Poderes Cósmicos #1

Poderes Cosmicos #01Estela Plateada. Señor del Fuego. Legado. Sota de Corazones. Bill Rayos Beta. El Hombre Imposible. Poseedores de poderes sobrehumanos que han jurado preservar el status quo del Universo.


#1 – Misión: (Hombre) Imposible
Por Bergil


Fecha de publicación: Mes 1 – 5/98


PRÓLOGO

El espacio. El espacio profundo, donde nadie puede oír tus gritos. O tus suspiros. O tu risa.

El Hombre Imposible se encontraba profundamente deprimido. Flotando en el vacío interestelar, se lamentaba de lo aburrido de su situación. No había nadie a quien hacer objeto de sus bromas.

«Esto es profundamente injusto. Con todo este lío de Onslaught, en la Tierra los llamados héroes están de un humor fúnebre. ¿Y por que? Total si solo han muerto tres de ellos, y uno ni siquiera era humano, sino un clon. Los Kree tampoco están para bromas, con eso de que están sometidos a los Shi’ar. Vaya tontería: la mejor forma de olvidar una situación deprimente es reírse un poco. Si lo sabré yo… Los Shi’ar están muy ocupados dominando a los Kree, los Skrulls están pendientes de vigilar a los otros dos…»

Súbitamente, sintió que su voluntad era controlada por una fuente exterior.

«Te dirigirás hacia Antares. Poco antes de llegar, recibirás mas instrucciones. Ahora ¡parte!»

E Impi comenzó a concentrarse para ejecutar la teleportación que le llevaría al destino señalado, y a la aventura más inesperada de su vida. Inesperada, porque no era algo que él hubiera planeado, y porque iba contra todo lo que suponía su filosofía de vida.

¡POP!


CAPÍTULO I

¡Pop! El Hombre Imposible apareció en mitad de una Nada que era un Algo, pues se hallaba ocupada, hasta donde alcanzaba su vista, por una miríada de naves espaciales de todas las formas y tamaños. De pronto, una de las naves se dirigió hacia él, al tiempo que una voz profunda resonaba en sus oídos.

«Mi nombre es Scuttlebutt. Soy la nave capitana de toda esta flota. En ella viajan los últimos miembros de la raza que me construyo, hibernados hasta que encontramos un planeta habitable en el que al fin podrán despertar de su sueño. ¿Y tú quien eres?».

«Oh, en realidad allá en Poppup no tenía nombre, pero en toda la galaxia y parte de sus alrededores se me conoce como el Hombre Imposible. Estaba yo… ¡Por los cuernos del casco de Galactus! ¿QUÉ DEMONIOS ES ESO?«.

«¿El qué? ¿Estamos en peligro? Mis sensores no han advertido nada.» Con una gracilidad que su impresionante masa no permitiría prever, Scuttlebutt giró sobre su eje vertical y quedó enfilada en la dirección en que señalaba el Hombre Imposible.

«Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja», reverbero la aguda risa del Hombre Imposible en los sensores de la nave. «Tan grande y sin embargo tan tonta. Has picado, has picado».

De repente, la misma voz que le impulsara a teleportarse volvió a dejarse oír.

«Ya basta, poppupiano. No es momento de bromas. En este momento, una amenaza mayor que cualquiera que el espacio pueda suponer para esta flota se dirige hacia aquí. Te he elegido como mi instrumento para que evites que tal cosa suceda. Deberás ponerte en contacto con cuanto ser pueda contribuir a evitar que tal cosa suceda. Ahora ¡marcha!». Por imposible que parezca, Impi se teleportó casi instantáneamente. «En cuanto a ti», añadió, dirigiéndose a la nave sentiente, «si admites un consejo, te dirigirás hacia el sector Shi’ar de la galaxia sin perdida de tiempo. La existencia de aquellos que guías depende de tu velocidad».

Resultó evidente que la nave había oído y entendido el mensaje. Instantáneamente, conecto sus hipermotores y radio una señal a todos los cerebros de vuelo de la flota para que comenzaran a prepararse para ejecutar una cadena de pequeños saltos hiperespaciales que, confiaba, despistarían, siquiera momentáneamente, a quien quiera que les estuviera persiguiendo.


CAPÍTULO II

Genis vagaba por el espacio sin rumbo fijo. En ciertas ocasiones, la tarea de sobrellevar el Capitán Marvel de su padre, el difunto Capitán Marvel, se le hacia excesiva, y necesitaba desconectar y alejarse de todo. Había comprobado que estar en mitad del espacio, sin ir a ningún sitio en concreto, resultaba de lo más relajante.

Repentinamente, creyó percibir algo en la distancia. Genis no poseía la conciencia cósmica que Eón otorgo a su padre, pues tal es un privilegio de los Protectores del Universo y el no lo era («Aun no», solía decirse a sí mismo cuando le daba por fantasear, aunque era perfectamente consciente de que tal honor no se alcanzaba por intentarlo sin merecerlo, sino por merecerlo sin intentarlo). Sin embargo, el entrenamiento había aguzado tanto sus percepciones como su instinto, y una vocecilla allí dentro le decía que aquel resplandor no era de origen natural. Acelero.

No se había equivocado. Dos pequeñas naves asaltaban lo que parecía un yate de placer que, aunque bastante más grande, iba mucho menos artillado. Maniobrando con rapidez y generando con las negabandas un aura que le protegiera de cualquier impacto, Genis se introdujo en el yate por una portilla abierta. No se había equivocado. Los gritos que oyó le indicaron que alguien («Una dama», penso con alegría) estaba siendo atacado. Cuando llego al puente, observo que cuatro figuras rufianescas acorralaban contra la pared a una quinta que no lograba divisar. Lanzando rayos aturdidores, noqueo a los asaltantes, que cayeron exangües al suelo.

Entonces pudo ver al objeto de sus desvelos, y paso a recibir las muestras de agradecimiento de la propietaria, piloto y única ocupante de la nave. Los nativos de Extabor son conocidos en toda la galaxia por dos rasgos: sus cuatro brazos y su insaciable apetito sexual en presencia de especímenes humanoides del sexo contrario. Capitán Marvel percibía claramente el primero de estos rasgos, pero desconocía completamente el segundo. Simplemente, le parecía que Karchagat, que así dijo llamarse la dama rescatada, estaba siendo naturalmente cariñosa con su gallardo salvador. Aunque procuraba hacer lo posible para ser digno del nombre que portaba, ciertas antiguas costumbres le resultaban difíciles de abandonar.

«Así que te llamas Genis, ¿no? Pareces muy en buena forma muchacho», añadió, al tiempo que sus cuatro manos exploraban lentamente el torso de Capitán Marvel.

«Er… sí, bueno, hago lo que pued… ¡EY!», grazno cuando la mano inferior derecha de Karchagat descendió rápidamente hacia la parte baja de su abdomen. «¿No es eso un poco atrevido? Especialmente en la primera cita…».

«De eso nada, mi querido muchacho». A Genis empezaba a fastidiarle el tan repetido calificativo de muchacho. El que uno sea joven no significa necesariamente que le agrade que se lo recuerden, implícita o explícitamente, cada pocos minutos de conversación. «De eso nada. En realidad, estoy conteniéndome en atención a tu gallardía y juventud.»

«Y dale bola. Otra vez lo de mi edad. Hay que ver que fijación tienen las hembras con el tema. Bueno, hay que reconocer que esta dama no esta nada mal», penso, recorriendo apreciativamente con la mirada la esbelta y bien torneada figura de la extaboriana. Era justo el tipo de hembra que le gustaba, con las curvas necesarias, todas las curvas necesarias y nada mas que las curvas necesarias. Y en su sitio, además.

En ese preciso instante, un sonido distrajo a ambos. ¡POP! Y el Hombre Imposible apareció en la nave.

«¿Quién demonios eres tu, verdoso?», bramo Genis, molesto por la interrupción.

«Pero querido, ¿no lo sabes?», ronroneó Karchagat. «Es un poppupiano. Son conocidos en toda la galaxia. ¿Dónde has estado últimamente?». Aunque no lo había dejado traslucir, y había empleado un tono ligero, la extaboriana estaba profundamente molesta por la interrupción, que le impedía disfrutar del espléndido macho que tenia ante sí.

«Capitán Marvel, no hay tiempo que perder. Debes encaminarte sin pérdida de tiempo a Titán, donde se te informara de lo que sucede. El destino de toda una raza depende de ello». Y con un ¡POP!, Impi desapareció.

«Lo siento, querida, pero he de marcharme. El deber me llama». Aunque nunca lo sabría, Genis le debía su vida al poppupiano. Solo los machos de Extabor son capaces de resistir la copula con sus hembras, pues cualquier otra especie, irremisiblemente atraída por sus feromonas, se entregaba a un frenesí sexual con la hembra que le llevaba a morir de agotamiento. Los machos eran inmunes gracias a sus propias feromonas, que inhibían la emisión de las de las hembras y disminuían su furor uterino.

«Maldita sea», penso la hembra. «Bueno, otra vez será».

«Maldita sea», penso Genis. «Bueno, la verdad es que ya comenzaba a aburrirme. Un poco de acción no me vendrá nada mal, y mejor si el destino de toda una raza depende de ello». Con este pensamiento, Genis se preparo para realizar un salto hiperespacial.

CONTINUARÁ
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