Marvel Spotlight #21 – Nick Furia, el hombre que pudo reinar #3

Marvel Spotlight #21Durante cerca de 50 años, Nicholas Fury fue un paladín de la libertad en una época en que el mundo se tambaleó en el filo de la navaja. Hoy, cuando el mundo se recupera del Onslaught, nuevas amenazas surgen por doquier y el director de SHIELD ya no está para combatirlas. ¿O tal vez sí?

#21 – Nick Furia, el hombre que pudo reinar #3
Asalto

Por Israel Huertas


Fecha de publicación: Mes 25 – 5/00


Madripur. Ha anochecido hace apenas unas horas y todo parece en aparente calma. Tao-Yu, el hombre colectivo, se remueve inquieto entre las sombras de la fortaleza que, sospechan, se dedica a la producción de una potente droga llamada Gama. Conectado a este miembro de la inteligencia china por medio de un sistema aislado de comunicaciones, se encuentran Nastasha Romanova, vengadora y ex_espía soviética, a la que esta misión le inspira cada vez más desconfianza, Batroc, el maestro francés del sabate que no se encuentra en su mejor momento, y Nick Furia, el aparentemente difunto director de SHIELD que, vivito y coleando, juntó a este extraño grupo para un fin del que no les ha dado demasiados detalles.

Furia y Batroc han de infiltrarse por el portón que da acceso a los camiones desde el almacén; Nastasha debe intentar entrar a través de la claraboya reforzada del techo y Tao-yu intentará lo propio por la entrada submarina del almacén.

– Atención, pichones – dice Furia a través del comunicador -, luz verde para hacer el nido.

Y Nick Furia piensa lo bueno que es que el almacén se encuentre en un lugar como Madripur, cuyas leyes y política habitual son tan laxas que permiten ciertos abusos. Aún así, aún no conocen al enemigo y es mejor no tentar la suerte, por lo que la operación deberá ser rápida y limpia: entrar, capturar al cabecilla, coger una muestra de la droga y volar el sitio. Todo esto, en cinco minutos. El tiempo que tardarán en llegar los refuerzos.


La Viuda Negra lanza un garfio a lo alto del muro menos iluminado del edificio. Es un truco que ha usado a menudo y que conoce a la perfección, lo que le da cierta seguridad al encarar un trabajo que no tiene nada claro. El garfio se engancha a la primera gracias a sus muchos años de práctica, y ella engancha el extremo que queda a su cinturón, que recoge poco a poco el fino kevlar del que está hecho el cable y lo guarda en un carrete mientras la espía sube el muro como si corriera por él.

Al llegar arriba, sus manos se enganchan en la azotea y, con su increíble agilidad gimnástica, traza un arco perfecto con su cuerpo, aupándose hasta alcanzar el techo con los pies. Luego se incorpora con agilidad felina, rehuyendo la luz de la pobre luna que les ilumina hoya. Se desliza hacia la claraboya y se apoya en una de las esquinas, apartada de posibles miradas en el interior.

– Estoy en posición – dice al comunicador, y sigue observando la actividad en el interior de la fábrica. Las masas de droga en polvo pasan de cinta en cinta mientras unos pocos operarios la revisan y envasan. Tras una especie de biombo, se encuentra el pequeño laboratorio en el que se procesa el producto. Allí, un hombre con corbata revisa unos albaranes -. Ya veo a nuestra presa.

Lo que no ve, es la sombra que, tras ella, empieza a sacar un arma de su funda y se acerca a la desprotegida vengadora.


Tao-yu sabe que su labor es la más peligrosa. Sus lentes especiales no funcionan demasiado bien en el agua y apenas si recibe lecturas térmicas de la zona de atraque. Aún así, sigue buceando hasta la entrada que, bajo el agua, permite el traslado de mercancías sin rendir cuentas a posibles espectadores.

Este agente secreto chino necesita llegar al final pues, sólo así, podrá descubrir quién le tendió la trampa que le sacó de la agencia y le convirtió en un proscrito1. Información que cree que sólo Furia puede darle.

Un portón de acero inoxidable cierra la compuerta de entrada. Tao-Yu lo toca con sus manos primero. Busca el posible punto débil que le permita abrirla con el menor escándalo posible y descubre un golpe, seguramente hecho por un barco que se acercó demasiado, que comba un poco la puerta por debajo del cierre.

Introduce una pequeña carga de explosivo y se aparta con rapidez. Al detonar, el explosivo aparta la puerta lo suficiente como para dejarla abierta y no lo bastante como para dar la alarma. El espía chino se desliza por la apertura y sale al otro lado, emergiendo con cuidado.

Lo primero que ve son tres guardias asiáticos sentados en corro y jugando a las cartas. Tienen rifles demasiado cerca como para acercarse con sigilo, pero están distraídos, lo que le da una cierta ventaja.

– Estoy en posición – le confirma al comunicador, y se acerca a los desprevenidos guardias.


Nick Furia espera entre las sombras mientras su compañero Batroc, el saltarín (y sonríe al recordar el apodo), se acerca con sigilo al portón de carga del almacén. Dos guardias lo custodian aunque, en ese momento, charlan entre ellos compartiendo un cigarrillo. No parecen gran cosa y caen como si nada bajo los silenciosos golpes del francés. Furia sale de las sombras y ayuda a Batroc a ocultar los cuerpos inconscientes de los guardias.

Colocan las cargas explosivas en las puertas y comunican por radio su disposición. De esa forma, tanto el Hombre Colectivo como la Viuda Negra, podrán tomar también sus posiciones e iniciar el asedio. Furia hace una cuenta atrás desde tres y las cargas del portón explotan, desvencijando la entrada y sembrando un momento de caos en el interior.

Furia y Batroc entran con sus armas preparadas y hacen unos cuantos disparos de aviso que los operarios entienden en el acto.

– ¡Muy bien, escoria! – exclama Furia con rudeza -. ¡Si no os movéis ni hacéis ninguna tontería no tendréis que lamentarlo!.

El hombre encorbatado que la Viuda había visto desde la azotea sale corriendo y abriendo fuego a la vez, y se oculta tras un panel en la pared del fondo que, en apariencia, no debería llevar a ninguna parte. La maniobra pilla a Furia y a Batroc desprevenidos y hace que los operarios enfunden las armas que llevan ocultas, iniciándose el tiroteo de rigor.


Tao-Yu escucha la cuenta atrás y, al terminarse, oye la explosión. Los tres guardias de abajo cogen rápidamente sus ametralladoras, pero no tienen tiempo de usarlas ante la súbita maniobra del espía chino. Saltando desde el agua del muelle con rapidez cegadora, aterriza en medio de los tres y los barre con una patada circular. Uno de ellos cae al agua, desarmado. Otro se golpea la cabeza con el suelo y cae inconsciente. El tercero gira con el impacto y se incorpora desnfundando un machete a la vez. Tao-Yu se prepara en posición defensiva, poniendo sus brazos en equis frente a su pecho y abriendo las piernas para poder esquivar el ataque del matón. Este no se hace esperar y lanza un mandoble con el brazo derecho, el que lleva el machete, que el Hombre Colectivo esquiva echando su cuerpo hacia atrás. Inmoviliza el brazo del atacante con sus dos manos y propina una fuerte patada a la mandíbula del agresor que concluye la pelea en el acto.

El que cayó al agua le grita mientras se apoya en la orilla con ambas manos para salir y, como única respuesta, el espía chino le lanza el cuchillo de tal forma que el mango del mismo le golpea la cabeza y lo derriba inconsciente en la orilla.

La escaleras de acceso desde el muelle subterráneo dan a una puerta blindada. Tao-Yu piensa que es la entrada a la fábrica y la vuela con el explosivo que lleva. La puerta se abre de par en par y, lo que allí le espera, le deja paralizado por un instante.


Nastasha acaba de colocar la carga en la claraboya, hecha con un polímero de kevlar, transparente y muy resistente, pero vulnerable a la cantidad suficiente de explosivo plástico. Inserta el receptor del detonador en la pasta pero no tiene tiempo de activarlo.

Escucha el crujir del gatillo un instante antes de que la bala sea percutida fuera del arma de su asesino en la sombra y, con unos reflejos y habilidades pulidas en años de intenso entrenamiento, se aparta de la trayectoria del proyectil casi a tiempo. No puede evitar que la bala le roce el hombro derecho, pero eso no la detiene. Antes de que la bala se incruste en la azotea, sus brazaletes ya han disparado dos dardos tranquilizantes al matón que, de haber tenido menos envergadura, sin duda hubiera sucumbido en el acto. No es así. Se lanza contra ella y la Viuda Negra le lanza sobre la claraboya con una llave. Acto seguido, activa el detonador y el polímero vuela, dejando caer al asesino casi inconsciente. La Viuda salta justo tras él y cae sobre uno de los operarios que, en pleno tiroteo con Furia y Batroc, es sorprendido por la acción de la ex espía. Los otros cinco operarios, ante esta repentina interrupción, intentan huir a la carrera, pero Batroc da cuenta de ellos con su inimitable estilo.

– Realmente merece que le llamen «el saltarín» – dice la Viuda en un intento de burla.

– ¡Vamos – la increpa Furia -, el pez gordo se ha ido por esa puerta!

Esa puerta se abre con violencia cuando el cuerpo del Hombre Colectivo se estrella contra ella desde dentro. Cuando cae al suelo, ya está inconsciente. Sus compañeros no tienen tiempo de asistirle cuando una especie de robot enorme atraviesa el umbral dispuesto a la acción. Su aspecto es parecido a la primitiva armadura de Iron Man, por lo que Furia supone que lleva dentro el hombre al que necesitan coger.

Rápidamente, Batroc se lanza contra la blindada figura y descarga una serie de patadas en su cara, haciéndole tambalearse hacia atrás.

– ¡Ahoga, mujeg! – exclama Batroc -. ¡Túmbalo y segá nuestgo!

Aunque no la gusta el tono del francés, la Viuda se mueve con rapidez y tumba a hombre y armadura con un rápido golpe en la parte de atrás de las piernas propinado con una de las mesas del almacén. La pesadilla y cae y, según está en el suelo, un par de garfios unidos a unos cables le dan una fuerte descarga eléctrica que funde sus sistemas. La descarga la ha proporcionado Furia con un táser patentado por SHIELD.

– Viuda, Batroc – Furia se dirige a ellos en un tono que no demuestra demasiada emoción -, coged a Tao-Yu y salid de aquí. Podría tener una conmoción y seguramente necesite ayuda médica.

– ¡Espera, Nicolai! – le increpa la Viuda, sujetándole de un brazo -. ¡Prometiste respuestas y ese hombre las tiene! ¡No vas a apartarme así como así!

Nick Furia retira la mano de Nastasha y se gira hacia ella lentamente. La coge por los hombros y dice:

– Nastasha, ahora necesito que confíes en mí. No te ocultaré nada, pero tampoco quiero que te veas forzada a ver o hacer algo que luego lamentarías.

Nastasha duda y mira a Batroc, que ya carga con el Hombre Colectivo.

– Vamos, pettit, el hombge tiene gazón. Es mejog que nos vayamos ahoga.

La Viuda dirige una última mirada a Furia.

– Espero respuestas, Nicolai. No seguiré adelante si no me das motivos.

– Me parece razonable – responde el apático Furia -. Nos reuniremos en el hotel dentro de dos horas. El anciano llamará a un médico de confianza para Tao-Yu. Os veré allí y te daré las respuestas que necesites, pero ahora necesito que te vayas de aquí.

La Viuda Negra se gira y emprende la marcha. A lo lejos, pero acercándose cada vez más, se oyen los neumáticos de los vehículos que vienen a reforzar a la guardia de la factoría.

Furia se vuelve hacia el hombre de la armadura, desenfunda su automática y se pone en cuclillas sobre su pecho de metal. Luego, introduce el cañón por uno de los orificios de los ojos de la armadura y amartilla el arma.

– Por favor – dice el hombre del interior -, sólo soy un siervo más.

– No, no lo eres – dice Furia esbozando una sonrisa -. Eres el siervo que debía desmantelar esta factoría y eliminar las pruebas que pudieran quedar en ella, así que eres la persona indicada para mantener esta conversación. Funciona así: yo te pregunto y tu respondes, y si lo que me dices me gusta y no me suena a cuento chino, y perdón por la broma, puede que vivas para decirle a tu amo que Nick Furia estuvo aquí.

Y el hombre traga saliva y habla.

Cuando llegan los refuerzos, cuatro minutos más tarde, ninguno de los hombres que allí estaban y que sucumbieron a la entrada del pequeño escuadrón de Furia, sobreviven para lamentar su fracaso.


Dos horas después, el Hombre Colectivo yace en una andrajosa cama con la cabeza vendada y un goteo de calmantes intravenoso acoplado a su brazo izquierdo. Batroc, sentado en el alfeizar de la ventana, juguetea con un pequeño machete, riéndose cada vez que le sale una pirueta. La Viuda Negra se remueve inquieta en un sofá decrépito, apretando los dientes mientras espera al hombre que la ha llevado por medio mundo.

Cuando Furia entra por la puerta de la habitación. Nastasha Romanov salta del sillón como un resorte.

– ¿Y bien, Nicolai? – pregunta airadamente.

Nick Furia sonríe, cierra la puerta a su espalda y dice:

– Recoged el equipo, nos vamos a París.

CONTINUARA…

1.- Cómo se vio en el segundo número.


EL PAIS DE LOS CIEGOS

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