Los 4 Fantásticos #7

los4fantasticos07Reed Richards, Susan Richards, Ben Grimm, Johnny Storm. Ellos son los mayores héroes de la tierra, exploradores de mundos extraños y maravillosos, aventureros sin par. Pero ante todo eso, ellos son la más grande familia de Marvel.

#7 – Juicio VI
Un momento en el tiempo

Por Tomás Sendarrubias


Fecha de publicación: Mes 212 – 12/15


En todas partes.

Un momento en el tiempo.

 

Mientras los Celestiales les rodeaban, Reed Richards no podía evitar pensar en que estaba ante los creadores de la humanidad, ante aquellos que habían destruido civilizaciones, habían forjado a los Eternos y a los Desviantes en el crisol genético del origen del mundo, y que se habían enfrentado a los propios dioses, apartándoles de sus seguidores (1). Como líder de los Cuatro Fantásticos, había muy pocas cosas en el universo capaces de amedrentarle, pero allí, en un lugar que podía ser el corazón del Universo, o quizá el lugar donde acababa, se sentía como un niño rodeado de dioses.

Y así se sentía el hombre que había hecho frente, cara a cara, a Galactus.

Sin duda, estar absolutamente aturdido aún después de su cautiverio en la prisión del Pensador Loco no ayudaba exactamente a que Richards se sintiera despejado, pero para él, todo había sido demasiado rápido. Había comenzado con un ataque del Hombre Topo en Costa Rica, que había resultado ser una falacia organizada por el Pensador Loco para poder llegar fácilmente hasta Susan, interesado por la energía de las Gemas del Infinito que ella había utilizado para retomar la gestación de la hija que tanto tiempo atrás había perdido. Había llegado con Johnny y Ben al Pacífico Sur, sólo para caer en una trampa de su adversario, de donde habían sido rescatados por una versión futurista de su hijo Franklin, y por el Doctor Muerte (2). Pero como rezaba el dicho, había sido salir de la sartén para caer en las brasas, y ahora, tenían a su alrededor a los Celestiales.

-Sue, detrás de mi…-masculló Johnny, envolviéndose en llamas, y Reed no pudo evitar una punzada de culpabilidad al darse cuenta de que probablemente, ese debiera haber sido su acto de caballerosidad ante lo que podía ser una muerte segura, pero ese era uno de los puntos débiles de Reed, su uso implacable de la lógica frente a lo que se esperaría de él y a lo que sentía. Y si algo tenía claro, era que si por algún motivo los Celestiales les querían muerto, estaban muertos, independientemente de las llamas de Johnny, de la fuerza de Ben, de la telepatía de Franklin o de los poderes de magia y ciencia que pudiera tener Muerte.

-Puedo defendernos, Johnny-respondió ella, sin apartar los ojos un solo instante de las gigantescas figuras de los Celestiales.

-Madre…-susurró Franklin, el Franklin del futuro, su hijo de un futuro, se recordó Reed-. No es el momento… Muerte, el sistema teleportador…

-Muerte no huye-respondió Muerte, cruzando sus brazos ante el pecho, y por un momento, Reed envidió su aplomo. Estaba dispuesto a caer, a morir o a ser eliminado de la propia existencia, y no mostrar la mínima grieta en su valor.  Reed suspiró, situándose entre Ben y Sue, su más viejo amigo y la mujer a la que amaba.

Si iba a morir, no podía hacerlo en mejor compañía.

Uno de los Celestiales avanzó hacia ellos… o el espacio se acortó y permitió que estuviera más cerca, o quizá simplemente era una cuestión de percepción, un gigante de acero negro y fuego rojo, Arishem, líder de la Hueste Celestial, y entre sus prerrogativas se encontraba decidir si los mundos morían o los mundos vivían… ¿Quién iba a ser juzgado? ¿Ellos o la humanidad?

-Me habla-dijo de pronto Franklin, llevándose las manos a la cabeza-. Por todo lo que es sagrado, me está hablando.

Un borbotón de sangre manó de su nariz, goteando sobre su ropa, y sus piernas se doblaron, haciéndole caer de rodillas. Sue se apresuró a situarse a su lado, tratando de ayudarle, pero el muchacho alzó una mano, haciéndola ver que no se acercara más a él.

-Franklin…-siseó Sue, preocupada, y Ben no dudó en dar una fuerte palmada que resonó en la falsa atmósfera que les envolvía.

-¡Eh gigantes!-gritó-. ¡Dejad en paz al muchacho, meteos con alguien de vuestro tamaño!

-Estrellas de helio se consumen en la frontera del infinito…-dijo Franklin-. Sus pensamientos arden… son galaxias de electricidad y partículas no descubiertas, fractales y secuencias… El aire huele a rojo…

-Franklin-llamó Reed, estirándose para situarse junto a él. Pensamientos desmadejados, sangrado por la nariz, oxímoron sensitivo… lo que fuera que le estuvieran haciendo los Celestiales estaba reduciendo a pulpa su cerebro…

-Me hablan, padres pero no les entiendo-. Lágrimas rojas se deslizaron por sus mejillas, y sus ojos perdieron el color, como si se disolvieran… y por un momento, Franklin Richards dejó de existir. Ninguno de los presentes tuvo tiempo de reaccionar, pero había sido evidente, durante menos de un segundo, el joven que se hacía llamar Psi-Lord había desaparecido, había dejado de ser. Pero cuando volvió, fue como si nunca se hubiera ido, salvo porque había algo en sus ojos que era completamente ajeno. Un resplandor extraño, imposible, que más que verse parecía escucharse, como un lejano repicar de campanas, y que se notaba en la lengua, como el sabor del cobre-. ¡Ahora les entiendo! ¡No sé que me han hecho, pero les entiendo!

-¿Estás bien?-preguntó Susan, y Franklin asintió.

-No se puede contener el infinito en una mente humana-dijo Franklin, y señaló hacia los Celestiales-. Me han dado una mente que sí puede hacerlo.

-¿Por qué cada vez que vemos las estrellas de cerca alguien comienza a decir cosas sin sentido?-gruñó Ben Grimm, y Muerte le hizo un gesto para que se callara.

-Silencio, bruto-dijo. Ben se disponía a responderle, pero en ese momento, Franklin volvió a hablar.

-Madre, eres el objeto de su juicio-comenzó a decir Psi-Lord, y los ojos de Susan se abrieron mucho. Haberlo supuesto era muy diferente de la convicción de saber que sus obras habían traído el Juicio de los Celestiales.

-Debe ser una broma-dijo Ben, pero él mismo se corrigió-. Ah, no. Había olvidado que esta gente no bromea…

-¡No tocaréis a mi hermana!-gritó Johnny, alzando el vuelo envuelto en llamas, y lanzando una flama resplandeciente, de puro fuego blanco, en dirección a Arishem.

El Celestial ni siquiera se movió, ni siquiera reparó en que Johnny se hubiera movido. Reed no pudo evitar pensar que era mejor así.

-Detén a tu cuñado, Richards, si no quieres que muera-siseó Muerte, y Reed le lanzó una amarga mirada, pero era evidente que el monarca de Latveria tenía razón.

-¡Estate quieto, Johnny!-gritó Mister Fantástico, envolviendo a su compañero y esperando en su interior que el aislante de su traje fuera suficiente como para evitar el calor emitido por la Antorcha Humana.

No lo fue, y Reed sintió como la piel le ardía bajo el aislante, pero trabó a Johnny y consiguió arrastrarle de vuelta al «suelo», o como quisieran llamar a aquello en lo que se apoyaban. El dolor de las quemaduras era casi irresistible, Reed ahogó el deseo de gritar mientras las moléculas inestables de su traje humeaban y resplandecían en algunos momentos, ardiendo. De pronto, dejó de sentir las llamas, y se dio cuenta de que Johnny estaba envuelto por un capullo invisible, obra sin duda de Sue, que miraba a su hijo y a su esposo con los ojos llenos de lágrimas.

-¡Reed! ¡Johnny!-dijo, corriendo hacia ellos y mirando de reojo a los titanes que les rodeaban-. No quiero que esta sea la última imagen que me quede de mi familia. Esto no es lo que quiero llevarme.

Los dos se miraron, atónitos ante las palabras de Susan. Los ojos de la Mujer Invisible estaban empañados por las lágrimas, al igual que los de Ben Grimm, que se apresuró a separar a Reed y a Johnny. Muerte sujetaba a Franklin, que había conseguido ponerse de pie a duras penas.

-Las estrellas caen y se apagan, mueren, son polillas en llamas que no existen-mascullaba Franklin-. Si el mañana no está y el ayer no se sostiene, ¿qué es hoy? ¿Qué es ahora? La Tormenta, no supimos ver qué era… no supimos ver lo que ocurría… Madre, ¿cuántos millones de millones de muertes…? ¿Cuánta destrucción sostienes en tu mano?

Sue se giró hacia Franklin como si la hubieran dado un latigazo. ¿De qué estaba hablando? Sólo podía referirse a un momento, el breve segundo en el que había sostenido el Guantelete del Infinito, en el que a todos los efectos, había sido Dios… Ella y un puñado de héroes y villanos habían hecho frente a los Siete Hermanos en la Zona Azul de la Luna, en un valle de tiempo distorsionado. Y contra todo pronóstico, habían sobrevivido. Magneto, Juggernaut, Cable, Constrictor, Namor, Sincro, Lyja, Quasar, Alistair Stuart, Karnak, Jennifer Kale, Hulk, Ave de Fuego, el USAgente, Gravitón, Crystal, Mandíbulas y ella misma habían resistido los empellones de las emanaciones de las Gemas del Infinito el tiempo suficiente como para que Nathaniel Richards reuniera el Guantelete y lo pusiera en sus manos (3). Durante el ataque de los Siete Hermanos se habían perdido millones de vidas, el mundo se había vuelto del revés… y ella lo había arreglado, había deshecho los daños causados por los Siete Hermanos a todo el tejido de la realidad…

Y sin embargo…

Estaban allí para juzgarla a ella, por sus actos.

Aquello le dejaba al menos cierta sensación de tranquilidad. Cuando los Celestiales se habían manifestado, había temido que fuera por su hija, pero si estaban allí por sus actos… ¿Por qué Franklin la acusaba de haber acabado con billones de vidas?

-Franklin-dijo Sue, pero el chico negó con la cabeza.

-No soy Franklin-dijo-. Franklin está aquí dentro-siseó mientras se golpeaba la sien con dos dedos-. Es otro más de muchas voces. Soy la Voz Celestial.

-El Metatron-susurró Muerte, mostrando cierto asombro por primera vez desde que los Celestiales habían hecho su aparición.

-¿Qué dices, Muerte?-preguntó Ben, y aunque no obtuvo una sola mirada, se dirigió a él brevemente.

-Metatron, la Voz de Dios-dijo-. El ángel que habla por Dios para que su voz no destruya la Creación.

-Odio cuando las cosas se ponen teológicas.

-Desconoces tu acción-continuó Franklin-. Desconoces el peso de tus hechos. El tiempo cruje, se estira, se dobla, se hace breve e infinito, único y múltiple… Mirad lo que habéis hecho…

Psi-Lord dio un paso al frente, apartándose de Muerte, y cayó de nuevo de rodillas. Pero al caer, fue como si todo el universo a su alrededor le siguiera, precipitándose en el vacío que parecía contener, como la luz en un agujero negro. Las imágenes palpitaban en sus mentes, antes sus ojos, un caleidoscopio infinito y eterno de movimiento y vida, creación, permanencia, corrupción, muerte y de nuevo nacimiento, el ciclo eterno. Mundos que gestaban otros mundos, decisiones que creaban líneas temporales completas, un abanico que se extendía desde el origen del Universo hasta su fin. Allí había múltiples versiones de ellos mismos, infinitas imágenes de tierras que brotaban una de otra, mundos que en algún momento habían tocado, habían acariciado o con los que se habían encontrado. Allí estaba el universo que la Esfinge había creado, las sombras de fantasía de Kulan Gath, líneas temporales creadas por los Kang de mil mundos… Vieron tierras en las que los mutantes eran cazados, otras en los que eran ellos los cazadores, otras en las que ni siquiera existían. Se vieron a sí mismos, muriendo en el espacio, abrasados por los rayos cósmicos, se vieron víctimas de Galactus, se vieron como marineros perdidos en una aventura marítima de extraño nombre, se vieron simplemente como Buscadores de lo Desconocido.

Había una Tierra viva, devorada por Ego milenios atrás, convertida en una criatura inteligente que expandía su no-vida cancerígena por todo el universo, había un mundo que viajaba desde el futuro hacia el pasado y que rozaba aquellos con los que se cruzaba. Vieron un mundo de muerte, dominado por Thanos, un dominio en el que la muerte y la vida se habían convirtiendo en una, un mundo necrosado sin crecimiento ni destrucción, fuera del ciclo. Tantos y tantos mundos que pensaron que enloquecerían, que se perderían en aquellas visiones, breves, puntuales. Madelyne Pryor se alzaba victoriosa en su trono de llamas sobre un auténtico infierno en la Tierra. La Hermandad Badoon se había hecho con el control del Universo. Las Párticulas Pym habían escapado del control de su creador, y habían reducido la tierra a poco más que una mota de polvo cósmico, arrasado por la radiación y los elementos. La Guerra Mundial no se había detenido, y los Nazis y los Aliados luchaban en bases lunares y con dirigibles espaciales. Los Fantasmas y los Caballero del Espacio se las veían en sobre una Atlantis que se había alzado de entre las aguas, y donde los parásitos espaciales habían desovado a su No-Dios inmundo. Peter Parker no era Spiderman, sino un muchacho, un niño de piel oscura, asustado y confuso.

Aquel era el mapa de la Eternidad, y ello seis se encontraban en su corazón, viendo como crecía desde la Nada hacia el Todo. Y pudieron ver como la estructura se tambaleaba. El fractal se rompía, los mundos se colapsaban, superado el propio universo por el crecimiento de las líneas, ahogado por el peso de miles, millones… de un número infinito de líneas temporales que no cesaban de crecer. Y así, había llegado la Tormenta. Kang se había enfrentado a los Vengadores en el corazón del Tiempo, estos habían estado perdidos, y habían regresado con los últimos coletazos de la Tormenta, cuando Rayo Negro había desgarrado el tejido del Espacio-Tiempo continuado para traerles de vuelta, para derrotar a Opal-Lun-Sat-Yr-9 y a su Zodíaco (4). Aquello… aquello había ocurrido en su línea temporal, y lo habían considerado el fin de la Cronotormenta. Aquella había significado el principio de los que Reed había denominado «Tiempo Estático». Pero había algo que había acabado con la Cronotormenta. Algo anterior al grito de Rayo Negro, a la llegada de los Vengadores, ajeno a las manipulaciones de Kang… Sue siguió esa línea de pensamiento, ese hilo en el tiempo. Allí estaba ella, con el guantelete en la mano, montando un poder salvaje que apenas si podía dominar, señora absoluta del Poder, el Espacio, la Mente, la Entropía, el Alma, la Realidad… y el Tiempo.

-No, Dios mío, no…-masculló Sue, al darse cuenta de lo que estaba viendo. Había arreglado todo lo que estaba roto. Todo. ¿Cómo entendía el poder cósmico de la propia Realidad aquella proliferación de líneas temporales que se derrumbaban unas sobre otras, que amenazaban con colapsar al propio universo?

Como algo roto, algo averiado, algo… que había que arreglar.

Y Sue Richards lo había hecho. A través de los ojos enloquecidos de Psi-Lord lo pudieron ver, la siega que cercenaba uno tras otro todos los futuros y pasados ajenos a la línea temporal en la que se movía Sue Richards, aquella en la que los Siete Hermanos habían enquistado su propio cáncer de tiempo distorsionado. Su lo había reiniciado, había relanzado el tiempo, reconstruyendo el Universo bajo su percepción de lo correcto.

Una sola percepción.

Un solo concepto.

Una sola línea temporal.

Y todas las demás, habían desaparecido. Miles de millones de vidas. Futuros brillantes y desgarradores, pasados misteriosos y reveladores… todos desaparecidos. Millones de millones, un numero siempre creciente de vidas, cercenado por la decisión de Sue Richards. Reed se dio cuenta de que su esposa se tambaleaba y la sujetó.

Tiempo Sólido, había dicho. No era que el tiempo se hubiera cerrado. No era que los taquiones se hubieran detenido. Era que no tenían a donde moverse. No había posibilidad de viajes en el tiempo, porque el tiempo ya no existía… o al menos, no como había sido hasta meses antes (se dio cuenta de la ironía de utilizar una medida de tiempo convencional). Sue había transformado el Continuo en algo mucho más sencillo, pero infinitamente menos rico. Lo que había sido un complejo tapiz, ahora era el vuelo de una flecha.  Una bala disparada desde el ayer hacia el mañana, desplazándose en la más completa oscuridad, en el vacio de la incertidumbre.

-No, no, no…-mascullaba Sue, y Reed se descubrió rezando porque se volviera loca antes de comprender del todo el horror de lo que había provocado, antes de entender que se había convertido en la mayor genocida que la historia del Universo había podido ver… Pero Susan Richards era demasiado fuerte como para permitirse el escudo de la locura. Simplemente, se quedó completamente quieta, mascullando entre dientes y aferrándose a su vientre, como si quisiera abrazar a su hija nonata, quizá buscando consuelo, quizá buscando protegerla del exterior. Y mientras, segundo a segundo, iba asumiendo todas y cada una de las consecuencias de sus acciones, el peso de todas y cada una de las vidas que, con un simple pensamiento, había borrado, como si jamás hubieran existido.

-Madre… ¿es todo esto cierto?-masculló Franklin, enfocando sus ojos por primera vez en mucho tiempo sobre la figura de Susan-. ¿Mi… mundo? ¿Mis… amigos?

Las lágrimas brotaron de los ojos de Sue al encontrarse con aquella primera manifestación personal de las pérdidas que había provocado. Ese Franklin, esa versión de su hijo, venía de uno de sus posibles futuros, allí había tenido familia, amigos, amor… Él mismo hubiera desaparecido de no haber viajado hacia atrás en el tiempo, debido a una perturbación cronal… probablemente un efecto de la Cronotormenta, o quizá incluso de la singularidad que llevaría a que su universo se extinguiera.

-Perdón…-susurró Sue, y Reed se apresuró a abrazarla, pero Franklin negó con la cabeza.

-No sé si puedo… madre… no sé si quiero…

-Susan, lo arreglaremos, lo haremos, siempre lo hemos hecho-dijo Reed, mientras Johnny y Ben no apartaban los ojos de los Celestiales, esperando que en algún momento realizaran alguna acción, algo en contra de Sue, de ellos.

-Los Hijos de las Estrellas han dictado sentencia…-dijo Psi-Lord-. Pero quieren que todos seáis conscientes de lo que hemos hecho… la humanidad, de lo que la humanidad ha hecho. Demasiadas veces hemos interferido en el universo, demasiadas veces hemos amenazado la propia integridad del espacio y el tiempo… Están cansados de nosotros, están todos… en el nombre de todo lo que existe, nos consideran algo parecido a pulgas, alimentándonos de la propia sustancia del universo. Somos parásitos. Y esta vez… Esta vez no ha sido una amenaza, esta vez el cosmos ha sido diezmado… No… masacrado…

-El universo se hubiera ido a la mierda si no lo hubiéramos salvado nosotros… no una, si no varias veces…-gruñó Johnny, pero Psi-Lord negó con la cabeza.

-Ni siquiera el Titán Loco, cuando entregó a la Muerte a la mitad de las almas del universo (5), hizo el daño que ha hecho ahora ella…-dijo Franklin.

-No podéis ejecutarla sin más-intervino finalmente Muerte, dirigiéndose a Psi-Lord, pero con los ojos puestos en Arishem, el portavoz de los Celestiales-. Es la portadora de la Semilla Celestial. Y eso es lo que os da miedo, eso es lo que teméis. No juzgáis un error, sino que tratáis de erradicar lo que pudiera ser el nacimiento de un nuevo dios.

Los ojos de Franklin centellearon, aunque los Celestiales ni siquiera se inmutaron.

-No, Víctor…-dijo Sue, viendo hacia donde se dirigiría el monarca-. Lo que he hecho es extraordinariamente monstruoso. Y acepto lo que los Celestiales decidan para mí. Siempre que dejen en paz a mi hija…

-El Juicio Celestial no admite condiciones-replicó Psi-Lord. Pareció que iba a decir algo más, pero guardó silencio, y de pronto, sus ojos parecieron recobrar la normalidad por un momento-. Susan… madre… no dejarán a la niña… es lo que temen…

-No permitiré que se juzgue a mi hija por mis pecados-dijo Sue, y Reed la empujó tras él.

-No va a haber ningún tipo de juicio-dijo Reed.

-No podéis evitarlo-respondió Franklin, llevándose las manos a la cabeza, con los ojos inundados de sangre-. Nada puedo frenarles…

-¡Dejad al muchacho ya!-gritó Ben, rompiendo el círculo, y situándose junto a Franklin, al que alzó en sus brazos pétreos-. ¡Vais a matarlo!

-No les importa-dijo Muerte-. Nos destruirían a todo y a todos.

-Muerte… ¿qué haces aquí?-preguntó Reed, y el latveriano se giró hacia él.

-¿Crees que es el momento para esas preguntas, Reed?-respondió Víctor, mientras la Antorcha Humana volvía a envolverse de llamas.

-Hasta aquí-dijo, y se alzó en el cielo, ardiendo envuelto en fuego blanco.

-¡Johnny!¡Johnny!-gritó Sue, y Ben estuvo a punto de dejar caer a Franklin por la sorpresa.

-¡Cerilla! ¿Qué estás haciendo?-clamó la Cosa, y sobre sus cabezas, la Antorcha Humana comenzó a brillar con tal resplandor que los ojos les dolían al mirarle.

-¡Estoy cansado!-gritó el muchacho-. ¡Estoy cansado de ser el títere de todos! ¡Estoy cansado de que todo el mundo se crea que puede juzgarnos, que puede manipularnos, que puede deshacer y rehacer nuestras vidas! ¡No le pondréis una mano encima a mi hermana!

Y Johnny ardió, ardió como nunca lo había hecho, rodeado de fuego blanco, una auténtica estrella. Y los Celestiales dieron un paso atrás.

-Por mi tía Petunia…-susurró Ben, con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Qué está haciendo?

-Descubrir su potencial-dijo Muerte-. Y darnos tiempo.

-El poder de los Celestiales es cósmico-dijo Reed-. Le harán pedazos.

-Sabe lo que está haciendo, Richards. Dale valor a su sacrificio-replicó Muerte, acercándose a Franklin, con pasos rápidos-. ¿Estás con nosotros, muchacho?

-Están sorprendidos…pero aún les siento en mi cabeza…-respondió Psi-Lord, tratando de incorporarse-. Pero por lo menos, me escucho pensar…

-Escúchame-dijo Muerte-. Te necesitamos.

-Muerte, ¿qué estás haciendo?-intervino Ben-. Dinos qué haces aquí o te mandaré con el Cerilla de un bofetón…

-Lo que he hecho desde que aparecí en la isla del Pensador Loco. Salvaros a todos.

-Se está consumiendo…-masculló Reed, atónito, mientras en el cielo sobre ellos, Johnny continuaba manteniendo a raya a los Celestiales. O al menos, estaban confundidos. Pero aquel nivel de poder le estaba degradando, estaba acabando con él.

-Los Celestiales han creado un nexo de realidad aquí-dijo Muerte-. Estamos cerca de toda partes, lejos de todas partes. Necesito tu telepatía, Franklin Richards. Necesito que conectes con la Tierra.

-Mi cerebro arde…-masculló el chico, y Muerte se encogió de hombros.

-Si no lo haces, estaremos todos muertos-respondió el monarca, y Franklin asintió-. Los Celestiales te han dado la capacidad de entenderles, de entender su pensamiento, te han convertido en un gigantesco receptor de pensamientos. Pero también eres un emisor. Podrías tocar a toda la Tierra, pero sólo necesito a una persona.

-Será como buscar una aguja en un pajar…

-Será como buscar un elefante en un pajar, Franklin. Necesito que localices a Emma Frost…


Nuevo Edificio Baxter,

Un momento en el tiempo.

Después de años al frente del Club Fuego Infernal y como directora de varios centros de prestigio para los mutantes, después de haber hecho frente a todo y a casi todos, cualquiera hubiera pensado que Emma Frost estaba preparada para casi todo. Pero en aquellos momentos, mientras se dirigía a su dormitorio después de dejar a Franklin durmiendo, se sentía aún totalmente fascinada por lo que la rodeaba, un edificio que estaba prácticamente vivo. La nanotecnología que formaba las paredes se adaptaba, y Richards le había dado programaciones muy variadas, para que se adaptara a los gustos de cada uno de los habitantes de las plantas que los Cuatro Fantásticos utilizaban como residencia. En aquellos momentos, el aire olía a arena caliente, soplaba el viento, se escuchaba el sonido de las olas, y la luz del sol al ponerse sobre las playas de Hawaii iluminaba el pasillo, convertido en esos momentos en una cala con el Kilaweah de fondo. Abrió la puerta de lo que parecía ser un bungalow de playa, y en ese momento, su mente estalló como si la metieran en aceite hirviendo.

Emma… Emma…

Imágenes de estrellas, estallidos contra el negro del vacío, imágenes titánicas, más allá de toda medida, tan inconmensurables como la eternidad y el infinito.

Quién…, consiguió componer en su mente Emma.

Franklin Richards… no el que conoces… te necesitamos Emma Frost…

Un nuevo torrente de información golpeó su cerebro, Emma se mordió el labio y la sangre le resbaló por el mentón. Susan Richards. Los Celestiales. Eliminación de las líneas temporales paralelas (¿qué pensarían de eso Bishop y Cable?). Genocidio cósmico. Las Gemas del Infinito. El Doctor Muerte iba a salvarles a todos (¿en serio?). Johnny Storm convertido en una nueva estrella.

¿De verdad iban a hacer frente a los Celestiales? Iban a morir todos. Sin duda.

Te necesitamos Emma. Necesitamos a Franklin.


Tribunal de los Celestiales.

Un momento en el tiempo.

-Le tengo-susurró Franklin, sintiendo un extraño escalofrío cuando, a través de Emma Frost, alcanzó la mente del Franklin Richards de ese mundo. Del único mundo que ahora existía, se obligó a pensar. Y allí estaba él, con la mente fragmentada, con los Celestiales devorándolo todo, con sus neuronas estallando como estrellas; sus propios pensamientos luchando por no ser anulados; una reina freudiana del bondage al otro lado del Universo, y su versión infantil, sin poderes telepáticos… pero…

-¡Johnny!-gritó Susan, pues en ese momento, su hermano parecía difuminarse dentro de su propio fuego cegador. Trató de extender su campo de fuerza hacia él, trató de protegerle… pero fue imposible. Las propias moléculas que lo formaban, ardían al acercarse a la nova que era Johnny.

-Sue…-dijo Reed, abrazándola, y atrayéndola hacia él-. Te quiero.

-Os necesito ya-dijo Muerte-. Necesito que habléis con vuestro hijo.


Nuevo Edificio Baxter.

Un momento en el tiempo.

Asustado, Franklin se dio cuenta de que todo aquello ya había ocurrido. O mejor dicho, ya había ocurrido en su cabeza. Lo había soñado, y había tratado de avisarles, aunque había sido imposible. Se había visto allí, en el centro de un juicio que era imposible ganar, habían perdido al Tío Johnny, y mamá y su hermana estaban en peligro, y el Doctor Muerte tenía que salvarles a todos, lo que asustaba terriblemente a Franklin, porque además, era consciente de que Muerte sabía cosas que era imposible que supiera. Quería contarles todo eso a sus padres, pero era imposible, porque el Universo comenzaba a derramarse a su alrededor, porque la señorita Frost estaba arrodillada delante de él y le salía sangre de la nariz y de las orejas, y porque a través de ella, estaba conectado con otro Franklin, un Franklin del futuro… de un futuro…

Era complicado.

-¿Franklin?

Eran papá y mamá. Y alguien más. ¿Había una voz detrás de la de mamá? Sí, estaba seguro. Una voz de niña. No pudo evitar sonreír, ¡era su hermanita! Mamá le había dicho que no tardaría mucho en poder hablar con ella, pero no se podía imaginar que fuera tan pronto.

-¡Mamá!-dijo finalmente-. ¡Tengo miedo! ¡Están pasando cosas malas!

-¡No va a pasar nada, Franklin!-dijo su padre-. Víctor va a hablar contigo, Franklin, y tienes que hacerle caso…

-¡Pero papá! ¡Es el Doctor Muerte! ¡Es malo!

-¡Nos está ayudando, Franklin! ¡Va a salvar a mamá!

-Franklin, tenemos que ayudarles…-siseó Emma…


Tribunal de los Celestiales,

Un momento en el tiempo.

-El niño está preparado-masculló Psi-Lord, y Muerte asintió.

-Richards, Grimm… preparaos…-dijo Muerte, y de inmediato, ambos se giraron, esperando encontrarse con un ataque por parte de los Celestiales. Y en ese momento, un rayo de energía mística brotó del guantelete de Muerte, alcanzándoles a ambos, y dejándoles completamente petrificados. Sue gritó, pero Muerta la retuvo.

-¡Traidor!-gritó ella, pero Muerte la ignoró, sujetándole los puños,

-He dicho que voy a salvaros a todos, Susan, pero no tiene por qué gustaros lo que voy a hacer. Y olvídate de usar tus campos de fuerza para crearme un aneurisma, que es lo que estás intentando. Estoy protegido-. Sin soltara Susan, puso su otra mano sobre la frente de Psi-Lord, dando una orden a un sistema de nanotecnología que de inmediato se extendió como un pinchazo a través del cerebro del ya agotado Psi-Lord-. Allá vamos.

A través de la mente de Psi-Lord, Muerte dio un salto de años luz de distancia a la velocidad del pensamiento. El cerebro modificado del muchacho le había convertido en un telépata de nivel universal, el más poderoso sin duda que existía sobre la faz de la Tierra. Fue un juego de niños envolver la mente de Emma Frost, apartarla, y saltar desde ella a la de Franklin. Había algo magnífico en aquel niño. Sus padres habían sido los primeros de una nueva era en la que el hombre había saltado hacia las estrellas, pero Franklin… Franklin era único. Había en él una semilla celestial, el potencial de convertirse en un Dios… Y al otro lado, estaba Susan Richard, y dentro de ella, el potencial puro de las fuerzas motrices del Universo. Franklin, con el poder de alterar la realidad, la niña nonata con el poder de rehacer mundos.

Muerte, el puente entre ambos.

-¡Hoy no hay juicio!-gritó, y de inmediato comenzó a murmurar, y su voz retumbó en aquel espacio creado por los Celestiales, que se volvieron hacia él, los ojos de todos aquellos titanes cósmicos mirándole, como si repararan por primera vez en él. Las sílabas guturales del hechizo de Muerte temblaban en el espacio, en los huecos entre las estrellas, amenazando con romper la propia garganta del hechicero. El Espacio, el Tiempo, la Realidad, el Poder, las Almas, las Mentes, el derivar de la Entropía… Fractales de colores brotaban del vientre de Susan Richards y se desplegaban a su alrededor, mientras el poder manipulador de la realidad de Franklin se desplazaba entre aquellas líneas que se extendían forzando los límites de aquel espacio autocreado, haciéndolo girar, haciéndolo moverse, desgarrarse… hasta que una figura azul y púrpura hizo su aparición, acudiendo a la llamada de Muerte… o quizá creado por ella. Y los Celestiales le reconocieron, porque de inmediato se apartaron, y las mil voces de la mente de Psi-Lord retumbaron en el cráneo de Muerte, con un grito de horror.

-¡Galactus! ¡Galactus!

-¡Deja a mis hijos, Muerte!-gritó Susan, y en ese momento, un puño naranja cayó sobre el gobernante latveriano como un martillo pilón, arrojándole a varios metros de distancia y rompiendo el puente que Muerte había establecido. Ben avanzó hacia él, con los ojos aún turbios por el ataque traicionero del gobernante latveriano, dispuesto a acabar con lo que había comenzado, pero se detuvo al ver a Galactus alzándose hacia los Celestiales.

No hubo palabras.

-¿Qué está pasando?-gruñó Ben, y Psi-Lord, comenzó a mascullar.

-Hablan. Luchan. Negocian. Oh, Dios mío… lo hacen a todos los niveles de la realidad… son constructos atómicos, y son armonías que tratan de imponerse unas a otras y que resuenan en cien mil mundos… Son ideas, y ciclos históricos, y pensamientos no creados…

-¿Qué has hecho, Víctor?-preguntó Reed, abrazando a su mujer, tratando de no mirar el cadáver calcinado de su cuñado. Muerte se incorporaba a duras penas después del golpe recibido.

-Hubo un tiempo… en otro mundo… o quizá en el futuro del nuestro… Franklin era Galactus.

-¿Qué?-exclamó Reed, atónito.

-Vuestro hijo… vuestros hijos… son los eslabones que unen al hombre y a las estrellas… el universo necesita a un Galactus, y en un mundo en el que se había convertido en una estrella, Franklin se convirtió en Galactus (6)… He unido ese mundo con este… durante unos instantes, el eco de esa historia se ha convertido en nuestra historia, y Galactus se ha sentido amenazado por los Celestiales. Les rechazará, Richards. Lo dije. Os salvaría a todos.

-No a todos-gruñó Ben, alzando en sus brazos el cuerpo muerto de Johnny.

-Dios mío…-farfulló Susan, con los ojos muy abiertos. Una mancha húmeda se extendía por sus piernas-. He roto aguas… Reed… estoy de parto…

-No, aquí no…-masculló Reed, arrodillándose junto a ella. Sobre ellos, se escuchaban crujidos, y el propio espacio parecía fragmentarse en el conflicto entre los Celestiales y Galactus.

-No será aquí-respondió Víctor, arrodillándose junto a Susan y frente a Reed, y poniendo sus manos enguantadas en el vientre de la parturienta. Reed se estiró de inmediato, envolviéndole y tratando de apartarle.

-¡Quita tus manos de mi mujer!-gritó, y una ola de energía le recorrió al activar Muerte los sistemas de defensa de su armadura, cortocircuitando los nervios de Mister Fantástico.

-No hagas que todo lo que hemos hecho sea inútil, Richards-concluyó Muerte-. Y Grimm… no voy a morir aquí, lo sabes tan bien como yo. Puedo salvarme yo solo o salvaros a todos, como he prometido.

Ben, que aún sostenía el cuerpo muerto de la Antorcha Humana, clavó sus ojos azules en Víctor von Muerte, y resopló.

-Déjale que haga lo que tenga que hacer, estirado-dijo-. Tenemos que sacar a Sue de aquí. Tenemos que hacerlo por Johnny.

Reed guardó silencio, y finalmente, asintió, arrastrándose para situarse junto a su esposa.

-Haz lo que tengas que hacer, Víctor… pero te estoy vigilando-siseó, y Víctor asintió.

-Puedo vivir con eso.

Muerte volvió a depositar su mano sobre el vientre de Susan, mientras ella tomaba las manos de su esposo, ahogando sus gritos, tratando de controlar su respiración…

-Niña…-susurró Muerte, con los ojos cerrados-. Te conozco, hemos estado juntos, has estado conmigo aquí, defendiendo a tu madre… Necesito que me ayudes… necesito que nos saques de aquí… Sigue mi mente, sigue mis pensamientos… ¿Quieres conocer a tu hermano? Lo has visto conmigo, ¿verdad? Búscalo en mi mente, yo te mostraré el camino…

En otro momento, quizá hubieran visto un destello. Quizá hubiera sido la sensación de que el espacio se doblaba.

No hubo nada de todo eso.

Simplemente, en un momento estaban en el espacio, y al instante siguiente, se encontraban en la habitación de Franklin en el nuevo Edificio Baxter, con Emma Frost sentada en un rincón con una bolsa de hielo en la frente, y el niño sentado en la cama y con los ojos clavados en el espacio en el que aparecieron.

-¡Mamá, papá!-gritó, y saltó de la cama hacia ellos. Su madre lanzó una sonrisa triste hacia él, y una repentina contracción la hizo lanzar un grito.

-Estupendo, Papá Noel me ha traído un regalo adelantado-gruñó Emma Frost, incorporándose-. Muerte, pedazo de cabrón…

-Señorita Frost hay niños delante…-siseó Susan, antes de que su voz se desgarrara por una contracción. Reed la depositó en la cama, y de pronto, se quedó paralizado. Junto a Ben, estaba Johnny…. aparentemente intacto.

-¿Cerilla?-exclamó Ben, y en ese momento, Psi-Lord cayó al suelo.

-Basta-ordenó Reed-. Las preguntas tendrán que esperar… Johnny, Ben, necesito que llevéis al Franklin adulto a la sala de revisiones. Necesito una batería de pruebas completa para saber qué le ha pasado en su cabeza. Señorita Frost, llévese a Franklin, vamos a necesitar esta habitación, y por favor, llame a una ambulancia.

-¡No hay tiempo, Reed!-gritó Sue-. La niña viene ya. ¡Y no quiero perderla! ¡No, a ella no!

-No la perderemos-respondió Reed-. Víctor… eres médico… Y este nacimiento…

-Será perfectamente normal, Richards-dijo Muerte-. No quedan rastros de poder cósmico en vuestra hija…Pero por supuesto, os ayudaré. No todos los días se puede ser testigo del nacimiento de lo que hubiera sido una diosa…


El tiempo parecía extenderse mientras, separados, vigilaban a Psi-Lord, conectado a las máquinas de reconocimiento de Reed, y por otro, traían al mundo a la hija de de Reed y Susan. Ben se sorprendió a sí mismo dando paseos como un padre primerizo en un pasillo, mientras Johnny se quedaba sentado, mirando a su sobrino del futuro, que parecía respirar con esfuerzo.

-¿Estás bien, Cerilla?-preguntó Ben, y Johnny se encogió de hombros.

-Me he muerto, Ben. Me he muerto de verdad. Lo sentí ahí, los Celestiales me machacaron. Pero estoy aquí. Después de morirme, estoy aquí. Y creo que es cosa de la niña.

-Muerte dice que ha agotado sus poderes.

-¿Y si lo ha hecho en mi? ¿En traerme al mundo de los vivos de nuevo?

-Pues entonces, lo ha hecho bien, Cerilla. Negaré haber dicho esto, pero todo sería mucho peor sin ti.

-Gracias, Ben-dijo Johnny, e iba a decir algo más… pero el llanto de una bebé le interrumpió. Ambos guardaron silencio, y una puerta se abrió, haciendo su aparición Franklin, seguido de Emma Frost.

-¡Ya está aquí!-exclamó el pequeño, y la puerta de su cuarto se abrió. Reed hizo su aparición, con la pequeña en brazos, envuelta en una manta blanca.

-Es una niña-dijo-. Y su madre está bien.


Epílogo 1.

Los médicos y enfermeros se movían despacio en la habitación, lanzando miradas de reojo hacia la figura que les observaba desde un rincón, envuelta en sombras. No solían trabajar con la presión de ser vigilados por el Doctor Muerte.

-Bien, señora Richards, nos vamos al hospital. Ha tenido una niña preciosa, pero tenemos que comprobar que usted está bien.

-Doctor Hathaway-dijo Susan-. ¿Me pueden dar un segundo con él?-Sue señaló a Muerte, y el doctor enarcó las cejas-. Sólo un instante, estaré bien.

Hathaway asintió, haciendo un gesto para que todos salieran de la sala. Susan guardó silencio un segundo, y Víctor se acercó a ella.

-¿Por qué lo has hecho?-preguntó Susan-. ¿Por qué nos has ayudado?

-Porque se lo prometí al chico. A vuestro Franklin del futuro-respondió Muerte-. Y porque nos conocemos desde hace tiempo suficiente como para que si nuestras ideas no comulguen entre ellas, al menos podamos respetarnos. Y yo os respeto a todos.

-¿Incluso después de lo que he hecho?-susurró Sue, y una lágrima rodó por su mejilla.

-Sí-asintió él, sin vacilar-. Podría haber sido mucho peor, y en ese momento, nos salvaste a todos. Tienes mi gratitud, y deberías tener la del mundo. Las consecuencias… Lo superarás.

-Reed diría que ese es el típico pensamiento de un villano…

-Es el típico pensamiento de un científico, y sin duda, las ideas de tu marido en este sentido no estarán muy lejos de las mías.

-Siempre me ha dado miedo pensar que él y tú os parecéis más de lo que creéis.

-No es una idea cómoda.

-No, no lo es.

Susan guardó silencio, y la puerta se abrió. Reed entró, con el ceño fruncido.

-¿Qué está pasando aquí?-preguntó Reed, y Susan le lanzó una sonrisa triste.

-Tenía que hablar con él unos momentos. Ahora podemos irnos.

-Perfecto. Víctor…

-De nada, Richards.

-No iba a…

-No lo estropees.

Reed guardó silencio, y se apartó de la puerta, dejando a los médicos que volvieran a entrar para continuar con el traslado. Estaban a punto de salir cuando Sue se volvió hacia él.

-Creo que ya tengo el nombre para mi hija-dijo Susan-. Creo que Cynthia sería un buen nombre. Cynthia Richards.

-Susan…-masculló Muerte, y Reed sonrió.

-No lo estropees (7).


Epílogo 2.

El cristal facetado resplandecía en múltiples colores bajo la mirada del Doctor Muerte. Su visitante se movía despacio tras él, observando el mismo objeto, cuya luz irradiaba por toda la sala.

-¿Están todos bien?-preguntó Nathaniel Richards, con los brazos cruzados ante el pecho, y Víctor von Muerte asintió.

-Dentro de lo razonable, teniendo en cuenta que uno de ellos murió y que Susan se ha convertido en la mayor genocida de la historia del Universo, por encima de la propia Inteligencia Suprema o los Badoon.

-¿Crees que lo superará?

-Creo que vivirá con ello. Por sus hijos, por lo menos lo intentará-. Muerte se giró hacia Nathaniel-. Y bien, ¿qué hace un viajero del tiempo cuando el tiempo no existe?

-Buscar un tiempo nuevo-respondió Nathaniel, señalando el cristal que brillaba ante ellos-. Si lo piensas bien, Muerte, hemos hecho una buena acción. Los Celestiales nunca hubieran dejado en paz a la hija de Sue y Reed si hubiera seguido marcada con el poder de las Gemas del Infinito.

-Si, pero no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que supieras lo que iba a pasar, Nathaniel Richards. El Tiempo Sólido evita los viajes en el tiempo, y las líneas paralelas han sido borradas, sólo quedan los recuerdos y los archivos que tenemos de ellas… Pero tú sabías lo que ocurriría, y tenías incluso un aparato dispuesto para recoger la energía de la niña cuando cruzamos de nuevo a este mundo…

-Supongo que esa respuesta tendrá que esperar a otro momento. Ambos tenemos dudas, ambos sabemos que no fue la niña quien revivió a Johnny, porque cuando este volvió a la vida, esta ya no tenía esos poderes.

-Sí, es curioso-dijo Muerte, y bajo la máscara, sonrió-. Todos tenemos nuestras preguntas.

-Bien, Muerte-concluyó Richards, acercándose al cristal resplandeciente-. ¿Qué vamos a hacer con un nuevo universo en nuestras manos?


1.- Un resumen muy resumido de algunas de las visitas de los Celestiales a la Tierra.

2.- Otro resumen, también muy resumido, de los últimos números de la serie.

3.- Todo esto ocurrió durante DOCE, y la batalla final tuvo lugar en el capítulo 7: Las Tierras Baldías.

4.- De nuevo en DOCE, en los capítulos Doce y Trece.

5.- En la legendaria El Guantelete del Infinito.

6.- En la maravillosa Tierra-X y sus derivados, Universo-X y Paraíso-X

7.- Cynthia es el nombre de la madre de Victor von Muerte, la gitana atrapada por Mefisto.

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One Response to Los 4 Fantásticos #7

  1. Jorge Cantero says:

    Bueno bueno bueno, no está mal, solo veo el pero de que me parece que Sue se recupera muy fácil de un genocidio de infinitos universos… yo creo que eso debería traer más cola de la que parece que va a traer para Sue. Pero bueno, a ver que pasa más adelante ^^

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