Green Arrow #1

Green Arrow #1
#1 – Queen I
Hombre de negocios

Por Nahikari
Coguionista: Carlos Fortuny


Fecha de publicación: Mes 170 – 6/12


«El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.» – Oscar Wilde –

Korupsi, Indonesia.

Korupsi, una más entre las miles de islas que forman parte del archipiélago del sudeste asiático, vivía un nuevo amanecer. Mientras el sol dejaba verse nuevamente, decenas de personas se dirigían a arar los arrozales, y a atender los pequeños y grandes comercios de la isla, entre otros quehaceres. No se trataba mas que de un rutinario nuevo día en la vida de los isleños, o al menos es la idea que surcaba las mentes de estos, ajenos al jet que sobrevolaba sus cabezas.

El Bombardier Global CJN era lo último en aviones de negocios de reacción, y es que como decía Robert Queen, «El vehículo que me lleve a de estar a mi altura». Sin embargo, en esta ocasión, aquel jet perteneciente a Industrias Queen, no era a él a quien transportaba; sino a Oliver Queen, su primogénito.

Hacía ya rato que este volaba por encima de aquellos paradisíacos paisajes en los que las palmeras y las aguas cristalinas eran los protagonistas, pero Oliver tenía cosas más importantes en las que pensar.

– ¿Qué me dices Chase? ¿La zona junto al parque o ese edificio destartalado de las afueras? – preguntó al asistente personal que le habían designado para aquel encuentro, mientras ojeaba un par de planos.

– Creo que el edificio destartalado al que se refiere es un antiguo orfanato, Señor Queen. – respondió educadamente, sin dejarse llevar por sus pensamientos.

– Si, eso, lo que sea. – respondió dejando ver su desinterés. – En fin, dejaré la decisión del enclave de mi pequeño proyecto para después… ¿Tenemos conexión por satélite? – volvió a preguntar haciendo que apareciera una pantalla de televisión que emergió del techo.

Y es que el jet contaba con todo tipo de lujos, desde los confortables asientos de cuero en color beige, a aquella televisión de plasma, o lo último en sistemas de computación.

Chase se limitó a asentir. No podía creerse como el Señor Queen padre le había enviado a aquel viaje, cuando llevaba años siendo su asistente personal. Sin embargo, aquello no impedía que desempeñara su trabajo a la perfección, y mientras aquel niño rico trasteaba con la tecnología del jet, él se dedicó a revisar los elementos necesarios para la presentación.

En su ensimismamiento, Oliver ni se había percatado de que el trayecto pronto llegaría a su fin, fue al escuchar, «Bienvenido a Korupsi Señor Queen», por la megafonía, cuando tomó conciencia de que no se encontraba en un viaje de placer. La travesía en avión le había resultado bastante amena, pero había llegado la hora de trabajar, había llegado la hora de demostrar que él era capaz de todo.

Cuando aterrizaron, se enfundó unas carísimas gafas de sol italianas, y tras tomar un maletín plateado, se dispuso a darle indicaciones a Chase; pero antes de que consiguiera hacerlo, este ya había cogido los tres maletines que iban a necesitar. En apenas una hora, se encontrarían con Raja Perut, dirigente de Korupsi.

Bajó del avión lentamente, sacando pecho, dejando claro quién era allí el importante. Aquel traje de color gris claro caía perfectamente sobre su fornido cuerpo, y le daba un porte imponente. En contraste, su corto cabello rubio se movía desenfrenadamente a consecuencia del avión. Al pisar tierra, respiró profundamente, y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Allí estaba, en aquella isla paradisíaca dejada de la mano de Dios, donde sólo esperaba acabar con su trabajo cuanto antes de la forma más satisfactoria posible. Un buen negocio era la mejor forma para que su padre le tomara más en consideración, y cuando acabara con aquello podría dedicarse a demostrar otras de sus habilidades a alguna bella lugareña.

Apenas había puesto un pie en suelo firme cuando un lujoso vehículo se detuvo junto a él y Chase en la pista de aterrizaje. Se trataba de la comitiva que el presidente Perut les enviaba. Del coche, un BMW, salieron un hombre y una mujer perfectamente trajeados. El hombre se acercó a ellos en primer lugar.

– Imagino que es usted el Señor Queen. Mi nombre es Christian Bastian, me ocupo de los «asuntos importantes» del presidente, y esta es la Señorita Lintang Lestari. – dijo tendiéndole la mano al rico heredero.

– Un placer. – se la estrechó con firmeza – Chase Kern, mi hombre de confianza. – señaló mientras le daba una palmadita en la espalda a este.

Continuaron con las presentaciones, y a estas sucedió la inevitable invitación de los anfitriones a las oficinas presidenciales, donde se llevaría a cabo el encuentro. Se encontraban ya subiendo al vehículo, cuando el teléfono móvil de Oliver sonó. Este se disculpó, y se alejó algunos metros del coche, no sin antes levantar su mirada por encima de las gafas para observar a la Señorita Lestari entrando en el coche. Se mordió el labio inferior, volvió a ocultar sus ojos verdes tras lo cristales, y atendió la llamada. No miró de quién se trataba, no le cupo la más mínima duda.

– Dime Adrien, ¿Qué le pasa ahora a mi padre? – preguntó con cierta frustración.

– Buenos días Señor Queen, su padre me ha pedido que me cerciore de que lleva el nuevo plan de viabilidad para mostrárselo al Señor Perut. – dijo con voz calmada al otro lado del teléfono.

– Claro Adrien, tiene que estar por… – entreabrió el maletín como pudo, y comenzó a rebuscar entre los papeles. – Dame un segundo por favor.

La chica se levantó de su mesa en las oficinas centrales de Industrias Queen, afincadas en Star City, y caminó decidida hacia el despacho de Oliver mientras su media melena oscura se balanceaba. Vestía una falda que le llegaba por las rodillas, y un ceñido suéter de cuello vuelto, ambos de color camel; unos zapatos de tacón del mismo color completaban su sobrio atuendo. Al llegar a su destino, se adentró en el despacho con decisión. Allí estaba el plan, sobre la mesa, así que volvió de inmediato a su puesto e hizo un rápido trámite mientras su jefe la mantenía en espera.

– Ni rastro Adrien. – escuchó esta finalmente al otro lado. – ¿Podrías…?

– Ya le he enviado el documento, Señor Queen.

– ¿Cómo puede ser? Lo entregaron fuera de plazo, y sólo había esa copia fuera del departamento de finanzas.

– Me quedé un rato más y lo informaticé, me alegra que le sirva de ayuda. – dijo orgullosa por su trabajo.

– ¿Servirme de ayuda? Eres mi salvación preciosa. Dile a mi padre que todo está okey, y que luego le llamo.

– Claro, Señor Queen.

– Muchas gracias Adrien, y llámame Oliver.

– De nada, Señor Oliver.

Ambos sonrieron, cada uno en su respectiva parte del mundo, y colgaron. Su relación era estrictamente profesional, pero desde que Adrien entrara a trabajar como la asistente personal del joven Queen, había habido un magnetismo especial entre ellos. Quizás fuera que ambos rondaban la veintena, o que tenían en común más de lo que pensaban; fuera como fuese, hacían un tándem profesional magnífico.

Así era Oliver Jonas Queen. Un joven mujeriego, claramente interesado en el dinero y la diversión, y que creía tener todo lo importante en esta vida; pero que sin embargo, era capaz de comportarse como todo un profesional y dar el todo por el todo en su trabajo. Y aunque esta vez fuera sin Adrien, estaba convencido de que nada impediría que aquel trato tan importante saliese adelante.


Sala de reuniones en las Oficinas Presidenciales. Una hora después.

Allí estaba. Aquella era la prueba de fuego, el momento de demostrar toda su valía como empresario y negociante. En seguida se le vino a la cabeza la arquera Park Sung-Hyun (1), él también tenía que volver a casa con el oro, no podía conformarse con la mediocre plata, o el ordinario bronce.

El joven heredero fue presentado al Señor Raja Perut por los subordinados de este. Tanto estos como Chase se retiraron, y Queen se quedó a solas en la sala de reuniones con el dirigente. Este era un hombre de 53 años, moreno, de cabello oscuro pero con las primeras canas asomándose cerca de sus sienes, y de constitución fuerte. Llevaba un traje marrón claro y una camisa blanca que lucía sin corbata, lo que le daba un aire desenfadado; sin embargo, su semblante se veía serio, invadido por la preocupación.

Oliver prestó especial atención a este detalle. Se trataba de su blanco, y no podía pasársele por alto nada. Chase había dejado preparado todo antes de irse, así que antes de empezar con su presentación, abrió el ordenador portátil dispuesto a encenderlo; pero para su sorpresa, el Señor Perut no reaccionó de la forma esperada.

– Al grano, Señor Queen. – dijo este cerrando la tapa del portátil.

– Como prefiera, Señor Perut. – guardó el ordenador y abrió otro maletín.

Su objetivo se le estaba resistiendo, pero ya contaba con aquello. Si quería ir al grano, es lo que haría, el cliente siempre tenía razón; o al menos había que hacerle creer que la tenía. Sacó un par de nuevos rifles que habían desarrollado, de los cuales ya habían enviado un cargamento a la isla días antes.

Tomó uno de ellos, el mejor valorado, y comenzó a mostrárselo.

– Este es nuestro último rifle, el Q-42. Emplea balas calibre 6,61 mm, y tiene un alcance efectivo de 600 metros. Además es capaz de disparar entre 900 y 980 balas por minuto. Una maravilla, ¿No le parece? – le dijo mientras le ofrecía el arma con ambas manos.

Raja Perut no se movió ni un milímetro, no tenía la menor intención de cogerla. Miró a Oliver directamente a los ojos, y pronunció lentamente las siguientes palabras.

– No me gusta repetirme, Señor Queen.

«Está bien, un cliente exigente», es lo que pensó el joven ante tal actitud. Definitivamente había llegado la hora de tensar el arco al máximo, de otra manera no podría hacerse con aquel blanco. Acercó otro de los maletines. Este era alargado, medía poco más de un metro, y contaba con tres combinaciones diferentes.

– Espero que esto esté más acorde con lo que busca. – dijo Oliver mientras comenzaba a introducir las claves.

– Lo que busco es mantener libre a mi pueblo. – Oliver no pudo evitar mirarle al oír aquello, pero rápidamente volvió a su labor de abrir el maletín. – Le hablaré claro, Señor Queen. Lo que quiero es algo lo suficientemente potente como para poder detener cualquier ataque de esos insurgentes… Esto es una República Democrática, y así debe seguir siendo.

Oliver prestó la atención justa y necesaria. No le interesaba la política, y mucho menos la de un país que le era absolutamente ajeno. En su mente sólo estaba el éxito de aquella transacción. Finalmente sacó el arma estrella de Industrias Queen, el lanzacohetes S827-C.

– Si lo que busca es un gran poder destructivo… – comenzó el joven colocándose el arma al hombro. – Esta es su arma. Ligera, no llega a los seis kilos cargada, y con apenas retroceso. Tiene el mejor sistema de miras que puede encontrar hoy en día. – miró a través de estas. – Y su alcance es inmejorable. Llega hasta los 2.400 metros, con un alcance efectivo de 500. – continuó entusiasmado. – Además tiene cabezas intercambiables, por lo que podrán ajustarlo al uso que le quieran dar, y…

– Es suficiente, Señor Queen. Me ha convencido. – mostró una media sonrisa.

Aquel gesto se lo dijo todo. Era la primera vez que Oliver veía sonreír, o algo parecido, a Raja Perut. Lo peor había pasado, así que Oliver también sonrió. Definitivamente, había hecho diana.


Vestíbulo de las Oficinas Presidenciales. En ese mismo momento.

Lo que solía ser un lugar concurrido, se encontraba prácticamente desierto en aquellos momentos. La planta baja del edificio se dedicaba a la atención ciudadana, pero hacía ya un par de horas desde que terminara el horario de atención al público. Toda presencia era la de dos guardias de seguridad. Habitualmente era una persona la que se encargaba de vigilar la entrada, pero dada la tensa situación política, se había visto reforzada la seguridad, y eran dos los guardas que había en el lugar en esos instantes.

Una mujer joven se acercó entonces a la entrada, cargaba un bebé envuelto en una especie de pañuelo, y vestía con un vestido blanco, un tanto raído, que hacía resaltar aún más su piel y melena morenas.

– < Señora, las oficinas están ya cerradas, tendrá que volver mañana. > – se adelantó a indicarle uno de los guardias.

– < No lo entiende, han despedido a mi marido, y apenas podemos mantener a nuestro hijo. > – dijo la joven con un hilo de voz, mientras acercaba al bebé contra su pecho.

– < Comprendo señora, pero tendrá que ser en otro momento. > – le respondió amablemente el hombre.

La mujer insistía en entrar, y comenzó a adelantarse en dirección a la puerta, pero el otro guarda le cerró el paso.

– < Ya lo ha oído. Tendrá que venir a solucionar su problema en otro momento. > – dijo tajante.

– < ¿Mi problema? Han despedido a decenas de personas, todo por permitir que esos americanos se afinquen en la isla. No se trata de mi problema, es el problema de todos. > – aunque molesta, su voz seguía siendo débil.

– < No señora, se equivoca. No es mi problema. Vuelva mañana. Váyase o tendré que echarla. > – insistía el guarda.

Su compañero le miró desconforme, pero no podía restarle autoridad frente a una ciudadana. Esta agachó la cabeza, e hizo el ademán de dar un beso a su hijo, pero entonces dijo algo.

– < ¿Cómo vamos a prosperar, si ni los nuestros comparten nuestros problemas…? > – entonces, el bulto que se suponía un bebé quedó al descubierto. < Váyanse o tendré que echarles. > – dijo tras tapar su rostro de nariz para abajo con el pañuelo que envolvía aquel Q-42, y apuntar a ambos hombres.

Los guardas dudaron, estaban preparados para enfrentar a una mujer armada, pero pronto tras esta aparecieron una docena de hombres y mujeres más armados. Vestían botas negras y pantalones bombachos de color verde. Su indumentaria variaba en lo que a la parte de arriba se refería, pero todos se cubrían el rostro con pañuelos de color rojo y blanco.

Los vigilantes tiraron las armas y levantaron las manos, dejando claro que no intentarían ninguna treta. Algunos se quedaron a controlarles, pero el resto del grupo se introdujo en el edificio, dispuestos a hacerse con él. Allí estaban, en aquel lugar donde como ciudadanos habían estado más de una vez realizando distintos trámites, pero ahora, era un trámite bien distinto el que tenían que ejecutar.


Frente a la Sala de reuniones. Oficinas Presidenciales.

Tras las puertas de la sala, Chase y Lintang Lestari esperaban a que acabara la reunión. Tanto Lintang como Christian Bastian habían insistido en esperar en otro lugar mejor acondicionado, pero Chase rehusó la proposición. Aquel era su lugar. Como mero asistente, se habría ido gustoso a degustar el café o tés de la zona, pero su cometido se lo impedía. Su deber era vigilar aquella puerta, y así lo haría; aunque fuera junto a los empleados de Perut, que desconociendo su labor de vigilancia, habían insistido en acompañarle.

Minutos después de comenzar la reunión, Christian había decidido bajar a por unos cafés para el Señor Perut y el Señor Queen, mientras Chase y Lintang se quedaban a solas frente a la sala. Inmediatamente, se hizo un silencio un tanto incómodo que Chase no se esforzó en romper. Debía velar por el Señor Queen, no estaba allí para hacer amistades, ni fingir cordialidad. De pronto, la situación se torció de una manera inimaginable, y cualquier idea de cordialidad quedó aún más lejos.

Dos hombres con uniforme y el rostro cubierto, que portaban sendos rifles, aparecieron de repente. De forma casi instintiva, Chase llevó su mano a la parte trasera de la cinturilla de su pantalón, y sacó una semiautomática. Sin mayor miramiento, amenazó con ella a ambos hombres.

– ¡Salga de aquí! – gritó Chase a la Señorita Lestari.

Esta asintió nerviosa, pero en lugar de huir del edificio, se apresuró a entrar en la sala de reuniones.

– Maldita sea… – musitó Kern mientras sigilosamente tomaba algo de la manga de su americana.

Los dos intrusos se miraron confundidos, no sabían si echarse a reír ante semejante papelón. ¿Acaso aquel extranjero pensaba detenerles con aquel arma? Lo que no esperaban era la pequeña bomba de humo que Chase hizo rodar varios metros hasta llegar a ellos, y que en pocos segundos desplegó todo su contenido. Con aquel movimiento, Chase creó un ambiente propicio para sacar de allí al Señor Queen. Se tiró al suelo rápidamente, y comenzó a reptar hacia la puerta, evitando así la influencia del humo. Sin embargo, al alcanzarla y levantarse, lo que antes fuera gris ahora se volvía negro. La culata de un Q-42 le había golpeado en la cabeza, lo que hizo que se desplomara.


Interior de la Sala de reuniones.

Raja Perut y Oliver Queen continuaban en la sala de reuniones ultimando los detalles del acuerdo. El trabajo de Oliver había acabado, sin embargo, se vio en la obligación de atender a las palabras de su cliente. Tal y como sospechaba, este se encontraba francamente preocupado; todo ello por la situación que vivía la isla. Al parecer, un grupo de fundamentalistas se estaban organizando para iniciar una revolución, ya que estaban en desacuerdo con las últimas inversiones que los occidentales habían hecho en la zona. Este hecho no tardó en llegar a oídos del dirigente Perut, y ante aquello, debía estar preparado.

A Oliver todo aquello le traía sin cuidado. Nunca se había preguntado para qué se empleaban las armas desarrolladas en Industrias Queen, aquello no entraba en su imaginario. El dinero y el éxito era todo lo que tenía por objetivo e interés. Pero de pronto, todo aquello que le era ajeno, le estalló en la cara.

Lintang Lestari entró estrepitosamente en la sala y cerró la puerta tras de sí, ante la atónita mirada de Queen y Perut.

– ¡Tienen que salir de aquí! – dijo con tono de angustia, aún apoyada en la puerta y respirando con dificultad.

– Son ellos. – apuntó Raja Perut con total calma.

Oliver no entendía nada, no era consciente del alcance de la situación. No hasta que la puerta se abrió repentinamente, y vio a la Señorita Lestari volar contra la pared y golpearse contra ella. Aquello le cabreó sobremanera, pero los hombres armados que aparecieron frente a él pronto alejaron ese pensamiento. Uno de ellos le apuntaba con un arma, mientras el resto sacaba a Raja Perut y a Lintang Lestari de allí.

– Ponga las manos donde pueda verlas. – le ordenó aquel hombre en inglés.

El joven Queen hizo lo que se le mandó, mientras pensaba en su siguiente movimiento. Él no tenía nada que ver con lo que pasara en ese país, no era asunto suyo, y por supuesto no estaba dispuesto a dejarse atrapar para pudrirse en quién sabía qué rincón de aquella isla.

Cuando el hombre comenzó a acercarse, Oliver se lanzó al rifle que había estado mostrando anteriormente, y que ahora se encontraba sobre la mesa. El fundamentalista sonrió, pensando en la estupidez que Queen acababa de hacer. Disparó a su lado un par de veces, tratando de amedrentarlo, y Oliver se lanzó al suelo, metiéndose bajo la mesa y volcándola a modo de trinchera.

– < Demasiadas películas americanas. > – murmuró el insurgente acercándose a la mesa con el rifle en sus manos.

Oliver salió repentinamente de detrás de la mesa, estampando sorpresivamente una silla en el lomo de aquel tipo, lo que provocó que tuviera que soltar el arma. Oliver aprovechó que tenía la guardia baja para golpearle con su Q-42; un certero golpe en el estómago que hizo que el fundamentalista cayera al suelo. Era el momento. Miró rápidamente a su alrededor, y escogió su vía de escape.


La ventana se encontraba entreabierta, y tras hacer un pequeño cálculo, se tiró por esta sin pensárselo más; tal y como había presumido, cayó sobre el toldo que había sobre la entrada. Al rebotar en este, y alcanzar el suelo, tuvo que frenar con sus manos y una de su rodillas en el pavimento. La articulación se llevó claramente la peor parte. Un intenso dolor le recorrió todo el muslo momentáneamente, y al incorporarse sintió un dolor agudo en la rodilla. Esto no impidió que continuase con su huida, era consciente de que el  hombre que le amenazaba segundos antes estaría tratando de darle alcance en aquellos momentos.

Oliver observó que no había nadie por allí, ni siquiera Chase, el cual esperaba que se encontrase bien; sin embargo, no tenía tiempo para averiguarlo, ni se encontraba en condiciones de hacerlo. Corrió como pudo hacia el coche que les había llevado hasta allí, y su buena estrella hizo que este tuviera las llaves puestas.

– Mierda, vamos, vamos… – murmuraba mientras trataba de arrancar el coche, que se resistía a sus deseos.

Justo en el momento en que lograba que el coche comenzara a andar, dos de los fundamentalistas se hacían con otro vehículo y comenzaban a seguirle. Estaba en clara desventaja, ya que no dominaba el territorio. Su única y mejor opción, era volver a realizar el único camino que conocía. El camino hasta el jet que le había llevado allí.

Aquello le parecía cada vez más surrealista, y deseó estar en su casa de la playa, tumbado en una hamaca junto a una preciosa rubia, bebiendo mojitos. Lo que debía ser una reunión de negocios que le reportara su tan ansiado éxito, se había convertido en una pesadilla, y ahora, se encontraba inmerso en una persecución en medio de una isla aparentemente paradisíaca.

Si no le mataban los insurgentes, lo haría la gran velocidad que estaba tomando por aquellas carreteras, y los volantazos que daba una y otra vez tratando de esquivar a los ciudadanos. Los fundamentalistas le seguían de cerca, pero dada la presencia ciudadana, habían desechado cualquier respuesta ofensiva. Sin embargo, esto cambió al salir del pueblo y tomar rumbo al aeropuerto.

Las lunas del coche estallaron poco después de que Oliver viera la torre de control a lo lejos. Habían abierto fuego, y Oliver sólo contaba con un Q-42 que no podía utilizar estando al volante. Ni siquiera estaba seguro de que le sirviera de mucho aun con sus manos libres. Su puntería era buena, pero no precisamente con un rifle en sus manos.

– Vamos, vamos… – volvió a rogarle al coche, esta vez para que acelerara un poco más y poder llegar hasta el aeropuerto.

Trataba de agazaparse en el asiento del conductor para evitar que los proyectiles de sus atacantes le volaran la cabeza, y durante unos minutos, se dedicó a conducir sin percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Aun así, Oliver continuaba pisando el acelerador como si le fuera la vida en ello, aunque ciertamente así era.

Milagrosamente, consiguió adentrarse en el aeropuerto y llegar  a la pista de aterrizaje, pero un par de disparos en las ruedas traseras hicieron que se le fuera el coche por completo. Aquello obligó a Oliver a incorporarse como era debido y tratar de recuperar el control del vehículo. Para su sorpresa, no habían sido sus perseguidores, que ya no le pisaban los talones; había sido la milicia Korupsiana quien había tratado de detenerle.

Se aproximaban a gran velocidad, tratando de darle alcance, y Oliver no pensó en si se trataba de amigos o enemigos. Frenó, cogió el rifle, y salió del coche para dirigirse a pie al jet, del que sólo le separaban unos cuantos metros. La tripulación, que veía la escena desde las ventanillas, como si de una película de acción se tratase, comenzó a preparar el despegue.

Corrió como alma que lleva el diablo, a pesar del dolor en su rodilla, pero era inevitable que la patrulla militar le diese alcance. Fue a las puertas del jet cuando Oliver se vio finalmente acorralado. Dos militares armados bajaron del vehículo que se acababa de detener ante él, y Oliver no dudó en apuntarles con su Q-42.

– Sabemos quién es Señor Queen, no tiene por qué preocuparse. – dijo uno de ellos, dejando su arma en el suelo, e indicando a su compañero que hiciera lo mismo.

– ¡Me habéis disparado! – gritó fuera de sí.

– Señor, ha sido un pequeño contratiempo. Le llevaremos a la embajada, no puede marcharse de esta manera. – añadió el otro militar tras posar su arma en el suelo.

– ¿Qué no puedo? – «Ya lo veremos.», pensó.

La entrada al jet se abrió en aquel momento, como si se tratara del mismísimo Alí Babá pronunciando las palabras mágicas que abrirían la puerta que le separaba de la riqueza. Oliver comenzó a dirigirse lentamente a esta sin dejar de apuntar a ambos hombres, alternando entre uno y otro.

– ¡Cuidado Señor Queen! – gritó uno de sus empleados asomándose por la entrada del avión, en el momento en que los militares se disponían a tomar nuevamente sus armas.

El trabajador de industrias Queen emitió un par de disparos para atraer la atención de la milicia, lo que permitió a Oliver acceder al avión. Se inició así un tiroteo que no duró mucho, ya que a la menor oportunidad, cerraron la compuerta del jet.

– Gracias Jerry…- musitó Oliver a su subordinado, respirando de forma agitada y apoyado contra la puerta de la entrada.


El piloto estaba listo, sólo esperaba el momento adecuado para despegarse finalmente del suelo; ya habían empezado a rodar, tratando de dejar atrás aquel lugar cuanto antes. Detrás, Oliver Queen era interrogado por los otros dos empleados de Industrias Queen que habían asistido al viaje. Querían saber si se encontraba bien, el por qué de todo aquello, dónde estaba Chase… Pero Oliver no tenía fuerzas para responder, y tampoco estaba seguro de conocer las respuestas.

– La embajada se encargará de todo, espero… – dijo al final, apenas sin aliento, y se puso el cinturón.

Sus trabajadores se dirigieron también a sus asientos, cabizbajos y temerosos. Temían, al igual que Oliver, el destino de su compañero, y el varapalo que lo sucedido podría suponer para Industrias Queen. No se imaginaban que pronto sucedería algo que les haría conocer el auténtico miedo.

El Bombardier Global CJN ya se encontraba sobrevolando las afueras de Korupsi, aunque aún no había alcanzado la altura suficiente como para librarse del proyectil que en aquel momento impactaba en el jet. Todas las alertas se activaron en la cabina, y el piloto hacía todo lo posible por mantener el vuelo del avión, a pesar de que en su interior sabía que la única posibilidad de sobrevivir era un aterrizaje de emergencia. Eso, o un milagro.

– ¿Qué ha sido eso? – gritó Oliver ante el estruendo y el tambaleo provocado por el proyectil

– ¿Nos atacan? – preguntó uno de los empleados, que acto seguido se levantó y acudió a la cabina del piloto.

Segundos después volvió con el resto. La situación no parecía tener salida.

– Es necesario aterrizar inmediatamente… – dijo al borde de las lágrimas, señalando hacia una de las ventanillas del avión.

Oliver miró hacia fuera, y sus esperanzas se desvanecieron por completo. Agua. No había nada más que agua. Ya habían salido de la isla.

– Sentaros y abrocharos los cinturones. – ordenó Oliver ante el creciente vaivén de la aeronave, tratando de mantener la calma.

Todos obedecieron y se hizo el silencio. Algunos rezaban para salir con vida de allí, otros se maldecían por no haber hecho caso a su mujer y haberse tomado unas vacaciones, pero Oliver Queen… Oliver Queen sólo podía pensar en que iba a morir.

El jet se tambaleaba a la par que iba perdiendo altura. El piloto trataba de dar marcha atrás y hallar un mínimo trozo de tierra donde intentar una maniobra de emergencia, pero era inútil. Una nueva alarma sonora comenzó a escucharse por todo el avión, y colaboró en que el pánico se adueñase de los allí presentes. Los elementos de emergencia habían caído hace rato frente a sus caras, pero nadie hizo uso de ellos.

Oliver se sujetó al asiento con fuerza cuando el bamboleo del jet se volvió aún más intenso. Sus compañeros gritaban despavoridos ante lo que iba a suceder; gritos que se convirtieron en alaridos cuando el avión comenzó a caer casi en picado. Oliver no gritó, ni emitió sonido alguno. Clavó sus uñas en aquellos carísimos asientos de cuero, y deseó morir por el impacto, y no hacerlo ahogado.  Entonces, todo se volvió oscuro.

CONTINUARÁ…


NOTAS:

1.- Park Sung-Hyun: Arquera coreana ganadora del oro en las categorías individual y grupal, de tiro con arco femenino, durante las Olimpiadas de Atenas de 2004. Repitió hazaña en los Asian Games, y volvió a ganar el oro grupal, y la plata individual en Beijin 2008.


EL CARCAJ

Bienvenidos a este pequeño rincón, donde al igual que en el carcaj de Green Arrow, podréis encontrar casi de todo :p

En esta ocasión, queríamos hablaros un poco sobre el proceso de creación, ya que al tratarse de una co-guionización, tiene sus particularidades. En principio nos hemos decantado por esbozar la trama de forma conjunta, si bien en cada capítulo, cada uno tendrá una tarea determinada. Iremos alternándonos, de manera que uno de los dos se encarga de esquematizar el guión, contando en líneas generales qué es lo que sucederá, y el otro se ocupa de escribir, dándole cuerpo a la historia. Todo ello tratando de que haya un feed-back continuado para la mejora del fic ^^

Procesos a parte, deciros que esperamos que os guste la historia, y este nuevo Oliver Queen que proponemos. Nos encantaría que nos hicierais llegar vuestras impresiones y críticas, así como cualquier duda o pregunta que tengáis. Podéis hacerlo a través de los comentarios de la página, o en el Facebook de Marveltopia. También podéis proponernos citas famosas para futuros capítulos. =)

Gracias por dedicarnos un poco de vuestro tiempo, y esperamos que haya merecido la pena n_n

¡Un saludo!

Carlos Fortuny y Nahikari.

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5 Responses to Green Arrow #1

  1. MarvelTopia says:

    ¡Buen primer número!
    Mi gran duda es… ¿Oliver tiene perilla?

  2. MarvelTopia says:

    ¿Y para cuando un crossover con Canario Negro?

  3. Tomas Sendarrubias says:

    Guau. Me ha encantado. No sé qué más decir, la verdad. Me ha gustado mucho mucho. Espero que siga al menos tan bien como ha empezado.

    Y jefe, yo me lo imagino sin perilla. Como Justin Hartley en Smallville… 🙂

  4. Pacou Miranda says:

    Genial primer capitulo. Me han gustado especialmente las metáforas del tiro con arco al negociar y la persecución me ha parecido brutal, muy bien narrada. En cuanto pueda me pongo a leer el capitulo 2 a ver si nuestro amigo Oli sobrevive al aterrizaje accidentado XD

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