Generación-X #45

Generacion-X #45La nueva generación de mutantes necesitaba preparación para enfrentarse al mundo que les rodeaba. Por eso nació la escuela de Generación-X situada en la Academia Xavier, Massachussets. Regida por Emma Frost, antigua Reina Blanca y Banshee, un ex hombre-X, ha intentado estar a la altura de las circunstancias.

#45 – La matriz Asgard I
Luces del norte

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 170 – 6/12


Habitaciones de Estudiantes, Academia Isla Muir.

Billy nunca ha visto tanta niebla. Ha oído hablar del puré de guisantes de Londres, pero al lado de lo que tiene delante, la niebla londinense parece una sencilla bruma matutina. La niebla es gris, del color de la piedra caliza, y ese ese tipo de niebla que ni siquiera parece oscilar ante él cuando camina a través de ella, permanece estática, inmóvil, pesada. En varios instantes, Billy piensa que la niebla se va a hacer sólida, que va a chocar contra una pared, pero eso no ocurre en ningún momento, así que continúa caminando.

Claro, que si supiera exactamente por qué está entre la niebla, descalzo y desnudo, Billy se sentiría mucho más cómodo. No recuerda cómo ha llegado hasta allí, y desde luego, no tiene ni la menor idea de como salir, aunque tampoco tiene muy claro por qué debería salir de allí. Las brumas son casi acogedoras en ese sentido, una invitación al olvido, al descanso. A la ignorancia.

Las nieblas oscilan, y Billy siente que su vello se eriza, los pelos se le ponen de punta y siente ganas de gritar y de correr. El miedo le deja un sabor acre en la garganta, tiene la incómoda sensación de que sus testículos encogen y se le pegan a la ingle. Abre los ojos como platos, buscando la amenaza, buscando el motivo de aquel miedo, pero más allá de unos jirones de niebla que se mueven a su izquierda, no hay nada. Da un paso atrás.

Y escucha un rugido, un ruido que procede de algún lugar entre la niebla, entre esa inmensidad que le rodea, y Billy no puede soportarlo más y corre. Corre sin mirar atrás, como nunca ha corrido. Cuchillos de dolor se le hunden en los costados, le cuesta respirar, pero no se siente capaz de dejar de correr, porque si se detiene, Eso, sea lo que sea, lo cogerá, lo devorará, lo despedazará, lo matará, y no necesariamente en ese orden.

 

Quieroverquieroverquieroverquieroverquieroverquierover…

Billy ni siquiera se da cuenta de que está hablando, el deseo brota de un lugar tan dentro de él que no era consciente ni de que existía. La niebla oscila un segundo, y al instante, se arrepiente de haber formulado ese deseo, porque llega a vislumbrar el horror que le persigue, una silueta indescriptible. Billy cae de rodillas, sin fuerzas y a punto de vomitar. La cosa se acerca, y Billy busca la fuerza para utilizar su poder, para hacer su magia… pero no la encuentra.

Puede sentir el olisqueo, el sonido indescriptible de unos músculos que no deberían existir, ojalá la niebla se lo hubiera llevado, ojalá hubiera olvidado, ojalá…

-William…

La voz es un susurro en la niebla, Billy cree haberla imaginado, pero enseguida se da cuenta de que no es producto de su imaginación, de que está ahí. Una voz de mujer, desconocida, pero que a Billy le trae de inmediato recuerdos… más que recuerdos, sensaciones. El sonido de un arpa, un campo verde, la escarcha en el jardín de su abuela por las mañanas… La criatura de la niebla ruge, y Billy vuelve a escuchar la voz que le llama.

-¡William…!

La criatura parece esfumarse, se lleva consigo a la niebla, dejando a Billy sólo y quieto, arrodillado en mitad de la nada más absoluta, de un lugar tan vacío que el propio concepto de lugar parece ajeno a él. Y ante él, una mujer, probablemente la más hermosa que Billy Kaplan había visto en su vida, una belleza tan distante que sin duda es alienígena, o mágica, pero desde luego, no es terrenal. Los ojos azules como lagos de color zafiro en calma, el cabello del color rubio oscuro de la miel, los pómulos altos, los labios del color de las cerezas… A pesar de lo manido de la comparación, Billy no puede evitar pensar en un cisne al contemplar su cuello, la elegancia de sus hombros, y casi siente como su pulso se altera y retumba como un tambor en sus muñecas y su garganta cuando se fija en el corte de su túnica blanca, de la más fina seda, sujeta a la cintura con un ceñidor de plata trenzada, y cuyo corte permite ver el nacimiento de sus senos, la blancura de la piel de sus brazos, las redondeadas formas de una de sus caderas…

-William, necesitamos ayuda… el mundo se consume…

Billy trata de hablar, pero las palabras se agolpan en su boca, dejándole la sensación de que se ha formado entre sus dientes una pasta pegajosa que hace que le cueste emitir sonido alguno. Se siente tan estúpido que se sonroja, y en ese momento, se da cuenta de nuevo de que está desnudo. Le da tanta vergüenza que echa de menos la niebla, pero no parece que a la mujer le importe la ausencia de ropa en aquella situación tan…

Irreal.

-Estoy soñando-masculla Billy, y la muchacha mira hacia arriba cuando escucha un sonido que no puede ser otra cosa más que un gigantesco trueno.

-Billy, no, te necesitamos, necesitamos ayuda, si no…

-Es un sueño…-continúa susurrando él, y la blanca inmensidad parece desgajarse, romperse como un inmenso cristal a punto de estallar.

-¡William, vuelve, por favor! ¡Tengo tanto que contarte…!-ruega ella, pero para Billy es demasiado tarde. La conciencia del sueño trae el despertar de la vigilia, y con el primer parpadeo, todo desaparece.

Se sienta en la cama, confuso, con el sabor amargo del miedo aún en la boca, y una presión en la entrepierna que no había conocido jamás soñando con una mujer, lo que le desconcierta aún más. La habitación está completamente a oscuras, pero Billy escucha la pesada respiración de Michael en la otra cama de la habitación. Ev y él habían intentado que les dejaran compartir habitación, pero al parecer, ni siquiera Miss Frost había avanzado lo suficiente en su pensamiento como para permitirles dormir juntos con el visto bueno de la dirección. Billy vuelve a tumbarse, notando la respiración espesa, está empapado de sudor. No conseguirá dormir hasta que esté a punto de amanecer, y en el último momento, cuando vuelve a caminar en el delgado sendero que separa el sueño de la consciencia, recuerda el nombre de la mujer, y susurra.

-Kelda…


Sala de Reuniones.

-Estamos en uno de los centros de investigación científica más avanzados del mundo-dice Cecilia Reyes, dando una palmada sobre la mesa, haciendo que Bobby Drake de un bote sobre su asiento. Dios sabía que intentaba permanecer atento, pero las charlas sobre medicina se le hacían increíblemente aburridas, a pesar de que en aquel momento, él, Emma, Jean y Scott hablaban sobre uno de sus compañeros, Sean Cassidy- Los sistemas médicos de Isla Muir no fallan, señorita Frost.

-Esos picos en los encefalogramas de Sean son virtualmente imposibles, doctora Reyes-replica Emma, gélida-. He examinado de nuevo su mente, y no hay rastro alguno de ningún tipo de actividad reciente. Absolutamente nada. La mente de Sean duerme un sueño excepcionalmente profundo, del que es obvio que no ha salido. Permanente. Inalterable. Sin. Ningún. Cambio. No sé si me explico lo suficientemente bien…

-Señorita Frost, lo que está diciendo es casi insultante…

-Bueno, Emma puede ser muy insultante en general…-masculla Bobby.

-¡Cállate, Bobby!-responden simultáneamente Emma y Scott, pero antes de que ninguno de ellos pueda decir nada, es Jean la que interviene, inclinándose hacia delante en su asiento mientras juguetea con un mechón de pelo rojo entre los dedos.

-Emma, Moira se aseguró antes de marcharse de que todos los sistemas de Isla Muir eran plenamente funcionales, incluyendo los sistemas médicos del soporte vital de Sean. Me atrevería a decir que eso lo hizo aún con más cuidado que cualquier otra cosa.

-Evidentemente, Moira y Sean fueron…-comienza a decir Bobby, pero los ojos azules de Emma Frost se clavan en él, y el Hombre de Hielo pone los ojos en blanco. Decididamente, la próxima vez que le convoquen a una reunión de ese tipo, hará lo que Estrella Rota. Ignorar la convocatoria.

-No vamos a dudar del trabajo de Cecilia con Sean, ni sobre cómo se ha acostumbrado a los instrumentos de Isla Muir-continúa Jean-, ni tampoco tenemos dudas sobre tu habilidad como telépata. Y no creo que una cosa excluya a la otra.

-¿No?-pregunta Emma, y Cecilia lanza un bufido.

-No-repite Jean, censurando a Emma con la mirada-. Y tendremos que trabajar con el convencimiento de que tenemos las dos cosas ante nosotros: unas pruebas médicas que nos muestran ya tres picos cerebrales de Sean, y unos escáneres telepáticos que indican que su coma sigue siendo profundo.

-Eso es imposible, Jean-gruñe Emma, y Jean va a responder cuando Scott interviene.

-Como la mitad de las cosas con las que nos encontramos, Emma. Así que pondremos esta situación sobre la mesa, asumiendo que los dos caminos son correctos, y preguntándonos qué es lo que puede hacer que el cerebro de Sean muestre reacciones puntuales al tiempo que el coma profundo persiste. El tiempo que teníamos para dedicar a esta reunión ha terminado. Cecilia…

-¿Sí?

-Estás haciendo un gran trabajo.

La Doctora Reyes se detiene un momento en la puerta, lanza una última mirada a Emma, y farfulla un agradecimiento a Scott antes de dirigirse de vuelta a la enfermería.

-Muy hábil, Scott, nos dais la razón a las dos, a sabiendas de que es una situación inviable-dice Emma, incorporándose-. Si no tuviera ahora mismo clase de ética, hablaríamos mucho más de este tema.

-Quizá de lo que debiéramos hablar es del plan de estudios-masculla Bobby-. La Reina Blanca dando ética…

Emma lanza una mirada de frío desprecio hacia Bobby antes de salir, haciendo que el Hombre de Hielo lanzara un gruñido de frustración.

-Un día de estos voy a tener que congelarle el aliento…-gruñe, y Jean sonríe, acercándose a él y acariciándole una mejilla.

-No soportas que le eligiera a él, ¿no?

Bobby se incorpora, repentinamente y con la misma mirada que si Jean le hubiera clavado un cuchillo en la rodilla.

-¿Me estás leyendo la mente, Jean?-dice él, rechinando los dientes, mientras el aire a su alrededor se enfría notablemente.

-Bobby, tranquilo…-interviene Scott, pero Jean niega con la cabeza.

-No es necesario, Bobby. Te conozco desde que los dos éramos críos. Tú aún más crío que yo. Y has compartido muchas cosas con Emma Frost, vuestra unión ha sido más íntima de lo que muchos se atreverían a soñar. Sé lo que es ese tipo de amor, Bobby.

-Ya. Claro-masculla él, sonrojándose-. No sé, es todo muy confuso. Ella es la Reina Blanca, yo… En fin. Mejor me voy. Tengo clase. No… que ella no… Bueno, ya me entendéis.

-Poco, la verdad-masculla Scott, pero Jean asiente.

-Y Scott…-continúa diciendo Bobby-. No me vuelvas a decir que me tranquilice con ese tono. Ya no tengo diecisiete años, y parece que tú aún no te has dado cuenta.

-Lo siento, Bobby-responde Scott, y el Hombre de Hielo se rasca la nuca y asiente, dejando al matrimonio Summers en la sala y cerrando la puerta detrás de él.

-Por el amor de Dios, todo esto es cada vez más complicado-gruñe Scott, y Jean se apoya en él, besándole suavemente los labios-. Por si no tuviéramos suficiente con los alumnos, ahora los profesores deciden comportarse como adolescentes.

-El Profesor Xavier tuvo mucha paciencia con nosotros, ¿verdad?

-Mucha. Creo que para la siguiente reunión haré lo mismo que Estrella Rota…


Zona de Ocio.

-¿Estás bien, Billy?

Billy Kaplan suspira y asiente, abriendo los ojos y forzándose a sonreír cuando mira Everett, sentado a su lado en uno de los sillones. A su alrededor, varios de sus compañeros se encuentran viendo un partido de la NBA en la televisión por cable. A un lado, y de alguna manera, Michael y Paige se han quedado solos y parecen hablar sobre un libro que Paige sostiene, como si ambos lo hubieran estado leyendo juntos. En la otra punta de la sala, Júbilo y Pellejo les miran escondiendo sus risas con las manos e imitando algunos de los movimientos, con aire burlón. Billy se da cuenta de que es un libro de poemas de William Wordsworth, y niega con la cabeza. Desde luego, Michael y Paige son mucho más gafapasta de lo que parecían… y Júbilo y Ángelo no prestaban la suficiente atención a las clases de literatura.

-Sí, estoy bien-asiente Billy, encogiéndose de hombros-. Anoche no dormí demasiado bien, y me duele la cabeza. Creo que me voy a acostar pronto.

-Michael parece entretenido, ¿quieres que te acompañe?

-Claro, sin duda eso me haría sentir mej…

Billy se interrumpe cuando un fuerte dolor de cabeza le hace callar. Nota como si alguien le hubiera clavado una aguja al rojo vivo desde la nuca hasta los ojos, y todo a su alrededor parece enturbiarse. Por el rabillo de los ojos, húmedos de lágrimas, le parece ver la niebla…

-¿Kelda?-masculla, y en ese momento, el dolor desaparece, y se encuentra tumbado en el suelo de la sala de ocio, con todos sus compañeros rodeándole y Everett a punto de gritar sobre él.

-¡Apartaos!-ordena la Doctora Reyes, haciendo su aparición entre los chicos y arrodillándose de inmediato junto a Billy-. ¿Cómo te encuentras, William?

-Billy, por favor…-masculla él, aún aturdido y con los oídos zumbando. La Doctora Reyes hace una mueca mientras de uno de los bolsillos de su bata saca una pequeña linterna, con la que apunta a los ojos del muchacho.

-¿Está bien, Doctora?-pregunta Everett, y Cecilia le mira, encogiéndose de hombros.

-No lo sé, me lo llevo a la enfermería. ¿Puedes levantarte, Billy?

-Creo que sí. Es más, hasta me gustaría-masculla el muchacho, apoyándose en el sillón y alzándose. Teme que el mareo le vuelva a tirar al suelo, pero consigue mantenerse estable, incluso sin la ayuda de Everett y Ángelo, que ha aparecido de inmediato a su lado. El dolor ha desaparecido, pero la vergüenza de que todo el mundo le esté mirando es tan turbadora que casi prefería el dolor.

-¿Has comido hoy bien, Billy?-pregunta Cecilia, y Billy está a punto de contestar cuando alguien ríe desde algún lugar de la sala de descanso, haciendo un chiste de mal gusto sobre las proporciones de la gente de color. La Doctora Reyes se detiene, buscando un instante con la mirada al bromista, pero finalmente, niega con la cabeza-. Hablaremos en privado.

-¿Puedo acompañarle?-pregunta Everett, y Cecilia asiente.

-Sí, Everett, ven con nosotros. Y tú también, Nezhno-dice ella, y el joven wakandiano asiente, acercándose a ellos-. Si titubeas lo más mínimo, apóyate en ellos, Billy.

-Ey, ¿y qué pasa conmigo?-pregunta Ángelo-. Soy mucho más fuerte de lo que parezco…

-No lo dudo-dice Cecilia, encogiéndose de hombros mientras indica a los muchachos que salgan de la sala de ocio hacia la enfermería. Billy lanza una mirada hacia atrás, y palidece cuando ve, casi con total claridad, a la mujer de sus sueños en el centro de la sala. Una nueva punzada le atraviesa la cabeza y está a punto de caer-. ¡Cuidado!-ordena Cecilia, aunque Nezhno ya se ha apresurado a sujetar a Billy, que en ningún momento está en peligro de caer. Tras unos segundos, todos desaparecen en el camino a la enfermería.

-Muy bien, Quire, gracioso-gruñe Júbilo en cuanto la Doctora Reyes y los demás se han marchado-. ¿Qué cojones pasa contigo?

-Venga ya, Jubes, era una broma-responde Quentin, encogiéndose de hombros-. Seguro que tú también sabes lo que dicen de los negros…

-Sí, lo sé. ¿Tú sabes lo que dicen de los telépatas bocazas? Exactamente lo contrario que de los negros.

-Ya está bien, Júbes-dice Paige, acercándose junto a su amiga-. Y ha sido una broma muy inoportuna, Quentin.

-Oh, por favor-gruñe él, pero al notar la mirada de Paige clavada sobre él, termina bajando la mirada y encogiéndose de hombros-. Vale, lo siento. Le pediré perdón a Kaplan después, ¿os quedáis contentas las dos?

-Puede valer-asiente Júbilo, y Quentin pone los ojos en blanco.

-Vamos, Quire-interviene Vincente, pasando un brazo por los hombros del joven telépata-. Tenemos una partida de Medal of Honour pendiente y a un montón de adolescentes franceses a los que demostrarles por qué tuvimos que ir a salvarles el culo de los nazis…

-Pero Vincente, tus padres son italianos…-dice Paige, y el muchacho sonríe, dándose un par de golpes en el pecho.

-Ey, pero yo me siento muy americano-responde, antes de sentarse junto a Quire a los mandos de una Play Station 3-. ¡Van Patrick, ven!

-No, paso-dice Michael-. No me apetece jugar ahora.

-Venga ya tío, nos falta uno. ¡Hasta Kate se ha apuntado!

-No, yo voy a pasar, de verdad.

-Ve con ellos si quieres…-dice Paige, pero Michael niega con la cabeza.

-No, de verdad…

-Jooder-sisea Ángelo, haciendo gesto de llevarse los dedos a la boca para vomitar.

-Vale, ¿dónde está Taki?-pregunta Vincente, y el joven japonés levanta la mano desde un rincón de la sala, donde había estado absorto leyendo un libro de Stephen Hawking hasta que había oído su nombre.

-Aquí. ¿Qué…?

-¿Quieres ser el cuarto? Necesitamos uno más para el grupo-dice Vincente, y Taki enarca las cejas.

-¿Y me invitáis a mi? ¿Seguro que esto no es un nuevo intento de convencerme para que os piratee las consolas?

-¿Por quien nos tomas?-sonríe Vincente-. Si no quieres, no pasa nada, se lo diremos a Víctor si conseguimos encontrarle…

-¡No, no, claro que quiero!-dice Taki, avanzando hacia ellos maniobrando con el cuadro de mandos de su silla de ruedas-. En cuanto que… ¿qué es eso?

Taki se detiene en seco cuando una luz repentina ilumina la sala, entrando por las ventanas con un tono dorado deslumbrante.

-Mierda-masculla Júbilo, en el instante anterior a que las alarmas de la Academia comiencen a sonar-. Ya estamos otra vez… ¡Venga, todo el mundo a sus habitaciones! ¡Vamos!

-¡Jubes!-dice Takeshi-. ¡Artie y Sangui están fuera!

-¿Qué?-pregunta Júbilo, abriendo mucho los ojos-. ¿Qué demonios hacen fuera?

-Se construyeron una casa en un árbol, están…

-¡Venga ya!-exclama Júbilo-. Vale, que todo el mundo se vaya a sus habitaciones. Ángelo, Paige, nos vamos a buscar a los pequeñajos.

-Yo voy con vosotros-dice Michael, y Júbilo se planta ante él con los brazos plantados en jarras.

-No.

-¿Por qué no?

-Porque ella puede volverse de piedra-responde Júbilo, señalando a Vaina-. Y tú, por muy duros que tengas los abdominales, no. Cuando yo estaba en la Patrulla-X…

-¡A las habitaciones todos! -ordena repentinamente Emma Frost, entrando en el salón, en el mismo momento en el que Bobby llega por otra de las puertas.

-Artie y Sangui están fuera-dice Júbilo, y Frost la mira con un resplandor asesino en sus ojos-. Y no les he sacado yo, así que no me mire así.

-Bien, Júbilo, gracias-interviene Bobby-. Podéis volver a vuestras habitaciones, nosotros…

-Bobby Drake, sabes que no vamos a quedarnos en nuestros cuartos-sisea Júbilo-. Así que puedes contar con nosotros para ayudar a encontrar a los críos, o puedes contar con que nos escaparemos de nuestras habitaciones y tampoco sabrás donde estamos nosotros, ¿qué prefieres?

-Júbilo…-comienza a farfullar Bobby, pero sabe que Júbilo está diciendo la verdad, y unos pasos más allá, Emma le observa con una sonrisa desafiante.

«¿Y cómo piensas salir de esto, Drake?» dice la voz de Emma en su mente.

-Muy bien. Júbilo, tú y Ángelo vais con la señorita Frost. Paige, Michael, conmigo.

-Michael no…-comienza a decir Júbilo, pero el Hombre de Hielo ya ha salido de la habitación con Paige y Michael antes de que ella pueda decir nada-. Cuando estaba en la Patrulla-X era mucho más divertido.

«Sí, eso pienso yo también», dice Frost, directamente en la cabeza de Júbilo, que siente un escalofrío. «Y bien, ¿dónde pueden estar nuestros pequeños. El poder de Sangui me impide localizarle…»

«Taki ha dicho que tienen una caseta en un árbol», responde Júbilo telepáticamente, «¿sabemos exactamente qué nos ataca?»

«No tenemos ni idea», responde Miss Frost, y Júbilo pone los ojos en blanco.


Enfermería.

 

-¿Qué es eso?-pregunta Billy, señalando hacia la ventana, y hacia la luz dorada que se cuela en la enfermería a través de ella. Cecilia alza los ojos del electrocardiograma que acaba de realizarle al muchacho, y enarca las cejas.

-¿Qué demonios…?-masculla la Doctora, acercándose a las ventanas, pero no se ve nada fuera, nada salvo esa luz, que parece dar espesor al aire, como si fuera algún tipo de gelatina… Las puertas se abren, y Nezhno y Everett entran casi en tropel.

-¡Hay algo ahí fuera!-exclama Everett, y la Doctora Reyes asiente.

-Volved a vuestras habitaciones, hay que seguir el protocolo de…

-Kelda…-susurra Billy, con los ojos clavados en la luz dorada. Se incorpora en la cama, vestido sólo con un bóxer, y mira hacia las ventanas.

-¿Quién es Kelda?-pregunta Everett, pero Billy no responde y se limita a murmurar.

Quieroirconellaquieroirconellaquieroirconellaquieroirconellaquieroirconella…

-¡No!-exclama Cecilia, pero antes de darse cuenta, Billy ha desaparecido de la cama-. ¡Mierda!

Cecilia se gira, dispuesta a enviar a los otros dos muchachos a sus habitaciones antes de salir a buscar a Billy, pero lo único que ve es como los últimos destellos del poder sincronizador de Everett desaparecen. Sincro había unido su poder al de Billy, y se había llevado con él a Nezhno. Y Cecilia no tiene ni idea de donde están.


Fuera.

-¿Y quién es esta?-pregunta en voz alta Paige Guthrie, con los ojos clavados en la mujer de la que brota la luz dorada, una gran belleza situada en uno de los claros del bosque cercano al centro de investigación. Ni el Hombre de Hielo ni Michael son capaces de responder, casi boquiabiertos al ver a la hermosa doncella que parece cantar una canción silenciosa que transforma en luz el aire a su alrededor.

-Cierra la boca, Drake, verte así es patético-dice Emma Frost, apareciendo tras ellos. El Hombre de Hielo la mira aturdido, pero pronto las palabras de Emma se abren camino en su mente y sus ojos parecen centellear de ira incluso en la forma gélida que ha adquirido-. Hemos encontrado a los pequeños, será mejor enviar a los niños a casa y esperar a que vengan Cíclope, Jean y Estrella Rota. No la veo demasiado amenazadora…

-¡Ostia!-exclama Júbilo, cuando el aire centellea delante de la mujer, y aparecen Billy, Nezhno y Everett.

-¡Mierda!-exclama el Hombre de Hielo.

«Cuidado con ese vocabulario, Drake», susurra Emma telepáticamente.

-Emma, llevaos a los niños a casa, yo…

-¡¡¡WILLIAM!!!

La voz de la mujer parece atronar en el bosque, y la luz se hace más intensa, cegadora, hasta el punto de que todos se ven obligados a cerrar los ojos.

Cuando Estrella Rota aparece, no hay ni rastro de la mujer, ni de ninguno de aquellos que la habían observado. La luz ha desaparecido y el bosque está vacío. Benjamin Russell enarca las cejas.

Eso no es bueno.


Aún más fuera.

-Oh no-masculla el Hombre de Hielo, mirando a su alrededor-. Oh, no, no, no…

-¿Dónde estamos?-pregunta Júbilo, restregándose los ojos. Billy aún mira aturdido a la mujer que se encuentra ante todos ellos, pero los demás observan atónitos a su alrededor. La sensación es la de estar en el espacio exterior, hay estrellas sobre ellos, y a sus lados, cerca y lejos… y bajo sus pies, lo que parece ser el Arco Iris.

-No, no, no…-continúa diciendo Bobby, que ha reconocido de inmediato el lugar donde se encuentran, y del que no guarda demasiados buenos recuerdos.

-¿Kelda?-susurra Billy, y la mujer asiente.

-Mi nombre es Kelda, de los Aesir. Bienvenidos a Asgard.


SECRETARÍA DE LA ACADEMIA

¡Comienza el viaje, espero que sea divertido! En el próximo número… ¡más Asgard! ¡Dioses! ¡Gigantes! ¡El Árbol del Mundo! ¡Y… ¿Thor?!

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2 Responses to Generación-X #45

  1. MarvelTopia says:

    ¡Buen número, Tomás!
    Como siempre, mezclas personajes «nuevos» con los viejos, y ahora toca darle protagonismo a Wiccan, eh? A ver qué origen le das, ya que aquí no es hijo de Wanda… ¿Será hijo de Loki? Jejeje

  2. Tomas Sendarrubias says:

    Joé, pues no se me había ocurrido, pero es buena. Nah, de momento no tendrá raíces divinas.

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