente
a los empleados, señorita -dijo Fisk-. Lamento que nuestro primer contacto
se
haya producido en circunstancias tan desagradables. Espero sepa perdonarme.
Karen se había quedado sin habla. Aunque por la WFSK habían circulado
rumores
acerca de una posible venta de la emisora, no les había dado demasiado
pábulo.
¿Quién, en su sano juicio, iba a vender una emisora que estaba funcionando
tan
perfectamente? Pero claro, el que el comprador fuera Kingpin explicaba
bastantes
cosas. Con un esfuerzo, se obligó a tomar la mano que le ofrecían y tragó
saliva
para farfullar una respuesta cortés:
- No se preocupe... la culpa ha sido mía, no miraba por dónde iba, y...
Bueno,
tengo que marcharme. Encantada.
Cuando Karen hubo desaparecido, Wilson Fisk quedó unos instantes pensativo.
- Conque Paige Angel, ¿eh? Vaya vaya, qué interesante...
(1) Se contó en Daredevil # 360-361.
(2) Ocurrió hace muuuucho, en Daredevil # 284.
(3) En Daredevil # 367.
Bienvenidos a Derecho
de réplica, el correo de los lectores
de la colección de Daredevil. Venga, no seáis tímidos
y escribid. Aquí me tenéis para resolver cualquier duda que
pueda surgir sobre el discurrir de la colección.
En el próximo número: Os espero en Daredevil # 373, para descubrir
cómo se desarrollan los acontecimientos.